Revista Nº4 "América Latina entre dos siglos I"

Resumen:

Mucho se ha investigado acerca de la emergencia de los liderazgos en la década de los noventa, de Alberto Fujimori en Perú y de Carlos Menem en la Argentina. El propósito de este trabajo es explorar la emergencia de estos líderes en un contexto de “video política”, teniendo en cuenta también la presencia de otros sujetos “construidos” discursivamente como son “el tecnócrata” y “el outsider de la política” que tanta relevancia han tenido en el marco de las reformas estatales de naturaleza neoliberal.
        Su relevancia se halla en la necesidad de dilucidar si los medios coadyuvarían o no
a construir en el imaginario social a éstos líderes, como “nuevos representantes” de la política.
        Se emplean en este estudio, herramientas de análisis del discurso y las explicaciones que estudian el surgimiento del populismo en su específica forma de articulación discursiva, a saber las perspectivas de Ernesto Laclau y Emilio de Ipola.  

Abstract

There has been a lot of research done in order to compare the rise of the leaderships, during the decade of the 90s, of Alberto Fujimori in Peru and Carlos Menem in Argentina. The purpose of the present paper is to explore the rise of these two in a “political video” context, taking into account the existence of built-up subjects for discourse, such as the cases of “the technocrat” and the “political outsider” that were so relevant in the framework of the State reforms of neo-liberal origin.
            Their relevance is based on the need to figure out if the media would assist to establish these leaders as the “new representatives” in the social mindset.
In the present paper Ernesto Laclau’s and Emilio de Ipola’s perspectives will be drawn upon in their specific form of discursive articulation in populism risings, as discourse analysis tools.

 

“Política y medios de comunicación: La construcción de liderazgos neopopulistas en el marco de los multimedios. Reflexiones acerca de  Menem en Argentina y Fujimori en Perú (1989-1995).”

Por: Bárbara Krisiuk*

 

Introducción:

Muchos intelectuales se han dedicado a investigar y a tratar de comprender los fenómenos políticos encarnados por dos líderes que emergen en la región a principios de los años noventa, a saber: Carlos Saúl Menem en Argentina y Alberto Fujimori en Perú. Sin embargo, se torna necesario explorar la relación que existe entre la emergencia de estos líderes y su vinculación con los medios de comunicación, en el contexto de reformas neoliberales.
 
La relevancia de este escrito se halla en la necesidad de dilucidar si los medios masivos coadyuvarían o no a construir en el imaginario social a estos líderes, como “nuevos representantes” de la política, en una suerte de “ruptura” con el pasado, en el caso de Fujimori o, si en el caso de Menem se opera otra relación de sentido: el nuevo líder, futuro conductor de la Patria, aparecería en la escena como un nuevo caudillo “restaurador” de las leyes y el orden en un contexto de crisis macroeconómica, que en un principio, por sus orígenes en el partido justicialista, no sería posicionado por los medios, como un representante de lo “nuevo” versus “lo viejo”.

El propósito de este trabajo es explorar la emergencia de estos líderes  (retomando un concepto de Giovanni Sartori) en un contexto de “videopolítica”, teniendo en cuenta también otros sujetos “construidos” discursivamente como la imagen del “outsider” y del “tecnócrata”, que tanta relevancia han tenido en la década del noventa. Para tal fin, se empleará el método histórico-comparativo.

Para facilitar un orden en la producción y en la posterior lectura, se establecerá un orden de interrogantes que surgen al abordar la temática elegida:

¿Qué tipo de liderazgos son los que construirían Fujimori y Menem? Para dilucidar esta cuestión se emplearán conceptualizaciones acerca del fenómeno de los neopopulismos.

¿De qué modo, por medio de qué estrategias enunciativas se construye la imagen del líder en los medios y en los mismos discursos que pronuncia el líder? Para este fin se utilizarán algunas herramientas de análisis del discurso y se examinarán algunas publicaciones de los diarios “Clarín” de Argentina y de El Comercio y la República  de Perú, entre los años 1989-1992.
Ambos líderes emergen en contextos hiperinflacionarios, ¿Qué significado tendría la crisis macroeconómica, para los interlocutores de los mencionados mandatarios? O  dicho de otro modo, ¿serviría este contexto de caos para construir un nuevo tipo de liderazgo, más concentrado? Y finalmente, ¿qué consecuencias tendría para el fortalecimiento institucional en democracias jóvenes como las de Perú y Argentina?

El estado de la cuestión: algunas reflexiones previas

Finalizando los años ochenta, en el contexto de la caída de la URSS, se avizora una nueva configuración mundial, el desmembramiento del “socialismo real” trae como una de sus consecuencias, un nuevo mundo unipolar, con la hegemonía de Estados Unidos.

Los países desarrollados habían efectuado sus respectivas reformas estatales a fines de la década de 1970 y durante los años ochenta. En América Latina, junto con el advenimiento de nuevos regímenes democráticos, comenzaba la metamorfosis final de nuestras administraciones. La desregulación económica, con la consiguiente apertura de los mercados externos, la descentralización (más bien transferencia de responsabilidades) de funciones fundamentales como Educación y Salud en niveles inferiores de gobierno y, el proceso de privatización de empresas públicas se llevaron a cabo en Argentina y Perú bajo los gobiernos de Menem y Fujimori.
 
A fines de los ochenta, había comenzado el recorte del estado intervencionista, pero la transformación  real se consuma en la década del noventa. Estos nuevos liderazgos son los conductores de dichas transformaciones, interesa a los fines de este trabajo las operaciones de los medios en torno a las “bondades” de la transformación del “gigantismo estatal” y la configuración que construyen de los líderes mencionados. Así, en un contexto en el cuál los medios tematizan la agenda pública, se utilizarán conceptos de Sartori como “homo videns” y “videopolítica”.

También se emplearán los conceptos de democracia delegativa y de control (accountability) elaboradas por Guillermo O Donnell para tratar de captar la naturaleza de estas nuevas democracias que resurgen en la región.

Las crisis hiperinflacionarias respectivas a los dos países mencionados, tuvieron como “pilotos de tormenta” a dos presidentes que podrían considerarse neopopulistas, caracterizados por un fuerte liderazgo que centraliza el poder, que hace eje en la persona del líder y que se manifiesta profundamente anti-estatista. Líneas conceptuales de Kenneth M. Roberts servirán para estudiar el neopopulismo peruano. Para examinar el liderazgo particular en el caso argentino se retomarán las elaboraciones de Bosoer y Leiras.
 
Se emplearán conceptos de Eliseo Verón para poder desentrañar como los enunciadores del discurso (en este caso Menem y Fujimori) construyen discursivamente a los destinatarios que todo discurso político supone, a saber: un pro destinatario, un para destinatario y un contradestinatario. Estos conceptos serán desarrollados en el correspondiente apartado.

Sin embargo, resulta necesario, a los fines de situarnos en la década de los años noventa para desentrañar a los  nuevos populismos, elaborar una reseña acerca de las interpretaciones sobre el surgimiento y la dinámica del populismo clásico. De este modo, podríamos luego establecer los principales atributos característicos de los dos fenómenos que nos ocupan.

Retomando el esquema elaborado por Mackinnon y Petrone en su manual sobre Populismo y Neopopulismo en América Latina, revisamos las formas en que diferentes teóricos se han acercado al populismo clásico con referencia a las causas o condiciones de su emergencia, así se podría distinguir a los autores en cuatro grupos, a saber:

1-Un eje de lectura en clave del proceso de modernización, heredera de la teoría funcionalista, que concibe al populismo como un fenómeno que surge en los países “subdesarrollados” en la transición de una sociedad tradicional a otra con pautas de desarrollo moderno, capitalista e industrial (eje que nuclea a Gino Germani y a Torcuato di Tella, entre otros). Para Germani, la transición desde una mentalidad tradicional construida en una matriz paternalista y autoritaria, a una moderna basada en individuos autónomos y libres produce un estado de anomia ante la carencia de canales institucionales adecuados.

Sustraídos de la pasividad de la mentalidad tradicional, pero aún incapaces de efectuar ninguna acción colectiva autónoma, estas masas son advertidas como potencialmente peligrosas. La rigidez del sistema político y la incapacidad de los actores de encauzar la crisis posibilitan el surgimiento de un líder carismático, que junto con algunas fracciones de las élites los coopta y disciplina. Estas masas son consideradas en “disponibilidad” y sus líneas de acción se interpretan en términos de irracionalidad y heteronomía

2- Otro eje más amplio y heterogéneo en sus propuestas de análisis, que los autores anteriormente citados definen como “línea de interpretación histórico-estructural” (MACKINNON-PETRONE: 1998,23)  enlaza al populismo con el estadio de desarrollo del capitalismo latinoamericano que surge con la crisis del modelo agro-exportador y del estado oligárquico-liberal. Frente a la debilidad de las burguesías nacionales, es el Estado el que interviene en la economía, dirigiendo los procesos de cambio. Así mientras Cardoso y Faletto, desde la teoría de la dependencia, hacen hincapié en la reconstrucción del proceso histórico-estructural de las sociedades latinoamericanas para comprender cómo se vinculan las diferentes clases y cuál es el movimiento que en cada período las impulsa a la transformación, Ianni, desde una perspectiva marxista, considera que el “Estado populista” si bien no es un nuevo tipo de organización estatal, es nacionalista e intervencionista en lo económico dentro del capitalismo y culmina con la transformación de la política de masas en lucha de clases.

