Ateísmo y liderazgo político
Atheism
and political leadership
Autor:
Saúl
Elías Guaimara Rondón
Filiación
institucional: Estudiante de doctorado de Ciencia
Política de la Universidad Simón Bolívar. Caracas, Venezuela.
Tipo
de artículo: De reflexión
Resumen
El
presente trabajo es un estudio sobre la relación entre el ateísmo y el liderazgo
político. La pregunta que impulsa la presente investigación
es: ¿Por qué incide la identidad religiosa de la población en el liderazgo
político? El trabajo está desarrollado de la siguiente manera: primeramente se
abordan los aspectos generales o comunes del liderazgo y la importancia de la
moral; en segundo lugar se hace referencia a algunos líderes ateos
contemporáneos en la política; en tercer lugar, se estudia de caso de la
política estadounidense aunque a lo largo del trabajo, con menores detalles,
también se estudian los casos de Colombia, Venezuela y el Reino Unido.
Finalmente se exponen los retos del ateo como líder político.
Palabras
claves: Moral; Nones; Creyentes; Candidato; Estados Unidos;
Secularización
Abstract
The following work is a study on the relationship
between atheism and political leadership. The question that drives the present
investigation is: Why does religious identity affect political leadership? The
work is developed in the following way: first, the general aspects of
leadership and the importance of morality are addressed; secondly, reference is
made to some contemporary atheist leaders in politics; thirdly, the case of US
policy is studied, although throughout the work, with less details, Colombia,
Venezuela and the United Kingdom are also studied. Finally the challenges of
the atheist as a political leader are exposed.
Key words: Moral; Nones; Believers; Candidate; United
States; Secularisation
Introducción
Todo líder debe tener características que le permitan sobresalir entre
los demás pero también que los conecte con la población o con la masa. Por
ejemplo, el más fuerte, el guerrero más ágil y valiente, el más inteligente o
el más preparado; el más hábil, o simplemente aquel que encarne el sentimiento
colectivo. El hecho que un líder tenga experiencia en el ámbito donde aspira ser
un líder también es fundamental para consolidar su liderazgo; bien sea en la
academia, en la iglesia, en la guerra, en la política o cualquier otro espacio.
Por otra parte, la moral es un aspecto muy importante para la persona
que pretende ejercer liderazgo. Salvo que sea para dirigir una horda
sanguinaria- e incluso así debe mantener cierta moral con ella-, la moral tiene
un valor capital para obtener y conservar el liderazgo. A pesar del avance de
la posmodernidad en las sociedad occidentales, los políticos procuran quedar en
buena lid con las autoridades religiosas- fuente tradicional de la moral- y
evitan ser calificados como ateos. ¿A qué se debe este fenómeno? Una hipótesis
sugiere que debido a los prejuicios religiosos, en la mayoría de los países es
difícil para una persona que aspire a ser líder, conectar con las masas si de
antemano se conoce que es ateo.
En este breve trabajo se realiza un estudio de la relación entre el
ateísmo y el liderazgo político. Por lo tanto, el propósito es responder a las
siguientes preguntas: ¿Por qué incide la identidad religiosa de la población en
el liderazgo político?; o en otras palabras, ¿Por qué es tan difícil ser un
candidato político o líder político ateo?; si han existido políticos ateos,
quiénes son y cómo les ha ido; ¿cuáles son las diferencias entre un líder ateo
y un líder religioso? A tal propósito se considerarán primeramente algunos
aspectos esenciales del liderazgo, especialmente en lo que respecta a la moral
y la religión; en segundo lugar, se hace referencia a algunos políticos ateos
en el mundo; en tercer lugar se hace un estudio del ateísmo en la política
estadounidense; finalmente se enuncian las diferencias entre el líder religioso
y el líder ateo, y los retos que tiene este último para ser exitoso en el
espectro político.
Aspectos
generales
Para este trabajo se privilegia el liderazgo político en el marco de la
democracia en razón de que, como sugieren Bennister, Worthy y Hart (2017) la
relación entre el líder y el seguidor tiende a ser más transaccional, contingente
y efímera; en democracia el líder necesita constantemente persuadir a los
electorales para mantenerlos comprometidos, que apoyen o al menos que estén de
acuerdo y para eso el líder debe hacer uso del “poder suave”, es decir, de la
persuasión.
En otras palabras, cuando se hace referencia al liderazgo político se
hace referencia a los que en términos de Elgie (2018) se denomina líder
posicional (positional leader) quien es el líder que ocupa un alto nivel
formal de responsabilidad como funcionario. Es el líder que tiene posición de
autoridad política como presidente, primer ministro, entre otros. En resumidas
cuentas, un líder posicional es aquel que ostenta un cargo público de alto
nivel. Por otra parte, un líder conductual (behavioural leader) es aquel
que ejerce cierto tipo de comportamiento cuando está liderando (Elgie, 2018). Así, puede haber líderes posicionales que ejercen liderazgo conductual, es
decir, líderes que lideran, tales como Churchill y Kennedy; y también puede
haber un liderazgo conductual que no está ejercido por líderes posicionales, es
decir, personas que lideran pero no son líderes siendo un buen ejemplo de ello
Martin Luther King (Elgie, 2018). Por lo tanto, esta investigación se enfoca en
el líder posicional y en aquel que aspira serlo pues ambos deben tener
determinadas cualidades para ganar y conservar el apoyo de sus
seguidores-electores.
