Resumen
El
siguiente ensayo analiza las acciones llevadas a cabo por la acción militante
del socialismo y del metodismo desde fines del siglo XIX en la Argentina, como
respuesta a las necesidades de los oprimidos y marginados de la sociedad.
Abstract
The
following essay analyzes the actions carried out by the militant action of socialism
and methodism since the end of the 19th century in Argentina, as a response to
the needs of the oppressed and marginalized of society.
El
socialismo y el metodismo como tradiciones históricas en la Argentina.
Expresiones nacionales de una genuina preocupación por los pobres.
Prof. Lic. Esteban Abel Amoretti
1.
Antes
de la constitución formal del Partido
Socialista de la Argentina
a fines del siglo XIX, los primeros integrantes de esta tradición de
pensamiento encarnarán las ideas del socialismo utópico, que
luego darán paso a las del socialismo científico.
Este
bagaje de pensamiento, se nutrirá de las dos grandes revoluciones sociales,
políticas y económicas del siglo XVIII que sirvieron de ejemplo a los
independentistas de Mayo. Nos referimos a la Revolución de las Trece Colonias
que condujo a las Guerras de Independencia de los Estados Unidos de 1776 y a la
Revolución Francesa que terminaría con los privilegios de la monarquía
absolutista de 1789.
Con
Esteban Echeverría,
autor de Dogma Socialista, ya se expresan las primeras manifestaciones
teóricas que consideran a la democracia como el régimen de la libertad basada
en la igualdad de clases. Esta clara definición, incorporará no sólo el
concepto de democracia y libertad, sino el importante ideal de igualdad de
clase que regirá la tradición socialista desde sus inicios. Él será parte de
ese socialismo utópico y literario, que visualizaba un destino diferente para
la humanidad, mejor que aquel presente que le tocaba transitar, aunque todavía
muy difícil de llevarlo a cabo por esos años.
A
partir de la segunda mitad del siglo XIX y con la llegada a estas tierras de los
inmigrantes europeos en oleadas crecientes, se harán carne las ideas
socialistas que ya conocían en la práctica los trabajadores de la vieja Europa.
Las primeras agrupaciones de esta tradición se conformaban por trabajadores que
compartían una misma lengua, que, al igual que veremos más adelante con las
denominaciones protestantes, -y en nuestro caso con el metodismo- las primeras
reuniones de culto se realizarían solamente para las comunidades venidas desde
la otra orilla del Atlántico en el idioma original que hablaba cada una de
ellas.
En
el año 1892 varias de estas diferentes agrupaciones que anexaban trabajadores
de talleres, oficios y una muy incipiente industria manufacturera, liderada por
los alemanes de Vorwärts,
darán fundación a un no reconocido Partido Socialista por falta de
notoriedad. Cuatro años después, en 1986, finalmente se constituirá el mismo
pero de manera formal y definitiva, luego que un congreso constituyente le
otorgara las bases y estatutos para la acción, quedando como Secretario General
tras elección de sus adherentes el Dr. Juan B. Justo.
El
Dr. Justo dos años antes, en 1984, había fundado el periódico La Vanguardia, ayudado con
el dinero de la venta de su propio automóvil. Salvo el propio Justo, que era
médico neurocirujano Medalla de Oro de la Universidad de Buenos Aires, los
demás integrantes de la publicación eran obreros e inmigrantes europeos con un escaso
bagaje intelectual acumulado.
Entre
las destacadas personalidades que adhirieron a las ideas socialistas tras la
fundación oficial del partido encontramos a José Ingenieros, quien
sería el Primer Secretario, Roberto J. Payróy
Leopoldo Lugones
en su etapa de izquierda. Con estas participaciones se encumbrarán las
proyecciones del socialismo en el país, coronando en 1904 con la elección de
Alfredo Palacioscomo
el primer diputado socialista de América, el trabajo de ocho años de dura labor
y perseverancia.
2.
Alfredo
Palacios dará respuesta a la cuestión social que venía siendo ninguneada por la
dirección conservadora de la elite argentina de aquellos años, donde la mayor
riqueza eran las vacas, la tierra y los derivados propios de la producción
agro-exportadora, sin tener en cuenta el valor humano. Tanto Palacios como el resto
de los socialistas afirmarán que la preeminencia de la condición humana era
fundamental considerarla a la hora de otorgarle valor a las cosas que se producían
en una nación, ya que la misma no podía ser puesta del lado del debe en la
ecuación social.
