1. Introducción, objetivos y propósitos
Desde el advenimiento de
la democracia en nuestro país (1983), uno de los temas más abordados por las
Ciencias Sociales ha estado dirigido a cómo lograr darle continuidad a esta
“novedosa” forma política, en este sentido, una parte de esos estudios
estuvieron dirigidos a comprender el papel que los actores políticos cumplían
dentro de estos procesos transicionales, entendiendo que el comportamiento de
estos agentes, sus compromisos y sus capacidades de negociación, constituían nuevos
ejes analíticos que dejarían atrás las perspectivas más estructuralistas,
típicas de los estudios previos a los años ´80.
Sin embargo, y aún bajo el
dominio de estas perspectivas politológicas, aparecen otros estudios que
recuperaron la dimensión institucional, la cual había sido abandonada por su
formalismo jurídico; básicamente, en la exploración sobre cómo darle
continuidad y estabilidad al régimen político democrático, algunos autores
comenzaron a prestar atención a la inestabilidad de las formas presidencialistas
–típicas de nuestra región- en comparación con la persistencia de los formatos
parlamentaristas (Linz, 1988; Suárez, 1982; Nino, 1988) Será en ese marco,
donde aparecerán estudios que resaltan las bondades de estos últimos
postulando ,incluso, la necesidad de modificar la constitución con el fin de atenuar
los rasgos presidencialistas existentes en el país.
El presente trabajo se
inscribe en el tema general de la estabilidad política del régimen democrático
y su relación con el régimen presidencialista, y para ello, propongo realizar
dos tareas articuladas entre sí, aunque analíticamente diferentes.
Por un lado, y tomando la
idea de recursos de poder (Fraschini- Tereschuk, 2015) realizaré una comparación entre los gobiernos de
Carlos Menem y Néstor Kirchner, entendiendo que ambos logran terminar sus
mandatos sin grandes crisis en cuanto a la estabilidad, no solo del régimen
político, sino de sus liderazgos como jefes del ejecutivo, punto este que está
siendo señalado como un nuevo eje para analizar los temas políticos
regionales (Ollier, 2008).
Por otro lado, y luego de
la comparación propuesta entre ambas presidencias, ensayaré un breve ejercicio sobre
el tipo de democratización lograda a través de esta permanencia de los
presidentes en sus cargos. Podríamos decir, que este segundo ejercicio es menos
descriptivo que el anterior pero más valorativo, o al menos contiene una carga
axiológica más presente.
Para esto me apoyaré en una distinción derivada de los estudios
sobre la consolidación democrática, allí, Morlino (1991) distingue entre dos
conceptos relacionados, pero, a su vez, diferentes: persistencia y estabilidad,
asociando el primero con la mera capacidad de duración del sistema político,
mientras que la estabilidad supone “la razonablemente previsible
capacidad de duración del sistema” (p.115), con ello el italiano, diferencia
entre mantenerse por un lado, y mejorar el sistema por el otro, y ese
movimiento cualitativo supone un proceso de institucionalización más
formalizado que el sostenido solamente apoyado en la figura del líder presidencial.
2. Los liderazgos
políticos y los recursos de poder como parte de los procesos de estabilidad
política.
En la introducción del trabajo
mencionado de Fraschini-Tereschuk, aparecen resumidas las grandes líneas por
las que atravesaron los estudios sobre el presidencialismo, la estabilidad
democrática y el papel cumplido por los liderazgos políticos, recuperando en
esta última dimensión, los aportes y preocupaciones llevadas adelante en
nuestro país por Matilde Ollier.
La novedad observada –y no tan
analizada hasta el momento- refiere a la importancia que cumplen los liderazgos
políticos en los procesos de estabilidad democrática, más concretamente, la
democracia, qua régimen, ha exhibido niveles de estabilidad y
permanencia como nunca antes en la historia regional, sin embargo, esta
persistencia contrasta con el desafío y la inestabilidad a la que se enfrentan
los liderazgos presidenciales. Como dicen los autores mencionados “La
inestabilidad, entonces, se centraba en el titular del Poder Ejecutivo en sí y
no en el régimen presidencialista”.