Ahora bien, de acuerdo con Alexandre Collie y De Chantal (2015), en un marco
de trabajo sobre liderazgo no pueden faltar lo postulados de James McGregor
Burns quien planeta que el liderazgo consiste en una relación cuya clave es el
descubrimiento de propósitos comunes entre el líder y sus seguidores. Además,
hacen una distinción central entre lo que llama liderazgo transaccional (transactional
leadership) y liderazgo transformador (transforming leadership)
siendo el primero descrito como de políticas de intercambio en el cual, por
ejemplo, el político ofrece trabajos a cambio de votos; mientras que el segundo
tipo de liderazgo, en cambio, tiene una dimensión moral, y existe un compromiso
y ayuda mutua para aumentar los niveles de motivación y moralidad, y aunque
inicialmente busca el reconocimiento individual progresivamente, avanza hacia
el logro de las aspiraciones de sus seguidores (Alexandre-Collier & De Chantal, 2015). También distingue McGregor (citado por Alexandre Collie y De Chantal,
2015) los líderes de los portadores de poder (power wielders) argumentando
que los primeros satisfacen los motivos de sus seguidores mientras que los
segundo se interesan solo en lograr sus propios objetivos, independientemente
de que éstos sean compartidos por las personas sobre las que ejercen el poder.
Sin embargo, en este trabajo se da prioridad a las cualidades del líder,
más que a sus funciones. Interesa saber, qué hace a una persona líder a priori,
cuál es el perfil que busca el seguidor-elector e incluso saber por qué busca
tal perfil. Un líder por lo general tiene características comunes compartidas
universalmente aunque dependiendo de la cultura de cada país cada
característica tendrá mayor o menor importancia. Brown (2014) sostiene que algunos atributos deseables en un
líder moderno, y que han tenido validez a lo largo del tiempo, son, entre
otros, inteligencia, buena memoria, juicio astuto, mente inquisitiva, coraje,
visión, flexibilidad, empatía y resistencia o energía casi ilimitada. También
señala Brown que es necesario contextualizar el liderazgo para que sea mejor
entendido; así deben considerarse los contextos: histórico, cultural,
psicológico e institucional. De acuerdo con Newell (2009) no es determinante la educación formal para que alguien llegue o se mantenga en la presidencia;
pero su retórica inspiradora debe ser moderada; además se espera de un líder
que tenga moral pero también en moderación para que no pase por ingenuo (en
esto último coloca de ejemplo a Carter con respecto a los soviéticos).
Brown (2014) señala que
aunque no exista un súper hombre hay muchas cualidades deseables en un líder
político, como las ya mencionadas, y se le da singular importancia a la fuerza.
Así, afirma Brown que se pretende que un líder luzca fuerte y cuando hay
competencia electoral se trabaja para que el adversario político luzca como una
persona débil, esto es, sin carácter; además, el líder fuerte debe dominar el
partido y no tiene quien le haga sombra. Sin embargo, también advierte Brown
que la fuerza del líder en las democracias no es recomendable porque hace que
el poder se concentre de forma individual y que el líder se crea indispensable
y de juicio insuperable.
La fuerza está asociada a otra característica prevaleciente en el tiempo
la cual es que el líder sea hombre, condición que en algunos países será
preferible mientras que en otros será prácticamente indispensable. Se aspira
que un líder también tenga una edad adecuada; esto es, que combine juventud-
virilidad, fuerza- y experiencia- que no sea ingenuo-, lo que Maquiavelo (2000) identifica como ese binomio de la fuerza del león con la astucia del zorro. Otra
característica es que sea heterosexual y hombre de familia. En el caso
venezolano esto es palpable, casi un requisito sine qua non. El país tiene
arraigado valores tradicionales por lo que la homosexualidad, si bien no es
tanto motivo de odio, sí es motivo de burla y desprecio; así lo han demostrado
políticos como el propio Nicolás Maduro al referirse al dirigente opositor
Henrique Capriles, entre otros epítetos, como “capriloca” (Guillén, 2017).
De acuerdo con Frank McLynn (2009) un líder debe lidiar con un stress simultáneo y
acumulado; debe lidiar con conflictos en la sociedad interna y externa, con
otras personas e incluso con él mismo. Aunque McLynn se refiere a los líderes
guerreros (como Espartaco, Hernán Cortes y Napoleón), es fácil extrapolar sus
ideas al plano político (u otros planos) y decir que un líder debe ser
monomaniaco con el arte en el cual se desenvuelve (político, económico,
bélico), debe tener super energía, y debe comenzar en su carrera temprano. Si
se piensa en políticos transcendentales como Fidel Castro, Lenin, Churchill,
Rómulo Betancourt, entre muchos otros, estos requisitos se aplican.
Dependiendo del país se agregan elementos muy particulares como lo
demuestra una encuesta en Colombia que señala que un 90% de la población no
votaría por un candidato exparamilitar y un 88% no lo haría por un
exguerrillero (González, 2018). También señala dicho autor que un 73% no
votaría por un ateo, pero un 68% tampoco votaría por un pastor cristiano, ni
siquiera por un sacerdote católico (57%). Esto que parece una contradicción se
explicará más adelante cuando se aborde el caso estadounidense. A esto se le
suman las cualidades del elector; por ejemplo una mujer, mayor de 55 años y de
estrato 1 tiene mucho menos probabilidades de votar por un exguerrillero (González, 2018). Señala el autor, según el juicio de Óscar Ritore (experto en marketing
político) que los negativos históricos acumulados- como la lucha guerrillera en
el caso colombiano- tienen influencia en las votaciones las cuales se vuelven
emotivas. Por otra parte, los ateos tienen más aceptación en el estrato 6,
pero, al igual que los LGBTI, más rechazo en los sectores 1 y 2, y en las
personas mayores de 55 años.