Portantiero, Murmis, Weffort y Torre analizan (cada uno con diferentes interrogantes) al populismo como un fenómeno que resulta de la crisis de hegemonía, es decir que el fenómeno populista sería la expresión de una alianza en la que ninguna clase tiene la fuerza suficiente como para romper con la oligarquía dominante y lograr plasmar en la realidad un proyecto de dominación propio.

3- El tercer grupo que mencionan Mackinnon y Petrone, es el que ellos denominan como los coyunturalistas: dentro de esta perspectiva, también vasta y heterogénea se podrían incluir a James, a Horowitz, a French, a Murilo de Carvalho, entre otros. Estos teóricos colocan el acento en las oportunidades y condicionantes que rodean a los distintos sectores sociales, particularmente a los trabajadores, en determinadas coyunturas históricas y critican las explicaciones que reenvían los orígenes del populismo al pasado pre-populista de América Latina. Entre ellos, cabe destacar la lectura del fenómeno de Daniel James quien subraya la dimensión subjetiva de los actores  sociales, la cultura social y política de clase, la construcción de los sentidos que tienen para los actores involucrados las experiencias vividas. Mientras que French focaliza en el estudio del entramado complejo de alianzas, vinculada con procesos socio-económicos que crearon diversas dinámicas y posibilidades de alianzas entre los distintos sectores sociales.

4-Existe una cuarta línea interpretativa, definida desde su método de análisis del populismo, que sitúa la especificidad del fenómeno en el plano del discurso ideológico. Aquí se pueden mencionar a autores como De Ipola y Laclau. Mientras Laclau argumenta que lo que convierte a un discurso ideológico en populista es la articulación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético-antagónico respecto a la ideología dominante y que habría una suerte de continuidad entre populismo y socialismo, Portantiero y De Ipola sostienen, desde la noción gramsciana de construcción de una voluntad nacional y popular, que la relación entre socialismo y populismo es de ruptura.

Para analizar la emergencia de los liderazgos de Fujimori y Menem  en un contexto de “massmediatización” de la política, es útil retomar las perspectivas de análisis de Daniel James y de Ernesto Laclau. Negándose a estudiar al populismo como un fenómeno “patológico”, James estudia a las experiencias populistas desde una lectura que desentraña las condiciones subjetivas del movimiento social y los sentidos que tienen para los actores sociales las experiencias vividas. Es necesario observarlos desde la lógica de los actores involucrados como un momento fundamental para la participación en el sistema político. Esto no significa circunscribirse a la dimensión psicosocial, también se deben relacionar estas experiencias de los sujetos con aspectos culturales que caractericen al estado, la historia y la cultura política.

Siguiendo a Laclau, James sostiene que en cualquier práctica política existe un “instante populista” que se transforma en una estrategia de interpelación a los actores sociales y políticos. Existe un momento dónde se acude al populismo como “interpelación” para rearticular el sistema político y equilibrarlo, integrando a las masas. Esta situación se da generalmente en momentos de crisis: crisis del régimen político, cuando las masas reclaman la ampliación en la participación, crisis de hegemonía o dominación, cuando se cuestionan las bases de ese ordenamiento social y la legitimidad de las clases dominantes o crisis macroeconómicas, cuando la sociedad vive en el caos de la hiperinflación y el deterioro de sus condiciones de vida.

Entonces, cualquier proyecto anti hegemónico de transformación total, si no posee su momento populista, está destinado a ser una experiencia ineficaz sin ningún poder de influencia sobre las masas.

Análisis del discurso ideológico: la perspectiva de Laclau y de De Ipola.

Estos dos autores rechazan las interpretaciones del populismo que lo vinculan con una específica etapa del desarrollo como ser la industrialización por sustitución de importaciones o a una base social determinada como las clases trabajadoras y populares y describen al fenómeno desde una posición diferente. La especificidad del populismo se halla en el especial tipo de discurso ideológico que construye.
 
Para Laclau, la única forma de pensar la presencia de las clases es aseverando que el carácter de clase de un discurso ideológico está dado por su forma y no por el contenido, es decir, la forma de enunciación de tipo populista no está dada por el contenido del mensaje. La “forma” de una ideología reside en el principio articulatorio de sus interpelaciones constitutivas, y el carácter de clase de un discurso ideológico se descubre en su principio articulatorio específico. Es así como el nacionalismo puede articularse a diferentes discursos ideológicos de clase: feudal, burgués o comunista. Los discursos políticos de las distintas clases se tratan de esfuerzos articulatorios antagónicos en los que cada una de ellas se presenta como el auténtico y verdadero representante del “pueblo”, del “interés nacional”.

Las tradiciones populares constituyen el agregado de interpelaciones que expresan la antinomia pueblo/ bloque de poder como distinta de una contradicción de clase, “pueblo” es un polo de una contradicción específica. El líder encarnaría al defensor de ese pueblo. Pero lo que transforma a un discurso en populista es una particular modalidad de articulación de las interpelaciones popular-democráticas al mismo. La tesis del autor es que el populismo consiste en la articulación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético-antagónico respecto de la ideología imperante. El populismo se origina cuando los componentes popular-democráticos son presentados como una opción antagónica frente a la ideología del bloque dominante. Se configuraría de este modo un escenario en el que el líder encarna la voluntad de las clases oprimidas que son las verdaderamente democráticas, en oposición al bloque dominante que es, por definición, antidemocrático y enemigo del “pueblo”.

En la Argentina, ante la crisis mundial y la depresión económica desatada en 1930, y frente a la crisis del transformismo, la oligarquía no puede soportar más las políticas redistributivas de los gobiernos radicales gobernantes, debido a esta situación debe restringir el acceso de las clases medias al poder político, así se cristaliza la completa escisión entre liberalismo y democracia. Ante la crisis del discurso ideológico dominante, resultado de la fractura en el bloque de poder o de la incapacidad del sistema para neutralizar a los sectores dominados, el populismo radicará en aglutinar al conjunto de interpelaciones que expresaban la oposición al bloque de poder oligárquico con los tópicos temáticos de democracia, industrialismo, nacionalismo, antiimperialismo, cristalizarlas en un nuevo sujeto y desarrollar su potencial antagonismo enfrentándolo con el principio mismo en el que el discurso oligárquico encontraba su principio de articulación: el liberalismo.

Ahora bien, Menem y Fujimori aparecen en escenarios muy diferentes a los contextos en que emergieron los líderes populistas clásicos desde la década del 30 en la región. En primer lugar, ambos líderes emergen en contextos de crisis macroeconómica y social, con sus diferencias y especificidades propias, en un nuevo escenario internacional dónde el modelo de industrialización por sustitución de importaciones ya se mostraba inviable y se había agotado y dónde el Estado intervencionista “debía” ser recortado debido a que era ineficiente para responder a las demandas de los distintos sectores sociales, era deficitario en cuestiones de recaudación y política fiscal y estaba sujeto a las pujas de los distintos sectores de la sociedad.
 
Estos dos líderes fundarán, cada uno a su modo, un nuevo tipo de articulación de interpelaciones nacional-populares en sus discursos ideológicos. Sería interesante poder dilucidar el giro “semiológico” que cada uno de estos dos líderes realizan en torno a la relación discursiva entre “pueblo-democracia-políticas redistributivas-neoliberalismo”.

Menem y Fujimori se presentarían como los verdaderos líderes del pueblo, como los que defienden a la verdadera democracia, pero ya no se ampararán en el otorgamiento de bienes tangibles (beneficios materiales, mejoras en las condiciones de vida) a los sectores populares, ya que ellos han llegado al poder para “recortar” al estado de bienestar, y para insertar a la Argentina y al Perú en la economía de mercado internacional.