Esta observación empírica, obligó a
girar la mirada hacia los estudios que focalizaron su atención en el papel
cumplido por los líderes y los liderazgos políticos, tratando de analizar
cuáles son las capacidades “objetivas y subjetivas” (Ollier, 2008) con las que
estos cuentan al momento del propio ejercicio del poder, así como también,
dedicaron su atención a las relaciones que estos desarrollaron con otros
actores políticos y sociales, y con las propias instituciones en donde se despliegan
sus acciones.
Claramente, quienes comparten esta
perspectiva, no se atribuyen una novedad absoluta sobre el enfoque, pero sí
sobre la relevancia adquirida en la etapa actual de Sudamérica. Efectivamente,
la teoría política y social, clásica y moderna, ha prestado atención a estos
temas, constituyendo Maquiavelo una de las figuras más importantes al momento
de contar con elemento en donde mirar previamente. En “Los Discursos” (2000), el
florentino describe la vida de las Repúblicas desde sus inicios, y hasta las
inevitables caídas en la cual estas terminan su ciclo vital –la ineludible
corrupción en la que ingresan-, y en esas situaciones, es donde Maquiavelo
inserta una de las notas más interesantes para ser analizadas a la luz de las
teorizaciones sobre el liderazgo político, ya que en estos casos llegado este
punto de caída, el italiano propone la necesidad de contar con liderazgos
–personalistas- capaces de “adoptar medidas extraordinarias” para salvar a esa
sociedad. Maquiavelo sostiene que cuando la materia –la república en general,
la sociedad en particular- está dañada, las leyes ya no podrán solucionar ese
punto,
“…a no ser que
las promueva alguno que cuente con la fuerza suficiente para hacerlas
observar hasta que se regenere la materia (…) porque vemos que una ciudad en
decadencia por corrupción de su materia, si vuelve a levantarse es por la
virtud de un hombre vivo, y no por la virtud del universal (…) Pues la
corrupción y la falta de aptitud para la vida libre nacen de la desigualdad que
existe en un ciudad, para establecer la igualdad es preciso recurrir a
muchas medidas excepcionales, que pocos saben o quieren usar…” (las
bastardillas son propias. pp.87-88).
Más allá de este aporte de Maquiavelo
sobre el tema, lo importante está en la relevancia adquirida en la actualidad,
teniendo en cuenta, según Ollier (op.cit), que lo novedoso se halla “signado
por las salidas anticipadas del primer mandatario (con o sin juicio político)
denominada aquí «inestabilidad presidencial», lo cual implica que el problema
no está tanto en la inestabilidad del presidencialismo, como forma política,
sino en los liderazgos presidenciales, en sus caídas, y en sus crisis de
permanencia en el poder.
Sin embargo, estas inestabilidades
también contrastan con algunas permanencias, lo que ha llevado a ciertos grupos
intelectuales, a observar y a analizar las razones por las cuales han logrado
mantenerse en el poder, a pesar de enfrentar grandes desafíos políticos y
económicos adversos.
En el caso concreto de Fraschini y
Tereschuk, la revisión pasa por discriminar un conjunto de “recursos de poder”,
entendidos como aquellas herramientas, o instrumentos de los que dispone un
líder para llevar adelante sus acciones, y para prevenir una mengua en sus
capacidades para actuar; asimismo, reconocen que estos recursos se
desenvuelven en un contexto socioeconómico, que de alguna forma impactan en la
acción de dichos liderazgos, ya que estos actúan sobre las decisiones y acciones,
aunque ese contexto se considera desde este prisma teórico un factor externo a
la dinámica política (p:33).
Entre los recursos señalados por los
autores se subrayan:
a- Los institucionales, destacándose
la relación e influencia ejercida sobre el parlamento, el poder judicial, los
partidos políticos, las Fuerzas Armadas, las provincias y su sistema federal.
b- Los sociales, ejercidos sobre
sindicatos, empresas, organizaciones sociales.
c- Los Recursos financieros,
referidos al control que el presidente ostenta sobre beneficios económicos
provenientes de distintas organizaciones, empresas del Estado, o ayuda de
organismos externos.
d-
Los de estrategia política vinculados con el estilo de ejercer el poder. Este
punto se relaciona con aquella idea de virtú principesca en términos desarrollados
por Maquiavelo. Se trata de la noción de habilidad y destreza del líder para
crear nuevos escenarios institucionales; vinculadas a su capacidad para
inventar nuevas herramientas en la resolución de problemas de gobierno; a su
destreza para fortalecer su propio liderazgo, y su posición institucional; a la
invención de nuevas formas comunicativas que lo acerquen a su población, y
eviten las críticas a sus acciones gubernamentales.