Incluso hay algunas investigaciones que dan cuenta de la relación entre
las preferencias gastronómicas y las preferencias políticas. Johnson (2015) se pregunta por qué estas cosas personales, irrelevantes en la política, son
importantes, y al respecto señala que la comida es un marcador de la cultura,
así que los políticos esperan demostrar que tienen algo en común con los seguidores-electores
al comer la comida que es importante para la identidad de algunos. En el caso
estadounidense es común comer un pastel de manzana, un corndog en Iowa;
comer comida chatarra le sirve a las élites ricas para demostrar que son igual
que el resto de la población (Johnson, 2015). Bush padre hablaba mucho sobre su
gusto por los chicharrones, Roosvelt agasajó a George VI con perros calientes y
cerveza nacional barata. En contraste, el político Clifton Roberts del Humane
Party, abiertamente vegano, se ha postulado para la presidencia de los
Estados Unidos en el 2016 y para el senado por el Estado de California en el
2018, sin siquiera obtener alguna relevancia en la arena política, por no decir
que ni siquiera se ha hecho políticamente visible.
Según Maquiavelo (2000) un príncipe cae en desprecio cuando pasa por
variable, ligero, afeminado, pusilánime e irresoluto. Además, cuando se refiere
a Agatocles de Siracusa, para ejemplificar a aquellos que han llegado al poder
por medio de maldades (Capítulo VIII de El Príncipe), señala que era una
persona con absoluta falta de humanidad y de religión, por lo que podía
conseguir el dominio pero no la gloria. La falta de religión (o incredulidad)
en Maquiavelo tiene una connotación negativa con la cual coinciden tanto las
élites como el vulgo. Esto es significativo porque el pensamiento de Maquiavelo
se ha asociado con la astucia y la malicia, pero queda claro que también
establece límites morales basados en la religión.
Entre todas las cualidades que tiene un líder, este trabajo de
investigación le da prioridad a la identidad religiosa porque ha estado
asociada históricamente con la moral. Así, la expresión negativa del ateísmo ha
transcendido por los siglos, por ello no es de extrañarse que se siga viendo el
ateísmo como una licencia para cometer toda clase de actos inmorales. De ahí
que Voltaire dijera que “Si Dios no existe habría que inventarlo”, o que Dostovieski,
a través de Iván Karamazov, afirmara que “Si Dios no existe todo está permitido”.
El prejuicio contra el ateísmo está bien reseñado por Baker (1998) cuando se refiere a los argumentos ad hominem empleados por los creyentes tales como
que el ateo no quiere estar atado a normas morales para poder pecar; no le
gusta la autoridad; solo quiere ser diferente y crear problemas; es arrogante y
odia a Dios; es pesimista, frío y está enojado; entre otros.
La Biblia (1987) es tajante con el ateísmo y al respecto tiene varios
pasajes. Uno de ellos está en la Segunda Carta a los Corintios que en el
versículo 6:14 señala: “No lleguen a estar unidos bajo yugo desigual con los
incrédulos. Porque, ¿Qué consorcio tienen la justicia y el desafuero? ¿O qué
participación tiene la luz con la oscuridad?”. En La Segunda de Juan la
aversión a los ateos es más explícita; véase los versículos del 9 al 11:
Todo el que se adelanta y no permanece en la enseñanza del
Cristo no tiene a Dios. El que sí permanece en esta enseñanza es el que tiene
al Padre y también al Hijo. Si alguno viene a ustedes y no trae esta enseñanza,
nunca lo reciban en su casa, ni le digan un saludo. Porque el que le dice un
saludo es partícipe en sus obras inicuas.
En Revelaciones 21:8 se evidencia una clara postura adversa al ateísmo:
Pero en cuanto a los cobardes y los que no tienen fe y los
que son repugnantes en su suciedad, y asesinos y fornicadores y los que
practican espiritismo e idólatras y todos los mentirosos, su porción será en el
lago que arde con fuego y azufre. Esto significa la muerte segunda.
Tales citas explican por qué el ateo es un mal candidato para cargos
públicos y es que tiene una propaganda religiosa que lo visualiza como una
persona que aglutina todos los malos vicios (mujeriego, borracho, maltratador
de animales, niños, etcétera) en una sola persona; en este sentido puede que
una persona sea borracho pero creyente, mujeriego pero creyente, pero ser ateo
implica que tiene todos los vicios en sí.
Ateos en la política
La pertinencia de este apartado obedece a que cada vez más líderes
políticos abiertamente ateos están irrumpiendo y ganando en las contiendas
electoral lo cual podría ayudar a cambiar el estereotipo arcaico y desmerecido
del ateo. Aunque se limita sobre todo a las democracias occidentales, puede
considerarse todo un avance a una democracia que acepte (y no solo tolere) todo
tipo de diversidades. Alexandre-Collier y De Chantal (2015) son conscientes de esta dificultad al afirmar que sería una exageración hablar de
una separación entre Iglesia y Estado o que el Estado es siempre neutral en
asuntos religiosos más allá de gestos de secularización como la promulgación de
un nuevo concordato en 1984 en Italia.