Existen distintas lecturas sobre los orígenes y el funcionamiento de los nuevos populismos, a modo de síntesis mencionamos a Zermeño (1989), quien, analizando el caso de México, vincula el resurgimiento de lo “nacional-popular” con los efectos de la salida de un orden tradicional y el crecimiento acelerado, y el posterior encuentro con el estancamiento. La dificultad para este teórico, es el debilitamiento de los órdenes intermedios de estas sociedades en tránsito acelerado hacia el estancamiento. Los problemas para constituir identidades duraderas en el tiempo, la descomposición de las identidades partidarias previas debido al avance la pobreza-que genera atomización-actuarían a favor de la relación entre el líder y las masas, lo que generaría el regreso del líder.

Lazarte (1992), analizando el caso boliviano, afirma que el surgimiento acelerado de nuevos liderazgos con fuerte apoyo social, es resultado de las fallas de las organizaciones partidarias en tanto estructuras de mediación y de las reorientaciones de los actores sociales. Si los partidos políticos, actores centrales del sistema democrático, no se legitiman cumpliendo su función de mediación entre la sociedad civil y el sistema político, dicha sociedad quedaría a la “deriva” en la canalización de sus demandas. De este modo aparecen líderes que se convierten en interlocutores de sus expectativas, desoídas por los partidos tradicionales. En el apartado correspondiente, se analizará si esta interpretación podría ser pertinente para explicar el surgimiento del fujimorismo, que no surge desde un partido tradicional peruano. Fujimori se presenta desde su perfil académico en un contexto de pérdida de legitimidad de los partidos políticos peruanos.

Roberts es otro de los autores que analizan la emergencia de los populismos contemporáneos, es de especial interés su desarrollo conceptual, debido a que se propone dilucidar lo que ocurre en el Perú en los años noventa. Postula que, a pesar de que diversos estudios han sostenido que populismo y neoliberalismo son antagónicos, ya que el populismo se vincula con políticas estatistas y redistributivas, neoliberalismo y populismo son particularmente afines. La emergencia de un liderazgo como el de Fujimori podría reforzar al neoliberalismo. Para Roberts este nuevo tipo de populismo liberal se asocia a la desintegración de las formas institucionalizadas de representación, que sucede generalmente en períodos de crisis social y económica, en este sentido el populismo debe desligarse de un específico modelo de desarrollo y es para el mencionado autor un rasgo permanente de la política latinoamericana atribuible a la debilidad de la organización política autónoma de los sectores populares y la debilidad institucional de los organismos intermedios que canalizan las demandas sociales.

La literatura revisada ha atendido, en general, a las diferencias entre el populismo clásico y el nuevo, en lo que respecta a su base social de apoyo, así el populismo clásico se ancló en las clases urbanas trabajadoras y en los “sectores trabajadores industriales”, mientras que en la década del noventa, el apoyo principal a los nuevos líderes que emergen se origina en los sectores urbanos informales y los pobres rurales. Se asevera que los trabajadores conformaron una base de apoyo más estable, con capacidad organizativa y mayor margen de acción autónoma que los segundos, eran por esta situación menos susceptibles y “maleables” frente a las promesas del líder.

Además, como los sectores informales, desindicalizados no poseen mecanismos de representación estables, la acción colectiva se atomiza y se produce una delegación en el aparato estatal, lo que generaría una creciente autonomización de las dirigencias, situación que en un contexto de “hiperpresidencialismo”, refuerza la discrecionalidad en la actuación del líder y la baja en la capacidad de la sociedad civil  para solicitar la rendición de cuentas (accountability) por las políticas llevadas a cabo.

Luego de esta introducción, se procede a analizar  los dos casos que son de interés para este escrito. Se tratará de dilucidar en cada caso, la presencia o ausencia de los diferentes sectores sociales, y el papel que desempeñaron en las diferentes coaliciones y alianzas en un contexto de “espectacularización” de la política en un tipo especial de democracia, la democracia delegativa, en términos de O´Donnell:

“Las democracias delegativas crecen sobre una premisa básica: el que…gana la mayoría en las elecciones presidenciales (las democracias delegativas no congenian demasiado con los sistemas parlamentarios) está facultado para gobernar el país como crea conveniente, y hasta tanto lo permitan las relaciones de poder existentes, por el término en que ha sido elegido. El presidente es la encarnación del interés nacional, el cuál en tanto presidente, es de su incumbencia definir. Lo que hace en el gobierno no necesita parecerse a lo que dijo o prometió durante la campaña electoral: está autorizado para gobernar como lo crea conveniente” (O´DONNELL:1993 en BOSSOER-LEIRAS: 2001,67)

La política en los tiempos de la mediatización:

            Tanto Menem en 1989 como Fujimori en 1990 dieron inicio a sus campañas electorales apelando fuertemente a los medios masivos de comunicación, en el contexto de la eliminación de las fronteras internacionales a la economía. Los medios “construyen” el espacio público y se funda la “espectacularización” de la política, que se vincula más con la lógica y la estética del espectáculo televisivo que con las modalidades de la política a la vieja usanza, del discurso del líder frente a las multitudes movilizadas.     Tanto en la Argentina como en el Perú los medios poseían aún cierto halo de credibilidad. Si bien Menem arriba al poder desde la plataforma de un partido tradicional, institucionalizado en el tiempo, como es el peronismo, “asume” para destruir todas las conquistas de los trabajadores en que había sustentado su base de poder Perón. En la campaña Menem promete, “salariazo y revolución productiva”, pero en la ambigüedad de sus propuestas y en la “astucia” característica de este nuevo líder no quedaba bien claro a qué se refería con este tipo de promesas electorales. 

            Grandes conglomerados empresarios locales, enriquecidos desde la última dictadura militar, fueron parte integrante del establishment económico que apoyó a Menem durante su campaña, junto con economistas, periodistas y empresarios de los medios de comunicación que miraban azorados a un “nuevo caudillo provincial” (esta es la imagen que buscaba dar con sus grandes patillas, evocando la imagen de Juan Manuel de Rosas), tributario de Perón, y que iba a consolidar el giro conservador (en sentido de restaurar las leyes y el orden) y liberal (en materia económica) que tan férrea oposición había suscitado durante la presidencia de Alfonsín, cuando éste había propuesto la integración de capitales extranjeros en las empresas de servicios estatales.  

Si bien Menem no puede presentarse como la encarnación de lo “nuevo” en la política, debido a sus orígenes peronistas, sus asesores de campaña y los “intelectuales orgánicos” que lo acompañan realizan una operación de sentido, en la que como apuntan Bossoer y Leiras, ya no es 1983 con el retorno a la democracia la “bisagra histórica”, sino que los nuevos tiempos llegan con el líder riojano.

El caso de Alberto Fujimori es esencialmente diferente. En 1988, apoyándose en un conjunto de colaboradores universitarios y hombres de negocios, Fujimori comienza a gestar su propia fuerza política, denominada Cambio 90, que registró en 1989, una vez liberado de sus responsabilidades académicas, ya que había sido Rector de la UNALM  (Universidad de La Molina) y decano de la Facultad de Ciencias, justamente eso era Fujimori, un hombre de una prestigiosa carrera académica. Ingeniero agrónomo de profesión, sus inquietudes sobre la situación del campo peruano y la universidad lo llevaron a dirigir entre 1987 y 1989, el programa de la televisión pública “Concertando”, donde comenzó a relacionarse con sectores de la dirigencia de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA, o Partido Aprista Peruano, PAP), formación de orientación socialdemócrata que entonces gobernaba al Perú con Alan García Pérez.

Cambio 90 era concebido por su líder como un movimiento cívico independiente y sin una ideología definida (un partido atrapa-todo), tenía una composición social heterogénea, con representantes de la pequeña y mediana empresa, los profesionales liberales y las iglesias evangélicas. “El chino” (como será popularmente nombrado por sus orígenes nipones) se presentó a las elecciones presidenciales de 1990 con un perfil pragmático y tecnocrático, de hombre de números y planes viables, al que no le interesaban ni el debate ideológico ni la “politiquería tradicional”. Quien triunfara en las elecciones presidenciales, debía suceder a la administración de Alan García, quien dejaba como legado a un Perú sumergido en la crisis económica, e hiperinflacionaria.
 
Resulta imperioso no  dejar de lado esta situación con respecto a lo que genera en el imaginario social de los sectores populares y campesinos pobres: “los políticos tradicionales hablan, discuten si por izquierda o por derecha, pero se han demostrado incapaces para conducir al Perú”, aparece así Fujimori quien supo capitalizar muy bien esta lectura. Emerge así un nuevo tipo de liderazgo neopopulista, que ya no centraría sus bases de apoyo en las políticas redistributivas y de derroche fiscal, que tanto se le han atribuido al populismo clásico, sino que llevará adelante, al igual que Menem, las profundas reformas neoliberales, que los organismos multilaterales de crédito “recomendaban” para timonear la crisis y para seguir otorgando créditos.

