RESUMEN
Un análisis de la aparición y desarrollo de la
candidatura de Alberto Fujimori para presidente del Perú de cara a las
elecciones de 1990, posicionándose el trabajo en las estrategias del candidato
para fortalecer alianzas y lograr impacto social con sus propuestas. Sus
contrastes con su principal contrincante, el candidato del FREDEMO, el
novelista Mario Vargas Llosa, y como mediante la diferenciación articuló un
agente cohesionador para el electorado que adhirió a su propuesta.
Su consideración como outsider a la política
tradicional peruana y como esta se articuló en base a una retórica simplista y
un bagaje de campaña fuertemente intrínseco a las tácticas de las iglesias de
credo evangelista y protestante en el interior del Perú, así como también su apelación
a la clase trabajadora marginal e informal. El impacto de los resultados en
primera vuelta electoral y el desarrollo de la campaña de cara a la segunda
vuelta. Influencia del debate presidencial en las circunstancias de campaña, y
desarrollo de las propuestas económicas y de pacificación social de cara a su
arribo a la presidencia de Perú.
ABSTRACT
An analysis of the appearance and
development of Alberto Fujimori's candidacy for president of Peru ahead of the
1990 elections, positioning the work in the candidate's strategies to
strengthen alliances and achieve a social impact with his proposals. Its
contrasts with its main opponent, the candidate of FREDEMO, the novelist Mario
Vargas Llosa, and as a result of articulated differentiation, a cohesive agent
for the electorate that adhered to his proposal.
His consideration as a stranger to
traditional Peruvian politics and how it is articulated based on a simplistic
rhetoric and a baggage of campaigning inside the tactics of evangelical and
protestant creed churches in the interior of Peru, as well as his appeal to
marginal and informal working class. The impact of the results in the first
electoral round and the development of the campaign for the second round.
Influence of the face-to-face debate in the circumstances of the campaign, the
development of economic proposals and social pacification in the face of his
situation in the presidency of Peru.
Fujimori 1990: ¿Cómo sucedió?
Factores sociales, logísticos, políticos y económicos que llevaron a un candidato
prácticamente desconocido por la opinión pública a la presidencia del Perú
Por: Esteban Chiacchio
INTRODUCCIÓN
Fujimori 1990: ¿Cómo sucedió?
Alberto Fujimori, primera generación en su país,
ingeniero agrónomo con un currículum académico excepcional en ciencias duras y
un perfecto desconocido para la opinión pública, construye una campaña de corte
popular que con un dinamismo inédito en la historia electoral del Perú, eclipsa
al candidato favorito –Mario Vargas Llosa- y le permite acceder a un balotaje
que lo alza como mandatario de dicha nación. Sin una estructura partidaria
tradicional y con una imagen pública de índices de popularidad prácticamente
nulos cuando iniciaba la contienda, ¿cómo compuso su estrategia para seducir al
electorado y desbancar al consagrado novelista?
JUSTIFICACIÓN
El Caso Fujimori se da en un contexto continental de
establecimiento del neoliberalismo, dentro de un cuadro global de mutación de
la bipolaridad a la unipolaridad a coste de la crisis y el génesis de la
descomposición soviética y la reunificación alemana. Dentro de esta matriz,
Cambio 90 y la candidatura fujimorista implica un conjunto de especificidades y
factores inéditos que le dan una matriz diferenciadora de sus pares en la
región.
Analizar los factores sociopolíticos y económicos a los
cuales apeló, complementado con el factor carismático (¿o a pesar de la
ausencia de este?), es menester para dar entendimiento al auge de la figura de
Fujimori y que tanto replicó su impacto inicial en forma de conducir el Perú en
la década posterior.
En la comparación con su principal contrincante –Vargas
Llosa- establecer que factores de este ocasionaron una inclinación electoral a
favor de Fujimori y que tanto pudo (o no) revalidar este apoyo una vez encaminado
a la presidencia.
OBJETIVO
Demostrar a que puntos apeló la campaña de Alberto
Fujimori para consagrarlo como ganador de las elecciones de 1990, que lectura
hizo del panorama nacional, que trasfondo tuvo el análisis de su plan de
gobierno y como diseño su identidad para trazar empatía con sus votantes y, en
caso de una vinculación política en profundidad, sus seguidores. Fujimori como
outsider: Comprender la influencia de dicho perfil y la situación de las
estructuras partidarias tradicionales en el Perú. Complementación de estos dos
factores. Establecer el rol de los medios de comunicación. Vargas Llosa como
candidato del establishment y Fujimori como ajeno al factor tradicional.
Puntualizar que tan acertada está dicha apreciación. Fujimori rumbo al poder, carácter
y oratoria rumbo al balotaje y a la posterior victoria en 1990.
PLANTEO DEL PROBLEMA
Caracterizando a Alberto Fujimori como la ebullición de
un perfil de candidato popular y posicionado al margen de la política
convencional, ¿qué factores corresponden a la fractura de la tradición política
peruana y cuales a la estrategia fujimorista? Tomar esto como base para poder
identificar posibles replicaciones de este fenómeno, así como también
especificidades del caso convocado.
¿Qué grado de información poseía el electorado peruano
respecto a Fujimori en el contexto de las elecciones de 1990?
¿Qué caracterización podemos darle a la campaña
fujimorista en términos políticos?
¿Qué implica necesariamente un candidato outsider y que
ejes de dicho perfil ejecutó Fujimori en su enlazamiento con el electorado?
PROBLEMA
¿Qué características tuvo la campaña de Alberto
Fujimori y Cambio 90 para establecerse como la fuerza más poderosa del Perú
partiendo desde una base ausente de tradición partidaria y con ausencia de
trayectoria política por parte de su principal referente? ¿Cuál fue la
influencia del contexto nacional y como este influyo en la viabilidad del
fenómeno?
