Resumen
En
el siguiente artículo analizamos por qué es necesario un proyecto económico
basado en un modelo de integración productivo nacional y no en uno empobrecedor
como plantea el RIGI del actual gobierno del presidente Milei.
Abst
In
the following article we analyze why an economic project based on a national
productive integration model is necessary and not on an impoverishing one as
proposed by the RIGI of the current government of President Milei.
Desarrollismo
e inversiones en la Argentina. Un Modelo Nacional Integrador para contraponerse
al proyecto empobrecedor del RIGI.
Prof. Lic. Esteban Amoretti
1.
Intelectuales,
políticos, empresarios y decisores de orden público que se enrolan en las filas
del desarrollismo, muchas veces dejan sin abordar (o mencionan en poca medida
en diferentes presentaciones e investigaciones) el desbalance que ocasiona la
entrega del patrimonio nacional y la explotación desmedida vinculada a la
actividad extractiva demandada por los principales países del orden
internacional. Este pensamiento económico que augura que prontas inversiones
directas son una salida salvífica para desarrollar la estructura productiva de
los países en vías de desarrollo, parece (des)conocer los lazos de (neo)
dependencia que genera abrazar este tipo de políticas.
El
desarrollismo expuesto por Frigerio durante la década del ´50 del siglo pasado,
planteaba la dependencia en términos de beneficio mutuo. Los países
subdesarrollados crecían cediendo cierta parte de sus frutos a los proveedores
de capital. Así las condiciones que atraían el capital, la confianza y la
estabilidad, se convertían en los principales garantes del genuino desarrollo.
Hoy, los (neo) desarrollistas que (re)plantean y (re)categorizan su corpus de
ideas no se cuestionan dichos argumentos, haciendo de su pensamiento un calco
de las viejas condiciones estructurales, cuando las actuales se diferencian
sobremanera de las de antaño.
Fundamentalmente
porque dejan dos cuestiones sin soslayar. Olvidan o evaden en sus
argumentaciones las condiciones de dependencia que plantea el proyecto
desarrollista (el original y la copia) y el posicionamiento que hace el Estado
(neo) desarrollista
como el principal garante y muchas veces beneficiario de este tipo de propuesta
política y económica, sin mencionar que la inversión externa no se limita
solamente a obtener a cambio dividendos e intereses, sino que implica cesión de
soberanía y perdida de autodeterminación del país.
Recordemos
que la génesis e importancia del Estado desarrollista para nuestro estudio
durante el periodo de descolonización -el cual tuvo lugar desde mediados de los
años 1950 hasta la década de 1970- y, de manera más general, para nuestro
entendimiento de la historia del orden global, es tomando como punto de partida
de la historia -mucho más temprana- de la experiencia latinoamericana con el
colonialismo europeo, junto con los retos que trajo consigo su independencia,
demostrando que el Estado desarrollista que surgió gradualmente en la región
latinoamericana vino a definir los límites de lo pensable y lo posible para el
resto del mundo poscolonial.
Durante
la segunda mitad del siglo XX, en particular, el Estado desarrollista probó ser
una bestia muy difícil de domesticar en términos de los intereses de los
habitantes del Sur, tanto en Latinoamérica como más allá. Atrincherado en el
proyecto de la modernidad, muy cercano a la maquinaria institucional de los
poderes coloniales, y dependiente de las economías "avanzadas", el Estado
desarrollista prometió mucho, y al mismo tiempo terminó comprometiendo
demasiado al Sur Global. Esta es una historia que continúa marcando la vida
diaria del Sur, y cada vez más, los nuevos "sures" del Norte Global.
Como
ha afirmado Gary Wilder,
"la formación histórico-mundial conocida como 'descolonización' fue al
mismo tiempo un proceso de emancipación de los pueblos" y "un proceso
heterogéneo de reestructuración imperial". Nosotros nos posicionamos junto
a este pensamiento agregando que el Estado desarrollista fue el vehículo
mediante el cual se llevó a cabo esta reestructuración del imperialismo, y este
a su vez, desembocó en férreas condiciones de neocolonialismo y dependencia.
