POPULISMO-TV: CARACTERIZACIÓN DEL DISCURSO
POPULISTA DE LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA EN UN PROGRAMA DE TELEVISIÓN:
CASO LA HOJILLA
Autor: Johan Manuel López Mujica
Universidad Nacional de La Patagonia Austral
Resumen:
El trabajo hace una
caracterización general del discurso populista (en formato televisivo) de la
Revolución Bolivariana. El análisis se realizó a partir de uno de los programas
televisivos más emblemáticos de la Revolución Bolivariana: La Hojilla; programa
que se transmite en el canal de servicio público del Estado Venezolana de
Televisión (VTV). El Análisis Crítico del Discurso fue el método a partir
del cual se realizó la caracterización del discurso populista en formato
televisivo. El corpus objeto de análisis fue la primera emisión de La
Hojilla inmediatamente posterior a la convocatoria a una nueva Asamblea
Nacional Constituyente (ANC) realizada por el presidente Nicolás Maduro el 01
de mayo de 2017. Esta convocatoria a una ANC realizada por el presidente Maduro
se hizo en medio de una de las crisis políticas y sociales más importantes que
se han dado en Venezuela en el marco de la Revolución Bolivariana. La idea es
ver cómo La Hojilla opera no sólo como correa de transmisión de
la ideología del aparato estatal-gubernamental, sino que se alinea a la estrategia
populista (específicamente la de raigambre laclauniano) según la cual debe
construirse un antagonismos políticos esencial que dé cuenta de los sujetos
políticos que, en lo sucesivo, antagonizarán en el campo de disputa simbólico-político
en el país caribeño. Pero sobre todo, el discurso populista tenderá a construir
un escenario nominativo-simbólico que identifique y dé cuerpo (le otorgue
validez conceptual y política) a su sujeto histórico: el pueblo-excluido. Esta
operación discursivo-simbólica implica la confección de una frontera/límite
entre el pueblo excluido y los poderes fácticos: la oligarquía, los banqueros,
los dueños de medios, entre otros. El hallazgo más importante de este trabajo
es que se pudo encontrar el vínculo entre el discurso populista de la
Revolución Bolivariana con las teorizaciones laclauniana; un discurso
televisivo que, en líneas generales, no dista del telos constitutivo del
populismo: marcar una división discursivo-simbólica entre los sujetos en
disputa y, sobre todo, dotar al sujeto pueblo-excluido de una narrativa que
aliente esa lucha por la contra hegemonía y la gestación de un nuevo bloque
histórico que desplace a las viejas estructuras.
Palabras claves:
Discurso Político Populista,
La Hojilla, Pueblo, Revolución Bolivariana y Nueva Voluntad Comunicativa
Gubernamental.
POPULISM-TV: CHARACTERIZATION OF THE
POPULIST DISCOURSE OF THE BOLIVARIAN REVOLUTION IN A TELEVISION PROGRAM:
CASE: LA HOJILLA
Author:
Johan Manuel López Mujica
Universidad
Nacional de La Patagonia Austral-Argentina
The
paper makes a general characterization of the populist discourse (in television
format) of the Bolivarian Revolution. The analysis was carried from one of the
most emblematic television programs of the Bolivarian Revolution: La Hojilla;
the program is telecast in the public service channel of the State: Venezolana
de Televisión (VTV). The Critical Discourse Analysis was the method from
which the characterization of the populist discourse in television format was
realized. The corpus under analysis was the first issue of La Hojilla
immediately after the call for a new National Constituent Assembly (ANC by its
acronym in Spanish) made by President Nicolás Maduro on May 1, 2017. This call
for an ANC made by President Maduro was in the middle of one of the most
important political and social crises that have occurred in Venezuela in the
framework of the Bolivarian Revolution. The idea is to see how La Hojilla
perform not only as a transmission belt for the ideology of the governmental
apparatus, but also aligning itself with the populist strategy (specifically
that of Laclaunian roots) according to which an essential political antagonism
must be constructed that accounts for of the political subjects that, from now
on, will antagonize in the field of symbolic-political dispute in the Caribbean
country. But above all, the populist discourse will tend to build a
nominative-symbolic scenario that identifies and embodies (gives it conceptual
and political validity) its historical subject: the excluded-people. This discursive-symbolic
operation implies the creation of a border/limit between the excluded people
and the factual powers: the oligarchy, the bankers, the media owners, among
others. The outstanding asset of this work is to trace the bond between the
populist discourse of the Bolivarian Revolution and the Laclaunian
theorizations. A television speech that, in general terms, is not far from the
constitutive telos of populism: marking a discursive-symbolic division between
the subjects in dispute and, above all, endowing the excluded-people subject
with a narrative that encourages this struggle for counter-hegemony and the
gestation of a new historical block that will displace the old structures.
Keywords:
Populist
Political Discourse, La Hojilla, People, Bolivarian Revolution, and New
Government Communicative Will.
A manera de introducción
“Yo
soy un poco del artesano, soy un poco del recién nacido, soy un poco del
carpintero, soy un poco del campesino que siembra, soy un poco de la mujer que
está pariendo, soy un poco del enterrador, soy un poco del partero. Es decir,
hay hombres que recogen su tiempo, que recogen millones de hombres, o como
decía Gaitán: Yo no soy un hombre, soy un pueblo. Bolívar lo hizo y por eso
quedó sembrado para siempre en la memoria colectiva”.
Presidente
Hugo Chávez. Aló, Presidente nº 40
Hugo
Chávez quedará en la historia política nacional como un presidente
controvertido, un hombre que intentó desafiar el statu quo y la conducción
política, económica y social del país. Chávez se destacó por ser un indiscutible
líder de masas; fundamentalmente por el fuerte posicionamiento que tuvo su
figura en las clases populares; llegando, en algunos casos, al paroxismo de
generar con los sectores más vulnerados de la sociedad venezolana un vínculo
afectivo-religioso.
Ahora
bien, en estos últimos 21 años de Revolución Bolivariana Venezuela ha vivido
intensas confrontaciones en el orden político-social. Este panorama, bien
mirado, era previsible en muchos sentidos. Es propicio señalar que las formas
políticas (sobre todo el discurso beligerante y confrontativo del chavismo en
contra de los poderes fácticos tradicionales) que se inauguran con la
Revolución Bolivariana eran, a rasgos generales, inéditas. Sin
embargo, y siendo justos con la propia conformación político-económico y social
del país, elementos como el caudillismo, el clientelismo político y la lógica
rentística-extractivista petrolera (y su consecuente carga económica, política
y social), entre otros; son algunos de los pivotes sobre los cuales se ha
edificado la estructura política nacional en los últimos cien años.
Siguiendo
el párrafo anterior, cabe preguntar: ¿Entonces qué tiene de singular el
chavismo como forma político-social? Asimismo, habría que examinar cómo
se fue instituyendo una Nueva Voluntad Comunicacional Gubernamental (NVCG)
a partir de la emergencia de la Revolución Bolivariana como Gobierno.
Estas dos interrogantes permiten abrir un compás para poner en tensión algunos
elementos claves; sobre todo para tratar de indagar de qué se trata esa
singularidad de la Revolución Bolivariana y cómo ha ido avanzando en la
construcción de una discursividad político-comunicacional inédita, con una acentuada
inclinación populista que ha marcado el destino político, económico y social
venezolano en los últimos 21 años.
Antes
de continuar, es necesario señalar un hecho que por obvio pocas veces se repara
en él: “El chavismo no cayó del cielo”. Y eso es importante resaltarlo
en un texto como este, donde lo primordial es tratar de entender el problema en
su dimensión histórico-material; entendiendo que los procesos políticos que hoy
vive el país, también son producto de un acumulado histórico que no puede aislarse
ni descomponerse, fundamentalmente cuando se intenta caracterizar el discurso
populista de la Revolución Bolivariana y sus conexiones con los planteamientos populistas
de Ernesto Laclau y epígonos. Entendiendo que el discurso
populista de la Revolución Bolivariana no parte de terra ignota, sino
que en el país existían algunos elementos de carácter histórico-sociales,
políticos y económicos que abonaron el terreno para la emergencia del populismo, ahora
con el “giro lingüístico” laclauniano.
Chávez
fue un indiscutible líder de masas. Ese carácter masivo y popular del ex
presidente venezolano se forjó, en gran medida, gracias a la implementación de
lo que para efectos de este trabajo se ha denominado como Nueva Voluntad
Comunicacional Gubernamental (NVCG). En ese sentido, la nueva lógica
comunicacional y política del Gobierno del presidente Chávez encontrará en la
televisión un instrumento ideal para echar a andar la NVCG. Surgieron nuevos
programas y formatos que todavía están por clasificarse en la teoría de la
programación televisiva. Esta nueva lógica comunicacional-política que nace con
la Revolución Bolivariana viene a representar una ruptura paradigmática en la
historia de la televisión venezolana: nunca antes las televisoras públicas se
habían dado a la tarea de ser organismos para el proselitismo y la propaganda
política de manera tan deliberada y ex profesa.
