DEL PODER POPULAR EN VENEZUELA COMO SIMULACRO
O BREVE HISTORIA DE UNA PUESTA EN ESCENA (II)
Por Johan López
Universidad Nacional de La Patagonia Austral-Argentina
Resumen:
Este
texto sigue la línea discursivo-analítica del anterior (Del Poder Popular en
Venezuela como simulacro o breve historia de una puesta en escena (I)). En esta
segunda entrega, se presentan algunos elementos en los que se muestra cómo el
Poder Popular (PP) que propuso la Revolución Bolivariana no sólo no tomó cuerpo
(no se efectuó) en las legítimas aspiraciones de configurar un nuevo esquema
democrático en el país sudamericano; sino que todo el armado del PP operó como
una estrategia de posicionamiento de la estructura tripartita Gobierno-Estado-Partido
en condición de hegemón. Con lo cual las pretensiones de re definir la
democracia liberal por una más participativa y protagónica quedaron
circunscritas al plano de la propaganda y el electoralismo; con un elemento
adicional y profundamente reaccionario: al sujeto pueblo-excluido se le
sustrajo su potencia reclamativa, dado que terminó por subsumirse a las
estructuras del Estado, bajo una dinámica de subalternidad y obsecuencia, lo
que da al traste con la idea según la cual el pueblo venezolano, en tiempos de
Revolución Bolivariana, logró altos niveles de politización. En este sentido,
se señala que esa politización en realidad lo que hizo fue instalar
prácticas electoralistas, proselitistas y propagandísticas y usar a los
sectores populares como correa de transmisión de los fines y principios de la
Revolución Bolivariana. Finalmente, este trabajo no sólo pone en cuestión esos
procesos de politización del sujeto pueblo-excluido adelantados por la
Revolución Bolivariana. Al final del texto se deja entrever que los sectores
del “no pueblo” (la oligarquía tradicional, los medios de comunicación
privados, el gran empresariado, entre otros), obtuvieron importantes ganancias
económicas e incluso lograron fugar capitales al extranjero, lo que a las
claras es contrario al discurso de la Revolución y la emergencia del Poder
Popular como nueva lógica democrática.
Palabras
claves:
Democracia
Participativa y Protagónica, Democracia Liberal, Revolución Bolivariana, Poder
Popular y Politización.
OF PEOPLE'S POWER IN VENEZUELA AS A
SIMULACRUM
OR A BRIEF HISTORY OF A FARCE (II)
By Johan López
Universidad Nacional de La Patagonia Austral-Argentina
Abstract:
This
text follows the discursive-analytical line of the previous one (Of people's
power in Venezuela as a simulacrum or a brief history of a farce (I)). In this
second installment, some elements are presented which show how the Popular
Power (PP) proposed by the Bolivarian Revolution not only did not take shape
(did not take place) in the legitimate aspirations of configuring a new
democratic scheme in the South American country, but the whole set-up of the PP
operated as a strategy of positioning the tripartite structure
Government-State-Party in hegemonic condition. Thus, the pretensions of
redefining liberal democracy for a more participatory and protagonist democracy
were confined to the level of propaganda and electoralism; with an additional
and deeply reactionary element: the people-excluded subject was deprived of its
claiming power, since it ended up being subsumed to the structures of the
State, under a dynamic of subalternity and obedience, which puts paid to the
idea according to which the Venezuelan people, in times of Bolivarian
Revolution, achieved high levels of politicization. In this sense, it is
pointed out that this politicization in reality what it did was to install
electoral, proselytizing and propagandistic practices and to use the popular
sectors as a transmission belt for the purposes and principles of the
Bolivarian Revolution. Finally, this work not only questions those processes of
politicization of the excluded-people subject advanced by the Bolivarian
Revolution. At the end of the text it is revealed that the sectors of the
"non-people" (the traditional oligarchy, the private media, big
business, among others), obtained important economic gains and even managed to
flee capital abroad, which is clearly contrary to the discourse of the
Revolution and the emergence of Popular Power as a new democratic logic.
Key
words:
Participatory
and Protagonist Democracy, Liberal Democracy, Bolivarian Revolution, Popular
Power and Politicization.
DEL PODER POPULAR EN VENEZUELA COMO
SIMULACRO
O BREVE HISTORIA DE UNA FARSA (II)
Por Johan López
Universidad Nacional de La Patagonia
Austral-Argentina
“El sujeto ideal del régimen totalitario no es el nazi
convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes la
distinción entre los hechos y la ficción (es decir, la realidad de la
experiencia) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, los
estándares de pensamiento) ya no existe”.
Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo.
La apariencia de las cosas: la plebeyización
de la democracia
El fundamento base de la democracia
participativa y protagónica gira alrededor de la idea de una democracia
plebeya en la que los sujetos subalternos sean quienes tengan el poder
decisional y, sobre todo, la rectoría del orden político-social y económico
dentro de una determinada comunidad política. De esta forma, una democracia
participativa y protagónica coloca en el centro de su acción a los sujetos
históricamente excluidos de la política tradicional liberal y que, por lo
general, ocupan un mayor porcentaje poblacional, sobre todo en los países
latinoamericanos. Esta visión participacionista y protagónica supondría una
restitución del sentido primigenio del término democracia. Bajo este esquema,
el Estado se reconfiguraría de tal manera que cede en su carácter de hegemón y
se convierte en una estructura que, en lo sucesivo, acompaña a las expresiones
plebeyas —Poder Popular (PP)—en su labor directriz de la sociedad en su
conjunto. Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, la democracia
participativa y protagónica emerge como una necesidad de redefinición profunda
de la democracia liberal. Valga acotar que los esfuerzos por redefinir a la
democracia venezolana no son nuevos:
La
idea participativa en Venezuela tiene antecedentes teóricos y prácticos en
diversos espacios y actores sociales. En su trabajo “Democracia Participativa
en Venezuela (1999-2010)”, Margarita López Maya identifica el “pensamiento
social de la Iglesia Católica, especialmente en su desarrollo a partir del
Concilio Vaticano II y la Conferencia Episcopal de Medellín” así como “las
ideas y prácticas de una izquierda transformada por las revelaciones sobre el
socialismo autoritario y las revueltas estudiantiles de los años sesenta en
Europa, Estados Unidos y América Latina” (López Maya, 2011: 7), como piedras
fundacionales de la democracia participativa en Venezuela. (Briceño, 2015:195).
