Revista Nº46 "ENSAYO"

      

                    RESUMEN

En el presente artículo, analiza el análisis filosófico del lenguaje y del método científico anterior a nuestra contemporaneidad, pero que sirvió como marco teórico de la misma.

 

                    ABSTRACT

In this article, he analyzes the philosophical analysis of language and the scientific method prior to our contemporaneity, but which served as its theoretical framework.

 

“Lenguaje, verdad y lógica” de A. J. Ayer

 

 

Juan Alberto Vich Álvarez[1]

 

 

De entre las posibles clasificaciones que pueden hacerse de la filosofía analítica[2] (dependiendo del objeto de análisis: símbolos, significaciones, conceptos,…), la propuesta entre «formalistas» y «lingüistas» parece ser la más general de todas[3]. Quinton los distingue (respectivamente) según los filósofos a quienes hacen denuncia[4]: aquellos que «han aceptado sin crítica las insinuaciones lógicas y metafísicas del lenguaje, y han inferido ciertas conclusiones sobre el pensar y sobre el mundo a base de las proposiciones gramaticales de las frases usadas con el fin de describirlos» y quienes «por haber considerado el lenguaje como sirvienta del pensamiento, lo han tratado con desdeñosa falta de respeto, negándose a obedecer sus reglas y haciéndolo trabajar en faenas impropias». En esta ocasión, el estudio girará en torno a un análisis formalista; practicado por representantes como Carnap y Quine, los primeros Russell y Wittgenstein, …

Estas páginas tienen como propósito analizar las cuestiones más relevantes de Lenguaje, verdad y lógica de A. J. Ayer[5], publicada en 1936 y considerada como el catecismo del positivismo lógico (empirismo lógico o neopositivismo) desarrollado por el Círculo de Viena (Wiener Kreis) y adeptos.

El organismo (1921-1936) fue compuesto, en un primer momento, por científicos de diversas ciencias (que conciliarían resultados individuales durante los años próximos[6], alcanzando uno de sus principales objetivos). Ondeando la bandera antimetafísica, recordarían a los representantes de la naturaleza terrenal, tanto a sofistas como a epicureístas, que no platónicos y pitagóricos (como señalan Schlick y P. Frank en sus “Escritos de la concepción científica del mundo”). Aquéllos que denunciarían todo enunciado carente de significado. Poetas inconscientes que denominaría Ayer en su tratado, que creyendo expresar oraciones lógicas, aluden a psicologías y sociologías. Sin olvidar el apriorismo que, como veremos, también criticarían debido a su falta de vinculación con el mundo factual al que pertenecemos.

Lenguaje, verdad y lógica (1936)

 

La eliminación de la metafísica

 

La afirmación más esclarecedora a este respecto queda resumida en la siguiente oración: «Ninguna declaración referida a una realidad que trascienda los límites de toda posible experiencia sensorial puede tener ninguna significación literal.»[7] De este modo, Ayer rechaza todo discurso que haga referencia a algo supra-empírico (que no se encuentre en el mundo fenoménico), debido a la incapacidad de que dichas proposiciones sean verificadas.

El principio de verificabilidad pretende, por tanto, probar la autenticidad de declaraciones de hecho. Se hará atendiendo a la observación, y podrá ser fuerte (verdad que puede ser establecida mediante la experiencia y de manera concluyente) o débil (si los casos son infinitos, la experiencia sólo permite hablar en términos de probabilidad). De aquí se deriva que «ninguna proposición, excepto una tautología, puede ser algo más que una hipótesis probable»[8]. Sin embargo, y siendo conscientes de que la implicación de la tautología con el mundo fenoménico es nula (no aporta información acerca del mundo factual), éstas no podrán ser consideradas declaraciones de hecho. La tautología tendrá verificación concluyente, pero carecerá de significación literal (capacidad de determinar empíricamente la verdad o la falsedad de la proposición); y, de manera contraria, ninguna proposición literalmente significante podrá ser verificada concluyentemente. En relación a la significación literal, la verificación podrá ser de dos tipos: práctica (mediante la experiencia) o en principio (si por el momento no es posible hacer la comprobación empíricamente, pero es probable que llegue a hacerse en un futuro).

En resumen, las proposiciones podrán ser tautológicas (proposiciones significantes y apriorísticas verificadas concluyentemente), hipotéticas (literalmente significantes) o metafísicas (carentes de sentido, debido a su vacío factual). Asemejan al metafísico con la figura de un «poeta inconsciente», que bien queriendo expresar proposiciones de verdad, las carga con un gran peso moral y estético.

