Revista Nº45 "INSTITUCIONES Y PROCESOS GUBERNAMENTALES"

 

Resumen

Desde el advenimiento de la democracia en nuestro país (1983), uno de los temas más abordados por las Ciencias Sociales ha estado dirigido a cómo lograr darle continuidad a esta “novedosa” forma política.

El presente trabajo explicará los recursos que tuvieron 2 líderes peronistas en la Argentina contemporánea

 

Abstract

Since the advent of democracy in our country (1983), one of the topics most addressed by the Social Sciences has been directed at how to achieve continuity in this "new" political form.

The present work will explain the resources that 2 Peronist leaders had in contemporary Argentina

 

“Estabilidad presidencial y recursos de poder en las presidencias de Carlos Menem y Néstor Kirchner”[1]

Autor Javier Etchart[2]


1.  Introducción, objetivos y propósitos

Desde el advenimiento de la democracia en nuestro país (1983), uno de los temas más abordados por las Ciencias Sociales ha estado dirigido a cómo lograr darle continuidad a esta “novedosa” forma política, en este sentido, una parte de esos estudios estuvieron dirigidos a comprender el papel que los actores políticos cumplían  dentro de estos procesos transicionales, entendiendo que el comportamiento de estos agentes, sus compromisos y sus capacidades de negociación, constituían nuevos ejes analíticos que dejarían atrás las perspectivas más estructuralistas, típicas de los estudios previos a los años ´80.

Sin embargo, y aún bajo el dominio de estas perspectivas politológicas, aparecen otros estudios que recuperaron la dimensión institucional, la cual había sido abandonada por su formalismo jurídico; básicamente, en la exploración sobre cómo darle continuidad y estabilidad al régimen político democrático, algunos autores  comenzaron a prestar atención a la inestabilidad de las formas presidencialistas –típicas de nuestra región- en comparación con la persistencia de los formatos parlamentaristas (Linz, 1988; Suárez, 1982; Nino, 1988) Será en ese marco, donde aparecerán estudios que  resaltan las bondades de estos últimos postulando ,incluso, la necesidad de modificar la constitución con el fin de  atenuar los rasgos presidencialistas existentes en el país.

El presente trabajo se inscribe en el tema general de la estabilidad política del régimen democrático y su relación con el régimen presidencialista, y para ello, propongo realizar dos tareas articuladas entre sí, aunque analíticamente diferentes.

Por un lado, y tomando la idea de recursos de poder (Fraschini- Tereschuk, 2015) realizaré una comparación entre los gobiernos de Carlos Menem y Néstor Kirchner, entendiendo que ambos logran terminar sus mandatos sin grandes crisis en cuanto a la estabilidad, no solo del régimen político, sino de sus liderazgos como jefes del ejecutivo, punto este que está siendo señalado   como un nuevo eje para analizar los temas políticos regionales (Ollier, 2008).

Por otro lado, y luego de la comparación propuesta entre ambas presidencias, ensayaré un breve ejercicio sobre el tipo de democratización lograda a través de esta permanencia de los presidentes en sus cargos. Podríamos decir, que este segundo ejercicio es menos descriptivo que el anterior pero más valorativo, o al menos contiene  una carga axiológica más presente.

Para esto me apoyaré en una distinción derivada de los estudios sobre la consolidación democrática, allí, Morlino (1991) distingue entre dos conceptos relacionados, pero, a su vez, diferentes: persistencia y estabilidad, asociando el primero con la mera capacidad de duración del sistema político, mientras que la estabilidad supone “la razonablemente previsible capacidad de duración del sistema” (p.115), con ello el italiano, diferencia entre mantenerse por un lado, y mejorar el sistema por el otro, y ese movimiento cualitativo supone un proceso de institucionalización más formalizado que el sostenido solamente apoyado en la figura del líder presidencial.

