Resumen
En el presente trabajo se observará un
gran debate de diferentes historiadores sobre el Imperio Romano de Occidente,
en el mismo emergerán el pensamiento antiguo y profano, la irrupción del
cristianismo y el impacto que produjo al pensamiento pagano tradicional, como
así también el lenguaje imperante entre los pensadores del pasado
Abstract
In the present work a
great debate of different historians about the Western Roman Empire will be
observed, in it the ancient and profane thought will emerge, the irruption of
Christianity and the impact it produced on traditional pagan thought, as well
as the prevailing language between the thinkers of the past
La Historia Augusta:
disidencia política, social y religiosa al final del Imperio Romano de
Occidente
Miguel Pablo Sancho Gómez
Universidad Católica de Murcia
mpsancho@ucam.edu
Introducción
Con motivo del
simposio internacional “Days of Justinian”, que se celebra en Skopie (Macedonia
del Norte), tuvimos ocasión de mantener una amena charla con el eminente profesor
Anthony Kaldellis, presidente del departamento de Estudios Clásicos de la
Universidad Estatal de Ohio. Son plenamente reconocidos sus excelentes trabajos
sobre el Imperio Bizantino, y muy especialmente sobre la figura neblinosa y
enigmática del historiador Procopio de Cesarea (c. 500 – c.565), como su Tyranny,
History, and Philosophy at theEnd of Antiquity.Era el 15 de noviembre de
2019, pocos meses antes del comienzo de la pandemia, de la que por entonces aún
no se sospechaba nada. De la interesantísima conversación, rescataremos una
anécdota ahora.
Tratábamos sobre el
tema de las disidencias en el autocrático Imperio Romano Tardío.Con aire jovial
y divertido, Kaldellis (que para nuestra sorpresa, también habla español), se
refirió al autor de la Historia Augusta como un troll, utilizando el
argot de internet tan en boga entre los jóvenes de hoy.
Curiosamente,
apenas un año antes, en 2018, habíamos publicado nuestro libro “La religión del
autor de la Historia Augusta”, en el que se nos hizo evidente que además de los
numerosísimos problemas textuales, los denominados tradicionalmente ScriptoresHistoriaeAugustae
ofrecen una enorme cantidad de alusiones, en su mayoría tristemente imposibles
de descifrar hoy, y varios mensajes de fondo, cargados de polémica política y
religiosa.
El descuidoy/o la inadvertencia presente en el textohan hecho pensar a varios
meritorios eruditos que nos encontramos ante una obra absurda, sin propósito. Ronald
Syme afirmó que se tratadel más enigmático escrito que haya llegado hasta
nosotros en toda la Antigüedad. Pero tuvo una función, o varias, que
intentaremos mostrar aquí.
Un
Imperio autocrático y opresivo
No obstante, antes
de comenzar a tratar el tema de la Historia Augusta, creemos necesario poner en
antecedentes al lector sobre las características e idiosincrasia del Imperio
Romano Tardío, por las diferencias notables que alberga respecto al
“Principado” de Octavio Augusto o a la más popular y conocida época republicana
de César.
A comienzos del
siglo III las estructuras urbanas, sociales y económicas del mundo clásico
mediterráneo permanecían casi a pleno funcionamiento, pero una vorágine de
alteraciones, muchas ellas de carácter traumático, desembocaron finalmente en
lo que se ha venido a conocer como el “Nuevo Imperio” de Diocleciano y
Constantino[3].
Un estado militarizado y autocrático, que en muchos aspectos se gestionaba como
una fortaleza asediada, sustituyó a la anterior red de ciudades liderada por
aristocracias locales, donde todavía se podía comprobar el evergetismo y el
orgullo cívico transmitido durante siglos por medio de instituciones de
gobierno desempeñadas por dinastías nobles desde los tiempos remotos (Williams
1985, 13-38; DeBlois 2018, 1-37). La burocracia crece y se militariza, y la
maquinaria estatal pasa a funcionar como un cuartel. Son tiempos duros, donde
la supervivencia del Imperio está condicionada a una recaudación brutal y
despiadada, en la que los temibles agentes in rebus husmean cualquier
atisbo de descontento o inquietud en una población atemorizada y con frecuencia
sobrecargada de impuestos (Santos Yanguas,1977, 127-139). Se trata en verdad de
un “estado policíaco”, como se mencionó en una de las mejores obras sobre el
tema (Coercitio: véase González Blanco, 1998, 107-108). La sociedad
quedará dividida en dos clases, honestionres y humilliores. A la
gran aristocracia senatorial y terrateniente se unirán los altos escalafones
del ejército, el funcionariado y la jerarquía cristiana, copada por la nobleza
provincial y enriquecida por sinnúmero de donaciones y testamentos, formando el
primer grupo. Los segundos,mayoritariamente campesinos, sometidos a toda clase
de abusos, exacciones y opresiones, reaccionarán a menudo con evasiones (pese a
que los colonos rurales ya habían quedado atados por ley a la tierra) y con
movimientos subversivos y revueltas, como los casos de los circumcelliones
en África (Blanco Robles, 2019, 258-283) y los bagaudas en Galia e
Hispania (Barbero y Vigil, 1968, 81-89). Las desigualdades sociales y la brutal
presión fiscal serán denunciadas incluso desde dentro de la Iglesia, como en el
caso de Salviano de Marsella, con su célebre De Gubernatione Dei (Rodrigo
Mora y Escribano Maenza, 2019).
