Revista Nº50 "TEORÍA POLÍTICA E HISTORIA"

 

Resumen

En el siguiente artículo analizamos por qué es necesario un proyecto económico basado en un modelo de integración productivo nacional y no en uno empobrecedor como plantea el RIGI del actual gobierno del presidente Milei.

Abst

In the following article we analyze why an economic project based on a national productive integration model is necessary and not on an impoverishing one as proposed by the RIGI of the current government of President Milei.

 

Desarrollismo e inversiones en la Argentina. Un Modelo Nacional Integrador para contraponerse al proyecto empobrecedor del RIGI.                              

                                                            Prof. Lic. Esteban Amoretti[1]                                                                                      

 

                                                                         1.

Intelectuales, políticos, empresarios y decisores de orden público que se enrolan en las filas del desarrollismo, muchas veces dejan sin abordar (o mencionan en poca medida en diferentes presentaciones e investigaciones) el desbalance que ocasiona la entrega del patrimonio nacional y la explotación desmedida vinculada a la actividad extractiva demandada por los principales países del orden internacional. Este pensamiento económico que augura que prontas inversiones directas son una salida salvífica para desarrollar la estructura productiva de los países en vías de desarrollo, parece (des)conocer los lazos de (neo) dependencia que  genera abrazar este tipo de políticas.

El desarrollismo expuesto por Frigerio durante la década del ´50 del siglo pasado, planteaba la dependencia en términos de beneficio mutuo. Los países subdesarrollados crecían cediendo cierta parte de sus frutos a los proveedores de capital. Así las condiciones que atraían el capital, la confianza y la estabilidad, se convertían en los principales garantes del genuino desarrollo. Hoy, los (neo) desarrollistas que (re)plantean y (re)categorizan su corpus de ideas no se cuestionan dichos argumentos, haciendo de su pensamiento un calco de las viejas condiciones estructurales, cuando las actuales se diferencian sobremanera de las de antaño.

Fundamentalmente porque dejan dos cuestiones sin soslayar. Olvidan o evaden en sus argumentaciones las condiciones de dependencia que plantea el proyecto desarrollista (el original y la copia) y el posicionamiento que hace el Estado (neo) desarrollista[2] como el principal garante y muchas veces beneficiario de este tipo de propuesta política y económica, sin mencionar que la inversión externa no se limita solamente a obtener a cambio dividendos e intereses, sino que implica cesión de soberanía y perdida de autodeterminación del país.

Recordemos que la génesis e importancia del Estado desarrollista para nuestro estudio durante el periodo de descolonización -el cual tuvo lugar desde mediados de los años 1950 hasta la década de 1970- y, de manera más general, para nuestro entendimiento de la historia del orden global, es tomando como punto de partida de la historia -mucho más temprana- de la experiencia latinoamericana con el colonialismo europeo, junto con los retos que trajo consigo su independencia, demostrando que el Estado desarrollista que surgió gradualmente en la región latinoamericana vino a definir los límites de lo pensable y lo posible para el resto del mundo poscolonial.

Durante la segunda mitad del siglo XX, en particular, el Estado desarrollista probó ser una bestia muy difícil de domesticar en términos de los intereses de los habitantes del Sur, tanto en Latinoamérica como más allá. Atrincherado en el proyecto de la modernidad, muy cercano a la maquinaria institucional de los poderes coloniales, y dependiente de las economías "avanzadas", el Estado desarrollista prometió mucho, y al mismo tiempo terminó comprometiendo demasiado al Sur Global. Esta es una historia que continúa marcando la vida diaria del Sur, y cada vez más, los nuevos "sures" del Norte Global.

Como ha afirmado Gary Wilder[3], "la formación histórico-mundial conocida como 'descolonización' fue al mismo tiempo un proceso de emancipación de los pueblos" y "un proceso heterogéneo de reestructuración imperial". Nosotros nos posicionamos junto a este pensamiento agregando que el Estado desarrollista fue el vehículo mediante el cual se llevó a cabo esta reestructuración del imperialismo, y este a su vez, desembocó en férreas condiciones de neocolonialismo y dependencia.