2.
La
Argentina y la región latinoamericana dependiente, mantienen una mirada eldoradista
sobre los recursos naturales. Tomamos esta expresión del sociólogo
boliviano René Zavaleta (1986) quien afirmaba que la idea del subcontinente
como lugar por excelencia de los grandes recursos naturales fue dando forma al
mito del excedente, “uno de los más fundantes y primigenios en América Latina”.
Con ello, el autor boliviano hacía referencia al mito “eldoradista” que “todo
latinoamericano espera en su alma”, ligado al súbito descubrimiento material
(de un recurso o bien natural), que genera el excedente como “magia”, “que en
la mayor parte de los casos no ha sido utilizado de manera equilibrada”.
Aunque
las preocupaciones de Zavaleta poco tenían que ver con la problemática de la
sustentabilidad ambiental, que hoy es tan importante en nuestras sociedades,
creemos que resulta legítimo retomar esta reflexión para pensar en el actual
retorno de este mito fundante, de larga duración, ligado a la abundancia de los
recursos naturales y sus ventajas, en el marco de un nuevo ciclo de
acumulación. Por ende, entendemos la visión eldoradista de los recursos
naturales como una expresión regional de la actual ilusión desarrollista.
(Svampa, 2012)
En
este sentido, es necesario reconocer también que el actual proceso de
construcción de territorialidad se realiza en un espacio complejo, en el cual
se entrecruzan lógicas de acción y racionalidades portadoras de valoraciones
diferentes. De modo esquemático, puede afirmarse que existen diferentes lógicas
de territorialidad, según nos refiramos a los grandes actores económicos (corporaciones,
elites económicas), a los Estados (en sus diversos niveles), o a los diferentes
actores sociales organizados y/o intervinientes en el conflicto. Mientras que
las lógicas territoriales de las corporaciones y las elites económicas se
enmarcan en un paradigma economicista, que señala la importancia de transformar
aquellos espacios donde se encuentran los recursos naturales considerados
estratégicos en territorios eficientes y productivos; la lógica estatal, en sus
diversos niveles, suele insertarse en un espacio de geometría variable, esto
es, en un esquema multiactoral (de complejización de la sociedad civil,
ilustrada por movimientos sociales, ONG y otros actores), pero en estrecha
asociación con los capitales privados multinacionales, cuyo peso en las
economías nacionales es cada vez mayor. Ello coloca límites claros a la acción
del Estado nacional y un umbral inexorable a la propia demanda de
democratización de las decisiones, por parte de las comunidades y poblaciones
afectadas por los grandes proyectos extractivos.
Como
argumenta la socióloga argentina Maristella Svampa (2012), no hay que olvidar
tampoco que el retorno del Estado a sus funciones redistributivas se afianza
sobre un tejido social diferente al de antaño, producto de las transformaciones
de los años neoliberales, y en muchos casos en continuidad –abierta o solapada-
con aquellas políticas sociales compensatorias, difundidas en los años `90
mediante las recetas del Banco Mundial. En este contexto y mal que le pese, el
(neo) desarrollismo progresista comparte con el (neo) desarrollismo liberal
tópicos y marcos comunes, aún si busca establecer notorias diferencias en
relación al rol del Estado y las esferas de democratización.
Este
escenario contrastante que presenta hoy América Latina abre un terreno de
grandes acechanzas. Uno de los rasgos más notorios de la época es que el
Consenso de los Commodities
abrió una brecha, una herida, en el pensamiento crítico latinoamericano, el
cual en los `90, mostraba rasgos mucho más aglutinantes, frente al carácter
monopólico del neoliberalismo como usina ideológica. Así, el presente
latinoamericano refleja diferentes tendencias políticas e intelectuales: por un
lado, están aquellas posiciones que dan cuenta del retorno del concepto de
desarrollo, en sentido fuerte, esto es, asociado a una visión productivista,
que incorpora conceptos engañosos, de resonancia global (Desarrollo sustentable
en su versión débil, Responsabilidad Social Empresarial, gobernanza), al tiempo
que busca sostenerse a través de una retórica falsamente industrialista.