 

La función de la filosofía

 

Suponer la posibilidad de un método deductivo, obliga a dotar a los primeros principios de cierta naturaleza: metafísica o apriorística (se descarta la de tipo hipotético debido a que pueden ser refutados por la experiencia, y el primer principio no debe tener significación literal). Los restantes se descartan, debido a que a partir de una tautología sólo podrían deducirse nuevas tautologías que contendrían lo que las ulteriores y la propuesta metafísica, como se ha señalado antes, carece de sentido. Así, negando dicho método de razonamiento, se rechaza una filosofía especulativa. Deberá considerarse la ciencia empírica y el método inductivo.

La función de la filosofía no es, como muchos creen, «probar la validez de nuestras hipótesis científicas y de nuestros supuestos cotidianos»[9] (no es un tranquilizante de escépticos), sino proporcionar los criterios para la verificación de proposiciones dadas. «No puede decirse que sea la filosofía la que justifica sus creencias. La filosofía, simplemente, le demuestra que la experiencia puede justificarlas.»[10]

Ayer presenta el problema de la inducción (dificultad de «encontrar un modo de probar que determinadas generalizaciones empíricas que se derivan de la pasada experiencia serán también válidas en el futuro»[11]) como un problema artificioso (no resoluble) y no auténtico (susceptible de ser resuelto), debido a que ni su intento de demostración formal (se conoce la desvinculación de la tautología con la realidad) ni empírica (consistiría en un juego de matrioskas) satisface la solución. No quiere decir, empero, que el modo de proceder científico (por ejemplo) sea irracional; como afirma el autor, la racionalidad se basa en experiencias pasadas. Se sigue que, aquello que justifica el procedimiento científico es que sus predicciones sean determinables en la experiencia real, tal y como se ha referenciado en el párrafo precedente. «Por sí mismo, el análisis de un principio sintético no nos dice nada, en absoluto, de su verdad.»[12] La similitud entre filosofía y ciencia es más que evidente, pero la competencia entre ambas es inexistente: el análisis filosófico es independiente del supuesto empírico. «El filósofo analista, no está directamente interesado en las propiedades físicas de las cosas, sólo en la forma en la que hablamos de ellas.»

Ayer concibe la filosofía como una actividad analítica que deberá limitarse a las consecuencias formales de esclarecer y analizar las definiciones. Menciona el empirismo de Locke (definir el conocimiento, clasificar proposiciones y manifestar la naturaleza de las cosas materiales), Berkeley (relaciones entre los contenidos sensoriales pertenecientes a una sola cosa material) y Hume (causalidad no entendible a priori[13]) como origen de la filosofía analítica.

 

La naturaleza del análisis filosófico

 

Cuando se dice que la filosofía deberá limitarse a las consecuencias formales de las definiciones, se hace con el ánimo de expresar una definición entendida «en uso» (la obtención de frases equivalentes sin emplear ni el definiendum ni ninguno de sus sinónimos[14]; por ejemplo: <p es una ley física> ≡ <p es una hipótesis general en la que se puede confiar siempre>) y no «explícita» (propia de los diccionarios), debido a que, en muchas ocasiones, los sinónimos de nada sirven.

«En general, podemos decir que el propósito de una definición filosófica es el de disipar aquellas confusiones que surgen de nuestra imperfecta comprensión de determinados tipos de frases en nuestro lenguaje»[15]. Sin duda, gran parte de la dificultad reside en la correcta expresión de contenidos sensoriales obtenidos a partir de cosas materiales, es el conocido problema de la reducción (parte principal del tradicional problema de la percepción).

El problema de la percepción hace alusión a una discusión lingüística y no factual. Esta cuestión no es fácil de dilucidar. Para esclarecer la posible duda se hará atendiendo a un ejemplo que utiliza el autor: «Así, cuando yo miro una moneda y afirmo que es de forma realmente redonda, no estoy afirmando que la forma del contenido sensorial, que es el elemento de la moneda que verdaderamente estoy observando, sea redonda, y menos aún que la forma de todos los elementos visuales o táctiles de la moneda sean redondos; lo que estoy afirmando es que la redondez de la forma caracteriza a aquellos elementos de la moneda que son experimentados desde el punto de vista desde el cual se realizan más convenientemente las proposiciones de la forma»[16]. Es decir, y a modo de solución, las oraciones referidas a contenidos sensoriales son categóricas e hipotéticas. Esto implica un rechazo de las creencias metafísicas, debido a su postura fenomenalista.