                                                                     2.

La Argentina y la región latinoamericana dependiente, mantienen una mirada eldoradista sobre los recursos naturales. Tomamos esta expresión del sociólogo boliviano René Zavaleta (1986) quien afirmaba que la idea del subcontinente como lugar por excelencia de los grandes recursos naturales fue dando forma al mito del excedente, “uno de los más fundantes y primigenios en América Latina”. Con ello, el autor boliviano hacía referencia al mito “eldoradista” que “todo latinoamericano espera en su alma”, ligado al súbito descubrimiento material (de un recurso o bien natural), que genera el excedente como “magia”, “que en la mayor parte de los casos no ha sido utilizado de manera equilibrada”.

Aunque las preocupaciones de Zavaleta poco tenían que ver con la problemática de la sustentabilidad ambiental, que hoy es tan importante en nuestras sociedades, creemos que resulta legítimo retomar esta reflexión para pensar en el actual retorno de este mito fundante, de larga duración, ligado a la abundancia de los recursos naturales y sus ventajas, en el marco de un nuevo ciclo de acumulación. Por ende, entendemos la visión eldoradista de los recursos naturales como una expresión regional de la actual ilusión desarrollista. (Svampa, 2012)

En este sentido, es necesario reconocer también que el actual proceso de construcción de territorialidad se realiza en un espacio complejo, en el cual se entrecruzan lógicas de acción y racionalidades portadoras de valoraciones diferentes. De modo esquemático, puede afirmarse que existen diferentes lógicas de territorialidad, según nos refiramos a los grandes actores económicos (corporaciones, elites económicas), a los Estados (en sus diversos niveles), o a los diferentes actores sociales organizados y/o intervinientes en el conflicto. Mientras que las lógicas territoriales de las corporaciones y las elites económicas se enmarcan en un paradigma economicista, que señala la importancia de transformar aquellos espacios donde se encuentran los recursos naturales considerados estratégicos en territorios eficientes y productivos; la lógica estatal, en sus diversos niveles, suele insertarse en un espacio de geometría variable, esto es, en un esquema multiactoral (de complejización de la sociedad civil, ilustrada por movimientos sociales, ONG y otros actores), pero en estrecha asociación con los capitales privados multinacionales, cuyo peso en las economías nacionales es cada vez mayor. Ello coloca límites claros a la acción del Estado nacional y un umbral inexorable a la propia demanda de democratización de las decisiones, por parte de las comunidades y poblaciones afectadas por los grandes proyectos extractivos.

Como argumenta la socióloga argentina Maristella Svampa (2012), no hay que olvidar tampoco que el retorno del Estado a sus funciones redistributivas se afianza sobre un tejido social diferente al de antaño, producto de las transformaciones de los años neoliberales, y en muchos casos en continuidad –abierta o solapada- con aquellas políticas sociales compensatorias, difundidas en los años `90 mediante las recetas del Banco Mundial. En este contexto y mal que le pese, el (neo) desarrollismo progresista comparte con el (neo) desarrollismo liberal tópicos y marcos comunes, aún si busca establecer notorias diferencias en relación al rol del Estado y las esferas de democratización.

Este escenario contrastante que presenta hoy América Latina abre un terreno de grandes acechanzas. Uno de los rasgos más notorios de la época es que el Consenso de los Commodities[4] abrió una brecha, una herida, en el pensamiento crítico latinoamericano, el cual en los `90, mostraba rasgos mucho más aglutinantes, frente al carácter monopólico del neoliberalismo como usina ideológica. Así, el presente latinoamericano refleja diferentes tendencias políticas e intelectuales: por un lado, están aquellas posiciones que dan cuenta del retorno del concepto de desarrollo, en sentido fuerte, esto es, asociado a una visión productivista, que incorpora conceptos engañosos, de resonancia global (Desarrollo sustentable en su versión débil, Responsabilidad Social Empresarial, gobernanza), al tiempo que busca sostenerse a través de una retórica falsamente industrialista.

