Revista Nº39 "TEORÍA POLÍTICA E HISTORIA"

Ateísmo y liderazgo político

Atheism and political leadership

 

Autor: Saúl Elías Guaimara Rondón

Filiación institucional: Estudiante de doctorado de Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar. Caracas, Venezuela.

 

Tipo de artículo: De reflexión

 

Resumen

El presente trabajo es un estudio sobre la relación entre el ateísmo y el liderazgo político. La pregunta que impulsa la presente investigación es: ¿Por qué incide la identidad religiosa de la población en el liderazgo político? El trabajo está desarrollado de la siguiente manera: primeramente se abordan los aspectos generales o comunes del liderazgo y la importancia de la moral; en segundo lugar se hace referencia a algunos líderes ateos contemporáneos en la política; en tercer lugar, se estudia de caso de la política estadounidense aunque a lo largo del trabajo, con menores detalles, también se estudian los casos de Colombia, Venezuela y el Reino Unido. Finalmente se exponen los retos del ateo como líder político.

Palabras claves: Moral; Nones; Creyentes; Candidato; Estados Unidos; Secularización

 

Abstract

The following work is a study on the relationship between atheism and political leadership. The question that drives the present investigation is: Why does religious identity affect political leadership? The work is developed in the following way: first, the general aspects of leadership and the importance of morality are addressed; secondly, reference is made to some contemporary atheist leaders in politics; thirdly, the case of US policy is studied, although throughout the work, with less details, Colombia, Venezuela and the United Kingdom are also studied. Finally the challenges of the atheist as a political leader are exposed.

Key words: Moral; Nones; Believers; Candidate; United States; Secularisation

 

Introducción

Todo líder debe tener características que le permitan sobresalir entre los demás pero también que los conecte con la población o con la masa. Por ejemplo, el más fuerte, el guerrero más ágil y valiente, el más inteligente o el más preparado; el más hábil, o simplemente aquel que encarne el sentimiento colectivo. El hecho que un líder tenga experiencia en el ámbito donde aspira ser un líder también es fundamental para consolidar su liderazgo; bien sea en la academia, en la iglesia, en la guerra, en la política o cualquier otro espacio.

 

Por otra parte, la moral es un aspecto muy importante para la persona que pretende ejercer liderazgo. Salvo que sea para dirigir una horda sanguinaria- e incluso así debe mantener cierta moral con ella-, la moral tiene un valor capital para obtener y conservar el liderazgo. A pesar del avance de la posmodernidad en las sociedad occidentales, los políticos procuran quedar en buena lid con las autoridades religiosas- fuente tradicional de la moral- y evitan ser calificados como ateos. ¿A qué se debe este fenómeno? Una hipótesis sugiere que debido a los prejuicios religiosos, en la mayoría de los países es difícil para una persona que aspire a ser líder, conectar con las masas si de antemano se conoce que es ateo.   

 

En este breve trabajo se realiza un estudio de la relación entre el ateísmo y el liderazgo político. Por lo tanto, el propósito es responder a las siguientes preguntas: ¿Por qué incide la identidad religiosa de la población en el liderazgo político?; o en otras palabras, ¿Por qué es tan difícil ser un candidato político o líder político ateo?; si han existido políticos ateos, quiénes son y cómo les ha ido; ¿cuáles son las diferencias entre un líder ateo y un líder religioso? A tal propósito se considerarán primeramente algunos aspectos esenciales del liderazgo, especialmente en lo que respecta a la moral y la religión; en segundo lugar, se hace referencia a algunos políticos ateos en el mundo; en tercer lugar se hace un estudio del ateísmo en la política estadounidense; finalmente se enuncian las diferencias entre el líder religioso y el líder ateo, y los retos que tiene este último para ser exitoso en el espectro político.

 

 

 

Aspectos generales

Para este trabajo se privilegia el liderazgo político en el marco de la democracia en razón de que, como sugieren Bennister, Worthy y Hart (2017) la relación entre el líder y el seguidor tiende a ser más transaccional, contingente y efímera; en democracia el líder necesita constantemente persuadir a los electorales para mantenerlos comprometidos, que apoyen o al menos que estén de acuerdo y para eso el líder debe hacer uso del “poder suave”, es decir, de  la persuasión.

 

En otras palabras, cuando se hace referencia al liderazgo político se hace referencia a los que en términos de Elgie (2018) se denomina líder posicional (positional leader) quien es el líder que ocupa un alto nivel formal de responsabilidad como funcionario. Es el líder que tiene posición de autoridad política como presidente, primer ministro, entre otros. En resumidas cuentas, un líder posicional es aquel que ostenta un cargo público de alto nivel. Por otra parte, un líder conductual (behavioural leader) es aquel que ejerce cierto tipo de comportamiento cuando está liderando (Elgie, 2018). Así, puede haber líderes posicionales que ejercen liderazgo conductual, es decir, líderes que lideran, tales como Churchill y Kennedy; y también puede haber un liderazgo conductual que no está ejercido por líderes posicionales, es decir, personas que lideran pero no son líderes siendo un buen ejemplo de ello Martin Luther King (Elgie, 2018). Por lo tanto, esta investigación se enfoca en el líder posicional y en aquel que aspira serlo pues ambos deben tener determinadas cualidades para ganar y conservar el apoyo de sus seguidores-electores.

