DEL
PODER POPULAR EN VENEZUELA COMO SIMULACRO
O BREVE HISTORIA DE UNA PUESTA EN ESCENA
(I)
Resumen:
El texto que sigue
es un intento conceptual por tratar de comprender (con su respectiva
carga hermenéutica) y, a la vez, caracterizar el proceso a partir del cual se fue
construyendo la democracia participativa y protagónica iniciada en Venezuela en
1998 con la asunción de Hugo Chávez como presidente constitucional. En esta
primera entrega, el investigador se enfocará en los aspectos gnoseológicos y
filosóficos que dan soporte a esta propuesta democrática. Para el investigador,
el proceso de constitución de la democracia participativa y protagónica se
planteó, en principio, como una respuesta de los revolucionarios al modelo
democrático liberal conservador representado por el Pacto de Punto Fijo (la IV
República, tal y como la denominan desde el Gobierno revolucionario); respuesta
que terminó derivando en procesos de cooptación y clientelismo político por
parte de la estructura tripartita Gobierno-Estado-Partido. Esta estructura,
aunque no forma parte oficial de la institucionalidad estatal, actúa de forma
coordinada, orgánica e interdependiente (desde un esquema monolítico de
dirección única y vertical) en favor de los intereses de la clase política
gubernamental. Bajo estos marcos, la democracia participativa y protagónica no
termina de tomar cuerpo en la vida político-institucional del país.
Palabras claves:
Democracia Participativa y Protagónica, Democracia
Liberal, Revolución Bolivariana, Poder Popular y Estado.
Autor:
Johan Manuel López Mujica
Docente-investigador de la Universidad
Nacional de La Patagonia Austral-Argentina
OF
PEOPLE'S POWER IN VENEZUELA AS A SIMULACRUM
OR
A BRIEF HISTORY OF A MISE-EN-SCENE (I)
Abstract:
The following text
is a conceptual attempt to try to understand (with its respective hermeneutic
load) and, at the same time, to characterize the process from which the
participatory and protagonist democracy initiated in Venezuela in 1998 with the
inauguration of Hugo Chávez as constitutional president was built. In this
first installment, the researcher will focus on the gnoseological and
philosophical aspects that support this democratic proposal. For the
researcher, the process of constitution of participative and protagonist
democracy was proposed, in principle, as a response of the revolutionaries to
the conservative liberal democratic model represented by the Punto Fijo Pact
(the IV Republic, as it is called by the revolutionary government); a response
that ended up deriving in processes of co-optation and political clientelism by
the tripartite structure Government-State-Party. This structure, although not
an official part of the state institutionality, acts in a coordinated, organic
and interdependent manner (from a monolithic scheme of single and vertical
direction) in favor of the interests of the governmental political class. Under
these frameworks, participatory and protagonist democracy does not end up
taking shape in the political-institutional life of the country.
Key
words:
Participatory and
Protagonist Democracy, Liberal Democracy, Bolivarian Revolution, Popular Power
and State.
Author:
Johan Manuel López Mujica
Docente-investigador de la
Universidad Nacional de La Patagonia Austral-Argentina
DEL
PODER POPULAR EN VENEZUELA COMO SIMULACRO
O BREVE HISTORIA DE UNA PUESTA EN ESCENA
(I)
“Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó,
pueblo bravo, pueblo bravío, pueblo heroico, pueblo de Bolívar, a ti todo
nuestro amor y el mío y hoy más que ayer todo mi compromiso vital, existencial,
como siempre (…)”.
Hugo Chávez Fría,
Acto
de proclamación como presidente electo de la
República
Bolivariana de Venezuela para el período 2013-2019
Al
orden democrático liberal-republicano se le exige reconfiguraciones profundas:
“Parto de una constatación sobre la que todos podemos estar de acuerdo: la
petición de mayor democracia, tan insistente en los últimos años, se manifiesta
en la demanda de que la democracia representativa sea acompañada e incluso
sustituida por la democracia directa”. (Bobbio, 2000:49). Por su parte, Alain
Badiou (en Agamben, 2010) cree que la democracia liberal es un emblema y
que, por tanto, no se la cuestiona como debería. Según Badiou, el aura de
incuestionabilidad inherente a la democracia (en tanto que es emblema) termina
por ser funcional al conservadurismo político de raigambre liberal.