Con Diocleciano,
casi veinte años habían pasado desde el último soberano procedente de la
aristocracia romana (Galieno, asesinado en 268), y el ejército, junto al propio
estado, era dirigido por hombres de oscuro linaje, oriundos del campo, que se
alistaron como reclutas y que por méritos de guerra ascendieron en el escalafón
hasta alcanzar el generalato, los estados mayores y por último el poder
supremo. Es el Soldatenkaiser, el militar profesional que, sin redes
clientelares civiles o urbanas, sin ser noble o pertenecer al senado, se hace
con el control en momentos difíciles e inestables, a menudo desesperados; se
trata de una figura primordial, excelentemente tratada en su día por el
estadounidense Brauer (1975) y más recientemente, en una meritoria monografía
alemana (Johneet al., 2008). Estos gobernantes de origen balcánico
supieron enderezar el rumbo pese a las numerosas pandemias, plagas, invasiones
y usurpaciones, que llegaron a partir el estado romano en tres (Alföldy, 1974,
89-111; Potter, 2004, 263-298). La fuerza nueva de este “Nuevo Imperio” queda
así marcada por el surgimiento de los denominados Emperadores Ilirios,
que, al igual que sus aguerridos soldados, resultaban ajenos tanto a las
refinadas y tradicionales instituciones urbanas como a los estudios liberales
que constituyeron la base de la educación para las clases altas grecorromanas
hasta ese momento.
Constantino perfeccionará y aumentará esa maquinaria imperial de control y
mando, añadiendo, en la forma de los obispos cristianos, una nueva faceta a esa
autocracia represiva: la coacción religiosa (Nixey, 2018).
La
inflexible y estrictalegislación del “Nuevo Imperio”
¿En qué ambiente
social y religioso se escribió la Historia Augusta? Nos encontramos ya en el
tiempo del Imperio Cristiano, en el que los mecanismos de poder imperial se
habían puesto al servido de la Iglesia “oficial” y de su marcada ortodoxia, que
ponía fuera de la ley a cualesquiera disidentes o discrepantes, herejes o
paganos.La ofensiva legal contra el culto tradicional, esto es, la religión
romana, fue concienzuda y planificada. Ya en 385, Teodosio
exhortó a Cinegio, su Prefecto del Pretorio de Oriente, a hacer cumplir la
prohibición de los sacrificios con propósitos divinatorios (Codex
Theodosianus XVI 10, 9). Recuérdese que Cinegio eraun afamado destructor de
templos y celoso cristiano. La ley contra la magia del 16 de agosto de 389 (Codex
Theodosianus IX 16, 11) fue sucedida poco después la famosa ley del 24 de
febrero de 391, que prohibía expresamente la adoración de ídolos, los
sacrificios y el culto en los templos (Codex Theodosianus XVI 10, 10).
Se contemplaban multas monetarias: los miembros del aparato de gobierno y la
burocracia pagarán en función de su status (los funcionarios superiores
sufrirán penas más pequeñas, los secretarios y servidores de rango bajo, más
elevadas: así era la sociedad tardía, dividida, como hemos señalado, enhonestiores
y humilliores).Codex Theodosianus XVI 7, 5 (11 de mayo o 9 de
junio del año 391) manifiesta que personas de rango o clase heredados
familiarmente que abandonasen el cristianismo serán castigados con la pérdida
de dichos honores y posición, además de estigmatizados con infamia.La ley del 8
de noviembre del 392 prohibía las ofrendas de incienso y los sacrificios a
imágenes, así como el uso de cualesquiera artes adivinatorias; también se
amenaza con multas a los jueces que no la hagan cumplir (Codex Theodosianus
XVI 10, 12; véase también Jiménez Sánchez, 2010, 1088-1104).
Del mismo modo,
existían severos castigos para quienes regresaban al paganismo: Codex
Theodosianus XVI 7, 1 (2 de mayo del año 381) manifiesta que los cristianos
(re)convertidos al paganismo perderán su derecho de testamentar; cualquier
testamento redactado en esas circunstancias quedará invalidado.Codex
Theodosianus XVI 7, 2 (20 de mayo de 383) muestra una aclaración de la
anterior ley; los cristianos que regresen al paganismo no podrán testamentar ni
dictar su última voluntad. Los catecúmenos cristianos no podrán legar a nadie
sus posesiones, salvo a sus herederos naturales, hijos o hermanos. Lo mismo se
aplica a los que recibieron la propiedad de un testamento. Codex
Theodosianus XVI 7, 3 (21 de mayo de 383) es una aclaración de la ley anterior.
Los cristianos que se conviertan al paganismo, judaísmo, u otra religión,
pierden el derecho de hacer testamento. Los maniqueos y similares serán castigados
si se descubren sus reuniones, con la obligación de legar sus bienes a otros
familiares o al estado.
Creemos que la
legislación descrita, junto a los numerosísimos relatos de cierre y destrucción
de templos que aparecen en las fuentes cristianas, dan una aproximación
bastante palpable de la intransigencia y represión que tuvieron que vivir
cualesquiera individuos fuera de las categorías religiosas oficiales, y muy
especialmente los “paganos”, entre los que se contó nuestro autor de la
Historia Augusta. Según mostramos en nuestra reciente obra, incluso podemos
pensar que se introdujeron veladas, cuando no crípticas, alusiones a la
destrucción de templos que ocurrían en su tiempo, y que sin duda el autor
reprobó (Sancho Gómez, 2018, 21). El fenómeno, qué duda cabe, resulta una de
las características principales del momento (así en Hahn, Emmel y Gotter,
2008). Pero la entrada de fieles de la antigua religión en templos cerrados,
usando la fuerza, muestra una pervivencia (y resistencia activa) del paganismo,fenómeno
que a menudo se ha obviado. Pensamos que el autor de esta misteriosa serie de
biografías imperiales pertenecía de corazón (o de facto) a esos círculos: gentes
de entrada furtiva en recintos clausurados, con el fin, desafiante, de realizar
sacrificios y reanudar el culto antiguo, “abriendo sus cerrojos, desatrancando
las puertas y colgando guirnaldas de ellas”.
