RESUMEN
El presente trabajo, desarrolla
brevemente la historia de la civilización visigótica, que llegará a España, y en
el transcurrir de los años, su enfrentamiento con los bizantinos.
ABSTRACT
This work briefly develops the history of the Visigothic civilization, which
will arrive in Spain, and over the years, its confrontation with the
Byzantines.
La llegada de visigodos y
bizantinos a Hispania. El conflicto de identidades a través de la célebre
“inscripción de Comenciolo” hallada en Cartagena
Miguel Pablo Sancho Gómez
mpsancho@ucam.edu
Introducción
Después de su
irrupción en los límites del Imperio alrededor del 376-377 y el saqueo
traumático de las provincias de Macedonia, Tracia y Mesia, los godos se convirtieron
rápidamente en un factor clave en la política tardo-antigua. Gracias al vivaz liderazgo
de Alarico, los visigodos alcanzaron gran prominencia bajo Teodosio (379-395)
como tropas auxiliares, pero su constante demanda de salarios, subsidios y tierras,
trajo cada vez más estragos y disturbios a ambos lados del mundo romano.
Es un hecho bien
conocido que, tras su estadía en la Galia, los visigodos legaron un dominio
claro, distinto y perdurable en España, no solo durante la época tardo-romana,
sino también hasta la plena edad medieval y más allá, con efectos duraderos. La
sociedad y la monarquía gótica, amalgamadas con la cultura latino-cristiana,
crearon el grueso de los desarrollos sociopolíticos posteriores, y propiciaron el
surgimiento de la identidad española, fenómeno cuyas consecuencias superan su
propio tiempo, haciéndose presente y operativo hasta el mismísimo siglo XXI.
Fue alrededor de los
años 418-422 cuando los visigodos aparecieron por primera vez en Hispania.
Sirviendo como foederati bajo generales romanos, lucharon contra los
vándalos y los suevos en nombre del emperador Honorio. Hacia el 453, los
visigodos, que entonces vivían aún en la Aquitania gala, se dirigieron al sur
para enfrentarse nuevamente a los suevos, y especialmente a ciertas revueltas,
virulentas y generalizadas, de carácter social, protagonizadas por los llamados
bagaudae. Sin embargo, en ese momento los visigodos ya estaban siguiendo
una política de independencia destinada a lograr la mayor fuerza posible y controlar
el Imperio de Occidente. No obstante, cuando el rey Teodorico II cayó asesinado
por su hermano menor Eurico, todavía las principales posesiones de este pueblo
germánico se encontraban en la Galia, más rica y populosa (año 466).
No fue hasta que la
creciente presión de los francos hizo la vida difícil en esas provincias cuando
los visigodos comenzaron a trasladarse a Hispania, cruzando los Pirineos en
grandes cantidades (alrededor de 490-494).
La aplastante
derrota a manos del ambicioso y agresivo Clodoveo en Vouillé (507) refrendó esa
situación, haciendo inviable cualquier resistencia, por lo que los visigodos
abandonaron la Galia para siempre (a excepción de la provincia de Saeptimania,
que permaneció en manos góticas hasta el 719).
Muerto Alarico II
en batalla, su sucesor Gesaleico recogió los restos maltrechos de las fuerzas
visigodas, se dirigió a Hispania, y dejó a los francos casi todo el oeste y sur
de la Galia. Tal llegada preludió el Reino de Toledo, verdadero germen de la
España medieval.
Asentamiento
visigodo en Hispania. La aparición de los bizantinos (508-551)
Después del
interludio ostrogodo (511-549), en el que el reino fue gobernado a través de
virreyes enviados desde Italia, y pese a la creciente inestabilidad interna,
los siguientes reyes visigodos lograron hacerse con el control de la mayor
parte de la Península Ibérica. El mayor problema al que se enfrentaban no era
su reducido número en comparación con la población hispano-romana, sino el
aislamiento proveniente de su credo arriano que los alejaba de los hispanorromanos.