Sea en el lenguaje crudo de la desposesión ((neo) desarrollismo neoliberal) como en aquel que apunta al control del excedente por parte del Estado ((neo) desarrollismo progresista), el actual modelo de desarrollo se apoya sobre un paradigma extractivista, se nutre de la idea de “oportunidades económicas” o “ventajas comparativas” proporcionadas por el Consenso de los Commodities, y despliega ciertos imaginarios sociales (la visión eldoradista en clave desarrollista) desbordando las fronteras político-ideológicas que los años `90 habían erigido.

Así, por encima de las diferencias que es posible establecer en términos político-ideológicos y los matices que podamos hallar, dichas posiciones reflejan la tendencia a consolidar un modelo neocolonial de apropiación y explotación de los bienes comunes, que avanza sobre las poblaciones desde una lógica vertical (de arriba hacia abajo), colocando en un gran tembladeral los avances producidos en el campo de la democracia participativa e inaugurando un nuevo ciclo de criminalización y violación de los derechos humanos.

Asimismo, neoliberales y progresistas resaltan la asociación entre mega-proyectos extractivistas y trabajo, generando expectativas laborales en la población que pocas veces se cumplen, puesto que en realidad se trata de proyectos capital-intensivos y no trabajo-intensivos, tal como lo muestra de manera emblemática el caso de la minería a gran escala. Comparten la idea del “destino” inexorable de América Latina como “sociedades exportadoras de Naturaleza”, como afirmaba Fernando Coronil, en función de la nueva división internacional del trabajo y en nombre de las ventajas comparativas (especialización interna y dependencia externa).

Por último, el lenguaje progresista comparte además con el lenguaje neoliberal, la orientación adaptativa de la economía a los diferentes ciclos de acumulación. Esta confirmación de una “economía adaptativa” es uno de los núcleos duros que atraviesa sin solución de continuidad el Consenso de Washington y el Consenso de los Commodities, más allá de que los gobiernos progresistas enfaticen una retórica que reivindica la autonomía económica y la soberanía nacional, y postulen la construcción de un espacio político latinoamericano.

 

                                                                      3.

¿Cómo balancear entonces la integración y el desarrollo nacional sin olvidar la problemática soberana y medioambiental? ¿Es posible para el caso argentino?

Hace muchos lustros, la Argentina presenta un escenario marcado por una notable debilidad política, económica, educativa, tecnológica y militar, producto de su corrosiva inestabilidad institucional, recurrentes golpes cívico-militares, aventurismo militar que condujo a la derrota en Malvinas, continuos colapsos financieros, hiperinflación, endeudamiento externo e interno imposible de administrar y resolver, como así también, un marco insoportable de niveles inauditos de corrupción. Todos ingredientes que definen la receta de la decadencia.

Para revertirlo, diferentes funcionarios, referentes de partidos políticos, fundaciones, tanques de pensamiento, ONG, intelectuales y grupos financieros y empresariales dicen conocer la solución que terminará con dicha situación y así poner fin a tantos años de incertidumbre y sufrimiento.

A nuestro entender, tanto el modelo desarrollista clásico como el nuevo, muestran sugerentes falencias que nos hacen pensar que, -más allá de sus buenas intenciones-, dejan sin considerar variables importantes en su diagnóstico definitivo.  Olvidan o evaden la problemática de la soberanía y la agenda medioambiental en relación a las actividades extractivas que países dependientes como el nuestro debería considerar.

Analicemos el caso argentino en perspectiva real (propedéutica), (pre)figurando un análisis geoeconómico que nos ayude a esgrimir un diagnóstico significativo sobre la situación actual en materia de desarrollo y dependencia, de manera tal que sea adecuado y gravitante para comprender el futuro del país y el de futuras generaciones.

