Aylwin y Alfonsín, dos modelos de reacción
a los estallidos militares en la transición democrática
Por: Sara del Olmo
Hombrados
Universidad Carlos III de Madrid
Abstract: El artículo versa
sobre dos momentos de crisis vividos en la construcción del Estado democrático
tras el periodo dictatorial en Chile y Argentina, que fueron las revueltas
militares de los pinocheques y el boinazo en Chile y de las Revueltas
Carapintadas en Argentina. Se analiza el papel de las fuerzas armadas en la
historia de ambos países y el modelo de transición democrática en relación a
estas, así como el desarrollo de los estallidos y la conveniencia o no del
pacto llevado a cabo. Por último, cómo afectaron estas revueltas a la
transición democrática, al liderazgo de Alfonsín y Aylwin y a las relaciones
entre gobierno, poder militar y sociedad civil y si tuvieron un impacto en el
apoyo o rechazo a estos presidentes. El fundamento teórico de este trabajo son
las teorías decisionistas de Carl Schmitt, mostrando su vigencia a la hora de
analizar resoluciones de los líderes en momentos de urgencia y teniendo en
cuenta no solo elementos racionales sino también otros simbólicos, relacionados
con valores y creencias.
Abstract: The
article deals with two moments of crisis experienced in the building of a
democratic state after the dictatorial period in Chile and Argentina, which
were the military revolts of the pinocheques and the boinazo in Chile and the
Carapintadas’ riots in Argentina. Also, the role of the armed forces in the
history of both countries and the model of democratic transition in relation to
those, as well as the development of the uprisings and the convenience or
inconvenience of the agreements carried out are analyzed. Finally, how these
riots affected the democratic transition; the leadership of Alfonsin and Aylwin
and the relations between government, military power and civil society and
whether they had an impact on the support or rejection received by these
presidents. The theoretical basis of this work is the decisionist theory of
Carl Schmitt, showing its validity when analyzing leaders' resolutions in
moments of urgency and taking into account not only rational elements but also
other symbolic ones, related to values and beliefs.
Aylwin y Alfonsín, dos modelos de reacción
a los estallidos militares en la transición democrática
Sara del Olmo Hombrados
Introducción
En las décadas de los cincuenta, sesenta y
setenta en América Latina llegaron al poder varios regímenes autoritarios de
tipo burocrático-militar que gobernaron estos países con una férrea imposición
ideológica y unas instituciones represivas que silenciaban a cualquier elemento
discordante (D'Andrea Mohr, 1999).
La dictadura de Argentina se denominó Proceso de Reorganización Nacional, y el
poder lo asumieron juntas militares desde 1976 hasta 1983, momento en el que se
produce la derrota en la guerra de Malvinas contra los británicos y la única
salida es convocar unas elecciones democráticas. La dictadura militar chilena,
que será llamada Régimen Militar porque también será dirigida por juntas
militares en un primer momento, comenzó en 1973 y perduró hasta 1990, debido a
que su líder Pinochet perdió el plebiscito para mantenerse en el poder y tuvo
que dar paso a la democracia (González Casanova, 1990) (O'Donell, 1997).
Cuando desaparecieron estas dictaduras
militares, cada Estado tuvo que tomar decisiones en materia de cómo hacer
frente a la tradición militarista, es decir, debía discernir cómo determinar
las relaciones civiles y militares en una era de transición democrática para
evitar que se volviesen a producir otros intentos de golpes de Estado. A pesar
de que muchos estados latinoamericanos enfrentaron estos desafíos, este estudio
se centrará en los casos de Argentina y Chile porque ambos sufrieron, en su
proceso de vuelta a la democracia, eventos que amenazaron esta transición
liderados por parte del ejército, que ansiaba volver al poder. Este ensayo se
centrará en los eventos de los pinocheques (1989) y el boinazo (1993) en el
mandato presidencial de Patricio Aylwin (1990-1994) en Chile y las revueltas carapintadas
(1987-1990) dentro del gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989) en Argentina.