Las tensiones religiosas se intensificaban ampliamente, y se estaban
convirtiendo en un problema importante para el nuevo rey, Agila I. Este
personaje intentó anexionarse y someter las tierras rebeldes del sur, esto es,
la antigua provincia romana de la Bética, con una aristocracia terrateniente
rica, bien organizada y poderosa, inicialmente leal a la idea imperial, por su
gran romanización, y conectada con Bizancio en la esfera cultural.
Debido a estas
circunstancias y la falta de éxito por parte de Agila en mantener el control
sobre las ciudades de Sevilla y Córdoba, apareció un usurpador entre los
visigodos. Su nombre era Atanagildo, que al encontrarse en una precaria
posición militar, pidió ayuda a Constantinopla, donde Justiniano ya estaba
interviniendo en la Italia ostrogoda, proceso que llevaría hasta la total
anexión de la antigua cuna del Imperio Romano en 562.
Justiniano
(527-565) se benefició de la guerra civil visigoda, enviando al patricio Liberio
con un ejército y apoderándose del sur de Hispania. Era el año 552. Agila fue
entregado por sus inestables partidarios, que creyeron entrar en un conflicto
que ya no podían ganar, y ejecutado por el hasta entonces rebelde. Atanagildo
ocupó su lugar como rey, pero con los suevos manteniendo un reino independiente
en el nordeste y los bizantinos creando problemas en el sur y el sureste, por
lo que aún quedaba muy lejos el sueño godo de convertirse en señores de toda
Hispania.
Con más o menos fortuna, los sucesivos reyes visigodos continuaron organizando
campañas tanto contra los suevos como contra la población rebelde local, y
especialmente contra los bizantinos, con el fin de lograr unificar la Península
Ibérica bajo un gran reino.
Los dominios
bizantinos españoles han sido considerados de manera diferente por la
historiografía a lo largo de los últimos años; desde ser una mera franja
costera de apenas unos kilómetros de profundidad a una gran porción de tierra
que se extendió desde el Atlántico y Gades (actual Cádiz) hasta Ilici
(cercano al actual Elche) e incluso Valentia (actual Valencia), en el
Mediterráneo. Sin embargo, el debate permanece en gran parte inconcluso, debido
a la falta de evidencias o pruebas concluyentes. En aquel entonces los
bizantinos se asentaron con poco o ningún problema, instalando la
administración imperial y los sistemas de tributación, que por su elevado peso
pronto creará descontento entre las poblaciones locales. Fue el comienzo de la
España bizantina, que duraría hasta aproximadamente el año 625, cuando las
últimas fortalezas, incluida la propia ciudad de Carthago Nova o Carthago
Spartaria (Cartagena), fueron saqueadas y destruidas.
La
conversión de los visigodos a la fe nicena (católica) y sus consecuencias en el
Imperio Bizantino
Leovigildo
(569-586) fue sin duda uno de los líderes godos más exitosos; sabio, astuto y
diestro en las armas, consiguió hacerse con grandes extensiones de tierra,
someter a los vascos y reconquistar una gran cantidad de territorios en manos
de los imperiales. Comportándose como un César, inició un programa de
construcción, copió usos e instituciones bizantinas, y fortaleció el poder
real. Leovigildo también conquistó por completo a los suevos, poniendo fin a
ese reino (año 585). Tenía dos hijos, Hermenegildo y Recaredo, por lo que
parecía que finalmente una dinastía fuerte iba a lograr la estabilidad política
deseada por todos los reyes anteriores. Sin embargo, el sistema se vendría
abajo con la falla más grande en sus designios, que era la intransigencia en el
ámbito religioso: Leovigildo quería la conversión total de la población
hispano-romana mediante la abjuración de la fe católica, convirtiéndose
Hispania en una nación plenamente arriana.