De acuerdo con Bianco (2015) algunos líderes ateos vinculados a la
política son: Julia Gillard, primera ministro de Australia de 2010 a 2013; al
respecto señala la autora que los doce ministros que la precedieron tampoco
tenían identidad religiosa, lo cual no debe sorprender porque la constitución australiana
define a la nación como secular. Otro ateo al que hace referencia Bianco es Alexis
Tspras, quien se convirtió en el primer ministro de Grecia sin identidad
religiosa alguna; de hecho rompió la tradición al insistir en hacer su juramento
sin ninguna referencia religiosa. El antiguo presidente Francois Hollande es
ateo, pero hay que considerar que un 40% de los franceses no creen en Dios; en
contraste, 90% de los croatas son católicos pero Zoran Milanovic llegó a ser
primer ministro de ese país aun siendo ateo (Bianco, 2015).
Vale hacer un paréntesis sobre el caso de Francia. Sostiene Newell (2009) que
especialmente en Francia- aunque se refiere a Europa en general-, la religión
se oponía a la democracia porque la consideraba atea, por lo que la democracia
tuvo que luchar abiertamente contra la religión. En contraste, la democracia
estadounidense creció con la convicción protestante de que todo los hombres
eran iguales a los ojos de Dios y están en la tierra para hacer el trabajo de
Dios y luchar por la justicia y la salvación.
John Key, hasta el 2016 primer ministro de Nueva Zelanda, también
se declaró ateo; asimismo, Milos Zeman, presidente de la República Checa, se
identificó como ateo tolerante, eligiendo participar en eventos religiosos
oficiales como figura pública, mientras que personalmente no se identificase
con religión alguna; y Elio di Rupo, quien fue primer ministro de Bélgica de
2011 a 2014 y líder del partido socialista de 1999 a 2011 (Bianco, 2015). Di Rupo, hijo de inmigrantes italianos, fue el primer no belga elegido primer
ministro, además es abiertamente homosexual y ateo; en una entrevista a la BBC
di Rupo se consideró a sí mismo ateísta, racionalista y masón libre (Bianco, 2015).
Zaimov (2015) señala que con Tspras aumentó la cantidad de líderes
ateos en Europa lo cual es llamativo porque el continente está adherido al
cristianismo. A diferencia de los líderes mencionados, Angela Merkel y David
Cameron han expresado abiertamente su fe, e incluso el otrora ministro británico
solía hacer referencia a la religión en sus discursos. Robert Fico, quien
fuera ministro de Eslovaquia, decidió no hacer referencia a su fe en público
luego que se llamara a sí mismo ateo pero posteriormente se identificara como
católico; y Simonetta Sommaruga, quien fuera presidenta de Suiza, manifestó
haber abandonado la iglesia católica para buscar su propio camino en la fe (Zaimov, 2015). Según Zaimov, un 79% de los griegos cree en Dios, mientras que
en la República Checa lo hace apenas un 16%; en contraste, en Malta, 94% de la
población es creyente. Estos contrastes, como en el caso griego o croata,
indican una excepción a la norma y merecen ser analizados aparte. Una
explicación pudiera orientarla el mapa cultural de Inglehart y Walzel (2018) el cual indica que ambos países tienen más valores seculares racionales que
tradicionales.
Un aspecto que no debe omitirse es que estos líderes ateos se
desmarcan diametralmente de líderes comunistas que implantaron un ateísmo de
Estado como Enver Hoxha en Albania y Pol Pot en Cambodia. En estos casos podría
hablarse de antiteísmo porque en esencia portan la misma intolerancia de los
fanáticos o radicales religiosos. Los líderes vigentes, en contraste, son
tolerantes de la diversidad religiosa, representan un ateísmo enmarcado en la
democracia liberal, que pasa a formar parte de los valores posmateriales sin
ninguna connotación ideológica comunista; aun así, la población suele asociar
el ateísmo con ese tipo de régimen- comunista- y naturalmente ello representa
una gran desventaja para posibles aspiraciones a cargos de elección popular.
El ateísmo en la política estadounidense
Se ha preferido el caso de la política
estadounidense porque en dicho país se ha debatido mucho al respecto, lo cual
marca una clara relación entre la religión y la política. Así, por ejemplo, Smith
(2015) destaca que hubo una preocupación entre los estadounidenses durante el
primer año de mandato de John Kennedy por cuanto se presumía que, como
católico, podría quedar sujeto a las órdenes del Papa; también señala que fue
la condición de católico lo que provocó la derrota de Al Smith en 1928 contra
el cuáquero republicano Hebert Hoover.
Newell (2009) por su parte afirma que aunque Lincoln pudo haber sido un
libre pensador, ciertamente respetaba el código moral contenido en el cristianismo;
además, cualquiera que fuese su identidad religiosa, Lincoln entendía la
profundidad religiosa de sus compatriotas y sus más grandes discursos están
cargados de pasajes e imágenes del Antiguo Testamento. Lincoln sabía que no
podía avanzar prescindiendo de la Iglesia, la cual había sido a menudo columna
vertebral del abolicionismo (Newell, 2009).