Sea
en el lenguaje crudo de la desposesión ((neo) desarrollismo neoliberal) como en
aquel que apunta al control del excedente por parte del Estado ((neo)
desarrollismo progresista), el actual modelo de desarrollo se apoya sobre un
paradigma extractivista, se nutre de la idea de “oportunidades económicas” o
“ventajas comparativas” proporcionadas por el Consenso de los Commodities, y
despliega ciertos imaginarios sociales (la visión eldoradista en clave
desarrollista) desbordando las fronteras político-ideológicas que los años `90
habían erigido.
Así,
por encima de las diferencias que es posible establecer en términos
político-ideológicos y los matices que podamos hallar, dichas posiciones
reflejan la tendencia a consolidar un modelo neocolonial de apropiación y
explotación de los bienes comunes, que avanza sobre las poblaciones desde una
lógica vertical (de arriba hacia abajo), colocando en un gran tembladeral los
avances producidos en el campo de la democracia participativa e inaugurando un
nuevo ciclo de criminalización y violación de los derechos humanos.
Asimismo,
neoliberales y progresistas resaltan la asociación entre mega-proyectos
extractivistas y trabajo, generando expectativas laborales en la población que
pocas veces se cumplen, puesto que en realidad se trata de proyectos
capital-intensivos y no trabajo-intensivos, tal como lo muestra de manera
emblemática el caso de la minería a gran escala. Comparten la idea del
“destino” inexorable de América Latina como “sociedades exportadoras de
Naturaleza”, como afirmaba Fernando Coronil, en función de la nueva división
internacional del trabajo y en nombre de las ventajas comparativas
(especialización interna y dependencia externa).
Por
último, el lenguaje progresista comparte además con el lenguaje neoliberal, la
orientación adaptativa de la economía a los diferentes ciclos de acumulación.
Esta confirmación de una “economía adaptativa” es uno de los núcleos duros que
atraviesa sin solución de continuidad el Consenso de Washington y el Consenso
de los Commodities, más allá de que los gobiernos progresistas enfaticen una
retórica que reivindica la autonomía económica y la soberanía nacional, y
postulen la construcción de un espacio político latinoamericano.
3.
¿Cómo
balancear entonces la integración y el desarrollo nacional sin olvidar la
problemática soberana y medioambiental? ¿Es posible para el caso argentino?
Hace
muchos lustros, la Argentina presenta un escenario marcado por una notable
debilidad política, económica, educativa, tecnológica y militar, producto de su
corrosiva inestabilidad institucional, recurrentes golpes cívico-militares,
aventurismo militar que condujo a la derrota en Malvinas, continuos colapsos
financieros, hiperinflación, endeudamiento externo e interno imposible de
administrar y resolver, como así también, un marco insoportable de niveles
inauditos de corrupción. Todos ingredientes que definen la receta de la
decadencia.
Para
revertirlo, diferentes funcionarios, referentes de partidos políticos,
fundaciones, tanques de pensamiento, ONG, intelectuales y grupos financieros y
empresariales dicen conocer la solución que terminará con dicha situación y así
poner fin a tantos años de incertidumbre y sufrimiento.
A
nuestro entender, tanto el modelo desarrollista clásico como el nuevo, muestran
sugerentes falencias que nos hacen pensar que, -más allá de sus buenas
intenciones-, dejan sin considerar variables importantes en su diagnóstico
definitivo. Olvidan o evaden la problemática de la soberanía y la agenda
medioambiental en relación a las actividades extractivas que países
dependientes como el nuestro debería considerar.
Analicemos
el caso argentino en perspectiva real (propedéutica), (pre)figurando un
análisis geoeconómico que nos ayude a esgrimir un diagnóstico significativo
sobre la situación actual en materia de desarrollo y dependencia, de manera tal
que sea adecuado y gravitante para comprender el futuro del país y el de futuras
generaciones.