Se
preocupará sobremanera por la marginalidad que sufrirán las trabajadoras y sus
hijos, quienes acarreaban condiciones deplorables de maltrato, opresión, explotación
y hacinamiento, no consideradas por ese entonces como el eslabón más débil en
la cadena de producción capitalista por la élite. Alzará la voz desde su banca
parlamentaria en representación de ellas, así como también en favor de tantos
otros tan denostados por su situación de abandono. Los pueblos del noroeste
argentino serán un claro ejemplo. Un fragmento del discurso pronunciado en la
sesión del Senado Nacional el 27 de agosto de 1941 advertirá con profundo
dolor:
“Debemos
realizar un acto de justicia con nuestros hermanos del Norte, para que se produzca
la unidad espiritual de la patria, que hoy no existe. Hemos de resolver el
encadenamiento de problemas planteados por las provincias pobres, sin
mezquindades ni regateos, pues, de otra manera, conoceremos a las provincias
como organizaciones políticas, pero ignoraremos a las regiones que tienen características
sociales y étnicas propias, así como a sus habitantes que resultaran extraños
para los que vivimos en Buenos Aires y en el Litoral.”.
En
el año 1922 hará un estudio extraordinario denominado La fatiga y sus
proyecciones sociales, en donde demuestra que las condiciones asfixiantes
de trabajo y la falta de una regulación laboral acorde al cumplimiento de las
condiciones mínimas y las necesidades básicas para la sobrevivencia de los
trabajadores en el día a día, se encontrarán muy lejos de ese anhelo de
considerar a la condición humana el factor clave del sistema que sustenta con
su esfuerzo. Expresará que:
“El
capitalismo ha destruido la ética del trabajo, contrariando la naturaleza
humana. Ha traído un impulso invasor y expansivo de las cosas; el impulso
brutal de la cantidad y de la máquina que debe ser abatido para imponer la
primacía de la calidad, restituyendo el valor jerárquico de las personas sobre
las cosas. Por eso dije hace poco, a los jóvenes, desde la Rectoría de la
Universidad, que hay que restaurar lo humano frente a la hostilidad del régimen
económico que exalta a las cosas y exterioriza a la pasión irreprimible por la
ganancia”.
El
papel de Alfredo Palacios será acompañado por la labor de figuras destacas del
pensamiento nacional. Enrique del Valle Iberlucea, quien en 1908 fundó junto a
la joven Dr. Alicia Moreau de Justo
la “Revista Socialista Internacional”, -que desde 1910 adoptó el nombre
de “Humanidad Nueva”- se convertirá en el año 1913 en el primer senador socialista
de América, derrotando
en Capital Federal a los candidatos radicales y conservadores. El joven
socialista se incorporaba así al Senado, reducto de una oligarquía que no
terminaba de aceptar la transparencia del sufragio, y mucho menos la
introducción de las nuevas ideas de progreso social.
Durante
todos estos años, el trabajo de Alfredo Palacios también iba a demostrar una
convicción profunda a la hora de defender los intereses de la Nación argentina
frente a la prepotencia del imperialismo, tanto británico como norteamericano.
En el caso inglés, saliendo en defensa de los recursos vinculados a la posesión
de tierras y los ferrocarriles, atados prácticamente en su totalidad a las
manos del capital foráneo, pero sobre todo, al petróleo, con las compañías
Shell de propiedad anglo-holandesa y la Esso (denominación que se le dio en
varios lugares a la empresa petrolera estadounidense Standard Oil, de la cual
toma el nombre al utilizar la versión fonética en inglés de las iniciales S.O),
adueñándose ambas de lo que se denominaba por aquel entonces como reservas de
minas de petróleo.