 

Ahora bien, de acuerdo con Alexandre Collie y De Chantal (2015), en un marco de trabajo sobre liderazgo no pueden faltar lo postulados de James McGregor Burns quien planeta que el liderazgo consiste en una relación cuya clave es el descubrimiento de propósitos comunes entre el líder y sus seguidores. Además, hacen una distinción central entre lo que llama liderazgo transaccional (transactional leadership) y liderazgo transformador (transforming leadership) siendo el primero descrito como de políticas de intercambio en el cual, por ejemplo, el político ofrece trabajos a cambio de votos; mientras que el segundo tipo de liderazgo, en cambio, tiene una dimensión moral, y existe un compromiso y ayuda mutua para aumentar los niveles de motivación y moralidad, y aunque inicialmente busca el reconocimiento individual progresivamente, avanza hacia el logro de las aspiraciones de sus seguidores (Alexandre-Collier & De Chantal, 2015). También distingue McGregor (citado por Alexandre Collie y De Chantal, 2015) los líderes de los portadores de poder (power wielders) argumentando que los primeros satisfacen los motivos de sus seguidores mientras que los segundo se interesan solo en lograr sus propios objetivos, independientemente de que éstos sean compartidos por las personas sobre las que ejercen el poder.

 

Sin embargo, en este trabajo se da prioridad a las cualidades del líder, más que a sus funciones. Interesa saber, qué hace a una persona líder a priori, cuál es el perfil que busca el seguidor-elector e incluso saber por qué busca tal perfil. Un líder por lo general tiene características comunes compartidas universalmente aunque dependiendo de la cultura de cada país cada característica tendrá mayor o menor importancia. Brown (2014) sostiene que algunos atributos deseables en un líder moderno, y que han tenido validez a lo largo del tiempo, son, entre otros, inteligencia, buena memoria, juicio astuto, mente inquisitiva, coraje, visión, flexibilidad, empatía y resistencia o energía casi ilimitada. También señala Brown que es necesario contextualizar el liderazgo para que sea mejor entendido; así deben considerarse los contextos: histórico, cultural, psicológico e institucional. De acuerdo con Newell (2009) no es determinante la educación formal para que alguien llegue o se mantenga en la presidencia; pero su retórica inspiradora debe ser moderada; además se espera de un líder que tenga moral pero también en moderación para que no pase por ingenuo (en esto último coloca de ejemplo a Carter con respecto a los soviéticos).

 

Brown (2014) señala que aunque no exista un súper hombre hay muchas cualidades deseables en un líder político, como las ya mencionadas, y se le da singular importancia a la fuerza. Así, afirma Brown que se pretende que un líder luzca fuerte y cuando hay competencia electoral se trabaja para que el adversario político luzca como una persona débil, esto es, sin carácter; además, el líder fuerte debe dominar el partido y no tiene quien le haga sombra. Sin embargo, también advierte Brown que la fuerza del líder en las democracias no es recomendable porque hace que el poder se concentre de forma individual y que el líder se crea indispensable y de juicio insuperable.

 

La fuerza está asociada a otra característica prevaleciente en el tiempo la cual es que el líder sea hombre, condición que en algunos países será preferible mientras que en otros será prácticamente indispensable. Se aspira que un líder también tenga una edad adecuada; esto es, que combine juventud- virilidad, fuerza- y experiencia- que no sea ingenuo-, lo que Maquiavelo (2000) identifica como ese binomio de la fuerza del león con la astucia del zorro. Otra característica es que sea heterosexual y hombre de familia. En el caso venezolano esto es palpable, casi un requisito sine qua non. El país tiene arraigado valores tradicionales por lo que la homosexualidad, si bien no es tanto motivo de odio, sí es motivo de burla y desprecio; así lo han demostrado políticos como el propio Nicolás Maduro al referirse al dirigente opositor Henrique Capriles, entre otros epítetos, como “capriloca” (Guillén, 2017).

 

De acuerdo con Frank McLynn (2009) un líder debe lidiar con un stress simultáneo y acumulado; debe lidiar con conflictos en la sociedad interna y externa, con otras personas e incluso con él mismo. Aunque McLynn se refiere a los líderes guerreros (como Espartaco, Hernán Cortes y Napoleón), es fácil extrapolar sus ideas al plano político (u otros planos) y decir que un líder debe ser monomaniaco con el arte en el cual se desenvuelve (político, económico, bélico), debe tener super energía, y debe comenzar en su carrera temprano. Si se piensa en políticos transcendentales como Fidel Castro, Lenin, Churchill, Rómulo Betancourt, entre muchos otros, estos requisitos se aplican.

 

Dependiendo del país se agregan elementos muy particulares como lo demuestra una encuesta en Colombia que señala que un 90% de la población no votaría por un candidato exparamilitar y un 88% no lo haría por un exguerrillero (González, 2018). También señala dicho autor que un 73% no votaría por un ateo, pero un 68% tampoco votaría por un pastor cristiano, ni siquiera por un sacerdote católico (57%). Esto que parece una contradicción se explicará más adelante cuando se aborde el caso estadounidense. A esto se le suman las cualidades del elector; por ejemplo una mujer, mayor de 55 años y de estrato 1 tiene mucho menos probabilidades de votar por un exguerrillero (González, 2018). Señala el autor, según el juicio de Óscar Ritore (experto en marketing político) que los negativos históricos acumulados- como la lucha guerrillera en el caso colombiano- tienen influencia en las votaciones las cuales se vuelven emotivas. Por otra parte, los ateos tienen más aceptación en el estrato 6, pero, al igual que los LGBTI, más rechazo en los sectores 1 y 2, y en las personas mayores de 55 años.