                                                                       4.

Para comprender seriamente este marco en el que estamos inmersos, es necesario abrir y promover un debate intelectual que reconozca uno de los principales peligros que se cierne sobre nuestra integridad territorial, otorgándonos la posibilidad de categorizarlo y analizarlo para que de esa forma, podamos realizar una clara identificación del mismo: nos referimos al pago y acumulación de DEUDA EXTERNA: EL VENIDERO ‘CANJE DE DEUDA POR TERRITORIO’.

La Deuda Externa conforma el principal instrumento de control sobre la Argentina. Se trata de un sistema de deuda de complejo diseño que se ha profundizado y empeorado desde hace más de cuarenta años a esta parte. Su objetivo es que Argentina jamás termine de pagarla, para así poder exigir la entrega de otros bienes infinitamente más valiosos, como nuestros recursos naturales y el mismo territorio.

Como plantea el sociólogo Gustavo Koenig, el 11 de enero de 2017, a través del decreto 29/2017, el presidente Mauricio Macri facultó al Ministerio de Finanzas a tomar deuda por 20.000 millones de dólares y definió la jurisdicción a favor de tribunales en Nueva York y Londres. Acto seguido, dejó constancia de la renuncia de la Argentina a la Inmunidad Soberana y excluyó de este desistimiento a las reservas del Banco Central, los bienes diplomáticos, la herencia cultural, los depósitos bancarios y otros medios de pago[5].

Sin embargo, el decreto nada dice en su cuerpo de los bienes comprendidos en el artículo 236 del Código Civil y Comercial. Se termina incluyendo expresamente como prenda a los Recursos Naturales, en caso de que Argentina no pueda afrontar el pago de intereses o del capital de deuda. Los Recursos Naturales, es decir el territorio mismo de la Nación, como garantía de la deuda.

El artículo 236 habla de las minas de oro, plata, piedras preciosas, sustancias fósiles (petróleo, carbón y gas). También lagos no navegables y todos los bienes adquiridos por el Estado Nacional. Es decir que lo que más interesaría, sería obtener las riquezas naturales y hacerse del espacio geopolítico. En este punto, lo interesante es preguntarse por “el cómo” se llevarían esas riquezas naturales de nuestro territorio.

El mecanismo concreto por el cual se apropiarían las grandes empresas transnacionales de nuestras riquezas minerales se llama Inversión Extranjera Directa, entendido como el Régimen de Incentivo a Grandes Inversiones (RIGI), una herramienta que tendrá alcance e impacto en concordancia con la carga ideológica que el liberalismo vernáculo del gobierno de Javier Milei le otorga, asumiendo que nuestro país debe explotar nuestras ventajas naturales y ser exportador de materias primas. Es decir vender más de lo mismo. El desarrollismo, en cambio, basado en un Modelo Nacional Integrador, busca explotar estos recursos naturales, incluso exportarlos, pero con la mira puesta en transformar la matriz productiva diversificando y agregando valor a nuestras exportaciones, lo mismo que hicieron los grandes países liberales hoy desarrollados.

Abundan los casos que, desde las materias primas, fueron más allá integrando los sectores productivos y apostando a la innovación tecnológica, eje clave del desarrollo apalancándose así sobre sus recursos naturales y logrando mayor valor agregado. Canadá, Dinamarca, Finlandia, España, Estados Unidos o Noruega, supieron combinar sectores basados en materias primas, como el forestal, el minero, el alimenticio o los hidrocarburos, para luego diversificarlos en una fuerte industria automotriz o aeronáutica y/o de servicios basados en las telecomunicaciones y el conocimiento.

