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                 Resumen 
  El presente artículo recorre  el devenir de los distintos gobiernos  argentinos -autoritarios y democráticos- tendiendo en consideración los  aspectos políticos institucionales, sociales y económicos, desde el golpe de  Estado del ‘76 hasta la caída de la Alianza, incluyendo la breve gestión del ex  -presidente Eduardo Duhalde. “Cabe aclarar, no se trata de un estudio en  sentido estricto de todo el proceso económico y político del período que  describo, puesto que excedería en demasía los límites de este escrito” 
  La nota realiza una síntesis cronológica,  apelando a los lentes teóricos de autores especialistas, de cómo las relaciones  que articularon el proceso de las políticas económicas con los planes  políticos- institucionales a lo largo de las distintas gestiones desarrollan  las condiciones para el estallido de crisis socio-económicas que han sido  trascendentes en la historia reciente de   Argentina  
                Summary                    
                This article is  about the becoming of the different Argentine governments (authoritarian and  democratic) taking into consideration the institutional, political, social and  economic aspects from the 1976 coup d´Etat to the collapse of the Alliance,  including the brief administration of   Eduardo Duhalde. 
                  The paper is a  chronological synthesis, relying on the theoretical grounds of specialist  authors, about the way the relations that established the process of the  economic policies with the institutional political plans throughout the administrations developed the conditions for the  outbreak of social- economic crises which have been transcendent in recent  Argentine history. 
                Desde el  golpe de Estado hasta fracaso de la Alianza. 
  Vinculación  entre política-institucional y economía: gestando crisis 
                   
Lic. Mauro Forlani 
                 
                Diseñando  la bomba financiera
                El Diagnóstico 
                A   fines de los sesenta, el patrón de acumulación industrialista anclado en  una economía semi -cerrada, articulada sobre la base de una intensa  intervención estatal comienza a aflorar sus limitaciones. El problema de la  inflación y los desequilibrios fiscales, reflejo de la progresiva colonización  del sector público por parte de las corporaciones empresariales y sindicales,  se traduce en costos que  los paga el  resto de la población. 
                La puja distributiva y el caos hobbesiano  adquieren dimensiones intolerables en el último mandato justicialista a  mediados de la década de los ‘70, dando oportunidad a una nueva irrupción de  los militares en la escena pública. 
                  El regreso de las fuerzas castrenses al  poder no constituye una retorno más, la facción militar esta vez está dispuesta  a cambiar de cuajo el funcionamiento social-económico y político del país. 
                La inauguración del Proceso abre paso a  una coincidencia plena entre la casta militar y el establishment librecambista  sobre la necesidad  de eliminar el  populismo y la subversión  desarticulando  la economía asistida y política que lo alimenta (M. Novaro y V. Palermo,2003). 
                  En teoría, el proyecto apunta  a la implementación de una profunda reforma  que configurara una verdadera economía de mercado, competitiva, eficiente  abierta al comercio internacional. De esta manera, conjuntamente con la  disminución de las barreras arancelarias y el descenso del tipo de cambio de  paridad de la moneda local con respecto a las extranjeras, se produciría la  muerte natural del convenio colectivo, el poder sindical y el empresariado  ineficiente. 
                En los hechos                
                Ahora bien, del dicho a al hecho en este  caso también hubo un largo trecho. 
                  La homogeneidad que las fuerzas lucen en  la cuestión subversiva se desploma en el plano institucional. Si en un  principio los militares se presentan como el actor puro, no contaminado por la  política tradicional, capaz de combatir los cánceres que aquejan a la sociedad  argentina, en el curso de la gestión se atornillaron en las estructuras  públicas, cultivando en muchos casos relaciones íntimas con los políticos y  sindicalistas que decían aborrecer. 
                  El sistema de distribución por cuoteo del  sistema estatal constituye  un caldo de  cultivo inevitable de rencillas y enfrenamientos inter.-fuerzas, espectáculo  que hace imposible cualquier intento racionalizador y privatizador de las  empresas públicas (M Novaro y V. Palermo, 1996). 
    
                  El nuevo   Ministro de Economía Martínez de Hoz, hombre de la aristocracia  librecambista, conoce el paño por haber participado en gobiernos militares  pasados y sabe que se va a mover sobre arenas movedizas. Si bien, por un lado  es conciente de la oportunidad única que se le presenta para cristalizar su  proyecto, dado el absoluto silenciamiento de las sectores populares, por otra  parte percibe que la implementación de las reformas estructurales es de difícil  sostén en el tiempo ante las limitaciones que impondrían los mismos militares. 