2.  Los liderazgos políticos y  los recursos de poder como parte de los procesos de estabilidad política.

En la introducción del trabajo mencionado de Fraschini-Tereschuk, aparecen resumidas las grandes líneas por las que atravesaron los estudios sobre el presidencialismo, la estabilidad democrática y el papel cumplido por los liderazgos políticos, recuperando en esta última dimensión, los aportes y preocupaciones llevadas adelante en nuestro país por Matilde Ollier.

La novedad observada –y no tan analizada hasta el momento- refiere a la importancia que cumplen los liderazgos políticos en los procesos de estabilidad democrática, más concretamente, la democracia, qua régimen, ha exhibido niveles de estabilidad y permanencia como nunca antes en la historia regional, sin embargo, esta persistencia contrasta con el desafío y la inestabilidad a la que se enfrentan los liderazgos presidenciales. Como dicen los autores mencionados “La inestabilidad, entonces, se centraba en el titular del Poder Ejecutivo en sí y no en el régimen presidencialista”.

Esta observación empírica, obligó a girar la mirada hacia los estudios que focalizaron su atención en el papel cumplido por los líderes y los liderazgos políticos, tratando de analizar cuáles son las capacidades “objetivas y subjetivas” (Ollier, 2008) con las que estos cuentan al momento del propio ejercicio del poder, así como también, dedicaron su atención a las relaciones que estos desarrollaron con otros actores políticos y sociales, y con las propias instituciones en donde se despliegan sus acciones.

Claramente, quienes comparten esta perspectiva, no se atribuyen una novedad absoluta sobre el enfoque, pero sí sobre la relevancia adquirida en la etapa actual de Sudamérica. Efectivamente, la teoría política y social, clásica y moderna, ha prestado atención a estos temas, constituyendo Maquiavelo una de las figuras más importantes al momento de contar con elemento en donde mirar previamente. En “Los Discursos” (2000), el florentino describe la vida de las Repúblicas desde sus inicios, y hasta las inevitables caídas en la cual estas terminan su ciclo vital –la ineludible corrupción en la que ingresan-, y en esas situaciones, es donde Maquiavelo inserta una de las notas más interesantes para ser analizadas a la luz de las teorizaciones sobre el liderazgo político, ya que en estos casos llegado este punto de caída, el italiano propone la necesidad de contar con liderazgos –personalistas- capaces de “adoptar medidas extraordinarias” para salvar a esa sociedad. Maquiavelo sostiene que cuando la materia –la república en general, la sociedad en particular- está dañada, las leyes ya no podrán solucionar ese punto,

“…a no ser que las promueva alguno que cuente con la fuerza suficiente para hacerlas observar hasta que se regenere la materia (…) porque vemos que una ciudad en decadencia por corrupción de su materia, si vuelve a levantarse es por la virtud de un hombre vivo, y no por la virtud del universal (…) Pues la corrupción y la falta de aptitud para la vida libre nacen de la desigualdad que existe en un ciudad, para establecer la igualdad es preciso recurrir a muchas medidas excepcionales, que pocos saben o quieren usar…” (las bastardillas son propias. pp.87-88).

Más allá de este aporte de Maquiavelo sobre el tema, lo importante está en la relevancia adquirida en la actualidad, teniendo en cuenta, según Ollier (op.cit),  que lo novedoso se halla “signado por las salidas anticipadas del primer mandatario (con o sin juicio político) denominada aquí «inestabilidad presidencial», lo cual implica que el problema no está tanto en la inestabilidad del presidencialismo, como forma política, sino en los liderazgos presidenciales, en sus caídas, y en sus crisis de permanencia en el poder.

Sin embargo, estas inestabilidades también contrastan con algunas permanencias, lo que ha llevado a ciertos grupos intelectuales, a observar y a analizar las razones por las cuales han logrado mantenerse en el poder, a pesar de enfrentar grandes desafíos políticos y económicos adversos.  

En el caso concreto de Fraschini y Tereschuk, la revisión pasa por discriminar un conjunto de “recursos de poder”, entendidos como aquellas herramientas, o instrumentos de los que dispone un líder para llevar adelante sus acciones, y para prevenir una mengua en sus capacidades para actuar; asimismo, reconocen que estos recursos  se desenvuelven en un contexto socioeconómico, que de alguna forma impactan en la acción de dichos liderazgos, ya que estos actúan sobre las decisiones y acciones, aunque ese contexto se considera desde este prisma teórico un factor externo a la dinámica política (p:33).

