RESUMEN
En el
presente paper el autor denuncia las terribles consecuencias den un régimen
populista de izquierda atroz, y denuncia la autocracia plebiscitaria venezolana
actual, poniendo de relieve la dramática situación de gran parte de la
población de ese sufrido país.
ABSTRACT
In this paper, the author denounces the terrible consequences of
an atrocious left-wing populist regime, and denounces the current plebiscitary
autocracy in Venezuela, highlighting the dramatic situation of a large part of
the population of that suffering country.
Comprendiendo
la mente criminal
Algunas
implicaciones para una estrategia democrática
Humberto García
Larralde, economista, profesor (j) de la Universidad Central de
Venezuela, humgarl@gmail.com
Elementos
definitorios
No propongo aquí
examinar la mente de quienes ocupan el poder en Venezuela desde categorías
conceptuales desarrolladas por expertos en el área. No soy psicólogo ni
criminólogo. Se trata, simplemente, de constatar la terrible perversión de
quienes –a conciencia— han consentido y promovido:
1) La devastación de la
economía y, con ello, de los medios de sustento del venezolano;
2) La destrucción de la
industria petrolera, proveedora de divisas, gasolina y lubricantes para el
mercado interno;
3) La demolición de los
servicios básicos para la vida en sociedad: agua, luz, seguridad e información;
4) La ruina de los sistemas
públicos de salud y educación, y el acorralamiento de los privados;
5) La supeditación de los
derechos humanos—incluyendo el derecho a la vida y a la libertad-- a
consideraciones políticas;
6) La supresión de toda
posibilidad de cambio político por vías pacíficas y democráticas;
7) El reemplazo de normas de convivencia
y de respeto entre seres humanos, por la arbitrariedad y el, “me da la gana”,
desde el poder;
La lista puede
continuar, sobre todo si se entra en el detalle. Cuadrarse con tales hechos y/o
intentar convalidarlos con argumentos espurios, retrata la perversión de
quienes, hoy, controlan al Estado. La mente criminal de Maduro y su combo se
expresa en la creación de un estadio de miseria, sufrimiento y desesperación,
como no se conoce en Venezuela desde la Guerra Federal.
En absoluto puede
excusarse alegando ignorancia o por estar “mal asesorados”. No sólo conocen del
impacto y de las consecuencias de sus acciones; las han proseguido
intencionalmente. Ello nos permite una primera aproximación a la comprensión de
la mente criminal de Maduro y cía.; su depravación moral y ética. De ahí se
explica su crueldad e indiferencia ante los padecimientos de la gente. De ahí
su maquillaje de cifras sobre el impacto del Covid-19 en Venezuela, sus razones
absurdas por las que no hay gasolina, para justificar el colapso del servicio
eléctrico, negar la hiperinflación, el desmoronamiento de la producción
agroalimentaria y las muertes en manos de las FAES (y de otros esbirros), como
de tantas fabulaciones adicionales. La maldad llega al extremo de acabar, por
“quítame esta paja”, con una de las pocas fuentes de entretenimiento que les
quedaban a los venezolanos confinados, sin agua y pasando hambre: las
transmisiones de Directv, ¡y de meter preso a sus directivos!
Desde su bunker,
Hitler culpaba al pueblo alemán por su derrota, una vez entradas las tropas
soviéticas a Berlín, al no haber estado a la altura de sus designios. Maduro
expresa igual desdén por los venezolanos, regañando a quienes regresan en busca
de refugio contra el Covid-19. Parece exclamar, “¡Jódanse, por huir de la
‘revolución’ bolivariana!” “¡Pidan perdón y les entrego cajas Clap!.”