En Chile, las primeras elecciones
democráticas de 1990 tras los años del Régimen Militar las ganó Patricio Aylwin,
que nada más adquirir el poder investigó unos cheques por valor millonario que
provenían del ejército y se dirigían al hijo de Pinochet por el pago de armas
ilegales. Esta investigación, a la que se llamará popularmente “pinocheques”,
no fue bien vista por el líder de las juntas militares en la dictadura, así que
ordenó un acuartelamiento del ejército chileno para frenarla, y ciertamente
acabó consiguiéndolo. Pero en 1993 se reabre el caso, y Pinochet envía a los
paracaidistas del Ejército a rodear la sede de las Fuerzas Armadas, amenazando
el transcurso de la investigación y también el de la democracia, ya que el
Consejo de Defensa del Estado estaba al mando de la investigación. A este acto
de rebelión se le conoció como “boinazo” por las boinas negras que utilizaron
los miembros del ejército (Kornbluh, 2004).
Como el temor de una nueva dictadura era latente, se pactó un fin negociado del
conflicto dándoles un crédito estatal para que pudieran continuar con la venta
de armas y no se llevó a juicio a Pinochet ni a otros mandos de la dictadura en
un primer momento.
Argentina había vuelto a la democracia
algunos años antes, y en estas primeras elecciones de 1983 resultó ganador Raúl
Alfonsín. A pesar de que enjuició a los cabecillas de las Juntas Militares
dictatoriales nada más entrar el poder, consideró que la mejor forma de pasar
página de la dictadura era dictar la Ley de Punto Final en su tercer año de
mandato, por la cual no serían juzgados más participantes de la dictadura que
hubiesen sido acusados 60 días después de la promulgación de esta. La avalancha
de denuncias que generó esta ley hizo que la justicia se atrasase y las
relaciones entre el gobierno y las Fuerzas Armadas empeoraran (Mazzei, 2011). Cuando en
1987 fue llamado a testificar contra los crímenes de la dictadura Barreiro, un
oficial de la inteligencia militar con mucha influencia, este se negó y se amotinó
con otros 130 soldados. Este levantamiento carapintada, llamado así porque se
pintaban las caras con betún en señal de combate, fue imitado en otras partes
del país y más tarde bajo el lema: “que se vayan todos”. A pesar de que no se
tenía intención de negociar con ellos, Alfonsín acabó firmando el Acta de
Compromiso Democrático, donde se comprometía a llevar a cabo las demandas de
los militares sublevados (Battaglino, 2013).
La dictadura se acabó de una forma muy distinta
en estos dos países, por lo que llevar a juicio a los jefes de las Juntas Militares
era mucho más complicado en Chile, ya que habían tomado parte en la transición
democrática. Esto condicionó las relaciones entre el primer gobierno y los
altos mandos de las Fuerzas Armadas (Acuña & Smith, 1994). Inicialmente
se pudo avanzar mucho en Argentina y enjuiciar a los dictadores, cosa que no se
hizo en Chile, y cuando se intentó, por el caso de los pinocheques, se desencadenó
la rebelión del ejército. Pero luego se produjo un retroceso del primero con
las leyes de Obediencia Debida y Punto Final (que se reafirmará con los
indultos de Menem), mientras que, en Chile, con avances graduales se ha llegado
finalmente al procesamiento de Pinochet y otros altos responsables de la
dictadura.
Estas dos formas (elegidas o forzadas por
la forma en la que se desarrollaron los hechos) de hacer frente a las
relaciones entre sociedad civil y militares en la transición a la democracia y
en el primer gobierno de Chile y Argentina serán el eje vertebrador del
trabajo. En concreto, se centrará en cómo hicieron frente a estos dos
estallidos revolucionarios, el caso de los pinocheques y el boinazo en Chile y
las Revueltas Carapintadas en Argentina los presidentes de estos dos países.
Asimismo, serán analizados los discursos de Aylwin y Alfonsín previos y
posteriores a los acuerdos con estos grupos de militares sublevados y el
contenido de estos pactos. Para finalizar, se observarán las encuestas de apoyo
a estos presidentes antes y después de estas amenazas a la democracia, para
comprobar la popularidad de los candidatos y las posibles causas de su subida o
bajada.