Bajo este marco, el
ejercicio ciudadano —su efectuación— se establece a partir del voto como
forma de “participación política” y a un ejercicio ciudadano que se ajusta,
punto a punto, a los intereses y fines ulteriores del Estado y sus
instituciones. Al establecer que el ciudadano, en su sentido más específico y
primigenio, es el sujeto de la democracia, lo que se está señalando es que ese
sujeto es un reproductor (pasivo y paciente) del orden del Estado. En la medida
que los ciudadanos del Estado cumplan su rol político (votar cada tanto tiempo
y ser sujetos de la norma que reproduce las lógicas del Estado), en esa medida
se efectúa (toma cuerpo) el juego democrático. Es esa la visión y la
práctica del ejercicio ciudadano que ha dominado en Occidente. El
voto como acción política, según la visión liberal, también es una forma de
ejercicio ciudadano establecida en las constituciones occidentales. En esa
dirección, la actividad deliberativa y, menos aún, la actividad política (en
tanto actividad gobernativa) del pueblo tiende a ser nula. Luis Daniel
Velázquez lo explica así:
El gobierno
representativo se asienta sobre una idea principal: no es bueno que la
ciudadanía se involucre en la discusión de cuestiones públicas (Gargarella,
1995: 94; y 1996). El objetivo del gobierno representativo era desalentar la
discusión colectiva y reforzar la independencia de los representantes electos;
con estos dos aspectos, las autoridades podrán cumplir con el principal
objetivo del gobierno representativo: “desatender las pasiones momentáneas del
pueblo” (Manin, 1995). En esta nueva forma de entender la democracia –como bien
menciona Schumpeter (1942) – el pueblo no gobierna en ninguno de los sentidos de
las palabras pueblo y gobernar. Lo que hace el pueblo es elegir a quien será el
gobernante, pero no toma ninguna decisión política. (Velázquez, 2016: 17-18).
Este proceso de naturalización
de la acción política centrada en el voto, sentó las bases para un tipo de
ciudadanía funcional a los principios y fines del Estado liberal. Al ser el
voto la forma de participación política que privilegia el modelo democrático
liberal, se limita (de entrada) por la fuerza de la naturalización del
mecanismo (el voto como efectuación de la participación política) cualquier
ejercicio de contravención a los elementos configuradores del Estado y los
mecanismos de participación política que establece al conjunto de la sociedad.
Velázquez (Ibídem) continúa enfatizando sobre la centralidad del voto como la
forma en que toma cuerpo la democracia: “La principal forma de control
ciudadano en una democracia es el control poliárquico-electoral proveniente del
voto: la accountability vertical”. (p.75).
Ahora bien, los
intentos por darle más participación y protagonismo a los sujetos sociales en
su conjunto han sido ampliamente estudiados y, en algunas oportunidades (como
en el caso de la Constitución de 1999 en Venezuela), se avanzó en la
reconfiguración del esquema democrático liberal. Desde esta visión se asume que
los asuntos políticos que atañen al conjunto de la comunidad deben ser
gestionados por sujetos biempensantes que, luego de ser electos por el voto
democrático-liberal (directo, universal y secreto), ejercen la política
como una profesión; son los denominados representantes-delegados del pueblo en
las instancias gubernamentales y estatales; son éstos quienes deciden el
destino colectivo de la comunidad política.
La acción política
deviene, en estos marcos, en el ejercicio de la representación-mediación del
político profesional quien ejerce la política a partir de los mecanismos
establecidos en la Ley. Bajo esas prácticas, no sólo estaría tomando cuerpo la
democracia representativa, sino un tipo de democracia que habilita el campo de
la acción política a determinados sujetos que, finalmente, han sido delegados
por el ciudadano-votante para que ejerzan la política. La
democracia, vista así, no sólo es representativa, sino que opera como una
democracia delegativa, dado que la acción política termina siendo la
acción de los delegados-representantes; de hecho, así son denominados en
algunos países: diputados, concejales, tribunos, senadores, representantes,
delegados, entre otros.
