Revista Nº50 "INSTITICIONES Y PROCESOS GUBERNAMENTALES"

 

 

H. C. F.  Mansilla

 

Cómo las mentalidades dogmáticas dificultan soluciones políticas: el caso de Palestina e Israel

 

 

Una mentalidad fundamentalmente conservadora, cerrada sobre sí misma, verticalista y antipluralista, permea las sociedades islámicas y también la árabe-palestina, que nunca conoció un periodo de democracia practicada efectivamente. En la derecha israelita, de no cesa de crecer, existe también un vigoroso dogmatismo que aparentemente garantiza la superioridad israelita sobre otros grupos humanos. Ambas mentalidades no han generado, por supuesto, el actual conflicto israelita-palestino, pero ambas provienen de un poderoso trasfondo religioso-tradicionalista, que no fomenta el entendimiento con el otro.

 

Palabras clave: dogmatismo, Islam, Israel, judaísmo, Palestina, religión

 

 

How Dogmatic Mentalities Difficult Peaceful Solutions: The Case of Palestine and Israel

 

A basically conservative mentality, which is self-closed, akin to verticality and antipluralism, pervades the Islamic societies and also the Palestinian nation. This one never knew a period of effectively practiced democracy. The Israelite right-wing, which does not cease to increase, is also determined by a vigorous dogmatism, which seems to guarantee the Israelite superiority over other social groups. Both mentalities have of course not produced the present Israelite-Palestinian conflict, but both of them arise from a powerful religious-traditionalist background, which does not encourage the understanding with others. 

 

Key words: dogmatism, Islam, Israel, Judaism, Palestine, religion

 

 

 

         H. C. F.  Mansilla

 

Cómo las mentalidades dogmáticas dificultan soluciones políticas: el caso de Palestina e Israel

 

   En América Latina el desarrollo del mundo islámico nos debería concernir por varias razones[1]. Compartimos, aunque sea de modo diluido, un legado cultural muy importante, heredado mediante la colonización ibérica. Dos factores centrales de la cultura árabe-islámica no han sido ajenos a nuestra idiosincrasia: (1) la inclinación al dogmatismo, es decir a presuponer la existencia de una sola verdad en las esferas de la teología, la ideología y las convicciones sociales, y (2) la tendencia a no separar la esfera religiosa de la mundana (o la privada de la pública), lo que es desfavorable a la moderna diferenciación de roles y actitudes[2].

 

   El área musulmana es hasta ahora pobre en experimentos exitosos de democracia pluralista y de auténtica economía de mercado. Pese a la Primavera Árabe, prevalece aún el sistema de partido único y el régimen caudillista habitual. El respeto a las propias minorías étnicas y lingüísticas para no mencionar obviamente las religiosas es muy exiguo, como lo atestiguan los casos Irak, Irán, Sudán, Nigeria, Afganistán y Siria. Desde Senegal hasta Indonesia hay sólo dos países con estructura federal: Pakistán y Malaysia. Subsisten estados sin constitución escrita (como Arabia Saudita), sin parlamentos dignos de tal nombre (la mayoría de los casos) y sin prensa libre. Muy a menudo la validez de los estatutos legales se circunscribe a la mera teoría.

 

   Los últimos tiempos han traído consigo un desarrollo lleno de traumas para el ámbito islámico[3]. El horroroso conflicto bélico entre Israel y Hamás (a partir de octubre de 2023) es solo el ejemplo actual de una larga serie de confrontaciones de una inusitada violencia, luchas justificadas y embellecidas por una mentalidad autoritaria y una ideología dogmática. El derrumbe de arraigadas ideologías convencionales, el colapso del otrora tan sólido sistema socialista por el cual siempre existió la más amplia simpatía en los países árabes y la conmoción del orden tradicional por efecto de la exitosa cultura occidental del consumismo y de los nuevos medios masivos de comunicación han suscitado en el mundo musulmán un cierto vacío de valores de orientación[4]. De aquí se nutren iniciativas violentas y caóticas. Se acrecienta la tentación del encierro en sí mismo, pero igualmente la inclinación a combatir lo Otro, presunta encarnación del mal y de las propias dificultades. El hallar a los chivos expiatorios no es, entonces, tarea difícil: el fundamentalismo islámico los ha encontrado en los diablos occidentales y en Israel.  