 

Incluso hay algunas investigaciones que dan cuenta de la relación entre las preferencias gastronómicas y las preferencias políticas. Johnson (2015) se pregunta por qué estas cosas personales, irrelevantes en la política, son importantes, y al respecto señala que la comida es un marcador de la cultura, así que los políticos esperan demostrar que tienen algo en común con los seguidores-electores al comer la comida que es importante para la identidad de algunos. En el caso estadounidense es común comer un pastel de manzana, un corndog en Iowa; comer comida chatarra le sirve a las élites ricas para demostrar que son igual que el resto de la población (Johnson, 2015). Bush padre hablaba mucho sobre su gusto por los chicharrones, Roosvelt agasajó a George VI con perros calientes y cerveza nacional barata. En contraste, el político Clifton Roberts del Humane Party, abiertamente vegano, se ha postulado para la presidencia de los Estados Unidos en el 2016 y para el senado por el Estado de California en el 2018, sin siquiera obtener alguna relevancia en la arena política, por no decir que ni siquiera se ha hecho políticamente visible.

 

Según Maquiavelo (2000) un príncipe cae en desprecio cuando pasa por variable, ligero, afeminado, pusilánime e irresoluto. Además, cuando se refiere a Agatocles de Siracusa, para ejemplificar a aquellos que han llegado al poder por medio de maldades (Capítulo VIII de El Príncipe), señala que era una persona con absoluta falta de humanidad y de religión, por lo que podía conseguir el dominio pero no la gloria. La falta de religión (o incredulidad) en Maquiavelo tiene una connotación negativa con la cual coinciden tanto las élites como el vulgo. Esto es significativo porque el pensamiento de Maquiavelo se ha asociado con la astucia y la malicia, pero queda claro que también establece límites morales basados en la religión.

 

Entre todas las cualidades que tiene un líder, este trabajo de investigación le da prioridad a la identidad religiosa porque ha estado asociada históricamente con la moral. Así, la expresión negativa del ateísmo ha transcendido por los siglos, por ello no es de extrañarse que se siga viendo el ateísmo como una licencia para cometer toda clase de actos inmorales. De ahí que Voltaire dijera que “Si Dios no existe habría que inventarlo”, o que Dostovieski, a través de Iván Karamazov, afirmara que “Si Dios no existe todo está permitido”. El prejuicio contra el ateísmo está bien reseñado por Baker (1998) cuando se refiere a los argumentos ad hominem empleados por los creyentes tales como que el ateo no quiere estar atado a normas morales para poder pecar; no le gusta la autoridad; solo quiere ser diferente y crear problemas; es arrogante y odia a Dios; es pesimista, frío y está enojado; entre otros.

 

La Biblia (1987) es tajante con el ateísmo y al respecto tiene varios pasajes. Uno de ellos está en la Segunda Carta a los Corintios que en el versículo 6:14 señala: “No lleguen a estar unidos bajo yugo desigual con los incrédulos. Porque, ¿Qué consorcio tienen la justicia y el desafuero? ¿O qué participación tiene la luz con la oscuridad?”. En La Segunda de Juan la aversión a los ateos es más explícita; véase los versículos del 9 al 11:

Todo el que se adelanta y no permanece en la enseñanza del Cristo no tiene a Dios. El que sí permanece en esta enseñanza es el que tiene al Padre y también al Hijo. Si alguno viene a ustedes y no trae esta enseñanza, nunca lo reciban en su casa, ni le digan un saludo. Porque el que le dice un saludo es partícipe en sus obras inicuas.

 

En Revelaciones 21:8 se evidencia una clara postura adversa al ateísmo:

Pero en cuanto a los cobardes y los que no tienen fe y los que son repugnantes en su suciedad, y asesinos y fornicadores y los que practican espiritismo e idólatras y todos los mentirosos, su porción será en el lago que arde con fuego y azufre. Esto significa la muerte segunda.

 

 

Tales citas explican por qué el ateo es un mal candidato para cargos públicos y es que tiene una propaganda religiosa que lo visualiza como una persona que aglutina todos los malos vicios (mujeriego, borracho, maltratador de animales, niños, etcétera) en una sola persona; en este sentido puede que una persona sea borracho pero creyente, mujeriego pero creyente, pero ser ateo implica que tiene todos los vicios en sí.

 

Ateos en la política

La pertinencia de este apartado obedece a que cada vez más líderes políticos abiertamente ateos están irrumpiendo y ganando en las contiendas electoral lo cual podría ayudar a cambiar el estereotipo arcaico y desmerecido del ateo. Aunque se limita sobre todo a las democracias occidentales, puede considerarse todo un avance a una democracia que acepte (y no solo tolere) todo tipo de diversidades. Alexandre-Collier y De Chantal (2015) son conscientes de esta dificultad al afirmar que sería una exageración hablar de una separación entre Iglesia y Estado o que el Estado es siempre neutral en asuntos religiosos más allá de gestos de secularización como la promulgación de un nuevo concordato en 1984 en Italia.