                  Martínez de Hoz cuenta con la  aquiescencia  del presidente Videla, de  su Ministro del Interior y el Gobernador del provincia de Bs.As entre los  actores relevantes del régimen (M.Novaro y V. Palermo,2003). Con el resto  de  cúpula castrense,  de pensamiento desarrollista e  intervensionista, en gruesa mayoría,  no  tendría vinculaciones precisamente armónicas a lo largo del Proceso. 
                La Junta niega, desde un comienzo el  control  de la cartera laboral y el  manejo del gasto público a “Economía”. 
                  Martínez Hoz, una vez que consigue apoyo  crediticio internacional, apunta todas la fichas a estabilizar la economía y a  resolver el déficit fiscal. En consecuencia, se pone en marcha una fuerte  represión salarial y una progresiva   disminución arancelaria. 
                  La aplicación de estas medidas, en 1977,  obtienen resultados inmediatos: la inflación decae y la economía  gana en orden y previsibilidad  en comparación con el caos de las variables  del año anterior. 
                  De esta manera el equipo económico logra  generar el espacio político suficiente para implementar la transformación más  importante del régimen: la denominada Reforma Financiera. 
                  Sin embargo la  sanción por la CAL(1) de tal ley sale con  fuertes limitaciones  en comparación con  la versión original. En verdad, la configuración final de dicha ley es un  ejemplo fiel de los condicionamientos  de  los militares que sufrieron en previo o ex -post muchas de las medidas  elaboradas por el equipo económico. De este modo, el nuevo mercado abierto al  flujo de capitales internacionales se pone en marcha con la cuña de la garantía  oficial a los depósitos nacionales, ante el temor que suscita en las  financieras locales la competencia extranjera. 
                La reforma del mercado de capitales  conjuntamente con la contracción monetaria y el incremento de la tasa de  interés, propicia efectos recesivos que los militares no están dispuestos a  tolerar. 
                  Había un consenso entre los militares de  la necesidad de desarticular la economía semi-cerrada que nutria al populismo,  pero no estaban dispuestos a pagar los costos de tal reforma, de allí que fuera  improbable la aplicación de medidas de estirpe neoliberal a la manera Chicago  boy chilena. 
                  En 1978, al calor del creciente  cuestionamiento desde todos los sectores militares a la política económica, se  le retira el control monetario  a  Martínez de Hoz. No obstante las críticas, el Ministro de Economía se las  arregla para mantener la cabeza fuera del agua   a partir del apoyo de Videla y de la fragmentación  de la propia casta militar, incapaz de formar  un frente común que pusiera en duda la continuidad del Jefe de Hacienda. Además  la subsistencia del mismo en el cargo garantiza el drenaje de recursos  monetarios vitales a los efectos  de  mantener elevado el gasto en material bélico. 
                Martínez de Hoz, sumado al  cuestionamiento militar, sufre resistencias  desde sectores agro-exportadores, a raíz   del retraso del tipo de cambio, y de la industria mercado-internista  cada vez más preocupada por el creciente aumento de las importaciones. 
                  De ésta aparente encrucijada, el Ministro  de Economía halla escapatoria por la puerta financiera, culminando la  liberación del mercado de capitales al exterior conjuntamente con la “política  de pautas” introducida en el momento que es factible el enfrentamiento con  Chile. 
   La  apertura irrestricta del sistema financiero al flujo permanente de divisas  internacionales es de una enorme utilidad a la cartera económica  para asegurarse la permanencia en el cargo,  puesto que el  mantenimiento del equipo  ortodoxo comienza a hacerse imprescindible para garantizar la confianza  de los inversores (J. Schvarzer, 1996). 
                En el plano específico político-  institucional, las escisiones entre los militares hacen improbable una salida  del Ministro de Economía. Si bien, tanto las facciones duras como blandas dentro de las fuerzas cuestionan la política económica, a las primeras les  conviene continuar con el plan económico, que es funcional  para consumar el proceso de apertura política  al lago plazo. En tanto los actores blandos   a pesar de sus contactos con sectores partidarios y sindicales no  acumulan la fuerza suficiente para imponer su perspectiva dentro del régimen. 