 

   Lo novedoso de la situación contemporánea parece residir en una curiosa amalgama entre una defensa de la propia tradición cultural[5] (percibida en estado de máximo peligro) y una apropiación acrítica de los elementos técnico-económicos de la civilización industrial de Occidente. No pocos socialistas y revolucionarios, que se quedaron sin trabajo y sin ideas, se dedican ahora a fomentar credos religiosos fundamentalistas, inclinaciones particularistas de toda laya y designios reivindicatorios de gran popularidad, junto con los nacionalismos más delirantes. Ahora bien: es comprensible, hasta cierto punto, la actitud de fundamentalistas y nacionalistas. En una época de fronteras permeables, de un sistema global de comunicaciones casi totalmente integrado y de pautas normativas universales, nace la voluntad de oponerse a las corrientes de uniformamiento y despersonalización. La legítima aspiración de afirmar la propia identidad sociocultural[6] puede, sin embargo, transformarse rápidamente en una tendencia xenófoba, racista, agresiva, demagógica y claramente irracional, que a la postre pretende la aniquilación del Otro y de los otros. Esta actitud entraña una negación de los valores universales, un menosprecio de los derechos y libertades de la persona, un repudio a todo diálogo y a todo esfuerzo de educación para la tolerancia[7]. Hamás en Palestina y Hizbollah en el Líbano son ejemplos elocuentes de esta evolución.

 

   Después del fracaso de la Primavera Árabe (iniciada en 2011), se extiende la opinión de que los derechos humanos, la filosofía racionalista, la ética del respeto liminar al individuo y las instituciones de la democracia occidental conformarían parte integrante de una inaceptable doctrina universalista, la que, a su vez, sería una forma encubierta de eurocentrismo y, por consiguiente, un instrumento de dominación cultural. Las facultades o, si se quiere, las pretensiones universalistas del racionalismo europeo no han sido, empero, los factores causales de procesos como la cultura política del totalitarismo político, la trata de esclavos, el saqueo de los recursos naturales y el exterminio de los propios aborígenes, procesos muy comunes en los países musulmanes y que han tenido una historia más antigua y un alcance geográfico más dilatado que la moderna civilización europea occidental[8]. Es claro que toda teoría con aspiraciones de generalidad y obligatoriedad concita reacciones hostiles. Una ética de derecho universal, como la contenida en la concepción actual de los derechos humanos, es considerada como una máscara del imperialismo eurocentrista y simultáneamente como un solapado y peligroso ataque a las propias tradiciones autóctonas, lo que se puede detectar no sólo en el ámbito islámico, sino también en el área andina de América Latina y en el África subsahariana.

 

   El rechazo del universalismo a causa de su presunto carácter eurocéntrico o su talante imperialista se conjuga con la búsqueda de una identidad cultural o nacional primigenia, que estaría en peligro de desaparecer ante el avasallamiento de la moderna cultura occidental de cuño globalizador. Esta indagación, a veces dramática y a menudo dolorosa para las comunidades musulmanas, intenta desvelar y reconstruir una esencia étnica, cultural, lingüística o histórica que confiera características indelebles y, al mismo tiempo, originales a las comunidades islámicas contemporáneas. Este esfuerzo puede ser calificado de traumatizante y de inútil: los ingredientes aparentemente más sólidos del acervo cultural e histórico de los pueblos musulmanes resultan ser una mixtura contingente de elementos que provienen que otras tradiciones nacionales o que tienen una procedencia común en los más diversos procesos civilizatorios.