HIPÓTESIS
El equipo de campaña de Alberto Fujimori estableció una
estrategia electoral de arraigo popular para convocar a los sectores sociales
que se auto-percibían marginados a las políticas tradicionales del Perú. Esto
implicó una campaña cuyo énfasis no necesariamente estaba en promesas de
desarrollo de políticas públicas, sino en el reestablecer un enlace entre los
peruanos y sus representados, condensado con la constante apelación a
performances costumbristas y mensajes simples y concisos con el objetivo de crear
un impacto que ponderara sus índices de imagen en vísperas de las elecciones de
1990.
LAS ELECCIONES DE 1990
La Antesala
A comienzos de 1990, de cara a las eleccionespara
presidente del Perú que tomarían lugar en abril,los pronósticos mediáticos y
los cuarteles tecnócratas vaticinaban
un balotaje entre el Frente Democrático –FREDEMO- y la Alianza Popular
Revolucionaria Americana –APRA-. Los primeros, postulaban como candidato a la
presidencia a Mario Vargas Llosa, célebre escritor y referente literario. El
frente restante, a Luís Alva Castro, presidente de la cámara de diputados y ex
ministro del presidente saliente, Alan García.
Sin embargo, encuestadoras y analistas políticos
certificaban el ascenso de un candidato ajeno a las corrientes políticas
tradicionales peruanas. Desde diferentes puntos del Perú se manifestaban
férreos apoyos a Alberto Fujimori, un ingeniero agrónomo, ex rector de una
universidad local, peruano de primera generación y referente de Cambio 90. Con
premisas simples y apostando a la desazón social generalizadarespecto a los
partidos tradicionales, debidoa la débil situación social y económica, Fujimori
fungía una campaña que oscilaba entre una formalidad fresca y protocolar
complementada con mensajes concisos, apostando a una subjetividad publicitaria
basada en las mejoras que se experimentarán en un hipotético futuro, bajo su
ala política. No en vano, su principal spot televisivo rezaba las frases: “Honradez,
tecnología y trabajo. Cambio 90. ¡Nosotros podemos vivir mejor!”.
Con dicho material aceitado por la dinámica de la
campaña, las giras políticas y los errores de su principal contrincante Vargas
Llosa, AF había logrado crecer en las encuestas de manera significativa, del 5%
al 15%, aproximándose a llegar al porcentaje de veintena a medida que la fecha
de los comicios se aproximaba.
Las chances fujimoristas de suceder al actual
mandatario en aquel entonces, Alan García, pasaron de ser imperceptibles, a
sumamente considerables. Lo que contenía la expectativa de una sorpresa
electoral en la joven democracia peruana de comienzos de los 90’, era el vasto
reconocimiento que acarreaba MVL, contrastando fuertemente con un candidato
que, en la gestación de las campañas rumbo a la presidencia del Perú, era un
perfecto desconocido.
Posicionándonos en el gobierno saliente, Alan García
supo ser electo en los comicios de 1985 con un 53% -más que suficiente para
evitar la segunda vuelta- y encabezaba una gestión que tambaleaba seriamente en
la materia política. El foco principal de ello se sostenía en la decisión de
García de estatizar la banca nacional, acción que tomó lugar en 1987. ¿Cuál era
el trasfondo de tamaña decisión? Identifica Martín Tanaka en Los Espejismos
de la Democraciala
posición en encrucijada en la cual se hallaba el presidente peruano en el
precedente a aquel cuadro, la cual consistía en de una espiral inflacionaria
que le escindía dos posibilidades de abordaje a la administración García:
Articular un plan de concertación con la rama empresarial peruana que
dinamizara una política de conciliación en base a pagos de la deuda externa –lo
cual implicaría una baja en el ritmo de la actividad económica- o, en el otro
extremo, proponer al poder legislativo el plan de estatización de la banca para
fortalecer las chances de domar el malestar económico por parte del gobierno y
desembarazar (o, mejor dicho, buscar viabilizar una especie de emancipación) a
la economía peruana de las presiones del empresariado a la economía peruana y
revitalizar la iniciativa del gobierno en materia financiera. García optaría
por esta última opción.
Debemos destacar, sin embargo, que la decisión del
presidente en aquel entonces, tuvo un trasfondo electoral. Habiendo asumido el
poder con promesas asimilables a un eje de centroizquierda, García nunca logró
desprenderse del temor a una mudanza de su electorado más progresista hacia las
filas de la Izquierda Unida (Tanaka, 1998), frente político que quedó en el
segundo lugar durante las elecciones del 85’, haciéndose con un porcentaje
cercano al 25% de los votos. Más aún, sabía que internamente en su partido –el
APRA- convivían potenciales candidatos con tendencias más radicales que las
suyas, que podrían encontrar en una alianza con el empresariado y en una
política conciliadora frente a la deuda externa una materia prima para
fortalecer su capital político.
Este plató suscitó en García la voluntad de ir a por la
estatización de la banca, en un procedimiento sumamente obstaculizado por los
propios errores del gobierno al articular la reforma, así como también las
reservas del poder legislativo para ejecutarla. En efecto, se inició la
intervención sin beneplácito del senado, lo cual suscitó en un amparo desde el
Poder Judicial, dándole el puntapié inicial a la descomposición de las
tratativas a por la estatización.
En el campo legislativo, la medida tuvo éxito en la
Cámara de Diputados, pero sufrió diversas modificaciones en el Senado que la llevaron
al estancamiento para su ejecución. Estos hechos tomaron formas tras las
concesiones y los acuerdos granjeados entre el APRA, Convergencia Democrática y
Acción Popular, maniobras que causaron rechazo en Izquierda Unida, tornándose
un costo muy caro para las aspiraciones iniciales del presidente García.
Pero lo esencial para comprender la influencia de este
factor en las elecciones del 90’ se encuentra al centrarse en la reacción
popular ante esta medida. En efecto, la especulación del oficialismo de un
apoyo popular ante el enfrentamiento a las entidades bancarias fue un error
desarmador para sus tácticas. La reacción colectiva se escudó,
mayoritariamente, en el temor a la intervención extrema del Estado, al
totalitarismo y al ataque a la propiedad privada. Existía una subestimación por
parte del gobierno hacia la influencia electoral y social de la centroderecha.
(Tanaka, 1998).