3. Menem,
crisis y contexto ideológico
Teniendo en cuenta estos “recursos”,
el propósito será el de ver como estos fueron desplegados durante el gobierno
de Carlos Menem luego de la crisis hiperinflacionaria del año 1989, los que
permitieron darle una continuidad y permanencia a su gobierno, luego de la
experiencia –parcialmente inconclusa- del presidente Alfonsín.
Aun con lo mencionado respecto al
contexto, este no debe ser desconocido ya que el liderazgo despliega su
accionar en el marco del mismo, así, y tomando el panorama del menemismo,
podríamos diferenciar entre el contexto político e ideológico mundial, de lo
ocurrido en el plano local.
Respecto al primero, después de la
caída del muro de Berlín se produce una reconfiguración de la hegemonía mundial
con el dominio de los Estados Unidos, quien impulsó el despliegue del llamado
neo-liberalismo y el recetario del llamado Consenso de Washington, los que
encontraron en nuestro país un lugar donde la apertura y las fuerzas del
mercado se constituirán, durante toda esa etapa, en las matrices donde anidarán
políticas económicas y sociales claramente ortodoxas.
Desde una perspectiva más interna, la
llamada matriz estado-céntrica (Cavarozzi, 1996) llegará a su fin,
reconfigurándose un nuevo esquema acumulativo caracterizado por la desregulación,
la apertura comercial, el dominio financiero, un retiro del estado en
actividades sociales, constituyendo un símbolo de la época, el proceso de
privatizaciones de empresas de servicios las que hasta el momento pertenecían a
la esfera estatal.
Todo esto marcado por un clima
ideológico que combina los elementos claves del neo-liberalismo en lo
económico, y el neo-conservadorismo, en lo político. Prueba de ello, es la
coincidencia, que ambos grupos ideológicos tienen sobre la necesidad de
desmovilización y despolitización ciudadana, para no “recargar” al sistema con
demandas que podrían desestabilizarlo.
Esta profunda transformación era
difícil de ser pensada dentro del país en donde el modelo económico y político
del llamado industrialismo sustitutivo estuvo más arraigado, y más aún, cuando
dicha tarea desarticuladora, fue obra del mismo partido –el peronismo- quien
otrora era el que le había dado forma a aquella configuración estado-céntrica.
Es
aquí, donde debemos recuperar las preguntas sobre la importancia que los
recursos utilizados por el presidente Menem, quien pudo concretar cambios
estructurales, mantenimiento, e incrementando su poder durante los dos mandatos
por los que transitaron sus experiencias presidenciales.
4. El
liderazgo menemista. Los Recursos de poder en acción
Sistematizando los recursos de poder
mencionados anteriormente, el propósito será el de ver algunos de ellos en la
propia praxis gubernamental del justicialismo, en su variante menemista.
Ciertamente, la enorme crisis económica
favoreció el establecimiento de estrategias decisionistas, vista ahora como el
mejor vehículo para resolver el problema. Al decir de Torre (1998), el contexto
económico crítico facilitó el avance trasformador y delegativo, pero el proceso
de reformas “es una operación sustancialmente política, cuyo desenlace depende
de las salidas que los líderes de gobierno dan a los dilemas que imponen el
contexto económico y los condicionamientos políticos e institucionales”.
Resaltaré dos de los recursos
utilizados, y sintetizaré el resto de los mismos.
a-Recursos Institucionales: el
gobierno de Menem venía de ganar las elecciones con un buen margen si, a su
vez, le adicionamos que en las elecciones del año 1987 el justicialismo se
había impuesto cambiando la composición en las cámaras, como así también, lo
mismo ocurrió en el marco federal de las gobernaciones provinciales, lo que
tenemos es una composición legislativa y de los ejecutivos provinciales, que le
permitieron al gobierno de Menem, contar con un número importante de votos y de
apoyos políticos para llevar adelante sus decisiones reformistas.
En este sentido, tanto la aprobación
de la Ley de Emergencia económica, como la Ley de Reforma del estado -1989-, le
posibilitaron el avance posterior sobre el proceso de privatización de empresas, como asi
también, le otorgaron al gobierno, una gran cantidad de herramientas -delegación
de poderes incluida- que le posibilitaron la continuidad en la implementación
de medidas reformistas.