 

De acuerdo con Bianco (2015) algunos líderes ateos vinculados a la política son: Julia Gillard, primera ministro de Australia de 2010 a 2013; al respecto señala la autora que los doce ministros que la precedieron tampoco tenían identidad religiosa, lo cual no debe sorprender porque la constitución australiana define a la nación como secular.  Otro ateo al que hace referencia Bianco es Alexis Tspras, quien se convirtió en el primer ministro de Grecia sin identidad religiosa alguna; de hecho rompió la tradición al insistir en hacer su juramento sin ninguna referencia religiosa. El antiguo presidente Francois Hollande es ateo, pero hay que considerar que un 40% de los franceses no creen en Dios; en contraste, 90% de los croatas son católicos pero Zoran Milanovic llegó a ser primer ministro de ese país aun siendo ateo (Bianco, 2015).

 

Vale hacer un paréntesis sobre el caso de Francia. Sostiene Newell (2009) que especialmente en Francia- aunque se refiere a Europa en general-, la religión se oponía a la democracia porque la consideraba atea, por lo que la democracia tuvo que luchar abiertamente contra la religión. En contraste, la democracia estadounidense creció con la convicción protestante de que todo los hombres eran iguales a los ojos de Dios y están en la tierra para hacer el trabajo de Dios y luchar por la justicia y la salvación.

 

John Key, hasta el 2016 primer ministro de Nueva Zelanda, también se declaró ateo; asimismo, Milos Zeman, presidente de la República Checa, se identificó como ateo tolerante, eligiendo participar en eventos religiosos oficiales como figura pública, mientras que personalmente no se identificase con religión alguna; y Elio di Rupo, quien fue primer ministro de Bélgica de 2011 a 2014 y líder del partido socialista de 1999 a 2011 (Bianco, 2015). Di Rupo, hijo de inmigrantes italianos, fue el primer no belga elegido primer ministro, además es abiertamente homosexual y ateo; en una entrevista a la BBC di Rupo se consideró a sí mismo ateísta, racionalista y masón libre (Bianco, 2015).

 

Zaimov (2015) señala que con Tspras aumentó la cantidad de líderes ateos en Europa lo cual es llamativo porque el continente está adherido al cristianismo. A diferencia de los líderes mencionados, Angela Merkel y David Cameron han expresado abiertamente su fe, e incluso el otrora ministro británico solía hacer referencia  a la religión en sus discursos. Robert Fico, quien fuera ministro de Eslovaquia, decidió no hacer referencia a su fe en público luego que se llamara a sí mismo ateo pero posteriormente se identificara como católico; y Simonetta Sommaruga, quien fuera presidenta de Suiza, manifestó haber abandonado la iglesia católica para buscar su propio camino en la fe (Zaimov, 2015). Según Zaimov, un 79% de los griegos cree en Dios, mientras que en la República Checa lo hace apenas un 16%; en contraste, en Malta, 94% de la población es creyente. Estos contrastes, como en el caso griego o croata, indican una excepción a la norma y merecen ser analizados aparte. Una explicación pudiera orientarla el mapa cultural de Inglehart y Walzel (2018) el cual indica que ambos países tienen más valores seculares racionales que tradicionales.

 

Un aspecto que no debe omitirse es que estos líderes ateos se desmarcan diametralmente de líderes comunistas que implantaron un ateísmo de Estado como Enver Hoxha en Albania y Pol Pot en Cambodia. En estos casos podría hablarse de antiteísmo porque en esencia portan la misma intolerancia de los fanáticos o radicales religiosos. Los líderes vigentes, en contraste, son tolerantes de la diversidad religiosa, representan un ateísmo enmarcado en la democracia liberal, que pasa a formar parte de los valores posmateriales sin ninguna connotación ideológica comunista; aun así, la población suele asociar el ateísmo con ese tipo de régimen- comunista- y naturalmente ello representa una gran desventaja para posibles aspiraciones a cargos de elección popular.

 

El ateísmo en la política estadounidense

Se ha preferido el caso de la política estadounidense porque en dicho país se ha debatido mucho al respecto, lo cual marca una clara relación entre la religión y la política. Así, por ejemplo, Smith (2015) destaca que hubo una preocupación entre los estadounidenses durante el primer año de mandato de John Kennedy por cuanto se presumía que, como católico, podría quedar sujeto a las órdenes del Papa; también señala que fue la condición de católico lo que provocó la derrota de Al Smith en 1928 contra el cuáquero republicano Hebert Hoover.

 

Newell (2009) por su parte afirma que aunque Lincoln pudo haber sido un libre pensador, ciertamente respetaba el código moral contenido en el cristianismo; además, cualquiera que fuese su identidad religiosa, Lincoln entendía la profundidad religiosa de sus compatriotas y sus más grandes discursos están cargados de pasajes e imágenes del Antiguo Testamento. Lincoln sabía que no podía avanzar prescindiendo de la Iglesia, la cual había sido a menudo columna vertebral del abolicionismo (Newell, 2009).