Entre los recursos señalados por los autores se subrayan:

a- Los institucionales, destacándose la relación e influencia ejercida sobre el parlamento, el poder judicial, los partidos políticos, las Fuerzas Armadas, las provincias y su sistema federal.

b-   Los sociales, ejercidos sobre sindicatos, empresas, organizaciones sociales.

c-  Los Recursos financieros, referidos al control que el presidente ostenta sobre beneficios económicos provenientes de distintas organizaciones, empresas del Estado, o ayuda de organismos externos.

d-  Los de estrategia política vinculados con el estilo de ejercer el poder. Este punto se relaciona con aquella idea de virtú principesca en términos desarrollados por Maquiavelo. Se trata de la noción de habilidad y destreza del líder para crear nuevos escenarios institucionales; vinculadas a su capacidad para inventar nuevas herramientas en la resolución de problemas de gobierno; a su destreza para fortalecer su propio liderazgo, y su posición institucional; a la invención de nuevas formas comunicativas que lo acerquen a su población, y eviten las críticas a sus acciones  gubernamentales.

3.  Menem, crisis y contexto ideológico

Teniendo en cuenta estos “recursos”, el propósito será el de ver como estos fueron desplegados durante el gobierno de Carlos Menem luego de la crisis hiperinflacionaria del año 1989, los que permitieron darle una continuidad y permanencia a su gobierno, luego de la experiencia –parcialmente inconclusa- del presidente Alfonsín.

Aun con lo mencionado respecto al contexto, este no debe ser desconocido ya que el liderazgo despliega su accionar en el marco del mismo, así, y tomando el panorama del menemismo, podríamos diferenciar entre el contexto político e ideológico mundial, de lo ocurrido en el plano local.

Respecto al primero, después de la caída del muro de Berlín se produce una reconfiguración de la hegemonía mundial con el dominio de los Estados Unidos, quien impulsó el despliegue del llamado neo-liberalismo y el recetario del llamado Consenso de Washington, los que encontraron en nuestro país un lugar donde la apertura y las fuerzas del mercado se constituirán, durante toda esa etapa, en las matrices donde anidarán políticas económicas y sociales claramente ortodoxas.

Desde una perspectiva más interna, la llamada matriz estado-céntrica (Cavarozzi, 1996) llegará a su fin, reconfigurándose un nuevo esquema acumulativo caracterizado por la desregulación, la apertura comercial, el dominio financiero, un retiro del estado en actividades sociales, constituyendo un símbolo de la época, el proceso de privatizaciones de empresas de servicios las que hasta el momento pertenecían a la esfera estatal.

Todo esto marcado por un clima ideológico que combina los elementos claves del neo-liberalismo en lo económico, y el neo-conservadorismo, en lo político.  Prueba de ello, es la coincidencia, que ambos grupos ideológicos tienen sobre la necesidad de desmovilización y despolitización ciudadana, para no “recargar” al sistema con demandas que podrían desestabilizarlo.

Esta profunda transformación era difícil de ser pensada dentro del país en donde el modelo económico y político del llamado industrialismo sustitutivo estuvo más arraigado, y más aún, cuando dicha tarea desarticuladora, fue obra del mismo partido –el peronismo- quien otrora era el que le había dado forma a aquella configuración estado-céntrica.

 Es aquí, donde debemos recuperar las preguntas sobre la importancia que los recursos utilizados por el presidente Menem, quien pudo concretar cambios estructurales, mantenimiento, e incrementando su poder durante los dos mandatos por los que transitaron sus experiencias presidenciales.

4.  El liderazgo menemista. Los Recursos de poder en acción

Sistematizando los recursos de poder mencionados anteriormente, el propósito será el de ver algunos de ellos en la propia praxis gubernamental del justicialismo, en su variante menemista.