El
poder del demos se ve profundamente disminuido. Al delegar su poder
decisor a los representantes-delegados, reduce sus expectativas políticas, quedando
así como un mero observador pasivo (y paciente) del juego político. Por lo
general, el ciudadano no tiene consciencia plena de esta situación; aunque a
veces, y por el mismo hastío de la política (principalmente de las
acciones erráticas de los políticos profesionales), el ciudadano prefiere
abstraerse de ese mundo, deja que otro (el político profesional) lo represente
(delega su poder en los representantes). Este proceso ocurre en la mayoría de
los países occidentales. Las democracias más avanzadas auspician estas formas débiles
de participación política. Ocurre así una forma legítima (y legitimada) de
conculcación de derechos y deberes políticos. El decir político en las
instancias decisionales (senados, congresos, instituciones públicas en
general), es un asunto que compete, en el marco liberal-republicano, a los
representantes y delegados: “En la visión de la “democracia delegativa”
los votantes eligen a los representantes para que diseñen políticas y gobiernen
en su nombre (es decir, delegan en los “expertos” las decisiones de política
pública)”. (Lissidini, 2011:28).
Entre
tanto, por otro lado, emerge, y casi por oposición al esquema democrático
liberal representativo-delegativo, la noción de la democracia participativa y
protagónica, también denominada por algunos estudiosos como democracia directa
(Lissidini, 2011). Este modelo de Gobierno supone una nueva relación entre los
ciudadanos y el poder gubernamental. De hecho, en este marco democrático se
sientan las bases para que el pueblo (sujeto subalternizado) devenga sujeto
decisor de su propio devenir socio-político.
Al
momento en que el sujeto pueblo delega su poder decisional originario, en tanto
kyrion (sujeto soberano), lo que se está generando es un proceso de
privatización de la política en su versión gobernativa: son los delegados y
representantes los que llevan sobre sí el peso de las decisiones políticas. En
contraste, al plantear que el poder gubernamental no está guiado, únicamente,
por los representantes y delegados[2]
(diputados, alcaldes, gobernadores, senadores, concejales, entre otros), sino
que se generan nuevos mecanismos para que el sujeto pueblo pueda no sólo
participar, sino protagonizar los procesos de toma de decisiones y conducción
de los destinos de la comunidad política en su conjunto, lo que se está
trastocando de forma radical son las reglas de juego de la democracia liberal.
Al
establecerse el “nuevo constitucionalismo latinoamericano”, como señala Aiskel
Andrade (2013), se crea el marco que da soporte al nuevo esquema democrático
(participativo y protagónico), esto para el caso venezolano. Surgen nuevas
expectativas políticas en las masas populares. La Constitución de 1999 crea
mecanismos para profundizar los procesos de participación y protagonismo del
pueblo en la propia toma de decisiones políticas del país. El pueblo, el sujeto
subalternizado de la democracia puntofijista (1958-1998), deviene sujeto
decisor en este esquema democrático de nuevo cuño; su rol político y social
será, en lo sucesivo, más determinante en la refundada
Venezuela del presidente Hugo Chávez, tal como reza el Preámbulo de la
Constitución de 1999.
En
esta dirección de la democracia participativa y protagónica, lo primero que se
observa es el carácter plebiscitario que, en teoría, marcará la pauta en
las decisiones políticas. Cuando la Constitución de 1999 establece que sus
sujetos políticos no son, únicamente, los políticos profesionales, sino
fundamentalmente el conjunto de los venezolanos, lo que se está poniendo de
relieve es el carácter horizontal de las tomas de decisiones gubernamentales;
éstas ya no descansarán en el Poder Ejecutivo, sino que éste estará acompañado
en la toma de decisiones por el Poder Popular. En apariencia, el Estado lo que
intenta crear es una relación de paridad entre sus estructuras decisionales y
el nuevo sujeto político participativo y protagónico: el pueblo-excluido de la
IV República, tal y como lo denominó la Revolución Bolivariana. La relación
entre ese sujeto pueblo-excluido y el Estado tiene, en apariencia, un
carácter orgánico y complementario.