                En 1980 al tiempo que las capas  medias-altas, altas argentinas se florean por el mundo, la inestabilidad del  sistema económico era creciente, ante la sensación latente de devaluación en  los inversores extranjeros preocupados por el retraso cambiario. El riesgo  aumenta el costo del dinero, al son del malhumor de los sectores endeudados. 
                  Era de conocimiento público que el  general  Viola, un crítico de la  ortodoxia liberal, remplazaría a Videla en la Presidencia y ante la mera  posibilidad  de que asumiera el ala nacionalista  la cartera económica, las corridas hacía la divisa norteamericana se  incrementaron. 
                  Se prolongó la tablita cambiaria, y la  devaluación del 10 por ciento puso al rojo vivo a la “city porteña” ante la  certeza de futuras devaluaciones. 
                A Viola   la crisis financiera le hacía trizas el sueño de acelerar y liderar la  apertura política. No bien asumido el cargo junto a su Ministro de Economía se  tuvo que limitar a tratar de desactivar de la mejor manera la bomba financiera  que Martínez de Hoz había diseñado. 
                  La célebre Frase “el que apuesta al dólar  pierde” y sendas devaluaciones del treinta por ciento del nuevo Jefe de  Hacienda dejaron al país exhausto, y las puertas abiertas al regreso de los técnicos encabezada por Juan Alemann después de verse materializado el golpe  palaciego  de Leopoldo Galtieri que lo  lleva a la primera magistratura. 
                Galtieri y la coalición “dura” del  ejercito-marina que lo sustenta, tratando de reestablecer el poder del  régimen, se lanza a la “aventura” de  Malvinas, apelando a una fórmula  maquiavélica,  consuma una guerra en el exterior en pos de  lograr unidad interna. 
                  Bueno, ya sabemos de sus resultados. 
                  La derrota en  el conflicto insular y el aguzamiento de la  crisis económica frunce de modo definitivo la ilusión castrense de una  prolongación en el tiempo del régimen, liderando una transición gradual y  condicionada a los partidos políticos. 
                E n lo que se refiere a los resultados de  la  política económica desarrollada por  el Proceso, caben  dos reflexiones no  excluyentes: por un lado, es indudable  y  rotundo el éxito de las medidas financieras si el objetivo primordial de  Martínez de Hoz consistía en redefinir el mapa económico-político del país  trastocando las relaciones de fuerza de los actores  que lo integran.  De ésta forma se logra acumular una inmensa  capacidad de veto en una elite empresarial y financiera en perjuicios de otros  sectores y de la sociedad civil toda (Ibíd.).  
                Ahora bien, al observar el desarrollo  económico desde una perspectiva esencialmente política-institucional debemos  también  hablar de fracaso, si  pensamos que la crisis económica y el problema de la deuda, más allá de  “Malvinas” y los derechos humanos, contribuyó y mucho a erosionar la  legitimidad que supieran gozar las Fuerzas Armadas al comienzo de la gestión  frente a la opinión pública.   
                  La cuestión económica  constituyó unos de los factores que explican  el derrumbe del régimen, y un escollo insalvable para la cúpula militar de  estipular alguna suerte de restricciones a los actores políticos en la transición  democrática. 
      
                Del  idilio democrático al infierno inflacionario. 
                Que carente  de sentido suena con el transcurrir del  tiempo aquel slogan alfonsinista: “con la democracia se come, se cura y se  educa”. 
  Esta frase, sin embargo, no sólo  constituía el corazón de una estrategia de marketing electoral. 
  Alfonsín, después de los años de  ostracismo político que había implicado el Proceso, estaba convencido en sus  entrañas de las capacidades virtuosas, regenerativas de la democracia. 
  El régimen democrático per se solucionaría  todos los problemas, las prácticas participativas de una ciudadanía plena  conllevaría efectos erosionantes  de los  poderes corporativos feudales del pasado. 
                Si por una parte, el pacto inquebrantable  entre el radicalismo y la voluntad del pueblo gestado en la elección  presidencial del ’83 accionaría sobre las corporaciones, por otro lado la  flamante gestión, apelando al regreso a las fuentes, reciclaría las  recetas keynesianas para iniciar un ciclo de  expansión del consumo y crecimiento económico. 
                  Los resultados después de un año de  gestión fueron poco felices. El tiempo perdido despierta al gobierno del ensueño  democrático, tomando mayor conciencia de la complejidad del escenario  político-económico. La estanflación y los conflictos con los actores sociales  de relevancia, causados por la política económica y el estilo confrontante del  gobierno conllevan a un replanteo de la estrategia oficialista. 