4.
Para
comprender seriamente este marco en el que estamos inmersos, es necesario abrir
y promover un debate intelectual que reconozca uno de los principales peligros
que se cierne sobre nuestra integridad territorial, otorgándonos la posibilidad
de categorizarlo y analizarlo para que de esa forma, podamos realizar una clara
identificación del mismo: nos referimos al pago y acumulación de DEUDA EXTERNA:
EL VENIDERO ‘CANJE DE DEUDA POR TERRITORIO’.
La
Deuda Externa conforma el principal instrumento de control sobre la Argentina.
Se trata de un sistema de deuda de complejo diseño que se ha profundizado y
empeorado desde hace más de cuarenta años a esta parte. Su objetivo es que
Argentina jamás termine de pagarla, para así poder exigir la entrega de otros
bienes infinitamente más valiosos, como nuestros recursos naturales y el mismo
territorio.
Como
plantea el sociólogo Gustavo Koenig, el 11 de enero de 2017, a través del
decreto 29/2017, el presidente Mauricio Macri facultó al Ministerio de Finanzas
a tomar deuda por 20.000 millones de dólares y definió la jurisdicción a favor
de tribunales en Nueva York y Londres. Acto seguido, dejó constancia de la
renuncia de la Argentina a la Inmunidad Soberana y excluyó de este
desistimiento a las reservas del Banco Central, los bienes diplomáticos, la
herencia cultural, los depósitos bancarios y otros medios de pago.
Sin
embargo, el decreto nada dice en su cuerpo de los bienes comprendidos en el
artículo 236 del Código Civil y Comercial. Se termina incluyendo expresamente
como prenda a los Recursos Naturales, en caso de que Argentina no pueda
afrontar el pago de intereses o del capital de deuda. Los Recursos Naturales,
es decir el territorio mismo de la Nación, como garantía de la deuda.
El
artículo 236 habla de las minas de oro, plata, piedras preciosas, sustancias
fósiles (petróleo, carbón y gas). También lagos no navegables y todos los
bienes adquiridos por el Estado Nacional. Es decir que lo que más interesaría,
sería obtener las riquezas naturales y hacerse del espacio geopolítico. En este
punto, lo interesante es preguntarse por “el cómo” se llevarían esas riquezas
naturales de nuestro territorio.
El
mecanismo concreto por el cual se apropiarían las grandes empresas
transnacionales de nuestras riquezas minerales se llama Inversión Extranjera
Directa, entendido como el Régimen de Incentivo a Grandes Inversiones
(RIGI), una herramienta que tendrá alcance e impacto en concordancia con la
carga ideológica que el liberalismo vernáculo del gobierno de Javier Milei le
otorga, asumiendo que nuestro país debe explotar nuestras ventajas naturales y
ser exportador de materias primas. Es decir vender más de lo mismo. El
desarrollismo, en cambio, basado en un Modelo Nacional Integrador, busca
explotar estos recursos naturales, incluso exportarlos, pero con la mira puesta
en transformar la matriz productiva diversificando y agregando valor a nuestras
exportaciones, lo mismo que hicieron los grandes países liberales hoy
desarrollados.
Abundan
los casos que, desde las materias primas, fueron más allá integrando los
sectores productivos y apostando a la innovación tecnológica, eje clave del
desarrollo apalancándose así sobre sus recursos naturales y logrando mayor
valor agregado. Canadá, Dinamarca, Finlandia, España, Estados Unidos o Noruega,
supieron combinar sectores basados en materias primas, como el forestal, el
minero, el alimenticio o los hidrocarburos, para luego diversificarlos en una
fuerte industria automotriz o aeronáutica y/o de servicios basados en las
telecomunicaciones y el conocimiento.