Recientemente, en las contiendas de los
demócratas en los Estados Unidos entre Hillary Clinton y Bernie Sanders se
atacó a este último calificándolo de ateo; tal estrategia fue empleada por
Bradley Marshall (jefe de la oficina de finanzas del Comité Nacional de los
Demócratas) quien manifestó, a través de un correo, pretender desenmascararlo
de su supuesto judaísmo (Blumner, 2017). Aunque Sanders había dicho que no
estaba muy involucrado en la religión, luego de los hackeos declaró creer
firmemente en Dios. Marshall se retractó pero no se disculpó con los ateos (Blumner, 2017). El caso de Sanders también lo refiere Freeland (2017) al reseñar que los documentos del partido democrático mostraron que aliados de Hillary
consideraban promover a Sanders como un ateo, estimando que eso le restaría un
considerable número de votos en los estados temerosos de Dios tales como
Kentucky y West Virginia; Sanders, por lo tanto, tuvo que apresurarse a
declarar que no era ateo.
Destaca Blumner (2017) que el gobernador de Ohio, John Kasich le
sorprendía que Daniel Radcliffe, el protagonista de Harry Potter, fuera ateo,
argumentando que con tal éxito no había razón para serlo. De acuerdo con
Freeland (2017), los estudios recientes demuestran que las personas alrededor
del mundo están preparados para pensar lo peor de los ateos, creyendo que
aquellas personas sin fe son más capaces de actuar inmoralmente que aquellos
que sí tienen fe. Uno de tales estudios es el de Will Gervais de la Universidad
de Kentucky (citado por Freeland, 2017), quien manifestó que los votantes
estadounidenses están menos dispuestos a elegir a un ateo que cualquier otra
categoría de candidato, incluyendo un homosexual y un musulmán. Gervais sugiere
que los electores consideran a Dios un elemento esencial de la moral, y que los
ateos no tienen ataduras y son capaces de cualquier cosa como maltratar
cachorros, hacer trampa y canibalismo ligero (Freedland, 2017). De ahí que,
señala el autor, Zuckerberg haya cambiado su postura religiosa al apegarse a
una regla de oro de la política estadounidense: los americanos no votan por un
presidente ateo, y en la política norteamericana dicha regla ha operado desde
hace mucho tiempo (Freedland, 2017).
Sin embargo, no todo es negativo en el panorama
de los ateos. Blumner (2017) sostiene que según una encuesta del Pew Research
Center, el 69% de los ateos estadounidenses son demócratas, lo cual es clave
para ganar elecciones, aunque el partido no devuelve el favor mostrándose
amigable con sus partidarios ateos. Si se está dando un proceso de secularización
en Estados Unidos, es más lento que en otras democracias occidentales; aun así,
los datos están favoreciendo a la población de nones (entre ateos y no
afiliados a ninguna religión) que ronda en un 23% y si se trata de millennials
la cifra aumenta a 35%, lo cual representa más de un tercio de dicha población (Blumner, 2017). De acuerdo
con la mencionada encuesta se reveló que los estadounidenses llamado nones
crecieron lo suficiente para convertirse en el segundo grupo más grande en
identificación religiosa en el país, por encima de los católicos, al pasar de
16% en el 2007 a 23% en solo siete años. (Blumner, 2017).
Este criterio lo comparte Bianco (2015) quien sostiene que hay 56 millones de nones en los Estados Unidos, lo cual es un
número más grande que el de los católicos. También señala la autora que las
generaciones más jóvenes son proclives a ser criados sin ninguna filiación
religiosa; en este sentido, 36% de los jóvenes millennials (entre 18 y 24 años)
y viejos millennials (entre 25 y 33) no tienen filiación religiosa.
Por otra parte, de acuerdo con Fidalgo (2015), para la fecha de su
estudio, 2015, el porcentaje de estadounidenses que votaría por un candidato
ateo había alcanzado el 58%, lo cual representa un 4% más con respecto al 2012,
y 40% más con respecto a 1958 cuando apenas un 18% de los electores de EEUU
consideraba la idea de votar por un presidente ateo. Estos elementos son
importantes al momento de meditar sobre la plataforma política de un candidato
ateo.
Aun así, sostiene Blumner (2017) que, tal como el estudio de Gervais, el ateísmo es el último de los perjuicios aceptables y por
eso a pesar de sus números (en comparación con el 1.9% de los judíos) no es una
fuerza política significante. Más del 50% de la población no desea que sus
familiares se casen con ateos y alrededor de la misma cifra no votaría por un
político ateo; el ateo en política sigue teniendo menos posibilidades de ganar
que un adúltero o un fumador de marihuana.
Para la fecha que Blumner escribe el texto, 2017, el congreso de los
Estados Unidos, compuesto por 535 hombres y 100 mujeres, no contaba con un
ateo. Señala la autora que Berney Frank admitió ser ateo 26 años después de
admitir que era gay y lo hizo después de retirarse de la cámara de
representantes; y es posible que existan muchos más ateos dentro del congreso y
otros cargos políticos pero declararlo es considerado políticamente incorrecto.
El rechazo a los ateos, de acuerdo a Blumner
(2017), parece tener explicación en las reminiscencias de la Guerra Fría donde
los políticos oportunistas hacían una diferencia tajante entre los incrédulos
comunistas y los patriotas temerosos de Dios. El ateo sigue representado entonces
al enemigo de Estados Unidos. Que persista tal prejuicio de que no se puede
tener moral sin religión significa ir en detrimento de la posibilidad que
personas con una visión más científica puedan ocupar cargos públicos e incidir positivamente
en la sociedad; de igual manera, la moral religiosa impide que se discutan
abiertamente temas como el derecho a abortar, el matrimonio de personas del
mismo sexo, o el derecho que tengan los homosexuales a adoptar, la educación
sexual en las escuelas, entre otros tópicos (Blumner, 2017).
