Resumen
La “Tercera Ola” de democratización en América Latina tuvo dos líderes que fueron el arquetipo del neopopulismo y el neoliberalismo, Carlos Menem en la Argentina y Alberto Fujimori en Perú lograron acaparar un poder que desde hacía muchos años no se veían en presidente civiles.
El presente trabajo enfatiza la relación existente entre el estilo neopopulista y las reformas que tanto Menem como Fujimori lograron en sus respectivos países, como así también ingresa en el debate y se pregunta: ¿puede existir una democracia real cuando no existen instituciones fuertes y en dónde el líder neopopulista es el que tiene todo el poder?
Abstract
“Third wave of democratization” in Latin America had two leaders that clearly became the archetype of neopopulism and neoliberalism. Carlos Menem in Argentina and Alberto Fujimori in Peru succeded in build a solid political basis almost unknown in both countries’ history.
This paper not only emphazises the relationship between neopopulism and changes produced by Menem and Fujimori in their countries but also poses the following question: Can a real democracy exist when there are no strong institutions and there is only a neopopulist leader that holds the power in his hands?
Mercados libres, neopopulismo y asimetrías democráticas: La política de las reformas neoliberales en el Perú de Fujimori y la Argentina de Menem
Por: Matthew Stone
Introducción
A principios de los años 80, Perú y Argentina participaron en la “tercera ola” de democratización que se observó en Latinoamérica. Ambos países vivieron un traspaso de las dictaduras a regímenes democráticos. A finales de la década del ’80, estos mismos países sufrieron crisis económicas –especialmente, crisis hiperinflacionarias. Como respuesta a esto, la implementación de reformas neoliberales fue llevada a cabo por presidentes neopopulistas (liderazgo personalista y antiestatista), los cuales centralizaron el poder en el ejecutivo. Son los casos de Alberto Fujimori en Perú y Carlos Saúl Menem en Argentina.
Esto significó un cambio en los dos países respecto de la década anterior. Por un lado, la democracia peruana se habría debilitado durante los mandatos de Fujimori y, todavía hoy, este país carecería de instituciones democráticas fuertes. Por otro lado, en Argentina, aunque la integridad de la democracia estaría amenazada durante los mandatos de Menem, el efecto no habría sido tan fuerte como en Perú. En la actualidad, las instituciones democráticas tendrían un rol importante en el sistema político de Argentina.
Desde el retorno a la democracia, mientras Perú tendría liderazgos con características neopopulistas, en la Argentina se daría una alternancia entre este tipo de líderes y otros con un estilo más moderado e institucionalista.
Una comparación entre Perú y Argentina durante los años 90, refiriéndonos a los temas de la reforma neoliberal y la aparición de los políticos neopopulistas, nos ayudaría a comprender mejor el efecto que tiene la presencia de estos dos fenómenos en la integridad de las instituciones y los procesos democráticos. Más específicamente, esta comparación nos ayudaría a comprender por qué hoy, después de historias recientes bastante parecidas con respecto a la democratización y la crisis económica, la democracia en un país (Argentina) se encontraría en un estado más avanzado que la democracia en el otro (Perú).
El objetivo principal de este trabajo es usar los ejemplos de los países mencionados para analizar la relación entre la integridad de la democracia, la reforma neoliberal y el liderazgo neopopulista. Dentro de esta temática, intentaremos descubrir por qué la Argentina actualmente se encuentra con una democracia de instituciones (el Congreso, el sistema partidario, etc.) y procesos más avanzados que los de la democracia peruana.
*Macalester College, St. Paul, Minnesota, EEUU.
Esta monografía llegará a dos distintas hipótesis sobre esta relación que son las siguientes:
Primero, “la presencia constante de liderazgos neopopulistas en Perú podría deberse a la debilidad de instituciones democráticas en ese país, mientras que la alternancia entre distintos estilos de liderazgos en la Argentina correspondería a un estado más avanzado de las instituciones políticas.”
Segundo, “la emergencia de liderazgos neopopulistas podría deteriorar las instituciones democráticas de un país.”
Algunas consideraciones sobre la cuestión
Kurt Weyland escribe que en Argentina y Perú, líderes neopopulistas –Menem y Fujimori- surgieron como consecuencia de las crisis económicas en sus países a fines de los años 80. Estas instancias de debilidad e incertidumbre en estos dos países constituyeron las condiciones para el ascenso del liderazgo neopopulista (WEYLAND: 2002, 2-3). Esta conclusión de Weyland establece la relación entre la debilidad democrática y el liderazgo neopopulista. Otros autores desarrollan más esta relación. Javier Corrales (1997-1998), por ejemplo, escribe que las condiciones de una crisis económica facilitan la centralización del poder en el ejecutivo porque la población y la oposición tendrían más voluntad a apoyar acciones sustantivas para implementar reformas económicas que terminarían con dicha crisis.
Corrales escribe que Menem apostaría al crecimiento del apoyo entre varios sectores de la sociedad para la implementación de reformas drásticas para estabilizar la economía a través de medidas autoritarias. La asociación entre el liderazgo más autoritario y menos institucionalista y la política económica de las reformas neoliberales representa un avance en el pensamiento sobre la relación entre la democracia y el neoliberalismo.
Los ejemplos de Fujimori y Menem dentro de la época neoliberal de América Latina han ayudado a los politólogos a avanzar en sus ideas sobre el neoliberalismo. Hasta que Menem y Fujimori ascendieron a la presidencia, estas ideas habían cambiado mucho desde el principio del neoliberalismo latinoamericano en los años 70. Las primeras percepciones sobre las reformas neoliberales asumieron que su implementación requería el liderazgo dictatorial y autoritario, como en el caso del dictador chileno Augusto Pinochet, uno de los primeros líderes en América Latina que llevó a cabo varias reformas neoliberales. A fines de los años 80 y al principio de la década 90, los pensadores primarios del Consenso de Washington habían comenzado a proponer que la reforma neoliberal sería la pareja de la democracia liberal (ROBERTS: 1996, 112; WEYLAND: 2002, 1). Fujimori y Menem son algunos de los ejemplos de líderes que han llevado a politólogos a formar una nueva asociación entre la reforma neoliberal y el liderazgo personalista y anti-sistema que parece al estilo del populismo clásico de América Latina de mediados del siglo XX. Los ascensos de Fujimori y Menem han cuestionado las consideraciones previas sobre la relación entre el neoliberalismo y la democracia. Según Kenneth Roberts, ambos ejemplos ayudaron a desarrollar el modelo de un ejecutivo fuerte –el poder central- controlado cada vez menos por instituciones débiles para llevar a cabo reformas neoliberales (ROBERTS: 1996).