 

   En la mentalidad islámica ortodoxa el Estado posee una dignidad superior a la del individuo; este último existe sólo en y para la colectividad[9]. Derechos humanos, instituciones autónomas al margen del Estado omnímodo y mecanismos para controlar y limitar los poderes del gobierno son considerados a menudo como opuestos al legado coránico y llevan una existencia precaria. El comportamiento adecuado a tales circunstancias es el sometimiento (lo que es el significado literal de Islam) a las autoridades temporales y espirituales, complementado por un quietismo intelectual bastante estéril[10]. El desenvolvimiento del individuo en un ámbito liberado de la influencia del Estado y protegido por estatutos legales fue poco conocido y menos aún practicado en el mundo islámico hasta la introducción parcial de la legislación europea[11]. Por ello es un hecho generalizado que hasta hoy el rol de los derechos humanos y políticos sea marcadamente secundario, que la división de los poderes estatales y el mutuo control de los mismos permanezcan como una ficción, que el régimen de partido único goce todavía de excelente reputación y que la autoridad suprema tienda a ser caudillista, carismática y justificada teológicamente. Este es el caso del Irán contemporáneo. Todos estos elementos tienden a reforzar un monismo liminar: una sola ley, un único modelo de reordenamiento socio-político, una cultura predominante, una estructura social unitaria y, como corolario, una voluntad general encarnada en el gobierno de turno. Este sistema, que confunde aclamación con participación popular y la carencia de opiniones divergentes con una identidad colectiva sólida y bien lograda, corresponde, en el fondo, a un estadio evolutivo premoderno y tal vez superado por la historia universal[12]. Esta es la mentalidad que ha prevalecido en la Palestina controlada férreamente por la pedagogía dogmática impulsada por Hamás, en el Líbano meridional debido a Hizbollah y en el Yemen dominado por los huthitas, pedagogía que puede ser calificada como el intento – a menudo muy exitoso – de mantener a la población en un estadio político y cultural de marcado infantilismo. Así resulta relativamente fácil manipular a la sociedad, especialmente a los estratos sociales de bajo nivel educativo.

 

   Mediante un vistazo a la historia del ámbito musulmán se puede llegar a la conclusión (obviamente provisional) de que la civilización islámica destruyó mediante su primera y muy exitosa expansión militar una pluralidad de culturas (la persa sasánida, las variantes bizantinas en Asia y África, las culturas autóctonas del Asia Central y hasta las comunidades árabes pre-islámicas), que habían alcanzado importantes logros civilizatorios propios, soluciones originales en la superación de problemas económicos, institucionales y organizativos y una brillantez inusitada en los campos del arte y la literatura. Para estos ámbitos la cultura islámica trajo consigo un retorno a modelos socio-culturales arcaicos, adoptados, como se sabe, de una sociedad proto-urbana de beduinos, rodeada del medio hostil y aislante del desierto. Los defensores actuales del particularismo y autoctonismo árabe-islámicos olvidan que este no es precisamente la creación auténtica, libre y realmente aborigen de muchos pueblos del Norte de África, del Cercano y Medio Oriente.

 

   Contra los ideólogos del particularismo islámico se puede aducir que esta tradición propugna también la validez universal de sus principios, normas y valores de orientación, y de un modo bastante imperioso, cuando no despótico; que la historia de esta cultura está plagada de atropellos de todo tipo cometidos contra otros pueblos; y que la predominancia de la fe religiosa, que ha impregnado casi todo aspecto de la vida civil, no es favorable ni a un proceso más o menos autónomo de modernización ni a la comprensión de las otras comunidades (y, sobre todo, de sus singularidades) a nivel mundial.

 

   En Palestina el fundamentalismo islámico, propagado intensamente por Hamás, exhibe una marcada negligencia con respecto al individuo y sus derechos pre-estatales. Con el popular argumento de cimentar la unidad de la nación, cohesionar el cuerpo social y unir todas las energías contra el enemigo principal (Israel), los ideólogos anti-imperialistas de Hamás y grupos afines han desempolvado ese legado de colectivismo totalitario y lo han utilizado eficazmente para acallar toda crítica al gobierno propio y para impedir la formación de cualquier oposición política[13]. La situación en la porción del Líbano, dominada por Hizbollah, es muy similar.