También sostiene Blumner (2017) que a pesar del
auge de los nones, tanto demócratas como republicanos se esfuerzan por
venderse como partidos pro-religiosos. En el caso de los republicanos, los lobbies
religiosos son fuertes ya que en intercambio por su apoyo electoral, imponen
prácticas religiosas en la sociedad, lo cual reduce la libertades individuales
y margina a los ateos; en el caso de los demócratas mantienen los privilegios y
financiamiento de los grupos religiosos para evitar ser tachados de
antirreligiosos (Blumner, 2017). Finalmente afirma el autor que aunque la
tendencia social va a favor del ateísmo persiste la creencia de que los ateos
son pocos y son todos inmorales y poco patriotas.
Otros aspectos que podrían jugar a favor del
ateísmo los plantea Burleigh (2018) quien en el propio título de su artículo
avizora el fin de los cristianos evangélicos como la fuerza política
mayoritaria debido en buena medida a sus propios prejuicios; en este sentido,
los pastores de la iglesia han dicho que el mundo secular lleva a la gente al
mundo de las drogas y el sexo pero los propios creyentes se han dado cuenta en
las escuelas que no es así; también los pastores les han endilgado a los
musulmanes los ataques terroristas, y cuando se ha descubierto que en verdad
los culpables son blancos nacionalistas, no se han retractado. Estos ejemplos y
otros más demuestran que los millennials están cambiando tanto el panorama
político estadounidense como la propia iglesia evangélica. A juicio de Burleigh
(2018) los millenials están abandonando dicha iglesia lo cual está haciendo que
su base se haga más vieja y más pequeña (actualmente solo el 10% de los menores
de 30 años forma parte del ala blanca evangélica), lo cual indica que para el
2024 dejará de ser la mayor fuerza del país.
Burleigh (2018) manifiesta que los logros
actuales de los republicanos podrían ser los últimos pues los millennials se
están identificando más con los derechos de migrantes y de los LGBTQ; esto
conllevaría a que los republicanos disminuyan la influencia de la religión en
el partido, y pongan en tela de juicio una alianza que comenzó en 1954 con el
Caso Brown contra el Consejo de Educación, y que llegó a la cúspide en 1980 con
el nacimiento de Moral Majority y la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca.
Smith (2015), por una parte, es menos optimista.
Señala que solo el 6% de la población estadounidense se considera atea siendo
algunos de los nones creyentes de Dios aunque no de religión alguna. El
autor también refuerza la idea de este trabajo al indicar que la filiación
religiosa de los presidentes es un asunto de interés nacional pues al menos 19
de ellos han pertenecido a las dos grandes ramas religiosas: la iglesia
episcopal y la iglesia presbiteriana. De acuerdo con Smith (2015) el único
candidato ateo fue Thomas Jefferson y fue atacado por los federalistas quienes
argumentaban que Jefferson era un infiel que destruiría las bases cristianas
del país y lo llevaría al secularismo; sin embargo sobrevivió a los ataques
porque las acusaciones de su ateísmo eran falsas y además era un líder popular
y respetado.
Pero, por otra parte, Smith (2015) hace alusión a algunos avances que se han venido haciendo desde el ateísmo, mencionando a
Sam Harris quien le da una base secular a la moral, y argumenta que los países
escandinavos son más seculares que los Estados Unidos pero tienen unos índices
más bajos que la nación americana en crímenes, drogas, pobreza y embarazo en
adolescentes.
En definitiva, ningún ateo es candidato a la Casa Blanca y ni siquiera a
la mayoría del partido. Incluso las figuras prominentes con dudosa moralidad se
apuran en afirmar su afinidad con Dios. Trump es un caso emblemático porque
pudo convencer a los electores blancos evangélicos, que aceptaron sus
declaraciones de devoción y lo prefirieron por encima de Clinton quien suele ir
a la iglesia (Burleigh, 2018). Ello sugiere que si bien los estadounidenses
esperan que sus políticos profesen fe en Dios, no demandan de ellos
consistencia en ella (Burleigh, 2018); y esto también aplica a otras sociedades
como la colombiana, a la cual se hizo referencia en páginas previas.
Retos del ateo como líder político
En este punto se hace hincapié en las desventajas que tiene un líder
ateo en contraste con la religión. Un líder, bien sea funcionario o candidato,
puede apelar a lo religioso, que es una mezcla de lo místico, emotivo e incluso
irracional para ganar y mantener la simpatía popular. En Miedo a la Libertad,
Fromm (1993) afirma que:
La religión y el nacionalismo, así como cualquier otra
costumbre o creencia, por más que sean absurdas o degradantes, siempre que
logren unir al individuo con los demás constituyen refugios contra lo que el
hombre teme con mayor intensidad: el aislamiento (p.24)
La religión cohesiona mediante una estructura y lógica verticales donde
desobedecer a la autoridad es un pecado; la religión cercena la libertad del
individuo, por lo tanto, el acto de desobediencia, como acto de libertad es el
comienzo de la razón (Fromm, 1993). En este orden de ideas, afirma Fromm que el
luteranismo, aunque libera al creyente de la iglesia, se propone firmemente
establecer la sumisión y la pequeñez del individuo y el aniquilamiento de su
personalidad individual para que pueda participar en la gloria de Dios, lo cual
guarda relación con la sumisión del individuo en Estados y con líderes
totalitarios. En contraste, puede afirmarse que el ateísmo está destinado no a
someter al individuo a una nueva autoridad religiosa sino a liberarla de ésta,
a cuestionarla, fundamentalmente con respecto del mismísimo Dios.