                  El Plan Austral constituye  la cristalización de ese cambio de  orientación, sustentado el mismo en el respaldo de la banca acreedora  internacional y en la instrumentación de mecanismos de cooperación con el  empresariado local (C.Acuña, 1995). 
                  El nuevo paquete económico articula formas  de control efectivo del estado de las macro-variables económicas buscando  contener las subas de precios, conjuntamente con la supresión de la emisión  monetaria. 
                Es necesario advertir que las nuevas  medidas  no apuntaron sino de modo muy  limitado a resolver los añejos problemas de un Estado crónicamente deficitario.  En este sentido, como se ha dicho, eran imprescindibles, si se deseaba superar  las crisis que afectaban al sistema económico,   mejoras en la administración tributaria, saneamiento de las empresas  públicas, eficientizar el gasto del Estado, entre otras medidas (N. Marcos y V.  Palermo, 1996) 
                  Los resultados rápidos y auspiciosos del  plan, las elecciones triunfales del radicalismo en Diputados y el juicio a la  Junta crearon el clima propicio para sentar las bases de un nuevo modelo social  de acumulación. 
                  Estos factores expresan un momento más que  oportuno para instrumentar mecanismos de cooperación Inter.-partidaria que  delinearan un sendero de búsqueda de autonomía del sector público frente a las  facciones que lo capturan. 
                  Sin embargo, un radicalismo entre mieles,  embaucado con ideales hegemónicos de proyectar el denominado “tercer movimiento  histórico” imposibilita engranar algún tipo de consensos básicos  con la oposición que fortaleciera la transición  institucional y que generase logros económicos sólidos y perdurables en el  tiempo. 
                Tras instantes de felicidad, a menos de  dos años  de vida de su lanzamiento, el  Plan Austral  comienza a resquebrajarse. 
                  En   simultaneidad  con el deterioro  progresivo de las variables económicas, el gobierno va adquiriendo conciencia  de la necesidad de alterar en sus bases sustanciales  los modos de acumulación. 
                  Desde el Ministerio de Hacienda se envían  señales al propio Partido Radical, a los medios de comunicación  y al resto de los actores civiles sobre la  imperiosa necesidad de replantear la vinculación Estado-mercado, de modificar  las estructuras de una economía semi-cerrada y prebendaria. 
                Pero es demasiado tarde, en 1987 el  paisaje político no concede demasiados márgenes a la hora de viabilizar reformas  estructurales. 
                  El peronismo sale fortalecido tras lograr  triunfos importantes en varias gobernaciones provinciales y en legisladores  nacionales. 
                  Después de sufrir  en los primeros años de la transición alguna  suerte de  indiferencia  y menosprecio por el oficialismo, el  movimiento justicialista no dejará de ser un escollo difícil de superar para el  gobierno. 
                  El partido peronista y el radicalismo  ingresan a esta segunda etapa, en  una  especie de juego de suma cero, juego en el que finalmente este último resultaría  altamente perjudicado. 
                  En cuanto al mundo empresarial, además de  la fragmentación y heterogeneidad de sus intereses, buena parte de la  oligarquía que se había beneficiado durante el régimen militar, aunque  coincidía con el Ejecutivo en el diagnóstico sobre el agotamiento del modelo  Estado-céntrico, en los hechos es reticente a liderar un proceso de cambio que  respaldara al oficialismo (C.Acuña,1995). Nadie quería pagar los costos que  involucra cualquier inicio de reforma y menos aún con un gobierno inseguro,  lleno de contradicciones internas, que muestra como el paso de los meses socava  cada vez más su  legitimidad original. 
                  El sindicalismo y la CGT(2) convertidos en  actores molestamente relevantes, mientras ejercían sus reivindicaciones  laborales en forma paralela le disputaban el status opositor a la Renovación  Peronista. 
                Con semejante panorama y las ambigüedades  propias del Ejecutivo,  que se mostraba  poco dispuesto a pagar los costos políticos que implica cualquier  estrategia  de talante reformador, se  desemboca en la configuración de un nuevo   paquete económico: el denominado   Plan Primavera. 
                  Dicho plan lejos está de configurar un  complejo de medidas  económicas de largo  alcance. No es más que una política de parches, de contención de precios, que  busca impedir dislocaciones en las variables económicas y que lograra delinear  un camino con menos penumbras posibles al oficialismo hacía las elecciones del  ‘89. 