Por
un lado, el Estado lo que busca es crear los mecanismos para que el pueblo sea
un sujeto efectivamente decisor. En ese sentido, el Estado acompaña al
Poder Popular (esta será la denominación establecida por el Estado revolucionario)
en la organización de sus prácticas políticas; provee de mecanismos jurídicos e
institucionales para que este nuevo sujeto de la política venezolana asuma su
rol como parte del Gobierno. Es el Poder Popular (PP) el eje central de esta refundación
de la patria; en éste descansa la soberanía (artículo 5 de la Constitución de
1999), el factor clave y distintivo de la democracia bolivariana.
La
idea del empoderamiento popular toma sentido y crea un clima participacionista
nunca antes visto en el país. Los esquemas y preceptos que acompañan al PP
logran instalarse en la sociedad con una animosidad única; sectores políticos
de vieja data comienzan a “caer en cuenta” de sus errores cuando tuvieron sobre
sí los destinos del país. Mientras la democracia puntofijista se establecía
sobre las bases y supuestos de la democracia liberal
(representativa-delegativa), teniendo en el voto la expresión más auténtica de participación
política; Chávez y su equipo de Gobierno no sólo redefinía las bases del
juego democrático nacional, sino que colocaban en el centro de esas
transformaciones al Poder Popular, representado por los sectores marginados de
la IV República, lo que el chavismo denominó como los excluidos
de la IV República.
El
discurso de la democracia participativa y protagónica no sólo operó como un
enunciado animoso, sino que sentó las bases jurídicas e institucionales para
que esa prédica trascendiera del enunciado animoso y reivindicador y tomara
cuerpo en la dinámica social, política, económica y cultural del país. Detrás
del discurso del chavismo había acciones concretas tendientes a crear todo el
andamiaje jurídico e institucional para que el PP fuese una realidad. La idea
era que todo el aparataje estatal y gubernamental operase bajo estos nuevos
marcos. Era, sin dudas, un concepto que redefinía por entero el sistema
democrático liberal en Venezuela e instalaba la idea del Poder Popular (PP).
Asimismo, no dejaba de ser una idea muy seductora, sobre todo para los sectores
subalternos (el pueblo-excluido), que vieron en la emergencia e instauración
del PP una oportunidad de redención socio-política y económica.
En
este nuevo escenario, la democracia participativa y protagónica propiciaba un
“achicamiento” entre el pueblo-excluido y las instancias gobernativas y
estatales; fundamentalmente, veía cómo se achicaba la distancia entre el
pueblo-excluido y el líder de la Revolución Bolivariana: Hugo Chávez. Esa cercanía
entre el líder y el pueblo supuso un trabajo simbólico-discursivo de
identificación radical entre el líder y los sectores populares; en ese
entramado, los medios de comunicación estatales ocuparán un lugar privilegiado,
sobre todo la televisión. La idea central de la estrategia era crear ese
vínculo unitario entre el líder y la masa popular, generando así una suerte de
sellado: una biunidad esencial, atávica e identitaria entre Hugo Chávez
y el pueblo-excluido de la IV República.
Chávez
y el chavismo emergen, bajo ese enfoque, como lo más representativo del orden
de lo popular y nacional. En muchísimos casos, esa biunidad entre el
pueblo-excluido y el presidente Chávez se establecía en el orden
discursivo-propagandístico: nominativamente el propio Hugo Chávez y el aparato
de propaganda oficial hablaban del “Presidente-Pueblo”[4].
La unificación entre ambas entidades es necesaria para el establecimiento de un
terreno común y, sobre todo, ideales compartidos. En la medida que no haya diferenciación
entre el presidente y el pueblo-excluido, la relación biunitaria
adquirió la dimensión de una tautología: Chávez es el pueblo y el pueblo es
Chávez.