Está claro que Argentina necesita inversiones que liberen el potencial de su aparato productivo y una política consecuente para atraerlas que garantice seguridad jurídica a las mismas. Desde esa posición inobjetable, los defensores del RIGI justifican sus beneficios, que algunos  objetan de «excesivos», como la reducción impositiva por 30 años y la eliminación de la obligación de liquidación de divisas de exportación, como un necesario estimulo que compense nuestro largo historial de incumplimientos  luego de tantos años de populismo y desorden macroeconómico. Frente a esa situación, sostienen, no queda otra que brindar altos beneficios a los inversores, aun cuando podrían llevar a una pérdida significativa de recursos fiscales necesarios en el futuro.

Sin embargo, la cuestión de fondo es otra y es la relativa al espíritu y propósito de la norma. Vale entonces preguntarnos del “para qué” del Régimen de Incentivo a Grandes Inversiones (RIGI), desde una visión desarrollista como muchos, instan definirlo. Por empezar es importante tener claro que el “atraer inversiones” no es un concepto exclusivo del desarrollismo sino que es un espacio común en el que muchos sectores de la sociedad civil y política están de acuerdo. Por eso mismo debe ser analizado en contraste con el enfoque ideológico y político del gobierno porque lo que es una herramienta, el RIGI, estará limitado, u orientado, en concordancia con los aspectos y alcances que el decisor político le quiera y pueda dar.

 

     5.

 

Desde el enfoque liberal anarco-libertario del gobierno, ese “desarrollo económico” implica dinamizar sectores ricos en recursos naturales con amplio potencial exportador, para de esa manera generar divisas que ayuden a normalizar la economía argentina.  En concreto, el país se tiene que especializar preferentemente en exportar aquello que es en naturalmente competitivo: recursos naturales (soja, gas, litio, cobre, etc,) Incluso podemos sumar turismo y economía del conocimiento, pero siempre exportando, nunca pensando en integrarla al entramado productivo buscando bienes y servicios de mayor valor agregado. ¿Para qué, si es más simple, y nos pagan en dólares?, podría ser esta mirada que peca de facilista, cortoplacista e incluso sectorial en contraposición al bien común y al propio desarrollo.

Este tema es fundamental comprenderlo ya que esta “tara ideológica” está sumamente incorporada en el inconsciente colectivo argentino, como analizamos líneas arriba, posicionarnos como un país solamente proveedor de recursos naturales, incluyendo aún a los mejores intencionados que no ven el eje del problema. Para ilustrarlo mejor, la opinión objetiva externa del economista coreano Ha-Joon Chang[6] al respecto de esta cuestión fundamental para nuestro futuro es pertinente:

              “Cuando vengo a países como Argentina, a menudo les pregunto a los líderes políticos y líderes empresariales, ¿por qué son tan poco ambiciosos?, quiero decir, dados los recursos humanos, el tipo de tradiciones culturales y académicas que tienes, ¿cómo es que piensas que lo mejor que puedes hacer es cultivar soja? En realidad, hay empresas en este país que están compitiendo en lo más alto de la Liga Mundial, como esta empresa involucrada, que es la que exporta energía nuclear a los Países Bajos. Entonces, ¿por qué no puedes hacer más de eso? ¿Cómo está bien que un país como éste siga siendo nuestro productor de materias primas esenciales? Creo que debe haber algo en la psique nacional que te hace pensar que no puedes ser mejor, no sé qué es, no sé lo suficiente sobre la historia de este país, pero creo que realmente deben hacerse esa pregunta.”

Se trata de la misma mentalidad, que sustentó al modelo económico de principios del siglo XX, y que tanto pregona el gobierno de Javier Milei en su discurso, promoviendo una lógica similar a la que impulsó la economía argentina en esa época. Y es que eso de simplemente «producir y vender lo que tenemos y el mundo comprará» suena hasta lógico, pero finalmente no es más que una trampa que condena a los países al subdesarrollo.  El propio Rogelio Frigerio produjo una  mirada crítica de este modelo atado a las exportaciones el cual resultó insuficiente y generó la fuerte dependencia típica de un modelo productivo altamente primarizado.

