RESUMEN
En el presente artículo, analiza el
análisis filosófico del lenguaje y del método científico anterior a nuestra
contemporaneidad, pero que sirvió como marco teórico de la misma.
ABSTRACT
In this article, he analyzes the
philosophical analysis of language and the scientific method prior to our
contemporaneity, but which served as its theoretical framework.
“Lenguaje,
verdad y lógica” de A. J. Ayer
Juan
Alberto Vich Álvarez
De entre las posibles clasificaciones que pueden
hacerse de la filosofía analítica[2]
(dependiendo del objeto de análisis: símbolos, significaciones, conceptos,…),
la propuesta entre «formalistas» y «lingüistas» parece ser la más general de
todas[3]. Quinton
los distingue (respectivamente) según los filósofos a quienes hacen denuncia[4]: aquellos
que «han aceptado sin crítica las insinuaciones lógicas y metafísicas del
lenguaje, y han inferido ciertas conclusiones sobre el pensar y sobre el mundo
a base de las proposiciones gramaticales de las frases usadas con el fin de
describirlos» y quienes «por haber considerado el lenguaje como sirvienta del
pensamiento, lo han tratado con desdeñosa falta de respeto, negándose a
obedecer sus reglas y haciéndolo trabajar en faenas impropias». En esta
ocasión, el estudio girará en torno a un análisis formalista; practicado por
representantes como Carnap y Quine, los primeros Russell y Wittgenstein,
…
Estas páginas tienen como propósito analizar las
cuestiones más relevantes de Lenguaje, verdad y lógica de A. J. Ayer[5],
publicada en 1936 y considerada como el catecismo del positivismo lógico
(empirismo lógico o neopositivismo) desarrollado por el Círculo de Viena (Wiener
Kreis) y adeptos.
El organismo (1921-1936) fue compuesto, en un primer
momento, por científicos de diversas ciencias (que conciliarían resultados
individuales durante los años próximos[6],
alcanzando uno de sus principales objetivos). Ondeando la bandera
antimetafísica, recordarían a los representantes de la naturaleza
terrenal, tanto a sofistas como a epicureístas, que no platónicos y pitagóricos
(como señalan Schlick y P. Frank en sus “Escritos de la concepción
científica del mundo”). Aquéllos que denunciarían todo enunciado carente de
significado. Poetas inconscientes que denominaría Ayer en su tratado,
que creyendo expresar oraciones lógicas, aluden a psicologías y sociologías.
Sin olvidar el apriorismo que, como veremos, también criticarían debido a su
falta de vinculación con el mundo factual al que pertenecemos.
Lenguaje, verdad y lógica (1936)
La eliminación de la metafísica
La afirmación más esclarecedora a este respecto queda
resumida en la siguiente oración: «Ninguna declaración referida a una realidad
que trascienda los límites de toda posible experiencia sensorial puede tener
ninguna significación literal.»[7]
De este modo, Ayer rechaza todo discurso que haga referencia a algo
supra-empírico (que no se encuentre en el mundo fenoménico), debido a la
incapacidad de que dichas proposiciones sean verificadas.
El principio de verificabilidad pretende, por tanto,
probar la autenticidad de declaraciones de hecho. Se hará atendiendo a la
observación, y podrá ser fuerte (verdad que puede ser establecida mediante la
experiencia y de manera concluyente) o débil (si los casos son infinitos, la
experiencia sólo permite hablar en términos de probabilidad). De aquí se deriva
que «ninguna proposición, excepto una tautología, puede ser algo más que una
hipótesis probable»[8].
Sin embargo, y siendo conscientes de que la implicación de la tautología con el
mundo fenoménico es nula (no aporta información acerca del mundo factual),
éstas no podrán ser consideradas declaraciones de hecho. La tautología tendrá
verificación concluyente, pero carecerá de significación literal (capacidad de
determinar empíricamente la verdad o la falsedad de la proposición); y, de
manera contraria, ninguna proposición literalmente significante podrá ser
verificada concluyentemente. En relación a la significación literal, la
verificación podrá ser de dos tipos: práctica (mediante la experiencia) o en
principio (si por el momento no es posible hacer la comprobación empíricamente,
pero es probable que llegue a hacerse en un futuro).
