Revista Nº44 "TEORÍA POLÍTICA E HISTORIA"

 

RESUMEN

El presente trabajo, desarrolla brevemente la historia de la civilización visigótica, que llegará a España, y en el transcurrir de los años, su enfrentamiento con los bizantinos.

 

ABSTRACT
This work briefly develops the history of the Visigothic civilization, which will arrive in Spain, and over the years, its confrontation with the Byzantines.

 

 

 

 

La llegada de visigodos y bizantinos a Hispania. El conflicto de identidades a través de la célebre “inscripción de Comenciolo” hallada en Cartagena

 

Miguel Pablo Sancho Gómez

 mpsancho@ucam.edu

 

Introducción

Después de su irrupción en los límites del Imperio alrededor del 376-377 y el saqueo traumático de las provincias de Macedonia, Tracia y Mesia, los godos se convirtieron rápidamente en un factor clave en la política tardo-antigua. Gracias al vivaz liderazgo de Alarico, los visigodos alcanzaron gran prominencia bajo Teodosio (379-395) como tropas auxiliares, pero su constante demanda de salarios, subsidios y tierras, trajo cada vez más estragos y disturbios a ambos lados del mundo romano[1].

Es un hecho bien conocido que, tras su estadía en la Galia, los visigodos legaron un dominio claro, distinto y perdurable en España, no solo durante la época tardo-romana, sino también hasta la plena edad medieval y más allá, con efectos duraderos. La sociedad y la monarquía gótica, amalgamadas con la cultura latino-cristiana, crearon el grueso de los desarrollos sociopolíticos posteriores, y propiciaron el surgimiento de la identidad española, fenómeno cuyas consecuencias superan su propio tiempo, haciéndose presente y operativo hasta el mismísimo siglo XXI.

Fue alrededor de los años 418-422 cuando los visigodos aparecieron por primera vez en Hispania. Sirviendo como foederati bajo generales romanos, lucharon contra los vándalos y los suevos en nombre del emperador Honorio. Hacia el 453, los visigodos, que entonces vivían aún en la Aquitania gala, se dirigieron al sur para enfrentarse nuevamente a los suevos, y especialmente a ciertas revueltas, virulentas y generalizadas, de carácter social, protagonizadas por los llamados bagaudae. Sin embargo, en ese momento los visigodos ya estaban siguiendo una política de independencia destinada a lograr la mayor fuerza posible y controlar el Imperio de Occidente. No obstante, cuando el rey Teodorico II cayó asesinado por su hermano menor Eurico, todavía las principales posesiones de este pueblo germánico se encontraban en la Galia, más rica y populosa (año 466).

No fue hasta que la creciente presión de los francos hizo la vida difícil en esas provincias cuando los visigodos comenzaron a trasladarse a Hispania, cruzando los Pirineos en grandes cantidades (alrededor de 490-494).

La aplastante derrota a manos del ambicioso y agresivo Clodoveo en Vouillé (507) refrendó esa situación, haciendo inviable cualquier resistencia, por lo que los visigodos abandonaron la Galia para siempre (a excepción de la provincia de Saeptimania, que permaneció en manos góticas hasta el 719)[2].

Muerto Alarico II en batalla, su sucesor Gesaleico recogió los restos maltrechos de las fuerzas visigodas, se dirigió a Hispania, y dejó a los francos casi todo el oeste y sur de la Galia. Tal llegada preludió el Reino de Toledo, verdadero germen de la España medieval[3].

 

Asentamiento visigodo en Hispania. La aparición de los bizantinos (508-551)

Después del interludio ostrogodo (511-549), en el que el reino fue gobernado a través de virreyes enviados desde Italia, y pese a la creciente inestabilidad interna, los siguientes reyes visigodos lograron hacerse con el control de la mayor parte de la Península Ibérica. El mayor problema al que se enfrentaban no era su reducido número en comparación con la población hispano-romana, sino el aislamiento proveniente de su credo arriano que los alejaba de los hispanorromanos. Las tensiones religiosas se intensificaban ampliamente, y se estaban convirtiendo en un problema importante para el nuevo rey, Agila I. Este personaje intentó anexionarse y someter las tierras rebeldes del sur, esto es, la antigua provincia romana de la Bética, con una aristocracia terrateniente rica, bien organizada y poderosa, inicialmente leal a la idea imperial, por su gran romanización, y conectada con Bizancio en la esfera cultural.