Problemática
de la obra: la Historia Augusta y sus grandes dificultades
“More to the point, a wilful and constant
perversity. The author alters names and facts, from habit or to display an
ostensible erudition”.
Vitae
diuersorumprincipum et tyrannorum a DiuoHadrianousque ad Numerianum a
diuersiscompositae, es el título con el que la obra ha sido
conservada. Pero se ha impuesto la denominación de “Historia Augusta”, que
propuso Isaac Casaubón en su edición de 1603. Nos encontramos, teóricamente,
con seis autores que escriben las biografías de los soberanos desde Adriano
hasta Carino (años 117 a 285), y las dedican a Diocleciano y Constantino (espacio
que abarca los años 284 a 337). Pero en realidad hay mucho más.
La Historia Augusta
ha sido definida como una fuente literaria de poca o nula confianza, por estar
repleta de información falaz. “Ratherimpostureorfraud”, enunció en su día el
ilustre Ronald Syme (Syme, 1971b, 88). Dado su escaso valor literario durante
largas secciones, y el rechazo explícito que se hace de cualquier pretensión de
alto estilo, sorprende ver cómo, por el contrario, en ciertas ocasiones se
imita con loable mérito la retórica, predominante en su época, brillantes
pasajes de historia narrativa, sesudos comentarios analísticos gravemente taciteos,
epistolarios, y buenas piezas suetonianas.
Pese a ello, la
calidad literaria es a menudo ínfima. Y los inconvenientes no se detienen en la
prosa. Los elementos aberrantes, dedicatorias falsas,las canonizaciones
efectuadas a lo largo y ancho del texto y los prefacios ampulosos añaden un
sinnúmero de problemas a una fuente histórica ya de por sí complicada,
farragosa, discrepante y llena de enigmas, muchos de los cuales continúan sin
descubrir a día de hoy.
HermannDessau, en
su señero trabajo de 1889, fue el primero que advirtió la verdadera naturaleza
de la Historia Augusta; gran conocedor de la prosopografía imperial, la extraña
superabundancia de nombres desusados para el siglo III lo puso en alerta. Sus
sospechas quedaron expuestas en una teoría que significó un auténtico hito en
la historiografía sobre el tema. Se retrasó la fecha de composición, y se
descubrió la impostura de la autoría múltiple: los seis biógrafos eran
personalidades falsas que cubrían la identidad de un solo autor, que, lejos de
escribir en tiempos de Diocleciano y Constantino, lo hizo durante el reinado de
Teodosio (años 385 a 388).Mommsen,
maestro deDessau, contraatacó receloso con una rocambolesca teoría en la cual
el texto experimentaba ediciones y reediciones hasta en seis estadios distintos.
Pese a que un cierto número de estudiosos e investigadores secundaron su idea,
el postulado no duró mucho.
N. H. Baynes, en
1926, basándose en la información suministrada por la biografía de Alejandro
Severo, un texto fantasioso que nos ofrece una imagen alegórica del príncipe
perfecto, llegó a la conclusión de que la obra era unaloa y alabanza a la
educación clásica, realizada en el reinado de Juliano Augusto (361-363). Pero
como señaló acertadamente Syme, fueron aquéllos años de una amplia tolerancia,
por lo que el uso de la alegoría resulta carente de sentido. Además, la opinión
que Juliano tenía de Alejandro Severo no era buena, así que la comparación
carece de validez, si según Baynes se trataba de una laudatio del
emperador apóstata y su política religiosa.
La gran cantidad de
segunda información presente en el texto, las dedicatorias y las anomalías que
plagaban las estrambóticas biografías posteriores (las denominadas
“theLaterLives”) contribuyeron a la proliferación de las más diversas teorías.
Para Stern (1953), lejos de glorificar a Juliano, la Historia Augusta había
sido escrita por una camarilla aristócrata en alabanza a Constancio II
(337-361), después de que éste eliminase al usurpador Magnencio en 353.
Llevando más lejos
la fecha de Dessau, empezó a sonar con fuerza el año 398, promovido por A.
Chastagnol.
El evento, muy significativo, que se asocia estrechamente a la Historia Augusta
es la batalla del río Frígido, del año 394, en la que resultó triunfante el
emperador cristiano Teodosio, quedando en situación crítica la aristocracia
senatorial romana, que en gran número había apoyado al usurpador Eugenio, que
prometía nuevamente libertad de cultos (Ratti, 2008, 335-348). Tras su derrota,
los senadores rebeldes pedirían tolerancia y clemencia a través de esta obra.
R. Syme (1968) devolvió
la preponderancia a los estudios filológicos, aduciendo que la revisión
pormenorizada del estilo literario y el vocabulario de la Historia Augusta
serían los mejores medios para hallar pistas significativas sobre el autor, su
estilo, gustos e incluso opiniones políticas. Se mostró favorable a una fecha
próxima al 395, tanto por acumulación como por convergencia de ítems en el
texto.