En resumen, las proposiciones podrán ser tautológicas
(proposiciones significantes y apriorísticas verificadas concluyentemente),
hipotéticas (literalmente significantes) o metafísicas (carentes de sentido,
debido a su vacío factual). Asemejan al metafísico con la figura de un «poeta
inconsciente», que bien queriendo expresar proposiciones de verdad, las carga
con un gran peso moral y estético.
La función de la filosofía
Suponer la posibilidad de un método deductivo, obliga a
dotar a los primeros principios de cierta naturaleza: metafísica o apriorística
(se descarta la de tipo hipotético debido a que pueden ser refutados por la
experiencia, y el primer principio no debe tener significación literal). Los
restantes se descartan, debido a que a partir de una tautología sólo podrían
deducirse nuevas tautologías que contendrían lo que las ulteriores y la
propuesta metafísica, como se ha señalado antes, carece de sentido. Así,
negando dicho método de razonamiento, se rechaza una filosofía especulativa.
Deberá considerarse la ciencia empírica y el método inductivo.
La función de la filosofía no es, como muchos creen,
«probar la validez de nuestras hipótesis científicas y de nuestros supuestos
cotidianos»[9]
(no es un tranquilizante de escépticos), sino proporcionar los criterios para
la verificación de proposiciones dadas. «No puede decirse que sea la filosofía
la que justifica sus creencias. La filosofía, simplemente, le demuestra que la
experiencia puede justificarlas.»[10]
Ayer presenta el problema de la inducción (dificultad
de «encontrar un modo de probar que determinadas generalizaciones empíricas que
se derivan de la pasada experiencia serán también válidas en el futuro»[11]) como un
problema artificioso (no resoluble) y no auténtico (susceptible de ser
resuelto), debido a que ni su intento de demostración formal (se conoce la
desvinculación de la tautología con la realidad) ni empírica (consistiría en un
juego de matrioskas) satisface la solución. No quiere decir, empero, que el
modo de proceder científico (por ejemplo) sea irracional; como afirma el autor,
la racionalidad se basa en experiencias pasadas. Se sigue que, aquello que
justifica el procedimiento científico es que sus predicciones sean
determinables en la experiencia real, tal y como se ha referenciado en el
párrafo precedente. «Por sí mismo, el análisis de un principio sintético no nos
dice nada, en absoluto, de su verdad.»[12]
La similitud entre filosofía y ciencia es más que evidente, pero la competencia
entre ambas es inexistente: el análisis filosófico es independiente del
supuesto empírico. «El filósofo analista, no está directamente interesado en las
propiedades físicas de las cosas, sólo en la forma en la que hablamos de
ellas.»
Ayer concibe la filosofía como una actividad analítica
que deberá limitarse a las consecuencias formales de esclarecer y analizar las
definiciones. Menciona el empirismo de Locke (definir el conocimiento,
clasificar proposiciones y manifestar la naturaleza de las cosas materiales),
Berkeley (relaciones entre los contenidos sensoriales pertenecientes a una sola
cosa material) y Hume (causalidad no entendible a priori[13]) como origen
de la filosofía analítica.
La naturaleza del análisis filosófico
Cuando se dice que la filosofía deberá limitarse a
las consecuencias formales de las definiciones, se hace con el ánimo de
expresar una definición entendida «en uso» (la obtención de frases equivalentes
sin emplear ni el definiendum ni ninguno de sus sinónimos[14]; por
ejemplo: <p es una ley física> ≡ <p es una hipótesis general en la que
se puede confiar siempre>) y no «explícita» (propia de los diccionarios),
debido a que, en muchas ocasiones, los sinónimos de nada sirven.
«En general, podemos decir que el propósito de una
definición filosófica es el de disipar aquellas confusiones que surgen de
nuestra imperfecta comprensión de determinados tipos de frases en nuestro
lenguaje»[15].
Sin duda, gran parte de la dificultad reside en la correcta expresión de
contenidos sensoriales obtenidos a partir de cosas materiales, es el conocido
problema de la reducción (parte principal del tradicional problema de la
percepción).
El problema de la percepción hace alusión a una
discusión lingüística y no factual. Esta cuestión no es fácil de dilucidar.