                El nuevo plan sostenido por sectores  empresariales locales y organismos internacionales de crédito no está  consagrado por amor hacia el gobierno, sino al terror que despierta el regreso  del populismo peronista en las próximas elecciones presidenciales. 
                  Crispan   los pelos de la “city” las afirmaciones de “revolución productiva” y  “salariazo” del candidato justicialista, Carlos Menem. 
                  Sin embargo, a pesar de los intentos del  radicalismo  de conservar la postura y  ciertas pautas  mínimas de  gobernabilidad, la situación se va haciendo cada vez más delicada, las  capacidades estatales comienzan a hacer agua por todos lados en un círculo  vicioso de inflación  y déficit fiscal. 
                La mecha está armada, sólo  falta la chispa recurrente para que todo explote. A mediados de 1989 un  trascendido que afirma  el retiro de  apoyo del gobierno de Estados Unidos al plan económico desata la catástrofe.  Los activos privados que se mantenían en moneda local a altas tasas de interés  vuelan de forma desesperada al dólar mientras el fuego inflacionario se hace  incontenible. Los operadores financieros, como durante el Proceso, vuelven a  mostrar su ferocidad, y en forma vertiginosa   gruesas capas sociales se derrumban en la pobreza. 
                Corolario: a fines de la década  la   eclosión del Plan Primavera, la corrida de la divisa norteamericana  y la hiperinflación  constituyen la expresión cabal, ante la  imposibilidad de consumar las reformas durante la gestión alfonsinista, del  derrumbe por colapso del anciano régimen de acumulación.   
                Embriagados...  Con tequila. 
                El flamante gobierno  peronista asume en pleno infierno inflacionario, infierno al que había  contribuido a enardecer (3).  
  Menem, apenas asumido el  cargo percibe dos grandes cuestiones que debe resolver si desea mantenerse en  el poder: uno lo constituye la profunda crisis fiscal que sufre el Estado, la  hiperinflación erosiona toda capacidad por parte del sector público para  succionar recursos y proveer servicios. El otro asunto importante a resolver lo  conforma  el problema  de credibilidad del mundo de los negocios  ante la incertidumbre que genera en los mercados el regreso del justicialismo  (J.C.Torres,1998) 
                Si bien es cierto que la  crisis acota sensiblemente los márgenes de acción en cuanto al rumbo a  seguir,  no es menos verídico  que también dota al Ejecutivo de las  capacidades de gobierno necesarios  para  organizar la reforma, recursos que le habían sido negados a la gestión radical. 
                En lo que concierne  al partido peronista, en éstas primeras  instancias en la búsqueda de salida de la crisis, es eficazmente disciplinado  por el Ejecutivo a partir de una política de premios y castigos, cultivando  aquel una asombrosa centralización en el proceso de toma de decisiones  posibilitando imponer de manera embalada las reformas pro-mercados. 
                A Menem el pasado peronista  lo condenaba de antemano a la hora de lograr la anuencia de los sectores de  poder económico que posibilitara viabilizar en forma sustentable el camino  reformista que dotara a su gestión de un piso de gobernabilidad. En tal sentido  es necesario afirmar  que la  incorporación  de la corporación Bunge  & Born en la cartera económica e integrantes de la familia Alzogaray al  gabinete, figuras de la oligarquía tradicionalmente enfrentadas al peronismo,  no constituye sino una estrategia de sobreactuación destinada a conquistar los  corazones de los agentes económicos (V.Palermo  y M Novaro,1996).  
                Sin embargo, este primer  ensayo de legar la conducción económica directamente a la burguesía no obtuvo  buenos resultados, los conflictos inter-empresarios provocaron un nuevo pico  inflacionario y la salida del cargo del Ministro de Economía,  Rapanelli. 
                  Tras este primer traspié el  gobierno busca recomponer sus fuerzas apelando al manejo ortodoxo de la  economía desde el ingreso de Erman Gonzáles como Jefe de la Cartera  de Hacienda. Asesorado por don Álvaro  Alzogaray, “súper-Erman”  intenta marcar  ciertas distancias entre el gobierno y las demandas sectoriales y en forma  simultanea ensaya una rígida retracción monetaria con el objetivo urgente de  ponerle coto a la inflación (M. Cavarozzi,1997) 
                  Respaldado el  presidente Menem, en la opinión pública  y en los organismos internacionales de  crédito se logró encauzar reformas importantes,   como las mejoras en los mecanismos extractivos de la DGI(4)  y la concreción de medidas orientadas a la  apertura comercial. 