 

Recientemente, en las contiendas de los demócratas en los Estados Unidos entre Hillary Clinton y Bernie Sanders se atacó a este último calificándolo de ateo; tal estrategia fue empleada por Bradley Marshall (jefe de la oficina de finanzas del Comité Nacional de los Demócratas) quien manifestó, a través de un correo, pretender desenmascararlo de su supuesto judaísmo (Blumner, 2017). Aunque Sanders había dicho que no estaba muy involucrado en la religión, luego de los hackeos declaró creer firmemente en Dios. Marshall se retractó pero no se disculpó con los ateos (Blumner, 2017). El caso de Sanders también lo refiere Freeland (2017) al reseñar que los documentos del partido democrático mostraron que aliados de Hillary consideraban promover a Sanders como un ateo, estimando que eso le restaría un considerable número de votos en los estados temerosos de Dios tales como Kentucky y West Virginia; Sanders, por lo tanto, tuvo que apresurarse a declarar que no era ateo.

 

Destaca Blumner (2017) que el gobernador de Ohio, John Kasich le sorprendía que Daniel Radcliffe, el protagonista de Harry Potter, fuera ateo, argumentando que con tal éxito no había razón para serlo. De acuerdo con Freeland (2017), los estudios recientes demuestran que las personas alrededor del mundo están preparados para pensar lo peor de los ateos, creyendo que aquellas personas sin fe son más capaces de actuar inmoralmente que aquellos que sí tienen fe. Uno de tales estudios es el de Will Gervais de la Universidad de Kentucky (citado por Freeland, 2017), quien manifestó que los votantes estadounidenses están menos dispuestos a elegir a un ateo que cualquier otra categoría de candidato, incluyendo un homosexual y un musulmán. Gervais sugiere que los electores consideran a Dios un elemento esencial de la moral, y que los ateos no tienen ataduras y son capaces de cualquier cosa como maltratar cachorros, hacer trampa y canibalismo ligero (Freedland, 2017). De ahí que, señala el autor, Zuckerberg haya cambiado su postura religiosa al apegarse a una regla de oro de la política estadounidense: los americanos no votan por un presidente ateo, y en la política norteamericana dicha regla ha operado desde hace mucho tiempo (Freedland, 2017).

 

Sin embargo, no todo es negativo en el panorama de los ateos. Blumner (2017) sostiene que según una encuesta del Pew Research Center, el 69% de los ateos estadounidenses son demócratas, lo cual es clave para ganar elecciones, aunque el partido no devuelve el favor mostrándose amigable con sus partidarios ateos. Si se está dando un proceso de secularización en Estados Unidos, es más lento que en otras democracias occidentales; aun así, los datos están favoreciendo a la población de nones (entre ateos y no afiliados a ninguna religión) que ronda en un 23% y si se trata de millennials la cifra aumenta a 35%, lo cual representa más de un tercio de dicha población (Blumner, 2017). De acuerdo con la mencionada encuesta se reveló que los estadounidenses llamado nones crecieron lo suficiente para convertirse en el segundo grupo más grande en identificación religiosa en el país, por encima de los católicos, al pasar de 16% en el 2007 a 23% en solo siete años. (Blumner, 2017).

 

Este criterio lo comparte Bianco (2015) quien sostiene que hay 56 millones de nones en los Estados Unidos, lo cual es un número más grande que el de los católicos. También señala la autora que las generaciones más jóvenes son proclives a ser criados sin ninguna filiación religiosa; en este sentido, 36% de los jóvenes millennials (entre 18 y 24 años) y viejos millennials (entre 25 y 33) no tienen filiación religiosa.

 

Por otra parte, de acuerdo con Fidalgo (2015), para la fecha de su estudio, 2015, el porcentaje de estadounidenses que votaría por un candidato ateo había alcanzado el 58%, lo cual representa un 4% más con respecto al 2012, y 40% más con respecto a 1958 cuando apenas un 18% de los electores de EEUU consideraba la idea de votar por un presidente ateo. Estos elementos son importantes al momento de meditar sobre la plataforma política de un candidato ateo.

 

Aun así, sostiene Blumner (2017) que, tal como el estudio de Gervais, el ateísmo es el último de los perjuicios aceptables y por eso a pesar de sus números (en comparación con el 1.9% de los judíos) no es una fuerza política significante. Más del 50% de la población no desea que sus familiares se casen con ateos y alrededor de la misma cifra no votaría por un político ateo; el ateo en política sigue teniendo menos posibilidades de ganar que un adúltero o un fumador de marihuana.

 

Para la fecha que Blumner escribe el texto, 2017, el congreso de los Estados Unidos, compuesto por 535 hombres y 100 mujeres, no contaba con un ateo. Señala la autora que Berney Frank admitió ser ateo 26 años después de admitir que era gay y lo hizo después de retirarse de la cámara de representantes; y es posible que existan muchos más ateos dentro del congreso y otros cargos políticos pero declararlo es considerado políticamente incorrecto.

 

El rechazo a los ateos, de acuerdo a Blumner (2017), parece tener explicación en las reminiscencias de la Guerra Fría donde los políticos oportunistas hacían una diferencia tajante entre los incrédulos comunistas y los patriotas temerosos de Dios. El ateo sigue representado entonces al enemigo de Estados Unidos. Que persista tal prejuicio de que no se puede tener moral sin religión significa ir en detrimento de la posibilidad que personas con una visión más científica puedan ocupar cargos públicos e incidir positivamente en la sociedad; de igual manera, la moral religiosa impide que se discutan abiertamente temas como el derecho a abortar, el matrimonio de personas del mismo sexo, o el derecho que tengan los homosexuales a adoptar, la educación sexual en las escuelas, entre otros tópicos (Blumner, 2017).