Se
tienen registros de cómo los políticos tradicionales (antes de la Revolución
Bolivariana) hicieron uso de los medios públicos y privados para las prebendas
políticas cada cierto tiempo (sobre todo en periodos electorales); incluso de cómo
el Gobierno de turno aplicaba presión a algunos periodistas y anclas de
televisión con el fin de “tapar” alguna noticia incómoda para ellos. A pesar de
eso, no hubo una voluntad mediática gubernamental abierta y franca por parte de
los partidos políticos ni de los gobiernos anteriores al presidente Chávez de
usar a los medios como plataforma partidista y propagandística de forma premeditada.
Bajo
esas consideraciones, habría que señalar que el 23 de mayo de 1999 debería ser
una fecha importante para los estudiosos del tema político-comunicacional en el
país. “Un programa sin precedentes”[5]
(como señalara en su memento periodista Freddy Balzán en su presentación) abre
las puertas a un proceso ciertamente inédito en la comunicación nacional; ese
día en la mañana se inaugura la Nueva Voluntad Comunicativa Gubernamental (NVCG)
con la primera emisión del programa televisivo más importante de la Revolución
Bolivariana: Aló, Presidente. Hay que destacar que cinco meses antes de
esa primera emisión de Aló, Presidente, Chávez era investido como
presidente constitucional de la República de Venezuela. Ciertamente Hugo Chávez
y sus asesores políticos sabían que los medios de comunicación cumplirían un
rol fundamental y estratégico dentro de la política venezolana, como en efecto
sucedió.
En
esa dirección, este texto busca hacer un examen crítico de algunos programas
televisivos “hijos” de Aló, Presidente; específicamente se analizará el
programa televisivo La Hojilla (otro de los programas televisivos
emblemáticos de la Revolución Bolivariana) transmitido por la televisora
estatal Venezolana de Televisión (VTV). El análisis del programa se hará a
partir de la convocatoria a elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente
que hiciera el presidente Nicolás Maduro el 1 de mayo de 2017. Se analizará la
primera emisión del programa inmediatamente posterior a la convocatoria hecha
por el presidente Maduro.
Para
el investigador, el telos de programas como La Hojilla
consiste en cuatro aspectos fundamentales, a saber: a) la agitación de masas,
b) el propagandismo político-partidista, c) la promoción de las obras del
Gobierno Nacional y la figura del ex presidente Chávez (culto a la
personalidad) y d) el denuesto y descalificación de los sectores que se oponen
a la Revolución Bolivariana, lo que a la postre implica el mantenimiento de una
lógica de polarización binaria entre quienes apoyan al Gobierno revolucionario
y quienes se le oponen. La lógica polarizadora siempre ha sido funcional el
Gobierno Bolivariano y es el quid de la propuesta populista laclauniana:
elaborar un discurso que dicotomice el campo de acción política entre
dos actores que, en lo sucesivo, serán antagonistas fundamentales: el pueblo
como sujeto contra hegemónico en oposición a las oligarquías en cualquiera de
sus formas. A la vez que nombra al pueblo, de forma simultánea, la vanguardia
populista va construyéndolo discursivamente, dotándolo de un significado
opuesto al “otro del pueblo” (Panizza, 2006): la oligarquía.
La
Hojilla: lo anti político como expresión política
Lo
primero que se observa en estos programas son dos situaciones que pueden, de
entrada, ser puestas en cuestión. En primer lugar, Venezolana de Televisión
(canal televisivo público estatal), planta televisiva donde se transmite La
Hojilla, es inconsecuente con sus propias características y su filosofía de
gestión; es decir, Venezolana de Televisión (VTV) debería responder a
los intereses y valores de todos los venezolanos y no a parcialidades
político-partidistas. No obstante, la mayor parte de la programación (salvo
escasas excepciones: programas deportivos, infantiles o de entretenimiento) de
esta planta televisiva está atravesada por la lógica propagandística pro
Gobierno y la promoción de los valores de la Revolución Bolivariana; dando al
traste con cualquier posibilidad de equilibrio informativo y de opinión. Por lo
que no se debería considerar un medio de Servicio Público, dado que
responde, de forma unidireccional, a los imperativos de la Revolución
Bolivariana, más específicamente, a las líneas del Poder Ejecutivo nacional.
Por
otro lado, La Hojilla se presenta, en principio, como un programa
de corte político, para el debate de las ideas y la discusión de los temas
político-sociales más importantes del país. Una primera revisión a programas
televisivos como La Hojilla pone en evidencia carácter
proselitista-partidario, dejando el terreno abierto para la emergencia de la
anti politicidad. La anti politicidad, en su fase más partidaria y
proselitista, demanda de sus adherentes obediencia, disciplina, apego
irrestricto al aparato Gobierno-Estado-Partido[7], acriticidad y,
en algunos casos, sumisión. En modo alguno el programa genera un espacio para
el debate de las ideas políticas o, algo que está siempre presente en la
prédica revolucionaria, la crítica y la autocrítica.
El
programa de marras habla de “verdades” y “mentiras”. La “verdad” está ubicada,
como valor sustantivo, del lado del Gobierno Bolivariano y todo lo que él
representa. Mientras que la “mentira” es una práctica habitual (según la
narrativa revolucionaria y de sus órganos de propaganda) en los sectores que se
oponen al Gobierno. “Verdad” y “mentira” son dos de los elementos más
representativos de estos programas. En esa polaridad no hay zonas “tibias”;
no hay posibilidad de gradaciones que permitan pensar y analizar los problemas
político-sociales fuera de los marcos discursivos de la “verdad”, valor
asociado unidireccionalmente al Gobierno y, sobre todo, al ex presidente Hugo
Chávez; mientras que la “mentira” aparece como anti valor que está asociado a
los opositores al Gobierno y, sobre todo, a quienes adversaban al presidente
Chávez.
Programas
televisivos como La Hojilla son funcionales a la anti política como
expresión misma de la política nacional. Conviene explicitar, brevemente, esta
situación. Por anti política se entiende, para efectos de este trabajo, como
una forma de desgaste de la política tradicional, de sus formatos y sus
enunciados teórico-prácticos. Uno de los elementos característicos de la
antipoliticidad en estos programas tiene que ver con el apego irrestricto a una
línea editorial que está marcada fuera de los propios límites de la planta
televisiva donde se transmiten (Venezolana de Televisión).
Esa
línea editorial se ajusta, a pie juntillas, a los designios del aparato Gobierno-Estado-Partido,
quien en definitiva provee de sentidos y enunciados a programas como La
Hojilla; de lo cual se deriva una coherencia temática, discursiva y
conceptual que no admite fisuras y que siempre está dispuesta a promover el
conflicto, la dicotomización de la sociedad: el juego de los buenos
(aquellos que detentan “La Verdad”) contra los malos (aquellos que “mienten”
y adversan a la Revolución Bolivariana). La anti política entonces se expresa
como una forma de pseudo politización que debe ser entendida, casi
exclusivamente (en el contexto político-social inaugurado por la Revolución
Bolivariana), en términos electorales, propagandísticos y proselitista; sus
expresiones más concretas— las más representativas—, son los actos de masa como
las marchas, las concentraciones, los mítines populares, entre otros.
Entonces
el logos (en tanto razón y palabra tendientes a cuestionar, discutir,
debatir, argumentar, criticar, entre otros; los asuntos de la comunidad
política) propio de la política, queda reducido a un mero enunciado animoso, a
una arenga que se ajusta a las expectativas de un público-masa que termina, en
buena medida, por ser funcional a los designios y procederes del aparato
tripartito Gobierno-Estado-Partido. Si bien esto no se da de forma mecánica (es
un complejo orden de relaciones que no se reduce a la fórmula causa-efecto), es
claro que la pretensión de la estructura tripartita Gobierno-Estado-Partido
busca crear adhesiones masivas a través de sus aparatos
mediático-propagandísticos.
Lo
importante a destacar es que programas como La Hojilla no sólo apelan al
sesgo informativo, a la manipulación de la información y a los reduccionismos de
todo tipo; sino que propicia lo que Antonio Gramsci denominó sentido común:
la imposibilidad de emergencia de la voluntad política, del cuestionamiento del
(al) poder. Por la vía del sentido común, lo que se establece es un
orden de disciplinamiento y naturalización del poder en cualquiera de sus
expresiones, sobre todo del poder político del Estado y sus aparatos. Ninguno de
estos programas auspicia la duda fértil, la acción al modo Arendt[8].