Hoy en día, la
datación tardía ha ganado el favor casi unánime de la crítica especializada, y
las investigaciones se han centrado sobre cuestiones como la autoría, datación
y el verdadero propósito (o propósitos) que llevaron a escribir la
controvertida obra, aunque seguimos sin encontrar resultados o pruebas claros y
concluyentes (véanse Festy, 1997, 465-478; 2007, 183-195, que adscribe la
Historia Augusta a Nicómaco Flaviano el Joven, alrededor del año 430, basándose
en la dedicación que aparece en Heliogábalo 35, 3;Mastrandrea, 2011,
207-245; 2014, 317-334, que cree ver al autor en MemmioSímaco, hijo del célebre
orador Quinto Aurelio Símaco, cónsul en 391; tambiénRatti, 2007a, 305-317;
2007b, 204-219, se inclina al final del siglo IV; Thomson, 2012, siguió el
rastro de la Historia Augusta en las referencias literarias contemporáneas para
concluir que el autor fue Junio Naucelio, amigo de Quinto Aurelio Símaco, que
vivió, aproximadamente, entre 320 y 427). Otras veces se lleva su fecha a los
años 420, 440, e incluso al siglo VI.
El
misterioso autor
Aunque, como acabamos de ver, se han
propuesto algunos nombres de senadores tardíos como posibles autores de la obra,
seguimos desconociendo quién se ocultó tras esos seis seudónimos. Aunque no
podemos contestar a la pregunta: ¿Quién creó la Historia Augusta?,
presentaremos algunas de las características del huidizo escritor.
El autor conocía
bien la UrbsRomae: estaba familiarizado con sus lugares emblemáticos: la
sensación de cualquier lector es que la Historia Augusta fue escrita por
alguien originario de Roma, o que vivió en ella durante mucho tiempo. Se palpa
un gran respeto por la ilustre ciudad. En cambio,no tiene simpatía
por las nuevas capitales imperiales; aunque Constantinopla no se menciona con
su nuevo nombre, pues de hacerlo reventaría sus subterfugios, se detecta un
desprecio sutil y velado hacia la advenediza ciudad, junto con su arribista
senado (que para más señas, pronto fue mayoritariamente cristiano)[12].
Se siente un gran gusto por la cultura
liberal yse admira a la aristocracia, pero ante las políticas brillantes y el
éxito militar de los rudos Emperadores Ilirios o los Tetrarcas, muestra el
autor apoyo total y entusiasmo; no tiene inconveniente en crear “restauraciones
senatoriales” o en presentar a un emperador como “amante del senado”, siempre
que ganase guerras y derrotase a los bárbaros. Tales gobernantes eran de origen
oscurísimo y raigambre campesina, como hemos dicho; carecían de sofisticación o
estudios, y a menudo prescindían de la nobleza romana para los cargos de más
importancia. Pero restauraron el Imperio trayendo paz y estabilidad, por lo que
en la Historia Augusta se les reconvierte en librescos “Antoninos” (Dmitriev,
2004, 211-224).
Otro de los puntos que ganan la simpatía
del autor por los Tetrarcas es su sostén y fe por los cultos tradicionales; se
trata de una religiosidad sobria y añeja, que la Historia Augusta comparte de
todo corazón. Los emperadores caracterizados positivamente siempre van a
presentarse en unos términos religiosos netamente elogiables. Se adora lo
antiguo, a veces por el hecho de serlo (las costumbres de los gloriosos
antepasados, mores maiorum). Por el contrario, las alteraciones y
novedades son vistos con desconfianza y hostilidad, también en materia
espiritual. Este sentimiento de devoción absoluta por las tradiciones se
manifiesta junto a una palpable animadversión contra la nueva religión, el
cristianismo, retratado siempre con fría ironía, o de forma maliciosa (Syme,
1968, 64).
El entorno social y cultural mostrado en la
obra nos lleva a la literatura común generada en su tiempo. Parece erudito, es
enciclopédico, y quizás esté relacionado con la enseñanza y las palestras, o se
trate de un administrativo, bibliotecario, o un secretario de la burocracia, perteneciente
al bajo funcionariado imperial. En cualquier caso, se muestra cercano a los
escoliastas. Ha recibido cierta educación, y parece acostumbrado a la figura
del grammatichus; incluso podría tratarse en verdad de uno de esos mediocres
profesores, que se deleita con vocablos estrafalarios y juegos de palabras, muy
a menudo pueriles (Syme, 1971a, 28 y 76).
En otras ocasiones el autor parece un
ignorante, nefasto escritor e historiador, inculto y muy alejado de las
luminariasdel siglo IV, tanto paganas como cristianas (Aurelio Símaco, San
Jerónimo, etc.): en definitiva, una muestra más del degradado espectro cultural
de su tiempo (véase la n. 4). El manejo que hace de las fuentes es con
frecuencia pobre, por desidia o torpeza a la hora de revisar sus referencias;
se cansa de recopilar materiales cuando son demasiado extensos para su gusto,
mutila textos bruscamente e introduce las acostumbradas “perlas”, llenas de
verbosidad y absurdidades, con frecuencia de modo descuidado, junto a sumarios
de otras fuentes groseramente abreviadas. Lo más llamativo es cómo desaprovecha
jugosas ocasiones para desarrollar sus temas preferidos; así, con la muerte del
emperador Claudio II, en la que no recoge la versión truculenta de su
sacrificio e inmolación mediante el antiguo ritual de la religión romana, la devotio.