Ambos líderes fundaron una nueva forma de hacer política, en la cual bastaba con presentarse a populares programas televisivos o a entrevistas en programas radiales para dar a conocer a la opinión pública las diferentes opiniones de los candidatos sobre las más variadas temáticas, y así en una suerte de interacción o feedback, los asesores de imagen y los consultores que se encargaban de las campañas, podían recibir y procesar los temas principales en torno a los que confluían las principales demandas de la sociedad. Esta novedosa modalidad de hacer política fue denominada por Sartori como “videopolítica”, la política se corre de eje, ya no se hace en la plaza, ahora los medios “median” entre las “audiencias” y el candidato o posterior “líder” electo.
Esta particular situación configuraría un nuevo tipo de vínculo entre el líder y sus seguidores ya que el discurso se “recorta” en términos ideológicos, las propuestas se acercan más al centro político, y los candidatos tratan de ampliar su base de apoyo. Todo discurso político es, en esencia polémico, porque siempre existe otro discurso que critica o refuta lo que postula determinada articulación discursiva.
 En palabras de Eliseo Verón, en La Palabra Adversativa, todo discurso construye simultáneamente un destinatario positivo, llamado pro destinatario que comparte con el enunciador ciertas “lecturas” de la realidad, que sería el pro-partidario; otro destinatario negativo, denominado contradestinatario, el adversario político y un tercer tipo de destinatario en la comunicación, que es el para destinatario, aquel indeciso o que no pertenece a una ideología partidaria específica, que el discurso intentará interpelar y persuadir. En la era de la video política, los candidatos tratarán de ampliar sus bases electorales atrayendo al para destinatario, ya que los políticos tradicionales sufren la pérdida de legitimidad a los ojos de la sociedad civil y para ganar una elección son insuficientes los votos de los partidarios.

Es así que Menem fue capaz de interpelar al conjunto de todos los argentinos, sustituyendo los colectivos de identificación partidaria como “compañeros”, “descamisados” o “trabajadores” por meta colectivos singulares, más amplios que no admiten la cuantificación y la fragmentación, como por ejemplo “la Patria”, “La nación” que sirven para integrar al para destinatario, así como también el uso de colectivos plurales o más amplios como “ciudadanos”, “argentinos”, “hermanos” que no connotan una identificación partidaria. En su discurso de asunción al poder el 8 de julio de 1989, comienza a dirigirse a la ciudadanía toda con la interpelación “hermanos y hermanas”, esta construcción discursiva no sería casual ya que connota la presencia de un nuevo líder mesiánico, paternalista, que arriba al poder para salvar a la Patria. El mismo nombre del discurso “Argentina levántate y anda” tiene una connotación religiosa. Es el nuevo líder, restaurador del orden frente al caos, quién conducirá a la Argentina a su recuperación. Retomando a Laclau, el pueblo al que conducirá este líder, ha sido redefinido discursivamente, ya que el nuevo líder populista no vendría a representar a los sectores que otrora le prestaron apoyo, sino que arribaría al poder para representar los intereses de los grupos económicos más concentrados.
           
            El candidato riojano fue pionero en implementar una nueva forma de movilización política en la que quién se movilizaba era él mismo. En su menemóvil recorría el país, interactuando con la ciudadanía sin intermediaciones y distanciándose de la manera tradicional de “hacer política” de los líderes de antaño.
            
             El caso de Fujimori es distinto, ya que en el comienzo de la campaña, con su lema de “Honestidad, Tecnología y Trabajo” y sus mensajes acerca de la necesidad de moralizar las instituciones democráticas y de ofrecerse como una alternativa a los políticos tradicionales, apenas despertó el interés de los medios masivos, que lo consideraron como un candidato marginal, un aventurero con un discurso ambiguo e impreciso en materia económica. Sus promesas de prosperidad y seguridad fueron recepcionadas por los principales medios como la manifestación de un “outsider” con pretensiones populistas.
           
           “El chino” aceptó este apodo, que espontáneamente le habían endilgado sus seguidores para resaltar su ascendente no europeo y que podría asociarse a “minoría mestiza”. Así se lograba una operación semántica por “diferenciación” en la que resultaba bien diferenciado del “blanquito europeizado” de Mario Vargas Llosa, candidato del centroderechista Frente Democrático (FREDEMO, coalición integrada por la Acción Popular, AP, y el Partido Popular Cristiano, PPC). Al escritor peruano lo apoyaban las élites económicas y empresariales por su plataforma explícitamente neoliberal.
           
            Otro slogan de la campaña fujimorista apelaba por “similaridad” a la complicidad mestiza entre el futuro líder y sus seguidores: “un presidente como tú”.

            Fujimori arrasó en la segunda vuelta con un 62.5% de los votos, venciendo a Vargas Llosa contra el que se habían movilizado los apristas y la izquierda en bloque, quien obtuvo el 37.5% de los votos. En las elecciones legislativas, CAMBIO 90 obtuvo 32 de los 180 escaños de la cámara de diputados y 14 de los 60 escaños del senado, quedando rezagado al tercer lugar luego del FREDEMO y del PAP, lo que configuraba una complicada situación de fuerzas en el parlamento para el nuevo presidente del Perú.

El sorpresivo triunfo en los comicios de un hombre surgido del “virtual anonimato” poco antes de las elecciones, carente de experiencia en la arena política, sin un soporte partidario tradicional, es decir, un outsider de perfil académico se interpretaría como un “voto castigo” a la clase política sin precedentes en el Perú. Los aproximadamente 4.5 millones de votos otorgados a Fujimori provenían de las franjas más pobres de la sociedad, así como también de indígenas y mestizos. Las clases urbanas medias-bajas, anteriormente base de apoyo del PAP y sectores cuentapropistas con un mayor poder adquisitivo también apoyaron al ganador.

Se podría advertir un paralelismo entre Menem y Fujimori en el sentido de la “sorpresa” por parte de sus respectivos electorados al empezar a llevar a cabo las reformas estatales en consonancia con las recetas pretendidamente “universales” del neoliberalismo. Ambos líderes fueron ambiguos en sus propuestas y ejes de campaña, y vendrían a reforzar, cada uno con sus particularidades, el tipo de democracia delegativa, dónde el líder puede gobernar con discrecionalidad, sin atenerse a sus anteriores promesas pre-electorales. Los dos mandatarios fundamentaron su accionar en la necesidad de un líder fuerte, conductor en la salida a la crisis macroeconómica y social.

Se ampararon en estrategias “decretistas de gobierno”, lo que habría reforzado  aún más el carácter rígido e híperpresidencialista de ambos regímenes democráticos.

Del mismo modo, cabe destacar que las transformaciones estructurales del Perú habrían sido mucho más profundas que la variante argentina. Debe recordarse, que si bien, cuando Domingo Cavallo es llamado por Menem para que lo “socorra” en la solución definitiva al caos de la economía argentina, dicho funcionario consideraba que era vital aplicar un plan de ajuste ortodoxo. Menem se veía imposibilitado de implementarlo debido a que no podría pagar los costos políticos de dicho plan de estabilización. El ya estaba pensando en la posibilidad de la reelección (aunque todavía no estuvieran dadas las condiciones “constitucionales” para efectivizarla).

La primera presidencia de Fujimori

            El recientemente presidente electo asume con un mandato de cinco años no renovables, en su primera alocución a la ciudadanía se  lamentó del “desastre” que le legaba la presidencia de Alan García: “Nos toca afrontar la crisis más profunda que ha vivido el país en toda su historia republicana, una economía entrampada en una hiperinflación y una depresión, una sociedad escindida por la violencia, la corrupción, el terrorismo y el narcotráfico. En una palabra, casi una economía de guerra” (discurso del presidente Fujimori en www.cidob.org :2007,4)

Se mencionan algunos datos de la economía peruana al finalizar el año 1989: recesión masiva del 12% del PBI, inflación anual del 2.773%, una deuda externa de 20.000 millones de dólares. Sólo el 15% de la población activa tenía un empleo formal, mientras el índice de desocupación ascendía al 10 por ciento y había un 75 por ciento de población en condiciones de subocupación.

En lo que respecta a la seguridad interna, esta era violentada recurrentemente por las guerrillas de extrema izquierda, Sendero Luminoso (de ideología maoísta) y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru ( en adelante, MRTA, de tendencia marxista leninista), que llevaban adelante una estrategia de conquista revolucionaria del poder político. Los atentados terroristas, asesinatos a funcionarios públicos y emboscadas sumían en el terror a la sociedad peruana desde hacía una década.

Retornando a los contenidos del primer discurso, Fujimori explicitaba su intención de crear “una verdadera economía social de mercado”, simplificar a la administración pública, e “insertar al Perú en la comunidad financiera internacional”, aunque en la percepción de sus interlocutores se lo asociaba con el establecimiento de medidas graduales y no traumáticas para hacer frente a la crisis. Ya aquí se percibe el giro ideológico al que viraba el nuevo presidente, quién implementó las recetas neoliberales, que justamente en la campaña eran motivo de ataque por parte de Cambio 90 hacia Vargas Llosa y la coalición que lo catapultaba al poder, el FREDEMO.

