Desde el golpe de Estado hasta fracaso de la Alianza.
Vinculación entre política-institucional y economía:
gestando crisis
Lic.
Mauro Forlani
Docente
del Departamento de Ciencia Política del Instituto de Formación Docente
Continua San Luís. Posgrado en Ciencia Política y Sociología (FLACSO)
Correo
electrónico: forli3@yahoo.com.ar.
TE:
02657-434425
Te
Instituto: 444189
Resumen
El
presente artículo recorre el devenir de los distintos gobiernos argentinos
-autoritarios y democráticos- tendiendo en consideración los aspectos políticos
institucionales, sociales y económicos, desde el golpe de Estado del ‘76 hasta
la caída de la Alianza, incluyendo la breve gestión del ex -presidente Eduardo
Duhalde. “Cabe aclarar, no se trata de un estudio en sentido estricto de todo
el proceso económico y político del período que describo, puesto que excedería
en demasía los límites de este escrito”
La
nota realiza una síntesis cronológica, apelando a los lentes teóricos de
autores especialistas, de cómo las relaciones que articularon el proceso de las
políticas económicas con los planes políticos- institucionales a lo largo de
las distintas gestiones desarrollan las condiciones para el estallido de crisis
socio-económicas que han sido trascendentes en la historia reciente de
Argentina
Summary
This
article is about the becoming of the different Argentine governments
(authoritarian and democratic) taking into consideration the institutional,
political, social and economic aspects from the 1976 coup d´Etat to the
collapse of the Alliance, including the brief administration of Eduardo
Duhalde.
The
paper is a chronological synthesis, relying on the theoretical grounds of
specialist authors, about the way the relations that established the process of
the economic policies with the institutional political plans throughout the administrations developed the
conditions for the outbreak of social- economic crises which have been
transcendent in recent Argentine history.
Diseñando la bomba financiera
-El Diagnóstico
A
fines de los sesenta, el patrón de acumulación industrialista anclado en una
economía semicerrada, articulada sobre la base de una intensa intervención
estatal comienza a aflorar sus limitaciones. El problema de la inflación y los
desequilibrios fiscales, reflejo de la progresiva colonización del sector
público por parte de las corporaciones empresariales y sindicales, se traduce
en costos que los paga el resto de la población.
La
puja distributiva y el caos hobbesiano adquieren dimensiones intolerables en el
último mandato justicialista a mediados de la década de los ‘70, dando
oportunidad a una nueva irrupción de los militares en la escena pública.
El
regreso de las fuerzas castrenses al poder no constituye un retorno más, la
facción militar esta vez está dispuesta a cambiar de cuajo el funcionamiento
social-económico y político del país.
La
inauguración del Proceso abre paso a una coincidencia plena entre la casta
militar y el establishment librecambista sobre la necesidad de eliminar el
populismo y la subversión desarticulando la economía asistida y política que
lo alimenta (M. Novaro y V. Palermo,2003).
En
teoría, el proyecto apunta a la implementación de una profunda reforma que
configurara una verdadera economía de mercado, competitiva, eficiente abierta
al comercio internacional. De esta manera, conjuntamente con la disminución de
las barreras arancelarias y el descenso del tipo de cambio de paridad de la
moneda local con respecto a las extranjeras, se produciría la muerte natural
del convenio colectivo, el poder sindical y el empresariado ineficiente.
-En los hechos
Ahora
bien, del dicho a al hecho en este caso también hubo un largo trecho.
La
homogeneidad que las fuerzas lucen en la cuestión subversiva se desploma en el
plano institucional. Si en un principio los militares se presentan como el
actor puro, no contaminado por la política tradicional, capaz de combatir los
cánceres que aquejan a la sociedad argentina, en el curso de la gestión se
atornillaron en las estructuras públicas, cultivando en muchos casos relaciones
íntimas con los políticos y sindicalistas que decían aborrecer.
El
sistema de distribución por cuoteo del sistema estatal constituye un caldo de
cultivo inevitable de rencillas y enfrenamientos inter.-fuerzas, espectáculo
que hace imposible cualquier intento racionalizador y privatizador de las
empresas públicas (M Novaro y V. Palermo,1996).