Está
claro que Argentina necesita inversiones que liberen el potencial de su aparato
productivo y una política consecuente para atraerlas que garantice seguridad
jurídica a las mismas. Desde esa posición inobjetable, los defensores del RIGI
justifican sus beneficios, que algunos objetan de «excesivos», como la
reducción impositiva por 30 años y la eliminación de la obligación de
liquidación de divisas de exportación, como un necesario estimulo que compense
nuestro largo historial de incumplimientos luego de tantos años de populismo y
desorden macroeconómico. Frente a esa situación, sostienen, no queda otra que
brindar altos beneficios a los inversores, aun cuando podrían llevar a una
pérdida significativa de recursos fiscales necesarios en el futuro.
Sin
embargo, la cuestión de fondo es otra y es la relativa al espíritu y propósito
de la norma. Vale entonces preguntarnos del “para qué” del Régimen de Incentivo
a Grandes Inversiones (RIGI), desde una visión desarrollista como muchos,
instan definirlo. Por empezar es importante tener claro que el “atraer
inversiones” no es un concepto exclusivo del desarrollismo sino que es un espacio
común en el que muchos sectores de la sociedad civil y política están de
acuerdo. Por eso mismo debe ser analizado en contraste con el enfoque
ideológico y político del gobierno porque lo que es una herramienta, el RIGI,
estará limitado, u orientado, en concordancia con los aspectos y alcances que
el decisor político le quiera y pueda dar.
5.
Desde
el enfoque liberal anarco-libertario del gobierno, ese “desarrollo económico”
implica dinamizar sectores ricos en recursos naturales con amplio potencial
exportador, para de esa manera generar divisas que ayuden a normalizar la
economía argentina. En concreto, el país se tiene que especializar
preferentemente en exportar aquello que es en naturalmente competitivo:
recursos naturales (soja, gas, litio, cobre, etc,) Incluso podemos sumar
turismo y economía del conocimiento, pero siempre exportando, nunca pensando en
integrarla al entramado productivo buscando bienes y servicios de mayor valor
agregado. ¿Para qué, si es más simple, y nos pagan en dólares?, podría ser esta
mirada que peca de facilista, cortoplacista e incluso sectorial en
contraposición al bien común y al propio desarrollo.
Este
tema es fundamental comprenderlo ya que esta “tara ideológica” está sumamente
incorporada en el inconsciente colectivo argentino, como analizamos líneas
arriba, posicionarnos como un país solamente proveedor de recursos naturales,
incluyendo aún a los mejores intencionados que no ven el eje del problema. Para
ilustrarlo mejor, la opinión objetiva externa del economista coreano Ha-Joon
Chang
al respecto de esta cuestión fundamental para nuestro futuro es pertinente:
“Cuando vengo a países
como Argentina, a menudo les pregunto a los líderes políticos y líderes
empresariales, ¿por qué son tan poco ambiciosos?, quiero decir, dados los
recursos humanos, el tipo de tradiciones culturales y académicas que tienes,
¿cómo es que piensas que lo mejor que puedes hacer es cultivar soja? En
realidad, hay empresas en este país que están compitiendo en lo más alto de la Liga
Mundial, como esta empresa involucrada, que es la que exporta energía nuclear a
los Países Bajos. Entonces, ¿por qué no puedes hacer más de eso? ¿Cómo está
bien que un país como éste siga siendo nuestro productor de materias primas
esenciales? Creo que debe haber algo en la psique nacional que te hace pensar
que no puedes ser mejor, no sé qué es, no sé lo suficiente sobre la historia de
este país, pero creo que realmente deben hacerse esa pregunta.”
Se
trata de la misma mentalidad, que sustentó al modelo económico de principios
del siglo XX, y que tanto pregona el gobierno de Javier Milei en su discurso,
promoviendo una lógica similar a la que impulsó la economía argentina en esa
época. Y es que eso de simplemente «producir y vender lo que tenemos y el mundo
comprará» suena hasta lógico, pero finalmente no es más que una trampa que
condena a los países al subdesarrollo. El propio Rogelio Frigerio produjo una mirada
crítica de este modelo atado a las exportaciones el cual resultó insuficiente y
generó la fuerte dependencia típica de un modelo productivo altamente
primarizado.