 

También sostiene Blumner (2017) que a pesar del auge de los nones, tanto demócratas como republicanos se esfuerzan por venderse como partidos pro-religiosos. En el caso de los republicanos, los lobbies religiosos son fuertes ya que en intercambio por su apoyo electoral, imponen prácticas religiosas en la sociedad, lo cual reduce la libertades individuales y margina a los ateos; en el caso de los demócratas mantienen los privilegios y financiamiento de los grupos religiosos para evitar ser tachados de antirreligiosos (Blumner, 2017). Finalmente afirma el autor que aunque la tendencia social va a favor del ateísmo persiste la creencia de que los ateos son pocos y son todos inmorales y poco patriotas.

 

Otros aspectos que podrían jugar a favor del ateísmo los plantea Burleigh (2018) quien en el propio título de su artículo avizora el fin de los cristianos evangélicos como la fuerza política mayoritaria debido en buena medida a sus propios prejuicios; en este sentido, los pastores de la iglesia han dicho que el mundo secular lleva a la gente al mundo de las drogas y el sexo pero los propios creyentes se han dado cuenta en las escuelas que no es así; también los pastores les han endilgado a los musulmanes los ataques terroristas, y cuando se ha descubierto que en verdad los culpables son blancos nacionalistas, no se han retractado. Estos ejemplos y otros más demuestran que los millennials están cambiando tanto el panorama político estadounidense como la propia iglesia evangélica. A juicio de Burleigh (2018) los millenials están abandonando dicha iglesia lo cual está haciendo que su base se haga más vieja y más pequeña (actualmente solo el 10% de los menores de 30 años forma parte del ala blanca evangélica), lo cual indica que para el 2024 dejará de ser la mayor fuerza del país.

 

Burleigh (2018) manifiesta que los logros actuales de los republicanos podrían ser los últimos pues los millennials se están identificando más con los derechos de migrantes y de los LGBTQ; esto conllevaría a que los republicanos disminuyan la influencia de la religión en el partido, y pongan en tela de juicio una alianza que comenzó en 1954 con el Caso Brown contra el Consejo de Educación, y que llegó a la cúspide en 1980 con el nacimiento de Moral Majority y la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca.

 

Smith (2015), por una parte, es menos optimista. Señala que solo el 6% de la población estadounidense se considera atea siendo algunos de los nones creyentes de Dios aunque no de religión alguna. El autor también refuerza la idea de este trabajo al indicar que la filiación religiosa de los presidentes es un asunto de interés nacional pues al menos 19 de ellos han pertenecido a las dos grandes ramas religiosas: la iglesia episcopal y la iglesia presbiteriana. De acuerdo con Smith (2015) el único candidato ateo fue Thomas Jefferson y fue atacado por los federalistas quienes argumentaban que Jefferson era un infiel que destruiría las bases cristianas del país y lo llevaría al secularismo; sin embargo sobrevivió a los ataques porque las acusaciones de su ateísmo eran falsas y además era un líder popular y respetado.

 

Pero, por otra parte, Smith  (2015) hace alusión a algunos avances que se han venido haciendo desde el ateísmo, mencionando a Sam Harris quien le da una base secular a la moral, y argumenta que los países escandinavos son más seculares que los Estados Unidos pero tienen unos índices más bajos que la nación americana en crímenes, drogas, pobreza y embarazo en adolescentes.

 

En definitiva, ningún ateo es candidato a la Casa Blanca y ni siquiera a la mayoría del partido. Incluso las figuras prominentes con dudosa moralidad se apuran en afirmar su afinidad con Dios. Trump es un caso emblemático porque pudo convencer a los electores blancos evangélicos, que aceptaron sus declaraciones de devoción y lo prefirieron por encima de Clinton quien suele ir a la iglesia (Burleigh, 2018). Ello sugiere que si bien los estadounidenses esperan que sus políticos profesen fe en Dios, no demandan de ellos consistencia en ella (Burleigh, 2018); y esto también aplica a otras sociedades como la colombiana, a la cual se hizo referencia en páginas previas.

 

 

Retos del ateo como líder político

En este punto se hace hincapié en las desventajas que tiene un líder ateo en contraste con la religión. Un líder, bien sea funcionario o candidato, puede apelar a lo religioso, que es una mezcla de lo místico, emotivo e incluso irracional para ganar y mantener la simpatía popular. En Miedo a la Libertad, Fromm (1993) afirma que:

La religión y el nacionalismo, así como cualquier otra costumbre o creencia, por más que sean absurdas o degradantes, siempre que logren unir al individuo con los demás constituyen refugios contra lo que el hombre teme con mayor intensidad: el aislamiento (p.24)

 

 

 La religión cohesiona mediante una estructura y lógica verticales donde desobedecer a la autoridad es un pecado; la religión cercena la libertad del individuo, por lo tanto, el acto de desobediencia, como acto de libertad es el comienzo de la razón (Fromm, 1993). En este orden de ideas, afirma Fromm que el luteranismo, aunque libera al creyente de la iglesia, se propone firmemente establecer la sumisión y la pequeñez del individuo y el aniquilamiento de su personalidad individual para que pueda participar en la gloria de Dios, lo cual guarda relación con la sumisión del individuo en Estados y con líderes totalitarios. En contraste, puede afirmarse que el ateísmo está destinado no a someter al individuo a una nueva autoridad religiosa sino a liberarla de ésta, a cuestionarla, fundamentalmente con respecto del mismísimo Dios.