Respecto al otro poder equilibrador, tal como el judicial, la ampliación
del número de jueces de la Corte Suprema pasó a nueve miembros, los cuales respondían
sistemáticamente a los deseos presidenciales, lo que le permitió contar con un
mecanismo adicional, que reforzó la tendencia decisionista de aquel gobierno.
En relación a las fuerzas
armadas, estas se habían mantenido como un importante factor de poder durante
el gobierno de Alfonsín, incluyendo levantamientos militares que jaquearon a la
propia democracia. En este caso, el gobierno de Menem resolvió, indultar por
decreto, a los principales miembros militares de la Junta y a los líderes de
las organizaciones guerrilleras civiles, liberándolos así de sus
responsabilidades por los crímenes cometidos,
b- Recursos Sociales: en
este caso es interesante la relación con los sindicatos, ya que, oportunamente,
constituyeron actores políticos centrales en esquema estado-céntrico. Al mismo
tiempo, “mantener a raya” a este sector político, servía para mostrarle al capital,
la inquebrantable voluntad del camino adoptado. Para ello, desplegó una
estrategia de presión a través de una fuerte prédica mediática antiestatista, amenazando
con avanzar con las reformas, ya que de no hacerlo se podía caer nuevamente en
la hiperinflación. A esa presión sobre reformas o caos, se le sumaba un clima general
de crisis económica y social, con una desocupación que actuaba como
disciplinadora de los comportamientos sociales; todo lo cual dejaba poco margen
para la oposición al modelo “salvador” propuesto.
Adicionalmente, se deben
agregar las estrategias de cooptación, por medio de la participación de los
sindicatos en la administración de las llamadas Administradoras de Fondos de Jubilaciones y
Pensiones (AFJP).
De
cualquier forma, una parte del sindicalismo, particularmente la vinculada con
la reforma estatal, se constituyó en uno de los ámbitos de resistencia al
modelo implementado.
Respecto
al sector empresarial, existió un clima favorable a sus intereses generales,
prueba de ello, fueron los cambios en el proyecto de flexibilización laboral y en
los formatos indemnizatorios del mundo laboral -1996-, aunque los ganadores de
estas medidas serán los grandes grupos empresariales, tanto las facciones
vinculadas al capital externo, como los grupos locales, quienes se vieron
beneficiados con el proceso de privatización, lo cual, inmediatamente, los
ubicó como un importante sector de apoyo político.
En
relación al resto de los recursos de poder utilizados por Menem, deberíamos
rescatar un estilo particular y ecléctico de conducción, con una gran capacidad
de manejarse en los medios de comunicación, en particular, en aquellos
vinculados a entretenimientos, o diversión, que, aprovechando los grandes
niveles de audiencia, eran funcionales para desplegar sus mensajes, logrando
disminuir el impacto de las medidas adoptadas.
Al
mismo tiempo, su estilo fue capaz de combinar las actitudes más reformistas
desde lo económico, presentadas en nombre de la racionalidad y la eficiencia
económica, con otras, de tinte conservador, recurriendo a Dios o la Providencia,
o a valores de la familia, uniendo, a su vez todo esto, como un nacionalista
capaz de avanzar en la eliminación de los conflictos, tal como fueron sus
acciones sobre la reconciliación nacional (v.gr. indultos), incluyendo
una reconciliación con uno de los enemigos más importantes que tuvo
históricamente el peronismo: Isaac Rojas; o la polémica repatriación de los
restos de Rosas.
Todos estos elementos,
le permitieron a Menem lograr un proceso de centralización y centralidad
política que, como sostiene Novaro (1996), es la consecuencia de un
proceso social de fragmentación y complejidad social tan amplio, que necesita
sintetizadores que posibiliten un sentido de unidad en esa comunidad
desintegrada. Ese proceso lo identifica con el término de escenificación y
representación, proceso en donde los sujetos proyectan una imagen que
es recuperada idealmente por “alguien”, quien ocupa ese lugar, generando un
proceso de estabilidad y permanencia en el poder, dentro del formato presidencialista
de gobierno.
5.
Kirchnerismo,
cambio en el contexto, la recuperación del poder presidencial
Con el gobierno de Néstor
Kirchner -2003-2007- se dará una nueva etapa de estabilidad y permanencia
política, la que también nos permite observar qué factores, y con qué
herramientas de poder se hizo para lograr su persistencia en el cargo
presidencial.