Ciertamente, la enorme crisis económica favoreció el establecimiento de estrategias decisionistas, vista ahora como el mejor vehículo para resolver el problema. Al decir de Torre (1998), el contexto económico crítico facilitó el avance trasformador y delegativo, pero el proceso de reformas “es una operación sustancialmente política, cuyo desenlace depende de las salidas que los líderes de gobierno dan a los dilemas que imponen el contexto económico y los condicionamientos políticos e institucionales”.

Resaltaré dos de los recursos utilizados, y sintetizaré el resto de los mismos.

a-Recursos Institucionales: el gobierno de Menem venía de ganar las elecciones con un buen margen si, a su vez, le adicionamos que en las elecciones del año 1987 el justicialismo se había impuesto cambiando la composición en las cámaras, como así también, lo mismo ocurrió en el marco federal de las gobernaciones provinciales, lo que tenemos es una composición legislativa y de los ejecutivos provinciales, que le permitieron al gobierno de Menem, contar con un número importante de votos y de apoyos políticos para llevar adelante sus decisiones reformistas.

En este sentido, tanto la aprobación de la Ley de Emergencia económica, como la Ley de Reforma del estado -1989-, le posibilitaron el avance posterior sobre el proceso de privatización de empresas,[1] como asi también, le otorgaron al gobierno, una gran cantidad de herramientas -delegación de poderes incluida- que le posibilitaron la continuidad en la implementación de medidas reformistas.[2]

Respecto al otro poder equilibrador, tal como el judicial, la ampliación del número de jueces de la Corte Suprema pasó a nueve miembros, los cuales respondían sistemáticamente a los deseos presidenciales, lo que le permitió contar con un mecanismo adicional, que reforzó la tendencia decisionista de aquel gobierno.

En relación a las fuerzas armadas, estas se habían mantenido como un importante factor de poder durante el gobierno de Alfonsín, incluyendo levantamientos militares que jaquearon a la propia democracia. En este caso, el gobierno de Menem resolvió, indultar por decreto, a los principales miembros militares de la Junta y a los líderes de las organizaciones guerrilleras civiles, liberándolos así de sus responsabilidades por los crímenes cometidos,  

b- Recursos Sociales: en este caso es interesante la relación con los sindicatos, ya que, oportunamente, constituyeron actores políticos centrales en esquema estado-céntrico. Al mismo tiempo, “mantener a raya” a este sector político, servía para mostrarle al capital, la inquebrantable voluntad del camino adoptado. Para ello, desplegó una estrategia de presión a través de una fuerte prédica mediática antiestatista, amenazando con avanzar con las reformas, ya que de no hacerlo se podía caer nuevamente en la hiperinflación. A esa presión sobre reformas o caos, se le sumaba un clima general de crisis económica y social, con una desocupación que actuaba como disciplinadora de los comportamientos sociales; todo lo cual dejaba poco margen para la oposición al modelo “salvador” propuesto. 

Adicionalmente, se deben agregar las estrategias de cooptación, por medio de la participación de los sindicatos en la administración de las llamadas Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP).

De cualquier forma, una parte del sindicalismo, particularmente la vinculada con la reforma estatal, se constituyó en uno de los ámbitos de resistencia al modelo implementado.

Respecto al sector empresarial, existió un clima favorable a sus intereses generales, prueba de ello, fueron los cambios en el proyecto de flexibilización laboral y en los  formatos indemnizatorios del mundo laboral -1996-, aunque los ganadores de estas medidas serán los grandes grupos empresariales, tanto las facciones vinculadas al capital externo, como los grupos locales, quienes se vieron beneficiados con el proceso de privatización, lo cual, inmediatamente, los ubicó como un importante sector de apoyo político.

En relación al resto de los recursos de poder utilizados por Menem, deberíamos rescatar un estilo particular y ecléctico de conducción, con una gran capacidad de manejarse en los medios de comunicación, en particular, en aquellos vinculados a entretenimientos, o diversión, que, aprovechando los grandes niveles de audiencia, eran funcionales para desplegar sus mensajes, logrando disminuir el impacto de las medidas adoptadas.