Debido a estas circunstancias y la falta de éxito por parte de Agila en mantener el control sobre las ciudades de Sevilla y Córdoba, apareció un usurpador entre los visigodos. Su nombre era Atanagildo, que al encontrarse en una precaria posición militar, pidió ayuda a Constantinopla, donde Justiniano ya estaba interviniendo en la Italia ostrogoda, proceso que llevaría hasta la total anexión de la antigua cuna del Imperio Romano en 562[4].

Justiniano (527-565) se benefició de la guerra civil visigoda, enviando al patricio Liberio con un ejército y apoderándose del sur de Hispania. Era el año 552. Agila fue entregado por sus inestables partidarios, que creyeron entrar en un conflicto que ya no podían ganar, y ejecutado por el hasta entonces rebelde. Atanagildo ocupó su lugar como rey, pero con los suevos manteniendo un reino independiente en el nordeste y los bizantinos creando problemas en el sur y el sureste, por lo que aún quedaba muy lejos el sueño godo de convertirse en señores de toda Hispania[5]. Con más o menos fortuna, los sucesivos reyes visigodos continuaron organizando campañas tanto contra los suevos como contra la población rebelde local, y especialmente contra los bizantinos, con el fin de lograr unificar la Península Ibérica bajo un gran reino[6].

Los dominios bizantinos españoles han sido considerados de manera diferente por la historiografía a lo largo de los últimos años; desde ser una mera franja costera de apenas unos kilómetros de profundidad a una gran porción de tierra que se extendió desde el Atlántico y Gades (actual Cádiz) hasta Ilici (cercano al actual Elche) e incluso Valentia (actual Valencia), en el Mediterráneo. Sin embargo, el debate permanece en gran parte inconcluso, debido a la falta de evidencias o pruebas concluyentes. En aquel entonces los bizantinos se asentaron con poco o ningún problema, instalando la administración imperial y los sistemas de tributación, que por su elevado peso pronto creará descontento entre las poblaciones locales. Fue el comienzo de la España bizantina, que duraría hasta aproximadamente el año 625, cuando las últimas fortalezas, incluida la propia ciudad de Carthago Nova o Carthago Spartaria (Cartagena), fueron saqueadas y destruidas[7].

 

La conversión de los visigodos a la fe nicena (católica) y sus consecuencias en el Imperio Bizantino

Leovigildo (569-586) fue sin duda uno de los líderes godos más exitosos; sabio, astuto y diestro en las armas, consiguió hacerse con grandes extensiones de tierra, someter a los vascos y reconquistar una gran cantidad de territorios en manos de los imperiales. Comportándose como un César, inició un programa de construcción, copió usos e instituciones bizantinas, y fortaleció el poder real. Leovigildo también conquistó por completo a los suevos, poniendo fin a ese reino (año 585). Tenía dos hijos, Hermenegildo y Recaredo, por lo que parecía que finalmente una dinastía fuerte iba a lograr la estabilidad política deseada por todos los reyes anteriores. Sin embargo, el sistema se vendría abajo con la falla más grande en sus designios, que era la intransigencia en el ámbito religioso: Leovigildo quería la conversión total de la población hispano-romana mediante la abjuración de la fe católica, convirtiéndose Hispania en una nación plenamente arriana[8].