Según McAnulla (2012) en el caso de Inglaterra la
religión se filtra en la política a través de los anglicanos en la Cámara de
los Lores para asegurar representación de la iglesia en la legislación, esto
hace que las ideas religiosas se usen para perjudicar intereses de individuos o
grupos por lo que los ateos sostienen la necesidad de que haya una
secularización en la toma de decisiones y que lo religioso se limite al ámbito
privado. A los ateos también les preocupa que los grupos religiosos puedan
influir en la configuración de la agenda (agenda- setting) dándole
importancia a la religión en los espacios educativos; aluden los no creyentes
que si la religión tiene cabida en la educación de los niños entonces puede
influir en las preferencias (preference-shaping) afectándolos en su
capacidad de enfrentar el mundo de manera racional. (McAnualla, 2012)
Pero la defensa de los valores religiosos no
solamente compete a las respectivas autoridades sino también a personajes de la
política. Actualmente ha emergido en Europa un afán por reencarnar a Carlos
Martel para que haga frente a los retos que tiene Occidente. De acuerdo con
Norris e Inglehart (2019) al confrontar
a sus críticos, algunos partidos y líderes autoritarios-populistas
contemporáneos buscan presentarse como los defensores de los valores
tradicionales occidentales y las culturas nacionales en contraposición a los
valores de los inmigrantes musulmanes, donde el Islam es vilipendiado como una
religión de fanatismo e intolerancia.
McAualla (2012), por su parte, se refiere al
antiguo ministro del Reino Unido, David Cameron, quien instó a las personas a
que defendieran y promocionaran los valores cristianos para evitar el colapso
moral. De acuerdo a McAualla (2012) de tal pronunciamiento se han hecho tres
lecturas: una que dice que Cameron promovía los valores cristianos, otra
lectura indica que independientemente de la creencia los valores cristianos son
útiles a la sociedad, y la lectura atea indica que los líderes políticos usan
los valores religiosos como una herramienta para guiar y disciplinar a las
masas, las cuales, sin religión, podrían deslizarse hacia un comportamiento
salvaje (esta también fue la postura de Voltaire). Finalmente los ateístas
sostienen que la religión es utilizada por los líderes hombres para mantener y
fomentar el patriarcado, desempoderando y marginalizando el género femenino (McAnualla, 2012). En definitiva, los ateos persiguen que la religión pierda el rol
privilegiado en la esfera pública y que se limite a la esfera privada.
Un reto que tiene el líder ateo es que, como
señala Baker (1998), el ateísmo es un movimiento, pero uno sin seguidores,
donde cada persona es un librepensador y por lo tanto un líder. Esto es un reto
y una gran desventaja que tiene el líder ateo ya que congregar a sus pares es
tan complicado como pastorear gatos, toda vez que suelen tener un pensamiento
independiente y racional. Otro reto es que no es posible hablarle de idealismos
ni paraísos a los ciudadanos, solo es posible hablarle de la realidad, del aquí
y del ahora (Baker, 1998).
Otro reto, quizá el principal, es el prejuicio
social hacia el ateo. En el caso de las elecciones en Colombia entre Juan
Manuel Santos y Antanas Mokcus, el primero dijo que le sobraba de lo que su
contendor carecía, esto es, creencia en Dios (Argüello, 2010). Endilgarle el
ateísmo a Mockus se ha dicho que ha sido una campaña sucia promovida por J.J
Rendón; así lo afirman Calao (2018) y Benel (2010), de hecho este último le
realiza la entrevista a J.J Rendón en la cual se adjudica tal logro.
En el caso venezolano la oposición ha hecho mucho
énfasis para relacionar el socialismo de Chávez y el chavismo en sí no solo con
el ateísmo sino con la satanización. De acuerdo con Aguirre (2012) la no creencia (agnósticos y ateos) es más propio de los países comunistas y de los países
secularizados de Europa y Norteamérica. En el caso latinoamericano, señala
Aguirre, hay un mosaico religioso que abarca un sector considerable de no
creyentes (increencia) como en Cuba y Uruguay, el espiritismo en Brasil, las
practicas vudú en Haití, las comunidades evangélicas en Centroamérica, Bolivia
y Chile, y un catolicismo pluralizado en México, Argentina, Colombia,
Venezuela, entre otros; específicamente en Venezuela, apoyándose en la
encuestadora GIS XXI, señala que más del 90% de la población es creyente,
mientras que tan solo el 8% representa a la población increyente (6% de
agnósticos y 2% de ateos). El caso venezolano merece un estudio aparte porque a
pesar de la abrumadora cifra de creyentes se presentan algunas
particularidades. Por ejemplo, de acuerdo con Aguirre, aunque la iglesia como
tal tiene prestigio popular (a diferencia de las instituciones del Estado) no
así los personeros de dicha institución. Esto podría indicar que si bien es
claramente difícil ejercer un liderazgo ateo en el país, tampoco puede darse
por sentado que los líderes religiosos puedan arrastrar masas, a pesar de estar
apoyados por una institución legitima y estable como es la iglesia católica.