El enfoque desarrollista basado en un Modelo Nacional Integrador, en contraposición al liberalismo vernáculo que propone el gobierno actual, busca no sólo explotar recursos naturales, sino integrarlos en una estrategia de diversificación productiva. Sobre todo, porque hay una razón más que relevante y preocupante: El modelo de explotación de recursos naturales que propone el RIGI no es viable y es malicioso para un país como Argentina: deja a millones de personas afuera del sistema.

Por supuesto que este limitante no es liberal, sino propio de la mala interpretación que hace del liberalismo el gobierno argentino. Históricamente los grandes países liberales han promovido su desarrollo precisamente a partir de procesos de industrialización y expansión de la cadena de valor dejando atrás su base en economías primarias, con Inglaterra y los Estados Unidos a la cabeza.

Esta propuesta es insuficiente e incapaz de resolver uno de los verdaderos problemas de fondo como es la pobreza estructural. Traer inversiones es un hecho positivo, pero desarrollar,  potenciar las economías regionales y la capacidad técnica y productiva del país es un deber moral, con más de 50% de pobres en la actualidad. Y es que en un modelo primarizante exportador a algunos le va muy bien pero otros deberán conformarse con el mítico derrame. Es la esencia de sociedades desiguales, basadas en principios individualistas lejanas a esa Argentina de robusta clase media cuyo bienestar y equidad la diferenció y fue la envidia del resto de América Latina.

Podríamos decir que se anteponen dos modelos de país, el Modelo Exportador Extractivista y el Modelo Nacional Integrador, puesto que el primero persigue metas macroeconómicas sin modificar las condiciones estructurales de la economía argentina y el segundo quiere cambiarlas.

 

                                                                       6.

Es bajo esta impronta que se ha promovido y se orienta desde el gobierno el RIGI. Por cómo y desde dónde está planteado y ejecutado, no será un instrumento para cambiar la estructura productiva, diversificarla y promover el desarrollo. 

Estas críticas no quitan que sea oportuno haber generado un régimen de promoción de grandes inversiones. Ahora bien, no esperemos que las mismas bajo este gobierno, tengan el propósito y el enfoque desarrollista como modelo integrador que viene planteando.  Sus inversiones pueden traer crecimiento, pero no traerán desarrollo desde el esquema político mental que lo orienta. Quizás, en el mejor de los casos, servirá para cambiar la necesaria inercia frente a la falta de inversiones, traiga imprescindibles divisas y genere infraestructura que pueda ser potenciada, en el marco de la sana alternancia democrática, por un gobierno que promueva la transformación productiva confluyendo el rol del Estado con las leyes del mercado, pero sin descuidar el carácter social del mismo[7].

Precisamente, la degradación del rol del Estado que explícitamente declama este gobierno, retorica muchas veces bien recibida por gran parte de la sociedad debido al abusivo y pernicioso estatismo kirchnerista, es sin embargo, uno de los mayores daños de la experiencia del gobierno libertario que deberemos enfrentar.

Una sentencia final de Frigerio deja bien clara la visión desarrollista, que entiende que, reducir y volver eficiente al Estado es necesario en tanto y cuanto, lo ponga en valor como instrumento de realización de los intereses nacionales, respetando las leyes del mercado sí, pero con la fuerza de poder orientar el proceso económico a la consumación de estos.[8]

      «A nuestro juicio, el Estado nacional debe ser lo más reducido que sea posible en su tamaño y a la vez dotado de la mayor fuerza que sea posible a fin de orientar el proceso económico conforme a los intereses nacionales.»

Precisamente un programa desarrollista, que nunca tuvo ni tendrá este gobierno, debería ir en esa dirección, ya que su fin no es otro que consolidar e integrar la Nación, sus regiones, sus clases y sectores políticos con todo el desafío que eso implica. Y desde lo económico, plantear una seria y real transformación y diversificación de la estructura productiva. Es decir promover un cambio cualitativo.