                La reformulación de la  estrategia gubernamental, en cuanto a la búsqueda de autonomía frente a las  presiones corporativas, no modifica en absoluto la orientación del gobierno en  la búsqueda de materializar  las  transformaciones pro-mercado, pero estipula ciertos costos a miembros  empresariales de la propia coalición gobernante. 
                  Sin embargo la  asignación de los mismos son más que  compensados en cuanto se ponga en marcha el proceso de privatización de las  empresas públicas. 
                  En un contexto de  emergencia económica, con un gobierno apresurado por asegurarse la  transferencia de los activos públicos de mayor trascendencia conspira contra la  posibilidad de generar marcos institucionales regulatorios adecuados de las  compañías privatizadas, que engendrara formas de mercado competitivos. El  proceso de privatizaciones entonces no implica sino la aplicación sistemática  de un conjunto de incentivos de tipo rentísticos que diseñaron nuevas formas de  acumulación monopólicas (V. Palermo y M. Novaro,1996). 
                Llegado a este punto es  preciso afirmar que la ortodoxia   monetarista y fiscal, a pesar de haber logrado cierta estabilidad  económica y política, aún está lejos de conformar un núcleo sólido de  gobernabilidad  con perspectivas de  perdurabilidad en el futuro. La política   de restricción monetaria trae aparejado una acentuada recesión, elevadas  tasas de interés que conspiran contra el equilibrio fiscal. En consecuencia el  Ejecutivo se ve obligado recurrir a la emisión  monetaria para cubrir el déficit, medida que produce aumento en los precios y  un nueva escapada de la divisa norteamericana. 
                Aunque, este tercer pico de  inflación no se caracteriza  por tener la  misma intensidad que los precesores, suscita el alejamiento del Ministro Erman  González  y el ingreso de los técnicos en  el manejo de la “cosa pública”. 
                  La tecnocracia en el  poder  juega un rol destacable desde su  misma incorporación en el Gabinete. Tan es así que ya a mediados de 1991 la  ejecución de la denominada Ley de Convertibilidad diseñada por el Ministro  Domingo Cavallo provoca en breve tiempo, diría si se me permite la expresión,  efectos cuasi-mágicos  sobre la economía  argentina, permitiendo al gobierno   concretar el sueño anhelado desde el inicio de gestión: materializar un  piso de gobernabilidad. 
                Es importante reconocer, en  pos de explicar el éxito de la implementación del ancla monetaria($1=U$S), lo  realizado por el gabinete anterior, dado que se establecieron las bases  financieras, en términos de acumulación de divisas, necesarias para viabilizar  el funcionamiento del nuevo plan.  
                  La convertibilidad combina  en un mismo cóctel  licores ortodoxos y  heterodoxos que conducen al mercado por un sendero expansivo. 
                  La aplicación del plan  implica, desde un primer momento, un shock de  certidumbre para el conjunto de los actores económicos causando un vertiginoso  derrumbe de la inflación, y produciendo un proceso de remonetización de la  economía. Este fenómeno, de modo simultaneo trajo aparejado una significativa  reactivación económica abriendo cause a un aumento importante en la capacidad  adquisitiva de los salarios. 
                Todo este desarrollo  virtuoso del sistema económico coloca al gobierno en una situación privilegiada  en lo concerniente a dos cuestiones fundamentales: el Estado, a partir del  fortalecimiento del consumo y la demanda agregada mejoró notablemente los  niveles de recaudación posibilitando a la administración oficialista recuperar  mayor margen de acción frente a las corporaciones. 
                  En el plano estrictamente  político-institucional en un ambiente de tranquilidad pos-crisis económica, se  pasa de un patrón  de decisiones  fuertemente centralizado en el Ejecutivo a una progresiva  apertura del juego político sostenida en una  participación que muestra mayor asiduidad por parte del Congreso (M.  Llanos,1997). 