Esta corriente encontraría referente en el literato
Mario Vargas Llosa, quien se estableció como un férreo crítico a la estatización,
bien lo señala su columna en El Comercio el 28 de julio de 1987: “Las
nacionalizaciones anunciadas traerían más pobreza, desánimo, parasitarismo y
cohecho a la vida peruana. Y, a la corta o a la larga, lesionarían el sistema
democrático que el Perú habíarecuperado en 1980, después de doce años de
dictadura militar”.
La retórica de Vargas Llosa arrojaba munición a García,
pero también contenía una mirada sumamente crítica respecto al pueblo peruano y
el apoyo arbitrario y manipulado que podrían otorgarle a una medida que, según
el escritor, no era más que la búsqueda de un chivo expiatorio que justificara
los desaciertos del gobierno.
Lo cierto es que las columnas de MVL comenzaron a ser
cobijadas por el electorado desilusionado con García que comenzaba a virar a la
centroderecha en búsqueda de mejores propuestas electorales. ¿Cómo se puede
describir este síntoma electoral que atravesaba Perú a fines de los 80’? Buscan
identificar las fuentes de este fenómeno los autores Carlos Degregori y Romero
Grompone en Elecciones 1990, demonios y redentores en el nuevo Perú: “Los
electores habían adquirido un nuevo estilo de definir lealtades, sintiéndose
concernidos en la labor de los gobiernos y por consiguiente, más atentos a su
actuación. (...) Las identidades políticas dejan de ser incondicionales,
los partidos controlaban sólo una parte de su electorado potencial”.
El 24 de Octubre de 1988, Mario Vargas Llosa anuncia
que buscará la presidencia del Perú en las elecciones que tendrían lugar en
poco menos de dos años. El FREDEMO es el sello que lo respalda, absorbiendo a
Acción Popular –partido central en el campo electoral peruano-, Movimiento
Libertad –encabezado por MVL- y el Partido Popular Cristiano.
Génesis de un fenómeno inédito
De cara al cese de su mandato, la figura de Alan García
se adentraba en un agudo ocaso. Su imagen positiva había descendido de 71% a
50% de 1986 a 1987.
Para mediados 1989, con la economía hundida en el desabastecimiento, recetas
asfixiantes del Fondo Monetario Internacional, el aumento de la inflación y el
aumento de la pobreza, la administración García era aprobada solo por un 13% de los
peruanos. Su malograda gestión implicaba no solo la diseminación de cualquier
capacidad de maniobra debido a su devaluado capital político, sino que también
significaba un contrapeso para el APRA, debilitado en materia administrativa a
la hora de formular su candidatura para los comicios de 1990.
Identificar el momento en que Alberto Fujimori irrumpió
en la escena política peruana es punto de debate. La rapidez de su ascenso se
adosa a los escasos registros que existen de su persona en la matriz política
del Perú antes de lanzar su candidatura. AF se ubicaba en realidad en el
trasfondo de esta, como rector de la Universidad Agraria de Lima. Si bien
poseía un respeto académico entre pares, para comienzos de 1990 era impensado
el concebirlo como un candidato serio a la presidencia de su nación.
Observa Carlos Reyna en “La anunciación de Fujimori” que en marzo
de aquel año, a tan solo un mes de las elecciones, Fujimori acarreaba de 3% a
5% de los votos en las encuestas de preferencias electorales. Vargas Llosa, en
cambio, aparecía primero, con el 42%, con una perspectiva in-crescendo que le
permitía estipular una victoria en primera vuelta.
El novelista apelaba a una retórica
liberal-conservadora, aceitada por un aparato mediático, logístico y técnico
que secundaban todas sus tácticas electorales. El estudio exhaustivo del
electorado peruano buscaba componer a la materia prima con que MVL
confeccionaba sus spots, discursos y apariciones televisivas. Pero había un
factor que comenzó a descomponer el diálogo y la interacción entre el
electorado y el candidato. La sobrepoblación tecnócrata que componía a su
equipo de campaña esgrimía un fuerte debate interno respecto a si el literato
debía mantenerse como un independiente puro o si, en cambio, debía articular
alianzas con partidos de ideología símil para garantizar viabilidad legislativa
una vez en el poder. El punto también pasaba por monopolizar la oferta
liberal-conservadora en territorio de comicios, apuntando a sortear cualquier
posibilidad de ir a segunda vuelta con el debilitado APRA.
Respecto a este punto, el jefe de campaña de Vargas
Llosa, Enrique Ghersi, profundiza: "Encuentro notables problemas es en
la pérdida de credibilidad que supuso la alianza con los partidos tradicionales
y en el 'efecto paradójico' de las campañas parlamentarias que mediatizó el
carácter independiente de Vargas Llosa y diluyó su mensaje en un conjunto
inconexo y contradictorio, respectivamente."
Ghersi se refiere al pacto de gobierno que diagramó el
novelista con el bloque conservador parlamentario en abril de 1989, que para
ese entonces confirmaron la coordinación de un plan conjunto con Acción Popular
y el Partido Demócrata Cristiano.
El electorado de centro –estipula Ghersi- dedujo que
esto implicaba una aproximación del candidato del FREDEMO a las instituciones
tradicionalistas y, así, a la desgastada imagen de la política tradicional,
fuertemente rechazada por una parte general del electorado. Rápidamente, la
capacidad de empatía social de Vargas Llosa disminuyó, adosándole a su figura
una vinculación a un modelo político expirado, caracterizado por la inoperancia
y la corrupción. Esto sucedía en parte por la imagen negativa que acarreaba la
gestión García –que afectó a los partidos tradicionales transversalmente-, el
descredito político que la joven democracia peruana exudaba y las acusaciones
de ilícitos que abrumaban a la elite política del Perú. Es Ghersi quien detalla
esto con claridad: “Después de diez años de democracia ininterrumpida, los
partidos políticos democráticos sufren un profundo descrédito en el Perú. El
ciudadano común y corriente los culpa de incapacidad, insensibilidad y aun de
corrupción. Este descrédito llegó a extremos inusitados durante el gobierno del
Presidente Alan García.”.