Cuando se estudia el mapa cultural de Inglehart y
Walzel (2010) fácilmente puede darse cuenta que los países latinoamericanos
tienen valores tradicionales bastante arraigados. Entre los aspectos que
incluye estos valores está estimar a Dios como alguien muy importante en la
vida; considerar que enseñar la obediencia y la religión es más importante que
la independencia y la determinación; estar en contra de la homosexualidad y del
aborto (Inglehart & Walzel, 2010). Venezuela en este sentido, tiene, por
encima de la gran mayoría mundial, fuertes valores tradicionales, solo superado
por Colombia, El Salvador y Puerto Rico. Por su parte, la sociedad
estadounidense tiende hacia los valores tradicionales; aunque la inclinación es
leve, lo ubica por encima del resto de los países anglosajones y protestantes (Inglehart & Welzel, 2018).
A diferencia del ateo, el líder religioso aun
cuenta con prerrogativas que le facilitan su ejercicio. Una de ellas es que su
jurisdicción es más grande, no se limita a un solo Estado sino que puede
abarcar toda una región, como ocurre con el catolicismo en América Latina. La
estructura religiosa es ancestral, bien organizada y de rango mundial. Son
figuras bien respetadas y su liderazgo es tradicional, transmitido de
generación en generación, muchas veces con fe ciega o de forma incuestionable
(de acuerdo con Aguirre, en Venezuela, a pesar que los personeros de la iglesia
no tienen el mismo apoyo popular que la institución cuentan con un nada
desdeñable 50%). Esto hace que las personas estén más predispuestas a escuchar
tales líderes y dejar que moldeen sus actitudes, prácticas y comportamientos;
así, los líderes religiosos pueden moldear los valores sociales de acuerdo a
sus enseñanzas o prédicas religiosas. Por ejemplo, cuando el Papa Francisco se
pronunció sobre el aborto señaló que en cualquier caso es un pecado; que un
niño con alguna discapacidad no debe ser visto como un problema sino como un
don de Dios que puede sacar a la persona del egoísmo y hacer crecer el amor (Verdú, 2018). Los líderes religiosos también tienen ascendencia sobre los jefes de Estado
y otros líderes civiles; incluso pueden influir en las políticas públicas,
sobre todo para frenar leyes reformistas de la sociedad.
Mientras el líder religioso tiene licencia para
apelar a lo emotivo, el ateo se ve obligado a apelar a la racionalidad.
Mientras el líder religioso defiende los valores tradicionales, como la
familia, el matrimonio heterosexual, la lactancia materna, los roles de género
definidos, el líder ateo debe comprometerse con la posmodernidad. Mientras el
líder religioso propone y defiende un sentido de pertenencia a una institución
sólida como la iglesia y Dios, el líder ateo lo libera de ese grupo y lo suelta
en la individualidad, donde el sujeto no tiene nada de que a asirse que no sea
de sí mismo. El ateísmo obliga a la persona a salir del sentido de pertenencia
y la seguridad que garantiza el grupo o, a decir despectivamente según
Nietszche, el calor del establo (Fromm, 1993). El líder religioso, además, está
respaldado por el consagrado maniqueísmo, que establece que aquel que obre
conforme a la voluntad de Dios es bueno, y el que lo haga a sus espaldas es
malo.
Finalmente, la religión no es motivo de vergüenza
o escarnio público, por lo que se practica más abiertamente que el ateísmo; es
más visible. El ateísmo, como la homosexualidad, es una condición que esconde
la persona para mimetizarse en la sociedad, para no ser excluido del grupo de
amigos, del trabajo y de la propia familia. A pesar de que las sociedades
latinoamericanas actuales, normativamente hablando, tienden a la secularización
y a la no discriminación por razones religiosas, entre otras razones, en la
práctica se siguen manifestando los prejuicios contra los no creyentes.
Conclusiones
Entonces, ¿por qué incide la identidad religiosa de
la población en el liderazgo político? Incide como condicionante del líder que
aspira a ocupar y conservar cargos de elección popular. Presiona al líder para
que se relacione positivamente con el ámbito religioso. Si en un programa de
televisión le preguntasen al líder si es ateo, aun siéndolo en verdad,
seguramente lo negaría y se esforzaría por demostrar lo contrario como ha sido
el caso de Sanders en los Estados Unidos.
Sin embargo, un aspecto positivo es que parece
haber una ventana de oportunidades para los candidatos ateos, en especial en
Estados Unidos, tomando en cuenta que el sector ateo ha estado creciendo en los
últimos años. Aunque sea difícil que aspire a la Casa Blanca es posible que,
considerando encuestas que reflejen circunscripciones con bajo nivel religioso-
es decir, ateo-, pueda optar a un cargo público. Los años venideros podrían
reconfigurar la política en este sentido si las tendencias se mantienen, es
decir, si los millennials y las generaciones que les suceden, tienden a adoptar
valores posmodernos y el sector de los evangélicos sigue envejeciendo y reduciéndose.
En América Latina esta oportunidad está mucho más
distante porque sus valores son más tradicionales; tiene un peso considerable
el prejuicio en torno al ateísmo, el cual es histórico y común en la región. Venezuela,
y más aún Colombia, tienen acentuados los valores tradicionales, mientras que
Estados Unidos, y más aún el Reino Unido, tienen valores seculares racionales. Sin
embargo, tanto en el caso latinoamericano como en el estadounidense la
población está tentada a reflejarse en las sociedades secularizadas de Europa
(que tienen elevados valores seculares-racionales), pues la población y también
sus líderes, han demostrado fehacientemente que la moral no está necesariamente
anclada con la religión.
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