                Ahora bien, no obstante el  idilio que vive el gobierno con el boom económico que despertaba la  convertibilidad, la arquitectura de la misma no radica sobre bases sólidas. El  plan había nacido con un virus, el virus del retraso cambiario, distorsión que  afecta la competitividad externa, incentivando una avalancha importadora  y desalentando las exportaciones. Esta  situación genera una brecha en la balanza comercial  que de forma momentánea era disimulada por el  ingreso masivo de capitales financieros internacionales, los cuales  arriban a las costas de los países emergentes  que habían consumado las reformas y que por las bajas tasas de interés que  ofrecían los mercados desarrollados, indujo a los inversores a salir en  busca  de ganancias más suculentas. 
                  
                Además, este potencial  desequilibrio del escenario económico  no  es compensado mediante un manejo correcto del gasto público. Este  pudo haber sido un instrumento valioso, si se  lo asignaba a la promoción de políticas que mejoraran el capital humano en  lugar de destinarlo a manejos asistencialistas y clientelísticos. De tal modo  que pudiera mitigar los efectos perniciosos en el caso de que se produjera  el desatamiento de una crisis económica (V.  Palermo, 1999).  
                Una de las soluciones que  disponía el gabinete enmendador del desequilibrio, que no involucrara lisa y  llanamente la devaluación de la moneda para ganar competitividad,  consistía en inclinarse  por la disciplina fiscal al tiempo que se  restringiera el flujo financiero con el fin de enfriar la economía que  produjera como resultado una mejora de la balanza comercial. 
                  Sin embargo, esta receta  recesiva fue rotundamente descartada, puesto que tenía escasa viabilidad  política si el objetivo del Ejecutivo era conservar tranquilidad (cultivar  armonía) en la relación con los varones provinciales del peronismo y poder  consumar con posibilidades ciertas la reforma constitucional que abriera las  puertas a la reelección presidencial. 
                En consecuencia,  el gobierno madura rápida y esquemáticamente  -conservando con vida el tipo de cambio fijo- una política de ajuste  orientada a reducir los costos internos que  lograra mejoras en la competitividad externa. Tal política consistía básicamente  en continuar con las desregulaciones del sector público, sumando medidas de  desgravación impositiva  a ciertos  sectores exportadores al mismo tiempo que se   recurría a la  flexibilización de  los costos laborales. 
                  Igualmente los esfuerzos  desarrollados por el gobierno no tuvieron un final feliz. Estos mecanismos de  ajuste   desplegados desde el Misterio de  Hacienda finalmente son puestos en jaque con la crisis del “tequila”. 
                  La devaluación mexicana  produce pánico en el mundo financiero, y activa la emigración de las  inversiones golondrinas, suceso que demuestra a todas luces en que medida la  vitalidad del modelo económico descansaba en la volatilidad del crédito  especulativo. 
                  El gobierno maneja  con temple el desarrollo de la crisis,  conserva a rajatabla el tipo de cambio fijo, lo que permite un regreso parcial  de capitales (Ibíd.).  
                El peronismo, que había  tenido una posición  crecientemente  hostil hacia el gobierno, cambió radicalmente de postura durante el estallido  de la crisis cerrando filas, alineado detrás de la figura de Carlos Menem. El  peronismo percibe, y no yerra de diagnóstico, que el voto popular no le sería  esquivo al jefe  justicialista. 
   En  1995  las elecciones presidenciales reflejan que mayores segmentos de la población  apoyan las transformaciones ocurridas durante estos años  que los que decidieron rechazarlas (Ibíd.). 
                Menem consigue su sueño  personal, la reelección a la primera magistratura, y promete como objetivo  aniquilar el problema de la desocupación que alcanza porcentajes inéditos para  el país, alrededor del 18 por ciento. 
                  Por último es necesario  señalar que la  crisis del tequila  demuestra en  forma descarnada que a  pesar de las reformas en los modos institucionales de acumulación de los ‘80,  la Argentina no encuentra un modo sustentable de crecimiento. 
                  La década del 90, sobre los escombros del  anterior modelo de sustitución de importaciones   enarbolan un nuevo patrón  de  acumulación capitalista, caracterizándose por la desregulación de la economía,  el desmantelamiento del sector público, y la apertura comercial. No  obstante,  más que una verdadera  economía  de mercado dinámica y en  desarrollo sobre un esqueleto institucional eficiente, se construyó un nuevo  capitalismo político y asistido, de predominio financiero  que transformó el monopolio de Estado en  un  monopolio de mercado, el que prosigue  la absorción  de cuasi-rentas de  privilegios de unas pocas corporaciones, en tanto aumenta la brecha de ingresos  entre la cúspide de la pirámide social y la base (Nochteff, 1998:  32-5). 