Historias parecidas, fines distintos: Comprendiendo el fenómeno
Hoy en día, más de una década después de que Perú y Argentina comenzaron a implementar reformas neoliberales, y más de cinco años después de que Fujimori y Menem dejaron la presidencia, las condiciones políticas de ambos países divergen de las que tuvieron lugar en los años 90. Los politólogos, en general, creen que Perú todavía no habría abandonado un sistema presidencialista basado en el liderazgo carismático para institucionalizar la democracia y realizar la separación de poderes (WEYLAND: 2002; LEVITSKY: 1999). En Argentina, los politólogos perciben, en general, una democracia consolidada y resistente, capaz de sobrevivir un colapso económico gracias a la fortaleza e integridad de sus instituciones (LEVITSKY y MURILLO: 2003).
Para mejor exponer sobre ambos casos, la comprensión de tres conceptos claves será necesaria. Las siguientes secciones desarrollarán las definiciones de la democracia, el neoliberalismo, y el neopopulismo. Las definiciones no darán una base uniforme para dirigir el presente análisis.
Determinando qué es la democracia: Mínimos de procedimiento
En esta monografía hablaremos de la democracia desde una perspectiva institucional. Por eso, cuando hablemos del fortalecimiento de la democracia nos estaremos refiriendo al fortalecimiento e integridad de las instituciones que la componen. Mainwaring desarrolla una estructura que nos ayudaría a determinar si un gobierno es democrático o no en base a su conformidad con ciertos “Mínimos de procedimiento” además de elecciones regulares que sean libres y competitivas. Un gobierno elegido para ser democrático debería cumplir con las siguientes condiciones (MAINWARING: 1999, 102):
- El poder de gobernar debe pertenecer, verdaderamente, a las autoridades elegidas –de las ramas ejecutivas y legislativas- y no a otras instituciones o fuerzas, como las fuerzas armadas.
- El gobierno debe respetar las libertades civiles de sus ciudadanos.
- La “gran mayoría” de la población adulta de un país debe tener derecho a votar. Esta gran mayoría debe ser incorporada al sistema político.
Este conjunto de requerimientos nos dará una manera segura y uniforme para evaluar y comparar los gobiernos de Argentina y Perú durante los años 90. En esta monografía, primero compararemos las historias de los respectivos países antes de la época de democratización de los 80. Dentro de estas historias, hablaremos del desarrollo y fortalecimiento de los sistemas partidarios en cada país. Después, examinaremos la época de reformas neoliberales para los dos casos; prestaremos atención especial a las políticas de Alberto Fujimori y Carlos Menem. Estas explicaciones históricas nos permitirán hablar sobre el fortalecimiento democrático de Perú y Argentina durante los años 90 y hoy en día. Al fin de la monografía, consideraremos las posibilidades futuras para la democracia en ambos países.
¿Pares conceptuales?: Explicando el neoliberalismo y el neopopulismo
Según María Eugenia Sconfienza, es preciso destacar que el neoliberalismo no es igual al concepto clásico del liberalismo económico, cuya doctrina afirma que una mano invisible es capaz de “gobernar el interés de todos”. El concepto del neoliberalismo se implanta más en la política de un país. El neoliberalismo rechaza cualquier política de intervención económica por el estado. Además, la política neoliberal en su implementación tiene como una meta clave el desmantelamiento del Estado de Bienestar, el cual se percibe como una moda de intervención económica por el gobierno (SCONFIENZA: p. 2). Según la filosofía neoliberal, escribe Perry Anderson, la política neoliberal “rechaza toda regulación social y el bienestar…porque estas políticas estatales destruyen la libertad de los ciudadanos y la vitalidad de la competencia” (BALDIOLI: 2007). Así que más allá de la economía, el neoliberalismo se encuentra en la esfera política.
Esta monografía caracterizará los liderazgos de Carlos Menem y Alberto Fujimori como neopopulistas, el potencial par conceptual del neoliberalismo debido al estilo autoritario común en la implementación de las reformas neoliberales en varios ejemplos latinoamericanos. El término neopopulismo emplea para referirse al estilo de liderazgo que se asemeja al populismo latinoamericano clásico del siglo veinte, plasmado por líderes como el argentino Juan Domingo Perón y el brasilero Getulio Vargas, pero que al mismo tiempo guarda ciertas diferencias. El concepto del neopopulismo surge en la época de las crisis hiperinflacionarias en América Latina de los años 80, a la misma vez que varios países empezaron la implementación más ortodoxa de las reformas neoliberales.
El estilo del liderazgo neopopulista guarda como un elemento conceptual clave un líder personalista y carismático que favorece las relaciones directas y paternalistas con los que lo apoyarían, que generalmente vendrían de los sectores subalternos y responderían a la retórica antisistema del líder. El líder usa el apoyo que habría logrado para lograr una “relativa hegemonía” política. A contraposición del populismo, cuyo político se centra en la organización social –especialmente con el ejemplo de los sindicatos- el neopopulismo se distingue por su disminución de la importancia de la organización y su correspondente capacidad de debilitar los sectores organizados de una sociedad (BALDIOLI: 2007; ROBERTS: 1996, 87).1
Democracia inconsistente y falta de organización policlasista: Perú antes de los 80
A pesar de tener uno de los partidos más viejos de toda Latinoamérica -la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA)- Perú careció de un sistema competitivo de partidos políticos durante el siglo veinte. Esto se debería a la presencia inconsistente de la democracia en Perú durante este siglo. Esta ausencia de la democracia inhibió la organización social policlasista que politólogos valoran y consideran importante para el establecimiento de democracia que sirva a múltiples sectores sociales (MAINWARING: 1999). APRA, el único verdadero partido de múltiples clases sociales que Perú ha visto en su historia, nunca asumió el poder ejecutivo hasta la elección de Alan García en 1985 (VANDEN y PREVOST: 2006, 178). La historia política de Perú creó las condiciones para un sistema partidario que últimamente se desintegró en los años 90 de una manera nunca vista previamente en América Latina, la época de Fujimori. Durante los años 80, los cuatro partidos más importantes de Perú –APRA, Izquierda Unida (IU), Acción Popular (AP), y el Partido Popular Cristiano (PPC)- recibían juntos el 90 por ciento de los votos. Durante los años 90, estos mismos partidos juntos recibían sólo el 10 por ciento de los votos (LEVITSKY: 1999, 83 y 86).