En agosto, pasado un día de decretar el estado de emergencia por 30 días en Lima y en nueve provincias del país debido a los últimos ataques de Sendero Luminoso y el MRTA, el ministro de economía y finanzas, Hurtado Miller, hizo anuncio del plan de ajuste y estabilización que tenía el fin de frenar la inflación, congelar las actividades de contrabando de mercancías a manos de comerciantes especuladores y las compras compulsivas, fruto del pánico al desabastecimiento. Se tenía el propósito de recomponer el flujo de divisas del Banco Central de Reserva del Perú, para conseguirlo se eliminaban las subvenciones a productos de primera necesidad, que hasta quintuplicaban sus precios, así como a la gasolina. Se anunciaron también medidas de compensación como la apertura de comedores y subsidios al transporte público y el agua. Lima sufrió una ola de disturbios y saqueos que fue “contenida” por la policía con un resultado de decenas de muertos y miles de detenidos. Hasta fines del año, el gobierno enfrentó diversas huelgas obreras, a una ofensiva terrorista y a recurrentes rumores de malestar en las Fuerzas Armadas, especialmente en la Fuerza Aérea y la Marina, pero no del ejército.
           
            A la espera de los “resultados positivos” que el plan drástico debía generar en las variables macroeconómicas, 1990 finalizó con un crecimiento negativo del PBI del 6% aproximadamente y una inflación del 7.600%.
           
           Otras medidas económicas implementadas fueron la desnacionalización de la banca privada, la privatización parcial del parque empresarial estatal, la liberalización de las tasas de interés y la flexibilización en el régimen de cambios monetarios. El Inti se reemplazó por el Nuevo Sol en julio de 1991. El tipo de canje fue fijado en un Nuevo Sol por un millón de Intis.

          En lo que respecta a la política exterior, Fujimori llevó a cabo una activa diplomacia en materia económica, realizando numerosos viajes con el fin de renegociar el pago de la deuda externa y obtener nuevos créditos. El presidente en persona, debido a su importante formación académica, intentaba consolidar la inserción del Perú en los esquemas de integración y cooperación regionales e internacionales.
           
         Hacia fines de 1991, la oposición parlamentaria, encarnada en el PAP y el FREDEMO  impidió la sanción de ciertos decretos legislativos que otorgaban al Poder ejecutivo y a las fuerzas armadas el monopolio absoluto de la lucha al narcotráfico y a la guerrilla. El gobierno obedeció a las presiones de los Estados Unidos, que no otorgaba ayuda económica y firmó una declaración acerca de elaborar una estrategia conjunta en la lucha contra la coca y la cocaína, ésta se libraría a través de medios militares.

El autogolpe de 1992:

            Se podría afirmar que Fujimori consideraba a la división de poderes republicana como una limitación de los poderes del Estado, ya que éste estaba encarnado en la persona del líder. Resuelto a remover los “obstáculos” a sus planes de gobierno, y luego de asegurarse el apoyo y acatamiento de  uno de los poderes moderadores del estado, a saber, las Fuerzas Armadas, el presidente quebró el orden constitucional con un golpe de estado “palaciego”, un autogolpe.
           
           En su alocución televisada al conjunto de la ciudadanía, Fujimori declaró que, ante “la inoperancia del parlamento”, “la corrupción del poder judicial” (responsable de la “liberación inexplicable de narcotraficantes y de la masiva puesta en libertad de terroristas convictos y confesos”) y la “evidente actitud obstruccionista y conjura encubierta contra los esfuerzos del pueblo y del gobierno por parte de las cúpulas partidarias” (palabras del presidente Fujimori en www.cidob.org:2007,5) llevaría a cabo las siguientes resoluciones: disolver temporariamente el congreso, hasta la aprobación de una “nueva estructura orgánica del poder Legislativo” que sería aprobada mediante un referéndum nacional, la reorganización total del Poder judicial, del Consejo Nacional de la Magistratura, del Tribunal de Garantías Constitucionales y el Ministerio Público.
             Asimismo, se proponía la reestructuración de la Controladuría General de la República y la creación de, en palabras del primer mandatario peruano, “un gobierno de emergencia y reconstrucción nacional” cuyos principales propósitos eran “modificar” la Constitución en lo que respecta a la estructura de la división de poderes, “moralizar” al Poder judicial, “pacificar” al Perú y “promover” la economía de mercado dentro de un marco legal adecuado.
           
            El régimen se encamina de este modo a la centralización del poder a manos del líder, es interesante la particular definición de régimen democrático que elabora Fujimori, en sus palabras: “El país debe entender que la suspensión temporal y parcial, de la legalidad existente no es la negación de la democracia real, sino, por el contrario, es el punto inicial de la búsqueda de una auténtica transformación que asegure una democracia legítima y efectiva; que permita a todos los peruanos convertirse en constructores de un Perú más justo, más desarrollado y respetado en el concierto de las naciones” (www.cidob.org:2007,6).
           
           Si se analiza la articulación discursiva, podría advertirse que el meta colectivo “el país” es algo ajeno al enunciador, en este caso “yo, presidente”. Quién enuncia el discurso se halla por fuera o por encima de sus destinatarios: hay un componente prescriptivo, un “deber ser”,  el país “debe entender” que el líder es quién sabe cuál es la verdadera esencia de la “democracia”. En este fragmento del discurso se encontraría una modalidad característica del discurso populista, dónde el líder es conductor del “pueblo” en el tránsito hacia una  verdadera (anclada en lo real) democracia. Podría fundamentarse esta afirmación, confrontándola con una de las premisas que De Ipola elabora en su artículo “Populismo e ideología”, el líder, en el caso de su investigación, Perón, le disputa a sus adversarios, contradestinatarios de su discurso, la “verdadera concepción del régimen democrático”, una democracia “real” versus la democracia “falsa y puramente formal” de la oligarquía a la que él venía a combatir.
           
          Comienza con el autogolpe una estrategia de fortalecimiento de los atributos personalistas del régimen, de este modo Fujimori asume plenos poderes, se suspende la vigencia de la Constitución de 1979 y se nombra un gobierno de emergencia. Estas medidas cuentan con un respaldo monolítico de la cúpula castrense, que efectivizó su apoyo sacando las tropas a vigilar las calles y a ocupar las sedes de varios periódicos y de las principales emisoras radiales y de los canales de televisión. El popularmente llamado “fujigolpe” contó con una corriente favorable en la mayoría de los pobladores de Lima, pero los partidos políticos, salvo Cambio 90, se opusieron al atropello de las instituciones democráticas. El ejército puso arresto domiciliario a los presidentes de la cámara de Diputados y del Senado, ambos dirigentes del PPC, e intentó apresar a Alan García, antecesor en el poder de Fujimori, quién pudo darse a la fuga. Éste pasó a la clandestinidad y luego  se exilió hacia Colombia, donde fue asilado.
           
         La actitud de la Comunidad Internacional con respecto al golpe fue en general, desfavorable, aunque la oposición pronto se diluyó. El grupo de Apoyo al Perú, formado por Estados  Unidos, Canadá y España congeló su cooperación económica, Venezuela quebró relaciones diplomáticas, Argentina retiró a su embajador y Chile reclamó que se suspendiera al Perú en su condición de miembro en la OEA. Dicha organización manifestó una condena sin atenuantes, pero se abstuvo de imponer sanciones a Lima y posteriormente aceptó las garantías dadas por Fujimori sobre la próxima vuelta a la normalidad constitucional.
           
         En 1993 la normalización de las relaciones exteriores del Perú ya se había producido, salvo con Venezuela, cuyo presidente, Carlos Andrés Pérez, no perdonaba el asilo concedido a los militares sediciosos integrantes del movimiento bolivariano liderado por Hugo Chávez Frías, quién en ese momento se hallaba tras las rejas debido a su intento golpista.
           
         Fujimori no interrumpió su asistencia a numerosas asunciones presidenciales y a cumbres, como por ejemplo las anuales del Grupo de Río y las Iberoamericanas.

Un ropaje institucional a la medida del líder y el golpe de muerte a la guerrilla:

            Inicialmente Fujimori intentaba legitimar su nuevo régimen de gobierno mediante un plebiscito. Esta opción era inviable debido a las presiones de la OEA, que le reclamaba un calendario específico para la normalización de la institucionalidad democrática. Fujimori presentó entonces un cronograma que constaba de tres convocatorias electorales: en primer lugar, en noviembre de 1992, debía elegirse un Congreso Constituyente Democrático (CCD) quién tendría a su cargo la elaboración de la nueva Constitución; en enero de 1993, la ciudadanía peruana votaría a concejales y a alcaldes; y, cuando el CCD finalizara con la reforma constitucional, la población debía refrendar la nueva Constitución.
           