De igual forma, a fines de la década
del 70, el Comité Ejecutivo de la Organización Demócrata Cristiana de América
(ODCA) inaugura en Caracas un ciclo de conferencias bajo el título Hay que
reinventar la democracia. El ponente inaugural de ese evento fue el ex
presidente Luis Herrera Campíns. Iniciativas como las de la ODCA se dieron en
otras partes del continente: existía una necesidad consciente de revisar los
fundamentos de la democracia, evaluar sus alcances y, fundamentalmente, su
aplicación. La democracia debía ser revisitada para establecer cuáles eran los
puntos a ajustar y cuáles debía ser suplantados, principalmente con miras a
darle más participación efectiva a los sectores tradicionalmente excluidos de
la política. Esta preocupación por la democracia liberal, sus alcances y
limitaciones, atravesaba todo el espectro político-ideológico nacional con sus
respectivas modulaciones e intensidades. En este punto hay que acordar con
Gonzaga y Marques (2020):
Como
subrayado por Bobbio (1986) la democracia no disfruta en el mundo de muy buena
salud, pero jamás la ha disfrutado y no por eso está cerca del túmulo. Para un
régimen democrático, el estar en transformación es su estado natural: la
democracia es dinámica. Estático es el despotismo que es siempre igual a sí
mismo. (Gonzaga y Marques, 2020:158).
En la primera parte de este texto se
abordó el tema de la redefinición de la democracia liberal, dada sus
limitaciones y, principalmente, sus promesas incumplidas. En todo caso,
lo que no se puede obviar en los análisis y críticas al modelo democrático
tradicional es que sigue siendo el modelo político-gubernamental que domina en
Occidente y que, como es sabido, va más allá de los propios límites
occidentales: es el sistema de gobierno que, mayormente, domina en el mundo. No
obstante, las muchas y diversas críticas justificadas al modelo democrático
liberal han hecho que emerjan nuevas teorizaciones y prácticas democráticas.
Existe algo que no se puede soslayar
en los respectivos juicios a la democracia: todas estas nuevas teorizaciones y
prácticas por más que deseen marcar algunos puntos distintivos respecto del
modelo democrático modero-occidental, no pueden despojarse, no del todo, de una
episteme y de unas prácticas. Aún en la negación o, más propiamente hablando,
en el contraste que supone la aparición de un eventual modelo de democracia
participativa y protagónica diferenciador respecto a su matriz
moderno-occidental, el peso de una tradición y de unas prácticas siguen
persistiendo. ¿Acaso un nuevo modelo democrático distinto y distante del
moderno-liberal puede, por ejemplo, prescindir del voto directo, universal y
secreto como forma de participación política?
¿Una redefinición de las bases democráticas puede permitir la subordinación de
todos los poderes y órganos públicos a una instancia como el partido o el
Estado impidiendo el desarrollo autónomo de los poderes públicos? ¿Puede un
eventual sistema democrático limitar la circulación de las ideas y los
pensamientos en detrimento a la libre expresión? ¿Puede conculcar los derechos
a tener una propiedad privada y a la libre asociación político-partidista,
entre otros aspectos estructurales y estructurantes de la democracia liberal?
Si se admite la lectura según la cual
el Estado compartiría, en (aparente) situación de paridad, el poder
decisional-político con un nuevo actor emergente que él mismo configuró (el
pueblo-excluido), como se plantea para el caso venezolano con la asunción de la
Revolución Bolivariana como Gobierno y la puesta en marcha de la Constitución
de 1999, no es difícil pensar que ese Poder Popular estaría, previsiblemente,
condicionado al aparataje estatal que le confirió su margen de aparición y
desarrollo. Si bien ese condicionamiento no se señala de manera directa por
quienes promueven la democracia participativa y protagónica en el país
sudamericano, está claro que esa relación pone en situación de minusvalía al
Poder Popular frente a un aparato como el Estado al punto de maniatarlo.
No hay que olvidar que existe un orden
constituido desde las lógicas estatales modernas en relación con las mayorías
subalternas: el sujeto pueblo—concebido como plebs—siempre ha estado en
condición de subalternidad política, económica y cultural. El Estado es, en la
lógica de la teoría contractualista del Estado moderno, una estructura que está
para dominar, reproducir y perpetuar su hegemonía. ¿En qué medida el Estado va
a compartir ese poder absoluto, sobre todo con el sujeto más desvalido en
términos económicos, políticos y sociales? A menos que el Estado sea en exceso bondadoso
y noble y esté dispuesto a sustraerse de su condición leviatánica
y siente las bases para su propia auto aniquilación en tanto sujeto
político hegemónico.
El Estado moderno, padre de todos los
Estados occidentales, no delega sus funciones, no las comparte, no crea
paridades con otros sujetos de la política. Su origen y su fin son auto
referenciales y auto preservativos. Por más apellidos que se le coloque
para atenuar su forma reaccionaria de actuar: Estado socialista, Estado
comunal, Estado revolucionario, Estado soviético, Estado popular, Estado
neoliberal, entre una multiplicidad de apellidos posibles; el Estado,
sobre todo el Estado presente (en oposición al Estado ausente del
neoliberalismo) es una estructura que no puede sino ser hegemónica en todos los
órdenes de la vida política de la comunidad.
De tal forma que un Estado, cualquiera
sea su apellido, siempre va a responder a sus códigos y principios. El apellidaje
no es más que una forma de enmascarar sus lógicas fundantes; un juego del
discurso político que pretende posicionar la idea según la cual puede existir
un Estado capaz de delegar sus funciones y poderes en otros sujetos, sobre todo
en los sujetos subalternizados. De una situación como esa no se tiene registro.