Levitsky escribe que Perú tendría una historia complicada con respecto a la democracia durante el siglo veinte. En contraposición a la experiencia de la mayoría de los países latinoamericanos, los gobiernos autoritarios de Perú tendrían más legitimidad que los regímenes democráticos de los años 40 y 60. Estos últimos dieron el derecho a votar sólo a un pequeño grupo conformado por la elite europea. Este hecho viola una de las condiciones –un mínimo de procedimiento- de Mainwaring, que requiere que un gobierno democrático conceda el derecho a votar a la “gran mayoría” de la población adulta de un país (LEVITSKY: 1999, 81; MAINWARING: 1999).
La composición social de la población peruana habría ayudado a desarrollar una resistencia a los valores y las instituciones democráticos. La ausencia de una clase media sustancial a lo largo de la historia de este país –una condición que persiste actualmente- tiene una correlación fuerte con la ausencia de partidos de masas en el desarrollo político de Perú (WORLD BANK: 2004). Weyland escribe que la pequeña clase media de Perú es la clase social que sería la más adepta a los valores de la democracia liberal, pero su escaso peso limitaría la influencia de sus opiniones en favor de la democracia. Además, en Perú los sectores sociales indígenas y subalternos tratarían de resistir a la clase media europea y sus valores. Esta realidad, entonces, cultivaría un rechazo de los valores y las instituciones democráticos (WEYLAND: 2002, 200). Estas condiciones sociales e históricas crearían una situación propensa para el apoyo popular y la emergencia de un liderazgo carismático y anti-institucionalista –un liderazgo neopopulista. Este punto de desarollará posteriormente en otro apartado.
La incorporación de los sectores populares en Argentina: El Peronismo
La historia de la Argentina durante el siglo veinte difiere a la peruana. Aunque Argentina no tuvo gobiernos estables y democráticos durante ese período, un líder, Juan Domingo Perón, adelantaría –aunque de una manera “top-down”- la organización de los sectores populares a través de los sindicatos, lo cual incorporaría este sector al sistema político. En el caso de Perú, mostraremos en esta monografía que la falta de incorporación de los sectores subalternos se daría a una falta de confianza en la democracia, lo cual resultaría en la actualidad en una falta de instituciones democráticas fuertes y la presencia constante de liderazgos neopopulistas. En Argentina, veremos una correlación entre tal incorporación durante el siglo veinte y unas instituciones democráticas en la actualidad que serían más fuertes que las de Perú. El fortalecimiento de estas instituciones se daría a una alternancia entre el liderazgo neopopulista y otros tipos de liderazgo más institucionalista.
Aunque Argentina no estuvo bajo gobiernos democráticos durante todo el siglo veinte, el país fue dominado por dos partidos de masas que competían para lograr el poder gobernante: Eran el Partido Peronista y la Unión Civil Radical (WEYLAND: 2002, 11; VACS: 2006). La base social de cada partido representaría un crecimiento en el porcentaje de la población argentina incorporado al sistema político. Cada partido incorporó a varios sectores de la población relegados hasta ese momento. Los Peronistas incorporaron a las mujeres y la clase obrera urbana, mientras que la emergencia de la UCR incluyó a la clase media. Este sector social había demandado el derecho de participar en el sistema político, y el éxito adquirido mostraba su tamaño e influencia sobre el resto de la sociedad. Ésta es una diferencia clave con la clase media peruana, un sector social chico y, consecuentemente, sin poder ni influencia. La presencia histórica de una clase media de tamaño significativo, como se ve en el contraste de los casos de Perú y Argentina, aumentaría la probabilidad del desarrollo de un sistema democrático y la incorporación de un porcentaje más grande de la población. La falta de incorporación de un porcentaje grande, como mostraremos, aumenta la probabilidad del éxito de líderes neopopulistas.
Según Vanden y Prevost, los partidos políticos asumirían un rol importante en la sociedad además de sus actividades políticas. Dentro de estas funciones sociales se incluye la organización social (VANDEN y PREVOST: 2006, 211). En Argentina, la incorporación de la clase obrera urbana para formar sindicatos con apoyo estatal sería un ejemplo del control social ejercido por un partido político. El Peronismo organizaría un sector de la sociedad y, como consecuencia, ayudaría a establecer la tradición de una sociedad organizada (VACS: 2006, 403). La incorporación de múltiples clases sociales al sistema político argentino cumple con el procedimiento mínimo de Mainwaring que requiere que la “gran mayoría” de la población sea incorporada al sistema político. Según Weyland, la incorporación de un gran porcentaje de la sociedad civil al sistema político argentino últimamente garantizó instituciones democráticas más fuertes que, con más facilidad, podrían restringir una realización especialmente ambiciosa del poder ejecutivo, como sucede con líderes neopopulistas (WEYLAND: 2002, 197-198).
El problema de la democracia: Perú durante los años 90
Varios politólogos caracterizan a Perú como una democracia sólo para algunas partes de la década 90, mientras que los politólogos generalmente caracterizan a Argentina como una democracia constante por toda la década. En verdad, es dudoso que Perú cumpliera con los procedimientos mínimos de Mainwaring durante los años 90. Primero, el poder se centralizó en el poder ejecutivo, especialmente después que Fujimori disolviera el Congreso en su auto-golpe de abril de 1992. Durante este mismo período, Fujimori también eliminó otras medidas de accountability horizontal cuando suspendió la Constitución, purgó el poder judicial y puso a sus aliados en el Consejo Electoral Nacional. Además, el poder militar durante la presidencia de Fujimori asumió el papel de compañero estratégico del gobierno. Si el gobierno fuera a cumplir con los mínimos de procedimiento de Mainwaring para convertirse en una democracia, el poder militar sería subordinado a la autoridad civil. Segundo, el gobierno de Fujimori no respetó las libertades civiles de los ciudadanos, ya que frecuentemente autorizó la intervención ilegal de los teléfonos de varios periodistas además de hostigarlos e intimidarlos con amenazas de muerte. Los líderes de la oposición también fueron amenazados de la misma manera: Sus teléfonos fueron intervenidos y algunas figuras políticas importantes de la oposición fueron casi obligados a huir del país para escapar de un juicio criminal. Tercero, aunque el gobierno de Fujimori incorporó a la “gran mayoría” de los peruanos, Fujimori mostraría su comportamiento anti-democrático al enfrentarse a las opiniones pro-democráticas de la clase media peruana. No obstante, varios sectores subalternos de la sociedad peruana pensarían que el gobierno de Fujimori fue más inclusivo que los regímenes democráticos anteriores que habían incorporado sólo a una elite social (LEVITSKY: 1999, 78-80).