El
nuevo Ministro de Economía Martínez de Hoz, hombre de la aristocracia
librecambista, conoce el paño por haber participado en gobiernos militares
pasados y sabe que se va a mover sobre arenas movedizas. Si bien, por un lado
es conciente de la oportunidad única que se le presenta para cristalizar su
proyecto, dado el absoluto silenciamiento de las sectores populares, por otra
parte percibe que la implementación de las reformas estructurales es de difícil
sostén en el tiempo ante las limitaciones que impondrían los mismos militares.
Martínez
de Hoz cuenta con la aquiescencia del presidente Videla, de su Ministro del
Interior y el Gobernador del provincia de Bs.As entre los actores relevantes
del régimen (M.Novaro y V. Palermo,2003). Con el resto de cúpula castrense, de
pensamiento desarrollista e intervencionista, en gruesa mayoría, no tendría
vinculaciones precisamente armónicas a lo largo del Proceso.
La Junta
niega, desde un comienzo el control de la cartera laboral y el manejo del gasto
público a “Economía”.
Martínez
Hoz, una vez que consigue apoyo crediticio internacional, apunta todas las
fichas a estabilizar la economía y a resolver el déficit fiscal. En
consecuencia, se pone en marcha una fuerte represión salarial y una progresiva
disminución arancelaria.
La
aplicación de estas medidas, en 1977, obtienen resultados inmediatos: la
inflación decae y la economía gana en orden y previsibilidad en comparación con
el caos de las variables del año anterior.
De
esta manera el equipo económico logra generar el espacio político suficiente
para implementar la transformación más importante del régimen: la denominada
Reforma Financiera.
Sin
embargo la sanción por la CAL(1) de tal ley sale con fuertes limitaciones en
comparación con la versión original. En verdad, la configuración final de dicha
ley es un ejemplo fiel de los condicionamientos de los militares que sufrieron
en previo o ex -post muchas de las medidas elaboradas por el equipo económico.
De este modo, el nuevo mercado abierto al flujo de capitales internacionales se
pone en marcha con la cuña de la garantía oficial a los depósitos nacionales,
ante el temor que suscita en las financieras locales la competencia extranjera.
La
reforma del mercado de capitales conjuntamente con la contracción monetaria y
el incremento de la tasa de interés, propicia efectos recesivos que los
militares no están dispuestos a tolerar.
Había
un consenso entre los militares de la necesidad de desarticular la economía
semicerrada que nutria al populismo, pero no estaban dispuestos a pagar los
costos de tal reforma, de allí que fuera improbable la aplicación de medidas de
estirpe neoliberal a la manera chicago boy chilena.
En
1978, al calor del creciente cuestionamiento desde todos los sectores militares
a la política económica, se le retira el control monetario a Martínez de Hoz.
No obstante las críticas, el Ministro de Economía se las arregla para mantener
la cabeza fuera del agua a partir del apoyo de Videla y de la fragmentación
de la propia casta militar, incapaz de formar un frente común que pusiera en
duda la continuidad del Jefe de Hacienda. Además la subsistencia del mismo en
el cargo garantiza el drenaje de recursos monetarios vitales a los efectos de
mantener elevado el gasto en material bélico.
Martínez
de Hoz, sumado al cuestionamiento militar, sufre resistencias desde sectores
agro-exportadores, a raíz del retraso del tipo de cambio, y de la industria
mercado-internista cada vez más preocupada por el creciente aumento de las
importaciones.
De
ésta aparente encrucijada, el Ministro de Economía halla escapatoria por la
puerta financiera, culminando la liberación del mercado de capitales al
exterior conjuntamente con la “política de pautas” introducida en el momento
que es factible el enfrentamiento con Chile.
La
apertura irrestricta del sistema financiero al flujo permanente de divisas
internacionales es de una enorme utilidad a la cartera económica para
asegurarse la permanencia en el cargo, puesto que el mantenimiento del equipo
ortodoxo comienza a hacerse imprescindible para garantizar la confianza de los
inversores (J. Schvarzer,1996).
En
el plano específico político- institucional, las escisiones entre los militares
hacen improbable una salida del Ministro de Economía. Si bien, tanto las
facciones duras como blandas dentro de las fuerzas cuestionan la
política económica, a las primeras les conviene continuar con el plan
económico, que es funcional para consumar el proceso de apertura política al
lago plazo. En tanto los actores blandos a pesar de sus contactos con sectores
partidarios y sindicales no acumulan la fuerza suficiente para imponer su
perspectiva dentro del régimen.