 

Según McAnulla (2012) en el caso de Inglaterra la religión se filtra en la política a través de los anglicanos en la Cámara de los Lores para asegurar representación de la iglesia en la legislación, esto hace que las ideas religiosas se usen para perjudicar intereses de individuos o grupos por lo que los ateos sostienen la necesidad de que haya una secularización en la toma de decisiones y que lo religioso se limite al ámbito privado. A los ateos también les preocupa que los grupos religiosos puedan influir en la configuración de la agenda (agenda- setting) dándole importancia a la religión en los espacios educativos; aluden los no creyentes que si la religión tiene cabida en la educación de los niños entonces puede influir en las preferencias (preference-shaping) afectándolos en su capacidad de enfrentar el mundo de manera racional. (McAnualla, 2012)

 

Pero la defensa de los valores religiosos no solamente compete a las respectivas autoridades sino también a personajes de la política. Actualmente ha emergido en Europa un afán por reencarnar a Carlos Martel para que haga frente a los retos que tiene Occidente. De acuerdo con Norris e Inglehart (2019) al confrontar a sus críticos, algunos partidos y líderes autoritarios-populistas contemporáneos buscan presentarse como los defensores de los valores tradicionales occidentales y las culturas nacionales en contraposición a los valores de los inmigrantes musulmanes, donde el Islam es vilipendiado como una religión de fanatismo e intolerancia.

 

McAualla (2012), por su parte, se refiere al antiguo ministro del Reino Unido, David Cameron, quien instó a las personas a que defendieran y promocionaran los valores cristianos para evitar el colapso moral. De acuerdo a McAualla (2012) de tal pronunciamiento se han hecho tres lecturas: una que dice que Cameron promovía los valores cristianos, otra lectura indica que independientemente de la creencia los valores cristianos son útiles a la sociedad, y la lectura atea indica que los líderes políticos usan los valores religiosos como una herramienta para guiar y disciplinar a las masas, las cuales, sin religión, podrían deslizarse hacia un comportamiento salvaje (esta también fue la postura de Voltaire). Finalmente los ateístas sostienen que la religión es utilizada por los líderes hombres para mantener y fomentar el patriarcado, desempoderando y marginalizando el género femenino (McAnualla, 2012). En definitiva, los ateos persiguen que la religión pierda el rol privilegiado en la esfera pública y que se limite a la esfera privada.

 

Un reto que tiene el líder ateo es que, como señala Baker (1998), el ateísmo es un movimiento, pero uno sin seguidores, donde cada persona es un librepensador y por lo tanto un líder. Esto es un reto y una gran desventaja que tiene el líder ateo ya que congregar a sus pares es tan complicado como pastorear gatos, toda vez que suelen tener un pensamiento independiente y racional. Otro reto es que no es posible hablarle de idealismos ni paraísos a los ciudadanos, solo es posible hablarle de la realidad, del aquí y del ahora (Baker, 1998).

 

Otro reto, quizá el principal, es el prejuicio social hacia el ateo. En el caso de las elecciones en Colombia entre Juan Manuel Santos y Antanas Mokcus, el primero dijo que le sobraba de lo que su contendor carecía, esto es, creencia en Dios (Argüello, 2010). Endilgarle el ateísmo a Mockus se ha dicho que ha sido una campaña sucia promovida por J.J Rendón; así lo afirman Calao (2018) y Benel (2010), de hecho este último le realiza la entrevista a J.J Rendón en la cual se adjudica tal logro.

 

En el caso venezolano la oposición ha hecho mucho énfasis para relacionar el socialismo de Chávez y el chavismo en sí no solo con el ateísmo sino con la satanización. De acuerdo con Aguirre (2012) la no creencia (agnósticos y ateos) es más propio de los países comunistas y de los países secularizados de Europa y Norteamérica. En el caso latinoamericano, señala Aguirre, hay un mosaico religioso que abarca un sector considerable de no creyentes (increencia) como en Cuba y Uruguay, el espiritismo en Brasil, las practicas vudú en Haití, las comunidades evangélicas en Centroamérica, Bolivia y Chile, y un catolicismo pluralizado en México, Argentina, Colombia, Venezuela, entre otros; específicamente en Venezuela, apoyándose en la encuestadora GIS XXI, señala que más del 90% de la población es creyente, mientras que tan solo el 8% representa a la población increyente (6% de agnósticos y 2% de ateos). El caso venezolano merece un estudio aparte porque a pesar de la abrumadora cifra de creyentes se presentan algunas particularidades. Por ejemplo, de acuerdo con Aguirre, aunque la iglesia como tal tiene prestigio popular (a diferencia de las instituciones del Estado) no así los personeros de dicha institución. Esto podría indicar que si bien es claramente difícil ejercer un liderazgo ateo en el país, tampoco puede darse por sentado que los líderes religiosos puedan arrastrar masas, a pesar de estar apoyados por una institución legitima y estable como es la iglesia católica.   