Contrario a la noción discursivo-deliberativa de la política en Arendt, en La
Hojilla hay poca política y sí mucha agitación, arenga, dicterio; muchos discursos
apologéticos hacia la figura de Hugo Chávez, al extremo de la deificación
mítica.
En
estos programas se reduce la realidad a visiones maniqueas que promueven, de
forma abierta y deliberada, la polarización político-partidista; todo lo cual
pudiera condensarse en la clásica formulación de Carl Schmitt sobre la
política y sus fines: “Quien no está conmigo, está contra mí”, valiéndose el
jurista alemán, hábilmente, de la propia voz del Nazareno en Mateo 12:30 “El
que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama”. En
todo caso, propiciar la polaridad Amigo-Enemigo ha sido parte del juego
político gubernamental del chavismo desde sus inicios.
Esta
dicotomía esencial entre el sujeto-pueblo subalternizado y los poderes fácticos
tradicionales (las oligarquías en cualquiera de sus formas), establecerá los
ejes argumentales y discursivos para crear la frontera entre unos y otros. En
la lógica populista, la creación de ese antagonismo es vital para demarcar los
campos de acción política. Esta visión dicotómica es especialmente importante,
sobre todo si se tiene en cuenta que es la base del andamiaje discursivo que, a
posteriori, otorga sentido y validez a la constitución del antagonismo social
como base gnoseológica y programática del populismo en la versión de Ernesto
Laclau (2005). El sociólogo argentino señala que el significante pueblo ha
perdido validez y, sobre todo, lo que se nombra con ese significante, no da
cuenta de la radicalidad y la potencia contestataria y reclamativa que habita
en este sujeto. Entonces el significante pueblo, al carecer de una
significación (es un significante vacío-flotante, como se sostiene desde la
visión laclauniana), entra en disputa.
El
pueblo, un sujeto en disputa
En
la noción tradicional liberal, el pueblo es una estrategia legaliforme
sin sustancia sígnica, es un enunciado vaciado de sus sentidos antagónicos
radicales, según autores como Alain Badiou. En esa línea, Badiou (2014) ha
llamado la atención respecto a la noción de pueblo en un doble sentido. La
expresión pueblo, como anuncia Badiou, pudiera estar en boca de, por
ejemplo, Marine Le Pen o Evo Morales y, en apariencia, ambos líderes están
señalando lo mismo; cuando la realidad dicta que están refiriéndose a un mismo
significante pero con significados, incluso, opuestos. Cuando Le Pen alude, por
ejemplo, al “pueblo francés…” no está diciendo, en estricto sentido, lo mismo
que Evo Morales cuando dice “el pueblo boliviano…”. La categoría pueblo
adquiere otros matices en uno y otro acto locutivo; los actos de habla son
distintos. Los significados de esos actos locutivos están atravesados por
valoraciones conceptuales e ideológicas, cuando menos, contrapuestas.
Al
intentar deconstruir los sentidos de la expresión pueblo en Le Pen y
Morales, se advierte que hay profundas distinciones entre un pueblo y
“otro”. Preliminarmente habría que decir que Bolivia no es Francia. Que los
procesos históricos, políticos, sociales, culturales y económicos son
diferenciados. Pero esa no es la distinción que se quiere poner en discusión.
Sino que el pueblo en Le Pen tiene un sentido de unidad total, puede ser
emparentado (en este caso) con el concepto de nación.
De
ser así, Le Pen le habla al conjunto de la sociedad francesa, aquellos quienes
tengan ese estatus de ciudadanía formal reconocida por el Estado. No hay
distinciones y su discurso alude al conjunto variopinto del universo social,
cultural, político y económico francés. Al enunciado pueblo en la voz de
la política francesa, se le sustrae cualquier elemento agonístico inherente al
universo de la política y lo político; Le Pen le habla al conjunto de las
personas nacidas en ese territorio —y allende los mares (en las colonias) —. Lo
hace en un sentido (en apariencia) neutro y generalista.
No
se registra en el acto enunciativo de Le Pen un sentido político del sujeto pueblo
en tanto y cuanto entidad social mayoritaria con (aparente) consciencia de sí
y para sí, para volver sobre la nomenclatura marxista. En el caso de
Le Pen, el pueblo es un sujeto indistinto, general. En el enunciado de
esta política francesa, el significante pueblo alude por igual, sin
ningún rasgo de diferenciación, al banquero o gran empresario y a los
manifestantes de “chalecos amarillos” o a los que viven en los suburbios pobres
de París o Lyon. Esa indiferenciación desvanece (sólo a nivel del acto
locutorio) cualquier rasgo político (consciencia de sí y para sí)
del sujeto pueblo. Es, como se ha señalado, una entidad generalista que
iguala a todos a partir de la nacionalidad como punto en el cual convergen
todos los franceses así reconocidos por el Estado. En el caso de Le Pen, “el
pueblo francés” es una unidad legaliforme: su condición de tal pasa por el
reconocimiento de un tipo de ciudadanía que está sujeta a la nacionalidad. En
esa dirección (y en otro texto), Alain Badiou señala:
En
cuanto el Estado en cuestión se constituye, se regulariza, se inscribe en la
“comunidad internacional”, el pueblo al que reclama pertenecer deja de ser un
sujeto político. De manera universal, y sea cual sea la forma que toma el
Estado, es una masa pasiva que el Estado configura. (Badiou, 2010:14).
En
cambio, cuando Evo Morales alude al “pueblo boliviano…”, no se está refiriendo,
en términos estrictos, al conjunto de todos los bolivianos (que estén o no
dentro del país), sino a una parte específica y mayoritaria de los bolivianos.
Los aspectos legaliformes se desplazan hacia una entidad política más definida.
Esa definición se afirma en un sentido más agonístico: la lucha del pueblo
boliviano en contra de los poderes fácticos tradicionales. En apariencia, “el
pueblo” de Morales está predispuesto positivamente hacia una consciencia de sí
y para sí. Potencia que recupera el populismo laclauniano en tanto que
establece que en el pueblo anida la posibilidad de redención y, sobre todo, la
posibilidad de construir un sujeto contra hegemónico (Muñiz y Rossi, 2014).
En
el sentido particular en el que Morales aludiría al significante pueblo,
lo estaría haciendo bajo el imperativo emancipatorio y revolucionario. La
apelación al “pueblo boliviano…” señala de ante mano una distinción profunda
entre dos sujetos antagónicos primordiales. Por un lado, estarían los sujetos
subalternizados: aquellos que han estado sometidos al poder político y
económico tradicional (además de ser porcentualmente un sujeto mayoritario) y
los otros sujetos que han detentado el poder político y económico en Bolivia
tradicionalmente: los banqueros, los empresarios, los políticos de viejo cuño,
la oligarquía, entre otros. Entonces el sujeto pueblo en Bolivia, en voz
de Evo Morales, está dotado, en apariencia, de una potencia política contra
hegemónica. Tiene (también en apariencia) claro su lugar en la sociedad y sabe
que puede trastocar el curso político-institucional dentro de su país.
Como
se aprecia en uno y otro caso (tanto en Le Pen como en Morales), el
significante pueblo no está, en sí mismo, constituido por una especie de
“concepto general-universalista” que se aplica a todas las realidades
culturales, político-sociales y económicas. En principio, y en su morfología, se
estaría tratando de un mismo significante (pueblo), pero no es, en modo
alguno, así. De hecho, en Morales la noción de pueblo es muy posible que tienda
a oponerse a la visión generalista, legaliforme y plana de Le Pen. En
Morales, el pueblo aparece como una entidad que reconoce su
subalternidad y que, potencialmente, puede revertirla. Le Pen “alisa”
cualquier diferencia (étnica, política, económica, social, cultural, entre
otras) y “mete en un mismo saco” a todos quienes tengan la nacionalidad
francesa (reconocida legalmente por el Estado), dentro o fuera del territorio
galo.
Para
efectos del populismo laclauniano, el pueblo debe no sólo ser un sujeto
evocado, sino al que hay que construirle un significado, por un lado; dotarlo
de un sentido, una dirección. No se trataría, únicamente, de elaborar un
significado que dé cuenta de la realidad de los sujetos subalternos—plebs—,
sino de crear las bases para la gestación de una subjetividad popular en
oposición a los poderes fácticos tradicionales. Es decir, al nombrar al pueblo,
el populismo lo que intenta es dotarlo no sólo de un significado, sino de una
consciencia de lo popular en tanto sujeto antagónico radical (Laclau, 2005).