La resistencia fue
feroz desde el principio, y aunque un pequeño número de obispos cedió a las
presiones, la confrontación religiosa se convirtió en una guerra casi total
entre godos y romanos. Hermenegildo se unió a la rebelión, huyendo a Sevilla
con su esposa, y consiguiendo que un clérigo católico lo bautizara con el
nombre de Juan. El viejo rey, enfurecido, logró una vez más sofocar todas las
revueltas, pero después de su muerte, Recaredo entendió que la única forma de
adueñarse de Hispania era unirse a la fe local, acabar con la monarquía arriana
y comenzar un nuevo reino católico con el firme apoyo de la Iglesia hispana.
Así, en el esencial Tercer Concilio de Toledo (589) Recaredo y sus principales
nobles abjuraron del arrianismo y se unieron a la fe católica. Fue un hecho
histórico con la más amplia y profunda repercusión en el futuro de España.
¿Cómo afectó al
largo conflicto, a menudo armado, entre los visigodos y el Imperio Bizantino?
Muy negativamente para Bizancio, que al final vio casi perdidas todas las bazas
que justificaban una supuesta dominación por la verdadera fe.
Isidoro y Leandro,
los más grandes obispos y consejeros de su tiempo, fueron figuras clave en la
conversión de Recaredo. Provenían de una familia aristocrática terrateniente
adinerada del sureste de Hispania, ubicada en la actual provincia de Murcia. Teniendo en
alta estima su linaje, la cultura romana y la fe católica, de alguna manera se
sintieron forzados por los bizantinos a abandonar la amada patria.
Con un trasfondo
tan inestable e inquietante de enfrentamientos en materia de impuestos,
riqueza, jurisdicción y cuestiones eclesiásticas, todavía muy mal conocidos a
día de hoy, no es de extrañar que los hispanos sintieran una hostilidad
creciente hacia Bizancio, aunque no hasta el punto de una revuelta abierta. Sin
embargo, Isidoro y Leandro de Sevilla pusieron a trabajar sus considerables
recursos, contactos, habilidades e influencias, hasta el punto de ganarse por
completo para su causa a los visigodos. A cambio del apoyo político de la corona,
ellos le entregaban Hispania en paz y sumisión. No en vano, Leandro fue el
autor de la homilía pronunciada en el III Concilio de Toledo.
La
inscripción de Comenciolo
Una inscripción con
el nombre de Comentiolus fue encontrada en la ciudad de Cartagena, (Carthago
Spartaria), en el año de 1698, cavando un pozo en el corral de la Iglesia
de Nuestra Señora de la Merced. Luego se colocó cerca de la fuente de Santa
Catalina, en el centro de la ciudad, y en 1756, se llevó a la llamada “Puerta
de Madrid” en la muralla de Cartagena. Actualmente se encuentra en el Museo
Arqueológico de Cartagena.
La piedra, de
mármol blanquecino, buena calidad técnica y excelente conservación, conmemora
la construcción (o restauración) de los muros de la fortaleza de la ciudad, de
una puerta de doble arco y un salón entre dos torres, con otros añadidos
monumentales, gracias a la ayuda del emperador Mauricio. Probablemente estaba
ubicada en la entrada principal de la ciudad tardo-antigua, cuya ubicación es
incierta incluso hoy.
Comenciolo (latín Comentiolus,
griego Komentiolos) fue un destacado general bizantino durante el
reinado del emperador Mauricio (582-602). Jugó un papel importante en las
campañas balcánicas contra los avaros, y se enfrentó en Oriente contra los
persas sasánidas. Hacia 589, parece que sirvió como magister militum en
la provincia bizantina de Spania. El debate historiográfico surgió en
torno a este hecho, porque se especula que un militar homónimo pudo haber
estado en España en su lugar, pero la evidencia es escasa, como casi siempre en
tales cuestiones, y cualquier hipótesis inconcluyente. Nosotros
creemos que sólo hay un Comenciolo.