No hay que olvidar que lo hegemónico y lo reaccionario son inmanentes al Estado
moderno. El Estado no puede menos que efectuarse bajo los marcos gnoseológicos
y filosóficos que le dieron sentido. El punto clave está en la propia actitud
del Estado. En este sentido, conviene citar a Urbaneja (2020) quien, echando
mano de Max Weber, indica lo siguiente sobre el Estado moderno y sus límites:
A
ese respecto constata Weber que no hay fin imaginable que no haya perseguido o
pueda perseguir un Estado cualquiera: la paz, la riqueza, la gloria, la
extensión territorial, el reino de la verdadera religión, la libertad, la
justicia. No podría entonces ser el fin que el Estado persiga lo que lo definiera
como Estado, pues diferentes Estados han buscado diferentes fines. Lo que
permite definir lo que es un Estado es el medio del que se sirve para obtener
sus objetivos y que ninguna otra instancia posee, y ese medio es el monopolio
de la fuerza. De ahí la legendaria definición weberiana del Estado: “es aquella
comunidad humana que, dentro de un determinado territorio –el territorio es un
elemento distintivo– reclama para sí (con éxito) el monopolio de la violencia
física legítima”. (Urbaneja, 2020:23).
Como aprecia, el Estado no delega su
“fuerza”, a decir de Weber, en otra instancia. De hacerlo, pierde su condición
de Estado. Si bien hay diferentes formas en las que el Estado se efectúa, este
elemento parecer ser su rasgo distintivo más nítido. Por ejemplo, en el
neoliberalismo el Estado se retira, esto es: se convierte en una estructura
burocrática legaliforme que establece sus marcos de acción y que ostenta para
sí el monopolio de la violencia legítima, aunque otorga amplios márgenes de
acción a fuerzas transnacionales para que signen, fundamentalmente, el panorama
económico-productivo de un país determinado con la consecuente repercusión en
el plano político-social. El Estado neoliberal, además, se encarga de hacer
cumplir la Ley y está al servicio de la ciudadanía, pero su impacto en el
manejo económico-productivo, como se señaló, es escaso y, por lo general, se
deja influenciar por las corporaciones trasnacionales en el ejercicio de sus
funciones político-administrativa; aun así, la “fuerza” que señala Weber no la
cede a ningún otro actor.
En el Estado fuerte (presente)
lo señalado en el párrafo anterior no sucede (la relación de subordinación del
Estado frente a las compañías transnacionales). Éste tiene la necesidad de
controlar todos los procesos políticos y sociales, incluido lo
económico-productivo, allí donde el Estado neoliberal se retira para
darle primacía a los poderes corporativos transnacionales y, en algunos casos,
a las oligarquías nacionales. Independientemente del modelo de Estado, éste no
opera bajo la concepción de compartir el poder con otros actores.
En el caso del Estado revolucionario
venezolano se buscó dar esa impresión e, incluso, se generaron ciertos
mecanismos de participación política, aunque el Estado continúa con sus
prácticas hegemónicas. Para resumir esta situación en una formulación
tautológica y verídica: el Estado es el Estado. En el caso venezolano y la
Revolución Bolivariana no sólo es un Estado presente (fuerte), sino que éste
se encargó de configurar la escena para la emergencia del nuevo contrapoder: el
Poder Popular. Al crear los marcos para la emergencia del PP, al regularlo y
tutelarlo, se aseguró para sí los mecanismos de control y disciplinamiento de
esas estructuras que, en el papel, son la expresión más fidedigna de una
nueva lógica en los esquemas político-gubernamentales en el país sudamericano:
la democracia participativa y protagónica.
El contrapoder que emergía como
expresión directa del PP no sólo nacía a “imagen y semejanza” del Estado
revolucionario (la estructura tripartita Gobierno-Estado-Partido) que lo
confeccionó, sino que era un reproductor de sus dinámicas y, tanto más
interesante, un apoyo esencial en la configuración del modelo
gubernamental-estatal que ideó la Revolución Bolivariana; con un elemento aún
más llamativo todavía: en términos simbólico-discursivos, la Revolución
Bolivariana había dado sentido y corporeidad a una vieja e irresoluta fórmula
dentro del marco democrático-institucional occidental: le otorgaba el kratos
(poder político e institucional) al demos originario.
Si bien en la práctica esto no fue así
—estuvo y está muy lejos de que así sea— se construyó todo un aparataje discursivo,
simbólico y propagandístico que daba esa impresión. Aunado a ello, se crearon
ciertos instrumentos e instancias del Poder Popular que respondían,
unidireccionalmente, al aparato que lo configuró. Es así como se fue armando
una sensación de legitimidad de origen, dado que el Gobierno, el Estado
y todas sus instituciones tenían, en apariencia, la carnadura del Poder
Popular, sus ritmos y sus improntas. Por un lado, el sujeto pueblo-excluido
(buena parte de él), creyó que, en efecto, estaba tomando cuerpo una nueva
dinámica político-social donde éste aparecía como el protagonista esencial de
esos cambios. ¿Cómo no pensarlo así?
Este esquema de formación de
instrumentos legales para favorecer la participación de las mayorías excluidas
en las decisiones políticas del país, tiene relación con lo que en su momento
planteó Gino Germani con la noción de “libertad concreta”. Para Germani, el
peronismo logró, como nunca se había visto en la sociedad argentina previo a la
década del 50, darle un marco de participación y legitimidad a los sectores
obreros dentro de las fábricas. Con esta acción, Perón logró el apoyo
mayoritario de los sectores populares, fundamentalmente de los obreros. Este
nuevo cuerpo de leyes a lo interno de las fábricas y los consecuentes
beneficios para los sectores obreros trajo consigo lo que Germani denominó como
“libertad concreta”. Es decir, el obrero podía participar activamente en el
curso de las actividades fabriles, sus derechos se expandieron y, a partir de
allí, tendría un protagonismo decisivo dentro de la fábrica.
Pero esa “libertad concreta” no tenía
incidencia en lo que Germani denominaba como “alta política”; es decir, en el
curso de las decisiones político-gubernamentales argentinas. Para el sociólogo
ítalo-argentino lo importante consistía en ir sentando las bases para la
emergencia de lo que él denominó como “libertad abstracta”: la posibilidad de
transformar las bases sociales y políticas para crear un nuevo orden de
relaciones más justo y libre. Germani reconoce el avance del peronismo de
primera generación en la creación de una estructura legal y de participación
importantes, sin embargo, deja entrever el sociólogo, la creación de una
sociedad más justa y equitativa quedó pendiente. Si bien no se alteraron las condiciones
estructurales de la sociedad, el movimiento obrero y los sindicatos que
prosperaron con el peronismo de primera generación terminaron por apoyar de
forma decidida la propuesta peronista, sobre todo a nivel electoral.