En cuanto al contexto
político general, se inscribe en un proceso regional diferente al anterior, más
bien de crítica a los planteos ortodoxos derivados de las valoraciones
neo-liberales, conocidos como el giro a la izquierda, o, directamente, los
llamados gobiernos populistas, los cuales se extendieron en América Latina
desde finales de los años ´90, sin poder afirmarse aún que estos hayan
finalizado su ciclo.
En el caso argentino,
también se iniciará esta etapa bajo una profunda crisis, aunque a diferencia
del caso menemista, aquí no solo entrará en cuestionamiento el modelo de
acumulación financiero, sino, más importante aún, lo que entra en fuerte crisis
es el orden de lo político, aquella estructura que subyace y sostiene el marco
institucional en donde se asientan las posibilidades de desplegar la política
como acción. Efectivamente, durante el ascenso menemista, la estructura
partidaria –radicalismo-justicialismo- existía como intermediadora de intereses,
y, aún con críticas, el poder judicial mantenía una credibilidad en sus
funciones que permitía, todavía, recuperar las bases de legitimidad del sistema
político. A diferencia de esta situación, el 2001 marca el quiebre de ese
orden, el “que se vayan todos” es el grito de protesta contra el orden
político, que supone una crítica profunda al marco institucional existente.
Como sostiene Quiroga
(2010)
“…la
crisis del 2001 fue la manifestación más visible de la dislocación de la esfera
política de nuestra sociedad, tal como venía funcionando desde 1983 (…) El
estallido de la crisis produjo un severo cuestionamiento a la autoridad
del cuerpo político y una desarticulación de la esfera política, en la medida
que las instituciones que la fundamentan y mantienen resultaron controvertidas:
el Estado, los partidos, la idea de representación” (pp. 17-18)
De allí que recuperar
esta situación constituyó un desafío importante para quienes tuvieron
responsabilidades en el nuevo armado. Entre esas figuras, debería analizarse el
importante papel que Eduardo Duhalde jugó para estabilizar al sistema político,
e incluso parte de su equipo gubernamental –v.gr., el Ministro Lavagna;
Ginés González García- continuaron durante el gobierno de Kirchner, lo cual
permite observar una línea de políticas públicas que lograron permanecer en el tiempo.
De cualquier forma, y
pese a ciertos signos de continuidad que pueden marcarse, con el gobierno de
Kirchner puede señalarse un esquema más definido de avanzar hacia la profundización
de una línea contrastante respecto a la anterior experiencia justicialista pro-mercado
de Menem.
Tratando de ver los
recursos de poder utilizados por este presidente, el trabajo ya mencionado de
Fraschini-Pereschuk, resume claramente las principales herramientas utilizadas
y desplegadas para ello, de tal manera que sería innecesario describir lo ya
escrito por ellos, por lo tanto, solo resaltaré dos aspectos que, entiendo como
muy importantes para comprender y diferenciar la mecánica de la estabilidad
entre una y otra presidencia analizada en este breve trabajo.
Por un lado, lo referido
a algunos de los recursos institucionales, recordando que asume con un 22% de
los votos, por lo tanto, esa endeblez inicial pudo ser superada por medio de
una gran habilidad -virtú- en el ejercicio de su liderazgo. En poco
tiempo, a fuerza de un gran despliegue de voluntad político y mejoramientos
objetivos en los indicadores económicos, logró incrementar su popularidad,
superando, de esa forma, esa baja legitimidad de origen.
Entre las diferentes
medidas que consolidan un papel importante en el afianzamiento del régimen
político, debería ser destacado la renovación en la composición de la Corte
Suprema de Justicia, ya que la manera pública en la cual se cubrieron los
cargos -que incluyó un papel activo de la sociedad civil-, sumado al prestigio
de algunos de sus integrantes, fue generando una corriente de confianza hacia este
poder del estado, alejándolo del manejo o la influencia presidencial, y provocando
un grado de independencia que logró sustentarse en el tiempo. Este tratamiento,
contrastaba fuertemente con aquel otro comportamiento llevado adelante por la
corte adicta y automática del ex presidente Carlos Menem.
El segundo elemento que
avanza en la dirección de fortalecer la estabilidad del presidente, está
referido al tratamiento dado por Kirchner a los movimientos sociales, y a las
protestas callejeras, lo que podría asociarse con los recursos sociales.