En
el año 1946 el Dr. Palacios escribe
Soberanía y socialización de industrias. Monopolios, latifundios y
privilegios del capital extranjero durante el gobierno de Juan D. Perón,
quien terminará haciendo concesiones en mayo de 1955 a la misma California
Argentina de Petróleo S.A., compañía subsidiaria de la Standard Oil. En este
importante texto de recomendable consulta por conservar una notoria actualidad
expresará:
“La
lucha por la obtención de las zonas de producción petrolífera mueve en todo el
mundo, en forma tenaz, una vasta red de organizaciones capitalistas,
representantes de los intereses de países poderosos” (…) “La lucha por apoderarse
del petróleo, propulsor de motores, es intensa y angustiosa. El hombre con su
ingenio inventó la máquina, pero no ha sido capaz de dirigirla. Por eso la
máquina domina al hombre y le exige sangre y petróleo”. (…) “El petróleo
seguirá perturbando al mundo. El mantenimiento de los ejércitos, de la armada,
de la aviación, el funcionamiento de las industrias, la reconstrucción de las
ciudades exigen petróleo y las naciones poderosas han emprendido una lucha
económica desesperante que puede desembocar en guerra. Levanté mi voz en el
Senado pidiendo la socialización de las minas de petróleo y su explotación por
el Estado para salvar nuestra riqueza y no aparecer, algún día, como víctimas
de la historia.”
Similar
reflexión le ocupa con el ejemplo de los ferrocarriles, hecho que no es de
extrañar ya que tenía en sus filas de asesores al mismo Raúl Scalabrini Ortiz. Sobre
la nacionalización de los trenes en 1938 dirá:
“Los
ferrocarriles ingleses, a la vez que obtienen grandes dividendos para sus
accionistas, defienden los intereses vitales del Imperio. Inglaterra paga
nuestros abastecimientos, en parte con las ganancias obtenidas aquí y en parte
con el envío de materia industrial o manufacturada. Trata, por eso, de que no
se fabriquen en la Argentina los productos con que nos paga. Los ferrocarriles
cumplen esa tarea. Debemos adquirir, pues, la red ferroviaria que explotan las
empresas particulares, sin espíritu de lucro, solo para servir los intereses
argentinos. Debemos incorporarla a nuestro patrimonio, con lo que nos
acercaríamos a la independencia económica de la Republica. Evitaríamos así la
influencia nefasta de capitales extranjeros, a la vez que pondríamos al Estado
en condiciones de fomentar el desarrollo industrial y facilitar la mejor
explotación de riquezas naturales de nuestro suelo (…)”
Es
así que el Partido Socialista habría transitado la primera mitad del siglo XX
con el trabajo intelectual de reconocidos pensadores que se preocuparon no solo
por la cuestión social, sino por la defensa del patrimonio nacional. Con la
llegada del peronismo, el Partido Socialista entrará en una crisis profunda y se
dividirá en dos facciones bien diferenciadas. Una se alineará a la derecha
golpista apoyando la autodenominada Revolución Libertadora y las políticas económicas
de corte extranjerizante que se aplicarían hasta la llegada al poder de Arturo
Frondizi con la ayuda de los votos peronistas en la proscripción, y la otra, inclinada
al progresismo de izquierda, antiimperialista y nacional, se destacará por una
mayor apertura para comprender la dinámica de los movimientos populares, liderada
por Alicia Moreau de Justo, Carlos Sánchez Viamonte, Ramón A. Muñiz y José Luis
Romero, entre otros. En 1958 la primera de estas líneas se constituirá en el Partido
Socialista Democrático (PSD) liderado por Américo Ghioldi y el viejo patriarca Nicolás
Repetto. La otra dará inicio al Partido Socialista Argentina (PSA) adhiriendo al
mismo Alfredo Palacios.
3.
De
las iglesias que forman parte del protestantismo
tradicional o troncal (Deiros, 1992), es decir, aquellas que conservan en su
ADN la marca de la inmigración en la Argentina, nos interesaría analizar las
acciones de la Iglesia Metodista. Esta elección no es casual, ya que el
metodismo ha sido uno de los movimientos protestantes que más visibilidad ha
tenido históricamente –y que, aún hoy, continúa teniendo– en materia de
compromiso social, reivindicación de la laicidad, y reconocimiento y defensa de
derechos humanos.