 

Cuando se estudia el mapa cultural de Inglehart y Walzel (2010) fácilmente puede darse cuenta que los países latinoamericanos tienen valores tradicionales bastante arraigados. Entre los aspectos que incluye estos valores está estimar a Dios como alguien muy importante en la vida; considerar que enseñar la obediencia y la religión es más importante que la independencia y la determinación; estar en contra de la homosexualidad y del aborto (Inglehart & Walzel, 2010). Venezuela en este sentido, tiene, por encima de la gran mayoría mundial, fuertes valores tradicionales, solo superado por Colombia, El Salvador y Puerto Rico. Por su parte, la sociedad estadounidense tiende hacia los valores tradicionales; aunque la inclinación es leve, lo ubica por encima del resto de los países anglosajones y protestantes (Inglehart & Welzel, 2018).

 

A diferencia del ateo, el líder religioso aun cuenta con prerrogativas que le facilitan su ejercicio. Una de ellas es que su jurisdicción es más grande, no se limita a un solo Estado sino que puede abarcar toda una región, como ocurre con el catolicismo en América Latina. La estructura religiosa es ancestral, bien organizada y de rango mundial. Son figuras bien respetadas y su liderazgo es tradicional, transmitido de generación en generación, muchas veces con fe ciega o de forma incuestionable (de acuerdo con Aguirre, en Venezuela, a pesar que los personeros de la iglesia no tienen el mismo apoyo popular que la institución cuentan con un nada desdeñable 50%). Esto hace que las personas estén más predispuestas a escuchar tales líderes y dejar que moldeen sus actitudes, prácticas y comportamientos; así, los líderes religiosos pueden moldear los valores sociales de acuerdo a sus enseñanzas o prédicas religiosas. Por ejemplo, cuando el Papa Francisco se pronunció sobre el aborto señaló que en cualquier caso es un pecado; que un niño con alguna discapacidad no debe ser visto como un problema sino como un don de Dios que puede sacar a la persona del egoísmo y hacer crecer el amor (Verdú, 2018). Los líderes religiosos también tienen ascendencia sobre los jefes de Estado y otros líderes civiles; incluso pueden influir en las políticas públicas, sobre todo para frenar leyes reformistas de la sociedad.

 

Mientras el líder religioso tiene licencia para apelar a lo emotivo, el ateo se ve obligado a apelar a la racionalidad. Mientras el líder religioso defiende los valores tradicionales, como la familia, el matrimonio heterosexual, la lactancia materna, los roles de género definidos, el líder ateo debe comprometerse con la posmodernidad. Mientras el líder religioso propone y defiende un sentido de pertenencia a una institución sólida como la iglesia y Dios, el líder ateo lo libera de ese grupo y lo suelta en la individualidad, donde el sujeto no tiene nada de que a asirse que no sea de sí mismo. El ateísmo obliga a la persona a salir del sentido de pertenencia y la seguridad que garantiza el grupo o, a decir despectivamente según Nietszche, el calor del establo (Fromm, 1993). El líder religioso, además, está respaldado por el consagrado maniqueísmo, que establece que aquel que obre conforme a la voluntad de Dios es bueno, y el que lo haga a sus espaldas es malo.

 

Finalmente, la religión no es motivo de vergüenza o escarnio público, por lo que se practica más abiertamente que el ateísmo; es más visible. El ateísmo, como la homosexualidad, es una condición que esconde la persona para mimetizarse en la sociedad, para no ser excluido del grupo de amigos, del trabajo y de la propia familia. A pesar de que las sociedades latinoamericanas actuales, normativamente hablando, tienden a la secularización y a la no discriminación por razones religiosas, entre otras razones, en la práctica se siguen manifestando los prejuicios contra los no creyentes.

 

 

 Conclusiones

 

Entonces, ¿por qué incide la identidad religiosa de la población en el liderazgo político? Incide como condicionante del líder que aspira a ocupar y conservar cargos de elección popular. Presiona al líder para que se relacione positivamente con el ámbito religioso. Si en un programa de televisión le preguntasen al líder si es ateo, aun siéndolo en verdad, seguramente lo negaría y se esforzaría por demostrar lo contrario como ha sido el caso de Sanders en los Estados Unidos.

 

Sin embargo, un aspecto positivo es que parece haber una ventana de oportunidades para los candidatos ateos, en especial en Estados Unidos, tomando en cuenta que el sector ateo ha estado creciendo en los últimos años. Aunque sea difícil que aspire a la Casa Blanca es posible que, considerando encuestas que reflejen circunscripciones con bajo nivel religioso- es decir, ateo-, pueda optar a un cargo público. Los años venideros podrían reconfigurar la política en este sentido si las tendencias se mantienen, es decir, si los millennials y las generaciones que les suceden, tienden a adoptar valores posmodernos y el sector de los evangélicos sigue envejeciendo y reduciéndose.  

 

En América Latina esta oportunidad está mucho más distante porque sus valores son más tradicionales; tiene un peso considerable el prejuicio en torno al ateísmo, el cual es histórico y común en la región. Venezuela, y más aún Colombia, tienen acentuados los valores tradicionales, mientras que Estados Unidos, y más aún el Reino Unido, tienen valores seculares racionales. Sin embargo, tanto en el caso latinoamericano como en el estadounidense la población está tentada a reflejarse en las sociedades secularizadas de Europa (que tienen elevados valores seculares-racionales), pues la población y también sus líderes, han demostrado fehacientemente que la moral no está necesariamente anclada con la religión.

 

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