¿Cuál era el resultado de esto? La expansión, primero
de forma marginal, luego componiendo cuerpos políticos viables, de alternativas
independientes compuestas por outsiders ajenos a la política tradicional del
país. Ghersi remata: “Esto quedó claramente acreditado con las elecciones
municipales de noviembre de 1989, en donde lograron triunfos resonantes
candidaturas apolíticas en Lima y Arequipa, las dos principales ciudades del
Perú, y en un sinnúmero de ciudades menores.”.
¿Podemos categorizar a esta proliferación de ofertas
electorales alternativas como la gestación de un modelo de político outsider
que a posteriori tomó cuerpo en Alberto Fujimori? La definición del término es
algo en lo que debemos centrarnos primero.
Es interesante el trabajo realizado por Roberto
Rodríguez Andrés en una investigación
que realizó la Universidad de Navarra y la Universidad Pontificia Comillas para
domar las múltiples interpretaciones del concepto: “En la primera noción, un
candidato outsider es aquel que se presenta a unas elecciones desde fuera de la
política y, por tanto, sin tener experiencia previa en partidos o
instituciones. Un criterio que sirve para marcar la diferencia entre candidatos
outsiders y candidatos insiders, es decir, aquellos que sí proceden de la política,
que son denominados como ‘políticos profesionales’”.
Alberto Fujimori tenía 51 años cuando decidió
involucrarse en la escena política nacional. Primera generación de su país,
siendo hijo de dos inmigrantes japoneses que arribaron al Perú a mediados de
los años 30’, construyó una trayectoria académica excepcional en términos
locales –se recibió de ingeniero agrónomo en la Universidad Nacional Agraria de
La Molina- e internacionales –máster en ciencias de las matemáticas tras
realizar estudios en Francia y en los Estados Unidos-.
Se asentaría en 1984 como rector de su alma máter en el
Perú, estableciéndose figura respetada en los círculos académicos domésticos y
manteniendo un apartidismo frente a las circunstancias sociopolíticas que
afrontaba su nación. En 1989, decide dar un giro a su trayectoria y emprender
una carrera en la política, fundando su propio movimiento. ¿El nombre? Cambio
90.
Los Aliados
La base partidaria de Fujimori era inexistente y aún
asumido en un rol fuertemente personalista, el ahora líder de C90 se veía
obligado –para darle viabilidad a su propuesta- a granjear apoyo y logística
por fuera de las estructuras tradicionales, hijo de su propia retórica a la
hora de referirse despectivamente a los poderes que circulaban en las esferas
altas del Perú. En primera escala con el cuerpo docente-sindical de la
Universidad Nacional Agraria,
tornándose referentes de este eje del partido los aliados universitarios de AF,
Andres Reggiardo y Luz Salgado. Esto le sirvió como puente para enlazarse con
trabajadores de diversas áreas, pertenecientes muchos de ellos a la economía
informal y el trabajo rural marginal. Fujimori estableció un discurso cuya
pauta era ofrecer cierta inclusión a estos colectivos sociales mediante
premisas simples en donde se resguardaba una mejoría en caso de arribar Cambio
90 al poder. Logró así un apoyo considerable del pequeño y mediano empresario,
afectado notoriamente por la situación económica de la Administración García.
Sin embargo, la piedra angular del ingreso de Fujimori
al plano nacional en totalidad –esencialmente en el interior del Perú- fue obra
viabilizada por el apoyo de las iglesias evangélicas a su candidatura. Dichas
entidades tenían una estructura nacional que acobijaba a diferentes grupos
sociales en situación marginal, articulando una red “apolítica” de alcance
considerable.
El periodista Iván Arbañil lo analiza en una tesis de
investigación del fenómeno, "Evangélicos y política en el Perú: la
gesta de un outsider": "Motivado por sus amistades cercanas,
Fujimori se había acercado a los sectores populares de Lima, enfocando su discurso
en pequeños y micro empresarios, muchos de ellos informales. Pero es que desde
que fue presentado ante el pastor Pedro Vílchez que Fujimori entra en relación
con este sector evangélico del Perú. Es por aquel contacto que el pastor
Vílchez se interesa por las propuestas del ingeniero y comienza una campaña en
las iglesias evangélicas para ganar afinidad con el partido Cambio 90. Y es
también por este acercamiento, que originalmente Fujimori no había previsto,
que reconoció en la iglesia evangélica un sector de la población en la que
podría apoyarse para la competencia presidencial, ya que este grupo
representaba el 5% de la población en aquella época".
Los números de Fujimori se duplicaron, en porcentaje de
5 a 10 hasta establecer un piso de 15% en vísperas de las elecciones. Su
presencia caló también en la rama protestante, articulado por aliarse
políticamente con el presidente del Concilio Nacional Evangélico del Perú,
Carlos García García (Arbañil, 2008). Rápidamente, la subjetividad eclesiástica
comenzó a construir una imagen inmaculada y salvadora de Fujimori, compartiendo
oraciones y reuniones de la comunidad religiosa en donde se proliferaba el
progreso y unión que acarrearía la elección de AF como nuevo presidente del
Perú. Esto caló fuertemente en los sectores marginales, dependientes económica
y socialmente de la iglesia no solo por cuestiones de credo, sino para tener un
sitio donde comer y dormir. Profundiza Arbañil: “La estructura jerárquica de
las iglesias evangélicas y su diseminación en los pueblos del interior del país
fue importante para la difusión de la propaganda proselitista de Fujimori. No
era extraño ver en los periódicos murales de diversas iglesias afiches con el
'Chinito' presente, así como en las reuniones dominicales se anunciaba la
opción de elegir a un candidato que era respaldado por distintos pastores
destacados entre el pueblo evangélico.”
Cambio 90 supo cooptar la dinámica de propagación y la
retórica predicadora que esgrimía el colectivo evangelista. Mientras Fujimori
realizaba giras a pueblos del interior peruano donde se mostraba junto al
pastor local, las redes evangélicas repartían volantes en donde la salvación
divina y las propuestas de Cambio 90 se articulaban en una única
intersubjetividad. El dinamismo puerta a puerta característico del accionar
propagandístico evangélico pasó a hacer un brazo militante de la candidatura de
Alberto Fujimori. El trabajo de campo, área por área, iglesia por iglesia,
realizado por C90, fue exhaustivo.