El carácter general de la Historia Augusta
es burlesco. En ocasiones, las pretensiones genealógicas de la nobleza reciben
un cruel escarnio, pese al respeto que suele mostrarse al senado romano como
institución (Syme, 1983, 99 y 126). Es antimilitarista y contrario a la
autocracia (Rocco, 2015, 77-101). A menudo acusa a los soldados por su codicia
y desenfreno, en los tiempos en los que se eligieron numerosos usurpadores o
“tiranos”, que por el contrario son tratados con cierta conmiseración, como se
puede ver fácilmente en las biografías de PescenioNigro (1, 1-2; 12,
8 y 9, 1-2) y Macrino (1, 1).
Echa la vista atrás, idealizando los
tiempos republicanos y el Alto Imperio, cuando el príncipe era un senador más y
las ficciones cívicas de un Augusto o un Tiberio ocultaban mucho mejor el
omnímodo poder del ejército romano que el oscuro, violento e inestable siglo
III, que contempló el cambio definitivo de Roma para convertirse, hasta su
final, en un auténtico estado militarizado, represivo y autocrático.Como
dijo Ramsay MacMullen (1969, 4):
“Events
that could persuade the Romans to turn from men to giants as rulers, that could
so overwhelmingly remake the role of emperor into an embodiment of Herculean
powers and authority, were events of no ordinary era”.
De cualquier modo,
la característica literaria principal es con mucho su predilección por el
fraude. Los chistes y bromas, el uso de palabras de doble sentido, las
invenciones, las falsificaciones y los engaños más variados llenan especialmente
la segunda parte de la obra; así, se van desarrollando destrezas literarias con
un talento tan progresivo como ladino. No en vano, R. Syme (1971b, 112; 1983,
221) acuñó la acertadísima expresión de roguescholar para definir al
personaje. De un compilador más o menos indolente y perezoso, se convierte,
llegando a los momentos claves de la obra, en un implacable y mordaz crítico
del rumbo tomando por Roma y su Imperio, un presente desapacible que en la
Historia Augusta es enfrentado con espíritu irreverente y mordaz. No debe
descartarse que otra de las variadas motivaciones del misterioso autor sea el simple
regocijo por el engaño, en una época propensa al fraude, como fue el final del
siglo IV (Caerols Pérez, 2011, 85-96).También aparece su mano sarcástica en los
prefacios y las dedicatorias intempestivas,casi siempre provistas de una necia
ridiculez.Detesta las dinastías, y especialmente a los soberanos jóvenes/niños
(Conde Guerri, 2006, 187-196).
Disidencia
en la Historia Augusta
En el libro “la
religión del autor de la Historia Augusta”, manifestamos queun
análisis profundo desvela nuevas menciones, a veces indirectas, mas todas
inamistosas y frías, cuando no abiertamente hostiles, al ImperiumRomanumChristianum(Sancho
Gómez, 2018, 41-78).Desde luego, no dan para afirmarque el acoso y derribo del
orden establecido fue el fin de la obra. Pero como hemos expuesto más arriba, hubiese
resultado imposible: después del año 395, tras la fallida rebelión del
usurpador Eugenio, tocaba pedir perdón y esperar la clemencia del emperador, si
no caía de por medio una obligada conversión religiosa a cambio de
“magnanimidad”, posiblemente el caso de Nicómaco Flaviano Junior, que pudo, con
el paso del tiempo, ver cómo se restauraba la memoria de su padre (Grünewald,
1992, 462-487), pese a que se había involucrado con la causa del usurpador
Eugenio de modo tan absoluto que no le quedó otra escapatoria que suicidarse en
394, cuando la intentona había fracasado (Honoré y Matthews, 1989; Errington,
1992, 439-461). Con todo perdido políticamente, tenía poco sentido embarcarse
en una polémica militante. Está claro que para el autor era fundamental que el
libro fuese leído, o escuchado en recitaciones, y por lo tanto no quiso
cerrarse puertas con un lenguaje agresivo que moviese a la crispación y el
miedo, y de paso, por qué no decirlo, a una ejecución inmediata. Quizás tales
condicionantes negativos pesaran mucho a la hora de desarrollar la idea de las
dedicatorias y la falsa fecha (Ratti, 2012a, 567-580).
Pudo, pese a ello,
haber eliminaciones deliberadas en el texto, si los grandes senadores romanos
ya cristianizados creyeron que tales partes producirían situaciones
embarazosas. Esto sería especialmente cierto en los últimos estadios de edición
del texto, a finales del siglo V.
Nótese queel contexto histórico no dejaba margen de maniobra: los tiempos
habían cambiado; más allá de ciertas burlas disimuladas y una ironía maliciosa,
pasiva, el peligro se tornaba real e inmediato. Era una época donde la
destrucción y el cierre de templos y la persecución y el asesinato de “paganos”
ocurrían tanto en las capitales como en las provincias. Por eso se tendió al
subterfugio para afrontar la creciente represión. Pasarse del límite, teniendo
tan cerca autoridades cristianas influyentes, poderosas y llenas de recursos,
tal y como sucedía en la Roma de entonces, no era muy diferente al suicidio: el
castigo podía ser rápido y brutal. La famosa “laguna”, a mitad del texto, pudo
ser muy bien un seguro de vida: evitaba mentar a los primeros emperadores
perseguidores de cristianos: Decio, Galo y Valeriano, quizás vistos en la obra
con luz favorable, pero considerados entonces como verdaderos tiranos
demoníacos.
El humor perverso y la burla, en cambio, podían ser armas muy valiosas, si
alguien comprendía bien la situación y sabía utilizarlas.