A pesar de la inhabilidad de Perú para cumplir con los mínimos de procedimiento de la democracia, es necesario tener en cuenta que, varias veces durante los años 90, las instituciones democráticas diseñadas para proveer la accountability horizontal fueron activas. La presidencia de Fujimori empezó en el año 1990. Levitsky y Weyland caracterizan a Perú desde el principio del primer mandato hasta el auto-golpe de abril de 1992 como una democracia, por lo menos porque las estructuras democráticas quedaron abiertas y funcionando. Según los autores, Perú habría vuelto al estatus de una estructura democrática en 1995, cuando Fujimori fue reelegido con más del 60 por ciento de los votos para su segundo mandato de cinco años; los partidos tradicionales peruanos obtuvieron sólo el cinco por ciento (LEVITSKY: 1999, 78; WEYLAND: 2002, 12 y 182). Entre el auto-golpe y las elecciones de 1995, los peruanos eligieron una asamblea constituyente en noviembre de 1992 y aprobaron en 1993 –por un pequeño margen- una nueva Constitución que garantizó el derecho de reelección a Fujimori en 1995. Durante su segundo mandato, Fujimori siguió ignorando el rol de las instituciones de accountability horizontal mientras intentaba con sus aliados en el Congreso garantizar el derecho inconstitucional para ser reelegido por segunda vez en 2000 (WEYLAND: 2002, 12).
No es casual que las instituciones democráticas en Perú empezarían a debilitarse al mismo tiempo que Fujimori comenzó a llevar a cabo varias reformas neoliberales. Kenneth Roberts escribe que el ejemplo peruano durante la presidencia de Fujimori demostraría que la crisis económica y las reformas neoliberales ayudan a debilitar las formas institucionalizadas de la representación política, inclusive las ramas legislativas y los partidos políticos. Este fenómeno crearía una situación proclive para que el liderazgo personalista, como el de Fujimori, ascienda al poder (ROBERTS: 1996, 90). Sin embargo, la crisis económica de Perú que precedió la elección de Fujimori en 1990 generó un contexto que fomentaría la debilitación institucional. La primera víctima de este fenómeno fue el APRA, el partido político de masas que ocupaba el poder presidencial a fines de los años 80. La debilitación de esa vieja institución creó un vacío de poder que facilitaría el ascenso de una figura casi completamente desconocida públicamente: Fujimori. Fujimori ascendería a la presidencia como el líder de un nuevo partido “catchall” denominado “Cambio 90”. Durante su campaña presidencial, Fujimori utilizó una retórica en contra del establishment para cultivar respaldo de los sectores sociales subalternos.
Fujimori comenzó a llevar a cabo varias reformas neoliberales poco tiempo después de asumir la presidencia, en un esfuerzo dirigido a terminar con la crisis hiperinflacionaria. Para bajar la tasa de inflación, Fujimori implementó un programa de estabilización que bajó los gastos sociales y aumentó las tasas de interés. Otras reformas neoliberales primarias en Perú incluyeron la desregulación de los mercados financieros y laborales, una reforma realizada por la abolición de las tarifas y las privatizaciones de industrias anteriormente nacionalizadas (ROBERTS: 1996, 96). Un impacto directo de dichas reformas fue la debilitación de los sindicatos, un sector social organizado. Otro efecto fue el crecimiento del sector económico informal, que pasó a incluir más de la mitad de la mano de obra peruana. Mientras que el sector informal creció, el número de afiliados de sindicatos bajó un tercio en sólo un año, y en 1991, pasó a incluir sólo al 12 por ciento de la fuerza de trabajo (ROBERTS: 1996, 99).
El concepto preciso usado para describir el liderazgo personalista de Fujimori es neopopulismo. Fujimori fue un líder paternalista y personalista. Su coalición de partidarios se concentraba en los sectores subalternos de la sociedad peruana. La relación entre Fujimori y aquéllos era de un estilo directo, prescindiendo de instituciones que mediaran. La retórica política de Fujimori se dirigió contra el establishment porque hablaba en contra de las instituciones tradicionales de la política peruana (ROBERTS: 1996, 88). Por lo tanto, el caso de Fujimori se encuadra como neopopulismo y no populismo debido a que su llegada a la presidencia fue posterior a la etapa en que dominaba el liderazgo tradicionalmente populista. Por otra parte, el populismo tradicional dependía mucho del respaldo de los sindicatos, un sector que no apoyaba a Fujimori. Asimismo, la política neoliberal de Fujimori no compatibilizó con el modelo económico del populismo tradicional, que promovía la redistribución de la riqueza y favorecía industria por sustitución de importaciones (WAISBORD: 2003).
Roberts escribe los estilos populista y neopopulista favorecen la desinstitucionalización de la autoridad política y la representación, y las relaciones directas y paternalistas entre el líder y sus partidarios (ROBERTS: 1996, 87). En Perú, debido a la ausencia de una clase media sustancial a favor de la democracia, poca gente se quejaba de la debilitación de las instituciones democráticas peruanas y Fujimori quedó con mucho apoyo después de varias reformas neoliberales. El estado débil de las instituciones políticas y el insuficiente peso de la clase media antes del ascenso de un líder neopopulista permitirían a Fujimori profundizar la fragilidad institucional existente durante los años 90. Las reformas neoliberales se pudieron llevar a cabo porque el líder neopopulista ganó el apoyo de los sectores sociales subalternos. Además, después de disolver el Congreso en 1993, Fujimori adquirió poderes expandidos para implementarlas. De este modo, el liderazgo neopopulista debilitaría una democracia que ya era endeble.
El ejemplo de Fujimori demuestra la relación entre la democracia y el neopopulismo: los líderes neopopulistas llegan al poder debido a la debilidad democrática existente, y una vez que se encuentral allí, acentúan ese estado.
¿Una democracia en proceso de consolidación? La Argentina durante la década 90
Como hemos dicho, el consenso académico generalmente describe Argentina como una democracia fortalecida durante los años 90 a pesar de la implementación de reformas neoliberales por un líder personalista y neopopulista después de una crisis hiperinflacionaria. Aunque las condiciones son parecidas, los casos de Perú y Argentina tienen fines distintos respecto de la integridad de la democracia. Como hemos mostrado en esta monografía, la integridad de la democracia peruana antes de los años 90 sería débil y se debilitaría más durante esa época. El caso argentino presenta un escenario contrario. Desde principios de la década 90, Argentina sería una democracia más fuerte que Perú debido a varios factores que hemos mencionado: La existencia de una clase media sustancial, la organización de la sociedad civil y el mandato de un líder de estilo más institucionalista –Raúl Alfonsín- durante los años 80.