Al mismo tiempo, su estilo fue capaz de combinar las actitudes más reformistas desde lo económico, presentadas en nombre de la racionalidad y la eficiencia económica, con otras, de tinte conservador, recurriendo a Dios o la Providencia, o a valores de la familia,  uniendo, a su vez todo esto, como un nacionalista capaz de avanzar en la eliminación de los conflictos, tal como fueron sus acciones sobre la reconciliación nacional (v.gr. indultos), incluyendo una reconciliación con uno de los enemigos más importantes que tuvo históricamente el peronismo: Isaac Rojas; o la polémica repatriación de los restos de Rosas.

Todos estos elementos, le permitieron a Menem lograr un proceso de centralización y centralidad política que, como sostiene Novaro (1996), es la consecuencia de un proceso social de fragmentación y complejidad social tan amplio, que necesita sintetizadores que posibiliten un sentido de unidad en esa comunidad desintegrada. Ese proceso lo identifica con el término de escenificación y representación, proceso en donde los sujetos proyectan una imagen que es recuperada idealmente por “alguien”, quien ocupa ese lugar, generando un proceso de estabilidad y permanencia en el poder, dentro del formato presidencialista de gobierno.

5.  Kirchnerismo, cambio en el contexto, la recuperación del poder presidencial

Con el gobierno de Néstor Kirchner -2003-2007- se dará una nueva etapa de estabilidad y permanencia política, la que también nos permite observar qué factores, y con qué herramientas de poder se hizo para lograr su persistencia en el cargo presidencial.

En cuanto al contexto político general, se inscribe en un proceso regional diferente al anterior, más bien de crítica a los planteos ortodoxos derivados de las valoraciones neo-liberales, conocidos como el giro a la izquierda, o, directamente, los llamados gobiernos populistas, los cuales se extendieron en América Latina desde finales de los años ´90, sin poder afirmarse aún que estos hayan finalizado su ciclo.

En el caso argentino, también se iniciará esta etapa bajo una profunda crisis, aunque a diferencia del caso menemista, aquí no solo entrará en cuestionamiento el modelo de acumulación financiero, sino, más importante aún, lo que entra en fuerte crisis es el orden de lo político, aquella estructura que subyace y sostiene el marco institucional en donde se asientan las posibilidades de desplegar la política como acción. Efectivamente, durante el ascenso menemista, la estructura partidaria –radicalismo-justicialismo- existía como intermediadora de intereses, y, aún con críticas, el poder judicial mantenía una credibilidad en sus funciones que permitía, todavía, recuperar las bases de legitimidad del sistema político. A diferencia de esta situación, el 2001 marca el quiebre de ese orden, el “que se vayan todos” es el grito de protesta contra el orden político, que supone una crítica profunda al marco institucional existente.

Como sostiene Quiroga (2010)

“…la crisis del 2001 fue la manifestación más visible de la dislocación de la esfera política de nuestra sociedad, tal como venía funcionando desde 1983 (…) El estallido de la crisis produjo un severo cuestionamiento a la autoridad del cuerpo político y una desarticulación de la esfera política, en la medida que las instituciones que la fundamentan y mantienen resultaron controvertidas: el Estado, los partidos, la idea de representación” (pp. 17-18)

De allí que recuperar esta situación constituyó un desafío importante para quienes tuvieron responsabilidades en el nuevo armado. Entre esas figuras, debería analizarse el importante papel que Eduardo Duhalde jugó para estabilizar al sistema político, e incluso parte de su equipo gubernamental –v.gr., el Ministro Lavagna; Ginés González García- continuaron durante el gobierno de Kirchner, lo cual permite observar una línea de políticas públicas que lograron permanecer en el tiempo.[3]  

De cualquier forma, y pese a ciertos signos de continuidad que pueden marcarse, con el gobierno de Kirchner puede señalarse un esquema más definido de avanzar hacia la profundización de una línea contrastante respecto a la anterior experiencia justicialista pro-mercado de Menem.

