MATER DOLOROSA: GALDÓS Y EL MITO DEL
CARÁCTER NACIONAL EN LA HISTORIOGRAFÍA ESPAÑOLA.
IÑAKI VÁZQUEZ
LARREA.
RESUMEN:
En 1970 Julio Caro Baroja
publicaba El Mito del Carácter Nacional. En él se argumentaba que el
carácter nacional español tiene un fundamento mítico, no científico. El
presente ensayo es un breve recorrido sobre el uso y el abuso del concepto
tanto en la Historiografía liberal como conservadora española, con especial
énfasis en los Episodios Nacionales de Galdós.
Palabras claves: ilustrados,
Unamuno, Ortega, Galdós, Baroja, Pidal
ABSTRACT:
In 1970 Julio Caro Baroja
published El Mito del Carácter Nacional. In
it is argued that the so called spanish national character has a mythical
basis, not a scientific one. The current essay is a brief path along the use and
the abuse of the concept both in the conservative and liberal Spanish
historiographical tradition, with an special focus on Galdo´s Episodios
Nacionales.
Key
words: Enlightenment, Unamuno, Ortega,
Galdós, Baroja, Pidal.
“Considero, en
efecto, que todo lo que sea hablar de “carácter nacional” es una actividad
mítica; es decir, que el que habla o charla se ajusta a una tradición más o
menos elaborada, sin base que pueda apoyarse en hechos científicamente observados
y observables, tradición que tiende a explicar algo de modo popular y que de
hecho cambia más de lo que se cree o dice”
Julio Caro Baroja
“La nación era el marco
general de la visión historiográfica”
José Antonio MaravalL
Desde sus inicios la
moderna historiografía española adoleció de un mito iniciático roussoniano, de
contrato social entre ciudadanos. Los ilustrados prefirieron buscar una Arcadia
medieval corrompida por males exteriores legitimando legendismos
particularistas basados en antañones cronicones (Juaristi).
Tal y como afirma Álvarez
Junco:
“Realizaban así los
ilustrados una maniobra típica de los nacionalismos, de proyección hacia el
exterior del origen de los males propios, liberando al ente nacional de toda
responsabilidad por sus infortunios pasados. La responsabilidad por las
desgracias colectivas recaía sobre un elemento “extranjero”, en este caso una
dinastía germano-flamenca. Aquella interferencia foránea torció el curso
“natural” de España hacia la libertad (José Álvarez Junco,
pag.218)”.
Jovellanos, a este
respecto, ya hacía acopio del mito de causa comunera perdida, la causa
medieval castellana vencida “por la intriga y la fuerza”, pero no por la
“razón”, pues le avalaría el derecho de “supremacía” de una
eterna nación ya preexistente.
Se trataría de una forma
de justificar no solo la convocatoria de una asamblea representativa de la
nación en 1810, sino también los radicales cambios institucionales y
legislativos que se planteaban ante aquella asamblea. Se estableció como una
verdad inconcusa que un sistema de limitación y control de los poderes y
defensa de las libertades ciudadanas no era ninguna novedad en España, sino que
respondía a unas formas de convivencia que habían existido en la historia del
país en los momentos en que este no había estado sometido a una dominación
extranjera; es decir era justamente lo que se adecuaba al carácter y al genio
nacional español.
La tradición historiográfica
liberal decimonónica fue fiel a este patrón sin excepción. Aparentemente el
desencanto liberal de Galdós en Los Episodios Nacionales nos acerca al
naturalismo de Zola, pero no es sino el canto desesperado de la gesta de un
pueblo heroico ahistórico traicionado por su élite dirigente.