La
democracia participativa y protagónica como narrativa política
Con
la Revolución Bolivariana, Venezuela se convirtió en el primer país de la
región en plantear un proceso de empoderamiento social y político por parte de
los sectores sociales más depauperados (el pueblo-excluido). La Revolución
Bolivariana enfoca sus esfuerzos en el pueblo-excluido, éste será el sujeto
político a partir del cual ejecutará sus planes y políticas gubernamentales. Es
un sujeto excluido que, en lo sucesivo (con la asunción de la Revolución
Bolivariana como Gobierno), será el protagonista de la transformación política,
social, económica y cultural del país. Al caracterizar el modelo democrático
participativo y protagónico, la Revolución pone de relieve las formas en la que
se configura el PP como contra poder, en tanto que no responden a los esquemas
tradicionales democrático-liberales. Dick Parker apuntaba lo siguiente respecto
del paradigma democrático que inaugura la Revolución Bolivariana:
Basta
señalar que buscaba el empoderamiento de las comunidades locales, y la
promoción de las organizaciones populares como complemento a una política
estatal diseñada a dar prioridad a la solución de los problemas más sentidos
por la población y a revertir el prolongado proceso de disminución de los
gastos sociales aportados por el Estado. (Parker, 2006: s. /p.).
Como
se observa, la idea central del modelo democrático participativo y protagónico
giraba en torno al sujeto subalternizado, sobre todo (como señala Parker)
apunta hacia “el empoderamiento de las comunidades locales”. Al colocar el
acento en ese empoderamiento, y que sean las propias comunidades quienes
determinen cuáles son sus necesidades más prioritarias, se establece un nuevo
modelo de política pública que, en principio, quiebra con la lógica estadocéntrica
(las instituciones del Estado pensando y planificando los proyectos de las
comunidades, propio del modelo político liberal tradicional) e inaugura un
nuevo esquema de gobernanza: el pueblo como sujeto constructor de su propio
devenir histórico-político. El diseño de las políticas públicas va a contar con
la participación de ese sujeto otrora excluido del juego político. Ahora este
sujeto es decisor y constructor de su propio destino.
Lo
inédito del modelo democrático participativo y protagónico necesariamente iba a
verse obstruido por contradicciones e, incluso, fracasos. Pero todo ello era
previsible, fundamentalmente porque se trataba de un nuevo marco de relaciones.
Aun así, el modelo lucía interesante, principalmente porque daba al traste con
el modelo democrático liberal-tradicional, donde la política y lo político
estaban en relación directa y específica con los “políticos profesionales”. Los
sustentos conceptuales sobre los cuales se fundaba la propuesta del
participacionismos y protagonismo lucían prometedores, dado que se establecía
un viraje en el esquema democrático tradicional: con la Revolución, el sujeto
de la democracia no tenía que ser “el profesional de la política” (el
político-representante-delegado), sino el conjunto de las voluntades humanas
que componen el abigarrado plexo social, fundamentalmente los sujetos más
vulnerables: el pueblo-excluido.
En
esta nueva configuración de las relaciones políticas, el Estado aparece como un
acompañante en la planificación, organización, financiamiento y
ejecución de las políticas públicas. En términos más generales, la instauración
de la democracia participativa y protagónica estaba sentando las bases de un
contrapoder, dado que la acción gubernamental está acompañada (se
trataría de una relación de co-Gobierno) por un actor que, stricto sensu, es,
cuando menos, contrario a las lógicas propias del Estado moderno.