            Antes de la elección del CCD, Fujimori en persona, televisado por los medios visuales más importantes del Perú, anunció que en el distrito limeño de Surquillo, fue capturada la cúpula del Partido Comunista del Perú, Sendero Luminoso, a manos de agentes especializados de la Dirección Nacional contra el terrorismo (DINCOTE). Se detuvo al jefe máximo de la organización, Abimael Guzmán Reynoso, y a quién lo secundaba en la organización guerrillera, Elena Iparraguirre Revoredo y a otros siete dirigentes senderistas. La decapitación de Sendero Luminoso disparó la popularidad de Fujimori y le significó una importante fuente de legitimidad: “el líder decide y actúa, no debate de acuerdo a los procedimientos de la democracia, pero es ejecutor frente a los flagelos del terrorismo”, esta sería una posible lectura de la población favorable a Fujimori. En octubre de 1993, en un movimiento acordado con el gobierno, Guzmán solicitó a los senderistas que aún se mantenían en la lucha, que depusieran las armas. En lo que respecta al Movimiento Revolucionario Armado Túpac Amaru (MRTA), también fue objeto de un duro golpe, cuando fue apresado su líder, Víctor Polay Campos.

          En noviembre se llevaron a cabo las elecciones al CCD. En nombre del oficialismo se presentó la alianza formada por Cambio 90 y una nueva formación pro fujimorista, la Agrupación Independiente Nueva Mayoría (NM).            
         Su aparición configura la formación de una nueva alianza en apoyo del presidente en ejercicio y la salida de ciertos sectores que otrora lo habían apoyado. NM estaba integrada por empresarios y antiguos altos funcionarios de la administración que en 1990 habían respaldado al escritor Vargas Llosa, pero que ahora “mudaban” su lealtad en sentido oportunista, estos apoyos permitieron compensar la pérdida de apoyo de las iglesias evangélicas, que habían abandonado Cambio 90 y ampliar las bases de sustentación del régimen entre las franjas más acomodadas y tradicionalmente conservadoras de la sociedad peruana.
           
         Sus opositores en la arena electoral, el PAP, AP y otros partidos, intentaron boicotear las elecciones del CCD, argumentando la falta de garantías constitucionales y la sospecha de fraude, lo que resultó en una amplia mayoría para la coalición Nueva Mayoría- Cambio 90 que logró 44 de los 80 escaños. El cabeza de la lista de dicha coalición de convirtió en presidente de la Asamblea Constituyente.
           
         La nueva Constitución, elaborada por el CCD, fue refrendada positivamente por la ciudadanía peruana en octubre del ´93. Entre sus disposiciones fundamentales se encuentran  el regreso al sistema parlamentario unicameral, consistente en un congreso de 120 miembros, elegidos proporcionalmente en una sola circunscripción nacional y la introducción de la posibilidad de reelección del presidente por un mandato de 5 años. Así puede encontrarse otro punto de encuentro entre los dos líderes de nuestro estudio, los dos “nuevos príncipes”, que fundan un nuevo ordenamiento jurídico-institucional. Aunque cada uno con diferentes armas, Menem arribaría al poder a merced de la “mala fortuna” de Alfonsín y enarbolándose como depositario de los valores y atributos carismáticos de su líder, Perón. Fujimori alcanzaría la victoria debido a la “mala fortuna”, o mala fama de toda la dirigencia política peruana, que se había mostrado a la ciudadanía como inoperante frente a la crisis macroeconómica y su consiguiente drama social.
           
          Consumada la “renovación” de las instituciones a la medida de su impulsor, estabilizadas las variables macroeconómicas y quebrado el terrorismo, y con una oposición parlamentaria fragmentada, Fujimori inicia su segundo mandato. Cuenta con el respaldo del ejército, los organismos financieros internacionales, el mundo de los negocios (los empresarios capitalistas chilenos, que compraron los activos de las empresas estatales) y los principales medios de comunicación. Cuenta a su vez, con la adhesión de las masas populares que continuaban confiando en las aptitudes del líder para “guiarlas” en la salida del deterioro de sus condiciones de vida, aunque, paradójicamente, él hubiera implementado las reformas de corte neoliberal que tanto habían profundizado dicho deterioro.
       

La primera administración del menemato:

            En mayo de 1989, la fórmula del justicialismo Carlos Menem-Eduardo Duhalde, resultó ganadora de las elecciones presidenciales, derrotando por una amplia mayoría a su contrincante radical, Eduardo Angeloz. El peronismo “arrasó” en las provincias del interior, consolidando así la mayoría en el Senado de la Nación.
          
           En el contexto crítico de la espiral hiperinflacionaria, la caída del salario nominal y la falta de capacidad del gobierno radical de asegurar la gobernabilidad (es importante recordar la ola de saqueos, producto del pánico al desabastecimiento), el nuevo presidente electo asume sus funciones en julio, cuando el traspaso del poder estaba previsto para diciembre.
         
          Si bien en la campaña electoral, Menem había utilizado las tradicionales “máximas” peronistas como “redistribución del ingreso” para los sectores menos favorecidos, y como se ha apuntado antes, “revolución productiva”, por la vaguedad de sus propuestas en el sentido del rumbo económico que tomaría el país, no podía preverse el viraje ideológico al que se adscribiría al llegar al poder. Podía sin embargo advertirse en la personalidad  carismática del futuro líder cierto aire pragmático que implicaría la toma de medidas no “populistas” en caso de que dicho líder las decidiera necesarias para enfrentar la coyuntura.
         
         El gabinete que acompañara al presidente en el ejercicio del poder ejecutivo estuvo conformado por conocidos dirigentes justicialistas, entre ellos León Arslanian en el Ministerio de Justicia, Jorge Triaca en el de Trabajo, Roberto Dromi en Obra Pública, entre otros. El nuevo presidente nombró como ministro de la cartera de economía a Miguel Ángel Roig, presidente del conglomerado económico de capital extranjero, Bunge y Born. Dicho nombramiento anticipa cuáles serían los sectores de la burguesía industrial en que se sustentaría el apoyo del gobierno de Menem y qué intereses vendría a representar.
         
         Esta primera alternancia de la democracia recuperada en 1983 se da simultáneamente con el agotamiento del modelo estatal “interventor” vigente desde el primer peronismo. Lo novedoso del discurso de Menem es que elabora una especie de “mixtura” entre el discurso populista clásico en el marco de un contexto de crisis, que no es sólo macroeconómica y social, sino que es una crisis que pone en cuestión el orden estatal:
       
         Se produce, en palabras de Bossoer y Leiras: (la) “apelación retórica al mito originario del caos, del cual surge un principio de orden; demolición de la figura presidencial cautiva de la etapa reformista que se cierra y su reconstitución hiperpresidencialista destinada a fundar un nuevo modelo; trazado de otra divisoria de aguas entre amigos y enemigos, partidarios del cambio o prisioneros del vieja política; emergencia de un líder plebiscitario que llega para continuar una tarea interrumpida durante décadas como intérprete del país verdadero. Consecuentemente operará una transmutación en el perfil del liderazgo, desde su manifestación aluvional, movilizadora, contestataria y expresiva de la revuelta de los excluidos frente al poder, hacia el lugar del hombre de estado que logra controlar la situación y se hace cargo de plasmar una nueva voluntad colectiva” (BOSSOER-LEIRAS: 2001,44)
         
        Así esta operación discursiva resulta fortalecida por una justificación que es capaz de sostener en una misma lectura la drástica necesidad de la reestructuración del Estado nacional, el viraje hacia el neoliberalismo en la economía y una inserción “total” en el proceso de globalización y transnacionalización de las economías.

Menem se mostraba ante las “audiencias” como el “líder salvador” que había sido elegido por la voluntad popular para ser quien encabezara esta profunda reconversión de la realidad argentina. El primer conjunto de medidas que lanza para perfilar el nuevo modelo son las leyes de “Reforma del Estado y Reestructuración de empresas públicas” que establecía el objetivo de privatizar una importante cantidad de activos estatales (Ley 23.696) y de “Emergencia Económica” que eliminaba los subsidios y regímenes de promoción a dichas empresas, y permitiendo a su vez el despido de empleados de la administración estatal (Ley 23.697).

El gobierno coincidía en señalar al “gigantismo” del Estado como la principal causa de su crisis y la “solución” estribaba en una “terapia” centrada en la reducción radical de sus dimensiones. Las bondades de transformar a un estado grande e ineficiente en otro pequeño y fuerte fueron apoyadas desde los medios de comunicación que, como Clarín, entre otros, se benefició con el reparto del control de las comunicaciones, conformándose desde el menemato, importantes holdings de multimedios, que concentran el poder de informar a la opinión pública.