En Trafalgar, dice
Benito Pérez Galdós en boca de Don Alonso: “El honor de nuestra nación está
empeñado-contestó don Alonso-, y una vez metidos en la danza sería una mengua
volver atrás. Cuando el mes pasado en Cádiz en el bautizo de la hija de mi
primo, me decía Churruca: Esta alianza con Francia y el maldito tratado de San Ildefonso,
que por la astucia de Bonaparte y la debilidad de Godoy se ha convertido en
tratado de subsidios, serán nuestra ruina, serán la ruina de nuestra escuadra,
si Dios no lo remedia, y, por tanto, la ruina de nuestras colonias y del
comercio español en América. Pero, a pesar de todo, es preciso seguir adelante
(Benito Pérez Galdós, pag 10)”.
En el episodio del 19
de marzo y el 2 de mayo, el tono es aún más dramático: “Animo hijas
mías. No lloréis. En este día el llanto es indigno aun en las mujeres ¡Viva
España! ¿Vosotras sabéis lo que es España? Pues es nuestra tierra, nuestros
hijos, los sepulcros de nuestros padres, nuestras casas, nuestros reyes,
nuestros ejércitos, nuestra riqueza, nuestra historia, nuestra grandeza, nuestro
nombre, nuestra religión. Pues todo esto nos quieren quitar. ¡Muera Napoleón! (Benito
Pérez Galdós, pag.251)”.
Con
el trascurso del relato los Episodios trazan rasgos esperpénticos (si
bien Valle- Inclán nunca se identificó con ellos), hasta llegar a Misericordia
(1987), testimonio máximo de su desilusión ideológica, donde España se
trasmuta definitivamente en Mater Dolorosa (de ahí el tono religioso de
la misma). Una madre patria, que yace agónica, pendiente de ser redimida
y salvada.
A este respecto, Nina
(protagonista de la obra) representa el vía crucis nacional, cuya
dignidad mendicante otorga una brizna de esperanza a la resurrección
esencialista de España: “Llegué hasta donde pude; lo demás hágalo Dios, si
quiere (Benito Pérez Galdós, pag, pag.230)”.
Unamuno fue fiel a la
tradición liberal en su concepto de intrahistoria; el genio nacional
traicionado por el supuesto fanatismo y absolutismo de los Habsburgo. Incluso
Pidal habla de un espíritu nacional a partir del romancero, “máxima
expresión del alma popular (Álvarez Junco, pag. 333)”.
La supuesta excepción
Orteguiana resulta engañosa. De hecho Ortega partía de la historicidad de la
nación, había leído a Renan y hacía suya la idea del plebiscito cotidiano, para
caer luego en un esencialismo agónico al considerar que España estaba constitutivamente
enferma por el imperio de las masas y los particularismos. Lo cual aleja a
Ortega de Renan para acercarlo a Herder o a Fichte los padres del
primordialismo nacionalista.
¡Y Qué decir de la
Historiografía conservadora! El nacional catolicismo canovista de Menéndez
Pelayo, para quien en su Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882), España
era una, monolítica, católica, Imperial e inmutable: “España martillo de
herejes, Luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…esa es nuestra
grandeza y nuestra unidad. No tenemos otra”.
De ella se nutrió el
clima intelectual que desembocó en el franquismo, que “heredó lo fundamental
de la visión católica conservadora de la historia nacional elaborada en la
segunda mitad del XIX, antológicamente expuesta por Marcelino Menéndez Pelayo.
Conocemos bien su idea central: España era una nación milenaria destinada
providencialmente a la defensa de la verdadera fe, catolicismo romano, que
había llegado a la hegemonía mundial cuando había sido fiel a esta misión y
había decaído al desviarse de ella ( José Álvarez Junco, pag 343)”.
Habría que esperar a José
Antonio Maravall y Julio Caro Baroja (en la década de los setenta del siglo XX)
para que el punto de partida de la historiografía española dejase de ser la
identidad nacional.
BIBLIOGRAFÍA:
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FUENTE MONGE, G.: El Relato Nacional (Historia de la Historia de España),
Taurus, Madrid, 2017
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PÉREZ GALDÓS, B.: Misericordia,
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