El
metodismo surge como movimiento religioso a mediados del siglo XVIII en los centros
urbanos de Inglaterra que, en ese entonces, estaban atravesados por el auge de
la Primera Revolución Industrial. Sus orígenes están asociados a un pequeño
grupo de estudiantes de teología de Oxford, que comenzaron a escudriñar las
Escrituras de manera “metódica” –de allí el nombre que se les atribuyó posteriormente–
con el objetivo de emprender una renovación espiritual, en la que el foco estuviera
puesto en la práctica cotidiana de la fe, y en el compromiso del creyente con la
sociedad en la que vivía. Del mencionado grupo de estudiantes, uno de ellos es
considerado por la tradición metodista como su principal impulsor: John Wesley.
John
Wesley nació en junio de 1703, en la localidad inglesa de Epworth. Junto a su hermano
Charles Wesley y a su compañero de estudio George Whitefield, comenzaron a cuestionar
la indiferencia de la Iglesia de Inglaterra –anglicana– ante las condiciones en
que vivían los sectores populares que migraban hacia los centros urbanos en
busca de mejores oportunidades de subsistencia. Se trataba de un contexto en el
que predominaba la carencia de derechos laborales, las jornadas de trabajo
excesivas, el hacinamiento, el hambre y la pobreza generalizada a causa de la
falta de salarios que cubrieran las necesidades básicas. Frente a este
escenario, el grupo encabezado por Wesley comenzó a complementar su estudio
bíblico con la dedicación de buena parte del día a la realización de obras
sociales, en particular, destinadas a brindar asistencia a pobres, enfermos, ancianos,
viudas y huérfanos. A su vez, comenzaron a ofrecer los sermones en plazas y espacios
públicos, utilizando un lenguaje comprensible a todo el pueblo, de manera que el
mensaje cristiano de salvación pudiera ser receptado por quienes resultaban
excluidos del foco de atención de la iglesia tradicional.
La
vocación de servicio de Wesley se fundamentaba en su concepción de la fe cristiana.
El célebre lema wesleyano “el mundo es mi parroquia” sintetiza con
claridad cuál era el espíritu que motivaba el compromiso de este teólogo con
las causas que defendía. Se trataba tanto de un llamado misionero a la
evangelización, como también una invitación a salir de los templos y academias,
y combatir las injusticias sociales. Así, desde un primer momento, el metodismo
se caracterizó por focalizarse en los sectores marginados de la sociedad, y
tanto Wesley como sus seguidores asumieron un rol activo en la promoción de la
educación, la lucha por el abolicionismo de la esclavitud, y la defensa de los
derechos sociales y laborales de los sectores populares urbanos.
4.
Pocos
años después de la independencia de nuestro país, inmigrantes de diferentes regiones
de Europa comenzaron a desembarcar masivamente en las costas del Río de la Plata.
Entre ellos, un importante número de ingleses, escoceses y galeses arribaron a Argentina,
fundando colonias y comunidades en diferentes puntos del país. En este contexto,
a fin de continuar promoviendo la inmigración desde el norte de Europa, así como
también para contener a los flamantes pobladores anglosajones, a principios de 1825
se sancionó el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con Gran Bretaña, en cuyo
artículo 12 se garantizaba que los residentes británicos en las Provincias
Unidas del Río de la Plata no serían inquietados, perseguidos ni molestados por
razón de su religión, y que gozarían de completa libertad de conciencia, de celebrar
su culto en sus casas o capillas, y de enterrar a sus muertos en cementerios
propios.
Desde
entonces, numerosas iglesias protestantes comenzaron a fundarse en nuestro país.
La primera iglesia no católica en ser autorizada a ejercer su culto de manera
pública fue la Iglesia Anglicana, en 1825 (Seiguer, 2010). A ella le siguieron
la Congregación Presbiteriana de los Estados Unidos, en 1826; la Presbiteriana
Escocesa, en 1829; la Iglesia Metodista, en 1836; y la Evangélica
alemana/luterana, en 1843 (Bianchi, 2004).
La
primera congregación metodista fue fundada en Buenos Aires por el pastor norteamericano
John Dempster. Desde 1836 y hasta 1874, fue el único templo metodista del país,
y las prédicas se realizaban en inglés, lo cual provocaba que se mantuviera
como una “iglesia de colectividad” (Seiguer, 2015, p. 6). Sin embargo, desde
1856, el nuevo pastor William Goodfellow comenzó a promover la expansión del
metodismo más allá de las fronteras de la inmigración anglosajona; así, algunos
años después, en 1867, por iniciativa de su sobrino –John Francis Thompson– se
iniciaron las prédicas en castellano (Seiguer, ibíd.).