En
1980 al tiempo que las capas medias-altas, altas argentinas se florean por el
mundo, la inestabilidad del sistema económico era creciente, ante la sensación
latente de devaluación en los inversores extranjeros preocupados por el retraso
cambiario. El riesgo aumenta el costo del dinero, al son del malhumor de los
sectores endeudados.
Era
de conocimiento público que el general Viola, un crítico de la ortodoxia
liberal, remplazaría a Videla en la Presidencia y ante la mera posibilidad de que asumiera el ala nacionalista la cartera económica, las corridas hacía la
divisa norteamericana se incrementaron.
Se
prolongó la tablita cambiaria, y la devaluación del 10 por ciento puso al rojo
vivo a la “city porteña” ante la certeza de futuras devaluaciones.
A
Viola la crisis financiera le hacía trizas el sueño de acelerar y liderar la
apertura política. No bien asumido el cargo junto a su Ministro de Economía se
tuvo que limitar a tratar de desactivar de la mejor manera la bomba financiera
que Martínez de Hoz había diseñado.
La
célebre Frase “el que apuesta al dólar pierde” y sendas devaluaciones del
treinta por ciento del nuevo Jefe de Hacienda dejaron al país exhausto, y las
puertas abiertas al regreso de los técnicos encabezada por Juan Alemann
después de verse materializado el golpe palaciego de Leopoldo Galtieri que lo
lleva a la primera magistratura.
Galtieri
y la coalición “dura” del ejercito-marina que lo sustenta, tratando de
reestablecer el poder del régimen, se lanza a la “aventura” de Malvinas,
apelando a una fórmula maquiavélica, consuma una guerra en el exterior en pos
de lograr unidad interna.
Bueno,
ya sabemos de sus resultados.
La
derrota en el conflicto insular y el aguzamiento de la crisis económica frunce
de modo definitivo la ilusión castrense de una prolongación en el tiempo del
régimen, liderando una transición gradual y condicionada a los partidos
políticos.
E
n lo que se refiere a los resultados de la política económica desarrollada por
el Proceso, caben dos reflexiones no excluyentes: por un lado, es indudable y
rotundo el éxito de las medidas financieras si el objetivo primordial de
Martínez de Hoz consistía en redefinir el mapa económico-político del país
trastocando las relaciones de fuerza de los actores que lo integran. De ésta
forma se logra acumular una inmensa capacidad de veto en una élit empresarial y
financiera en perjuicios de otros sectores y de la sociedad civil toda (Ibíd.).
Ahora
bien, al observar el desarrollo económico desde una perspectiva esencialmente
política-institucional debemos también hablar de fracaso, si pensamos
que la crisis económica y el problema de la deuda, más allá de “Malvinas” y los
derechos humanos, contribuyó y mucho a erosionar la legitimidad que supieran
gozar las Fuerzas Armadas al comienzo de la gestión frente a la opinión
pública.
La
cuestión económica constituyó uno de los factores que explican el derrumbe del
régimen, y un escollo insalvable para la cúpula militar de estipular alguna
suerte de restricciones a los actores políticos en la transición democrática.
Del
idilio democrático al infierno inflacionario.
Que
carente de sentido suena con el transcurrir del tiempo aquel slogan
alfonsinista:“con la democracia se come, se cura y se educa”.
Esta
frase, sin embargo, no sólo constituía el corazón de una estrategia de
márqueting electoral.
Alfonsin,
después de los años de ostracismo político que había implicado el Proceso,
estaba convencido en sus entrañas de las capacidades virtuosas, regenerativas
de la democracia.
El
régimen democrático per se solucionaría todos los problemas, las
prácticas participativas de una ciudadanía plena conllevaría efectos
erosionantes de los poderes corporativos feudales del pasado.
Si
por una parte, el pacto inquebrantable entre el radicalismo y la voluntad del
pueblo gestado en la elección presidencial del ’83 accionaría sobre las
corporaciones, por otro lado la flamante gestión, apelando al regreso a las
fuentes, reciclaría las recetas keynesianas para iniciar un ciclo de expansión
del consumo y crecimiento económico.