Ahora bien, y volviendo al caso venezolano, el aparataje
mediático-institucional de la Revolución Bolivariana apuesta a ese sentido
específico de lo popular visto desde la lógica populista laclauniana.
La
Hojilla y lo inédito-inaugural
Lo
inédito-inaugural en el caso del discurso
populista en TV no sólo se relaciona con el carácter novedoso de este tipo de
programas (aquello que aparece en la grilla televisiva y que antes no estaba).
Llama la atención que eso que es inédito-inaugural logró instalar ideas
y procederes en buena parte de la población. En lo inédito-inaugural de
programas como La Hojilla también se puede ubicar una “actitud
pedagógica” (formación popular) que aspira a la instauración de una “cierta
moralidad” de lo popular en oposición directa a lo oligárquico, a la moralidad
burguesa. Todo lo cual es consistente con los imperativos populistas
laclaunianos, donde el pueblo es una entidad que necesita tomar consciencia de sí
y para sí en función del desarrollo de la fuerza contra hegemónica
necesaria para revertir el statu quo (Laclau, 2005).
De
tal forma que lo inédito-inaugural no es sólo lo nuevo, lo que aparece
en escena y antes no estaba, sino que lo inédito-inaugural en sí mismo
adquirió un valor sustantivo: no implicó, únicamente, inaugurar una nueva
gramática televisual, sino todo un orden político-social que tuviera como condición
fundamental el contraste con las expresiones antagónicas esenciales tan propias
del populismo laclauniano: la oligarquía, los poderes fácticos, los grandes
medios de comunicación, entre otros actores. La TV, sobre todo la pública
(Venezolana de Televisión es una planta televisiva de servicio público) será un
instrumento “pedagógico” para las masas populares. El lenguaje televisivo de La
Hojilla va a tener esa condición “formativa” (y consecuentemente
performativa, dado que se va gestando una forma de subjetividad masiva). Mario
Silva, conductor del programa, replica la voz unidireccional del aparato
Gobierno-Estado-Partido; todo lo cual también tiene un carácter inédito.
Ese
sentido de lo inédito-inaugural (nuevo comienzo) es también un rasgo
distintivo del orden discursivo populista de la Revolución Bolivariana. En este
punto, habrá que recordar las palabras de Hugo Chávez al asumir la presidencia
de la República de Venezuela el 02 de febrero de 1999: “(…) juro delante de mi
pueblo que sobre esta moribunda Constitución impulsaré las transformaciones
democráticas necesarias para que la República nueva tenga una Carta Magna
adecuada a los nuevos tiempos. Lo juro”.
Chávez afirma su condición de sujeto subversivo al declarar sobre “la moribunda
Constitución” (la de 1961, que nació del Pacto de Punto Fijo—pacto de élites
partidistas que creo el marco país posterior al derrocamiento del dictador
Marcos Pérez Jiménez en 1958—). En el Preámbulo de la Constitución de 1999 se
reafirma el carácter de lo inédito-inaugural, ahora bajo la
fórmula discursiva de la refundación.
La refundación implica la activación de un nuevo comienzo (se hace
presente lo inédito-inaugural), ahora bajo los designios de una nueva
clase política: la Revolución Bolivariana.
La
Hojilla responde a esa lógica de lo inédito-inaugural.
Como estrategia de posicionamiento discursivo en el plano de lo político, lo
inédito-inaugural genera expectativas, pero, principalmente, renueva
esperanzas, crea vínculos filiales entre quien produce el discurso (en este
caso, el programa conducido por Mario Silva opera como correa de transmisión de
la ideología oficial, amén de cumplir una labor “pedagógica”) y los sectores
populares (en condición de prodestinatarios) que, en lo sucesivo, serán el
público-meta
de estos programas. En el caso de la Revolución Bolivariana, el sentido
discursivo de lo inédito-inaugural conlleva a la idea de lo fundacional:
el nuevo comienzo, la posibilidad edénica, la redención… ¿La Salvación?
La
Hojilla: El discurso y la construcción del
campo político populista
Como
se ha señalado, uno de los ejes articuladores fundamentales de estos programas
de televisión está centrado en el discurso populista como estrategia de
posicionamiento político-partidista (con la consecuente impronta contra
hegemónica), de allí el uso recurrente a un discurso de tipo conectivo-emotivo.
El conductor de La Hojilla, Mario Silva, hace uso de un lenguaje llano,
explícito y profundamente popular; suerte de lingua franca que tiene un
carácter vinculatorio y efectista; lo cual supone la superación del modelo
televisivo tradicional “acartonado” (tradicional-conservador); creando un nivel
de discursividad que permita salvar cualquier distancia entre el conductor del
programa y los sujetos subalternizados (pueblo-televidentes). En ese
particular, el discurso populista en la televisión es también un recurso
innovador; no había registros, a la fecha, de un hecho como este en la
televisión venezolana.
Esta
apelación al discurso populista se establece como un elemento estratégico de
primer orden: ese discurso no marca distancias, ni genera discriminaciones
respecto a los sectores populares; la idea consiste en una hibridación de
sentidos y lenguajes que permita un tipo de vinculación más esencialista
que puede resumirse en la siguiente formulación: Ese otro que habla desde la
pantalla es igual a ti. El discurso populista ya no sólo como un asunto de
proclamas y concentraciones, de mítines y arengas desde la tribuna de oradores;
ahora el formato televisivo se dejó inficionar por estas estrategias
discursivas; a partir de allí, este discurso que no sólo dice “verdades” (hay
que recordar que Aló, Presidente nació para “dar la batalla por la
verdad”, tal y como el propio presidente Hugo Chávez lo señaló en esa primera
emisión del programa el 23 de mayo de 1999), sino que es un discurso donde el
sujeto-pueblo (que también es televidente) se ve identificado y, en buena medida,
reivindicado.
Lo
interesante del discurso político populista (partiendo del discurso de La
Hojilla) es que redefine los marcos del discurso político convencional.
Para Eliseo Verón (1987), el discurso político (a falta de teorizaciones que el
propio semiólogo argentino reconoce sobre la materia) es el discurso ejecutado
por los políticos y su relación con el poder estatal-gubernamental, es decir,
una serie de enunciados puestos en circulación social (en contexto) y que
aspiran a posicionarse en el poder político. En el caso de La Hojilla y
en términos generales, de toda la Revolución Bolivariana, el discurso político
va a moverse en el rango de lo popular (la clase subalterna—plebs—).
En
tal sentido, con la lógica discursiva de la Revolución Bolivariana se da una
interesante paradoja: El discurso de la Revolución Bolivariana, el de sus
líderes más representativos (el ex presidente Hugo Chávez fue el artífice de la
puesta en escena social del discurso de lo popular; lo propio ha hecho el
presidente Nicolás Maduro) y de programas como La Hojilla, se efectúa
desde la lógica discursiva del contra poder: Hablan como si fuesen ellos mismos
sujetos subalternos y no lo son. La estrategia discursiva no sólo busca
empatizar con el sujeto subalterno-excluido, sino que al nombrarlo, al decirlo;
lo está incluyendo y está sellando el vínculo entre la Revolución Bolivariana y
el sujeto histórico que intenta construir-formar.
Esa
reivindicación, así sea simbólica, va a tener gran importancia para la
instalación de todo un clima político que, en lo sucesivo, sentará las bases
para la dicotomización de la sociedad venezolana. Esa dicotomización de la
sociedad venezolana (los que apoyan al Gobierno y los opositores al Gobierno)
es, en sí misma, inédita. Tal vez el antecedente más remoto a esa
división social tan marcada esté representada por la Guerra Federal
(1859-1963). Pero en el siglo XX esas dicotomías no eran tan marcadas, tampoco
fueron aupadas desde la tribuna gubernamental-estatal y menos desde los
dispositivos mediáticos.
Entonces,
“lo edénico”[13]
y todos los anclajes mítico-religiosos aparejados a ese ideal, se renuevan en
el discurso; el ideal no se ubicaría, según el discurso político
populista de la Revolución Bolivariana, fuera de los parámetros de la
mundanidad, sino que da la impresión de posicionarse en un “más acá”,
aunque su potencia primigenia está en el “más allá” propio de la impronta
judeo-cristiana. La gran esperanza religiosa, la imagen misma de “cielo
prometido”, “El Paraíso” y “La Salvación” (ideas-fuerzas fundantes de
Occidente) se reposiciona en los idearios colectivos y adquiere un valor más
mundano, más humano… más político. Es, en suma, el discurso prometeico
reelaborado: las luces del futuro se alumbran con el avivamiento de los
viejos idearios colectivos de orden mítico-religioso. La promesa política (forma
de reactualización de la vieja esperanza—aquello que ha de venir:
“cielo prometido”, “El Paraíso”, “La Salvación”, entre otros—) toma cuerpo
en un discurso que si bien no se encuadra, stricto sensu, en el “más
allá” de la religión judeo-cristiana, establece su margen de posibilidad en el
universo de lo concreto, de lo político.