El contraste con la campaña de Vargas Llosa era
abrumador. Mientras Fujimori y equipo realizaban las actividades anteriormente
descriptas, el candidato del FREDEMO realizaba un conjunto de giras por Estados
Unidos y Europa para granjear apoyo global, financiero, mediático y
diplomático. Concedió entrevistas a diversos medios en donde Fujimori no era ni
siquiera mencionado. Su itinerario lo llevó a una cumbre sobre libre-mercado y
Latinoamérica rumbo al nuevo milenio que tuvo como principal oradora a Margaret
Thatcher, Primer Ministro del Reino Unido.
La foto de ella junto con MVL tuvo una repercusión mediática considerable a
nivel global, pero no trazó empatía alguna con la causa de los desvalidos del
Perú.
Había, sin embargo, un factor más en la escena
sociopolítica peruana que anudaba las suertes de las campañas a la presidencia.
Al desbande económico, se complementaba con la participación en atentados
terroristas de las agrupaciones de extrema-izquierda Sendero Luminoso y el
Movimiento Revolucionario Tupac Amarú. Fujimori sienta bases de esto con la
empatía construida con el colectivo evangélico: “en la lucha de distintos
líderes y pastores en contra del terror infundido por agrupaciones senderistas,
muchos de estos asesinados por oponerse a la predica terrorista de forma
rotunda" (Arbañil, 2008).
Pero había una óptica más profunda por parte del
ingeniero agrónomo a la hora de posicionarse en la lucha contra el terrorismo.
Una visión que se fue nutriendo a medida que las chances electorales aumentaban
y el armado político requería una patamilitar. Fujimori rechazaba la
conciliación y era consciente del factor domesticador que tenía el terror
infundido y orquestado desde el Estado.
Sabía que con un peso legislativo liviano y sin trasfondo político donde
coordinar con la oposición “tradicional”, el recurso belicista y “la guerra
contra el terror” era materia prima para construir su propio capital político.
Su propaganda en tiempo electoral, sin embargo, se direccionó mayormente al
malestar económico y a la escisión sociedad-clase política que presentaba el
Perú.
Las Elecciones
El 8 de abril de 1990, casi ocho millones de peruanos
se dirigieron a las urnas para elegir al próximo presidente. Vargas Llosa había
perdido envión y una victoria en primera vuelta era virtualmente imposible. La
incógnita pasaba por quien lo acompañaría en una segunda vuelta, si el
candidato del APRA, Luis Alva Castro, o Alberto Fujimori, líder del emergente
movimiento Cambio 90.
Pero los resultados arrojarían una proximidad impensada
entre el novelista y el ingeniero agrónomo. Previo al conocimiento del
resultado del escrutinio, la prensa nacional e internacional recogió un
testimonio de una empleada pública que bien podía resumir los ánimos que
corrían en aquella jornada: “Tuvimos otros candidatos- antes, pero ahora
vamos a votar por Fujimori, estamos hartos de políticos y promesas, que no nos
dan más que una vida cada ve z peor. Tal vez Fujimori nos traiga algo diferente”.
Vargas Llosa obtuvo el 32%. Fujimori, el 29%, siete
puntos más arriba que el APRA. El resultado marcó el ingreso oficial de AF al
centro de la escena política del país, así como también desmembró las tácticas
electorales del literato. De cara a un balotaje, cada minuto cuenta en materia
de granjear apoyo y tejer alianzas para garantizar la victoria. Sin embargo, la
decisión de Vargas Llosa una vez consabida la victoria/derrota en las urnas,
fue la de apelar a una política de conciliación. Su círculo íntimo había
estipulado que el ingeniero agrónomo tenía las de ganar en una segunda vuelta,
beneficiado por el apoyo del APRA y otros movimientos de izquierda (APRA, con
sus 22%, se complementaba a la Izquierda Unida -8%- y a la Izquierda Socialista
-4%-).
Pero no deja de ser sorpresivo el pronunciamiento del
candidato del FREDEMO desde el Hotel Sheraton de Lima, cuando con los
resultados aún frescos, hizo un discurso de concesión con la presidencia aun
estando en disputa: “Yo quiero, ante el pueblo peruano, que una vez más, de
una manera civilizada, ha demostrado su adhesión al sistema democrático,
invitarlo al ingeniero Fujimori a dialogar”. Y agregaría una frase que bien
marcaba su inminente caída: “Donde él quiera, cuando él quiera, para llegar
rápidamente a un acuerdo”.
Desde el minuto cero posterior a la confirmación de los
resultados, Vargas Llosa apostó a pactar con Fujimori y bajarse de la segunda
vuelta, reconociendo que la batalla frente a Cambio 90 estaba pérdida. Esto
devaluó severamente su propia calidad política, reconociendo que allanar el
camino de Fujimori a la presidencia marcaría el final de este aspecto de su
trayectoria. Pero el equipo de campaña del novelista estipulaba que AF
aceptaría dicha oferta y accedería, sin necesidad de atravesar la segunda
vuelta, al liderazgo del Perú. Esto permitiría, en términos simples, dar vuelta
la hoja y articular la salida de Vargas Llosa en silencio, y con el menor daño
posible respecto a la opinión pública.
También podemos observar, en este punto, el reordenamiento
de prioridades del propio candidato del FREDEMO. La aspiración presidencial
había sido eclipsada por el hecho de regatear una potencial humillación
electoral. Más aún, el caer derrotado frente a una figura nueva, desconocida
hasta hace escaso tiempo atrás y de un discurso mucho más simple y básico que
el nutrido vocabulario de VL, un referente de la literatura latinoamericana
galardonado en todas partes del mundo.