La resistencia fue feroz desde el principio, y aunque un pequeño número de obispos cedió a las presiones, la confrontación religiosa se convirtió en una guerra casi total entre godos y romanos. Hermenegildo se unió a la rebelión, huyendo a Sevilla con su esposa, y consiguiendo que un clérigo católico lo bautizara con el nombre de Juan. El viejo rey, enfurecido, logró una vez más sofocar todas las revueltas, pero después de su muerte, Recaredo entendió que la única forma de adueñarse de Hispania era unirse a la fe local, acabar con la monarquía arriana y comenzar un nuevo reino católico con el firme apoyo de la Iglesia hispana. Así, en el esencial Tercer Concilio de Toledo (589) Recaredo y sus principales nobles abjuraron del arrianismo y se unieron a la fe católica. Fue un hecho histórico con la más amplia y profunda repercusión en el futuro de España[9].

¿Cómo afectó al largo conflicto, a menudo armado, entre los visigodos y el Imperio Bizantino? Muy negativamente para Bizancio, que al final vio casi perdidas todas las bazas que justificaban una supuesta dominación por la verdadera fe.

Isidoro y Leandro, los más grandes obispos y consejeros de su tiempo, fueron figuras clave en la conversión de Recaredo. Provenían de una familia aristocrática terrateniente adinerada del sureste de Hispania, ubicada en la actual provincia de Murcia[10]. Teniendo en alta estima su linaje, la cultura romana y la fe católica, de alguna manera se sintieron forzados por los bizantinos a abandonar la amada patria.

Con un trasfondo tan inestable e inquietante de enfrentamientos en materia de impuestos, riqueza, jurisdicción y cuestiones eclesiásticas, todavía muy mal conocidos a día de hoy, no es de extrañar que los hispanos sintieran una hostilidad creciente hacia Bizancio, aunque no hasta el punto de una revuelta abierta. Sin embargo, Isidoro y Leandro de Sevilla pusieron a trabajar sus considerables recursos, contactos, habilidades e influencias, hasta el punto de ganarse por completo para su causa a los visigodos. A cambio del apoyo político de la corona, ellos le entregaban Hispania en paz y sumisión. No en vano, Leandro fue el autor de la homilía pronunciada en el III Concilio de Toledo[11].

 

La inscripción de Comenciolo

Una inscripción con el nombre de Comentiolus fue encontrada en la ciudad de Cartagena, (Carthago Spartaria), en el año de 1698, cavando un pozo en el corral de la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced. Luego se colocó cerca de la fuente de Santa Catalina, en el centro de la ciudad, y en 1756, se llevó a la llamada “Puerta de Madrid” en la muralla de Cartagena. Actualmente se encuentra en el Museo Arqueológico de Cartagena.

La piedra, de mármol blanquecino, buena calidad técnica y excelente conservación, conmemora la construcción (o restauración) de los muros de la fortaleza de la ciudad, de una puerta de doble arco y un salón entre dos torres, con otros añadidos monumentales, gracias a la ayuda del emperador Mauricio. Probablemente estaba ubicada en la entrada principal de la ciudad tardo-antigua, cuya ubicación es incierta incluso hoy.

Comenciolo (latín Comentiolus, griego Komentiolos) fue un destacado general bizantino durante el reinado del emperador Mauricio (582-602). Jugó un papel importante en las campañas balcánicas contra los avaros, y se enfrentó en Oriente contra los persas sasánidas. Hacia 589, parece que sirvió como magister militum en la provincia bizantina de Spania. El debate historiográfico surgió en torno a este hecho, porque se especula que un militar homónimo pudo haber estado en España en su lugar, pero la evidencia es escasa, como casi siempre en tales cuestiones, y cualquier hipótesis inconcluyente[12]. Nosotros creemos que sólo hay un Comenciolo.

Como en la Italia ostrogoda, la pretensión del Imperio era restaurar la provincia a su antigua gloria romana, acabando también con la opresión del “herético” arrianismo. Una vez que los visigodos se convirtieron en cristianos católicos, la principal arma propagandística de Constantinopla, el hecho de que, al igual que con los ostrogodos y los vándalos, solo estaban luchando para restaurar la libertad religiosa y el credo legítimo de los sufridos provinciales, se desvaneció por completo, dejando una sensación de alarma e inquietud en la corte imperial.