Lo anterior nos
permite abordar un segundo elemento de la mente criminal. Su enfermiza obsesión
por elucubraciones y construcciones ideológicas que sirven para
“auto-absolverse” ante sus víctimas. Los chavo-maduristas viven en un mundo
ficticio, refractario a toda contrastación con la realidad, que acomoda sus
crímenes dentro de una narrativa justiciera, de redención de los pobres. Esa es
la función del menjurje fascista y comunista de su ideario: conferirles algún
sentido a sus acciones, para que la conciencia no les estorbe cuando estén
“salvando a la humanidad”. Así como la Inquisición perseguía, torturaba y le
hacía la vida miserable a quienes denunciaba como infieles o dudaba de sus
convicciones religiosas, los actuales dueños del país no escatiman esfuerzos
para forzar “las razones de la Historia” (con mayúscula) para imponerles a los
venezolanos la depredación de sus riquezas. Pero, a diferencia de los vejámenes
de la Inquisición, motivados por la fe, en la Venezuela cautiva de las mafias,
es difícil suponer que se crean los disparates que se inventan para justificar
sus desmanes. El cinismo se les sale por los poros. El oscurantismo retrógrado
que exhiben los auto-postulados “revolucionarios” de hoy debería llamarse, por
tanto, “Cinquisición”. Es, de nuevo, expresión de mentes perversas,
torcidas, sin apego alguno por la verdad, ni empatía para con los que no son de
su círculo estrecho de complicidad.
La incógnita a
precisar es hasta dónde esta mentalidad criminal, con sus terribles vicios, es
compartida por quienes sustentan, de una manera u otra, la abominación
chavo-madurista. Más allá de los militares y civiles corrompidos, como de los
esbirros cebados en atormentar o asesinar a sus compatriotas, es preocupante
que, entre los que rodean a Maduro, no hayan aparecido quienes pongan fin a su
fatal conducta, por los medios que fuera. ¿No existe consideración humanitaria
alguna, aunque sea una pizca de ética, para acabar con tanto sufrimiento? ¿Cuál
es el punto de quiebre de las complicidades con los que mandan, a qué
responden? ¿O es que todos los que sostienen a Maduro son parte de las mafias
dedicadas a saquear al país? Éstas han sido inquietudes permanentes de los
venezolanos demócratas. Difícil aceptar que, absolutamente todos, sean tan
anuentes con la criminalidad de Maduro, Cabello, Padrino y demás. Es como para
terminar perdiendo fe en su condición humana de los chavistas.
Algunas
implicaciones
Una primera conclusión
de lo señalado es que el andamiaje conceptual y de valores de Maduro y de sus
mafias nada tiene que ver con el de quienes luchan, sinceramente, por la
democracia liberal. Parece reflejar, más bien, una versión invertida de éste.
Ello apunta a la inexistencia de un piso compartido de objetivos y premisas
entre chavo-maduristas y demócratas, que pudiera servir de base a la
negociación de una salida percibida como mutuamente conveniente para ambos.
Ante esta ausencia, es estéril apelar a problemas de gobernanza, a la necesidad
de mejorar el bienestar de la población o de defender los intereses de la
nación, para comprometer a la mafia en acuerdos constructivos con las fuerzas
mayoritarias del país.
¿Significa esto que
debe descartarse la posibilidad de producir los cambios mayoritariamente
anhelados por la vía de la negociación? No. Lo que implica es que ésta sólo
puede tener éxito si se formula en términos tales que proyecte, entre los
mafiosos, la convicción de ser la mejor opción posible –en realidad, la
única—frente a aquella que resultaría, de otro modo, inevitable: su desalojo
por la fuerza.
La objeción obvia de
plantear las cosas de esta manera es que la oposición no tiene, en estos momentos,
la capacidad o la fuerza (medios de violencia) requerida para que tal amenaza
sea creíble. Ella está sujeta a la existencia de ese hipotético y ansiado
contingente de militares honestos, comprometidos con el bienestar de los
venezolanos que, vergonzosamente, no se materializa, o de la disposición de los
gobiernos de naciones amigas por sacar a Maduro y a su mafia del poder, como
sea.