Tratando de ver los recursos de poder utilizados por este presidente, el trabajo ya mencionado de Fraschini-Pereschuk, resume claramente las principales herramientas utilizadas y desplegadas para ello, de tal manera que sería innecesario describir lo ya escrito por ellos, por lo tanto, solo resaltaré dos aspectos que, entiendo como muy importantes para comprender y diferenciar la mecánica de la estabilidad entre una y otra presidencia analizada en este breve trabajo.

Por un lado, lo referido a algunos de los recursos institucionales, recordando que asume con un 22% de los votos, por lo tanto, esa endeblez inicial pudo ser superada por medio de una gran habilidad -virtú- en el ejercicio de su liderazgo. En poco tiempo, a fuerza de un gran despliegue de voluntad político y mejoramientos objetivos en los indicadores económicos, logró incrementar su popularidad, superando, de esa forma, esa baja legitimidad de origen.

Entre las diferentes medidas que consolidan un papel importante en el afianzamiento del régimen político, debería ser destacado la renovación en la composición de la Corte Suprema de Justicia, ya que la manera pública en la cual se cubrieron los cargos -que incluyó un papel activo de la sociedad civil-, sumado al prestigio de algunos de sus integrantes, fue generando una corriente de confianza hacia este poder del estado, alejándolo del manejo o la influencia presidencial, y provocando un grado de independencia que logró sustentarse en el tiempo. Este tratamiento, contrastaba fuertemente con aquel otro comportamiento llevado adelante por la corte adicta y automática del ex presidente Carlos Menem.

El segundo elemento que avanza en la dirección de fortalecer la estabilidad del presidente, está referido al tratamiento dado por Kirchner a los movimientos sociales, y a las protestas callejeras, lo que podría asociarse con los recursos sociales.   

La razón de recuperar esta dimensión de análisis, está vinculada a que constituye uno de los elementos claves para lograr la estabilidad presidencial, o mejor dicho, para evitar las “caídas presidenciales”, en este sentido, y siguiendo el trabajo llevado adelante por Hochstetler K. (2008), esta afirma:

 “…la presencia o ausencia de protestas callejeras es central para los resultados de los desafíos: mientras que tanto elites políticas como la sociedad civil organizada han intentado remover presidentes tempranamente, todas las movilizaciones exitosas en pos de caídas presidenciales han incluido actores de la sociedad civil demandando en las calles que los presidentes se vayan” (p: 55).

Lo que advierte como importante, es el reconocimiento –no siempre resaltado- que este factor social tiene un peso decisivo al momento de comprender los motivos que pueden conducir a las caídas presidenciales.

Recuperando el momento kirchnerista, debe recordarse la gran crisis social y de representación política post-2001, pero también, y paralelamente a esta situación general, se estaban produciendo una serie de cambios sociales que abarcaban un fuerte proceso de reestructuración social, claramente visible en los barrios más empobrecidos del conurbano, a su vez, existía una alta capacidad de movilización social y política por parte de estos actores, todo lo cual no podía ser desconocido por las dirigencias nacionales. Aquí, el gobierno actúo desde una perspectiva más formal, con gran parte de los sindicatos alineados hacia una nueva política económica que volvió a mirar el mercado interno, pero que también, mostró la capacidad para articular acciones con movimientos sociales los cuales mantenía, hasta esos momentos, un grado de autonomía muy grande respecto al poder político.

Concretamente, tres grandes movimientos sociales, con trayectorias variadas al interior de los mismos, tales como, de la Federación de Tierra y Vivienda, con Luis D´Elía ; Humberto Tumini, de Libres del Sur, y, el Movimiento Evita con Emilio Pérsico se sumarán al kirchnerismo a través del llamado a la transversalidad.