Fujimori respondió al conciliador llamado de Vargas
Llosa. Pero no para pactar, sino para invitarlo a la segunda vuelta. La imagen
habló por si sola. El ingeniero agrónomo concurrió casi instantáneamente al
Sheraton en donde aguardaba el novelista. Frente a los micrófonos, deslizó: “Creemos
que por delante, para esta segunda vuelta que se viene, hay muchas ideas que
confrontar”. Apenas terminó la frase, el novelista volcó su cuello hacia
detrás, desorbitado. No tenía materia prima para construir una campaña en
condición de balotaje.
La realidad era que Fujimori tenía motivos para
rechazar dicha invitación al retiro voluntario de su contendiente: El acceder
al poder con menos del 30% de los votos podía repercutir en una escasez de
capital político. Más aún, no estaba constitucionalmente contemplado la
ausencia de uno de los integrantes de una segunda vuelta, lo cual impedía la conformación
de la necesaria mayoría absoluta para ingresar al liderazgo del Perú.
Pocos días después de la negativa fujimorista, Vargas
Llosa dejó Lima y se estableció en una playa privada. Su margen de maniobra era
pobre: Debía presentarse y, más aún, encabezar una campaña bajo un cuadro de
desgaste y desunión.
Si el resultado electoral dañó la figura del novelista,
los días posteriores a ello terminaron de dinamizar su capital político, en una
mezcla de desatenciones, exilios frustrados y exploraciones legales que le
permitiesen no acudir a la segunda vuelta. La edición del 18 de Abril de El
País explica con claridad el clima de situación: “Bronceado por el sol de
finales de verano y tras casi una semana de playa, Vargas Llosa regresó el
lunes a Lima para reunirse con el Consejo ejecutivo y la comisión política del
bloque derechista, FREDEMO, que encabeza desde hace poco más de un año.Al final
de un encuentro de tres horas, el escritor, que era esperado por decenas de
periodistas nacionales y extranjeros, dejó rápidamente el lugar de reunión y
expresó en un comunicado su decisión de presentarse a una segunda vuelta
electoral para disputar con Fujimori la primera magistratura de Perú.”.
El subtítulo de esta parte del trabajo se titula “Las
Elecciones” y bien retrotrae ese nombre a los comicios celebrados en Perú a
comienzos de 1990. Pero también se refiere a las decisiones de Mario Vargas
Llosa respecto a hacer todo lo posible para cancelar su participación en la
ronda final. Y al mismo tiempo, apela a un dilema que afrontó el candidato de
Cambio 90 y que repercutiría en su posterior presidencia, así como en la
historia reciente del Perú.
El inminente triunfo definitivo de Fujimori implicaba
el diseño de un plan de gobierno contenedor de varias aristas. Entre ellas, la
contención del avance terrorista en el país, siniestro que repercutió
directamente en la campaña de AF: A comienzos de mayo –a un mes del balotaje-
un atentado con dinamita destruyó una de las sedes de C90 en Ayacucho. Las
investigaciones vincularon el acto a Sendero Luminoso, quien escasos días
después proliferó unos panfletos donde anunciaban su cese en cuanto a
actividades armadas.
Esto no desarticuló una sombra de amenaza hacia la figura de Fujimori y su
futura-hipotética presidencia, que asesores íntimos del candidato le incitaron
a atender.
En dicho contexto, Vladimiro Montesinos se aproximó a
la campaña de Cambio 90. Militar entre el 60’ y el 70’, vinculado a la CIA y
ejerciendo como abogado tras el cese de su actividad castrista, se arrima su
presencia dentro movimiento a causa de un traspié que empañó momentáneamente a
Fujimori en tiempos de campaña, cuando se lo acusó de ilícitos en la
composición de su declaración jurada, lo cual conllevó a una sospecha de fraude
en el ámbito de las bienes raíces.
Ese sopesar fue dejado atrás por Fujimori, en enorme
parte gracias a la performance jurídica de su nuevo abogado. Lo cierto es que
Montesinos perduró en la campaña, transición y arribo del ingeniero a la
presidencia, estableciéndose como su mano derecha y como un actor clave de los
servicios de inteligencia.
La participación de Montesinos en la carrera política
de AF, en efecto, también se visualizaba como un puente entre el Perú y los
Estados Unidos, debido a los mencionados vínculos del abogado con la CIA, quien
identificaba en Montesinos a uno de los suyos, adosándole el apodo de “Mr.
Fix”
(“Don Arreglo”). Curiosamente (¿o no?) al mando de los Estados Unidos
estaba, en aquel entones, George H. W. Bush, quien encabezó la Central
Intelligence Agency a mediados de los 70’.
El Debate Final
Las circunstancias de la victoria/derrota de VL y el
segundo lugar triunfal del ignoto candidato de C90, llevaron al ingeniero
Alberto Fujimori a una posición central en la escena del Perú. Ya no se trataba
de una especulación el hablar de sus chances electorales: Era un claro
candidato a hacerse con la presidencia durante el siguiente lustro, lo cual
articuló una radiografía de su presente y pasado, a nivel político y mediático.
¿De dónde provenía y como componía su discurso el hombre que había venido a
dinamitar el predominio del APRA y de Acción Popular en el contexto partidario
peruano?
Hubo una marcada retórica de desprestigio hacia
Fujimori que superficialmente se centraba en su falta de experiencia en
términos de administrar un país, pero que esencialmente partían de dos premisas. La primera,
era la de ser un agente financiado por el presidente saliente, Alan García,
como una especie de vendetta política para obstaculizar la suerte electoral de
su rival en la interna partidaria, Luis Alva Castro. Esto buscaba deslegitimar
la potestad de AF, ligándolo a intereses y voluntades de su potencial
predecesor.
La segunda, con claros componentes racistas, señalaba a
Fujimori como un extranjero-invasor, en sentido figurado, pero también en el
literal: Componentes amarillistas de la prensa propagaron la información de que
él no era nacido en el Perú y de que poseía pasaporte japonés. Más aún, de que
existía una conspiración en la cúpula militar peruana al tener que rendir
honores “a un nipón”.