Como
sostiene Seiguer (2009), la iglesia metodista se originó como una de tipo inmigratoria
o “de trasplante” y, a partir de mediados del siglo XIX, comenzó a transformarse
en una iglesia conversionista o “de injerto”. Este enfoque misionero de la
iglesia metodista se materializó, principalmente, en su temprana incidencia en
el proceso de alfabetización del país, y en su extendida labor social en los
sectores populares.
Los
metodistas instalados en nuestro país continuaron con la tradición wesleyana
del compromiso con la promoción de la educación. Tal como explica Amestoy
(2001), la ignorancia era un impedimento [...] por lo que los educadores metodistas
se dieron a la tarea de crear redes escolares populares y apoyar –mediante la
provisión de personal calificado– la creación de un verdadero sistema de
escuelas públicas (p. 359).
Así,
en 1868, el pastor Goodfellow fue comisionado por el entonces presidente
Domingo F. Sarmiento para viajar a Estados Unidos a fin de contratar maestras
para las escuelas argentinas; de allí que las primeras maestras de escuelas públicas
durante el gobierno de Sarmiento fuesen protestantes (Seiguer, 2009; 2015). Por
otra parte, durante la década de 1880, el misionero Ramón Blanco inició una
obra educativa destinada a alfabetizar y capacitar a sectores inmigrantes de
bajos recursos que habitaban la zona de Retiro. Tal obra consistió en la
creación y puesta en marcha de tres escuelas: una para niños, otra para niñas,
y otra de artes y oficios (Seiguer, ibíd.; Alba, 1992), cuyo financiamiento provenía
de miembros prósperos de la comunidad, fondos de Estados Unidos, sociedades de
beneficencia y subsidios estatales (Chami Rouvroy, 2009) 27. Años después, la
iglesia metodista participaría de la creación de dos grandes colegios en el Río
de la Plata: el Crandon, en Montevideo –1879–, y el Ward, en Buenos Aires
–1913–
Un
párrafo especial merece el rol de las mujeres metodistas en la educación
rioplatense. Por un lado, cabe destacar la labor de Juana Manso –originalmente
anglicana, luego convertida al metodismo– como impulsora de la educación
femenina en Buenos Aires; por el otro, a Cecilia Guelfi, a quien se le atribuye
la promoción de la alfabetización en sectores populares de Montevideo, y la
fundación de la primera escuela metodista de Uruguay (Míguez, 2019). Ambos
casos demuestran una clara distinción del rol atribuido a la mujer dentro del
metodismo en comparación al catolicismo y a otras denominaciones protestantes,
lo cual puede explicarse a partir de la influencia de las misioneras metodistas
provenientes de los Estados Unidos (Amestoy, 2012)29.
En
cuanto a la educación superior, cabe destacar el rol que tuvo el teólogo y
pastor metodista Thomas Wood (1844–1922), uno de los principales impulsores del
estudio de la física, la geología y la astronomía en el Río de la Plata
(Amestoy, 2009). Para Wood, “las ciencias debían ser aceptadas por el valor que
tenían en sí mismas y en relación con el desarrollo de la civilización y el
progreso material de las repúblicas del Plata” (Amestoy, 2009, p. 17). Esta
mirada de las ciencias distinguía a las sociedades metodistas del resto del
espectro cristiano, que hacia mediados y fines del siglo XIX tendía a rechazar
al positivismo científico por cuestionar los períodos de tiempo bíblicos y por
exaltar el racionalismo empírico por encima de los dogmas de la fe (Amestoy,
2009).
Un
elemento que estuvo presente en el metodismo argentino desde sus inicios, y que
ha resultado característico de este movimiento, ha sido su compromiso con la
laicidad estatal. Durante la década del 1880, tuvo lugar en nuestro país
aquello que Di Stefano (2011) ha llamado el pacto laico argentino. Se trató de
una serie de leyes a través de las cuales se buscó reducir el poder de la
Iglesia Católica dentro de la esfera civil y política del país y, en su lugar,
promover la consolidación del Estado laico. Estas leyes fueron acogidas de
manera plausible por los protestantes liberales –especialmente por los metodistas,
quienes, en ese entonces, se erigían como los voceros del protestantismo (Seiguer,
2015) –, que veían en ellas una oportunidad para el debilitamiento de la influencia
católica en la vida pública y para el crecimiento del pluralismo religioso.