 

Los «a priori»

 

En repetidas ocasiones, se ha aludido a su empirismo. De esta manera, niega como válida toda aquella proposición que no haga referencia a la experiencia sensorial. Pese a la necesidad de hablar en términos de hipótesis, de probabilidad, siendo conscientes del problema inductivista, de la carencia de una validez lógicamente garantizada. ¡No implica escepticismo! Se sabe ya.

El racionalismo pretende sacudirse de tal incertidumbre, pero ni las ciencias se comportan como las lógicas formales y las matemáticas (por motivos de falibilidad), ni las últimas guardan contenido factual…

Mill consideraba tanto la lógica formal como las matemáticas, hipótesis empíricas (verdades no necesarias) que eran generalizaciones obtenidas por inducción. Kant rebate lo anterior afirmando: «aunque todo nuestro conocimiento comience con la experiencia, no por eso surge todo él de la experiencia»[17].

Ayer rechaza el planteamiento de Mill de que las proposiciones de la lógica y la matemática tengan el mismo status que las hipótesis empíricas, ¡no deben su validez a la verificación empírica! Si damos, Mill, con un triángulo cuyos lados no sumen 180 grados será porque nos hayamos confundido en su medición o porque no se trate de un triángulo euclidiano… Tanto la lógica como la matemática formulan proposiciones analíticas, es decir, tautológicas (no amplían el conocimiento, por ejemplo: <todos los cuerpos son extensos> o <pv¬p>); no proposiciones sintéticas (amplían el conocimiento, por ejemplo: <hay hormigas que han establecido un sistema de esclavitud>; donde será necesaria la observación para verificar la proposición).

 

Verdad y probabilidad

 

Negar una proposición analítica implica contradicción (por ejemplo: ¬(pv¬p)), mientras que negar una proposición empírica no tiene por qué hacerlo (por ejemplo: <hay hormigas que no han establecido un sistema de esclavitud>).

La falta de certezas en el mundo factual impide validar las proposiciones sintéticas. ¡Son hipótesis! «La función de un sistema de hipótesis, es la de advertirnos de antemano cuál será nuestra experiencia en un determinado campo, la de permitirnos hacer predicciones correctas.»[18] La experiencia pasada sirve como guía de la futura; su verdad no estará confirmada por completo, pero su probabilidad (nuestra confianza) habrá aumentado.

 

Crítica de la ética y de la teología

 

De tal modo, se sigue que toda proposición sintética es una hipótesis empírica. Dicho conocimiento especulativo (de fondo probabilístico y falto de certezas) puede estar relacionado con la realidad empírica o con cuestiones de valor. A su vez, estos últimos serán o significantes (científicas) o no significantes (expresiones del sentimiento, ni verdaderas ni falsas).

Puede empezar a sospecharse cómo Ayer, al igual que los absolutistas, considera los conceptos éticos (expresiones de sentimiento y mandato) inanalizables. Atendamos a la siguiente oración para entenderlo mejor: «Usted obró mal al robar ese dinero». Se puede apreciar cómo el adverbio de modo “mal” no añade ningún tipo de información a la significación literal de la oración, tan sólo expresa el sentimiento de desaprobación moral por parte del hablante. Así, «Usted obró mal al robar ese dinero» sería equivalente a declarar que «Usted robó ese dinero».

No existen las discusiones acerca de cuestiones de valor. No es de extrañar que la oración anterior haya podido generar sorpresa en el lector, se explica en lo que sigue. Imaginemos que estamos discutiendo con un sujeto X acerca de la valoración de determinada conducta ética. La forma que tenemos de salir victoriosos en el debate es aludiendo a las cuestiones de hecho (si X pertenece a una educación moral y medio social similar será más fácil que coincida la interpretación del hecho empírico); de lo contrario, al contar con diferente sentido moral, el desacuerdo permanecerá y se criticarán de inferiores los valores del contrario… En realidad, se carecen de argumentos. ¡Se tratan de cuestiones de valor!

De igual modo ocurre con la estética. Lo bello, lo feo,… no participan en las declaraciones de hecho, son expresiones de sentimientos (no se les pueden atribuir validez). Tanto el gusto como la moralidad varían, pertenecen al campo de la psicología y la sociología.