Para esclarecer la posible duda se hará atendiendo a un ejemplo que utiliza el
autor: «Así, cuando yo miro una moneda y afirmo que es de forma realmente redonda,
no estoy afirmando que la forma del contenido sensorial, que es el elemento de
la moneda que verdaderamente estoy observando, sea redonda, y menos aún que la
forma de todos los elementos visuales o táctiles de la moneda sean redondos; lo
que estoy afirmando es que la redondez de la forma caracteriza a aquellos
elementos de la moneda que son experimentados desde el punto de vista desde el
cual se realizan más convenientemente las proposiciones de la forma»[16]. Es
decir, y a modo de solución, las oraciones referidas a contenidos sensoriales
son categóricas e hipotéticas. Esto implica un rechazo de las creencias
metafísicas, debido a su postura fenomenalista.
Los «a priori»
En repetidas ocasiones, se ha aludido a su empirismo.
De esta manera, niega como válida toda aquella proposición que no haga
referencia a la experiencia sensorial. Pese a la necesidad de hablar en
términos de hipótesis, de probabilidad, siendo conscientes del problema
inductivista, de la carencia de una validez lógicamente garantizada. ¡No
implica escepticismo! Se sabe ya.
El racionalismo pretende sacudirse de tal
incertidumbre, pero ni las ciencias se comportan como las lógicas formales y
las matemáticas (por motivos de falibilidad), ni las últimas guardan contenido
factual…
Mill consideraba tanto la lógica formal como las
matemáticas, hipótesis empíricas (verdades no necesarias) que eran
generalizaciones obtenidas por inducción. Kant rebate lo anterior afirmando:
«aunque todo nuestro conocimiento comience con la experiencia, no por eso surge
todo él de la experiencia»[17].
Ayer rechaza el planteamiento de Mill de que las
proposiciones de la lógica y la matemática tengan el mismo status que
las hipótesis empíricas, ¡no deben su validez a la verificación empírica! Si
damos, Mill, con un triángulo cuyos lados no sumen 180 grados será porque nos
hayamos confundido en su medición o porque no se trate de un triángulo
euclidiano… Tanto la lógica como la matemática formulan proposiciones
analíticas, es decir, tautológicas (no amplían el conocimiento, por ejemplo:
<todos los cuerpos son extensos> o <pv¬p>); no proposiciones
sintéticas (amplían el conocimiento, por ejemplo: <hay hormigas que han
establecido un sistema de esclavitud>; donde será necesaria la observación
para verificar la proposición).
Verdad y probabilidad
Negar una proposición analítica implica contradicción
(por ejemplo: ¬(pv¬p)), mientras que negar una proposición empírica no tiene
por qué hacerlo (por ejemplo: <hay hormigas que no han establecido un
sistema de esclavitud>).
La falta de certezas en el mundo factual impide validar
las proposiciones sintéticas. ¡Son hipótesis! «La función de un sistema de
hipótesis, es la de advertirnos de antemano cuál será nuestra experiencia en un
determinado campo, la de permitirnos hacer predicciones correctas.»[18] La
experiencia pasada sirve como guía de la futura; su verdad no estará confirmada
por completo, pero su probabilidad (nuestra confianza) habrá aumentado.
Crítica de la ética y de la teología
De tal modo, se sigue que toda proposición sintética es
una hipótesis empírica. Dicho conocimiento especulativo (de fondo
probabilístico y falto de certezas) puede estar relacionado con la realidad
empírica o con cuestiones de valor. A su vez, estos últimos serán o
significantes (científicas) o no significantes (expresiones del sentimiento, ni
verdaderas ni falsas).
Puede empezar a sospecharse cómo Ayer, al igual que los
absolutistas, considera los conceptos éticos (expresiones de sentimiento y
mandato) inanalizables. Atendamos a la siguiente oración para entenderlo mejor:
«Usted obró mal al robar ese dinero». Se puede apreciar cómo el adverbio de
modo “mal” no añade ningún tipo de información a la significación literal de la
oración, tan sólo expresa el sentimiento de desaprobación moral por parte del
hablante. Así, «Usted obró mal al robar ese dinero» sería equivalente a
declarar que «Usted robó ese dinero».