El
político profesional
entiende que su discurso si bien debe estar revestido de verosimilitud
(inscrito al campo de lo realizable), echa mano de algunos de estos elementos provenientes
del orden mítico-religioso para posicionarse en sus prodestinatarios (aquellos
que le son afectos) y, eventualmente, en sus paradestinatarios (aquellos
sujetos indiferentes del juego político y que son pretendidos por las
opciones político-partidista, especie de sujetos en disputa). Entiende
que esas ideas están ligadas (orgánica y “genéticamente”) al orden
occidental. Entonces, el político profesional busca conectar desde ambas
instancias enunciativas: desde el discurso convencional y tradicional
de la promesa proselitista (en un lenguaje verosímil) y desde la
dimensión mítico-religiosa.
En
uno u otro caso, tanto para el universo político-social (sobre todo en el
discurso político populista) como para el religioso (de raigambre
judeo-cristiana), ambas dimensiones operan con un dinamismo importante sobre
los sujetos sociales. En ese sentido, el discurso populista re-actualiza y re-posiciona,
en buena medida, el discurso de la promesa religiosa, pero avivándolo con
promesas más factibles—están inscritas en el orden de lo realizable.
En
esa línea “religiosa” del discurso, Benjamín Arditi (2004), citando a Oakeshott,
habla de la “política de la fe” en oposición a la “política del
escepticismo”. Estos dos estilos, dice Arditi, han caracterizado la política
europea desde la Modernidad. Ambos estilos no suelen aparecer en estado “puro”.
Por lo general, se mezclan con otros estilos que, finalmente, son subsidiarios
de aquellos dos (“política de la fe” y “política del escepticismo”).
Al modelo de la “fe”, continúa Arditi (2004), Canovan lo llama “redencionista”.
Mientras que al del “escepticismo” lo llama “pragmático”. Según Canovan, el
populismo surge a partir de la grieta que se da entre ambos modelos (el de la
“fe”, de orden redentor-salvacionista y el del “escepticismo”, de orden
pragmático). (Arditi, 2004). Es claro que en del discurso político populista de
la Revolución, aparecen estas trazas muy definidas de la “política de la fe”.
Breve
exordio sobre el Análisis Crítico del Discurso (ACD) y el Testimonio como
métodos de interpretación
El
ACD permite hacer lectura comprensiva y compleja de una determinada realidad
socio-política. Así mismo, realizar ACD implica asumir una postura ética e
interpretativa radical frente a los fenómenos estudiados; sobre todo una
actitud interpelativa y cuestionadora frente a un orden de cosas que se
considera injusta e innoble. Su fin precisamente está ligado al develamiento
(puesta en relieve) de las injusticias sociales y políticas; lo Crítico
de la expresión (Análisis Crítico del Discurso) obedece precisamente a
un compromiso ético y de justicia: se analiza una determinada situación
político-social para dar cuenta de sus injusticias; sobre todo cuando el poder
político oprime a las mayorías. Neyla Pardo, citando a Van Dijk, señala lo
siguiente del ACD:
Para van
Dijk (2011), los ECD tienen como objeto de investigación las propiedades de las
interacciones que poseen la capacidad de afectar los modelos del contexto y que
contribuyen al control ilegítimo de la mente, mediante recursos y estrategias
discursivas que modifican, de acuerdo con las perspectivas de los grupos
dominantes, las formas de comprender la realidad. Desde este punto de vista, el
discurso sirve al control social. Este tipo de poder simbólico procede de las
formas y usos que hacen quienes acceden a los medios, y a las tecnologías para
la reproducción y distribución discursiva. Los grupos dominantes a menudo
recurren a poner en circulación temas, estructuras semánticas, esquemas discursivos,
estilos, recursos retóricos y otros recursos materiales y simbólicos, que se
insertan en las múltiples dimensiones interaccionales del discurso. (Pardo,
2011:54).
Como
se aprecia en la cita de Pardo, el ACD permite la identificación de las estrategias
de posicionamiento de un tipo de discursividades que terminan siendo
funcionales sobre todo a los poderes fácticos: las corporaciones
transnacionales, los grandes medios de comunicación, el Gobierno-Estado, entre
otros. El ACD tendrá la tarea de hacer visibles las formas en las cuales el
discurso del poder circula, posiciona y, tanto peor, crea tipos de
subjetividades funcionales al “control social”, tal y como señala Pardo. Para
Yohan Acosta, el ACD:
(…) se
propone cuatro metas esenciales: dejar clara la intención y el propósito del
discurso, que pueden manifestarse explícita y/o implícitamente; develar las
posiciones ideológicas desde donde se analizan los fenómenos en el discurso;
exponer los conflictos existentes y las relaciones de poder involucradas, sus
causas y la variedad de posiciones ideológicas desde las que se analizan esos
conflictos, incluidos los pilares argumentativos construidos por las partes; la
cuarta meta es denunciar el abuso de poder. (Acosta, 2014: s. /p.).
El
ACD permite poner en perspectiva las formas en las cuales circula el poder en
la escena político-social; sobre todo, el ACD es una mirada, entre otras, que
permite identificar las formas de posicionamiento del poder y su consecuente
cristalización en los imaginarios colectivos, en la construcción de opiniones
públicas que, en definitiva, terminan inclinando la balanza hacia algunas de
las opciones políticas en disputa. Por su carácter transdisciplinario e
interdisciplinario, es una herramienta que sirve para acercarse a la
comprensión de los complejos procesos político-sociales desde otras
disposiciones teóricas que no apuestan a la “univocidad” conceptual.
Como
método de investigación, el ACD se apoya en otras disciplinas para ampliar y profundizar
la interpretación. El ACD “alumbra” allí donde la pasividad, la costumbre y o
la naturalización de la violencia simbólico-discursiva han echado raíces, han domesticado
la conciencia de los ciudadanos, sobre todo de los sujetos más vulnerables en
términos sociales, políticos y económicos; siembra “luces” allí donde se ha constituido
un sentido común paralizante, funcional a las estructuras de poder
político-económico y social.
De
igual forma, el ACD se apoyará en la propia experiencia del investigador para fundamentar
sus interpretaciones. En este caso, el investigador no puede abstraerse de la
realidad político-comunicacional y social estudiada. Su mirada es la del testigo
(aquel que testimonia—relata la verdad vivida— partiendo de una
experiencia significativa). En el lenguaje jurídico, es el testigo quien
aporta la prueba, quien sustancia los hechos. En esta oportunidad, la voz del
investigador se entremezcla con lo investigado porque aquello que se analiza y
estudia, forma parte de un horizonte vivencial concreto: “No hay testimonio sin
experiencia, pero tampoco hay experiencia sin narración: el lenguaje libera lo
mudo de la experiencia, la redime de su inmediatez o de su olvido y la
convierte en lo comunicable, es decir, lo común”. (Sarlo, 2012:29).
Aunque
el trabajo no está testimoniando la historia personal de autor y su
relación con la Revolución Bolivariana; hay, en efecto, una actitud testimonial
en cada una de las líneas que siguen a continuación. Sobre todo por la
condición de una historia viva (la historia efectuándose sincrónicamente
—en tiempo presente—) de la cual no es posible despojarse. En todo caso, el testimonio
no aparece como relato “en primera persona” en este trabajo. Pero la
interpretación — ¡cómo no ser así! — está atravesada por esos prejuicios
que señalaba Gadamer (2002) al momento de elaborar el marco interpretativo. Los
prejuicios son parte del investigador social y están allí expresándose
en sus elaboraciones conceptuales, en sus discusiones epistemológicas, en sus
planteos teóricos. De tal forma que al elaborar el ACD, esas trazas testimoniales
estarán presentes en el tejido analítico-interpretativo. El testimonio forma
parte de un saber situado (Haraway,
1995) que posee validez al momento de construir la interpretación.
Lo
que se intenta es describir y analizar, de forma general, los aspectos
constitutivos del discurso político populista en la emisión de La Hojilla del
06 de mayo de 2017. Ver cómo el discurso justifica la convocatoria a una nueva
Asamblea Nacional Constituyente realizada por el presidente Nicolás Maduro el
01 de mayo de 2017. El proceso de interpretación no sólo tuvo que ver con
aspectos directamente relacionados con el programa objeto de análisis, sino que
el investigador echa mano de elementos extra discursivos (aquellos aspectos
políticos, sociales y legales que no forman parte expresa del programa pero que
aportan valor al proceso comprensivo-interpretativo); todo lo cual es
consecuente con la visión inter, multi y transdisciplinaria del ACD, dado que
la materia social presenta complejidades para su abordaje y estudio; de
allí que el análisis, interpretación y construcción de sentidos son un
compendio de esas complejidades múltiples e interaccionales
propias de lo político-social.