 

   En muchos países musulmanes (claramente en la Franja de Gaza y en la Cisjordania bajo la llamada Autoridad Palestina) las relaciones interhumanas se basan en un modelo de connotaciones mayoritariamente irracionalistas e infantilizantes, modelo que presupone la fusión colectiva de las voluntades de un modo prerracional[14]. Por el contrario, la concepción de un contrato socio-político voluntario, surgido de una decisión libre y democrática (por ejemplo: mediante elecciones de carácter pluralista), ha jugado un papel muy limitado en la constitución de los estados actuales del ámbito islámico.

 

   La constelación contemporánea en Palestina y en muchos estados del ámbito islámico no deja mucho espacio a las libertades de expresión y asociación, a la propiedad privada, menos aún al cosmopolitismo y al pluralismo contemporáneo, y más bien engendra un instrumentario ideológico que puede ser usado para reprimir cualquier idea o corriente política que parezca incómoda a los ojos de los gobernantes. Es comprensible que la mayoría de los llamados “movimientos de liberación nacional” de orientación islámica fundamentalista como lo fue en África el caso de Argelia, Sudán, Eritrea, Somalia y Libia hayan elegido el principio conservador de la identidad étnico-cultural como fundamento de los nuevos estados y no la noción liberal del plebiscito cotidiano o la asociación voluntaria laica de los ciudadanos consultados previamente. La concepción de negociaciones voluntarias y surgidas de una decisión libre y democrática ha jugado un papel muy limitado en la política cotidiana de Palestina y especialmente de la Franja de Gaza.

 

   Esta “cultura a la defensiva” (como la designó el analista sirio Bassam Tibi) pretende una síntesis entre el desarrollo técnico-económico moderno y la civilización tradicional en los campos de la vida familiar, la religión y las estructuras socio-políticas[15]. Es decir: acepta de manera totalmente acrítica los últimos progresos de la tecnología, los armamentos, los sistemas de comunicación más refinados provenientes de Occidente y sus métodos de gerencia empresarial, por un lado, y preserva, por otro, de modo igualmente ingenuo, las modalidades de la esfera familiar e íntima, las pautas colectivas de comportamiento cotidiano y las instituciones políticas de la propia herencia histórica conformada antes del contacto con las potencias europeas. La consecuencia de estos procesos de aculturación, que siempre van acompañados por fenómenos de desestabilización emocional colectiva, se traduce en una mixtura de (a) una extendida tecnofilia en el ámbito económico-tecnológico con (b) la conservación de modos de pensar y actuar premodernos, particularistas (en sentido negativo) y a veces retrógrados en los otros campos de la vida humana, como la situación de la mujer. El resguardar y hasta consolidar la tradición socio-política del autoritarismo tiene entonces la función de proteger una identidad colectiva en peligro de desaparecer.

 

   El resultado general fue anticipado por el primer intento de modernización en el mundo árabe, en el Egipto de la primera mitad del siglo XIX bajo el despotismo ilustrado de Mehemet Alí, quien gobernó este país entre 1805 y 1848. Como se puede ver ya en la notable obra de Mohammad ‘Abduh (1849-1905[16]), quien llegó a ser Gran Mufti de Egipto, se quería combinar un intento sostenido de modernización (restringido a la racionalidad instrumental) con un rechazo concomitante del racionalismo humanista, el liberalismo y la democracia occidentales, pues estos factores representarían, según Mohammad ‘Abduh, el núcleo de una sociedad impía y, por lo tanto, aborrecible. Pero el armamento moderno, la tecnificación del transporte y las fábricas mecanizadas constituirían lo aprovechable de la civilización occidental, lo que podía ser utilizado sin contaminar la identidad profunda de la cultura endógena[17]. El resultado contemporáneo general ha sido una modernidad imitativa, que adapta más o menos exitosamente algunos rasgos de la sociedad industrial moderna, rasgos pueden ser resumidos bajo la categoría de una racionalidad técnico-instrumental. Pero sus otros grandes logros, que van desde la democracia parlamentaria hasta el racionalismo y la ética basada en el humanismo y la tolerancia, son rechazados con inusitada vehemencia, por pertenecer a los elementos satánicos de Occidente[18].