Bajo
esos marcos, la democracia participativa y protagónica parece superar (pone en
cuestión todo el aparataje conceptual-procedimental de la democracia
representativa-liberal) el dilema entre politeuma (poder constituido):
el Estado, el Gobierno, los partidos políticos, en definitiva, la lógica
representacional y delegativa propia de la democracia liberal; y politeia
(poder constituyente): el sujeto pueblo en su conjunto, admitiendo su condición
de ciudadano total, aquél que no sólo participa de la política a
través del voto (a la usanza de la democracia liberal-tradicional), sino que
decide y construye, de facto, su propio devenir histórico-social al ser un
sujeto político decisor-gobernante. El nuevo modelo democrático se decanta por
el sujeto pueblo como poder originario —poder constituyente (politeia)
—. Más aún, este esquema democrático le da cuerpo y valor sustantivo al kyrion,
un poder soberano que no estaría en manos de unos pocos (los políticos-técnicos
de la democracia liberal), sino de los ciudadanos en su conjunto;
principalmente, el poder soberano (kyrion) va a recaer en las manos de
quienes fueron excluidos (como siempre enfatiza la Revolución) de la política
tradicional venezolana. En esa dirección, Margarita López Maya, alude a la
democracia participativa y protagónica en estos términos:
Se
entiende por aquélla una concepción sustantiva de la democracia, donde se
combinan formas de participación representativa y directa en lo político, con
diversas modalidades de participación individual y comunitaria en diversos
ámbitos de la vida social. No sólo se trata de participación política, sino
también en la esfera social y económica (…) En este nuevo modelo el énfasis es
totalmente opuesto, al menos en términos teóricos, pues es la participación de
los ciudadanos y comunidades, en particular la participación de los excluidos,
más que la acción del Estado, el eje clave para superar el problema de la
exclusión o la condición de no ciudadano. Según el proyecto bolivariano, la
exclusión es un problema estructural, existen vastos sectores de la población
que están excluidos social, cultural y económicamente desde los tiempos
coloniales. Y es éste el principal obstáculo para alcanzar el desarrollo y/o la
democracia. (López Maya, 2006: s. /p.)
Como
se aprecia, la investigadora venezolana hace énfasis en la participación de los
sujetos excluidos en este nuevo esquema democrático. Se transforma y desplaza el
eje político y un nuevo sujeto de la política asume un rol transformador dentro
del esquema democrático propuesto por el chavismo, al ser él mismo el
constructor de su propio destino político-social. De esta manera, el destino de
la comunidad política no dependerá de los agenciamientos político-institucionales
de un extraño a la comunidad (rol que cumplía, en la lógica representacional,
el operador político-representante); sino que la comunidad, en su condición de
sujeto padeciente (sobre él recaen las injusticias de un sistema democrático
liberal-representacional que no satisfizo las necesidades más básicas de la
población, de allí la reiterada mención a los sujetos excluidos) será quien
gestione, en funciones cogobernativas, la vida y el desarrollo de la
comunidad política.
Como
reconoce López Maya (2006), la exclusión es un problema estructural que viene
“desde los tiempos de la colonia”; aunque el chavismo señalará, de forma
insistente, a la IV República (Pacto de Punto Fijo) como el artífice de la
exclusión social. Es allí, en esos cinturones de marginación y depauperación
social (los excluidos) donde el chavismo encontrará a su sujeto político. Hay
que destacar que este sujeto político del chavismo es porcentualmente
mayoritario; por lo que tener su confianza y apoyo será estratégico para el devenir
del todo el proceso revolucionario, sobre todo en las instancias electorales.
Ahora
este sujeto excluido, en su condición de “no ciudadano” (López Maya dixit), no
sólo tiene un estatus de ciudadanía distinta, sino que esta ciudadanía le
otorga nuevos y potentes mecanismos de participación y protagonismo políticos.
El viraje hacia la lógica participacionista y protagónica también implica la
gestación de un nuevo orden de ciudadanización. Esta ciudadanización estará
guiada, desde el principio, por el Estado, más específicamente por los
organismos gubernamentales y por el partido político de la revolución: en los
primeros años de la Revolución Bolivariana, el Movimiento Quinta República
(MVR) y, con aún más empuje e influencia, por el Partido Socialista Unido de
Venezuela (PSUV). En cualquier caso, la figura del Estado siempre estará
presente en este proceso de conformación del sujeto político de la Revolución.
El propósito fundamental es superar el proceso de exclusión a través del nuevo
esquema de relaciones político-social que está sustentado en la inclusión de
los sectores populares:
Para
superar esta situación, es clave la acción de los mismos afectados, que serán
responsables principales de encontrar las formas de trabajar para comenzar a
solventar sus problemas. El Estado, según esta óptica, es corresponsable con
estos sectores, y los “acompaña” promoviendo un “equilibrio social” a través de
su acción planificadora. El Estado crea condiciones para el empoderamiento de
las comunidades. (López Maya, 2006: s. /p.).