La razón de recuperar
esta dimensión de análisis, está vinculada a que constituye uno de los
elementos claves para lograr la estabilidad presidencial, o mejor dicho, para
evitar las “caídas presidenciales”, en este sentido, y siguiendo el trabajo
llevado adelante por Hochstetler K. (2008), esta afirma:
“…la
presencia o ausencia de protestas callejeras es central para los resultados de
los desafíos: mientras que tanto elites políticas como la sociedad civil
organizada han intentado remover presidentes tempranamente, todas las
movilizaciones exitosas en pos de caídas presidenciales han incluido actores de
la sociedad civil demandando en las calles que los presidentes se vayan” (p:
55).
Lo que advierte como
importante, es el reconocimiento –no siempre resaltado- que este factor social
tiene un peso decisivo al momento de comprender los motivos que pueden conducir
a las caídas presidenciales.
Recuperando el momento
kirchnerista, debe recordarse la gran crisis social y de representación
política post-2001, pero también, y paralelamente a esta situación general, se
estaban produciendo una serie de cambios sociales que abarcaban un fuerte proceso
de reestructuración social, claramente visible en los barrios más empobrecidos
del conurbano, a su vez, existía una alta capacidad de movilización social y
política por parte de estos actores, todo lo cual no podía ser desconocido por
las dirigencias nacionales. Aquí, el gobierno actúo desde una perspectiva más
formal, con gran parte de los sindicatos alineados hacia una nueva política económica
que volvió a mirar el mercado interno, pero que también, mostró la capacidad para
articular acciones con movimientos sociales los cuales mantenía, hasta esos
momentos, un grado de autonomía muy grande respecto al poder político.
Concretamente, tres
grandes movimientos sociales, con trayectorias variadas al interior de los
mismos, tales como, de la Federación de Tierra y
Vivienda, con Luis D´Elía ; Humberto Tumini, de Libres del Sur, y, el
Movimiento Evita con Emilio Pérsico se sumarán al kirchnerismo a través del
llamado a la transversalidad.
Esta relación más
estrecha con el gobierno, le permitió al kirchnerismo desarticular uno de los
factores de poder más importante de la Argentina de aquel entonces, y que
incluso, actuaría, en muchos casos, como mecanismo de presión ante determinadas
situaciones donde el gobierno quería avanzar con sus políticas.
Nuevamente en este caso, podemos observar dos formas
diferentes de vincularse con los sectores sociales durante las presidencias de
Menem y Kirchner. Mientras que en el primer caso, la apelación estaba dada por
desmovilizar y atomizar las protestas sociales, como mecanismo de estabilidad
política, en el segundo caso, la presidencia y garantía de persistencia gubernamental,
se garantizaba a través de alimentar y canalizar las demandas provenientes de
los grupos políticos más movilizados socialmente.
6.
Ultimas
ideas y cierre
El breve trabajo se
propuso revisar, comparativamente, dos momentos presidenciales, para eso, tomó
nota de aquello sostenido por Linz (1978/1991) cuando enfatizaba la importancia
política de las características humanas e institucionales en el mantenimiento y
estabilidad de una democracia, desplazando la atención dominante que, hasta
esos momentos, tenían los factores estructurales. Así, y en base a las nuevas evidencias,
la inestabilidad política en la región, ya no asocian tanto con el derrumbe del
régimen político, sino, fundamentalmente con las caídas presidenciales, con la
salida de los dirigentes que están al frente del poder ejecutivo, de tal manera
que, la voluntad política, el liderazgo, y sus virtudes en el manejo de los
recursos de poder, (re)toman su importancia en los estudios sobre la región.
En este sentido, y
coincidiendo, genéricamente con algunos aportes de Ollier (2014), la emergencia
de liderazgos se enlaza con la presencia de situación críticas, o de baja
institucionalidad, donde los jefes de los ejecutivos absorben funciones y
misiones estabilizadoras, muchas de ellas delegadas de otros poderes, y cuya
función será la de reconstituir la sociedad “dañada”.
De forma adicional, y continuando
con Ollier, la pregunta más interesante para pensar, no sea solo cómo lograron
persistir en sus cargos, sino “¿Hasta dónde la performance presidencial impacta
en las normas y reglas constitucionales?”