Quizás una
nostalgia bien disimulada por los tiempos de los Tetrarcas, en los que se
podían dedicar discursos a emperadores fieles a los cultos tradicionales, fue
una de las motivaciones (sentimental, en este caso) para falsificar las
dedicatorias a Diocleciano, que recibe fervorosa admiración a lo largo de toda
la Historia Augusta (Moreno Ferreiro, 1984, 225-237).Pero la corte de Nicomedia,
donde tales productos eran recibidos con gusto, había desaparecido; no quedaba
más recurso, por tanto, que volver hacia atrás en el tiempo, aunque fuese
literariamente. Si bien las dedicatorias sirvieron para ofuscar y esconderse,
no es descartable que también representen el anhelo del escritor amargado, que
suspira por un tiempo pasado y perdido para siempre. Pero para escribirlas,
primero necesitaba cubrirse: de ahí quizás vengan los famosos seis escritores. En
cualquier caso, parecen una chapucera y socarrona idea de última hora de
nuestro autor, pues las referencias cruzadas en el texto entre las diferentes
autorías de las biografías erran completamente. Quizás sean tan tardías como
las propias dedicatorias. Pese a que la historiografía ha estudiado esos
nombres, no podemos pensar en un desenmascaramiento directo. Si como se deja
entrever en la obra, el autor tenía amigos o formaba parte de un grupo
literario (y político/religioso) de aficiones y gustos afines, quizás cada uno
de los seis nombres lleve referencias privadas, seguramente jocosas, a sus
amistades de la vida real, a buen seguro con un doble sentido que jamás
podremos recuperar.
En cualquier caso,
y a efectos prácticos, la idea de los falsos autores y las dedicatorias era
excelente. Pese a crear perplejidad, o quizás por ello, se trataba de una buena
forma de cubrirse. Mencionando a Diocleciano, y especialmente si se le
retrataba en los mejores términos, se podía ganar la confianza y simpatía de
los paganos de Roma; Constantino, por el contrario, disipaba sospechas y
protegía la obra como un escudo de las tendencias inquisitoriales del momento.
En ocasiones se ha
planteado la Historia Augusta como muestra literaria de un discurso
antimonárquico en la historiografía senatorial tardía (Haake, 2015, 269-304). Pero
los tintas no van cargadas contra el príncipe en sí; simplemente son
características propias del pensamiento de la época, de la canonización, del
pesimismo y del horroroso ambiente de decadencia, pero sobre todo de la
añoranza de las glorias perdidas: hay que buscar culpas y culpables, y estos se
encuentran por todos lados: Marco Aurelio lo fue, por dejar a Cómodoal mando en
el Imperio; Antonino Pío por no dominar a su mujer, una adúltera de desaforados
apetitos sexuales; Severo por ofrecer como legado la militarización opresiva y
a sus pésimos hijos, los violentos Geta y Caracalla; Gordiano III y Alejandro
Severo, débiles e infantiles, aunque como príncipes mostrasen carácter moderado,
estaban dominados por sus ambiciosas madres, y resultaron nefastos; Aureliano
es indigno por su crueldad, tanta que se le toleró por ser necesario al
Imperio, aunque jamás despertó amor; y así sucesivamente. La execración aparece
multiplicada, como ya es sabido, en ciertos emperadores cuyas obras de gobierno
(o la carencia de ellas) los convirtieron en blanco de las iras durante una
época de desesperación (Heliogábalo, Galieno, Carino, etc.).
En cambio, cuando
llegamos a Probo, Diocleciano y la Tetrarquía, el discurso cambia de tono y se
convierte en un panegírico que alaba las grandes virtudes y los logros de los
emperadores que, con un hermanamiento ideológico, institucional y familiar,
restauran las fronteras, devuelven la prosperidad, crean riqueza y recuperan la
gloria del nombre romano:
“Después de ellos [Caro, Carino y Numeriano] los dioses
nos otorgaron a Diocleciano y a Maximiano, y, junto a tan ilustres
personalidades, a Galerio y Constancio, de los que uno nació para borrar la
ignominia que supuso el cautiverio de Valeriano y el otro para someter de nuevo
a las Galias a las leyes de Roma. Ciertamente, estos cuatro caudillos del mundo
fueron aguerridos, sabios, benignos y muy generosos, de idénticas ideas
políticas, sumamente respetuosos con el senado romano, mesurados, amigos del
pueblo, muy piadosos, ponderados, religiosos y príncipes como los que habíamos
suplicado”.
¿Cuál es el
verdadero sentido de tal alabanza? Posiblemente la de mera satisfacción y
liberación personal. Un rendido tributo a los tiempos en los que, según el
autor, todo marchaba como era debido. El fragmento citado resulta en grado sumo
discordante con la datación tradicional. Hubiese resultado inconveniente, o
incluso contraproducente, después del año 310, incrustar en una obra para
Constantino una arenga semejante, elogiando a según qué tipo de gobernantes con
tal embellecimiento retórico: otra prueba de que las dedicatorias son falsas.
Siguiendo a Paschoud (1975), pensamos que el propósito de finalizar la Historia
Augusta de tal modo, y en el preciso instante elegido, está relacionado con lo
que el autor sin duda consideró un regreso de la Edad de Oro. Un canto de
esperanza, rememorando el memorable año 293, tan diferente en múltiples
sentidos al año 393, cercano a la redacción del texto, pero sin duda inmerso en
un clima social, político y religioso, diferente, pese a la moderada esperanza
de Eugenio.