La Argentina se ajusta más a los mínimos de procedimiento que Perú. Primero, aunque el poder se centralizaría en el poder ejecutivo durante los mandatos de Menem en los años 90, el Congreso seguiría funcionando mientras que el peruano se cerró. El Congreso aprobó varios elementos claves de la agenda de Menem, especialmente después de los primeros dos años de su presidencia. Además, los socios del partido opositor –inclusive Alfonsín como representante de la UCR en el Pacto de Olivos- tendrían una voz en las negociaciones de la nueva Constitución de Argentina de 1994. También, durante los mandatos de Menem, las autoridades elegidas llevarían el poder de gobernar sin compartirlo con las fuerzas armadas. El presupuesto de éstas, que habían causado el fracaso de seis gobiernos civiles durante el siglo veinte, fue reducido durante los mandatos de Menem y se pusieron bajo control civil durante esa época (LEVITSKY: 2000, 59-60; LEVITSKY y MURILLO: 2003, 152). Segundo, el gobierno de Menem respetaría las libertades civiles, inclusive las libertades de la prensa. Tercero, aunque el gobierno de Menem provocaría la fragmentación de la sociedad civil, incorporaría a una “gran mayoría” de los argentinos, inclusive los partidarios de los opositores, que segurían siendo la voz principal de la oposición al oficialismo (LEVITSKY: 2000).
Levitsky enumera varios factores más en la Argentina de los años 90 para concluir que la democracia argentina se “normalizó” durante ese período. Entre ellos, destaca la reducción del presupuesto militar causó la reducción de un tercio del número de tropas, la abolición del servicio militar obligatorio, y las privatizaciones de varias empresas controladas por las fuerzas armadas. Por otro lado, la Constitución de 1994 implementó la tradición de la elección directa del presidente, los senadores, y el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. También impuso el cupo femenino en el Congreso, estableció el puesto del Defensor del Pueblo de la Nación, y anuló el requerimiento de ser católico para ser presidente (LEVITSKY: 2000).
La emergencia de un frente de opositores significativo durante los años 90 ayudaría a probar que la democracia argentina se normalizó en esa época. El FREPASO, una coalición de centro-izquierda que finalmente se alió con la Unión Civil Radical, emergió durante la década de los 90 como un opositor clave del Peronismo. Además de la emergencia de nuevos actores políticos, la política argentina pasó de centrarse en la recuperación de una crisis económica. Gradualmente durante los ’90, el enfoque de los votantes cambió y empezó a incluir los temas de corrupción, los derechos del consumidor y la independencia judicial en vez de temas puramente económicos (LEVITSKY: 2000).
Aunque la Argentina podría considerarse una democracia durante los mandatos de Menem, la política neoliberal y el liderazgo neopopulista del presidente amenazaría la integridad de las instituciones del gobierno y de la sociedad civil. Sin embargo, tal impacto de debilitación democrática no sería tan fuerte como en el Perú de Fujimori.
Roberts escribe que Menem habría conseguido el respaldo político a través de medidas neopopulistas. Aunque era peronista –el partido tradicionalmente aliado con los sindicatos- Menem debilitaría al movimiento sindicalista y su influencia política (ROBERTS: 1996, 110-111; WEYLAND: 2002, 149). Carlos Acuña escribe que el gobierno Menem habría planteado una estrategia de “‘asalto’ a las posiciones de los sindicatos más combativos”. Al Ministerio de Trabajo, Menem nombró solamente a sindicalistas que pertenecían a un grupo de 15 sindicatos que previamente tenían el derecho de negociar con el poder ejecutivo. Estos sindicatos ya llevaban “fluidas relaciones con los empresarios” (ACUÑA: 1995, 63). “Dividir y reinar” es el nombre que Roberts usa para describir esta estrategia de gobierno sobre los sindicatos (ROBERTS: 1996, 110-111).
Con respecto a las instituciones del gobierno, el poder de gobernar se concentraría en la rama ejecutiva durante los mandatos de Menem. Especialmente durante sus primeros años como presidente, Menem utilizó reiteradamente los decretos de necesidad y urgencia, justificando su uso con las condiciones de crisis económica. Rubio y Goretti escriben que “Menem entendió que la situación de emergencia en que se hallaba el país requería la concentración de poder en manos del Poder Ejecutivo”. Este estilo contrastó con el de Alfonsín, quien, con un estilo más institucionalista, “buscó la mayoría de las veces la correspondiente aprobación parlamentaria” por sus iniciativas. Los datos demuestran las tendencias autoritarias de Menem. Entre 1853 y julio de 1989, cuando Menem asumió como presidente, todos los presidentes argentinos habían dictado 35 decretos de necesidad y urgencia en total. En sólo su primer mandato –entre julio de 1989 y agosto de 1994- Menem dictó 336. El Congreso mantuvo silencio en el 91 por ciento de los casos frente los decretos de Menem. En el uno por ciento de los casos, el Congreso derogó los decretos de Menem (RUBIO y GORETTI: 1996; 444, 448, 456).
Entre las primeras reformas neoliberales que la administración de Menem llevó a cabo se encuentran las privatizaciones de la compañía nacional de telefonía, la desregulación económica a través de la abolición de tarifas y otras normas que restringieron el comercio, y la implementación del Plan de Convertibilidad para controlar la inflación a través de valorizar el peso argentino al dólar norteamericano. Después de cinco años, Menem había privatizado casi todas las empresas que eran públicas y reducido el presupuesto del gobierno nacional (WEYLAND: 2002, 148-150). Menem llevó a cabo varias reformas neoliberales a través de decretos de necesidad y urgencia. Por ejemplo, el decreto 2284 de octubre de 1991 liberó el mercado de varias restricciones –apertura de la importación de medicamentos y la disolución de una docena de organismos reguladores entre otras- para llevar a cabo una desregulación del mercado. Este mismo decreto derogó 43 leyes previamente aprobadas por el Congreso. El decreto contuvo una cláusula general que demuestra la preponderancia de la iniciativa ejecutiva sobre la legislativa: “Deróganse todas las normas o disposiciones que se opongan a las del presente decreto” (RUBIO y GORETTI: 1996, 461-462).