 

   Este tipo de mentalidad está fuertemente implantado en la población de Palestina[19]. Hamás ha contribuido eficazmente a ello. Hamás trata a su propia gente sin ninguna consideración por el valor y la suerte de los individuos. A Hamás le conviene un número muy alto de víctimas, lo que incrementa paradójicamente su popularidad y autoridad. Es ilusorio pensar que la población de Palestina, mediante un examen racional de consciencia, se percate de que es un mero instrumento en los perversos juegos de poder de la dirigencia de Hamás. Por ello el conflicto puede extenderse todavía por largos años. La población palestina, lamentablemente, nunca generará por sí sola un pensamiento autónomo y crítico o, en el caso concreto actual, un examen colectivo de consciencia para percatarse de que Hamás, mediante su criminal invasión del 7 de octubre de 2023, la hundió en la destrucción y la muerte.

 

  La enorme complejidad del actual conflicto entre Israel y Palestina nos obliga a considerar un punto de vista adicional, como el representado por las muchas obras del sociólogo Peter Waldmann acerca de los fenómenos de violencia política desenfrenada.  Como nos recuerda este autor, el terrorismo tiene ya una larga historia, que se remonta por lo menos a la segunda mitad del siglo XIX en el caso de los anarquistas radicalizados[20]. Los terroristas – como Hamás en la actualidad – tienden siempre a provocar sobrerreacciones del Estado que ellos combaten, independientemente de la legitimidad de sus intenciones. Esto desemboca en un horrible cálculo propagandístico ­­– el terror en cuanto estrategia contemporánea de comunicación, intimidación y propaganda[21] ­­–, el cual pretende generar una ola de simpatía e indignación propicia a los terroristas, en este caso en favor de Hamás como la respuesta casi mundial que ha suscitado a nivel mundial la sobrerreacción israelita. Waldmann nos recuerda además que el terror estatal, desatado ahora por las fuerzas israelitas, puede llegar a ser más destructivo y mortífero que la provocación producida originalmente por Hamás. Estamos ante una situación aporética.

 

   Ya se han dado más de 42.000 fallecidos del lado palestino, la mayoría mujeres y niños, aunque hay que considerar que un buen número de ellos podrían ser militantes armados de Hamás. El ex-ministro de Relaciones Exteriores y de Seguridad Pública de Israel, el conocido historiador Shlomo Ben Ami[22] ­­– un crítico de la conducción actual de la guerra por Israel ­­–, ha enfatizado la complejidad del conflicto en el Cercano Oriente, en el cual todos los actores desempeñan un juego ambivalente y sucio. Por ejemplo: la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano (FINUL / UNIFIL), estacionada en ese país a partir de 1978 para garantizar la paz en la región, ha cometido una flagrante violación de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (del 11 de agosto de 2011), al no desarmar a Hizbollah y a otros grupos armados en el sud del Líbano, como ordenaba explícitamente la resolución, y a permitir durante décadas y en sus cercanías inmediatas la edificación de modernas bases militares de Hizbollah, destinadas exclusivamente a lanzar cohetes contra Israel.

 

   Por otro lado, el fanatismo religioso, antiliberal, antidemocrático, anti-universalista y profundamente etnonacionalista, que propagan exitosamente partidos y grupos conservadores en Israel, impide a una buena porción de la población israelita el desarrollar cualquier sentimiento de comprensión y de compasión por las víctimas de su acción bélica[23]. Esta corriente de pensamiento se halla en franco ascenso y difusión en los últimos años. Como señala la socióloga franco-israelita Eva Illouz, ideologías religioso-nacionalistas, que propagan muy activa y exitosamente la discriminación de los musulmanes y, en realidad, de todos los que no son judíos propiamente dichos, pueden movilizar políticamente a amplios sectores sociales mediante el énfasis en la pureza racial y en la naturaleza presuntamente privilegiada por Dios de la propia etnia, discriminando para siempre a los impuros, a los otros, a los diferentes[24].  De allí hay solo un paso a justificar la destrucción del pueblo palestino. En la historia de Israel, el “pueblo elegido” de Dios, hay un lejano antecedente que muestra la continuidad de esta terrible tradición: en la primera etapa de la ocupación de la “tierra prometida” – que estaba habitada por los cananeos desde épocas inmemoriales – los judíos asediaron y tomaron Jericó (ca. 1400 a. C.), pasando a cuchillo a todos los habitantes, masacre agradable y legítima a los ojos de Yahveh, el Dios guerrero y vengativo de los hebreos.