Los
resultados después de un año de gestión fueron poco felices. El tiempo perdido
despierta al gobierno del ensueño democrático, tomando mayor conciencia
de la complejidad del escenario político-económico. La estanflación y los
conflictos con los actores sociales de relevancia, causado por la política
económica y el estilo confrontante del gobierno conlleva a un replanteo de la
estrategia oficialista.
El
Plan Austral constituye la cristalización de ese cambio de orientación,
sustentado el mismo en el respaldo de la banca acreedora internacional y en la
instrumentación de mecanismos de cooperación con el empresariado local
(C.Acuña,1995).
El
nuevo paquete económico articula formas de control efectivo del estado de las
macro-variables económicas buscando contener las subas de precios,
conjuntamente con la supresión de la emisión monetaria.
Es
necesario advertir que las nuevas medidas no apuntaron sino de modo muy
limitado a resolver los añejos problemas de un Estado crónicamente deficitario.
En este sentido, como se ha dicho, eran imprescindibles, si se deseaba superar
las crisis que afectaban al sistema económico, mejoras en la administración
tributaria, saneamiento de las empresas públicas, eficientizar el gasto del
Estado, entre otras medidas (N. Marcos y V. Palermo,1996)
Los
resultados rápidos y auspiciosos del plan, las elecciones triunfales del
radicalismo en Diputados y el juicio a la Junta crearon el clima propicio para sentar las bases de un nuevo modelo social de acumulación.
Estos
factores expresan un momento más que oportuno para instrumentar mecanismos de
cooperación inter-partidaria que delinearan un sendero de búsqueda de autonomía
del sector público frente a las facciones que lo capturan.
Sin
embargo, un radicalismo entre mieles, embaucado con ideales hegemónicos de
proyectar el denominado “tercer movimiento histórico” imposibilita engranar
algún tipo de consensos básicos con la oposición que fortaleciera la
transición institucional y que generase logros económicos sólidos y perdurables
en el tiempo.
Tras
instantes de felicidad, a menos de dos años de vida de su lanzamiento, el Plan
Austral comienza a resquebrajarse.
En
simultaneidad con el deterioro progresivo de las variables económicas, el
gobierno va adquiriendo conciencia de la necesidad de alterar en sus bases
sustanciales los modos de acumulación.
Desde
el Ministerio de Hacienda se envían señales al propio Partido Radical, a los
medios de comunicación y al resto de los actores civiles sobre la imperiosa
necesidad de replantear la vinculación Estado-mercado, de modificar las
estructuras de una economía semicerrada y prebendaría.
Pero
es demasiado tarde, en 1987 el paisaje político no concede demasiados márgenes
a la hora de viabilizar reformas estructurales.
El
peronismo sale fortalecido tras lograr triunfos importantes en varias
gobernaciones provinciales y en legisladores nacionales.
Después
de sufrir en los primeros años de la transición alguna suerte de
indiferencia y menosprecio por el oficialismo, el movimiento justicialista no
dejará de ser un escollo difícil de superar para el gobierno.
El
partido peronista y el radicalismo ingresan a esta segunda etapa, en una
especie de juego de suma cero, juego en el que finalmente este último
resultaría altamente perjudicado.
En
cuanto al mundo empresarial, además de la fragmentación y heterogeneidad de sus
intereses, buena parte de la oligarquía que se había beneficiado durante el
régimen militar, aunque coincidía con el Ejecutivo en el diagnóstico sobre el
agotamiento del modelo Estado-céntrico, en los hechos es reticente a liderar un
proceso de cambio que respaldara al oficialismo (C.Acuña,1995). Nadie quería
pagar los costos que involucra cualquier inicio de reforma y menos aún con un
gobierno inseguro, lleno de contradicciones internas, que muestra como el paso
de los meses socava cada vez más su legitimidad original.
El
sindicalismo y la CGT(2) convertidos en actores molestamente relevantes,
mientras ejercían sus reivindicaciones laborales en forma paralela le
disputaban el status opositor a la Renovación Peronista.
Con
semejante panorama y las ambigüedades propias del Ejecutivo, que se mostraba
poco dispuesto a pagar los costos políticos que implica cualquier estrategia
de talante reformador, se desemboca en la configuración de un nuevo paquete
económico: el denominado Plan Primavera.