La indisposición de
gobiernos democráticos por sacar a Maduro por la fuerza no se debe a motivos de
naturaleza militar: la corrupción y descomposición de la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana no augura capacidad de resistencia ante una acción concertada de
fuerzas bien dotadas y apoyadas logísticamente. Obedece a imperativos
políticos. Existen dos vertientes a considerar:
1) El argumento
(incuestionable) de que no es deseable una solución militar, dados sus posibles
costos en vidas y destrucción. Esto es particularmente válido si se percibe que
no se han agotado los medios para encontrar una salida negociada. Por supuesto,
la permanencia de Maduro en el poder genera costos terribles, día a día. Esta
postura tiene, a su vez, dos motivaciones:
- La
ignorancia o desconocimiento de la naturaleza del régimen al que nos
enfrentamos, totalmente refractario a acordar, por las buenas, el
reconocimiento del orden constitucional y, en consecuencia, su salida del poder
(rige el paradigma de Chile con Pinochet);
- Porque
ofrece a estos gobiernos la posibilidad de mostrar una posición en defensa de
un régimen de libertades y de censura a la dictadura de Maduro, aparentemente
firme, pero sin tener que comprometer recursos, más allá de sacrificar posibles
negocios con ésta al imponerle sanciones. Es una posición cómoda, políticamente
correcta, porque abjura de soluciones de fuerza. Es, notoriamente, la actitud
de la Unión Europea. La situación venezolana no representa, para la gran
mayoría de sus miembros, amenaza alguna, salvo algunos inconvenientes que
podrían derivarse del número de refugiados venezolanos en España o Portugal.
¿Porqué involucrarse en una misión costosa en un país que ni les va ni les
viene? “Que los venezolanos arreglen ellos mismos sus problemas y nosotros,
desde acá, los apoyamos”. Esta posición de no “mojarse” –como dicen los
españoles—es lógica y, hasta cierto punto, no los menoscaba éticamente.
Lastimosamente a tal posición se le vieron las costuras cuando tocaba
intervenir en las Balcanes (antigua Yugoslavia) en los ’90, para evitar los
genocidios que ahí se cometieron.
En el caso de los países miembros del Grupo de Lima, lo que
ocurre en Venezuela sí representa una amenaza palpable. Sin embargo, opciones
de fuerza representan un desproporcionado costo para cualquiera de ellos, de
proceder por su cuenta contra Maduro. Además, podría crearles problemas
internos con movimientos populistas que simpatizan con el chavismo.
El “wild card” en esto es Donald Trump. Por razones electorales,
puede verse tentado a derrocar a Maduro, a solas o liderando otras fuerzas, con
o sin apoyo internacional, o simplemente ignorarlo.
2) El no desestimable
problema de cómo estabilizar el país, una vez desplazadas las mafias del poder,
y asegurar una transición, lo menos conflictiva posible, hacia su exitosa
recuperación. El empoderamiento de bandas paramilitares, incluyendo a la
guerrilla colombiana, y la anomia representada por su actuación a la libre,
representan un serio desafío, posterior al desalojo de las mafias del poder
político. Sin garantizar la seguridad interna, no habrá manera de darle paz a
los venezolanos, ni existirá la confianza requerida para atraer las inversiones
tan necesitadas. Asumir la responsabilidad del orden público post Maduro, no es
nada atractivo para gobiernos amigos. Aunque, contra esto, habría que sopesar
el alivio de eliminar un factor tan tóxico y perturbador en la región como el
chavo-madurismo. Lo ideal sería una respuesta militar autóctona, que ofreciera
un referente de autoridad para cimentar el orden interno. Pero, como ya se ha
mencionado, la vergonzosa degeneración de los mandos militares venezolanos
parece contrariar tal posibilidad.
Implicaciones
para las fuerzas democráticas
De lo expuesto se
desprende que la estrategia de las fuerzas democráticas debe dirigirse a hacer
creíble y viable la posibilidad de sacar a Maduro del poder con una acción de
fuerza –por cualquiera de las dos vías antes comentadas—, de manera de que se vea
obligado a negociar su imperiosa salida. Esto es una tarea compleja. Implica
convencer a las fuerzas capaces de ejecutar esta acción –la constelación de
países amigos y/o los estamentos sanos de la FAN-- que tal eventualidad es
plausible. Para ello, es menester que las fuerzas democráticas procuren agotar,
visiblemente, la búsqueda de acuerdos para que la dictadura acate el
ordenamiento constitucional. Para muchos, tal posibilidad es ilusoria, dada la
naturaleza fascista de Maduro y los suyos. Este escepticismo –o realismo,
dirían los que sostienen esta posición--, puede tener mucho fundamento, pero
hay que demostrar que ello es así, fehacientemente.
No deben quedar dudas respecto a la negativa de las mafias a una salida
pacífica, constitucional.