El decreto demuestra el poder de desinstitucionalización del uso de los decretos de necesidad y urgencia. Según Rubio y Goretti, el decreto 2284, por ejemplo, eliminó las leyes que habrían gobernado a este momento varios aspectos del comercio y dejó el derecho de aplicar las restricciones que quedaban a los funcionarios de los ministros de Economía y Trabajo (RUBIO y GORETTI: 1996, 462). La falta de precedencia para la aplicación de las leyes de este tipo sería un ejemplo de la debilitación institucional provocado por Menem. Este ejemplo del uso del decreto también demostraría el uso de medidas autoritarias para implementar las reformas neoliberales. Según Javier Corrales, la Argentina de la época hiperinflacionaria habría sido uno de los múltiples ejemplos de los países en que el poder se centralizara en el ejecutivo para llevar a cabo varias reformas económicas. Las condiciones de crisis económica ayudarían a los políticos reformistas a ganar los poderes necesarios para implementar sus reformas (CORRALES: 1997-1998, 628). Esta autonomía adicional adquirida por el ejecutivo a partir de la centralización del poder, puede derivar en la debilitación de la democracia institucionalizada, y consecuentemente amenazar la separación de poderes.
A pesar de la concentración del poder en el ejecutivo, el Congreso argentino no Habría perdidio completamente su importancia durante los mandatos de Menem. Ana María Mustapic escribe que generalmente en Argentina “el Congreso no puede ser ignorado” bajo la estructura constitucional del centralismo limitado. Mientras Fujimori cerró el Congreso peruano, el Congreso argentino siguió funcionando, limitando las acciones de Menem, rogando que el presidente presente partes claves de su agenda al Congreso. Mustapic escribe que la existencia de un sistema partidario activo y establecido dentro de un sistema congresional, estimularía naturalmente dos tipos de diálogos: Ejecutivo-Congreso y gobierno-oposición para realizar las iniciativas del gobierno o de la oposición (MUSTAPIC: 2000, 578). Estos diálogos no pueden existir en un gobierno –como el de Perú después del auto-golpe de Fujimori- que tenga un sistema partidario subdesarrollado y un Congreso cerrado.
Igual que Fujimori, Menem era un neopopulista, pero se encontraría más restringido que Fujimori debido a las condiciones institucionales de la Argentina –como el sistema partidario y el Congreso activo, por ejemplo. Estos factores limitarían el grado de desinstitucionalización que Menem podría haber logrado a través de su liderazgo neopopulista y neoliberal. Como Fujimori, caracterizamos a Menem como un neopopulista debido a su estilo de liderazgo personalista, además de su tendencia y deseo de limitar el poder de las instituciones horizontales para que poder centralizar el poder de gobernar en sí mismo. La retórica de Menem se distinguiría por palabras críticas hacia los gobiernos previos y la clase política. Al igual que Fujimori, Menem sería un neopopulista en vez de un populista tradicional debido a su política neoliberal que se centró en la importación de bienes en lugar de la industrialización por sustitución de importaciones. Además, su neopopulismo sería distinto del populismo porque carece del elemento político-económico de la redistribución de la riqueza (ROBERTS: 1996; LEVITSKY: 2000; WEYLAND: 2002).
Aunque en este estudio, Argentina parece ser una democracia más fuerte que Perú, es importante destacar que el caso de Argentina no debilitaría la conclusión que el neopopulismo y el neoliberalismo serían fuerzas que facilitan la desinstitucionalización de la democracia. La sociedad civil argentina –una de las instituciones importantes de una democracia- se fragmentaría durante los mandatos de Menem. Los sindicatos, tradicionalmente aliados con el Partido Justicialista/Peronista, verían la mayor parte de esta fragmentación y debilitación mientras que los partidos políticos cambiarían pero sobrevivirían. La centralización del poder en Menem –aunque a un nivel menor que en el Perú de Fujimori- debilitaría las instituciones horizontales, incluso la Corte Suprema que Menem expandió y en que nombró sus aliados (BALDIOLI: 14). El impacto de la debilitación democrática no duraría tanto tiempo después de Menem en Argentina como sí sucedió en Perú.
Después de Fujimori y Menem: El Neopopulismo y el fortalecimiento democrático
En 1999, las instituciones democráticas peruanas se encontrarían muy debilitadas. Los partidos políticos tradicionales y los sindicatos tradicionales habrían perdido influencia. Fujimori nunca había dependido de un partido político tradicional para desarrollar su base electoral. En 1999, Fujimori preparaba por cuarta vez un partido “catchall” para su segundo intento de reelección en 2000, que no fue permitido por la Constitución peruana. Durante los múltiples mandatos de Fujimori, ninguna fuerza opositora consistente y viable podría desarrollarse y sobrevivir. Lo que existiría como un movimiento opositor sería limitado a la clase política tradicional –los ciudadanos de los barrios ricos de Lima y la costa norte desarrollada- que Fujimori habría expulsado del sistema político con su estilo autoritario de gobernar (LEVITSKY: 1999, 83-84).
Levitsky escribe que la forma del sistema político peruano, un sistema con la ausencia de partidos políticos fuertes, se ha asociado con consecuencias no democráticas en la historia latinoamericana. “En América Latina, la descomposición de los sistemas partidarios se ha asociado con la volatilidad electoral extrema, la política personalista, el estancamiento ejecutivo-legislativo, y el ascenso de candidatos populistas y anti-sistema –los cuales no ayudan a desarrollar la democracia estable” (LEVITSKY: 1999, 88).2 En verdad, la política peruana de 2000 hasta ahora probaría la hipótesis de Levitsky. Fujimori, como hemos dicho, se postuló por un tercer mandato en 2000, violando los principios de la Constitución peruana (WEYLAND: 2002, 193). Fujimori se postuló contra Alejandro Toledo, quien por su política y estilo también se consideraría neopopulista (BOAS: 2005, 35). Lo que pasó con la elección de 2000 en Perú demostraría la debilidad del sistema democrático peruano, especialmente después de una década de un presidente neopopulista con una política neoliberal. Toledo se retiró de la carrera cuando surgió la posibilidad de una segunda vuelta entre él y Fujimori, cediendo a éste la presidencia pero inhibiéndolo de la legitimidad de una victoria formal. Esta falta de legitimidad se haría evidente poco después del principio de su tercer mandato, obligando a Fujimori a renunciar en noviembre de ese mismo año mientras se encontraba en Japó, luego de una lucha de poder con un asesor (CORTIJO: 2002; AGENCE-FRANCE PRESSE: 2001; WEYLAND: 2002, 196). El partido político de Fujimori probaría su propia debilidad sin el liderazgo de Fujimori en las elecciones legislativas de 2002; el partido probaría su falta de resistencia como institución democrática (DANINO: 2002).