Dicho
plan lejos está de configurar un complejo de medidas económicas de largo
alcance. No es más que una política de parches, de contención de precios, que
busca impedir dislocaciones en las variables económicas y que lograra delinear
un camino con menos penumbras posibles al oficialismo hacía las elecciones del
‘89.
El
nuevo plan sostenido por sectores empresariales locales y organismos
internacionales de crédito no está consagrado por amor hacia el gobierno, sino
al terror que despierta el regreso del populismo peronista en las próximas
elecciones presidenciales.
Crispan
los pelos de la “city” las afirmaciones de “revolución productiva” y
“salariazo” del candidato justicialista, Carlos Menem.
Sin
embargo, a pesar de los intentos del radicalismo de conservar la postura y
ciertas pautas mínimas de gobernabilidad, la situación se va haciendo cada vez
más delicada, las capacidades estatales comienzan a hacer agua por todos lados
en un círculo vicioso de inflación y déficit fiscal.
La mecha está armada, sólo falta la chispa recurrente
para que todo explote. A mediados de 1989 un trascendido que afirma el retiro
de apoyo del gobierno de Estados Unidos al plan económico desata la catástrofe.
Los activos privados que se mantenían en moneda local a altas tasas de interés
vuelan de forma desesperada al dólar mientras el fuego inflacionario se hace
incontenible. Los operadores financieros, como durante el Proceso, vuelven a
mostrar su ferocidad, y en forma vertiginosa gruesas capas sociales se
derrumban en la pobreza.
Corolario:
a fines de la década la eclosión del Plan Primavera, la corrida de la divisa
norteamericana y la hiperinflación constituyen la expresión cabal, ante la
imposibilidad de consumar las reformas durante la gestión alfonsinista, del
derrumbe por colapso del anciano régimen de acumulación.
Embriagados... Con tequila.
El flamante gobierno peronista asume en pleno infierno
inflacionario, infierno al que había contribuido a enardecer (3).
Menem, apenas asumido el cargo percibe dos grandes
cuestiones que debe resolver si desea mantenerse en el poder: uno lo constituye
la profunda crisis fiscal que sufre el Estado, la hiperinflación erosiona toda
capacidad por parte del sector público para succionar recursos y proveer
servicios. El otro asunto importante a resolver lo conforma el problema de
credibilidad del mundo de los negocios ante la incertidumbre que genera en los
mercados el regreso del justicialismo (J.C.Torres,1998)
Si bien es cierto que la crisis acota sensiblemente los
márgenes de acción en cuanto al rumbo a seguir, no es menos verídico que
también dota al Ejecutivo de las capacidades de gobierno necesarios para
organizar la reforma, recursos que le habían sido negados a la gestión radical.
En lo que concierne al partido peronista, en éstas
primeras instancias en la búsqueda de salida de la crisis, es eficazmente
disciplinado por el Ejecutivo a partir de una política de premios y castigos,
cultivando aquel una asombrosa centralización en el proceso de toma de
decisiones posibilitando imponer de manera embalada las reformas pro-mercados.
A Menem el pasado peronista lo condenaba de antemano a
la hora de lograr la anuencia de los sectores de poder económico que
posibilitara viabilizar en forma sustentable el camino reformista que dotara a
su gestión de un piso de gobernabilidad. En tal sentido es necesario afirmar
que la incorporación de la corporación Bunge & Born en la cartera económica
e integrantes de la familia Alzogaray al gabinete, figuras de la oligarquía
tradicionalmente enfrentadas al peronismo, no constituye sino una estrategia de
sobreactuación destinada a conquistar los corazones de los agentes económicos
(V.Palermo y M Novaro,1996).
Sin embargo, este primer ensayo de legar la conducción
económica directamente a la burguesía no obtuvo buenos resultados, los
conflictos inter-empresarios provocaron un nuevo pico inflacionario y la salida
del cargo del Ministro de Economía, Rapanelli.
Tras este primer traspié el gobierno busca recomponer
sus fuerzas apelando al manejo ortodoxo de la economía desde el ingreso de
Erman Gonzáles como Jefe de la Cartera de Hacienda. Asesorado por don Álvaro
Alzogaray, “súper-Erman” intenta marcar ciertas distancias entre el gobierno y
las demandas sectoriales y en forma simultanea ensaya una rígida retracción
monetaria con el objetivo urgente de ponerle coto a la inflación (M.