Si bien en el pasado
reciente ha habido reiteradas evidencias de ello, nos enfrentamos, hoy, a dos
oportunidades para ponerla decisivamente a prueba: las elecciones
parlamentarias, y el enfrentamiento eficaz a la epidemia del COVID-19 y a la
aguda crisis humanitaria que padece la población.
Las
elecciones parlamentarias
Independientemente del
objetivo principal por lograr la realización de elecciones presidenciales
legítimas, que pongan fin a la usurpación, las elecciones parlamentarias
constituyen un compromiso insoslayable. Son un mandato constitucional. Mal
pueden las fuerzas democráticas argumentar que la farsa electoral de mayo, 2018
--con la que Maduro alega haberse reelegido-- es inválida porque viola el
ordenamiento constitucional, si no afirman, contundentemente, su disposición a
concurrir a la elección de representantes parlamentarios para el período
2021-2026. Desde luego, debe realizarse en condiciones que permitan la efectiva
manifestación de la voluntad popular. Ello es el centro del asunto. Para que sea
así, es menester cumplir escrupulosamente con lo previsto en la constitución y
las leyes respectivas. En tal sentido, la “prueba del ácido” que revelaría la
verdadera disposición de la dictadura a regirse por la constitución y las
leyes, es que reconociera:
1) Que el CNE debe
conformarse conforme al artículo 296 de la Constitución, que establece que sus
integrantes son nombrados por votación de las dos terceras partes de la
Asamblea Nacional;
2) Que no exista
inhabilitación ilegal e ilegítima de candidatos;
3) Que se haga una auditoría
completa y transparente del registro electoral;
4) Que se abra el período de
inscripción de nuevos votantes, según los lapsos establecidos;
5) Que se inviten
observadores internacionales que velen por el cumplimiento de las pautas
electorales;
6) Que el gobierno abandone
su conducta ventajista y que no haya intimidación de los votantes.
Pero el
chavo-madurismo anuncia desde ya su disposición
a trampear estos comicios para asegurar su triunfo. “Ni por las buenas ni por las malas” –Maduro dixit--,
dejarán que gobierne Guaidó (o cualquier opositor auténtico). Alegando “omisión
legislativa”, su tsj abyecto pasó por encima de la Constitución y designó
un CNE controlado por exmagistrados chavistas. Suspendió
las direcciones nacionales de AD y de PJ, y les nombró una “directiva ad hoc” a
su medida. Les confiscó, asimismo, sus respectivas tarjetas electorales. Ahora
ese tribunal írrito busca la manera de ilegalizar a Voluntad Popular, el
partido de Guaidó, Leopoldo López y de otros dirigentes democráticos
importantes. El chavo-madurismo busca, como sea,
quitarle el sustento institucional de las fuerzas democráticas, trampeando las
elecciones parlamentarias para que su representación ahí resulte claramente
minoritaria. Sin control parlamentario, aspiran a hacer desaparecer el apoyo
internacional a Guaidó. Esta disposición a torcer la
voluntad popular se remacha abiertamente, al despachar groseramente las
observaciones críticas de la Unión Europea sobre tal proceder, insistiendo en
que estas elecciones, así amañadas, van. Una vez más, como cuando su
fraudulenta “reelección, Maduro desafía a los mecanismos constitucionales
existentes para que se exprese políticamente el pueblo. Ni siquiera se preocupa
por aparentar su apego a ellas. ¡El país le pertenece y hace lo que le da la
gana!
Como debe ser, esto se
está denunciando contundentemente, con la constitución en la mano, ante la comunidad nacional e
internacional. Debe ser eje
de la estrategia electoral. Paralelamente, hay que retomar la designación del
comité de postulaciones de la sociedad civil, y hacer las consultas respectivas
a las facultades de ciencias jurídicas y políticas de las universidades
nacionales para designar un CNE legítimo. Es menester que los órganos
competentes a nivel internacional hagan suyos este proceder y que, de ninguna
manera, se presten a la farsa preparada.
Ahora bien, de abrirse
el chavo-madurismo a la posibilidad de avanzar en el entendimiento de aspectos
cruciales para hacer confiables estas elecciones, habrá que buscar la manera
–también, con apoyo internacional--, de ensanchar esta rendija, de manera de
asegurar condiciones electorales, sino totalmente sanas, al menos aceptables.