En
la visión política de la Revolución la acción política se traslada desde la
representatividad liberal (el voto liberal y los procesos de ciudadanización
formal-normalizados), a la política del padecimiento. Es desde “la acción de
los afectados”, como sostiene López Maya, a partir de lo cual se van a llevar a
cabo las políticas públicas. Lo que se plantea es la no intermediación
política por parte de sujetos ajenos a la vida política y social de las
comunidades; será el sujeto pueblo quien a partir de sus propias realidades
(política del padecimiento) va a gestionar y transformar las acciones
político-sociales que satisfagan sus propias necesidades.
¿Acompañamiento
o tutelaje?
En
todo este proceso de redefinición de la democracia venezolana, el Estado
siempre estuvo presente. No sólo sentó las bases constitucionales del nuevo
orden republicano y democrático a partir de la Constitución de 1999, sino que
hay un acompañamiento constante en todo el proceso de organización del
poder popular. Pero la expresión acompañamiento tiene, según vemos,
intenciones que van más allá de la mera organización y redefinición del marco
democrático que se quiere echar andar. En modo alguno se trata de un mero acompañamiento
burocrático-logístico. Ese acompañamiento por parte de los
organismos del Estado en la constitución del nuevo orden democrático adquiere
la condición de tutelaje. El Estado es quien termina por establecer toda
la dinámica constitutiva del Poder Popular. En lo sucesivo, ese PP será una
correa de transmisión de los principios y fines del Estado, sobre todo del
binomio Gobierno-Partido (PSUV). La democracia participativa y protagónica,
desde sus inicios, estará condicionada por los imperativos del Estado.
Habría
que leer en código crítico aquello de que: “El Estado crea condiciones para el
empoderamiento de las comunidades”, tal y como expresa López Maya (Ibídem). Por
una parte, se admite que sí, en efecto, se crean las condiciones materiales y
objetivas para el establecimiento de un nuevo orden democrático (participativo
y protagónico). Sin embargo, en la configuración de esas bases gnoseológicas,
programáticas, filosóficas y políticas del nuevo modelo democrático; es el
Estado quien establece esos marcos, por tanto, confecciona al Poder Popular (lo
tutela y, en la práctica, lo coopta).
Es
difícil pensar que detrás de esos procesos democratizadores (participativos y
protagónicos) auspiciados por la lógica estatal de la Revolución Bolivariana,
no existan intereses más complejos, sobre todo si se entiende, partiendo de la
teoría del Estado, que aquél es una estructura reaccionaria que siempre apuesta
a su auto reproducción y, sobre todo, a su auto preservación. Más allá del
signo político-ideológico del Estado (que en una “concepción ideal” no
debiera tener ningún signo de este tipo, sino que debería ser una suerte
de estructura de poder “neutra” que vele por el conjunto de los
ciudadanos), éste siempre preserva sus intereses y apunta hacia sus fines.
Es
posible admitir, preliminarmente, que por el carácter inédito del proceso
constituyente (ya no como proceso para redactar un nuevo marco constitucional,
sino para empoderar a los sujetos subalternizados como sujetos decisores de la
política), el Estado esté acompañando la construcción de un nuevo sujeto
político, ergo, de una nueva racionalidad política, social, económica y
cultural. Lo que se observa con cierto dejo de cuestionamiento es lo siguiente:
¿Hasta dónde condujo ese acompañamiento? ¿Hasta qué punto son enteramente
nobles y legítimas las intenciones del Estado en este acompañamiento,
sobre todo si se toma en cuenta que en la emergencia de un nuevo sujeto
político-decisor (el pueblo-excluido), está implicada (necesariamente) la
pérdida de protagonismo del propio Estado en su condición de hegemón?
Lo
que se intenta resaltar es que en este proceso de empoderamiento del Poder
Popular inaugurado por la Revolución Bolivariana: redefinición del marco
democrático venezolano, la configuración de un nuevo sujeto de la democracia
(uno que se adapte al modelo participativo y protagónico); la actuación del
Estado en modo alguno es imparcial, neutra o, para ser acuciosos en los
juicios, “ingenua”. En principio, no se está cuestionando su participación como
garante de institucionalidad y su rol contralor en los procesos
político-sociales.