El
análisis y comprensión de este tipo programa tiene, en sí mismo, un sentido
teórico. La producción de enunciados explicativos de fenómenos
político-sociales, con la debida apoyatura teórica y conceptual, tiene el valor
de un constructo teórico; si bien no se trata de una teoría madurada,
son enunciados que intenta dar nuevas valoraciones de significación a un
aspecto particular de la abigarrada realidad política, social y comunicacional
del país caribeño. En ese sentido, el análisis e interpretación también se da
en dos direcciones que terminan por complementarse en la producción de
significado: la dimensión diacrítica y la dimensión sincrónica
del fenómeno estudiado.
Vale
destacar que la teoría del populismo laclauniano (vista desde un dimensión
crítica) permitió al investigador establecer “líneas de contacto” entre el
discurso político de la Revolución Bolivariana y el populismo en la versión del
teórico argentino. Esas “líneas de contacto” no son, en modo alguno,
“episódicas” o “discontinuas”; sino que están muy bien definidas; son “líneas
nítidas” que permitieron ubicar un hilo filiatorio entre el discurso
político de la Revolución Bolivariana y la teoría del populismo de Laclau.
Sobre
el corpus
Como
ya se ha señalado, se analizará la edición de La Hojilla del día sábado
06 de mayo de 2017. Esta es la edición inmediatamente posterior al llamado a
una Asamblea Nacional Constituyente realizado por el presidente Nicolás Maduro
el 01 de mayo de 2017. Esa emisión de La Hojilla inició a las 22 horas y
culminó a la 12: 58:39 minutos (2:58:39 de duración). La idea central consistió
en ubicar algunos enunciados que dieran cuenta de un tipo específico de
discurso que apuesta a la dicotomización de la sociedad venezolana. El
investigador extraerá algunas de esas marcas discursivas (entendiendo que éstas
tienen valor empírico) y las analizará.
Para
este análisis, el investigador echó mano de elementos provenientes de la teoría
política, específicamente, del populismo laclauniano y algunos aspectos
jurídicos y legales que permitieron sustanciar todo el proceso interpretativo.
Así mismo, el investigador se valió de su propia condición de testigo
para la elaboración de sus interpretaciones; sin que ello, claro está,
desvirtuase el proceso de elaboración de enunciados con valor interpretativo.
Por
razones de espacio, para este trabajo no se muestran todos los enunciados que
dan cuenta del discurso populista usado en La Hojilla. Sin embargo, los
enunciados extraídos son lo suficientemente demostrativos de esa realidad
discursiva que apuesta por la partición de la sociedad en dos sujetos
antagónicos fundamentales: el sujeto-pueblo (la Revolución Bolivariana sería,
en este esquema dicotomizador, el epítome de ese sujeto) y la oligarquía en
cualquiera de sus expresiones (incluyendo a los “escuálidos”. De tal
forma que el investigador ubicó algunos enunciados que, efectivamente, dan
cuenta del discurso político populista y su efectuación concreta en esa emisión
de La Hojilla.
La
Hojilla y el discurso político populista:
claves de una lectura
El
programa inicia con un video del presidente Hugo Chávez en reunión con sus
ministros saludando al conductor del programa, Mario Silva: “¡Epa,
compadre! (risas y aplausos. Hugo Chávez en primer plano); La Hojilla, estamos
en La Hojilla. Hojilla, hojilla; cómo es que dice la propaganda aquella,
Nicolás (Maduro), hojilla raspa palante, que duran hasta que aguante. Mario
(Silva), qué tal; cómo está La Hojilla hoy, chico. Anoche te estábamos viendo.
Fidel (Castro) no se pierde La Hojilla”. Es, evidentemente, una forma de
reafirmación del compromiso de Mario Silva y su programa, con la Revolución
Bolivariana y, más directamente, con el fallecido presidente Hugo Chávez.
Compromiso que pone en primera línea y que, además, deja claro ante los
televidentes.
Luego,
la producción muestra otro video donde está el presidente Nicolás Maduro,
montado en un colectivo, al frente del volante, mientras saluda a un grupo de
personas, el Presidente dice: “Rumbo al socialismo, con Chávez, con Chávez,
todos somos sus hijos e hijas, el pueblo es el hijo de Chávez (…) La Hojilla,
La Hojilla; bueno, La Hojilla es el programa más visto de la televisión
venezolana, sin lugar a dudas, no lo digo yo, lo dicen los números, el programa
con más credibilidad que hay y Mario Silva es un gladiador, amado por
comandante Chávez (…) así que honor a Mario Silva y a su programa”. Igualmente,
antes de iniciar, colocan una grabación en off, en la que el
expresidente Hugo Chávez dice: “Bueno, yo además de ser un revolucionario, yo
no solo soy cristiano, yo soy un revolucionario y también soy marxista; asumo
el marxismo”. Seguidamente, otra grabación en off, ahora de Fidel Castro
donde define, groso modo, qué es la revolución: “Revolución es sentido del
momentos histórico, es cambiar todo lo que debe ser cambiando, es igualdad y
libertad plena”.
Antes
de iniciar formalmente el programa, hay una larga introducción. La misma
intercala imágenes de políticos opositores (incluso del Secretario General de
la OEA, Luis Almagro) acompañadas de rótulos como: “Enemigo”, “Violencia y
terrorismo son sus argumentos”, “Destrucción y muerte sus consignas”, entre
otros. De igual forma, se muestra una grabación de la Sra. Diana D`Agostino,
esposa de uno de los políticos más representativos de la oposición venezolana,
Henry Ramos Allup, ex Secretario General del Partido Acción Democrática (el
partido más representativo de la IV República). Hay que destacar que estas
grabaciones son ilegales; organismos del Estado como el Servicio Bolivariano de
Inteligencia Nacional (SEBIN), realizan estas grabaciones y las mismas van a
parar a programas como La Hojilla. Allí se exponen al público y no hay
ningún tipo de llamado de atención por parte de los órganos competentes en la
materia: Fiscalía General o Tribunal Supremo de Justicia. En la grabación, la
Sra. D`Agostino hace señalamientos en contra de algunos líderes opositores como
el ex candidato presidencial Henrique Capriles y el diputado a la Asamblea
Nacional, Freddy Guevara.
Estos
primeros 16 minutos de programa marcan una línea discursiva claramente
vinculada al populismo en la versión laclauniana: Búsqueda del antagonismo
esencial entre un Nosotros en directa y visible confrontación con un Ellos,
pero llevado a límites incluso de confrontación fratricida: Hay unos “enemigos
de la patria” y son mostrados así, sin más, a través de un canal de
servicio público estatal. Estos “enemigos de la patria” son mostrados
sin atenuantes; la narrativa en esos primeros 16 minutas presenta el escenario
dicotómico. Seguidamente, la producción coloca en pantalla un extracto de la
concentración convocada por la Revolución Bolivariana para conmemorar el Día
Internacional del Trabajador. En ese escenario, el Presidente Maduro convoca a
una Asamblea Nacional Constituyente. “Que el mundo lo sepa vamos a la ASAMBLEA
NACIONAL CONSTITUYENTE (en letras rojas y en mayúsculas)”, reza uno de los
títulos de las imágenes previas al inicio formal del programa.
En
esa emisión de La Hojilla estuvo como invitado Elías Jaua Milano, uno de
los políticos más importantes de la Revolución Bolivariana. Ocupó varios cargos
ministeriales e incluso llegó a ser vicepresidente Ejecutivo de la República.
Todo el programa estuvo dedicado a la convocatoria que había realizado el
presidente Maduro para iniciar un proceso Constituyente. Una Asamblea Nacional
Constituyente (ANC) es un organismo ad hoc (se convoca y se instala para crear
una nueva Constitución). Esa convocatoria a una ANC no estuvo exenta de polémica.
De hecho, el artículo 347 de la Constitución de 1999, el que invoca el
presidente Maduro para convocar a una ANC, en modo alguno lo habilita para tal
convocatoria.
Este
aspecto es fundamental para entender todo en armado del programa (previo a esta
emisión de La Hojilla, ya el programa de Diosdado Cabello, actual
vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela y presidente de la
ANC, Con el mazo dando— miércoles 3 de mayo— y el programa Zurda
Konducta— viernes 5 de mayo—, habían marcado la línea discursiva:
justificar el llamado a una Asamblea Nacional Constituyente). El discurso
monódico, unilineal y uniforme consistía en la idea según la cual esa
convocatoria hecha por el Presidente a una nueva ANC era legal y legítima.