Podría darse el caso de
presidentes que logran persistir en sus cargos, pero a costa de adelgazar sus
costados liberales o republicanos. En definitiva, esto vuelve a remitirnos a
las preocupaciones de orden normativas, las cuales no deberían ser opacadas en
aras de las estrictamente descriptivas y empíricas.
En el caso de Menem, la
crisis hiperinflacionaria, inscripta en el esquema final del modelo
estado-céntrico, permitió en lo inmediato darle estabilidad política al país,
pero, simultáneamente, consolidó un esquema de gran concentración del poder en
el ejecutivo, materializadas en los aumentos de las funciones delegadas en él, en
donde se incrementaron, como nunca antes en la historia, los llamados decretos
de necesidad y urgencia, en donde, a su vez, la injerencia sobre el poder
judicial ha sido altamente denunciada y probada, y en donde además, se
desarticularon los diferentes mecanismos de contralor constitucional (baja en
la accountability horizontal).
Dicha situación, ha sido
analizada por la literatura especializada en el tema, así los estudios sobe los
neopulismos (Weyland, 2001; Novaro, 1996), el neo-decisionismo (Leiras 2010),
el hiperpresidencialismo (Nino, 1988, 2005), o el clásico de O´Donnell sobre
las democracias delegativas, y la mencionada accountability horizontal (1997),
constituyen intentos por comprender a ese “nuevo animal”, surgido y
desarrollado durante los años ´90, y que va conformando un tipo de democracia
asociada a una baja institucionalidad, o quizás sea más preciso denominarla,
como un tipo de institucionalidad ad hoc.
En el caso del gobierno
de Kirchner, se pueden marcar claras diferencias en cuanto a los contenidos
ideológicos de las políticas implementadas, muchas de las cuales terminarán
favoreciendo el reconocimiento de nuevos derechos y de demandas favorables a
los sectores más vulnerables. Esa consagración a través de reconocimientos
legales, da un marco de protección jurídica que garantiza una estabilidad
institucional que debe ser valorizada.
Pero, coincidiendo con lo
sostenido por Ollier (2014), la estabilidad lograda generó un proceso de
personalización que coincide con que esa centralidad adquirida por el
presidente resulta decisiva para los rumbos de la política:
“centralidad y personalización puede llevar a
homologar gobierno, ejecutivo y estado en la figura del primer mandatario. Este
hecho adquiere formas particulares cuando el país o bien carece de un sistema
partidario consolidado o bien los partidos se hallan fragmentados y giran en
torno a un líder antes que a reglas” (p.5),
La descripción citada,
constituye una situación que se acerca estrechamente a las que ocurrieron
durante esta etapa del país.
Esto genera un escenario con
un “presidente dominante”, definido como aquel que, a través del manejo de
grandes recursos, y enfrentado a una oposición que carece de ellos, es capaz de
“definir leyes e implementar medidas que favorecen el ejercicio concentrado del
poder, incrementando su capacidad de decidir por sí solo”, caracterización
esta, que habitualmente puede ser identificado como “decisionismo”.
Begoña (2015) también siguiendo a Ollier, señala que lo que esta llama “la
baja institucionalización de estas democracias” –excepción hecha de Chile y Uruguay-
se manifiesta en: la existencia de configuraciones partidarias en
lugar de los clásicos sistemas de partidos; en la presencia en las decisiones
políticas del presidente que poseen algunas fuentes extrapartidarias de
poder – como por ejemplo los sindicatos, los medios de comunicación, la
iglesia, las fuerzas armadas, los grupos empresarios, etc.- y en la importancia
que adquiere la dinámica presidente-oposición –reemplazando a la
relación oficialismo-oposición.
En base a lo que venimos
diciendo, probablemente las democracias latinoamericanas que han logrado
estabilizarse, y no sufrir los actuales riesgos de destituciones
presidenciales, han engrosado ese costado de continuidad, o como sostenía
Morlino (op.cit) de persistencia, pero eso puede incluir el riesgo de reducir
peligrosamente sus perfiles institucionales, o al menos, de una más cercana a
una legalidad más formal, y por lo tanto, más asociada a las improntas de los
liderazgos presidencialistas.
Posiblemente, sea necesario provocar una matriz
política en donde se muestren compatibles la necesaria estabilidad
presidencial, con un armado institucional que limite los manejos discrecionales
de los ejecutivos regionales.
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