Weyland escribe que las condiciones políticas de Perú permiten ampliamente el ascenso repetido de neopopulismo. Como hemos mencionado, Toledo, quien ganó por una escasa diferencia de votos en 2001 con un partido que se postuló una sóla vez –Perú Posible- es neopopulista también. Weyland también ve el re-ascenso de Alan García, el presidente actual de Perú, como la evidencia de la desinstitucionalización y la presencia de la volatilidad electoral de la política peruana. El re-ascenso electoral reciente de García no se fundaría en la lealtad de los votantes a la APRA. En verdad, las crisis económicas asociadas con la primera presidencia de García habrían impulsado la tendencia en contra de los partidos políticos tradicionales de Perú. El re-surgimiento de García se fundaría en su carisma personal, un elemento clave del concepto de neopopulismo (WEYLAND: 2002, 195-197). El re-ascenso de García demuestra que el sistema político peruano aún hoy podría ser fácilmente dominado por el neopopulismo. El electorado en el invierno de 2006 –cuando García fue elegido- se dividió en sectores económicos, una realidad que inhibiría la organización policlasista y de un partido de masas capaz de sobrevivir luego de las elecciones (BBC NEWS: 7 jun 2006; 29 jul 2006).
Para el caso argentino, Weyland escribe que el neopopulismo sólo tuvo lugar durante los gobiernos de Menem, y por eso, la democracia argentina sería más fuerte (WEYLAND: 2002, 195). Aunque Menem, como Fujimori, intentó postularse inconstitucionalmente por una segunda reelección en 1999, no tuvo el mismo éxito que su par peruano debido a las restricciones impuestas por la Constitución (y respetadas, en este ejemplo) y debido también a que su partido –el partido Justicialista, un partido muy institucionalizado y con un base policlasista- quería postular otro candidato presidencial y no apoyaría a Menem, quien se encontró limitado por una institución democrática –su propio partido (LEVITSKY: 2000). En contraposición a lo que expresa Weyland, sostenemos que el neopopulismo no se fue completamente con Menem. Argentina, desde fines de la última dictadura militar, se ha dado a una alternancia entre líderes neopopulistas y líderes de otros estilos, una tendencia que facilitaría el fortalecimiento de las instituciones democráticas más que la presencia constante del liderazgo populista o neopopulista (LA NACION: 27 mayo 2007, 28).
La inhabilidad de Menem para postularse por un tercer mandato satisfaría una condición básica que Weyland usa para determinar el fortalecimiento democrático de una nación: la habilidad de la población para impedir la permanencia en el sistema político de figuras a las que rechazan (“throw the bums out”) (WEYLAND: 2002, 187). Contrariamente, Perú no pudo echar a Fujimori de la presidencia con facilidad. Aunque Menem no desapareció de la escena política, Argentina tendría unas experiencias claves de la democracia institucionalizada después del segundo mandato de Menem. En 1999, la Argentina vio la transferencia del poder a un partido opositor cuando los votantes eligieron a Fernando de la Rúa, un personaje “aburrido” de la Alianza (una coalición que formó durantes los años 90), que no se podría caracterizar como neopopulista (LEVITSKY: 2000, 56).
Levitsky y Murillo escriben que la Argentina habría retenido su fortalecimiento democrático durante y después del colapso económico de 2001, un período en el cual la presidencia estuvo ocupado por cinco diferentes presidentes en dos semanas. A través de esta época de crisis, el Partido Justicialista se quedó como un partido de masas. Aunque la coalición del FREPASO casi desapareció, los políticos de la UCR, aunque se postulaban debajo de nombres alternativos para el partido en algunos casos, surgirían como el principal partido opositor al Partido Justicialista en las elecciones de 2003 y después. Estas elecciones, con una competencia viviente, demostrarían la resistencia y el fortalecimiento de las instituciones de la democracia argentina durante una época en que mucha gente predecía que la democracia en este país del cono sur sufriría (LEVITSKY y MURILLO: 2003).
Levitsky y Murillo consideran significativo que en las elecciones presidenciales de 2003 el voto contra la clase política tradicional haya sido reducido, teniendo en cuenta la magnitud de las protestas del diciembre de 2001 que condenaron la “elite” política durante el colapso económico. En 2003, ningún candidato anti-establishment ganó más del dos por ciento de los votos. El sistema político argentino tendría “un espacio limitado para nuevos neopopulistas” debido a su estado de institucionalización (LEVITSKY y MURILLO: 2003, 159-160).
¿Perú podría llegar a tener una democracia institucionalizada?
Los ejemplos de Argentina y Perú demostrarían que dos líderes parecidos y neopopulistas pueden llevar a cabo varias reformas neoliberales y conducir a resultados distintos en cuanto al funcionamiento de los gobiernos subsiguientes. Las características propias de cada país condicionarían la forma en que el neopopulismo se plasma en cada caso. El fortalecimiento institucional anterior de la democracia argentina limitaría el grado de centralización del poder en el ejecutivo que podía lograr Menem mientras que la falta de institucionalización anterior en Perú permitiría a Fujimori virtualmente un poder sin límites. El sistema partidario competitivo en Argentina también actuaría como una influencia que limitaría las acciones y el poder de Menem (la inhabilidad de Menem a postularse por un tercer mandato inconstitucional, por ejemplo) mientras que en Perú Fujimori no se encontraría limitado por ninguna estructura partidaria. A pesar de las diferencias mencionadas, ambos casos permiten afirmar que el liderazgo neopopulista debilita las instituciones horizontales de una democracia a partir del aumento de poder en manos del ejecutivo.
Pero, si el electorado apoya al líder autoritario, ¿estamos equivocados con la descripción de la democracia peruana como débil porque carecería de instituciones fuertes?
En verdad, aunque Fujimori no mostraría respeto para las instituciones horizontales, él tendría apoyo explícito para su auto-golpe, una acción que debilitaría más las instituciones democráticas de la frágil democracia peruana. Según Charles Kenney, muchos peruanos creerían que el Perú se habría vuelto más democrático luego del auto-golpe (KENNEY: 2004, 212). La confianza pública en las instituciones democráticas se encontraba en un nivel muy bajo antes del auto-golpe ya que nunca antes habrían tenido éxito con la incorporación a los sectores sociales más bajos (ROBERTS 1996: 98). El apoyo para Fujimori perduraría. En su reelección de 1995, Fujimori ganó más del 60 por ciento de los votos. Si bien el grueso del apoyo provino de los sectores subalternos, en esta ocasión la clase media peruana también le brindó su adhesión, dejando de lado su tradicional defensa de los valores democráticos.