Cavarozzi,1997)
Respaldado el presidente Menem, en la opinión pública
y en los organismos internacionales de crédito se logró encauzar reformas
importantes, como las mejoras en los mecanismos extractivos de la DGI(4) y la concreción de medidas orientadas a la apertura comercial.
La reformulación de la estrategia gubernamental, en
cuanto a la búsqueda de autonomía frente a las presiones corporativas, no
modifica en absoluto la orientación del gobierno en la búsqueda de
materializar las transformaciones pro-mercado, pero estipula ciertos costos a
miembros empresariales de la propia coalición gobernante.
Sin embargo la asignación de los mismos son más que
compensados en cuanto se ponga en marcha el proceso de privatización de las
empresas públicas.
En un contexto de emergencia económica, con un gobierno
apresurado por asegurarse la transferencia de los activos públicos de mayor
trascendencia conspira contra la posibilidad de generar marcos institucionales
regulatorios adecuados de las compañías privatizadas, que engendrara formas de
mercado competitivos. El proceso de privatizaciones entonces no implica sino la
aplicación sistemática de un conjunto de incentivos de tipo rentísticos que
diseñaron nuevas formas de acumulación monopólicas (V. Palermo y M.
Novaro,1996).
Llegado a este punto es preciso afirmar que la ortodoxia
monetarista y fiscal, a pesar de haber logrado cierta estabilidad económica y
política, aún está lejos de conformar un núcleo sólido de gobernabilidad con
perspectivas de perdurabilidad en el futuro. La política de restricción
monetaria trae aparejado una acentuada recesión, elevadas tasas de interés que
conspiran contra el equilibrio fiscal. En consecuencia el Ejecutivo se ve
obligado recurrir a la emisión monetaria para cubrir el déficit, medida que
produce aumento en los precios y un nueva escapada de la divisa norteamericana.
Aunque, este tercer pico de inflación no se
caracteriza por tener la misma intensidad que los precesores, suscita el
alejamiento del Ministro Erman González y el ingreso de los técnicos en el
manejo de la “cosa pública”.
La tecnocracia en el poder juega un rol destacable
desde su misma incorporación en el Gabinete. Tan es así que ya a mediados de
1991 la ejecución de la denominada Ley de Convertibilidad diseñada por el
Ministro Domingo Cavallo provoca en breve tiempo, diría si se me permite la
expresión, efectos cuasi-mágicos sobre la economía argentina, permitiendo al
gobierno concretar el sueño anhelado desde el inicio de gestión: materializar
un piso de gobernabilidad.
Es importante reconocer, en pos de explicar el éxito de
la implementación del ancla monetaria($1=U$S), lo realizado por el gabinete
anterior, dado que se establecieron las bases financieras, en términos de
acumulación de divisas, necesarias para viabilizar el funcionamiento del nuevo
plan.
La convertibilidad combina en un mismo cóctel licores
ortodoxos y heterodoxos que conducen al mercado por un sendero expansivo.
La aplicación del plan implica, desde un primer
momento, un shock de certidumbre para el conjunto de los actores económicos
causando un vertiginoso derrumbe de la inflación, y produciendo un proceso de
remonetización de la economía. Este fenómeno, de modo simultaneo trajo
aparejado una significativa reactivación económica abriendo cause a un aumento
importante en la capacidad adquisitiva de los salarios.
Todo este desarrollo virtuoso del sistema económico
coloca al gobierno en una situación privilegiada en lo concerniente a dos
cuestiones fundamentales: el Estado, a partir del fortalecimiento del consumo y
la demanda agregada mejoró notablemente los niveles de recaudación
posibilitando a la administración oficialista recuperar mayor margen de acción
frente a las corporaciones.
En el plano estrictamente político-institucional en un
ambiente de tranquilidad pos-crisis económica, se pasa de un patrón de
decisiones fuertemente centralizado en el Ejecutivo a una progresiva apertura
del juego político sostenida en una participación que muestra mayor asiduidad
por parte del Congreso (M. Llanos,1997).