Muy al contrario
que en el caso anterior,y pese a aparecer como dedicatorio de numerosas vidas, Constantino
(306-337)es mostrado en situaciones embarazosas, cuando no claramente
impropias, que hacen imposible tomarse semejantes fragmentos en serio; no en
vano el grado de ironía y escarnio va en aumento, desde adulaciones insinceras
y sólo discretamente burlonas hasta llegar la ofensa manifiesta y abierta. Se
alude, en diversos grados, a su pereza, a las escasas capacidades
intelectuales, al corto entendimiento y a la desastrosa forma de gestionar el
Imperio; al principio el sarcasmo es apenas perceptible (como cuando al iniciar
la vida de los Tres Gordianos se afirma que se han redactado las
biografías en un solo libro para que él no tenga que “esforzarse”,
desenrollando muchos códices), para ir in crescendo, quizás conforme la
inspiración y los propios ánimos del autor crecían, y acabar retratando en la
vida de Heliogábalo, como en un espejo,todos los defectos de Constantino:
derrochador, ridículo, nepotista, necio, y engañado por los aduladores y los
personajes palaciegos más infames.
Un emperador que acostumbraba a reírse de sus antecesores en la púrpura, cuando
no era más que un pálido reflejo de los mismos. Todo para terminar de la forma
más humillante y malintencionada, llamando al emperador, con inimaginable
audacia, “esclavo de sus eunucos”, en la biografía siguiente: es la
confirmación absoluta del fraude de las dedicatorias[21].
¿Por qué tal
animadversión a Constantino? ¿No era acaso él otro tetrarca? Lo fue, por
supuesto. Y paradojas del destino, pese a ser degradado al rango de César en
dos ocasiones distintas, en 306 y 308, acabó alzándose como el único y verdadero
triunfador final (año 324); pudo gobernar en solitario y a su antojo, muriendo
por causas naturales y en olor de santidad, prácticamente elevado a los cielos
por la historiografía cristiana y la propia Iglesia a la que había otorgado un poder
decisivo, cambiando así la historia del Imperio.
Aquí es donde
reside el verdadero problema. Porque Constantino logró gloria para Roma,
restauró el orden, fortificó incansablemente las fronteras con defensas y
construcciones de todo tipo, potenció el ejército y dejó un estado sólido (como
Diocleciano); además, como general fue uno de los más exitosos, y desde su
proclamación hasta su muerte jamás perdió una batalla. Pero las diferencias con
Diocleciano o los otros tetrarcas nos llevan a la religión. Había muchas causas
pendientes entre el emperador y el “paganismo”; por ello la imagen posterior no
fue universalmente favorable; los recuerdos de injurias, los arribistas, los
nuevos privilegiados y las primeras acciones punitivas contra la adivinación y
los templos pesaron en la posteridad, y le pasaron factura, al quedar
registrados en varias fuentes literarias[22]: con el transcurrir del
tiempo y la perspectiva de los años, tales sucesos se resaltaron con más
fuerza, viéndose en muchos casos como el origen del mal; tal proceso histórico
llegó a su culminación sin duda con el helenista Zósimo, que ya en el siglo VI
y quizás a las puertas del reinado de Justiniano, convirtió a Constantino en el
villano absoluto de su obra[23].
Constantino ganó
batallas, expulsó a los bárbaros y fundó una segunda Roma, la nueva capital,
Constantinopla; pero también trajo el cristianismo, sentando los cimientos para
que la iglesia nicena pudiese acaparar gran parte de la dirección de la vida
pública (y la riqueza) del Imperio. Contemplado desde una época en la que los
emperadores cristianos legislaban contra los cultos ancestrales y propiciaban
que se clausurasen celebraciones milenarias, desaparecieran los sacerdocios y
se destruyesen o precintasen templos y santuarios, es muy comprensible que en
la Historia Augusta (y en Zósimo) no aparezca amor alguno por él, que se le
critique de la forma más dañina posible, y sobre todo, que se aprecie tal
resabio amargo, en un tiempo que tuvo que resultar muy triste y deprimente para
los partidarios de la religión romana[24].
Por lo tanto,el
encumbramiento de la Tetrarquía es otro de los pasajes claves para comprender
la obra, ya que se pueden percibir elogios sentidos y profundos, así como una
clara y contundente imagen de lo que es considerado en la Historia Augusta un
gobierno adecuado. Por lo tanto, el sentimiento antimonárquico (o republicano),
es operacionalmente débil, más relacionado con las necesidades y el gusto de
los lectores que recibían tales discursos, reivindicando así quiméricamente sus
derechos de clase (aristocracia senatorial), y también en relación con la
añoranza general de la época republicana (donde una nobleza enérgica y poderosa
copaba las magistraturas y extendía con brillantez el Imperio). Lo esencial,
por el contrario, era resaltar la idoneidad del tiempo de Diocleciano:
seguridad, recuperación, poder militar y restauración de las fronteras; tiempos
de reestructuración que, pese a lo mucho que se había perdido, gozaban del
nuevo colegio de emperadores, sensatos y responsables, adustos y centrados,
dando gracias a los dioses por los triunfos logrados y restaurando las
tradiciones y los añejos valores romanos.
Los seis escritores,
como hemos dicho,se añadirían como cobertura adicional, a lo mejor incluso en
la última revisión; comprobando que se le había ido la mano en la mordacidad
utilizada contra Constantino, quizás el autor se vio en apuros, y necesitó coartadas.
No parece que haya otra explicación posible, a no ser que aludamos a los juegos
de palabras y las referencias crípticas detrás de cada uno de los seis nombres,
posibilidad que ya hemos mencionado; pudiese haberlas, y en más de un sentido,
pero nosotros nunca estaremos en condiciones de redescubrir su significado.