Ahora
bien, el apoyo de los metodistas a la separación entre Iglesia y Estado era una
manifestación de su conformidad con la laicidad, pero no así con la
secularización. Hacia
fines de siglo XIX, los metodistas se oponían al libre-pensamiento cercano al ateísmo
y a ciertos desarrollos científicos que parecían desafiar la veracidad del
texto bíblico (por ejemplo, el evolucionismo darwinista); en palabras de
Seiguer (2015), su modelo ideal de relación con el poder estatal no era el del
laicismo francés sino el del pluralismo norteamericano, es decir, no el de un
Estado indiferente a la existencia de la religión o despojado de ella, sino
igualitario frente a las diversas creencias. Como consecuencia, estos protestantes
no aprobaron aspectos de la secularización de la cultura y de la sociedad que acompañaron
a los avances de la laicidad (p. 16).
En
este sentido, los metodistas se mostraban, por ejemplo, a favor de la lectura
de la Biblia –despojada de toda nota o comentario– en las escuelas, dado que
consideraban a la religión como el fundamento moral de todas las instituciones,
cuya ausencia conduciría “irremediablemente a la anarquía social” (Seiguer,
2015, p. 17). De este modo, su laicidad era más bien una manifestación de un
fuerte anticlericalismo, pero no la legitimación de una cultura social vaciada
de religión.
5.
Habrá
entonces un punto de encuentro entre ambas tradiciones de pensamiento
analizadas, que sería, ni más ni menos, ese espíritu de salvación iluminista
de orden secular. La mentalidad iluminista predominante en la Europa de fines
de siglo XIX se transportará a nuestras tierras con la inmigración, y por eso
no es extraño que estas dos manifestaciones sociales que defenderán los
derechos de las mayorías marginadas como el socialismo y el metodismo contengan
en su base intelectual mucho de esa mentalidad aplicada en la cotidianidad de
su militancia.
Con
mentalidad iluminista nos referimos a la herencia del mensaje propio de la
Ilustración, a la preponderancia otorgada a la Razón como causa y fin
para construir la civilización. Esa mentalidad que poseería entre sus
reivindicaciones el carácter emancipatorio que otorgaba el propio Marx a los
estudios sociales, y que serían piedra angular del socialismo científico
edificado junto a Engels.
Los
estudios de la sociedad servirían así para colaborar con el avance del ser
humano. Y estas corrientes de pensamiento constantemente defenderán la Tesis
del Progreso, en donde la ciencia y la razón ayudarían a alcanzar el nivel
más alto posible de emancipación pensado por la Humanidad.
Los
representantes del Partido Socialista de la Argentina desde sus orígenes
demostrarían pararse en esta línea interpretativa. Muchos de los lineamientos
que dieron fundamentación al mismo se nutrieron de las bases libertarias
iluministas de esa tradición proveniente del viejo continente.
La
misma Alicia Moreau de Justo será un claro ejemplo de ello. En 1907, después de
estudiar psicología durante un año, ingresó a la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires, en una época en que la sociedad veía con rechazo
que las mujeres estudiasen una carrera universitaria.
La totalidad de las carreras universitarias
eran hegemonizadas académicamente por varones, al igual que la cantidad de
matriculados que albergaba. A pesar de ello, perteneció a un grupo de seis
mujeres que se inscribieron por primera vez para estudiar medicina en este país.
Mientras se desempeñaba en el Hospital de
Clínicas, donde comenzó a consolidarse como militante de su partido activamente,
instaló un consultorio ginecológico en la calle Esmeralda de la Ciudad de
Buenos Aires, donde atendía de forma gratuita a mujeres de bajos recursos y
trabajadoras sexuales. Recién recibida, concurriría a los barrios más pobres con
la tarea de alfabetizar, además de ayudar a las personas a luchar contra el
alcoholismo y enseñar medidas de higiene básica.