Había que posicionar esa idea en la militancia; crear una narrativa que
justificara la convocatoria. Sin embargo, es propicio señalar algunas cosas
respecto a esa convocatoria y lo que implicó.
El
ejercicio deconstructivo del artículo 347 permite contrastar los alegatos de
Mario Silva y Elías Jaua Milano en cuanto a quién puede arrogarse la potestad
de convocar a una ANC. El 347 señala: “El pueblo de Venezuela es el depositario[20]
del poder constituyente originario (no hay ningún otro poder que pueda
arrogarse para sí ese poder de convocatoria a una Asamblea
Nacional Constituyente. Es decir, es el pueblo el único convocante originario y
nadie más).
En ejercicio de dicho poder, puede (como se observa, es apenas una
posibilidad que si y sólo si, recae en el convocante originario. Por otro lado,
no hay nada delante del verbo poder (conjugado como “puede”) que haga pensar en
otra cosa diferente a ese poder de convocatoria originaria) convocar
una Asamblea Nacional Constituyente con el objeto de transformar el Estado,
crear un nuevo ordenamiento jurídico y (conjunción
copulativa (“y”) muy diferente a, por ejemplo, la conjunción disyuntiva “o”)
redactar una nueva Constitución”. El 347 tiene apenas 39 palabras.
Hay una precisión terminológica importante allí; con autonomía sintáctica y
semántica. Está muy bien redactado, con concisión terminológica y gramatical.
Está claro el ámbito de competencia y aplicación legal.
Por
su parte, el artículo 348 establece: “La iniciativa (esta expresión es
clara y no admite mayores interpretaciones) de convocatoria a la
Asamblea Nacional Constituyente podrán tomarla el Presidente o Presidenta de la
República en Consejo de Ministros; la Asamblea Nacional, mediante acuerdo de
las dos terceras partes de sus integrantes; los Concejos Municipales en
cabildo, mediante el voto de las dos terceras partes de los mismos; o el quince
por ciento de los electores inscritos y electoras inscritas en el Registro
Civil y Electoral”. Como se observa, sólo 4 actores podrán tomar “la
iniciativa de convocatoria…”. Como se aprecia, estos 4 actores no son el
“constituyente originario” claramente establecido sin cortapisas en el 347. De
hecho, hay una clarísima distinción entre los que pueden tomar la iniciativa de
convocarla y quien en definitiva puede convocarla; en ese sentido, tal y como
lo expresa la Constitución, ambos artículos son excluyentes si se hace una
lectura literal en cuanto a quienes pueden convocar (sólo el pueblo venezolano)
y quienes pueden tomar la iniciativa de convocarla (los 4 actores citados en el
artículo 348)).
En
el minuto 21:22, Mario Silva señala: “como estamos en tiempos de combate…” (de
allí la clarificación y señalamiento del “enemigo violento”—los sectores
opositores a la Revolución—). Lo que más llama la atención es la forma en la
que Mario Silva “le recuerda” al pueblo que el 8 de diciembre de 2012
recibió “la orden” (lo dice enfáticamente con su voz y con ambas manos en
sincronía tocando la mesa) del presidente Chávez; en esa oportunidad el
Presidente dejó como heredero político a Nicolás Maduro. Trae a colación ese
episodio (pasa el video del 8 de diciembre), para “recordarle” al pueblo que
Maduro no sólo es “el hijo de Chávez”, sino que Chávez ordenó votar por
él; así lo plantea Silva de forma taxativa.
Con
este discurso (el video más “la orden” emanada directamente de Hugo Chávez), la
discusión de los aspectos legales y jurídicos sobre la legalidad/legitimidad de
la convocatoria a una ANC pierde validez, dado que “la orden” fue votar por
Maduro; éste encarna el legado que da continuidad a la Revolución Bolivariana.
De tal manera que los argumentos legales sobre la convocatoria pasan a un plano
secundario. Jaua Milano (sociólogo y profesor universitario), invitado de Mario
Silva para esa emisión, continúa en esa línea discursiva del legado; hay un
forzamiento deliberado de la argumentación jurídica a propósito del 347 y 348,
sobre todo porque la convocatoria la hace Maduro desde el 347, que por ningún
lado señala a otro poder constituyente originario distinto al pueblo; en tal
sentido, no podía él ser convocante de una ANC.
Esta
emisión de La Hojilla, como todos los programas análogos a éste, no
presentó argumentos respecto a la legalidad y legitimidad de la convocatoria a
la ANC. El programa enfatizó en el discurso belicista, en la lógica de la
partición de la sociedad (Laclau, 2005) en dos polos antagónicos. Abundaron las
adjetivaciones, los dicterios, los descalificativos de todo orden: fascistas,
terroristas, apátridas, ultraderecha, entre otros.
En
el minuto 46:26 Jaua Milano señala: “Ellos decidieron el camino de la
insurgencia armada”. Segundos después, Mario Silva hace una aclaratoria en el
minuto 46:31: “Discúlpame, Elías, que yo no les llamo subversivos; subversivos
somos nosotros, ellos son fascistas y criminales; son terroristas”. Esas marcas
discursivas no sólo dan cuenta de la partición de la sociedad, sino que esa
partición se da en términos extremos, sin “medias tintas”; un uso recurrente de
la descalificación extrema: “(…) son fascistas, criminales; son terroristas”. Además,
Silva se arroga para sí el derecho de ser “insurgente”, una idea-fuerza
fundamental dentro del ideario de la izquierda; de allí, de ese ideal, surge la
corrección que hace el conductor del programa a Jaua Milano.
Como
se observa, no se reservaron las descalificaciones; Jaua Milano, en su
condición de sociólogo, conoce bastante bien esos calificativos; no repara en
ellos. No hace ningún tipo de precisión terminológica de, póngase por caso, el
uso deliberado y sin atenuantes de la expresión fascista o terrorista.
Ahora bien, esa descalificación no sólo obedece a una mera “rabieta” o
disconformidad con la acción de los opositores al Gobierno de Maduro. Esa sobrecalificación
es también una marca que permite establecer quiénes son los patriotas (los Nosotros)
y los antipatriotas (los Ellos). Esta partición, incluso apelando a
expresiones deliberadamente descalificadora del otro como sujeto político, es
parte de la estrategia populista. En este sentido, vale la pena interpretar
a partir de lo que señala Carlos De La Torre:
El pueblo se
enfrenta al antipueblo o a la oligarquía, que representa lo inauténtico o
extranjero, lo malo, lo injusto y lo inmoral. La política se transforma en lo
moral, y aun en lo religioso. No hay posibilidades de compromisos ni de
diálogos, y todos los conflictos políticos son dramatizados como enfrentamientos
entre campos antagónicos. (De La Torre, 2013:122).
Todo
el programa continúa en esa lógica dicotómica en la que el pueblo está
revestido de un aura radicalmente positiva. Mientras que el anti pueblo (“los
escuálidos”) representa un valor negativo en sí mismo. La lógica dicotómica del
programa se reduce a la lucha de los buenos (los adherentes a la
Revolución Bolivariana) contra los malos (los opositores y detractores
de la Revolución Bolivariana). Esa reducción del campo político entre buenos
y malos ha conducido, efectivamente, a confrontaciones como las acaecidas
el propio año 2017 (marzo-abril).
La
fórmula que encontró la Revolución Bolivariana para dirimir el conflicto
fue convocar, de forma ilegal e ilegítima,
a una ANC; ese llamado derivó en un proceso de votación viciado (con un
complejo sistema de representación del voto ideado para ese proceso y que
además no está establecido en la normativa electoral vigente). De igual manera,
el proceso de elección de esa ANC no contó con la participación de los sectores
opositores a la Revolución y tuvo una participación de votantes menor al 30%
del total de inscritos en el Registro Electoral Permanente. El resultado: el 100%
de los constituyentes de esa ANC son militantes de la Revolución Bolivariana.