La única forma de mantener la maquinaria propagandística funcionando con algún efecto era volver a la vieja dicotomía, “romano versus bárbaro”, presentando a Bizancio en Hispania como el salvador de la civilización contra las incursiones hostigadoras de los brutales visigodos. En ese contexto hay que situar la erección de la denominada “inscripción de Comenciolo”, que corona con orgullo las recién restauradas murallas de Cartagena, en aquel entonces probablemente la ciudad más importante de la España bizantina[13].

 

La inscripción dice lo siguiente (transcripción):

QVISQVIS ARDVA.TVRRIVM MIRARIS.CVLMINA./ VESTIBVLVMQ(ue).VRBIS. DVPLICI. PORTA. FIRMATVM./ DEXTRA L(a)EVAQ(ue) BINOS PORTICOS.ARCOS/ QVIBUS.SVPERVM. PONITVR CAMERA CURVA CONVEXAQ(ue)./ COMENCIOLVS.SIC.HAEC IVSSIT.PATRICIVS/ MISSVS. A MAVRICIO.AVG.CONTRA.HOSTES.BARBAROS./ MAGNVS.VIRTUTE.MAGISTER.MIL(ilitiae).SPANIAE./ SIC.SEMPER.HISPANIA.TALI.RECTORE.LAETETVR./ DVM.POLI.ROTANTVR.DVMQ(ue). SOL.CIRCVIT.ORBEM./ ANN(o) VII. AVG(usti). IND(ictione). VIII

 

Ofrecemos a continuación la traducción española:

Seas quien seas, podrás admirar los altos tramos de la torre y el vestíbulo de la ciudad, construido sobre una doble entrada. A derecha e izquierda se anexan dos pórticos de doble arco a los que se superpone una estancia curva convexa. El patricio Comenciolo encargó su construcción, enviado por el emperador Mauricio contra el enemigo bárbaro. Grande por su virtud, señor de los soldados de España (Spania), así siempre España estará en deuda con tal director de sus destinos, mientras los polos giren y mientras el Sol rodee el orbe.

En el año VIII del Emperador. Indicción VIII (589-590)

 

Sabemos que nuestro personaje dejó su puesto en Spania, porque lo vemos de regreso en la capital imperial algún tiempo después de la restauración de tales edificios en la gran puerta de Cartagena. En cualquier caso, cuando el ejército se rebeló contra Mauricio (602), Comenciolo encabezó la defensa de las murallas de Constantinopla. Pero el usurpador Focas finalmente tomó la ciudad, y el general fue uno de los primeros partidarios del anterior régimen en ser salvajemente ejecutado.

 

Reacción visigoda a las acusaciones de barbarie

La reacción visigoda fue hábil y elocuente, recuperando la más fina tradición de la retórica romana. Antes de la conversión, nótese, la España visigoda estaba en peligro, política y militarmente, a causa de los bizantinos. La población local sintió rápida animosidad hacia el arrianismo germánico, creando así más problemas. El principal argumento godo contra el Imperio, hasta el año 589, fue su fuerte tributación. Sin embargo, después de la conversión, el Imperio se convirtió no solo en hereje, sino también en “bárbaro” (en el sentido de extraño y extranjero), dado el monofisismo y las otras numerosas variantes orientales que surgieron en los tiempos de Justiniano y que en Hispania parecían estrafalarias y perturbadoras, siendo vistas con gran desconfianza[14].

Debemos decir, en este sentido, que el concilio ecuménico de Constantinopla celebrado en el año 553, debido a la controversia de “los Tres Capítulos”, fue polémico en Occidente, con poco o ningún reconocimiento en amplias áreas del antiguo Imperio Romano de Occidente. El mismísimo Justiniano se encontró con la sospecha y el reproche de los cristianos galos e hispanos, acusado ​​como estaba de monofisita (por culpa de su esposa, la célebre emperatriz Teodora, que acababa de fallecer), y de mantener conspiración con los herejes acéfalos. Agregando los fuertes impuestos y la ocupación despiadada impuesta a varias ciudades y territorios, los imperiales, bienvenidos al principio, perdieron el apoyo que pudieran haber logrado en el sur romanizado de Hispania, donde en el 549 una gran cantidad de católicos romanos se opusieron activamente a las pretensiones visigodas de control y expansión, y se dio la bienvenida al Imperio. La Iglesia hispana, después de la conversión visigoda, sirvió de catalizador para unificar esos fuertes sentimientos, despertados de modo local, al servicio del rey, ahora aclamado como el verdadero heredero de la España romana (“Hispania”), bajo auspicios tanto católicos como germánicos. Paradójicamente, ese “Nuevo Reino” iba a reflejar en gran medida las influencias bizantinas, principalmente en el protocolo de la corte, las imágenes, la moda, la acuñación monetaria y, como hemos dicho con Leovigildo, las representaciones del poder[15].