Como en la Italia
ostrogoda, la pretensión del Imperio era restaurar la provincia a su antigua
gloria romana, acabando también con la opresión del “herético” arrianismo. Una
vez que los visigodos se convirtieron en cristianos católicos, la principal
arma propagandística de Constantinopla, el hecho de que, al igual que con los
ostrogodos y los vándalos, solo estaban luchando para restaurar la libertad
religiosa y el credo legítimo de los sufridos provinciales, se desvaneció por completo,
dejando una sensación de alarma e inquietud en la corte imperial.
La única forma de
mantener la maquinaria propagandística funcionando con algún efecto era volver
a la vieja dicotomía, “romano versus bárbaro”, presentando a Bizancio en
Hispania como el salvador de la civilización contra las incursiones
hostigadoras de los brutales visigodos. En ese contexto hay que situar la
erección de la denominada “inscripción de Comenciolo”, que corona con orgullo
las recién restauradas murallas de Cartagena, en aquel entonces probablemente
la ciudad más importante de la España bizantina.
La inscripción dice
lo siguiente (transcripción):
QVISQVIS
ARDVA.TVRRIVM MIRARIS.CVLMINA./ VESTIBVLVMQ(ue).VRBIS. DVPLICI. PORTA.
FIRMATVM./ DEXTRA L(a)EVAQ(ue) BINOS PORTICOS.ARCOS/ QVIBUS.SVPERVM. PONITVR
CAMERA CURVA CONVEXAQ(ue)./ COMENCIOLVS.SIC.HAEC IVSSIT.PATRICIVS/ MISSVS. A
MAVRICIO.AVG.CONTRA.HOSTES.BARBAROS./
MAGNVS.VIRTUTE.MAGISTER.MIL(ilitiae).SPANIAE./
SIC.SEMPER.HISPANIA.TALI.RECTORE.LAETETVR./ DVM.POLI.ROTANTVR.DVMQ(ue). SOL.CIRCVIT.ORBEM./
ANN(o) VII. AVG(usti). IND(ictione). VIII
Ofrecemos a
continuación la traducción española:
Seas
quien seas, podrás admirar los altos tramos de la torre y el vestíbulo de la
ciudad, construido sobre una doble entrada. A derecha e izquierda se anexan dos
pórticos de doble arco a los que se superpone una estancia curva convexa. El
patricio Comenciolo encargó su construcción, enviado por el emperador Mauricio
contra el enemigo bárbaro. Grande por su virtud, señor de los soldados de
España (Spania), así siempre España estará en deuda con tal director de sus
destinos, mientras los polos giren y mientras el Sol rodee el orbe.
En
el año VIII del Emperador. Indicción VIII (589-590)
Sabemos que nuestro
personaje dejó su puesto en Spania, porque lo vemos de regreso en la
capital imperial algún tiempo después de la restauración de tales edificios en
la gran puerta de Cartagena. En cualquier caso, cuando el ejército se rebeló
contra Mauricio (602), Comenciolo encabezó la defensa de las murallas de
Constantinopla. Pero el usurpador Focas finalmente tomó la ciudad, y el general
fue uno de los primeros partidarios del anterior régimen en ser salvajemente ejecutado.
Reacción
visigoda a las acusaciones de barbarie
La reacción
visigoda fue hábil y elocuente, recuperando la más fina tradición de la
retórica romana. Antes de la conversión, nótese, la España visigoda estaba en
peligro, política y militarmente, a causa de los bizantinos. La población local
sintió rápida animosidad hacia el arrianismo germánico, creando así más
problemas. El principal argumento godo contra el Imperio, hasta el año 589, fue
su fuerte tributación. Sin embargo, después de la conversión, el Imperio se
convirtió no solo en hereje, sino también en “bárbaro” (en el sentido de
extraño y extranjero), dado el monofisismo y las otras numerosas variantes
orientales que surgieron en los tiempos de Justiniano y que en Hispania
parecían estrafalarias y perturbadoras, siendo vistas con gran desconfianza.