                  La crisis del tequila  demuestra   los límites  de  una economía altamente dependiente de la  volatilidad financiera internacional. 
                  Con la reelección presidencial se prosigue  con las políticas de ajuste y desregulación, que si bien  permiten regresar a una senda de crecimiento,  demuestra que  el sistema económico no  descansa sobre bases sólidas conduciendo a un aumento de la desintegración  social, de la desocupación, y de la pobreza.  
                La  Alianza y el ocaso  
                El desgaste de diez años del partido justicialista en poder, la  desmedida corrupción denunciada por los medios masivos de comunicación, y el  ingreso a una etapa recesiva de la economía dan lugar a la llegada de la  Alianza Radicalismo-Frepaso. Configuración política que  monta su campaña propagandística previa a las  elecciones presidenciales sobre dos ejes centrales: una se refería a la  limpieza ética de la praxis política   prometiendo desterrar de cuajo el legajo corrupto del  menemismo. Por otro lado, se garantiza el  tipo de cambio fijo a rajatabla. 
                  El dilema que se plantea es que el  principio ético se hacia muy difícil de  respetar, puesto que su trasgresión   sistemática  constituye la  condición primordial para conservar la convertibilidad.  
                  Es decir: ante inminente derrumbe -tras dos años de recesión-  del sistema hegemónico financiero basado en el endeudamiento, y en la renta de  los monopolios privatizados, exige para conservar sus ingresos en dólares-pesos  la continuación desesperada de las políticas de recorte al presupuesto nacional  para no ahuyentar a los acreedores. Esto implica seguir la cooptación por medio  de la coima y el soborno a los parlamentarios. 
   El  consenso social del que goza la convertibilidad, aun en una etapa recesiva,  conduce a la gestión de De La Rua a mantener el tipo de cambio fijo hasta el  final de su mandato.  Estrategia que  finalmente lo llevó al ocaso con el golpe devaluatorio del mercado, cuando la  economía  Argentina se ahogó en su  capacidad de pago previo continuum de medidas de ajuste que provocan el  achicamiento del mercado interno. 
                  En el estallido social de  diciembre del 2001 se vislumbra la  culminación de un proceso que llevaba ya varios años de crisis de  representatividad. La política regresa a las calles en las efervescentes  manifestaciones sociales y deslegitimada la casta política tradicional, la  sociedad civil nace como ámbito natural en la relegitimación de nuevas  instituciones, más horizontales, más participativas. No obstante el paso de los  meses y la relativa estabilidad en el control de las principales variables macroeconómicas  que logra el gobierno de transición con la llegada del Ministro de Hacienda  Roberto Lavagna, la marea pública, asambleas barriales, grupos piqueteros  regresan en la mayor parte de sus legiones al ámbito privado, cotidiano. 
   El  presidente provisorio, Eduardo Duhalde de la mano de Roberto Lavagna logra una  gestión de la crisis relativamente exitosa si se lo compara con las  previsiones  inflacionarias de la mayoría  de los especialistas, aunque  la  explosión de la paridad cambiaria y la devaluación provoca una nueva succión y  apropiación del excedente, mediante la caída estrepitosa de los salarios reales  y el aumento de la pobreza e indigencia en amplias capas de la población en  beneficio de la élite exportadora y del superávit fiscal del Estado. 
                * Docente del Departamento de Ciencia Política  del Instituto de Formación Docente Continua San Luís. Posgrado en Ciencia  Política y Sociología (FLACSO) 
Correo electrónico: forli3@yahoo.com.ar. 
TE: 02657-434425 
Te Instituto: 444189 
                Notas 
                (1)  Comisión  de Asesoramiento  Legislativo. 
                (2)  Confederación General del Trabajo.  
                (3) “Ante tal  situación, Alfonsin intentaría denodadamente llegar a un acuerdo con el  presidente electo que le permitiese calmar los ánimos. Pero la negociación se  trabó por las exigencias que le formuló Menem” (Marcos Novaro, y Palermo  Vicente,1996 pag. 113). “Guido di Tella fue el encargado de comunicar que el  Justicialismo no cogobernaría (...).El dólar creció el 57 por ciento  durante la semana posterior a las elecciones y las tasas llegaron hasta el  80 por ciento   mensual”(Daniel Muchnik, 2001, pag 210).  
                (4) Dirección  General  Impositiva.  
                  
                Bibliografía:  
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