Esta relación más estrecha con el gobierno, le permitió al kirchnerismo desarticular uno de los factores de poder más importante de la Argentina de aquel entonces, y que incluso, actuaría, en muchos casos, como mecanismo de presión ante determinadas situaciones donde el gobierno quería avanzar con sus políticas.[4]

Nuevamente en este caso, podemos observar dos formas diferentes de vincularse con los sectores sociales durante las presidencias de Menem y Kirchner. Mientras que en el primer caso, la apelación estaba dada por desmovilizar y atomizar las protestas sociales, como mecanismo de estabilidad política, en el segundo caso, la presidencia y garantía de persistencia gubernamental, se garantizaba a través de alimentar y canalizar las demandas provenientes de los grupos políticos más movilizados socialmente.

6.  Ultimas ideas y cierre

El breve trabajo se propuso revisar, comparativamente, dos momentos presidenciales, para eso, tomó nota de aquello sostenido por Linz (1978/1991) cuando enfatizaba la importancia política de las características humanas e institucionales en el mantenimiento y estabilidad de una democracia, desplazando la atención dominante que, hasta esos momentos, tenían los factores estructurales. Así, y en base a las nuevas evidencias, la inestabilidad política en la región, ya no asocian tanto con el derrumbe del régimen político, sino, fundamentalmente con las caídas presidenciales, con la salida de los dirigentes que están al frente del poder ejecutivo, de tal manera que, la voluntad política, el liderazgo, y sus virtudes en el manejo de los recursos de poder, (re)toman su importancia en los estudios sobre la región.

En este sentido, y coincidiendo, genéricamente con algunos aportes de Ollier (2014), la emergencia de liderazgos se enlaza con la presencia de situación críticas, o de baja institucionalidad, donde los jefes de los ejecutivos absorben funciones y misiones estabilizadoras, muchas de ellas delegadas de otros poderes, y cuya función será la de reconstituir la sociedad “dañada”.

De forma adicional, y continuando con Ollier, la pregunta más interesante para pensar, no sea solo cómo lograron persistir en sus cargos, sino “¿Hasta dónde la performance presidencial impacta en las normas y reglas constitucionales?”

Podría darse el caso de presidentes que logran persistir en sus cargos, pero a costa de adelgazar sus costados liberales o republicanos. En definitiva, esto vuelve a remitirnos a las preocupaciones de orden normativas, las cuales no deberían ser opacadas en aras de las estrictamente descriptivas y empíricas.

En el caso de Menem, la crisis hiperinflacionaria, inscripta en el esquema final del modelo estado-céntrico, permitió en lo inmediato darle estabilidad política al país, pero, simultáneamente, consolidó un esquema de gran concentración del poder en el ejecutivo, materializadas en los aumentos de las funciones delegadas en él, en donde se incrementaron, como nunca antes en la historia, los llamados decretos de necesidad y urgencia, en donde, a su vez, la injerencia sobre el poder judicial ha sido altamente denunciada y probada, y en donde además, se desarticularon los diferentes mecanismos de contralor constitucional (baja en la accountability horizontal)[5].

Dicha situación, ha sido analizada por la literatura especializada en el tema, así los estudios sobe los neopulismos (Weyland, 2001; Novaro, 1996), el neo-decisionismo (Leiras 2010), el hiperpresidencialismo (Nino, 1988, 2005), o el clásico de O´Donnell sobre las democracias delegativas, y la mencionada accountability horizontal (1997), constituyen intentos por comprender a ese “nuevo animal”, surgido y desarrollado durante los años ´90, y que va conformando un tipo de democracia asociada a una baja institucionalidad, o quizás sea más preciso denominarla, como un tipo de institucionalidad ad hoc.

En el caso del gobierno de Kirchner, se pueden marcar claras diferencias en cuanto a los contenidos ideológicos de las políticas implementadas, muchas de las cuales terminarán favoreciendo el reconocimiento de nuevos derechos y de demandas favorables a los sectores más vulnerables. Esa consagración a través de reconocimientos legales, da un marco de protección jurídica que garantiza una estabilidad institucional que debe ser valorizada.