Lo que Germani denominó como “libertad
concreta” —incorporación de las masas obreras como actores de primer orden a lo
interno de las fábricas y el cuerpo normativo que respaldaba todo el movimiento
obrero y los incipientes movimientos sindicalistas— operó como una fuerza
simbólica y movilizadora, sentó las bases para incorporar a la vida política
argentina a actores sociales otrora olvidados y, en algunos casos, denostados
por la política elitista tradicional. Si bien fue un avance sustantivo en
términos de ampliación de derechos y, principalmente, porque logró poner en un
primer plano a sectores tradicionalmente marginados de la política; esta
incorporación no alteró las estructuras político-administrativas y
económico-productivas del país (no se avanzó en la constitución de la “libertad
abstracta”).
La animosidad política y el Poder
Popular
A pesar del avance del esquema
democrático participativo y protagónico, dentro y fuera de Venezuela surgían
interrogantes de este tenor: ¿En qué momento otro Gobierno había sancionado
leyes —además orgánicas— como la Ley Orgánica de las Comunas o la Ley Orgánica
de los Consejos Comunales que le otorgaran tanto poder al pueblo excluido? ¿En
qué momento y cómo (antes de la Revolución Bolivariana), por ejemplo, un bachiller
como Daniel Aponte —un joven de barriada popular— podía acceder (como en efecto
ocurrió) a ser Jefe de Gobierno de Distrito Capital —Caracas, capital del
país—, nombrado directamente por el presidente Nicolás Maduro? El aparato tripartito
Gobierno-Estado-Partido no sólo se ungió simbólica y discursivamente de
Poder Popular, sino que fue capaz de darle cabida a expresiones subalternas
para que, de facto, fuesen parte de la dinámica política y social venezolana;
pero no como meros observadores, sino como actores de primera línea.
En cualquier caso, estas expresiones
del PP y los nombramientos para algún cargo público se establecen (aún hoy)
sobre un régimen rígido de obsecuencia y disciplinamiento. No se admite, bajo
ningún sentido, salirse de los encuadres político-disciplinarios y discursivos
que impone como deber ser la Revolución Bolivariana al conjunto de sus
cuadros dirigenciales. De esta manera, la Revolución Bolivariana se aseguraba
que en el ejercicio de un cargo público (así haya sido obtenido por elección
popular), esas personas estaban allí no para gestionar y coordinar acciones
relativas al cargo que desempeña y para el cual fue electo (según sea el caso),
sino que está allí, precisamente, para obedecer la línea del aparato
Gobierno-Estado-Partido.
En ese marco, es justo señalar que
cada uno de esos actores y protagonistas provenientes del Poder Popular ejercen
funciones como operadores políticos subordinados a los designios del aparato
tripartito Gobierno-Estado-Partido. No había ni hay discrepancias de ningún
tipo; la vinculación de ese Poder Popular frente al aparato se da en relación
de subalternidad, obediencia y acatamiento (elementos constitutivos del orden
verticalista propio del estamento militar); con un elemento adicional: es una
relación de dependencia inscrita en una dinámica clientelar que es,
ciertamente, anterior a la aparición de la Revolución Bolivariana como
instancia político-partidista y gubernamental. Esta dinámica clientelar puede
rastrearse en los albores de la incipiente industria petrolera venezolana (en
tiempos de la dictadura de Juan Vicente Gómez) y la consecuente lógica
rentística.
Como quiera que sea, bajo el esquema
de la democracia participativa y protagónica el sujeto pueblo-excluido aparecía
en el discurso del Gobierno, en los nombres de los ministerios (todos pasaron a
nombrarse Ministerio del Poder Popular), en las leyes del Poder Popular, en los
programas de televisión del Estado. El PP no era sólo un sujeto evocado, sino
uno que estaba allí presente y sobre el cual se edificaba, según la prédica de
la Revolución Bolivariana, un nuevo modelo político-social y económico; una
redefinición profunda de la democracia en la que la plebs toma el control
de las instituciones estatales y procede a redefinir el marco político, social
y económico del país caribeño.
Fisuras dentro del modelo participacionista-protagónico
Como se ha señalado, el fundamento
esencial de la Constitución de 1999 está inscrito en un orden participacionista
y protagónico, lo cual implica, ya a un nivel más pragmático, darles sentido y
viabilidad a estas nuevas prácticas democráticas. En esa dirección, el artículo
62 de la Constitución de 1999 que establece que:
Todos
los ciudadanos y ciudadanas tienen el derecho de participar libremente en los
asuntos públicos, directamente o por medio de sus representantes elegidos o
elegidas. La participación del pueblo en la formación, ejecución y control de
la gestión pública es el medio necesario para lograr el protagonismo que
garantice su completo desarrollo, tanto individual como colectivo. Es
obligación del Estado y deber de la sociedad facilitar la generación de las
condiciones más favorables para su práctica.
Como se aprecia, la idea es que tome
cuerpo, en un sentido más operativo, el espíritu participacionista en la
“ejecución y control de la de
la gestión pública es el medio necesario para lograr el protagonismo que
garantice su completo desarrollo, tanto individual como colectivo”. En ese
mismo orden operativo, el artículo 70 de la Constitución sigue dándole
cuerpo y sentido al participacionismo protagónico:
Son
medios de participación y protagonismo del pueblo en ejercicio de su soberanía,
en lo político: la elección de cargos públicos, el referendo, la consulta
popular, la revocatoria del mandato, las iniciativas legislativa,
constitucional y constituyente, el cabildo abierto y la asamblea de ciudadanos
y ciudadanas cuyas decisiones serán de carácter vinculante, entre otros; y en
lo social y económico, las instancias de atención ciudadana, la autogestión, la
cogestión, las cooperativas en todas sus formas incluyendo las de carácter
financiero, las cajas de ahorro, la empresa comunitaria y demás formas
asociativas guiadas por los valores de la mutua cooperación y la solidaridad.
La ley establecerá las condiciones para el efectivo funcionamiento de los
medios de participación previstos en este artículo.