Conclusión
¿Se pueden sacar
conclusiones de la Historia Augusta, tal y como ha llegado a nosotros? Que todo
se tratase de puro entretenimiento, reduciendo la obra a lo casual, meros
ejercicios escolares o pasatiempos literarios, tiene poco sentido. No cabe duda
de que el escritor tenía unos valores y unas ideas religiosas muy determinadas,
que hemos expuesto claramente: amante de las tradiciones, practicante de la
religión romana y asiduo visitante de templos, librerías y bibliotecas, por las
que sentía devoción; nos encontramos ante alguien que veneraba los viejos
tiempos. Seguramente estaba amargado, apesadumbrado o frustrado por la política
imperial de su época y la preponderancia del cristianismo, aunque eso no le
hace perder la razón; no es un “fanático”, como los filósofos y practicantes
que en el año 391 se inmolaron defendiendo el templo de Serapis hasta la
muerte, en Alejandría. Mantiene la calma, y sabiendo que la situación está
perdida, se resigna, respondiendo con humor malintencionado o calculada ironía,
pues ve claramente que subiendo el tono no conseguirá nada más que exilio,
cárcel o ejecución; tales criterios han sido manifestados casi en su totalidad
en las obras recientes del profesor Ratti (2012b). Como también destacó Bruce (1981,
551-573),las
bibliotecas de los templos habrían sido forzosamente cerradas, de acuerdo con
la legislación: las numerosas librerías anexas o sitas en su interior quedaron
clausuradas conjuntamente. Cuando el autor de la Historia Augusta se representa
a sí mismo como asiduo visitante de tales recintos no puede verse si no como un
disimulado gesto de desafío, contra leyes que consideraba tiránicas y que
tuvieron que afectar muy negativamente al mundo de la cultura en la ciudad de
Roma. La célebre librería Ulpia, y la librería del templo de la Paz aparecen
con relativa frecuencia en la obra; es más, al autor se retrata muy a las
claras como perteneciente al ambiente. Esto nos lleva a una oposición y
resistencia; pasiva, si se quiere, pero planificada, con un grado de
organización indeterminado, pero indudable. En tal situación, nos reafirmamos
en destacar el espíritu de guerra encubierta que se respira durante
muchas biografías. El humor, y una clara propaganda maliciosa, en época de represión,
si nos atenemos a las evidencias de la ley, cobran importancia especial.
Pensamos que la relación entre historia y ficción debe ser contemplada desde
este prisma.
No conviene olvidarse que, pese a su postrer triunfo, el cristianismo vivía
entonces una época de cierto escarnio, quizás fruto de la mencionada
resistencia pasiva de algunos colectivos de la sociedad, como también ha
quedado recogido en la legislación.
En cualquier caso, hablamos
de tiempos de derrota para la intelectualidad pagana de Roma; tiempos de
desesperanza, desesperación, canonización y castigo divino, que llevan a una
cosmovisión que en ocasiones llega a parecer maniquea, y que permanece
operativa durante casi toda la obra. Se inició también, desde el 383, y
especialmente en Roma, una década de miedo, venganzas, incertidumbre e
imploraciones, por la polémica retirada del apoyo imperial a los cultos
estatales; hubo crispación, tanta que acabo desencadenando una usurpación, la
mencionada de Eugenio(392-394). Tras su sometimiento, no fue la estatua de la
Victoria lo único que se perdió, retirada de la curia romana; llegaron tiempos
de odio, resentimiento y rencor contra el cristianismo triunfante.
Negociaciones humillantes que ofrecían perdón a cambio de conversión religiosa.
También execración. El escritor de la Historia Augusta se encontró en ese
ambiente. Aunque posiblemente no era ni sensato, ni necesario, ni útil, la
aversión fluyó hasta nuestras páginas. En cualquier caso, los sentimientos más
desatados lograron paliarse, en parte, mediante la ya mencionada guerra
encubierta, que usaba otras armas: el humor, a veces ácido y corrosivo, y la
burla sarcástica. Otras veces no quedó más remedio que la auto-censura.
A nuestro entender,
un buen número de pasajes fueron redactados a modo de polémica, y con
diferentes grados de intensidad.Alföldy (1966, 1-19) llamó la atención sobre la
chocante aparición de los Libros Sibilinos en la vita de Aureliano: se
trata de un fragmento claramente anticristiano. Antes, Straub (1963), había
llegado mucho más lejos, calificando toda la obra como una Historia
AdversusChristianos. Denostado durante décadas, ese camino investigador, a
nuestros ojos en cambio plausible, ha sido retomado recientemente por Nardelli
y Ratti (2014, 143-155).
Una última
impresión. Al igual que se sugiere en el caso de Zósimo, quizás nuestro autor
desconocido estuviese contestando los intentos providencialistas en el sentido
opuesto al hispano Paulo Orosio y otros[27]. Prácticamente todas las
biografías vienen marcadas por elementos claves de la religiosidad romana.
También es detectable a lo largo de la obra la influencia de la espiritualidad
tardía, que prolifera conforme al autor avanza linealmente en las biografías,
llegando a emperadores de vidas más oscuras, cuyo desconocimiento general le
proporciona un excelente campo de cultivo para dar rienda suelta a su propia
inventiva y a un no pequeño talento, como hemos dicho, en el arte del fraude,
la ficción, la burla, la ironía más refinada y el engaño. También entonces
aparecen con mayor claridad sus cosmovisiones religiosas. De hecho, para A.
González Blanco, la Historia Augusta en su conjunto debe ser considerada como
una obra de verdadera “teología pagana”.[28]
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