La calidad democrática no depende únicamente del apoyo popular brindado al presidente, por lo cual el respaldo con que contó Fujimori durante gran parte de su mandato resultó insuficiente para el fortalecimiento del régimen democrático. La democracia debería traer estabilidad y ser resistente para asegurar que los derechos civiles de los ciudadanos sean respetados. Perú, bajo Fujimori, no lograría estos elementos claves de la democracia. El liderazgo autoritario con el poder centralizado en el ejecutivo no traería estabilidad ni la habilidad necesaria para sostenerse. Actualmente Perú ha logrado una calificación de “libre” de Freedom House (2006).3 Pero, debido a la dependencia del sistema peruano del ejecutivo, esta calificación dependería siempre del desempeño del presidente. El fortalecimiento del ejecutivo podría arriesgar este progreso sencillamente debido a un cambio de opinión rápido y pragmático del poder ejecutivo. El estadounidense James Madison nos advertía que la concentración del poder en el ejecutivo, elegido o no, constituía tiranía en todos casos (KENNEY: 2004, 215).
Conclusión: El neoliberalismo, el neopopulismo y la democracia
Los casos de Argentina y Perú nos ayudarían a entender mejor la relación entre el neoliberalismo, el neopopulismo y la democracia. Weyland escribe que, debido a las reformas neoliberales, la democracia latinoamericana habría fortalecido su habilidad para sostenerse, en detrimento de su calidad. El autor afirma que el proceso de la implementación de las reformas neoliberales, especialmente, requeriría a veces medidas no democráticas que facilitarían la centralización del poder en el ejecutivo (WEYLAND: 2004). Las condiciones de crisis económica que han precedido la implementación de reformas neoliberales habrían cultivado apoyo para las medidas autoritarias usadas para llevar a cabo las reformas económicas que tienen como propósito la estabilización económica (CORRALES: 1997-1998; KENNEY: 2004).
Como se explicó anteriormente, el apoyo popular a un ejecutivo autoritario no constituye por sí solo garantía de democracia. Un país que carezca de las instituciones horizontales que limiten el poder del ejecutivo, no se consideraría democrático. Por eso, la presencia del liderazgo neopopulista en Perú y Argentina no ha ayudado a estos dos países a mejorar la calidad de sus democracias. Por el contrario, tal liderazgo ha ayudado a herir e incapacitar las instituciones democráticas. En Perú, durante el liderazgo neopopulista de Fujimori se vieron el cierre del Congreso, varios abusos de los límites constitucionales por parte del poder ejecutivo y varios abusos de los derechos civiles de los ciudadanos peruanos. En Argentina, durante el liderazgo neopopulista se vieron el aumento del uso de decretos de necesidad y urgencia, y la pérdida de la independencia del poder judicial. En ambos casos, estos presidentes ganaron el apoyo de los votantes para seguir con sus programas de reformas neoliberales.
Los ejemplos de Argentina y Perú nos permiten extraer conclusiones especiales sobre el neoliberalismo y la democracia, aparte de las consideraciones del neopopulismo. En América Latina se ha visto la implementación de las reformas neoliberales bajo varios tipos de gobiernos: dictaduras y gobiernos elegidos. Los casos de Perú y Argentina durante los años 90 siguen el modelo de una implementación autoritaria de las reformas neoliberales, pero bajo gobiernos elegidos. Cuando hablamos de una implementación autoritaria, nos referimos a un liderazgo neopopulista. Como sugiere Weyland (2004), el neoliberalismo y el neopopulismo pueden ser compatibles. Durante los años 90, especialmente en Argentina y Perú, las tendencias del liderazgo neopopulista facilitarían la implementación de reformas neoliberales.
El presente estudio de Argentina y Perú concluye que el neopopulismo debilitaría las instituciones que garantizan la democracia estable y sostenible. En ambos casos, se observa la debilitación de las instituciones democráticas organizadas como resultado del liderazgo neopopulista. No obstante, el neopopulismo no necesariamente derrotaría la democracia, como lo demuestra la asimetría entre Argentina y Perú.
Por otro lado, puede afirmarse que, la debilidad institucional de la democracia se daría a la constancia presente del liderazgo neopopulista. La asimetría entre Perú y Argentina también lo demuestra esto. En Perú, aún se observa la presencia ininterrumpida de líderes y liderazgos neopopulistas mientras que la democracia no se habría institucionalizado. En Argentina, donde la democracia se habría institucionalizado de una manera más fuerte que en Perú, tales condiciones se habrían dado a una alternancia de líderes y liderazgos neopopulistas y anti-institucionalistas, y el liderazgo más moderado e institucionalista.
Contemplando el desarrollo de este trabajo, puede manifestarse que el neoliberalismo, especialmente implementado de una manera autoritaria, debilitaría la integridad de la democracia sin derrotarla definitivamente, y tampoco prevendría la democratización ni la consolidación democrática. La presencia del liderazgo neopopulista aumentaría este poder del neoliberalismo de desinstitucionalizar. Es posible que la presencia constante del neopopulismo por varios años logre la derrota final de la democracia. Pero si el neopopulismo tiene esta fuerza, todavía no la ha demostrado.
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2 Traducción del autor. Véase Steven Levitsky, 1999, pp. 87-88: “In Latin America, party-system decomposition has indeed been associated with extreme electoral volatility, personalistic politics, executive-legislative deadlock, and the rise of populist, antisystem candidates—none of which is conducive to stable democracy.”
3 Nota del autor: Freedom House (véase www.freedomhouse.org) es una organización estadounidense sin fin lucrativo y sin asociación con ningún partido político. La organización empezó en 1941 con el apoyo de Eleanor Roosevelt –la entonces primera dama de los Estados Unidos-, Wendell Wilkie –un político estadounidense de la época-, y otros. En la página web de la organización, se afirma que la organización apoya la expansión de libertad en el mundo a través de “análisis, defensa, y acción”. Cada año, Freedom House publica un reportaje denominado “Freedom in the World”, en el cual la organización evalúa “el estado de la libertad mundial” a través del análisis de los derechos políticos y las libertades civiles en 192 países. Freedom House denomina cada país “libre”, “parcialmente libre”, o “no libre”.
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