Pero, coincidiendo con lo sostenido por Ollier (2014), la estabilidad lograda generó un proceso de personalización que coincide con que esa centralidad adquirida por el presidente resulta decisiva para los rumbos de la política:

 “centralidad y personalización puede llevar a homologar gobierno, ejecutivo y estado en la figura del primer mandatario. Este hecho adquiere formas particulares cuando el país o bien carece de un sistema partidario consolidado o bien los partidos se hallan fragmentados y giran en torno a un líder antes que a reglas” (p.5),

 

La descripción citada, constituye una situación que se acerca estrechamente a las que ocurrieron durante esta etapa del país.

Esto genera un escenario con un “presidente dominante”, definido como aquel que, a través del manejo de grandes recursos, y enfrentado a una oposición que carece de ellos, es capaz de “definir leyes e implementar medidas que favorecen el ejercicio concentrado del poder, incrementando su capacidad de decidir por sí solo”, caracterización esta, que habitualmente puede ser identificado como “decisionismo”.

Begoña (2015) también siguiendo a Ollier, señala que lo que esta llama “la baja institucionalización de estas democracias” –excepción hecha de  Chile y Uruguay- se manifiesta en: la existencia de configuraciones partidarias en lugar de los clásicos sistemas de partidos; en la presencia en las decisiones políticas del presidente que poseen algunas fuentes extrapartidarias de poder – como por ejemplo los sindicatos, los medios de comunicación, la iglesia, las fuerzas armadas, los grupos empresarios, etc.- y en la importancia que adquiere la dinámica presidente-oposición –reemplazando a la relación oficialismo-oposición. 

En base a lo que venimos diciendo, probablemente las democracias latinoamericanas que han logrado estabilizarse, y no sufrir los actuales riesgos de destituciones presidenciales, han engrosado ese costado de continuidad, o como sostenía Morlino (op.cit) de persistencia, pero eso puede incluir el riesgo de reducir peligrosamente sus perfiles institucionales, o al menos, de una más cercana a una legalidad más formal, y por lo tanto, más asociada a las improntas de los liderazgos presidencialistas.  

Posiblemente, sea necesario provocar una matriz política en donde se muestren compatibles la necesaria estabilidad presidencial, con un armado institucional que limite los manejos discrecionales de los ejecutivos regionales.

       

 

Referencias Bibliográficas

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[1] En el marco del proceso privatizador, y siguiendo a Llanos (1998) puede observarse la importancia que tuvieron los apoyos legislativos para implementar esta tarea. Allí expone la relación institucional entre el congreso y el ejecutivo,  donde este último mantuvo inicialmente las iniciativas legislativas,  las que con el correr del tiempo,  “tuvieron lugar reacomodaciones, avances, retrocesos y cambios en la posición relativa de las dos instituciones de gobierno”.

[2] Durante el Gobierno de Menem se dictaron más decretos de necesidad y urgencia que a lo largo de toda la historia constitucional Argentina (Leiras, 2010).

[3] Ollier (2008) explora y rescata, el uso de algunos recursos de poder –objetivo y subjetivo- llevados adelante por Duhalde (ver pp.84 a 87).

[4] Ejemplo de esto, es el episodio en donde el presidente Kirchner propone boicotear a la compañía Shell -2005-, en respuesta a los aumentos de precios que la compañía petrolera ha aplicado a la gasolina y derivados de forma unilateral y sin aviso previo. En este sentido, uno de los instrumentos de presión social, fue ejercido por un grupo liderado por Luis D´Elía.

[5] O´Donnell 1998.



[1] Este artículo reconoce como antecedente la presentación de un trabajo final en un Seminario de Doctorado (Facultad Ciencias Sociales-UBA) denominado Sistema político y sociedad civil en Sudamérica en el siglo XXI. Profesores: Mariano Fraschini y Sergio De Piero. Año: 2021.

[2] Profesor Adjunto Ordinario Universidad Nacional de Luján-

Licenciado en Ciencia Política. Certificado de Estudio de Posgrado en Ciencia Política y Sociología Flacso- Especialista en Ciencias Sociales y Humanidades- UNQui- Magister en Ciencias Sociales y Humanidades- UNQui- Doctorando en Ciencias Sociales UNLu.