Es decir, la defensa de las condiciones electorales debe convertirse en factor
de movilización y “moralización” de las fuerzas opositoras, y de concertación
del apoyo internacional. Es necesario pasar a la ofensiva al respecto, y no
quedarse meramente en lo reactivo frente a la agenda provocadora que quiere
imponer el fascismo.
La
cooperación en la contención del Covid-19
El acuerdo firmado entre
el Dr. Julio Castro, en representación de la Asamblea Nacional, y Carlos
Alvarado, ministro (madurista) de Salud, constituye el primer reconocimiento del
chavo-madurismo, a la legitimidad y fundamentación constitucional de la
Asamblea Nacional, dominada actualmente por las fuerzas democráticas. ¿Qué
implicaciones tiene esto? ¿Cuál es su significado? ¿Es, ¡por fin!, una señal de
apertura? Difícil saberlo, más cuando ocurre en un marco político signado por
las arbitrariedades antes referidas y por la represión incesante de opositores.
Lo cierto es que todo logro que se alcance con este acuerdo –que habría que
publicitar-- representa una oportunidad para machacar la necesidad de un
Gobierno (transitorio) de Unidad Nacional. Esta no debe ser desaprovechada. Fue
pregonado por Juan Guaidó hace poco y avalado por EE.UU. Tal gobierno
enfrentaría, con apoyo internacional, la crisis humanitaria del país y generaría
espacios para buscar la convivencia y el entendimiento requerido para abordar
los problemas más sentidos por la sociedad (servicios públicos, medicamentos,
gasolina, etc.).
Es una oportunidad para
resaltar, palpablemente, las ventajas de un gobierno que tome seriamente en
cuenta necesidades puntuales de la población y contrastarlo con el actual, que
responde exclusivamente a los intereses de las mafias. El acompañamiento de
esta iniciativa (el enfrentamiento conjunto del Covid-19) con trabajo político
entre las comunidades, deberá contribuir con una expectativa favorable al
cambio político, en un corto plazo. Se estaría construyendo, desde la base, una
alternativa que respondiese a los problemas más sentidos de la gente. Habría
que hacerlo claramente visible. Sumaría razones para que la comunidad
internacional entendiese mejor la necesidad de insistir en este Gobierno de
Unidad Nacional, su único interlocutor confiable para los programas de ayuda y
demás iniciativas dirigidas a aliviar las terribles penurias de los
venezolanos. De pretender los fascistas boicotear estas posibilidades –está en
su naturaleza—hay que denunciarlo fuertemente, a sabiendas que tendría
resonancia entre los países amigos. Este trabajo apuntalaría las opciones
democráticas frente a los comicios en ciernes, y haría mucho más clara la
imperiosa necesidad de unas elecciones presidenciales legítimas, que pusieran
fin a la usurpación y a la continuada destrucción de la República.
Consideraciones
finales
Maduro, Cabello,
Padrino, Reverol, los hermanitos Rodríguez y demás integrantes de su círculo
estrecho de poder, han acabado, a conciencia, con el futuro de las nuevas
generaciones, con un retiro (jubilación) digna para los mayores, con los
ingresos de casi todos, con la salud y las alegrías de una gran mayoría y con
la vida de un número no despreciable de sus compatriotas. Pero esto les
resbala: son “daños colaterales” de imponer un proyecto –maquillado con una
discursiva “revolucionaria”— dirigido a expoliar el país. Mientras estén en el poder,
esta labor destructiva arreciará. Asimismo, Venezuela seguirá siendo un factor
de desestabilización regional, como refugio de terroristas, asiento del
narcotráfico y fuente de una emigración masiva, cada vez más depauperada y sin
protección ante el Covid-19.
Las mafias han cerrado
reiteradamente las puertas a toda posibilidad de cambio democrático,
constitucional. Quieren asegurar su continuidad al mando. Su conducta
deliberada en contra de la inmensa mayoría de los venezolanos ha ganado su desprecio.
Salvo una rectificación a última hora que muy pocos esperan, no hay nada que
buscar con ellos. La carga de la prueba de que su actitud será otra --no con
negociaciones que no van a ningún lado o elecciones amañadas--, está de su
parte.