Debemos decir, en
este sentido, que el concilio ecuménico de Constantinopla celebrado en el año
553, debido a la controversia de “los Tres Capítulos”, fue polémico en
Occidente, con poco o ningún reconocimiento en amplias áreas del antiguo
Imperio Romano de Occidente. El mismísimo Justiniano se encontró con la
sospecha y el reproche de los cristianos galos e hispanos, acusado como
estaba de monofisita (por culpa de su esposa, la célebre emperatriz Teodora,
que acababa de fallecer), y de mantener conspiración con los herejes acéfalos.
Agregando los fuertes impuestos y la ocupación despiadada impuesta a varias
ciudades y territorios, los imperiales, bienvenidos al principio, perdieron el
apoyo que pudieran haber logrado en el sur romanizado de Hispania, donde en el
549 una gran cantidad de católicos romanos se opusieron activamente a las
pretensiones visigodas de control y expansión, y se dio la bienvenida al
Imperio. La Iglesia hispana, después de la conversión visigoda, sirvió de
catalizador para unificar esos fuertes sentimientos, despertados de modo local,
al servicio del rey, ahora aclamado como el verdadero heredero de la España
romana (“Hispania”), bajo auspicios tanto católicos como germánicos.
Paradójicamente, ese “Nuevo Reino” iba a reflejar en gran medida las
influencias bizantinas, principalmente en el protocolo de la corte, las
imágenes, la moda, la acuñación monetaria y, como hemos dicho con Leovigildo,
las representaciones del poder.
El primer canon del
II Concilio de Sevilla, celebrado bajo el dominio visigodo, afirmaba que las
tierras recientemente reconquistadas al Imperio habían sido llevadas a la
“pobreza cautiva” (captiva necessitas) por el salvajismo bárbaro (barbarica
feritas) de los bizantinos (619). En ese sentido, el propio Leandro de
Sevilla trataba de consolar a su hermana, la futura santa Florentina, que, al
parecer, le había manifestado la añoranza por el terruño paterno y su deseo por
volver a la florida y fecunda patria, en el actual Sureste español. Leandro,
consolando con lenguaje dulce y paciente a su familiar, trata de quitarle esa
idea, aduciendo que la comarca donde nacieron ya no era feraz y hermosa, sino
que había sido destruida y empobrecida por la codiciosa rapacidad de los
heréticos y bárbaros enemigos (los bizantinos), que habían creado desiertos y
eriales horrendos, como en una maldición.
Esta fue la tendencia general para los años venideros.
Conclusiones
Los intentos
bizantinos después de 589 se centraron en redefinir la identidad de los
visigodos como “enemigos bárbaros”, una vez que dejaron de ser “herejes
arrianos”. Sin embargo, el fuerte compromiso con el catolicismo desde Recaredo
creó un vínculo sólido entre la población hispana y el rey visigodo. La
propaganda bizantina, debilitada por los fuertes impuestos, corrupción,
ineficacia y las controversias religiosas, estaba destinada a fracasar. Con el
auspicioso liderazgo de la Iglesia, la mayoría de las gentes rechazaron la
presencia bizantina por opresiva, hereje e injusta. La administración imperial
en las tierras recién conquistadas de Italia, África e Hispania tiene, de
hecho, una reputación sombría en las fuentes literarias contemporáneas, debido
al comportamiento despiadado y tiránico de muchos magistrados. A esto se suma
que las ideas religiosas de Justiniano eran controvertidas, y consideradas
heréticas en muchas antiguas provincias del Imperio, principalmente en
Occidente; hacia el 554, las aristocracias locales ya tuvieron que ver
igualmente a los bizantinos como herejes, no menos que a los propios visigodos.
Por lo tanto, la ofensiva ideológica encarnada en la “inscripción de
Comenciolo” y en otras semejantes que a buen seguro existieron, en esa intensa
guerra de intereses e identidades, acabó fracasando y cayendo en el olvido en
una tierra que pronto vería un dominio plenamente gótico.
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