Dos o tres cosas
para finalizar o la mirada del testigo
En
primer lugar, el programa analizado, en términos generales, cumple con esa
labor “pedagógica” según la cual “el significante vacío pueblo” (Laclau, 2005),
debe ser formado para dar la batalla por la hegemonía. La Hojilla y los
demás programas “políticos” del Gobierno—son, efectivamente, programas del
Gobierno—, muestran una absoluta coherencia discursiva (véase a tal efecto Zurda
Konducta o Con el mazo dando para constatar este aserto): todos
hablan en nombre del Gobierno y establecen la grieta como leitmotiv; en
ese sentido, se retoma la forma maniquea de los buenos contra los
malos. Esa fórmula, condensada en la tensión Nosotros/Ellos, va a
constituir el núcleo duro del discurso de los correligionarios de la Revolución
Bolivariana. El discurso de Chávez se reactualiza en cada emisión de estos
programas. En esa dirección, Chávez cumplió con los requisitos para ser
un populista en los marcos planteados por Laclau. Uno de sus más aventajados
epígonos así lo señala:
En el caso de
Chávez, sí tenemos todos los elementos de la identificación populista: la
división de la sociedad venezolana entre el pueblo y los enemigos del pueblo,
sean los Estados Unidos o sean las altas clases venezolanas; la relación
inmediata del pueblo con el líder y los símbolos que construyen esa relación,
como el uso del bolivarianismo. (Panizza, 2006: s. /p.)
Esta
emisión de La Hojilla lo que muestra es el armado discursivo-mediático
para la justificación de la convocatoria a la ANC hecha por el presidente
Maduro. No hubo un solo argumento jurídico-legal; se apeló a una combinatoria
discursiva que operaba entre lo emocional-conectivo con algunos elementos
directivos (“la orden” que dio Chávez el 8 de diciembre) que son constitutivos
del discurso militar. Así mismo, la otra parte del discurso estaba centrada en
la partición, esto es: acentuar la división entre los dos sujetos constitutivos
del populismo: el pueblo y el “otro del pueblo”.
El discurso no se
corre de esos dos ejes; se mantiene allí, es un discurso “inmóvil” en tanto y
cuanto no representa ningún tipo de varianza, de giro: hablan lo mismo, bajo
los mismos enfoques y con la misma motivación: crear la frontera/límite del
antagonismo. Como se señaló en algún párrafo anterior, Laclau reintroduce, de
forma muy hábil y argumentada, la noción de lucha de clases al debate en
las ciencias sociales, claro está, con nuevos elementos como la construcción
discursiva de un sujeto-pueblo antagonista y, según el credo populista, con una
potencia contrahegemónica inmanente que hay que avivar.
Ahora bien,
el horizonte discursivo de la Revolución Bolivariana y de los programas como La
Hojilla, está inscritos en la Nueva Voluntad Comunicativa Gubernamental.
Los discursos políticos de la Revolución y sus líderes se mueven en los
márgenes de una performatividad discursiva que nació con Chávez y que, luego de
su muerte en marzo de 2013, no ha dejado de “hablar”, de efectuarse como
gramática de sentido que otorga unidad y coherencia a la Revolución
Bolivariana. Es ese uno de los hallazgo más importante de este trabajo:
encontrar que el discurso de Hugo Chávez es el íncipit (en su sentido
inaugural pero que no cesa) de toda una discursividad que, deliberadamente o
no, está dentro de los planteamientos teóricos de Laclau y sus seguidores.
En
la práctica, ese discurso polarizador dejó marcas muy profundas en los
venezolanos. Ciertamente, las diferencias económicas, sociales y políticas
están presentes en Venezuela en los gobiernos anteriores a la Revolución; hay
que reconocer el fracaso del modelo político de la IV República. Pero avivar
esas pasiones, apostar al desborde institucional-legal desde el Estado y el
Gobierno es un claro atentado en contra de la paz social; lo cual no quiere
decir que antes de la Revolución Bolivariana en el país no hubo profundos
traumas sociales y económicos. Sin embargo, y esto es ya un dato empírico-testimonial,
el país de hoy (sobre todo a partir del 6 de diciembre de 2015, cuando el
chavismo sufre una derrota importante en las elecciones parlamentarias de ese
año, cuando la oposición ganó la mayoría absoluta de la Asamblea Nacional), es
un reflejo de esa polarización. En definitiva, la cita de Arditi (2004) resume
buena parte de lo acá señalado.
Aquí entra en juego
una variante de la teoría de la obligación política de Hobbes. El clásico
intercambio de protección por obediencia que proponía Hobbes se trasmuta en una
lealtad pasional hacia un líder y una agrupación política a cambio de bienes
como trabajo y seguridad, o al menos de la promesa de proporcionarlos una vez
que estén en el gobierno. Además, la centralidad de los líderes y su supuesta
relación directa con ‘el hombre común’ busca dotarles de una legitimidad suprainstitucional
y convertirles en una suerte de soberanos infalibles cuyas decisiones son
incuestionables porque son sus decisiones. Se llega así al punto en que el modo
de representación populista y la inclinación por un estilo particularmente
brusco de hacer política dejan de ser momentos internos al proceso democrático
y pasan a ser su amenazante reverso. (Arditi, 2004: s. /p.)
El discurso
populista como utillaje del poder. Como una forma subrepticia de
construir un contra poder (la emergencia del Poder Popular) que, en la práctica,
no se dio. El “Poder Popular” que fue creado (tutelado y cooptado) a imagen y
semejanza de la Revolución Bolivariana responde, de forma unidireccionada, a
sus demandas e imperativos. Pero además, algunos sujeto subalternizado (el
sujeto excluido) creen que, en efecto, son los actores protagónicos del proceso
revolucionario. Está deslumbrado por esta nueva forma de gobernanza, dado que
en él descansa la (aparente) conducción del proceso revolucionario. Eso se
construyó como relato y como épica. Programas como La Hojilla ayudaron a
solidificar la narrativa del Poder Popular; pero éste no pasó de ser un
enunciado animoso, dado que al nacer del Gobierno-Estado-Partido, se le
sustrajo su potencia reclamativa, sobre todo cuando (artificiosamente)
el Poder Popular se inscribió en la estructura del Estado-Gobierno.
La emisión
de La Hojilla del 6 de mayo de 2017 lo que pretende es la legitimación
de la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente realizada por el
presidente Maduro el 01 de mayo de ese mismo año. El programa, al igual que Con
el mazo dando y Zurda Konducta (programas de la misma línea que La
Hojilla, transmitidos también por Venezolana de Televisión), intenta
instalar en los prodestinatarios un orden discursivo según el cual el llamado a
una ANC hecho por el Gobierno no sólo es legítimo, sino necesario para
continuar la senda revolucionaria. Una ANC es, ya se ha señalado, un organismo ad
hoc: su función es crear una nueva Constitución. Sin embargo, han pasado más
de tres años de haber sido instalada la nueva ANC, aún no se conocen los
avances del proceso de redacción de la nueva Carta Magna que sustituiría a la
Constitución de 1999.
En
esa dirección, recientemente el presidente Maduro señaló: “La Asamblea Nacional
Constituyente va a funcionar hasta diciembre. Ya así lo ha decidido”. Entonces, la
pregunta, y su consecuente carga heurística sería: ¿Para qué convocó una
Asamblea Nacional Constituyente si ésta no ha redactado—a la fecha— un solo
artículo de la nueva Carta Magna? Esa pregunta resulta más que interesante,
fundamentalmente porque la ANC inhabilitó (en connivencia con el Tribunal
Supremo de Justicia de Venezuela) a diputados opositores; igualmente, destituyó
a la Fiscal General, Luisa Ortega Díaz y desconoció el triunfo del gobernador
electo del estado Zulia (el mayor productor de petróleo del país), Juan Pablo
Guanipa,
entre otras actuaciones que, en definitiva, fueron funcionales al Gobierno del
presidente Maduro.
Finalmente,
hay que señalar que programas televisivos como La Hojilla y otros, lo que
establecen es un tipo de discursividad que enfatiza en la necesidad de demarcar
los ámbitos políticos de forma definida. Marcas discursivas como “terrorista”,
“fascista”, “ultraderecha”, “lacayos del Imperio”, “escuálidos”, “pitiyanquis”,
“apátridas”, “traidores”, entre otras tantas (todas esas marcas estaban
presentes el programa analizado); buscan precisamente identificar al “enemigo”
(el “otro del pueblo”) y a partir de allí construir una estructura discursiva
que apostará por “la grieta”, por la dicotomización del campo político,
reduciendo el antagonismo inherente al campo político a una condición polar
binaria: los Nosotros (los prodestinatarios) y los Ellos (los
contradestinatarios).
Nombre
del Programa: La Hojilla
Conductor:
Mario Silva
Tipo
de Programa: Opinión Política
Tiempo
del programa al aire: desde 2004
Día
de la emisión analizada: sábado 06 de mayo de 2017
Hora:
11:00 p.m.
Duración
del programa: 2:58:39
Lugar:
Estudios de Venezolana de Televisión- Caracas, Venezuela
Disponible
en: https://www.youtube.com/watch?v=eT8QtcKWM-s
Fecha
de captura del programa: febrero de 2018
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