Ahora bien, no obstante el idilio que vive el gobierno
con el boom económico que despertaba la convertibilidad, la arquitectura de la
misma no radica sobre bases sólidas. El plan había nacido con un virus, el
virus del retraso cambiario, distorsión que afecta la competitividad externa,
incentivando una avalancha importadora y desalentando las exportaciones. Esta
situación genera una brecha en la balanza comercial que de forma momentánea
era disimulada por el ingreso masivo de capitales financieros internacionales,
los cuales arriban a las costas de los países emergentes que habían consumado
las reformas y que por las bajas tasas de interés que ofrecían los mercados
desarrollados, indujo a los inversores a salir en busca de ganancias más
suculentas.
Además, este potencial desequilibrio del escenario económico
no es compensado mediante un manejo correcto del gasto público. Este pudo
haber sido un instrumento valioso, si se lo asignaba a la promoción de
políticas que mejoraran el capital humano en lugar de destinarlo a manejos
asistencialistas y clientelísticos. De tal modo que pudiera mitigar los efectos
perniciosos en el caso de que se produjera el desatamiento de una crisis
económica (V. Palermo, 1999).
Una de las soluciones que disponía el gabinete
enmendador del desequilibrio, que no involucrara lisa y llanamente la
devaluación de la moneda para ganar competitividad, consistía en inclinarse
por la disciplina fiscal al tiempo que se restringiera el flujo financiero con
el fin de enfriar la economía que produjera como resultado una mejora de la balanza
comercial.
Sin embargo, esta receta recesiva fue rotundamente
descartada, puesto que tenía escasa viabilidad política si el objetivo del
Ejecutivo era conservar tranquilidad (cultivar armonía) en la relación con los
varones provinciales del peronismo y poder consumar con posibilidades ciertas
la reforma constitucional que abriera las puertas a la reelección presidencial.
En consecuencia, el gobierno madura rápida y
esquemáticamente -conservando con vida el tipo de cambio fijo- una política de
ajuste orientada a reducir los costos internos que lograra mejoras en la
competitividad externa. Tal política consistía básicamente en continuar con las
desregulaciones del sector público, sumando medidas de desgravación impositiva
a ciertos sectores exportadores al mismo tiempo que se recurría a la
flexibilización de los costos laborales.
Igualmente los esfuerzos desarrollados por el gobierno
no tuvieron un final feliz. Estos mecanismos de ajuste desplegados desde el
Misterio de Hacienda finalmente son puestos en jaque con la crisis del
“tequila”.
La devaluación mexicana produce pánico en el mundo
financiero, y activa la emigración de las inversiones golondrinas, suceso que
demuestra a todas luces en que medida la vitalidad del modelo económico
descansaba en la volatilidad del crédito especulativo.
El gobierno maneja con temple el desarrollo de la
crisis, conserva a rajatabla el tipo de cambio fijo, lo que permite un regreso
parcial de capitales (Ibíd.).
El peronismo, que había tenido una posición crecientemente
hostil hacia el gobierno, cambió radicalmente de postura durante el estallido
de la crisis cerrando filas, alineado detrás de la figura de Carlos Menem. El
peronismo percibe, y no yerra de diagnóstico, que el voto popular no le sería
esquivo al jefe justicialista.
En 1995 las elecciones presidenciales reflejan que
mayores segmentos de la población apoyan las transformaciones ocurridas durante
estos años que los que decidieron rechazarlas (Ibíd.).
Menem consigue su sueño personal, la reelección a la
primera magistratura, y promete como objetivo aniquilar el problema de la
desocupación que alcanza porcentajes inéditos para el país, alrededor del 18
por ciento.
Por último es necesario señalar que la crisis del
tequila demuestra en forma descarnada que a pesar de las reformas en los modos
institucionales de acumulación de los ‘80, la Argentina no encuentra un modo sustentable de crecimiento.
La década del 90,
sobre los escombros del anterior modelo de sustitución de importaciones
enarbolan un nuevo patrón de acumulación capitalista, caracterizándose por la
desregulación de la economía, el desmantelamiento del sector público, y la
apertura comercial. No obstante, más que una verdadera economía de mercado
dinámica y en desarrollo sobre un esqueleto institucional eficiente, se
construyó un nuevo capitalismo político y asistido, de predominio financiero
que transformó el monopolio de Estado en un monopolio de mercado, el que
prosigue la absorción de cuasi-rentas de privilegios de unas pocas corporaciones,
en tanto aumenta la brecha de ingresos entre la cúspide de la pirámide social y
la base (Nochteff, 1998: 32-5).