El primer canon del II Concilio de Sevilla, celebrado bajo el dominio visigodo, afirmaba que las tierras recientemente reconquistadas al Imperio habían sido llevadas a la “pobreza cautiva” (captiva necessitas) por el salvajismo bárbaro (barbarica feritas) de los bizantinos (619). En ese sentido, el propio Leandro de Sevilla trataba de consolar a su hermana, la futura santa Florentina, que, al parecer, le había manifestado la añoranza por el terruño paterno y su deseo por volver a la florida y fecunda patria, en el actual Sureste español. Leandro, consolando con lenguaje dulce y paciente a su familiar, trata de quitarle esa idea, aduciendo que la comarca donde nacieron ya no era feraz y hermosa, sino que había sido destruida y empobrecida por la codiciosa rapacidad de los heréticos y bárbaros enemigos (los bizantinos), que habían creado desiertos y eriales horrendos, como en una maldición[16]. Esta fue la tendencia general para los años venideros[17].

 

 

Conclusiones

Los intentos bizantinos después de 589 se centraron en redefinir la identidad de los visigodos como “enemigos bárbaros”, una vez que dejaron de ser “herejes arrianos”. Sin embargo, el fuerte compromiso con el catolicismo desde Recaredo creó un vínculo sólido entre la población hispana y el rey visigodo. La propaganda bizantina, debilitada por los fuertes impuestos, corrupción, ineficacia y las controversias religiosas, estaba destinada a fracasar. Con el auspicioso liderazgo de la Iglesia, la mayoría de las gentes rechazaron la presencia bizantina por opresiva, hereje e injusta. La administración imperial en las tierras recién conquistadas de Italia, África e Hispania tiene, de hecho, una reputación sombría en las fuentes literarias contemporáneas, debido al comportamiento despiadado y tiránico de muchos magistrados. A esto se suma que las ideas religiosas de Justiniano eran controvertidas, y consideradas heréticas en muchas antiguas provincias del Imperio, principalmente en Occidente; hacia el 554, las aristocracias locales ya tuvieron que ver igualmente a los bizantinos como herejes, no menos que a los propios visigodos. Por lo tanto, la ofensiva ideológica encarnada en la “inscripción de Comenciolo” y en otras semejantes que a buen seguro existieron, en esa intensa guerra de intereses e identidades, acabó fracasando y cayendo en el olvido en una tierra que pronto vería un dominio plenamente gótico.

 

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[1] Véanse P. HEATHER, Goths and Romans, 332-489. Oxford, Clarendon Press, 1992, pp. 68 ss.; P. HEATHER & J. MATTHEWS, The Goths in the Fourth Century. Liverpool University Press, 1991, pp. 47-96; H. ELTON, The Roman Empire in Late Antiquity: A Political and Military History. Cambridge University Press, 2018, pp. 151-224.

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[4] H. WOLFRAM, op. cit., pp. 309-311; T. S. BURNS, A History of the Ostrogoths. Indiana University Press, 1991, pp. 184-202.

[5] J. VIZCAÍNO SÁNCHEZ, La presencia bizantina en Hispania (siglos VI-VII): la documentación arqueológica. Antigüedad y Cristianismo. Monografías sobre la Antigüedad Tardía XXIV, Murcia, 2009, pp. 33-46.