Su
pensamiento iluminista se puede palpar en estas obras humanitarias, a pesar que
religiosamente se declaraba fundamentalmente atea, haciendo justicia al ideal
socialista que pronunciase a la religión como el opio de los pueblos. Es
decir, que quedará cristalizado el pensamiento racionalista como garantía de
salvaguarda para la Humanidad más no la propia religión. La razón laical,
secular y emancipadora de alguien que estaba en estado de misión, sería
la característica distintiva de Alicia Moreau de Justo y su acción por los
pobres.
Esto
explica la hipótesis sobre la defensa a ultranza de la educación estatal, laica
y publica defendida por estas dos tradiciones de pensamiento en las ciencias,
las artes y las letras, realizando una traslación entre la mentalidad
protestante luterana, en donde era importante que el pueblo analfabeto se haga
de sus propias herramientas para leer e interpretar las Sagradas Escrituras y
la manifestación terrenal de los socialistas de fines del siglo XIX
representando una suerte de religión secularizada que colaborase
a leer la Constitución Nacional como forma de emanciparse a través de ello de
la tentación autoritaria. El socratismo moral que manifestará, en definitiva, la
postura de un ciudadano educado resistiendo a los atropellos del tirano con sus
propias armas.
Finalmente,
tendremos que explicar también, que la tradición metodista en nuestro país,
formará parte de un protestantismo “liberacionista”, (Deiros, 1992; Wynarczyk
et al., 1995) que se posicionará en diferentes temas hermenéuticos, teológicos,
morales, cívicos y sociales de manera diferente a otro protestantismo de
carácter más literalista y conservador en su interpretación del mensaje bíblico
fundamental sostenido a lo largo del tiempo.
Pensar
que todas las iglesias evangélicas poseen una única estructura y se encuentran
verticalmente organizadas de manera homogénea, sería errar en el análisis
sociopolítico comparando la amplitud de denominaciones e interpretaciones
teológico-hermenéuticas que las caracterizan y representan, con la rigidez
establecida por la Iglesia Católica y su histórica constitución determinista y
dogmática de forma jerarquizada por todos reconocida.
Muchos
metodistas han sido colaboradores directos en la creación de la Asamblea
Permanente por los Derechos Humanos de la Argentina (APDH), una organización no
gubernamental para la defensa de los derechos humanos fundada en 1975 y constituida
en el templo de la misma Iglesia Metodista de la calle Corrientes de la Ciudad
de Buenos Aires. Dicha organización fue fruto de una convocatoria autónoma de
personas provenientes de los más diversos sectores sociales, políticos,
intelectuales, sindicales y religiosos argentinos, en respuesta a la creciente
situación de violencia y de quiebra de la vigencia de los más elementales
derechos humanos que se escalaba en el país, principalmente durante los
difíciles años de dictadura cívico-militar.
De
ella formaba parte el profesor y pastor metodista José Miguez Bonino, quien promulgara
fuertemente la implementación de un evangelio social. Considerado uno de los
fundadores de la Teología de la Liberación latinoamericana, estuvo comprometido
con una ética política centrada en los pobres y la defensa de los derechos
humanos. El pastor Miguez Bonino argumentaba que la Teología de la Liberación
había sido la respuesta de una generación de jóvenes católicos y evangélicos al
llamado del Espíritu Santo hacia un renovado compromiso espiritual, ético y
social con los pobres, el llamado a una nueva e integral evangelización.
Otra
destacada personalidad fue Carlos Gattinoni, un obispo de la misma Iglesia
Metodista Argentina, el primero elegido desde que esta última declaró su
autonomía. Fuertemente involucrado en los movimientos de derechos humanos, fue miembro
fundador de la nombrada Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y
de la comisión de notables que integró la Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas (CONADEP).
6.
En
el año 1739, George Whitefield, amigo y antiguo compañero de Charles Wesley del
“Club Santo” de la Universidad de Oxford, lo llamará para que lo ayude en su
tarea de predicación a los mineros de carbón de Bristol. Bristol era escenario
de una situación social muy conflictiva. Había estallado recientemente una gran
protesta entre los mineros de carbón de la región, particularmente en
Kingswood, cuando dos de sus líderes fueron arrestados. Las autoridades
tuvieron que llamar a los soldados para asegurar a los prisioneros «frente a
muchas mujeres que pedían su liberación en medio de una lluvia de piedras». Los
disturbios en torno a Bristol fueron parte de un patrón mayor de disturbios
provocado por los altos precios del maíz, los bajos salarios y la pobreza
opresiva de la nueva clase de trabajadores urbanos. Los años 1739 y 1740, justo
cuando estalló el metodismo, fueron años especialmente duros y los mineros de
Kingswood fueron uno de los sectores más perjudicados.