La
crisis del tequila demuestra los límites de una economía altamente
dependiente de la volatilidad financiera internacional.
Con
la reelección presidencial se prosigue con las políticas de ajuste y
desregulación, que si bien permiten regresar a una senda de crecimiento,
demuestra que el sistema económico no descansa sobre bases sólidas conduciendo
a un aumento de la desintegración social, de la desocupación, y de la pobreza.
La Alianza y el ocaso
El
desgaste de diez años del partido justicialista en poder, la desmedida
corrupción denunciada por los medios masivos de comunicación, y el ingreso a
una etapa recesiva de la economía dan lugar a la llegada de la Alianza Radicalismo-Frepaso. Configuración política que monta su campaña propagandística
previa a las elecciones presidenciales sobre dos ejes centrales: una se refería
a la limpieza ética de la praxis política prometiendo desterrar de cuajo el
legajo corrupto del menemismo. Por otro lado, se garantiza el tipo de cambio
fijo a rajatabla.
El dilema
que se plantea es que el principio ético se hacia muy difícil de respetar,
puesto que su trasgresión sistemática constituye la condición primordial para
conservar la convertibilidad.
Es decir:
ante inminente derrumbe -tras dos años de recesión- del sistema hegemónico
financiero basado en el endeudamiento, y en la renta de los monopolios
privatizados, exige para conservar sus ingresos en dólares-pesos la
continuación desesperada de las políticas de recorte al presupuesto nacional
para no ahuyentar a los acreedores. Esto implica seguir la cooptación por medio
de la coima y el soborno a los parlamentarios.
El
consenso social del que goza la convertibilidad, aun en una etapa recesiva,
conduce a la gestión de De La Rua a mantener el tipo de cambio fijo hasta el
final de su mandato. Estrategia que finalmente lo llevó al ocaso con el golpe
devaluatorio del mercado, cuando la economía Argentina se ahogó en su
capacidad de pago previo continuum de medidas de ajuste que provocan el
achicamiento del mercado interno.
En
el estallido social de diciembre del 2001 se vislumbra la culminación de un
proceso que llevaba ya varios años de crisis de representatividad. La política
regresa a las calles en las efervescentes manifestaciones sociales y
deslegitimada la casta política tradicional, la sociedad civil nace como ámbito
natural en la relegitimación de nuevas instituciones, más horizontales, más
participativas. No obstante el paso de los meses y la relativa estabilidad en
el control de las principales variables macroeconómicas que logra el gobierno
de transición con la llegada del Ministro de Hacienda Roberto Lavagna, la marea
pública, asambleas barriales, grupos piqueteros regresan en la mayor parte de
sus legiones al ámbito privado, cotidiano.
El
presidente provisorio, Eduardo Duhalde de la mano de Roberto Lavagna logra una
gestión de la crisis relativamente exitosa si se lo compara con las
previsiones inflacionarias de la mayoría de los especialistas, aunque la
explosión de la paridad cambiaria y la devaluación provoca una nueva succión y
apropiación del excedente, mediante la caída estrepitosa de los salarios reales
y el aumento de la pobreza e indigencia en amplias capas de la población en
beneficio de la élite exportadora y del superávit fiscal del Estado.
Notas
(1) Comisión de Asesoramiento Legislativo.
(2) Confederación General del Trabajo.
(3) “Ante tal situación, Alfonsin intentaría
denodadamente llegar a un acuerdo con el presidente electo que le permitiese
calmar los ánimos. Pero la negociación se trabó por las exigencias que le
formuló Menem” (Marcos Novaro, y Palermo Vicente,1996 pag. 113). “Guido di
Tella fue el encargado de comunicar que el Justicialismo no cogobernaría
(...).El dólar creció el 57 por ciento durante la semana posterior a las
elecciones y las tasas llegaron hasta el 80 por ciento mensual”(Daniel
Muchnik, 2001, pag 210).
(4) Dirección General Impositiva.
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