El artículo expresa y recoge algunas
de las aspiraciones más importantes respecto a la redefinición de la
democracia. De hecho, incluye figuras profundamente innovadoras como la
“revocatoria de mandatos” y el “cabildo abierto
y la asamblea de ciudadanos y ciudadanas cuyas decisiones serán de carácter
vinculante”. De esta manera, las viejas aspiraciones de redefinición de la
democracia van tomando un sentido más operativo y dinámico. Esas “decisiones de
carácter vinculantes” dan cuenta de la puesta en marcha de un esquema
democrático profundamente innovador.
Los sectores sociales históricamente excluidos
de la política tradicional se sentían consustanciados con esa prédica
gubernamental del Poder Popular; de hecho, se constituyó un discurso oficial
que colocaba en el centro de gravitación política al pueblo como sujeto
expoliado-explotado, ahora reivindicado por la Revolución Bolivariana; pero no
desde una visión generalista y formal-legal, sino el pueblo pobre y padeciente
de las injusticias de los modelos políticos de la IV República (1958-1998).
El pueblo pasa a formar parte de una
gramática revolucionaria que divide a la sociedad, en términos generales, en
dos grandes sujetos: el pueblo y los “otros del pueblo” como sostiene Francisco
Panizza (2006). De un lado estaban las oligarquías, los banqueros, los
empresarios, los grandes medios de comunicación privados, entre otros actores
que no son el pueblo (que están del otro lado de la grieta), ese sujeto
padeciente y subalternizado. Del otro lado, estaba el pueblo, ahora
devenido sujeto político decisor de su propio destino dentro de la comunidad
política.
A pesar de las innovadoras propuestas
de redefinición democrática, todo el discurso del participacionismo y el
protagonismo popular que adelantó el aparato Gobierno-Estado-Partido en
Venezuela terminó siendo funcional a los intereses de esa estructura
tripartita; comenzaban de esta manera a surgir algunos cuestionamientos al
modelo: ¿Dónde está la potencia reclamativa de, por ejemplo, los consejos
comunales o las comunas respecto de la gran crisis que atraviesa el país? Llama
la atención que los mecanismos del Poder Popular, sus estructuras más
representativas tales como: los consejos comunales, las comunas, las Unidades
de Batalla Bolívar-Chávez, los medios alternativos y/o comunitarios, entre
otros mecanismos e instancias de la nueva democracia participativa y
protagónica, no tengan ningún tipo de potencia reclamativa ante los órganos del
Estado.
En este punto, se parte de una premisa
fundamental que no puede perderse de vista en los análisis respecto del caso de
la democracia participativa y protagónica adelantada por la Revolución
Bolivariana: Cuando el Poder Popular pasa a ser parte del Estado (una suerte de
contrapoder en situación de paridad con el Estado), como subrepticiamente
se ha dejado entrever a la comunidad internacional y a los propios
correligionarios de proceso revolucionario, lo que se está estableciendo como
dispositivo discursivo y simbólico es la creencia según la cual el pueblo es el
sujeto de poder en Venezuela y que el Estado es un acompañante en ese
proceso de empoderamiento popular. La evidencia empírica demuestra que la
fórmula es exactamente contraria: el Estado es el sujeto hegemónico y busca
legitimarse dando la impresión de que ha delegado su poder en el sujeto
pueblo, otrora excluido por los gobiernos anteriores (IV República) y ahora
reivindicado por la Revolución Bolivariana.
En todo caso, la emergencia del Poder
Popular en la Venezuela de la Revolución Bolivariana es una trama bastante
compleja de entender; dado que sí existen los mecanismos de empoderamiento y
participación protagónica; visto así, a secas, parece un proceso
innovador e interesante, cuando menos. La cuestión de la democracia
participativa y protagónica en la Venezuela bolivariana radica en que cada uno
de estos mecanismos fueron ideados por el aparato Gobierno-Estado-Partido,
quien ejerce control y vigilancia férrea sobe todos los procesos de empoderamiento
popular. Además, todo este complejo andamiaje de constitución del Poder
Popular, tutelado y, a la par, cooptado desde sus inicios, sirvió para crear
una impresión-sensación participacionista y protagónica en el sujeto
pueblo-excluido.
En ese orden, este efecto participacionista
y protagónico contó con un potente mecanismo de propaganda que se encargó de
sobredimensionar y sobre visibilizar todo el proceso de constitución del Poder
Popular. El presidente Hugo Chávez, sus ministros, todo el aparataje
mediático-comunicacional y todas y cada una de las instancias del
Gobierno-Estado-Partido (incluyendo a la Fuerzas Armadas Nacionales
Bolivarianas en todos sus componentes), se encargaron de tener, al unísono, el
mismo discurso del Poder Popular. Hubo toda una armonía y consonancia
discursivo-propagandística que puede condensarse en una frase como esta: ¡el
Poder Popular echó andar de la mano de la Revolución Bolivariana! En
consecuencia, todo el armado discursivo de la Revolución Bolivariana va a girar
alrededor de su sujeto esencial: el pueblo-excluido.
Ahora bien, hay una situación
particular respecto al nuevo esquema de democracia participativa y protagónica
que plantea la Revolución Bolivariana y que aún hoy, más de 23 años después de
haber sido aprobada la Constitución de 1999 por los venezolanos, sigue
generando algunas interpelaciones: expresiones del Poder Popular como las
comunas, los consejos comunales o, más radical aún, los colectivos de paz,
terminan siendo instrumentalizados por el aparato Gobierno-Estado-Partido para
neutralizar (sobre todo los colectivos)
a otras expresiones políticas y sociales que reclaman legítimamente por sus
reivindicaciones sociales, políticas y económicas.
No deja de ser llamativo que esas
necesidades urgentes en materia de salud, seguridad ciudadana, servicio de agua
potable, vialidad, electricidad, gas doméstico, salarios precarizados,
transporte público deficiente (casi inexistente en algunas regiones del país),
entre otras; atraviesan toda la base social venezolana, fundamentalmente
afecta a los sectores populares (los sujetos subalternos—los excluidos—); pese
a ello, a esa realidad social, económica y política tan compleja; hay pocas voces
reclamativas que sean expresión legítima, como cabría suponer en estos casos,
del Poder Popular. ¿Dónde están esas expresiones como el “cabildo” y sus
“decisiones de carácter vinculante” como señala el artículo 70 de la
Constitución de 1999?