El
enfoque desarrollista basado en un Modelo Nacional Integrador, en contraposición
al liberalismo vernáculo que propone el gobierno actual, busca no sólo explotar
recursos naturales, sino integrarlos en una estrategia de diversificación
productiva. Sobre todo, porque hay una razón más que relevante y preocupante:
El modelo de explotación de recursos naturales que propone el RIGI no es viable
y es malicioso para un país como Argentina: deja a millones de personas afuera
del sistema.
Por
supuesto que este limitante no es liberal, sino propio de la mala
interpretación que hace del liberalismo el gobierno argentino. Históricamente
los grandes países liberales han promovido su desarrollo precisamente a partir
de procesos de industrialización y expansión de la cadena de valor dejando
atrás su base en economías primarias, con Inglaterra y los Estados Unidos a la
cabeza.
Esta
propuesta es insuficiente e incapaz de resolver uno de los verdaderos problemas
de fondo como es la pobreza estructural. Traer inversiones es un hecho
positivo, pero desarrollar, potenciar las economías regionales y la capacidad
técnica y productiva del país es un deber moral, con más de 50% de pobres en la
actualidad. Y es que en un modelo primarizante exportador a algunos le va muy
bien pero otros deberán conformarse con el mítico derrame. Es la esencia de
sociedades desiguales, basadas en principios individualistas lejanas a esa
Argentina de robusta clase media cuyo bienestar y equidad la diferenció y fue
la envidia del resto de América Latina.
Podríamos
decir que se anteponen dos modelos de país, el Modelo Exportador Extractivista
y el Modelo Nacional Integrador, puesto que el primero persigue metas
macroeconómicas sin modificar las condiciones estructurales de la economía
argentina y el segundo quiere cambiarlas.
6.
Es
bajo esta impronta que se ha promovido y se orienta desde el gobierno el RIGI. Por
cómo y desde dónde está planteado y ejecutado, no será un instrumento para
cambiar la estructura productiva, diversificarla y promover el desarrollo.
Estas
críticas no quitan que sea oportuno haber generado un régimen de promoción de
grandes inversiones. Ahora bien, no esperemos que las mismas bajo este gobierno,
tengan el propósito y el enfoque desarrollista como modelo integrador que viene
planteando. Sus inversiones pueden traer crecimiento, pero no traerán
desarrollo desde el esquema político mental que lo orienta. Quizás, en el mejor
de los casos, servirá para cambiar la necesaria inercia frente a la falta de
inversiones, traiga imprescindibles divisas y genere infraestructura que pueda
ser potenciada, en el marco de la sana alternancia democrática, por un gobierno
que promueva la transformación productiva confluyendo el rol del Estado con las
leyes del mercado, pero sin descuidar el carácter social del mismo.
Precisamente,
la degradación del rol del Estado que explícitamente declama este gobierno,
retorica muchas veces bien recibida por gran parte de la sociedad debido al
abusivo y pernicioso estatismo kirchnerista, es sin embargo, uno de los mayores
daños de la experiencia del gobierno libertario que deberemos enfrentar.
Una
sentencia final de Frigerio deja bien clara la visión desarrollista, que
entiende que, reducir y volver eficiente al Estado es necesario en tanto y
cuanto, lo ponga en valor como instrumento de realización de los intereses
nacionales, respetando las leyes del mercado sí, pero con la fuerza de poder
orientar el proceso económico a la consumación de estos.
«A nuestro juicio, el Estado nacional debe ser lo más reducido que sea posible
en su tamaño y a la vez dotado de la mayor fuerza que sea posible a fin de
orientar el proceso económico conforme a los intereses nacionales.»
Precisamente
un programa desarrollista, que nunca tuvo ni tendrá este gobierno, debería ir
en esa dirección, ya que su fin no es otro que consolidar e integrar la Nación,
sus regiones, sus clases y sectores políticos con todo el desafío que eso
implica. Y desde lo económico, plantear una seria y real transformación y
diversificación de la estructura productiva. Es decir promover un cambio
cualitativo.