Al hablar de teología se puede hacer de igual modo. La existencia de Dios, por ejemplo, no puede ser verificada concluyentemente, debido a que sólo podría lograrse a través las tautologías o proposiciones a priori, y eso no es posible (ya que de una tautología sólo podrán obtenerse nuevas tautologías contenidas en las ulteriores). Ni siquiera podría demostrarse la probabilidad de su existencia, para ello debería hacerse de manera empírica… Por tanto, las proposiciones referidas a la existencia de Dios pueden catalogarse como expresiones metafísicas, que no pueden ser ni verdaderas ni falsas. ¡Carecen de sentido! No acepta ni la figura del agnóstico (“no hay razón ni para creer o no creer”) ni la del ateo (“lo más probable es que no exista”).

 

El sujeto y el mundo común

 

No hay objetos cuya existencia sea indudable. Decir «x existe» es afirmar una proposición sintética, una descripción del contenido de nuestras sensaciones que no puede ser probado por la lógica formal. Ayer se cuestiona si dicho contenido sensorial es mental o físico y si pueden producirse sin ser experimentados. La respuesta, al no poder ser obtenida de manera empírica, necesitará de una solución a priori.

En primer lugar, es necesario señalar que el contenido sensorial no es un objeto, sino una parte de la experiencia sensorial a la que no se puede asociar la noción de construcción lógica, no permite su sustitución por una definición en uso. Por ende, la distinción entre lo mental y lo físico no será aplicable a los contenidos sensoriales (sólo a las construcciones lógicas, a los objetos). En relación a esto, define Ayer al sujeto como «una construcción lógica resultante de experiencias sensoriales»[19]. Entonces, ¿conduce dicho fenomenalismo a un solipsismo? ¡No puedo afirmar que la experiencia sensorial del otro exista! ¡Son objetos metafísicos para mí! Pero la similitud que tiene uno con el resto nos incita a creer que es probable... ¡Cuidado! Se está dotando de probabilidad a una hipótesis inverificable; se deberá corregir y hablar en términos de «estructura sensorial» (aquella que será accesible para la observación de los otros) y no de «contenido sensorial» (que, como hemos visto, es privado). Aunque, definitivamente, deberá desecharse la disociación anterior, ya que, en realidad, somos capaces de formular declaraciones significantes acerca de los contenidos sensoriales de los demás (un hecho que sería imposible si, realmente, los contenidos sensoriales del resto me fuesen inaccesibles).

 

Soluciones de las más importantes disputas filosóficas

 

Uno de los principales intereses de Ayer con su escrito, es probar la inexistencia de disputas en el ámbito filosófico, alegando que éstas serán por motivos empíricos o metafísicos, no de carácter lógico (propio de la filosofía, que siempre cuenta con una solución verificada concluyentemente). Pone como ejemplo el conflicto racionalista-empirista, realista-idealista y monista-pluralista.

 

Ø  Conflicto racionalismo-empirismo:

El empirista (Ayer también) rechaza la existencia de un mundo suprasensible (metafísico, empíricamente no verificable) de lógica y validez universal. ¿Rechazar? ¡Pero si es un sinsentido! Ayer considera que la afirmación de los empiristas de que las proposiciones significantes son hipótesis empíricas (faltas de certeza absoluta) es errónea. El autor en ningún momento pretende negar la existencia de verdades necesarias, aunque descarta su uso al referirse al mundo factual (no hay vinculación). En este punto cabe resaltar la distinción entre la postura de Ayer (la proposición sintética no puede ser verificada concluyentemente, sino altamente probable) y la de los positivistas (la proposición sintética es concluyentemente verificable).

Por último, valora de manera muy positiva la actividad creadora que desarrolla el racionalista en el conocimiento (crítica a Hume y a su pasividad: «la naturaleza instruye al hombre», dice).

Ø  Conflicto realismo-idealismo:

Se trata de una disputa por motivos metafísicos, cuya controversia reside en la doctrina lógica. ¿Qué se está queriendo decir cuando se dice que «x es real» (≡ «x existe»)? El idealista concibe la existencia como lo percibido, es decir, con lo mental (el realista lo niega, “el concepto de realidad es inanalizable”). A raíz de dicho planteamiento, Berkeley (filósofo idealista británico, padre del inmaterialismo), no consiguió dar una descripción fenomenalista del sujeto… Parten de dos supuestos rechazados por Ayer: «todo lo percibido es necesariamente mental» (recordemos como los términos de “mental” y “físico” sólo eran aplicables a construcciones lógicas y no a datos sensoriales) y «una cosa es la suma de sus cualidades sensibles» (una cosa debe ser definida como la construcción lógica que surge de los contenidos sensoriales).