Las comunas, los consejos comunales,
los colectivos de paz, los comités de tierras urbanas, las mesas técnicas de
agua, los medios alternativos y/o comunitarios, en resumen, todas las
expresiones del Poder Popular configurado por la Revolución Bolivariana, actúan
dentro del margen que le confiere el aparato Gobierno-Estado-Partido. Aún más,
estas estructuras del PP responden al momento de ser convocadas por el Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV) —partido de gobierno— para
concentraciones, marchas y mítines en apoyo al Gobierno Revolucionario; clara
evidencia de que ese Poder Popular se constituyó no como un mecanismo legítimo
para instaurar la democracia participativa y protagónica, sino como un elemento
retórico-discursivo y propagandístico que justifica y, sobre todo, intenta
legitimar el poder del aparato Gobierno-Estado-Partido frente a todos los
sectores del país.
La única forma plausible de comprender
el por qué no existe una potencia reclamativa de ese (sui géneris) Poder
Popular en la conflictiva Venezuela contemporánea, es entendiendo que la
construcción de la democracia participativa y protagónica poco tiene que ver
con el desmontaje o, cuando menos, interpelación profunda de la democracia
representativa y el avance y construcción de un modelo democrático distinto,
más horizontal y directo; sino que se relaciona con la instalación de un efecto
protagónico-participacionista que tenía como eje articulador de su accionar
un aparataje retórico-emotivo y propagandístico que fue acompañado con algunas
acciones puntuales que se correspondían con los efectos que se deseaban
instalar: la idea de avance hacia una redefinición sustantiva de la democracia
liberal y la instauración de un nuevo modelo político que tenía como sujeto
fundamental al pueblo padeciente, los excluidos de la IV República.
La pregunta (y su consecuente carga
heurística) que pone en evidencia e interpela todo este entramado
retórico-discursivo y propagandístico de la creación de Poder Popular por parte
de la Revolución Bolivariana sería la siguiente: ¿Cómo es que existe un Poder
Popular y éste no es capaz de accionar (poner en práctica constituyente)
su potencia reclamativa ante las instancias de poder estatal y gubernamental?
Pero hay otra pregunta (con la misma carga heurística) que termina por
cuestionar profundamente la emergencia de ese Poder Popular construido por la
Revolución Bolivariana: ¿Por qué las expresiones del Poder Popular responden de
manera unidireccionada a los imperativos y demandas del aparato
Gobierno-Estado-Partido?
En relación directa con lo anterior, las
concentraciones, marchas y movilizaciones en apoyo a la Revolución Bolivariana
encuentran su base de apoyo y militancia en esos órganos del Poder Popular como
las comunas, consejos comunales, comités de tierras urbanas, medios
alternativos y/o comunitarios, colectivos de paz, entre otros. Ese esfuerzo
organizativo en apoyo al aparato Gobierno-Estado-Partido no sólo está bien
articulado, sino que hay allí instalada una lógica militante sin ningún tipo de
atenuación; de hecho, la mayoría de los líderes de estas expresiones del Poder
Popular son funcionarios del Estado o del Gobierno y, en una amplia mayoría,
son militantes del Partido Socialista Unido de Venezuela, la plataforma
político-partidista de la Revolución Bolivariana.
Con la estrategia del Poder Popular,
la Revolución Bolivariana configura el terreno para ir marcando una pauta
discursiva. Identifica a su sujeto político esencial: el pueblo-excluido; un
sujeto que además es porcentualmente mayoritario —este es un dato revelador,
sobre todo en el marco democrático donde aún el sistema electoral liberal
mantiene un vigor importante—; de esta forma, quien logre aglutinar el mayor
número de adherentes y partidarios, tendrá un mayor margen de mantener el poder
gubernamental.
La Revolución Bolivariana, que tuvo en
Hugo Chávez a su más alto representante, construyó un discurso que le otorgó
sentido de validez y legitimidad a sus acciones, dado que habla y ejecuta a
partir de su sujeto esencial: el pueblo-excluido. En esta operación es
importante marcar una distinción radical entre los sujetos de la política
venezolana que, en lo sucesivo, serán reducidos a dos: el pueblo (los sectores
excluidos de la política en la IV República) y el “otro del pueblo” (la
oligarquía, los banqueros, los dueños de medios de comunicación, entre otros). Esta operación busca crear el antagonismo esencial
que permita demarcar una frontera/límite entre los actores políticos, todo lo
cual es consecuente con la lógica populista de corte laclauniano.
En todo caso, se puede percibir que, en ese llamado a la construcción del Poder
Popular, hay elementos contradictorios. Edgardo Lander (2018) lo plantea en
términos de tensión:
La
tensión entre los imaginarios y prácticas del poder popular y la
auto-organización desde abajo, por un lado, y políticas de inspiración
leninistas de control desde arriba y la toma de todas las principales
decisiones desde la cúpula del Estado-partido que luego son informadas a la
población a través de transmisiones conjuntas de radio y televisión. De esta manera
se va socavando la confianza en las capacidades de auto-gobierno del pueblo
organizado. Ha habido en estos años una fuerte contradicción entre el impulso y
promoción de múltiples formas de organización popular de base, y el
establecimiento de estructuras de control vertical de estas organizaciones, así
como la generación de una permanente dependencia financiera del Estado, minando
así las posibilidades autónomas de estas organizaciones. (Lander, 2018: s. /p.)
Recapitulando: todo este proceso de
construcción de la democracia participativa y protagónica en Venezuela, todo el
entramado de leyes y procesos que abonaron el terreno para el empoderamiento
del pueblo-excluido, ahora devenido (en apariencia) sujeto emancipador y
constructor de su propio destino político-social, no está exento de
valoraciones axiológicas y emotivas. Sobre todo, porque estos procesos
entroncan con viejos ideales políticos de redefinición de la democracia que
tienen un sentido y una dirección teórica y éticamente válidas y, en gran
medida, necesarias. Además de restituir el sentido primario de la democracia
como poder del kyrion.