Es
el error de los populistas y los liberales argentinos decía Frigerio: “los
primeros expanden el consumo sin cambiar la estructura productiva y los
segundos lo contraen también dejando intacta la estructura. Ambos son pesos y
contrapesos de un mecanismo que tendiente a conservar intacto el aparato
productivo”.
7.
Ya
en sus escritos, Rogelio Frigerio expone en lenguaje generoso las claves del
pensamiento desarrollista en la Argentina, en las que se enuncian las bases
conceptuales, políticas y económicas para impulsar el desarrollo de países
subdesarrollados, como era el caso del nuestro en las décadas de 1950 y 1960.
La
noción de desarrollismo que Frigerio argumenta es la que distingue entre crecimiento
económico y desarrollo. Para él, el desarrollo no es solo un aumento en la
producción o el ingreso, sino un proceso integral que involucra
transformaciones estructurales en la economía, la sociedad y la política. Este
proceso debe basarse en la industrialización como motor principal para
diversificar la economía, la autonomía económica para reducir la dependencia de
los mercados internacionales y del capital extranjero y el equilibrio social
que asegura que el desarrollo beneficie a todos los sectores sociales.
Argumenta
también que el Estado tiene un papel protagónico en la política del desarrollo.
Frigerio piensa que es necesario que el Estado actúe como planificador y
coordinador del crecimiento económico, promoviendo políticas industriales, de infraestructura
y de energía. La inversión pública debe orientarse a sectores estratégicos como
la producción de energía, el transporte y la construcción de infraestructura
básica. La política estatal debe estar orientada a atraer capital extranjero,
pero bajo términos que favorezcan los intereses nacionales.
En
contraposición al modelo del RIGI, Rogelio ya planteaba la necesidad de una integración
nacional al sostener que el subdesarrollo argentino no era solo económico, sino
también político y social. Por ello, proponía una integración territorial a
través de recrear una infraestructura que conecte regiones y fomente el desarrollo
equitativo en todo el país (ayudando a las economías regionales y creando un
claro plan de desarrollo para proveedores locales), y recreando acuerdos
sociales para aunar consensos entre trabajadores, empresarios y el Estado y de
esa forma reducir los conflictos y construir un proyecto común.
Por
eso, aún siendo muy crítico de la dependencia, Frigerio reconocía que el
capital extranjero puede ser útil si se lo utiliza estratégicamente. Argumentaba
que la inversión extranjera debe complementar, no reemplazar, los esfuerzos
nacionales. Para ello, es fundamental negociar condiciones que beneficien al
desarrollo local, evitando el saqueo de recursos o la fuga de capitales.
Por
eso, la política como herramienta del desarrollo es trascendental, ya que
planteaba que el desarrollo no es solo una cuestión técnica o económica, sino
profundamente política. Para lograrlo, era necesaria una conducción política
fuerte con visión de largo plazo. Debía construirse un movimiento político
amplio y pragmático que supere las divisiones ideológicas tradicionales, y de
esa manera presentar al desarrollismo como una alternativa a los modelos
económicos tradicionales: contra el liberalismo clásico, que deja el desarrollo
al libre mercado y contra el estatismo-populismo centralizado, que Frigerio considera
ineficaz y autoritario. Propondrá entonces una "tercera vía", una
doctrina basada en el desarrollismo que combine la planificación estatal, la
iniciativa privada y la inversión extranjera controlada.
Las
ideas de Rogelio Julio Frigerio fueron una respuesta a las necesidades y
debates de la Argentina y América Latina en un contexto de Guerra Fría y de
fuerte dependencia económica. Intentó construir una propuesta pragmática y
realista que pudiera aplicarse en países con estructuras económicas similares a
la de Argentina, siendo todavía hoy, una referencia para quienes estudian el
pensamiento económico y político del desarrollismo.
Referencias
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