 

   La arrogancia israelita frente el mundo islámico en particular y a los palestinos en particular, junto con la actual indiferencia ante el sufrimiento concreto de las víctimas inocentes de la invasión en curso, constituyen factores que a largo plazo van a hacer aún más precaria la propia legitimidad del Estado de Israel en los ojos de la mayoría de la población del Cercano y Medio Oriente. Y esto, además, tiende a poner en riesgo el carácter democrático y los valores éticos que caracterizaron a Israel hasta hace poco tiempo.  Como afirma Ezequiel Kopel, la guerra en Gaza ha resultado ser una “catástrofe moral” para Israel”[25].

 

   Por todo ello no hay esperanza para un futuro mejor en esa región. Y a todo esto hay que agregar que este conflicto regional se inscribe en uno mayor: la defensa de los valores occidentales de la democracia y el pluralismo contra la nueva santa alianza (Rusia, China, Corea del Norte, Irán), que representa las normativas tradicionales del autoritarismo y el colectivismo.



[1]   Sobre el conjunto de este tema cf. el compendio (sin juicios valorativos) de Heinz Halm, Die Araber. Von der vorislamischen Zeit bis zur Gegenwart (Los árabes. Desde los tiempos pre-islámicos hasta el presente), Munich: Beck 2006; y acerca de los problemas contemporáneos cf. la obra que no ha perdido relevancia: Gilles Kepel, Die neuen Kreuzzüge. Die arabische Welt und die Zukunft des Westens (Las nuevas cruzadas. El mundo árabe y el futuro de Occidente), Munich: Piper 2005.

[2]   Esta temática está brillantemente tratada en la inmensa obra de Hans Küng, Der Islam. Geschichte, Gegenwart, Zukunft (El Islam. Historia, presente, futuro), Munich / Zurich: Piper 2006, pp. 478-483, obra que intenta hacer justicia al legado islámico.

[3]   Estos aspectos están expuestos de manera pluralista en las obras de carácter crítico: Mohammed Arkoun, Rethinking Islam: Common Questions, Uncommon Answers Today, Boulder: Westview 1994; Naguib Ayubi, El Islam político: teorías, tradiciones y rupturas, Barcelona: Bellaterra 1991; Rachid Benzine, Les nouveaux penseurs de l'Islam, París: Albin Michel 2004; Abdolkarim Soroush, Reason, Freedom, and Democracy in Islam, Oxford: Oxford U. P. 2000.

[4]   Cf. las publicaciones que no han perdido vigencia: Stefan Batzli et al. (comps.), Menschenbilder, Menschenrechte: Islam und Okzident. Kulturen und Konflikte (Visiones del hombre, derechos humanos: Islam y Occidente. Culturas y conflictos), Zurich: Unionsverlag 1994; Igor Trutanow, Zwischen Koran und Coca-Cola (Entre el Corán y la Coca-Cola), Berlin: Aufbau 1994.

[5]    Cf. varias concepciones interesantes en torno al deterioro de las tradiciones islámicas debido al roce con la modernidad occidental en el volumen colectivo: Wolfgang Schluchter (comp.), Max Webers Sicht des Islams. Interpretation und Kritik (La visión de Max Weber sobre el Islam. Interpretación y crítica), Frankfurt: Suhrkamp 1987.

[6]   Como lo postuló tempranamente Anouar Abdel-Malek, La dialectique sociale, París: Seuil 1972, p. 69.

[7]   Bassam Tibi, Die neue Weltunordnung. Westliche Dominanz und islamischer Fundamentalismus (El nuevo desorden mundial. La dominación occidental y el fundamentalismo islámico), Munich: Econ 2021, p. 100.

[8]   Se trata de un problema detectado tempranamente en la excelente obra de Maxime Rodinson, Marxisme et monde musulman, París: Seuil 1972.