Es el error de los populistas y los liberales argentinos decía Frigerio: “los primeros expanden el consumo sin cambiar la estructura productiva y los segundos lo contraen también dejando intacta la estructura. Ambos son pesos y contrapesos de un mecanismo que tendiente a conservar intacto el aparato productivo”.

 

                                                                         7.

Ya en sus escritos, Rogelio Frigerio expone en lenguaje generoso las claves del pensamiento desarrollista en la Argentina, en las que se enuncian las bases conceptuales, políticas y económicas para impulsar el desarrollo de países subdesarrollados, como era el caso del nuestro en las décadas de 1950 y 1960.

La noción de desarrollismo que Frigerio argumenta es la que distingue entre crecimiento económico y desarrollo. Para él, el desarrollo no es solo un aumento en la producción o el ingreso, sino un proceso integral que involucra transformaciones estructurales en la economía, la sociedad y la política. Este proceso debe basarse en la industrialización como motor principal para diversificar la economía, la autonomía económica para reducir la dependencia de los mercados internacionales y del capital extranjero y el equilibrio social que asegura que el desarrollo beneficie a todos los sectores sociales.

Argumenta también que el Estado tiene un papel protagónico en la política del desarrollo. Frigerio piensa que es necesario que el Estado actúe como planificador y coordinador del crecimiento económico, promoviendo políticas industriales, de infraestructura y de energía. La inversión pública debe orientarse a sectores estratégicos como la producción de energía, el transporte y la construcción de infraestructura básica. La política estatal debe estar orientada a atraer capital extranjero, pero bajo términos que favorezcan los intereses nacionales.

En contraposición al modelo del RIGI, Rogelio ya planteaba la necesidad de una  integración nacional al sostener que el subdesarrollo argentino no era solo económico, sino también político y social. Por ello, proponía una integración territorial a través de recrear una infraestructura que conecte regiones y fomente el desarrollo equitativo en todo el país (ayudando a las economías regionales y creando un claro plan de desarrollo para proveedores locales), y recreando acuerdos sociales para aunar consensos entre trabajadores, empresarios y el Estado y de esa forma reducir los conflictos y construir un proyecto común.

Por eso, aún siendo muy crítico de la dependencia, Frigerio reconocía que el capital extranjero puede ser útil si se lo utiliza estratégicamente. Argumentaba que la inversión extranjera debe complementar, no reemplazar, los esfuerzos nacionales. Para ello, es fundamental negociar condiciones que beneficien al desarrollo local, evitando el saqueo de recursos o la fuga de capitales.

Por eso, la política como herramienta del desarrollo es trascendental, ya que planteaba que el desarrollo no es solo una cuestión técnica o económica, sino profundamente política. Para lograrlo, era necesaria una conducción política fuerte con visión de largo plazo. Debía construirse un movimiento político amplio y pragmático que supere las divisiones ideológicas tradicionales, y de esa manera presentar al desarrollismo como una alternativa a los modelos económicos tradicionales: contra el liberalismo clásico, que deja el desarrollo al libre mercado y contra el estatismo-populismo centralizado, que Frigerio considera ineficaz y autoritario. Propondrá entonces una "tercera vía", una doctrina basada en el desarrollismo que combine la planificación estatal, la iniciativa privada y la inversión extranjera controlada.

Las ideas de Rogelio Julio Frigerio fueron una respuesta a las necesidades y debates de la Argentina y América Latina en un contexto de Guerra Fría y de fuerte dependencia económica. Intentó construir una propuesta pragmática y realista que pudiera aplicarse en países con estructuras económicas similares a la de Argentina, siendo todavía hoy, una referencia  para quienes estudian el pensamiento económico y político del desarrollismo.

 

 

 

Referencias bibliográficas

Frigerio, F. (1962) Cuatro años (1958-1962). Recopilación de política económica para argentinos. Ensayos y conferencias sobre política económica, Concordia, Buenos Aires.