No existen las discusiones acerca de cuestiones de
valor. No es de extrañar que la oración anterior haya podido generar sorpresa
en el lector, se explica en lo que sigue. Imaginemos que estamos discutiendo
con un sujeto X acerca de la valoración de determinada conducta ética. La forma
que tenemos de salir victoriosos en el debate es aludiendo a las cuestiones de
hecho (si X pertenece a una educación moral y medio social similar será más
fácil que coincida la interpretación del hecho empírico); de lo contrario, al
contar con diferente sentido moral, el desacuerdo permanecerá y se criticarán
de inferiores los valores del contrario… En realidad, se carecen de argumentos.
¡Se tratan de cuestiones de valor!
De igual modo ocurre con la estética. Lo bello, lo
feo,… no participan en las declaraciones de hecho, son expresiones de
sentimientos (no se les pueden atribuir validez). Tanto el gusto como la moralidad
varían, pertenecen al campo de la psicología y la sociología.
Al hablar de teología se puede hacer de igual modo. La
existencia de Dios, por ejemplo, no puede ser verificada concluyentemente,
debido a que sólo podría lograrse a través las tautologías o proposiciones a
priori, y eso no es posible (ya que de una tautología sólo podrán obtenerse
nuevas tautologías contenidas en las ulteriores). Ni siquiera podría
demostrarse la probabilidad de su existencia, para ello debería hacerse de
manera empírica… Por tanto, las proposiciones referidas a la existencia de Dios
pueden catalogarse como expresiones metafísicas, que no pueden ser ni
verdaderas ni falsas. ¡Carecen de sentido! No acepta ni la figura del agnóstico
(“no hay razón ni para creer o no creer”) ni la del ateo (“lo más probable es
que no exista”).
El sujeto y el mundo común
No hay objetos cuya existencia sea indudable. Decir «x
existe» es afirmar una proposición sintética, una descripción del contenido de
nuestras sensaciones que no puede ser probado por la lógica formal. Ayer se
cuestiona si dicho contenido sensorial es mental o físico y si pueden
producirse sin ser experimentados. La respuesta, al no poder ser obtenida de
manera empírica, necesitará de una solución a priori.
En primer lugar, es necesario señalar que el contenido
sensorial no es un objeto, sino una parte de la experiencia sensorial a la que
no se puede asociar la noción de construcción lógica, no permite su sustitución
por una definición en uso. Por ende, la distinción entre lo mental y lo físico
no será aplicable a los contenidos sensoriales (sólo a las construcciones
lógicas, a los objetos). En relación a esto, define Ayer al sujeto como «una
construcción lógica resultante de experiencias sensoriales»[19].
Entonces, ¿conduce dicho fenomenalismo a un solipsismo? ¡No puedo afirmar que
la experiencia sensorial del otro exista! ¡Son objetos metafísicos para mí!
Pero la similitud que tiene uno con el resto nos incita a creer que es
probable... ¡Cuidado! Se está dotando de probabilidad a una hipótesis
inverificable; se deberá corregir y hablar en términos de «estructura
sensorial» (aquella que será accesible para la observación de los otros) y no
de «contenido sensorial» (que, como hemos visto, es privado). Aunque,
definitivamente, deberá desecharse la disociación anterior, ya que, en
realidad, somos capaces de formular declaraciones significantes acerca de los
contenidos sensoriales de los demás (un hecho que sería imposible si,
realmente, los contenidos sensoriales del resto me fuesen inaccesibles).
Soluciones de las más importantes disputas filosóficas
Uno de los principales intereses de Ayer con su
escrito, es probar la inexistencia de disputas en el ámbito filosófico,
alegando que éstas serán por motivos empíricos o metafísicos, no de carácter
lógico (propio de la filosofía, que siempre cuenta con una solución verificada
concluyentemente). Pone como ejemplo el conflicto racionalista-empirista,
realista-idealista y monista-pluralista.