Algunas reflexiones finales
El discurso mismo de la democracia
participativa y protagónica es entusiasta y, sin dudas, capta la atención de
las mayorías, sobre todo de los sectores sociales más carenciados. Es decir, el
lugar mismo del enunciado participacionista y protagónico crea redes de
sentidos y sentires. Se trata, nada más y nada menos, que de establecer nuevos
mecanismos de contrapoder y el posterior empoderamiento de los sectores
subalternos: las mayorías pobres. Pero, como señala Lander (2018), esa
construcción se hizo desde un enfoque verticalista de “inspiración leninista”,
lo que lleva a establecer todo lo contrario: un Poder Popular al servicio del
aparato. Un Poder Popular no sólo maniatado, sino conducido por las férreas
prácticas opresivo-disciplinarias instauradas por el hegemón tripartito
Gobierno-Estado-Partido.
En todo caso, con esta ágil y efectiva
estrategia de constitución del Poder Popular, el Gobierno-Estado-Partido
asegura dos cosas fundamentales. Por un lado, se gana el favor de las grandes
mayorías al incluirlas (de forma subrepticia) como contrapoder en
condición de (aparente) paridad con el aparato Gobierno-Estado-Partido
(cosa que ningún Estado ha hecho, puesto que su condición monstruosa—leviatánica—no
ha sido suprimida). En ese sentido, las grandes masas populares no sólo son
sujetos evocados y enunciados por la nueva facción política en el poder
gubernamental, sino que ésta le proveyó al sujeto subalterno (pueblo-excluido)
de mecanismos de participación y protagonismos que, irónicamente, no son
usados para reclamarle al Estado y sus instituciones; pero sí generan, sobre
todo en las bases populares, un efecto participacionista y protagónico.
Cuando el sujeto pueblo se desplaza de
su lugar reclamativo-reivindicativo y se inscribe en la estructura del “poder
constituido” ( es institucionalizado); cuando pierde su fuerza
constituyente originaria (ya no reclama, ya no demanda, ya no establece
antagonismos con las estructuras tradicionales políticas como el Estado y el
Gobierno), entonces la escena reclamativa-reivindicativa la ocupan otros
sectores: estudiantes, médicos, enfermeras, algunos grupos sindicales, entre
otros grupos que finalmente terminan siendo minorías.
Pero el pueblo llano (el otrora antagonista de las disputas políticas y su
potencia reclamativa frente al Estado o el Gobierno) no sale a reclamar y no lo
hace porque es (subrepticiamente lo es) el propio Estado. Con
esta hábil estrategia, el aparato Gobierno-Estado-Partido asegura para
sí el control de su sujeto político, que no por asuntos de azar es un sujeto
porcentualmente mayoritario: tiene un peso decisivo en los procesos
eleccionarios propios de la democracia liberal.
Por otro lado, con el posicionamiento
de la estrategia del Poder Popular en el contexto de la comunidad
internacional, el Gobierno construyó un discurso que aseguraba (subrepticiamente)
un apoyo por parte de amplios sectores progresistas en el mundo; pocos se
atrevían a cuestionar y menos objetar los niveles de empoderamiento y
profundización de la democracia que había instalado la Revolución Bolivariana.
¿En qué otro país del mundo se había logrado tales niveles de democracia y
participación?
Así mismo, se instalaba la pregunta:
¿En qué otro país del mundo hay tantas elecciones como en la Venezuela
revolucionaria? Esta prédica participacionista y protagónica estará en boca de
cada operador político de la Revolución Bolivariana; sobre todo será repetida,
de forma insistente, en todos los escenarios, por el gran vocero de la
Revolución: el presidente Hugo Chávez. Sus seguidores harán lo propio. Todas
las estructuras del Estado y del Gobierno se encargarán de replicar, punto a
punto, este tipo de discursos según el cual en Venezuela la democracia fue
reconfigurada y responde a las necesidades y demandas de los sujetos
subalternos; pues son ellos los protagonistas de su propio devenir histórico,
social y político.
Efectivamente, en el discurso de la
Revolución Bolivariana, sobre todo en los primeros años de Gobierno, hay
elementos ciertamente válidos y verídicos en cuanto al diagnóstico y análisis
de los gobierno anteriores a la Revolución; por ejemplo, las constantes
apelaciones a los excluidos de la IV República se erigía como una prédica que
efectivamente daba cuenta de las asimetrías sociales, políticas y económicas
que devinieron en grandes conflictos como los del 27 de febrero de 1989 (El
Caracazo) y las dos asonadas militares, primero la del 4 de febrero de 1992
y luego la del 27 de noviembre de ese mismo año. Sendos alzamientos militares
fueron repelidos por las Fuerzas Armadas y se retomó el hilo constitucional.
Sin embargo, amplios sectores sociales vieron en El Caracazo y los dos
golpes de Estado militares fallidos, el caldo de cultivo para la posterior
gestación de un nuevo rumbo político-institucional en Venezuela. En esa
dirección, el presidente Hugo Chávez y todo su equipo de Gobierno, construirían
no sólo un discurso, sino toda una narrativa épica y emocional que tenía como
principal protagonista al pueblo-excluido.
El recurso del discurso
épico-emocional sigue siendo utilizado por la Revolución Bolivariana; los
elementos sustantivos de ese relato no han sido mayormente alterados. Eso sí:
en modo alguno, el relato épico-emocional da cuenta de otros aspectos
relacionados con la emergencia e instauración del PP: ese Poder Popular fue
creado a imagen y semejanza de la Revolución Bolivariana y responde, de forma unidireccionada,
a sus demandas e imperativos.
Adicionalmente, buena parte de los
sujetos subalternizados (el pueblo-excluido) cree que, en efecto, han sido y
son actores protagónicos dentro del nuevo modelo democrático propuesto por la
Revolución Bolivariana.
Algunos de esos sujetos creen que, efectivamente, han inaugurado una nueva
forma de gobernanza, dado que (en apariencia) en ellos (sujetos
subalternos, los “olvidados” de la IV República) descansa la direccionalidad
misma del proceso revolucionario. Eso se construyó como relato y fue acompañado
con instrumentos legales y con instancias de participación ciertamente inéditas
en la democracia venezolana.
La narrativa épico-sentimental
que construyó la Revolución Bolivariana se constituyó a partir de una denuncia
constante (que aún hoy está vigente) a los políticos y prácticas
gubernamentales de la IV República. El marco discursivo, desde el inicio
(incluso desde la emergencia de Hugo Chávez en la vida política nacional),
estuvo fundamentado en marcar el antagonismo/distanciamiento respecto de las
viejas prácticas políticas de la IV República.