Frigerio, F. (1965) "La reforma agraria" en Arturo Frondizi, El problema agrario argentino, Desarrollo, Buenos Aires, 1965

Frigerio, F. (1968) La integración regional instrumento del monopolio, Hernández, Buenos Aires

Frondizi, A. (1955) "Ni odio ni miedo, reconstrucción del país", Buenos Aires, 1955 (folleto)

Frondizi, A. (1965)El problema agrario argentino, Desarrollo, Buenos Aires.

Frondizi, A y Frigerio, R. (1965). Introducción a los problemas nacionales, Buenos Aires, Ed CEN.

Frondizi, A. (1964). Estrategia y táctica del movimiento nacional, Buenos Aires, Editorial desarrollo

Luna, F (1963) Diálogos con Frondizi, Buenos Aires, Ed. Desarrollo.

Svampa, M. (2013). “‘Consenso de los Commodities’ y lenguajes de valoración en América Latina”, en Nueva Sociedad, núm. 244, marzo-abril de 2013.

Svampa, M. (2012). “Extractivismo neodesarrollista y movimientos sociales: ¿Un giro ecoterritorial hacia nuevas alternativas?”, en Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo. Más allá del desarrollo, Quito, Fundación Rosa Luxemburgo [edición argentina: 2012, Buenos Aires, América Libre-Fundación Rosa Luxemburgo].

Svampa, M. (2011) “Modelo de desarrollo y cuestión ambiental en América Latina: categorías y escenarios en disputa”, en Wanderley, Fernanda (comp.) El desarrollo en cuestión. Reflexiones desde América Latina, La Paz, Editorial Plural, Oxfam y CIDES-UMSA.

 

 

 



[1] Licenciado y profesor en Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires. Cursó la Maestría en Estudios Sociales Latinoamericanos en la misma casa de estudio. Se desempeña como profesor y educador en diferentes instituciones y programas educativos hace muchos años. Es autor de varios artículos académicos especializados, que versan sobre política nacional e internacional, geopolítica, economía, educación, cultura y religión.

[2] La batalla por el derecho internacional durante la era de la descolonización -la cual tuvo lugar desde mediados de los años 1950 hasta la década de 1970- fue en gran medida una lucha que giró en torno a la naturaleza, la función y los objetivos del Estado. El Estado, que ya había sido aceptado como el horizonte emancipatorio por el orden internacional vigente, tenía que ser domesticado y reencauzado para poner en marcha un nuevo futuro. De manera interesante, o trágica, quizás, esta disputa sobre la función y el propósito del Estado fue determinada de manera radical por el proyecto desarrollista -otro hijo del orden internacional, esta vez más joven, de la mitad del siglo XX-. Estado, desarrollo y derecho internacional fueron, en este orden de ideas, tres de los principales derroteros que vinieron a organizar la descolonización de los pueblos en el Sur. Hoy, varias décadas después del fin formal del imperialismo, seguimos batallando con la figura política, económica, social y administrativa que resultó de este encuentro: "el Estado desarrollista".

[3] WILDER, G. Freedom Time: Negritude, Decolonization, and the Future of the World. Duke University Press, 2014, 241. Ver también, GETCHEW, A. Worldmaking after Empire The Rise and Fall of Self-Determination. Princeton University Press, 2019.

[4] El «Consenso de los Commodities» subraya el ingreso de América Latina en un nuevo orden económico y político-ideológico, sostenido por el boom de los precios internacionales de las materias primas y los bienes de consumo demandados cada vez más por los países centrales y las potencias emergentes. Se utiliza en contrapartida relativa al viejo término “Consenso de Washington” característico de los años 90, que venía a establecer un pensamiento único hegemónico de corte neoliberal para la adopción de diferentes políticas publicas emanadas desde el corazón de los EE.UU. para la región latinoamericana.

[5] Para más información leer: LINK

 

[6] Ver nota LINK

[7] Ver LINK.

[8] Ver LINK