Aunque suena antipático
tener que decirlo, fui uno de los primeros en señalar la naturaleza fascista de
Chávez y de su proyecto “bolivariano”[1]. Al no haber
asumido que éste era su carácter, la oposición democrática fue llevada una y
otra vez, respondiendo a promesas variadas, a callejones sin salida, con
terribles costos, que terminaron apuntalando la dictadura. Para el fascismo,
invirtiendo a Clausewitz, la política no es más que una guerra conducida por
otros medios. La experiencia histórica señala que prefiere provocar una
conflagración final, definitoria de la victoria, que negociar su abandono del
poder.
No estamos frente a una
situación como la vivida en Chile, que permitió el triunfo del plebiscito
contra Pinochet. Éste, dictador sanguinario y ladrón, no fue fascista,
estrictamente hablando. Contaba con el apoyo de las clases adineradas y de
sectores conservadores del país. Una vez enrumbada la economía chilena a un
crecimiento sostenido—después de la desastrosa crisis de 1982—buscó
“legitimarse” ante la comunidad internacional y ante su propia población con
ese plebiscito. Fue la propia institución militar la que lo conminó a reconocer
su derrota. Es decir, había un marco institucional –si bien distorsionado y en
parte corrupto— sobre el cual pudo respetarse la voluntad de cambio.
En la Venezuela de hoy,
la situación es muy diferente. No hay institución militar (¿acaso quedan
instituciones?), dada su corrosión por el ácido de la corrupción y de otros
crímenes. Impera la anomia, que impone la voluntad del más fuerte (de menores
escrúpulos). Se traduce en un coto de caza a la libre (Venezuela) para las
mafias, abierto a su saqueo sin restricciones. Para su tranquilidad mental,
disponen de una fabulación ideológica que excusa sus atropellos: ¡una
“revolución”!. Ya no es el repudiado imaginario racista, sino las promesas de
redención socialistas. Esto los blinda contra toda recriminación, independientemente
de que pocos crean realmente los disparates profesados. Su función ha sido
construir una burbuja ficticia, una realidad alterna, que los exime de rendir
cuentas. Dentro de esta zona de confort, y con apoyo de complicidades
internacionales –cubanos, iraníes, ELN, FARC, Rodríguez Zapatero y otros que
están en su nómina—en absoluto van a negociar su salida del poder. No les
preocupa ganarse el favor de los venezolanos o aparentar legitimidad ante la
comunidad democrática mundial. Mientras tengan a su favor la fuerza,
continuarán depredando al país, hasta destruirlo por completo. Como todo
parásito, no pueden dejar de matar a su víctima: no les queda de otra, pues no
saben hacer otra cosa que depredar.
El fascismo ha ubicado a
esta contienda claramente como un combate decidido por la fuerza. Para los
venezolanos, ha sido una lucha sumamente cruenta, con numerosas bajas y con la
devastación de un país que alguna vez fue considerado entre los más prósperos
de la región. Participar en las elecciones fraudulentas que prepara Maduro no
es la opción “realista” en este escenario, por más que se insista en que ello
permitirá desenmascarar las trampas y movilizar a la población. Difícilmente
podrá activarse ésta en un escenario de fraude tan claramente cantado. Y será
iluso creer que podrá concertarse una unidad sólida que aguijonee a los
demócratas a una participación combativa, que arrincone a los fascistas.
Cualquier convivencia con éstos será cómplice con continuada destrucción de
Venezuela.
La existencia del
chavo-madurismo frente al Estado ha demostrado su incompatibilidad con la
nación venezolana. Por tanto, no debería estar ahí, no tiene razón de ser.
Lamentablemente, ha insistido en que sólo responderá a razones de fuerza. A
enfrentar esto está obligada, por ende, la oposición democrática.
Paradójicamente, la única manera de concertar un arco de fuerzas que saque a
Maduro y sus mafias del poder –nacionales y/o internacionales--, es agotando
visiblemente las posibilidades de solución democrática, constitucional. Ojalá
que la percepción clara de esta opción por parte de los fascistas permita
abstenerse de su ejecución, para liberar a Venezuela.
[1] García
Larralde, Humberto (2008), El fascismo de siglo XXI: La amenaza
totalitaria de Hugo Chávez Frías, Random House Mondadori, Colección
Actualidad Debate, Caracas.