Este razonamiento idealista de deducir la existencia de una entidad mental, es de procedencia cartesiana. Del «pienso, luego existo» no deriva que la inteligencia sea una sustancia (sería una afirmación metafísica, carente de sentido). Tanto la oración «los unicornios son pensados» como «los leones son matados» implican la existencia de realidad de unicornios y leones, pero el tipo de atributos no son de la misma clase (el segundo es verificable empíricamente y el primero no).

En efecto, algo puede existir sin ser percibido (Berkeley también reparó en esta cuestión, la solventó utilizando la idea de Dios). ¿Cómo debe entenderse? Mediante un razonamiento inductivo: «cuando decimos de una cosa que existe aunque nadie esté percibiéndola es que, si se cumpliesen determinadas condiciones, relativas, principalmente, a las facultades y a la posición de un observador, se producirían determinados contenidos sensoriales, pero que, en realidad, las condiciones no se cumplen.»[20]

Ø  Conflicto monismo-pluralismo:

“La realidad es una” de los monistas carece de sentido, debido a que al poder ser verificable empíricamente nunca alcanzará una certeza absoluta (la afirmación es metafísica).

Los monistas afirman que todas las propiedades de una cosa son constitutivas de su naturaleza, una afirmación que conduce a desconsiderar cualquier hecho sintético acerca de algo. Si p es una propiedad definidora o interna (como todas) de A, la proposición «A no tiene p» es contradictoria (proposición analítica). Así lo creen ellos, pero si p es una propiedad no definidora de A, la proposición «A no tiene p» no es contradictoria (proposición sintética). Esto no es más que una errónea aplicación de proposiciones sintéticas como analíticas. En la experiencia factual, «Shakespeare escribió Hamlet» deberá ser considerada proposición sintética y «El autor de Hamlet escribió Hamlet» como una proposición analítica (varía el “valor cognoscitivo”, como diría Frege).

Por último, los monistas consideran que cada hecho está causalmente relacionado con cada uno de los otros. Ayer (junto a Hume y otros) considera que las proposiciones que afirman la existencia de las relaciones causales son sintéticas, que no hay base apriorística que permita validarlas pero sí empírica (al hacer una predicción sólo se considera un conjunto de datos).

 

 

Ayer cierra el tratado haciendo apología de la necesidad de la unidad de la ciencia (aspecto especulativo) y la filosofía (aspecto lógico). Su necesidad es bidireccional. Una filosofía que dé validez a las proposiciones científicas (dependientes de lo empírico, de las hipótesis referidas a los contenidos sensoriales), elucidando y definiendo sus teorías y símbolos.



[1] Director de la revista Trépanos

[2]Ferrater Mora, J. (1982) La filosofía actual. Alianza. Madrid. Pág. 86.: «Actividad clarificadora ejercida sobre el lenguaje.»

[3]Íbid. Pág. 87.

[4]Quinton, A. (1958) «Linguistic Analysis» en Philosophy in the Mid-Century de Klibansky. La Nuova Italia. Firenze. II, 151.

[5]Filósofo británico (1910-1989).

[6]Manifesto Círculo de Viena. Centro de Estudios de Filosofía Analítica. Ver en:  http://www.vienayyo.com/wp-content/uploads/2011/10/manifiesto.pdf (última consulta: 12/07/2022)

[7]Ayer, A. J. (1986) Lenguaje, verdad y lógica (Marcial Suárez, trad.). Planeta-De Agostini. Barcelona. Pág. 36.

[8]Íbid. Pág. 40.

[9]Íbid. Pág. 53.

[10]Íbid. Pág. 53.

[11]Íbid. Pág. 53.

[12]Íbid. Pág. 55.

[13]Ejemplo aclarativo: decir que <C causa E> equivale a <siempre que C, luego E>; donde <siempre que C> implica un número infinito de ejemplos reales de C.

[14]Véase a modo de ilustración, la teoría de las descripciones definidas de Bertrand Russell.

[15]Ayer, A. J. (1986) Lenguaje, verdad y lógica (Marcial Suárez, trad.). Planeta-De Agostini. Barcelona. Pág. 68.

[16]Íbid. Pág. 75.

[17]Kant, I. Crítica de la Razón Pura. Colihue. Argentina. Pág. 59.

[18]Ayer, A. J. (1986) Lenguaje, verdad y lógica (Marcial Suárez, trad.). Planeta-De Agostini. Barcelona. Pág. 110.

[19]Íbid. Pág. 143.

[20]Íbid. Pág. 166.