[6] P. FUENTES HINOJO, “Sociedad, ejército y administración fiscal en la provincia bizantina de Spania”. Studia Historica, Historia Antigua 16 (1998), pp. 301-330; J. WOOD, “Defending Byzantine Spain: frontiers and diplomacy”. Early Medieval Europe 18.3 (2010), pp. 292-319.

[7] Véanse J. J. ARCE, “Goths and Romans in Visigothic Hispania”, in W. POHL, C. GANTNER, C. GRIFONI, M. POLLHEIMER-MOHAUPT (eds.), Transformations of Romanness: Early Medieval Regions and Identities. Berlin: Walter de Gruyter 2018, pp. 371-379; G. RIPOLL LÓPEZ, “Acerca de la supuesta frontera entre el Regnum Visigothorum y la Hispania Bizantina”. Pyrenae 27 (1996), pp. 251·267; J. VIZCAÍNO SÁNCHEZ, La presencia bizantina… op. Cit., pp. 181-262.

[8] R. COLLINS, Visigothic… op. cit., pp. 38-50.

[9] J. WOOD, The Politics of Identity in Visigothic Spain: Religion and Power in the Histories of Isidore of Seville. Leiden: Brill, 2012 pp. 23-58; R. COLLINS, Visigothic… op. cit., pp. 64-81; S. CASTELLANOS, I. MARTÍN VISO, “The local articulation of central power in the north of the Iberian Peninsula, 500-1000”. Early Medieval Europe 13 (2005), pp. 1-42.

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[11] J. VIZCAÍNO SÁNCHEZ, La presencia bizantina… op. Cit., pp. 77-121; J. FONTAINE, “La homilía de San Leandro ante el Concilio III de Toledo: temática y forma”, en III Concilio de Toledo, XIV Centenario, 589-1989. Toledo, Arzobispado de Toledo 1991, pp. 249-269.

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[13] Véase A. PREGO DE LIS, “Nueva lectura de la inscripción de "Comenciollo" del Museo Municipal de Arqueología de Cartagena”. XXIV Congreso Nacional de Arqueología: [celebrado en] Cartagena, 1997. Murcia: Instituto de Patrimonio Histórico de la Región de Murcia, 1999, pp. 31-38; también A. PREGO DE LIS, “La inscripción de Comitiolus del Museo Municipal de Arqueología de Cartagena”. V Reunión de Arqueología Cristiana Hispánica, Cartagena, 16-19 de abril de 1998. Instituto de estudios catalanes. Barcelona 2000, pp. 383-392; A. GONZÁLEZ BLANCO, «Polisemia, traducción y comprensión del texto: la inscripción de Comenciolo (Cartagena)», en R. ESCAVY ZAMORA (ed.), Amica Verba: in honorem prof. Antonio Roldán Pérez. Ediciones de la Universidad de Murcia, 2005, pp. 331-40.

[14] Véanse J. N. HILLGARTH, “Coins and chronicles: Propaganda in Sixth-Century Spain and the Byzantine background”. Historia: Zeitschrift für Alte Geschichte 4 (1966), pp. 483-508.; M. VALLEJO GIRVÉS, “La epigrafía latina y la propaganda política bizantina en el mediterráneo occidental durante el siglo VI”. Veleia 29 (2012), pp. 71-82. También A. GONZÁLEZ BLANCO, Historia de Murcia en las épocas: Tardorromana, Bizantina y Visigoda. Ediciones de la Universidad de Murcia, 1998, pp. 205 y siguientes.

[15] F. M. FERNÁNDEZ JIMÉNEZ, “Influencias bizantinas en la conversión de Toledo como la urbs regia visigoda”. Toletana 16 (2007), pp. 17-27.

[16] Texto íntegro en A. GONZÁLEZ BLANCO, op, cit., pp. 210-211.

[17] J. ORLANDIS, “Tras la huella de un concilio isidoriano de Sevilla”. Anuario de Historia de la Iglesia 4 (1995), pp. 237-246; also R. L. STOCKING, Bishops, Councils and Consensus in the Visigothic Kingdom, 589-633. Ann Arbor: the University of Michigan Press 2000, pp. 59-118.