En ese sentido, el fundamento discursivo
de la Revolución se constituía a partir de dos vectores. Por una parte, se
construyó un discurso intencionadamente antagónico respecto de la IV República
(los líderes de la Revolución Bolivariana tenían clara consciencia de que la
mayoría de los venezolanos estaban hastiados de la política y los políticos
tradicionales, sobre todo de las prácticas político-gubernamentales del bipartidismo
cuarto republicano). Mientras que, a la par, posicionaba la idea de la refundación
de la República. De hecho, el presidente Hugo Chávez gana la elección con un
partido denominado Movimiento Quita República (MVR), en claro distanciamiento y
oposición a los factores políticos tradicionales que no generaban rédito
electoral y que estaban en clara decadencia.
Si bien esa épica discursiva
sigue siendo un eje central de la Revolución Bolivariana, hay quienes señalan
que tal predicación ha perdido su eficacia conectiva con las mayorías, dado que
la materialidad de la existencia de los venezolanos, 23 años después de haber
llegado la Revolución al poder gubernamental, se encuentra en franco deterioro.
La compleja materialidad de la existencia termina por imponerse por encima de
trama épico-discursiva que sostuvo (y aún sostienen) la Revolución
Bolivariana.
En algún sentido, el discurso se agotó,
pues la promesa de refundación que elaboró la Revolución Bolivariana como
idea-fuerza para desligarse de las viejas prácticas de la IV República, no sólo
no se efectuó (no se avanzó ni siquiera en un modelo económico productivo
distinto), sino que los indicadores sociales, económicos y políticos dan cuenta
de la más grave crisis política, económica e institucional que ha vivido
Venezuela a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. Pese a ello, la prédica
del Poder Popular continúa siendo el elemento central del discurso
gubernamental. Omar Vázquez Heredia, haciendo una lectura marxista de la
situación de Venezuela, señala que:
La
Revolución Bolivariana permitió a su vez que la burguesía local enviara
legalmente a la banca internacional en los últimos quince años 148.717 millones
de dólares, más de quince veces las reservas internacionales al comenzar 2018,
que se hallaban en 9.665 millones de dólares. A fin de cuentas, en palabras del
economista Víctor Álvarez (2011: 220), “no son los ricos los que financian con
sus impuestos a las Misiones Sociales del gobierno bolivariano, sino que se
hace a través de la renta petrolera”. Esta afirmación sustenta nuestra tesis
acerca de la Revolución Bolivariana como un simple posneoliberalismo extractivista.
(Vázquez, 2018:176).
El petróleo, según Vázquez Heredia, en
tiempos de Revolución Bolivariana, permitió el enriquecimiento de la clase
tradicionalmente oligárquica. Este dato es llamativo, dado que contrasta (y
contradice) la impronta discursiva sobre la que se instituye el armado de la
narrativa épico-popular de la Revolución Bolivariana; lo cual invita a una
pregunta: ¿Cómo un Gobierno de talente popular y nacional puede permitir el
enriquecimiento exponencial de su sujeto (aparentemente) antagónico? La
pregunta viene a cuenta porque el discurso revolucionario cuando nombra a los
sectores oligárquicos, lo hace desde el encono y la confrontación (en el marco
de la lógica antagónica populista de corte laclauniano). Irónicamente, el
sector oligárquico tradicional, según lo planteado por Vázquez Heredia, logró
captar buena parte de la renta petrolera y fugar capitales hacia el exterior.
En la actualidad, el pueblo-excluido
como decisor de su destino político y social es, en lenguaje llano, otra
promesa incumplida. Con lo cual no se niega la efectividad de la propuesta para
quien la enarboló y la instituyó: el aparato tripartito
Gobierno-Estado-Partido. Para esta instancia, el Poder Popular sí tuvo un alto
nivel de eficacia, dado que, de forma hábil, pudieron sustraerle la radicalidad
reclamativa-constituyente al kyrion. Por otro lado, crearon todo un
armado discursivo-propagandístico y emotivo que no sólo caló en amplios
sectores populares, sino que también fue admitido y, en algunos casos,
celebrados por sectores progresistas de la región y más allá de Latinoamérica.
Finalmente, también habría que
analizar los procesos de politización del sujeto pueblo-excluido. La Revolución
siempre ha hecho alarde de los procesos de politización del sujeto pueblo, de
su toma de consciencia. La politización, en los marcos de la Revolución
Bolivariana, consistía en el apoyo irrestricto a las políticas del Gobierno. En
ese orden, por politización también se entendió a la capacidad de organización
y movilización de las masas populares en apoyo a la Revolución. De forma
deliberada, la estructura tripartita confundió electoralismo, propaganda y
agitación con procesos de politización en tanto toma de consciencia de las
bases populares de su rol en la transformación sustantiva de la sociedad, lo
que en código marxista se llamó consciencia de clase de sí y para sí.
Esa idea de la politización persiste y
se ha naturalizado en las propias bases populares, situación que se hace más
evidente cuando se avecina algún proceso electoral en el país. Los consejos
comunales, los medios alternativos y/o comunitarios, las comunas, las mesas
técnicas de agua, electricidad, transporte, los colectivos, entre otras
instancias que dan cuerpo al Poder Popular, establecen sus procesos de
politización a partir de una utilidad funcional a los designios de aparato
Gobierno-Estado-Partido. De esta manera, es común ver cómo los consejos
comunales organizan concentraciones y marchas en favor de la Revolución.
Asimismo, todas estas estructuras son una correa de transmisión de los fines y
principios de la Revolución Bolivariana.
Llama la atención que, en efecto, sí
hay organización de base, pero ésta se activa en la medida que sea requerida
por el Gobierno-Estado-Partido. Lejos está, por así señalarlo, la posibilidad
de que emerjan voluntades críticas y autónomas que sean capaces de activar
algún tipo de potencia reclamativa frente al poder gubernamental o estatal. Esa
organización popular que se muestra en momentos electorales y proselitista, no
se presenta para el reclamo legítimo ante la compleja realidad socio-política y
económica que atraviesa el país desde hace algunos años; lo que ha llevado a loa
migración forzada, en la mayoría de los casos de casi 6 millones de
connacionales.
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