En las vísperas del balotaje, circuló una bizarra entrevista de la televisión
con una fervorosa seguidora de Vargas Llosa, quien exuberantemente tomó el
micrófono del cronista y vociferó una imaginaria interpelación al literato: “¡Todos
te queremos presidente! ¡No a un japonés, no a un japonés… no!”.
¿Hacían daño estas acusaciones a Fujimori? Con los
posteriores resultados a la vista, podríamos esbozar que no. Que el electorado,
de hecho, percibió las acusaciones más como un esfuerzo marginal de la oposición
fujimorista para debilitar al candidato de Cambio 90 que como un debate
político real que pudiese contrarrestar las chances de quien encabezaba
cómodamente las encuestas para la victoria. El periodista José Comas analiza esta
situación con claridad: "Fujimori representa un nuevo tipo de
liderazgo, que parece corresponder mejor a las esperanzas de éxito de tantos
peruanos que pueden sentirse más cercanos al ingeniero, al agricultor, al
constructor de éxito que habla como ellos, que no es un retórico brillante,
porque no debemos olvidar cuán desprestigiada está, felizmente, la retórica
vacua".
Agrega una conclusión que identifica al colectivo
socialmente transversal, silencioso y vasto que secundaban las chances
electorales del ingeniero agrónomo: "El futuro presidente de Perú
disculpó, como pudo, todas las acusaciones en su contra, pero, aunque no
hubiese encontrado excusas, nada habría sido capaz de detener el segundo
tsunami (ola que sigue al maremoto). El Perú telúrico, el que está al margen de
los medíos de comunicación, estaba con Fujimori."
Ese Perú telúrico se había inclinado a favor de
Fujimori gracias a la articulación de una dualidad que C90 construyó en la
campaña, entre un Perú de concentración de poder, acceso restringido y elites,
y otro de desprotegidos, marginados y ajenos.
Había una concepción de una mayoría silenciosa que AF
explotó para granjear así una tracción electoral considerable. Explica con
claridad el doctor en Ciencias Sociales y conocedor en profundidad del fenómeno
Fujimori, Hernan Fair:”Fujimori lograría trascender por mucho su partido
para ampliar el electorado a partir de un discruso personalista contrario a los
partidos políticos tradicionales –outsider-, exento de ideologías y cultor del
pragmatismo (…) Planteo la contienda como una elección entre los ricos y
los pobres, o bien entre blancos y cholos (mestizos), situándose como aquel que
defendía a los pobres (…) mientras Vargas Llosa, crítico de la
‘irracionalidad’ indígena, era situado como el representante y encarnación de
los intereses particulares de los ricos, blancos y clases altas en general”.
Podemos articular esta apreciación con el componente
mesiánico que adosaban a AF la fuerte inter-red propagandística evangelista,
vislumbrando en el referente de C90 a “uno de los propios” que había venido a
dar convicción y forma real a los reclamos de una mayoría aplazada, y que era
el líder necesario y capacitado para dotar de pragmatismo y viabilidad a las
necesidades de ese colectivo. Más aún, la división entre unos y otros que
predominó en la táctica fujimorista,
no era solo un propulsor de la diferenciación entre el “nuevo” Fujimori y los
“jurásicos” partidos tradicionales, sino que también oficiaron de eje
cohesionador para los partidarios fujimoristas, al identificarse en conjunto en
una arista de la dualidad social, económica y política, adversada
irremediablemente con las elites y el poder concentrado que acortaba y/o
amenazaba sus canales de expresión. Adversidad que, del otro lado de la
dualidad, encontraba rostro en Vargas Llosa. Se trataba de una
intersubjetividad que consagraba a Fujimori en un extremo, y desprestigiaba la
retórica de su contrincante en el otro.
El 3 de junio de 1990, a una semana del balotaje, el
Perú fue protagonista del primer debate presidencial en su historia.
Curiosamente, lo encarnaban dos sujetos sin experiencia política: Un novelista
y un ingeniero agrónomo. Las diferencias, claro, se tejían a sus espaldas. Uno
estaba, técnica, legal, pero, sobre todo, socialmente ligado a una estructura
partidaria tradicional –FREDEMO- y el otro encabezaba un movimiento
independiente que escasos meses atrás buceaba en las profundidades de las
encuestas.
El desarrollo del debate, como se
preveía, marcó aún más los contrastes entre el novelista y el ingeniero. Vargas
Llosa se centró en una oratoria nutrida de conceptos complejos que se notaban
que él mismo buscaba rebajar hacia una concepción más simplista, con éxito
relativo. Leía muy poco, y las veces que se posaba sobre su rival, lo hacía con
liviandad. Su eje estuvo centrado en sus propuestas privatizadoras y la
desburocratización estatal, apelando a tecnicismos económicos y a la promisoria
garantía de que no se perderían trabajos en dicha transición.
El discurso de Fujimori fue mucho más simple y lento.
Leía, a veces con algo de dificultad, y se centraba en su rival con
apreciaciones que iban desde acusaciones desde potenciales descalabros
económicos de una hipotética administración de Vargas Llosa (“FREDEMO es el
shock, Cambio 90 es el no-shock”) hasta nimiedades hijas de las tácticas
discursivas (referirse a su rival como “Doctor Mario Vargas” –un nombre
más común y simple- en lugar de mencionarlo con su apellido compuesto). Enarbolaba
con constancia la independencia de su movimiento de todas las agrupaciones
partidarias políticas tradicionales, lo cual en su perspectiva lo articulaba
como un agente capacitado para diagramar un pacto social que dotara al Perú de
estabilidad y progreso.
Es curiosa también la táctica que el fujimorismo empleó
para contraponerse a la campaña de desprestigio que una rama nacionalista y
conservadora había tejido sobre Fujimori al respecto de ser peruano de primera
generación.
Para ello, el líder de C90 atacó la ajenidad de su contrincante con la escena
política peruana, aproximándolo a su trayectoria realizada mayoritariamente en
el extranjero, y a su ajenidad con la cotidianeidad del Perú: “Doctor
Vargas, en caso de que el pueblo elija a Cambio 90, espero contar con usted,
aquí en el Perú, y no en Londres, para reconstruir nuestro país.”.