Con Menem, el poder de decisión concentrado en el poder ejecutivo, en la formulación de las privatizaciones alcanzó niveles similares e, incluso superiores a los advertidos en los gobiernos autoritarios. Algunas decisiones se enmarcaron en la estrategia “decretista” de gobierno, quedando al borde mismo del marco legal. Ejemplo de esto son los decretos de “necesidad y urgencia” firmados luego del plazo acordado por las mencionadas leyes de emergencia o con algunas sesiones parlamentarias que no cumplieron con el quórum exigido para la aprobación de dichas leyes. La premura facilitó la desprolijidad, por no decir, las irregularidades en torno a las ventas de los activos del Estado.

Se debe agregar que la política económica del menemato recién se inicia cuando Menem se asocia con Cavallo. Pese a las tensiones que caracterizaron la relación entre ambos, se advertiría una convergencia en la forma de gobernar de Menem y el estilo “tecnocrático” encarnado por Cavallo. La llegada de dicho funcionario y su equipo de técnicos aportó una importante dosis de legitimidad para resguardar las inclinaciones autoritarias del presidente cuando ya se había diluido  el imperativo de la urgencia económica.

Al amparo de la racionalidad tecnocrática pudo legitimarse la “tendencia” presidencial a gobernar discrecionalmente cuando ya no se podía justificar en la “necesidad de la premura inicial”.
           
          A través de los poderes proactivos, como el decreto, y los reactivos, como son el veto total y parcial, Menem delineó su estilo de gobierno, fuertemente anclado en la decisión, con una importante dosis de pragmatismo.    

          A través de la ampliación del número de jueces de la Corte Suprema de Justicia, Menem consolidaba así la subordinación del Poder Judicial al Poder Ejecutivo. El líder tenía una forma particular de concebir la naturaleza republicana de gobierno, más bien existiría una fusión de poderes que la división de éstos.
           
          La politización de la Justicia y de los órganos de control de la administración pública, combinados con la disponibilidad de mayoría parlamentaria, generaron un notable debilitamiento de los mecanismos de control horizontal (poder de accountability de los otros poderes), lo que dañó gravemente la calidad del régimen.

Corrientes de opinión pública y medios de comunicación masiva:

            Retomando uno de los interrogantes explicitados en la introducción, ¿De qué modo se construye la imagen del líder en los medios de comunicación?, y, a partir de esto, ¿Qué imagen del líder y de la realidad circundante construyen quiénes recepcionan esas imágenes? Es necesario para introducirnos en esta cuestión, retomar la definición que Bossoer y Leiras elaboran acerca de la nueva matriz ideológica que el menemismo vendría fundar: “A partir de estas nuevas fórmulas de liderazgo, tomará forma una matriz ideológica desde la que se intentará una nueva estructuración del sistema político, asumida como tal desde su propia enunciación. Debe entenderse por matriz ideológica, en este caso, un principio de legitimación agregado, pero claramente diferenciado, al de la legitimación democrática y sustentado en: a) una determinada interpretación de la historia que resignifica el pasado, b) una resemantización de los fundamentos del poder político como constructor del orden y c) una estructura normativa capaz de articular los contenidos doctrinarios, jurídicos y organizacionales de la decisión política. Esta matriz ideológica se expresa a través de un discurso de legitimación con alta eficacia simbólica y recurrencia a precisos ejes estructurantes” (BOSSOER- LEIRAS: 2001,43).
          
           Los intelectuales orgánicos del “nuevo régimen” debían luchar en el campo cultural, en el campo de lo simbólico para poder consolidar la legitimidad del nuevo orden en bases sólidas, ya no era viable apelar a las bondades de la institucionalidad democrática per sé, como otrora había preconizado Alfonsín de que “con la democracia se come, se cura y se educa”, ya que la anterior administración había demostrado que no bastan las instituciones para asegurar mejoras en la calidad de vida de la población.
           
          Así, los consejeros del príncipe, retomando a Maquiavelo, entre los que pueden mencionarse a asesores de imagen, así como también a funcionarios de la administración como Roberto Dromi, pusieron a funcionar un importante bagaje de “recursos de sentido” para lograr identificar en la persona del líder un doble rol, a saber:

         Menem encarna la vuelta del caudillo de provincia (federalismo) que es al mismo tiempo, el restaurador de las leyes frente al caos hiperinflacionario y el político revolucionario, pues viene a fundar un nuevo ordenamiento jurídico político, que sigue el compás de la economía internacional. Esta cuestión de la inserción de la economía argentina en la globalización despierta algunas lecturas, como por ejemplo la “ilusión” de que la Argentina ha ingresado al primer mundo. La lógica del consumo, plasmada en la facilidad de pagar en cuotas, desde un electrodoméstico hasta un viaje a Cancún, reforzaba aún más la  potencialidad de ser “real” de la fiesta menemista. Lo que a su vez, permitía también realizar una operación semántica de “diferenciación” por la que la sociedad argentina continuaba distinguiéndose de sus pares latinoamericanas que seguían rezagadas por la pobreza, el atraso y la exclusión.
             
          El presidente Menem veía reforzada su imagen de “tipo carismático y entrador” debido a la transmisión televisiva de sus frecuentes apariciones en programas de T.V como en eventos deportivos y espectáculos musicales.

Se ha afirmado ya el importante papel que han desempeñado los medios en la transmisión de estos “valores simbólicos” al conjunto de la sociedad civil. En un contexto de erosión de las identidades políticas, y de la pérdida de legitimidad de los políticos tradicionales, toda afirmación “con pretensión de verdad” que saliera publicada en los principales medios fue recibida por el conjunto de la opinión pública (con sus excepciones, por supuesto) justamente de ese modo, “como la verdad absoluta e irrefutable”. Los principales empresarios de los medios, como por ejemplo, Ramos, Vigil y Herrera de Noble, por citar a algunos, fueron favorecidos por las privatizaciones, que en sus soportes gráficos ú audiovisuales, promocionaron y “bendijeron” tanto. De la agenda de los medios, el “auge privatizador” logró hacerse presente en el conjunto de las preocupaciones de la ciudadanía, pasando a convertirse en tema estructurante de la agenda pública. Es ilustrativo recordar la imagen de la Plaza de Mayo en 1990, cuando algunas fracciones del gobierno y figuras de los medios, convocaron a la ciudadanía a apoyar el proyecto de reforma estatal. Esta plaza multitudinaria fue conocida como la Plaza del Sí.

Consideraciones finales:

            Luego de analizar las dos primeras presidencias de los líderes objeto de nuestro estudio, se ha producido el hallazgo de  una serie de analogías y diferencias entre ambos.
           
             Ambos líderes emergen en contextos de crisis económica, resultado de la hiperinflación incontrolable, y su consiguiente crisis social. Si bien comparten un tipo de liderazgo neopopulista, anclado en la persona del líder, son “lanzados” a la arena electoral con diferentes “legitimidades” de origen: Carlos Menem, surge como un caudillo provincial, oriundo de La Rioja pero es tributario de una práctica política anterior, su quehacer político se gesta en el Movimiento Justicialista, del que se dice depositario, Alberto Fujimori, por su parte, aparece en la escena política peruana como el representante de una nueva política “apolítica”(aunque parezca contradictorio el término), encarna en su persona al “hombre de ciencia”, que viene a combatir la “politiquería” estéril de los políticos tradicionales que han sumergido al Perú en la pobreza y el desastre económico.
           
             Si bien ambos presidentes elaboran un tipo de articulación discursiva, retomando a Laclau, de tipo populista, en la que el líder representa al “pueblo” frente a los “enemigos” del Sistema”, la novedad radica en los sectores que encarnarían al “pueblo” en un contexto de reformas neoliberales. El caso de Menem es más paradigmático aún, puesto que a lo largo de los diez años del “menemato” representó a los sectores de la sociedad que el peronismo clásico había catalogado como “la oligarquía antipatria”, y perjudicó a los sectores sociales que tradicionalmente fueron la base del peronismo.
           
            El caso de Perú, retomando a Roberts, devela que el neoliberalismo puede “ir de la mano” junto con el neopopulismo, ya que si bien las políticas del fujimorismo beneficiaron a los grandes empresarios que se convirtieron en dueños de las otrora empresas estatales, entre ellos, capitalistas extranjeros como los chilenos, también articuló a través de mecanismos clientelares el apoyo de los sectores sociales menos favorecidos. Se puede hallar una semejanza con Menem, quien, por su parte, impulsó la implementación de políticas sociales focalizadas para contener la demanda de los sectores más perjudicados por la desregulación económica y la precarización de las condiciones laborales.
            