Ø Conflicto
racionalismo-empirismo:
El empirista (Ayer también) rechaza la existencia de un
mundo suprasensible (metafísico, empíricamente no verificable) de lógica y
validez universal. ¿Rechazar? ¡Pero si es un sinsentido! Ayer considera
que la afirmación de los empiristas de que las proposiciones significantes son
hipótesis empíricas (faltas de certeza absoluta) es errónea. El autor en ningún
momento pretende negar la existencia de verdades necesarias, aunque descarta su
uso al referirse al mundo factual (no hay vinculación). En este punto cabe
resaltar la distinción entre la postura de Ayer (la proposición sintética no
puede ser verificada concluyentemente, sino altamente probable) y la de los
positivistas (la proposición sintética es concluyentemente verificable).
Por último, valora de manera muy positiva la actividad
creadora que desarrolla el racionalista en el conocimiento (crítica a Hume y a
su pasividad: «la naturaleza instruye al hombre», dice).
Ø Conflicto
realismo-idealismo:
Se trata de una disputa por motivos metafísicos, cuya
controversia reside en la doctrina lógica. ¿Qué se está queriendo decir cuando
se dice que «x es real» (≡ «x existe»)? El idealista concibe la existencia como
lo percibido, es decir, con lo mental (el realista lo niega, “el concepto de
realidad es inanalizable”). A raíz de dicho planteamiento, Berkeley (filósofo
idealista británico, padre del inmaterialismo), no consiguió dar una
descripción fenomenalista del sujeto… Parten de dos supuestos rechazados por
Ayer: «todo lo percibido es necesariamente mental» (recordemos como los términos
de “mental” y “físico” sólo eran aplicables a construcciones lógicas y no a
datos sensoriales) y «una cosa es la suma de sus cualidades sensibles» (una
cosa debe ser definida como la construcción lógica que surge de los contenidos
sensoriales).
Este razonamiento idealista de deducir la existencia de
una entidad mental, es de procedencia cartesiana. Del «pienso, luego existo» no
deriva que la inteligencia sea una sustancia (sería una afirmación metafísica,
carente de sentido). Tanto la oración «los unicornios son pensados» como «los
leones son matados» implican la existencia de realidad de unicornios y leones,
pero el tipo de atributos no son de la misma clase (el segundo es verificable
empíricamente y el primero no).
En efecto, algo puede existir sin ser percibido
(Berkeley también reparó en esta cuestión, la solventó utilizando la idea de
Dios). ¿Cómo debe entenderse? Mediante un razonamiento inductivo: «cuando
decimos de una cosa que existe aunque nadie esté percibiéndola es que, si se
cumpliesen determinadas condiciones, relativas, principalmente, a las
facultades y a la posición de un observador, se producirían determinados
contenidos sensoriales, pero que, en realidad, las condiciones no se cumplen.»[20]
Ø Conflicto
monismo-pluralismo:
“La realidad es una” de los monistas carece de sentido,
debido a que al poder ser verificable empíricamente nunca alcanzará una certeza
absoluta (la afirmación es metafísica).
Los monistas afirman que todas las propiedades de una
cosa son constitutivas de su naturaleza, una afirmación que conduce a
desconsiderar cualquier hecho sintético acerca de algo. Si p es una propiedad
definidora o interna (como todas) de A, la proposición «A no tiene p» es
contradictoria (proposición analítica). Así lo creen ellos, pero si p es una
propiedad no definidora de A, la proposición «A no tiene p» no es
contradictoria (proposición sintética). Esto no es más que una errónea
aplicación de proposiciones sintéticas como analíticas. En la experiencia
factual, «Shakespeare escribió Hamlet» deberá ser considerada proposición
sintética y «El autor de Hamlet escribió Hamlet» como una proposición analítica
(varía el “valor cognoscitivo”, como diría Frege).
Por último, los monistas consideran que cada hecho está
causalmente relacionado con cada uno de los otros. Ayer (junto a Hume y otros)
considera que las proposiciones que afirman la existencia de las relaciones
causales son sintéticas, que no hay base apriorística que permita validarlas
pero sí empírica (al hacer una predicción sólo se considera un conjunto de
datos).
Ayer cierra el tratado haciendo apología de la
necesidad de la unidad de la ciencia (aspecto especulativo) y la filosofía
(aspecto lógico). Su necesidad es bidireccional. Una filosofía que dé validez a
las proposiciones científicas (dependientes de lo empírico, de las hipótesis
referidas a los contenidos sensoriales), elucidando y definiendo sus teorías y
símbolos.