Wesley
no acobardado frente a este escenario, se apresuró en organizar la misión y
desde la predicación de sus salmos al aire libre (la iglesia anglicana prohibía
a sus clérigos predicar en otras jurisdicciones o en lugares no reglamentados
por los obispos), condujo con oración a la muchedumbre para que se fortificara
en su reclamo y se apaciguara en la lucha ordenando sus prerrogativas de manera
más inteligente.
El
avivamiento metodista había comenzado. Dicha experiencia le permitió a Wesley
atreverse a más, a romper los formalismos, a “ser más vil”, a embarrarse en los
caminos junto a los más “pequeños”. Di aquí surgirá el estallido metodista
cuyo lema podría ser “corazones templados y botas embarradas”.
El
otro “avivamiento” secular fue el del propio Partido Socialista de la Argentina,
quien con figuras respetabilísimas como la del Dr. Justo, su esposa Alicia Moreau
y Alfredo Palacios, enarbolaron la bandera del compromiso y el trabajo por los
pobres. En palabras del reconocido tribuno socialista francés Jean Jaurés en
visita histórica a Buenas Aires en el año 1911, dirigiéndose a la figura de
Palacios manifestó: “ha podido probar que con las fuerzas del pensamiento y la
inspiración socialista, algunas leyes de progreso social pueden ser arrancadas
a la inercia y el egoísmo de las oligarquías”.
Esas
leyes no fueron pocas ni mucho menos poco importantes. Consigue varias leyes
sociales entre ellas la de sábado inglés,
descanso dominical, ley de accidente laboral, ley del trabajo femenino, ley de
la silla,
estatuto del docente y muchas otras,
que en distintos períodos fue presentando y logrando que se sancionen.
El
régimen imperante miraba con asombro a ese joven abogado que tenía un cartel en
su oficina del barrio de la Boca que decía: “Alfredo Palacios abogado, se
atiende gratis a los pobres”. Su tesis doctoral, “La miseria en la República
Argentina”, sería la primera prueba del compromiso que habría de mantener
inconmovible hasta su muerte: la defensa de la clase trabajadora y su crítica
al ordenamiento capitalista que hace- según sus propias palabras que mantienen
hasta hoy plena vigencia- “que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada
vez más pobres”. (Giustiniani, 2012).
Fue
el primero en llevar al Parlamento americano la voz y la palabra socialista a
partir de 1904, el grito de dolor, pero también la esperanza y la protesta de
las clases trabajadoras y los desposeídos. Su melena, bigotes mosqueteriles,
moño y chambergo, le otorgaron una fisonomía única y atemporal. Pero su
honradez, el sentido ético de la acción política, su versación jurídica y
política, y su sentido de la solidaridad y patriotismo para pensar una mejor
Argentina, lo constituyeron como un arquetipo único de defensa de lo nacional.
La Dra. Alicia Moreau de Justo dijo en ocasión de su fallecimiento el 20 de
abril de 1965: “Hoy despedimos a un caballero del ideal. Lo ordenó caballero su
lucha incesante contra el error, la miseria y la injusticia. Lo consagró el
pueblo al cual tanto amó, en quien confió en los más duros trances. Para
siempre su recuerdo vivirá unido, indisolublemente, a la defensa de la
democracia, erguido ante las dictaduras, abiertos los brazos a la masa
desheredada, al frente mirando al porvenir que, para él, toma nombre de
socialismo.”
Con
estas consideraciones, podríamos concluir que tanto el socialismo como el metodismo
han coincidido en muchos de los puntos fundamentales que fueron construyendo
sus tradiciones de pensamiento a lo largo de nuestra historia nacional,
demostrando una honda convicción en su militancia tanto política como
religiosa, y haciendo genuina una clara identificación con las demandas de los más
pobres. Esta puesta en práctica desde sus orígenes europeos, fue primeramente
“trasplantada” y luego “injertada” a nuestra tierra, con la finalidad de
continuar un digno, decente y respetable trabajo que, hasta hoy en día, sigue
dando sus frutos.
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