El ocaso del debate, en donde los dos candidatos hacían
un cierre apelando a la ciudadanía, sería en donde se exhibiría el último gran
golpe del discurso fujimorista en campaña. Contra todo pronóstico, AF disparó
una dura acusación contra su rival, que también implicaba al aparato mediático
nacional, y que nuevamente deslizaba a MVL hacia el lado del poder concentrado
y el elitismo: "Lamentablemente voy a tener que hacer una denuncia muy
grave, que echara por tierra la seriedad política de mi oponente. Tengo aquí
una publicación con el logo del Diario Ojo, que ha sido impresa en número de
500.000 ejemplares, a repartirse en el día de mañana. Aquí se dice que el
Doctor Vargas ha ganado este debate, que aún no termina. ¡Cómo ha progresado
las comunicaciones en el mundo! (el auditorio río al unísono). Sin
embargo, esto no tiene nada de gracioso. Denuncio ante la opinión pública
mundial, este tipo de campaña inmoral, que es una falta absoluta de respeto
hacia el pueblo peruano". Allí Fujimori mostró frente a las cámaras la
portada: “Mario presidente noqueo a Fujimori”. Hubo un aplauso
ensordecedor una vez que AF concluyó su speech. Tal respuesta sorprendió,
incluso, al propio moderador del debate. Concluida la transmisión del foro, se comenzó
a especular con un crecimiento irremediable de Cambio 90 en las encuestas.
El 10 de junio de 1990, el electorado peruano se
movilizó a las urnas para darle una victoria arrolladora y sin precedentes a
Alberto Fujimori. Obtuvo casi el 62,5% de los votos, sobrepasando el doble de
lo obtenido en primera vuelta. Vargas Llosa rozó el 38%. Aquella jornada marcó
el cese de su vida política activa. El 28 de julio, el candidato de Cambio 90
juró como presidente, concluyendo una campaña meteórica e de carácter inédito
en la historia del Perú.
CONCLUSIONES
Al principio de este trabajo, se planteaba la necesidad
de descomponer los factores sociales, políticos, tácticos y argumentales de la
primera campaña presidencial de Alberto Fujimori para comprender el ascenso al
poder en un margen de tiempo sumamente limitado y construyendo su capital
político desde la ausencia de lazos partidarios, formando parte hasta su
lanzamiento de una esfera ajena a los circuitos políticos principales del Perú.
Investigando y adentrándonos en este caso, comprendemos
que a Fujimori lo benefició en gran parte lo que él no era y/o no
representaba, esto es, el componer una oferta electoral desligada e
independiente a los partidos tradicionales peruanos, eclipsados por gestiones
negativas, falta de credibilidad y desmembramiento militante e ideológico.
Sin embargo, esta es, en mi opinión, solo una fase para
abordar el suceso en su totalidad. Primero, Fujimori fue la máxima expresión de
un conjunto de movimientos “apartidarios” (entendido esto como no
pertenecientes a la estructura partidaria costumbrista) que ya había logrado
retener un peso electoral considerables en elecciones municipales precedentes a
las presidenciales de 1990.
En simultáneo, la campaña de Fujimori se posicionó en
la proliferación de ideas y cosmovisiones símiles a Cambio 90 por medio de la
red evangélica, y la condensación de las tácticas de agrupamiento y difusión de
estas entidades con la militancia a por la candidatura del emergente candidato.
La campaña fujimorista se basó, así, en apelar a una mayoría silenciosa y
sometida a un aplazamiento. Estas características estaban sustentadas por la
marginalidad a la cual la depreciación económica había sometido a gran parte
del Perú, pero también fue una construcción intersubjetiva del aparato
fujimorista para lograr cohesión y auto-identificación con el candidato,
articulado con la concepción de una marcada ruptura entre el mencionado
colectivo y la elite partidaria arraigada a sus propios intereses, personificada
en el candidato del FREDEMO, Mario Vargas Llosa.
En la superficie argumental, el discurso fue básico.
Fujimori reconoció el límite de su capacidad en oratoria y se constituyó en
mensajes simples y premisas mínimas. Esquivó cuanto pudo la profundización y
contuvo en un número racional los ataques a su oponente (y a lo que este, según
su óptica, representaba). Al mismo tiempo, capitalizó las críticas políticas y
personales que recaían sobre él, a veces con la desatención, pero otras con
sagaces respuestas, que le hicieron calar en el carisma popular.
¿Por qué decimos “el fenómeno de Fujimori”?
Principalmente porque caracterizó un ascenso al poder que por tiempo y
características, jamás había tenido viabilidad y figura en el Perú reciente.
Pero más aún, por haber vislumbrado una concepción de hacer política arribando
a territorios inexplorados por la escena política peruana tradicional, apelando
a agentes, colectivos y difusiones en desuso o no identificadas por sus
contrincantes, lo cual no solo lo convalidó como presidente, sino que implicó
una reforma de la concepción general de la política peruana.
Comprender como se desarrolló el génesis, desarrollo y
conclusión de la campaña de Fujimori en 1990 es menester para comprender la
gestación (y las características) de ese fenómeno puntual, pero también para
–en términos generales- identificar los factores que articulan la construcción
de capital político de un outsider, y como colectivos marginados del eje
político central pueden componer un canal de expresión que redefina el
escenario electoral en tiempo récord.
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FUENTES CONSULTADAS
Canal de YouTube Perú Cultural HD
Documental “Vargas Llosa, el inconquistable” de Alberto
Ortiz, para el medio La Mula del Perú
Documental “El Ingeniero y El Escribidor”. Documental
de Informe Semanal.
Encuestas de Opinión de Apoyo S.A. durante el período
1985-1990 en el Perú
Hemeroteca de Diario El País
Hemeroteca de Diario El Comercio
Material de archivo de YouTube en base a spots de
campañas presidenciales del Perú
AGRADECIMIENTOS
A Marina, a Sara, a Enno, a Hernán, a
Alberto, a Santiago, a Daniela, a Rocío, a Alaine, a George y a Faizán.