Hay
que recordar que con el chavismo el Estado adquiere un rol central y decisivo
en la vida política, social y económica de los venezolanos. A diferencia del
planteamiento neoliberal, donde el Estado se aparta (Estado débil)
y deja que la lógica corporativa signe el quehacer político-institucional
(sobre todo en el plano económico-productivo y su consecuente repercusión en el
plano social y político); el Estado revolucionario tiene la característica de
ser una estructura fuerte (sobre todo esa parte del Estado que es el Poder
Ejecutivo).
Cabe
destacar que, en ese proceso de reconfiguración estatal, el Poder Ejecutivo
aglutinará mayor fuerza. Se crean dos nuevos poderes: el Poder Electoral y el
Poder Ciudadano (además de los poderes secularmente existente desde la
Revolución Francesa de 1789: Ejecutivo, Legislativo y Judicial). En todo caso,
el Ejecutivo termina condicionando todos los demás poderes; éstos quedan en
relación de subordinación (y subsumidos) en el Ejecutivo. De hecho, se
instaura una estructura de poder tripartita: Gobierno-Estado-Partido —Partido
Socialista Unido de Venezuela—. Esta estructura opera bajo un enfoque
interdependiente y la relación entre sus partes es orgánica; no se “entorpecen”
uno a otro; sino que existe una armonía de movimiento y ejecución en esa
estructura de poder tripartito.
Como
tal, esta estructura tripartita no está institucionalizada, no existe
formalmente dentro del andamiaje estatal ni gubernamental, pero en la práctica
opera de forma directa sobre todo el proceso político-institucional del país.
El Gobierno-Estado-Partido está presente en cada una de las instancias del
Poder Popular, a saber: Consejos Comunales, Unidades de Batalla Bolívar-Chávez,
las comunas, el sistema de medios alternativos y/o comunitarios, los comités de
tierra, de agua, de pescadores, entre otras instancias de empoderamiento
popular. El Gobierno-Estado-Partido está intrínsecamente relacionado con todas
y cada una de estas expresiones del PP.
Antes
bien, al inscribir la lógica de lo popular en la lógica estatal-gubernamental,
el aparato logra legitimar su marco de acción: es una expresión del Poder
Popular que él mismo configuró y dotó de sentido, pero que, como señala Varó
(2011), maniata y coloca en situación de subalternidad cualquier intento serio
de empoderamiento popular. De esta manera, el aparato Gobierno-Estado-Partido
se sirve de la figura del PP para establecer su legitimidad; la fórmula se
resuelve, en términos discursivos-propagandísticos, así: ¡Qué mayor legitimidad
puede tener un Gobierno si es la expresión directa del demos y del
propio kyrion! Todo ello adquiere mayor relevancia (y un amplio margen
de verosimilitud) dado que, en efecto, se crearon los mecanismos para empoderar
al pueblo como sujeto constructor de su propio destino político-social e
histórico. Pero ese proceso de (aparente) empoderamiento estuvo siempre
tutelado-condicionado por el aparato Gobierno-Estado-Partido, a tal punto que
terminó por cooptarlo de principio a fin.
Lo
que se pone en cuestión (e interpela) es que ese proceso de empoderamiento
parte de un falso supuesto: el Estado creando las bases para compartir y
delegar su poder decisional absoluto (leviantánico) con otro actor: el
Poder Popular. De ser así, el Estado entraría en un proceso sistemático de
desmontaje, cuando menos; dado que compartiría su poder con un sujeto que, en
definitiva, terminaría por desplazar su estructura reaccionaria (su capacidad leviatánico-hegemónica)
e inauguraría un nuevo esquema político con una presencia estatal difusa o muy
debilitada. Lo que se desea explicitar es que esa convocatoria a la
construcción de un contrapoder (encarnado en el Poder Popular) que hace el
Gobierno-Estado-Partido no resulta convincente. Si fuese de esa manera, el
Estado estaría sentando las bases para su extinción como sujeto hegemónico.
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