           La derrota de la guerrilla significó para Fujimori una importante fuente de legitimación, así como la salida de la hiperinflación, que, aunque con costos sociales muy grandes le sirvió para ser advertido por la opinión pública peruana como el hombre fuerte, “decisor” que negocia en persona los préstamos frente a los organismos internacionales de crédito para salir de la crisis. Es importante al respecto, recordar como los medios televisivos lo mostraban adentrándose en las zonas rurales donde se escondía la guerrilla, comandando los operativos para desmantelar las acciones terroristas.
           
            En los dos casos que nos ocupan es interesante tener en cuenta, retomando a James, el sentido que las experiencias vividas tienen para los actores sociales. Podría hallarse una analogía con respecto al “sentido” que tienen para los actores las experiencias del caos económico anterior al arribo de nuestros dos líderes al poder. Es tal el impacto en la memoria colectiva que estos dos líderes pueden obtener el consenso para la transformación de los aparatos estatales siguiendo a la ideología neoliberal, como la única posible salida a la crisis. En esta construcción de sentido tienen un rol fundamental los medios de comunicación, que en ambos casos fundamentaron las “bondades” de la reestructuración de los respectivos aparatos estatales y de la inserción de las economías argentina y peruana en la globalización de los mercados.
           
             Con respecto a la profundidad de las transformaciones económico-sociales, consecuencia de la implementación de las políticas neoliberales, debe decirse que las transformaciones en el Perú fueron más “revolucionarias” (en el sentido de cambio radical) que su contraparte argentina. En nuestra sociedad el plan fue de tipo más heterodoxo que el implementado en el Perú de Fujimori.

           He aquí una diferencia entre las reformas encaradas en lo que hace al tiempo de su implantación y al alcance de sus resultados: las reformas en la Argentina fueron, más moderadas y graduales, ya que el presidente pensaba en la posibilidad de la reelección y en continuar la profundización en la segunda presidencia, Menem no ignoraba los costos políticos que implicaría la implementación de un plan más duro, del tipo que prefería Cavallo. Además, para otorgar perdurabilidad a las reformas, y acceder a dicha reelección había primero que lograr reformar la Constitución.
           
           Podría aseverarse que dicho contexto de caos permitió o favoreció la construcción de estos nuevos liderazgos, de tipo más concentrados que establecieron una relación más directa con la ciudadanía, ya que los canales de mediación tradicionales fueron sustituidos por las presentaciones de Menem y Fujimori en la T.V. En un contexto de mediatización de la política y de democracia “delegativa”, la persona del líder se “separa” de otras instituciones características del régimen democrático, como son por ejemplo, las organizaciones partidarias. Esta situación refuerza la imagen del outsider de la política, en el caso de Fujimori y, en el caso de Menem, reforzaría la imagen del líder que se encuentra en soledad y que gobierna rodeado de técnicos que hacen hincapié en la racionalidad y la eficiencia técnica de la economía.
           
            Es el fracaso de las instituciones representativas como los sindicatos y los partidos, al no ejercer su rol de mediadores entre el Estado y los ciudadanos lo que facilita la movilización directa de masas con intereses divergentes y ligada a la persona del líder.
           
            Acerca de la cuestión sobre, si en las reformas de tipo neoliberal, la política esta subordinada a la economía, es importante recalcar que en la elección de cualquier lineamiento económico hay siempre una voluntad política detrás y una ideología política que la sustenta.
           
            Luego de realizada la investigación, se asevera que los medios de comunicación masiva, si bien, no son determinantes en la construcción de liderazgos neopopulistas, coadyuvarían a la creación de éstos y a la percepción que la opinión pública elabora en torno de sus atributos y de las políticas que se proponen llevar a cabo.
             
            Tanto en el Perú de Fujimori, como en la Argentina menemista, la desinstitucionalización política se ha manifestado como una estrategia “consciente” de ambos líderes neopopulistas, situación que les ha posibilitado entablar relaciones sin ningún tipo de intermediación con las masas que los siguen, y a la vez, sortear los controles institucionales en la implementación de reformas de mercado. Se coincidiría con Roberts, quien estudia el caso peruano, que el populismo, al ayudar a estos dos líderes a deshacerse de las mencionadas limitaciones institucionales, es un fenómeno funcional para la consecución de un proyecto neoliberal.  
            
            Retomando la conceptualización de Laclau y de De Ipola, se afirma junto con ellos, que el fenómeno del populismo no debe ligarse a una etapa específica del desarrollo de una sociedad determinada, puesto que, en este caso, la emergencia de nuevos líderes, neopopulistas, en la región emergen en condiciones económicas distintas, a saber en el contexto de la globalización de las economías transnacionales y de los flujos comunicacionales, para implementar el tipo de reformas anteriormente descriptas.
             
            Con respecto a las consecuencias que tendría la emergencia de estos dos nuevos liderazgos en Argentina y Perú para la institucionalización de democracias jóvenes se podría afirmar, junto con O´Donnell que en América Latina, existe otro tipo de institucionalización, diferente al de las democracias maduras de los países desarrollados, a saber un tipo de institucionalización que se vincula más con el particularismo, el nepotismo, el clientelismo y el “amiguismo”. Así, el surgimiento de estos nuevos líderes de naturaleza populista reforzaría el tipo de democracias de “baja intensidad” y contribuirían a consolidar esa distinta “modalidad” de la institucionalización.

           
*Facultad de Ciencias Sociales. Carrera de Ciencia Política (UBA)

 

Bibliografía:

Libros:
 
BENVENISTE, Emile. “El aparato formal de la enunciación”. Problemas de lingüística general. Madrid. Siglo XXI. 1986

BOSOER, Fabián y LEIRAS, Santiago. “Los fundamentos filosófico-políticos del decisionismo presidencial: Argentina 1989-1999 ¿Una nueva matriz ideológica para la democracia argentina?” En PINTO, Julio (comp.): Argentina entre dos siglos: La política que viene. Editorial Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires. 2001.

FOUCAULT, Michel. El orden del discurso. Barcelona. Gedisa. 1996

MACKINNON, María Moira y PETRONE, Mario Alberto (Comps). Populismo y neopopulismo en América Latina. Los complejos de la cenicienta. Editorial de la Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires 1998.

PALERMO, Vicente y NOVARO, Marcos. Política y poder en el gobierno de Menem.
Norma. Buenos Aires. 1996

VERÓN, Eliseo. La semiosis social. Buenos Aires. Gedisa.1987

Artículos:

MACKINNON, María Moira y PETRONE, Mario Alberto. “Los complejos de la cenicienta”. En MACKINNON, María Moira y PETRONE, Mario Alberto (Comps.). Populismo y neopopulismo en América Latina. Editorial de la Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires.1998

MARTUCELLI, Danilo y SVAMPA, Maristella. “Las asignaturas pendientes del modelo nacional-popular. El caso peruano. En MACKINNON, Maria Moira y PETRONE, Mario Alberto (Comps). Populismo y neopopulismo en América Latina. Los complejos de la cenicienta. Editorial de la Universidad de Buenos Aires. 1998

ROBERTS, Kenneth. “El neoliberalismo y la transformación del populismo en América Latina: el caso peruano”. En MACKINNON, María y PETRONE, Mario (Comps).  Populismo y neopopulismo en América Latina. Los complejos de la cenicienta. Editorial de la Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires.1998

VERÓN, Eliseo. “La palabra adversativa. Observaciones sobre la enunciación política” En El discurso político, lenguajes y acontecimientos. Hachette. Buenos Aires.1987
 

Revistas:

GERCHUNOFF, Pablo y TORRE, Juan Carlos. “La política de liberalización económica en la administración de Menem”. Revista Desarrollo económico, vol.36, nº 143. Buenos Aires. 1996

STONE, Matthew. “Mercados libres, neopopulismo y asimetrías democráticas: política de las reformas neoliberales en el Perú de Fujimori y la Argentina de Menem”. Revista de Ciencia Política nº 3 ISSN 1851-9008, artículo 5.

Documentos:

“La Esperanza y La Acción” .Discurso pronunciado por el presidente Carlos Saúl Menem el 8 de Julio de 1989
Videos:

Video editado por El Comercio de Perú.

Páginas web:

http://www.cidob.org/es/documentacion/biografias_lideres_politicos/america_del_sur/

http://www.clarin.com

http://www.elcomercioperu.com.pe

http://lanic.utexas.edu/larrp/pm/sample2/argentin/menem/890016.html

http://www.larepublica.com.pe

http://www.revcienciapolitica.com.ar/num1art9.php

http://www.revcienciapolitica.com.ar/num3art5.php

http://www.rlcu.org.ar/revista/debates