[9]   Cf. el estudio muy diferenciado de Manuel Ruiz Figueroa, Islam: religión y Estado, México: El Colegio de México 2023.

[10]   Sobre el Islam como sometimiento cf. Jean-Claude Barreau, De l'Islam en général et du monde moderne en particulier, París: Le Pré aux Clercs 2021.

[11]   Sobre este punto sigue siendo instructivo el estudio de Gustav E. von Grunebaum, Studien zum Kulturbild und Selbstverständnis des Islams (Estudios sobre la visión cultural y la autocomprensión del Islam), Zürich / Stuttgart: Artemis 1969.

[12]   Sobre esta temática cf. el instructivo libro de Dan Diner, Versiegelte Zeit. Über den Stillstand in der islamischen Welt (Tiempo sellado. Sobre el estancamiento en el mundo islámico), Berlin: List 2017.

[13]   Cf. las ediciones anuales del documento autocrítico: Arab Human Development Report (AHDR), New York: United Nations / Arab Fund for Economic and Social Development, 2002-2023.

[14]   Sobre esta temática cf. la gran obra crítica de Abdallah Laroui, L'idéologie arabe contemporaine, París: Maspero 1979, que no recibió una atención adecuada en su región de origen.

[15]   Cf. el brillante estudio que no perdió vigencia: Bassam Tibi, Die Krise des modernen Islams. Eine vorindustrielle Kultur im wissenschaftlich-technischen Zeitalter (La crisis del Islam moderno. Una cultura pre-industrial en la era científico-técnica), Munich: Beck 1981, pp. 11-20.

[16]   Cf. Oliver Scharbrodt, Muhammad ‘Abduh: Modern Islam and the Culture of Ambiguity, Londres: IB Tauris 2022; Emilio González Ferrín, El modernismo de Muhammad ‘Abduh, Madrid: IEEI 2022.

 

[17]   Mohammad 'Abduh, Seul un despote juste assurera la Renaissance de l'Orient, en: Anouar Abdel-Malek (comp.), Anthologie de la littérature arabe contemporaine. Les essais, París: Seuil 1965, pp. 55-58.- Numerosas teorías reivindicacionistas actuales representan variaciones de este enfoque precursor.

 

[18]  Para una opinión divergente de la aquí presentada, cf. la obra del gran estudioso palestino Edward W. Said, La cuestión palestina, Barcelona: Random House / Debate 2013.

 

[19]    Entre muchas otras publicaciones cf. Human Rights Watch, Israel y Palestina [2024], en: hrw.org/es/world-report/2024/country-chapters/israel-and-palestina [consultado el 8 de agosto de 2024].

 

[20]   Peter Waldmann, Determinanten des Terrorismus (Determinantes del terrorismo), Weilerswist: Velbrück 2021.

 

[21]   Peter Waldmann, Terrorismus. Provokation der Macht (Terrorismo. Provocación del poder), Hamburgo: Murmann 2024.

 

[22]   Shlomo Ben Ami, Gaza y el Apocalipsis, en: NUEVA SOCIEDAD (Buenos Aires), agosto de 2024, en: www.nuso.org/autor/shlomo [consultado el 30 de octubre de 2024].

 

[23]   Cf. entre muchas otras obras para entender esta compleja temática: Eva Illouz, La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia, Buenos Aires: Katz 2023; Saree Makdisi, Tolerance Is a Wasteland: Palestine and the Culture of Denial, Berkeley: University of California Press 2022; David K. Shipler, Arab and Jew. Wounded Spirits in a Promised Land, New York: Times Books 1986.

 

[24]   Cf. el interesante ensayo basado en datos empíricos: Eva Illouz, Israel: emprendedores del asco y radicalización, en: NUEVA SOCIEDAD (Buenos Aires), Nº 312, julio-agosto de 2024, pp. 79-90, especialmente p. 90.

 

[25]   Ezequiel Kopel, La guerra en Gaza: una catástrofe moral para Israel, en: NUEVA SOCIEDAD, Nº 313, septiembre-octubre de 2024, pp. 74-91.