La relevancia de este tema versa en la importancia
de entender la relación entre el poder político y el militar en momentos
críticos para su configuración, en este caso en el paso de una dictadura
militar-burocrática a un contexto plenamente democrático. Entender este momento
histórico nos permitirá hallar una posible explicación a los problemas militares
actuales y plantear una serie de reformas que deben remontarse a su
configuración. También permitirá analizar los elementos que se realizaron
correctamente en los momentos decisivos de sublevación del ejército que han permitido
un periodo de estabilidad democrática en ambos países que parece va a perdurar
en el tiempo.
Marco teórico
El trabajo versará desde la corriente del neodecisionismo,
en la que se analizan las decisiones políticas, en este caso de los dos
presidentes, que no se hacen mediante la deliberación puramente racional sino
por una interpretación personal de los valores y normas. El principal autor de
esta disciplina es Carl Schmitt, que luchaba contra la mecanización del mundo y
en especial de la política, y apostaba por entender a la autoridad soberana
como fuente absoluta de toda decisión moral y legal en la vida política. En
pocas palabras, el neodecisionismo se basa en la idea de que es el líder debe
tener decisión política parta afrontar momentos importantes de un país, pero acepta
al neoliberalismo, al neoconservadurismo y al neopopulismo dentro de sus
opciones. El neoliberalismo propone abrir el mercado porque los esfuerzos
económicos neokeynesianistas ahogarían al estado; el neoconservadurismo para
ayudar a sectores en emergencia de la sociedad y el neopopulismo porque se
dirige a las clases bajas focalizadas.
El objetivo general del trabajo es analizar
de una forma comparada el liderazgo de Alfonsín y Aylwin a la hora de
enfrentarse a las revueltas militares desde una perspectiva neodecisionista.
Para ello, deben conseguirse unos objetivos específicos, como son entender el
contexto histórico para explicar las decisiones tomadas, hacer una suerte de
cronología discursiva que nos lleve a entender la problemática y analizar las
encuestas de la época que puedan darnos una idea del grado de aceptación o
rechazo social a las decisiones tomadas.
Se plantea entonces las hipótesis, que
serán dos: si el hecho de que la transición democrática militar haya sido de
tipo transacción en Chile y de tipo transición
en Argentina ha condicionado la forma y el momento en el que surgieron
estallidos militares en estos países y si los pactos a los que se llegó con los
militares sublevados para aplacar las revueltas en ambos países fueron un
elemento que les dotó de popularidad a estos líderes.
Dado que el centro de este análisis estará
puesto en la decisión como elemento clave en las propuestas llevadas a cabo,
será importante analizar aquello que mueve a los líderes a decidir, esto es la
dimensión simbólico-cultural, y para ello será útil plantear y profundizar en
la relevancia del contexto histórico, por lo que indudablemente se hará uso del
método histórico-comparativo. En este aspecto, las decisiones tomadas tendrán
un valor simbólico relacionado con el papel que se quiere que las fuerzas
armadas jueguen en la nueva configuración democrática.
Contexto histórico
Previo a la dictadura
Argentina
La historia del Siglo XX en la Argentina contempla una
época de bonanza, pero también multitud de dictaduras militares y el
surgimiento y consolidación de la figura de Perón y la corriente del peronismo.
A inicios del siglo XX, Argentina era considerada uno de los países más
desarrollados del mundo, con numerosas olas migratorias europeas. Este periodo
se caracterizó por el libre comercio, apertura de la economía al extranjero, un
manejo monetario y fiscal ordenado y la sucesión de gobiernos constitucionales
hasta el golpe de estado de 1930 de Uriburu (Suriano, 2001). Tras el Crack
del 29, los militares instauraron la Década Infame (1930-1943), que se destacó
por el estatismo y el comienzo del desarrollo industrial a través de la
sustitución de importaciones.
A partir de 1943, comenzó un periodo turbulento en la
historia política de Argentina. Desde ese momento a la fecha, el país ha tenido
30 presidentes, 12 de los cuáles han pertenecido a gobiernos dictatoriales, 4
han gobernado de manera interina y 10 lo han hecho por menos de 2 años (Gonzalez Lebrero, 2011).
Esta dictadura militar fue derrocada por un nuevo golpe militar en 1943, en la
que surgió la figura de Juan Domingo Perón, que comenzó ocupando puestos
menores hasta que los sindicatos le dieron su apoyo y se convirtió en
mandatario. Se hizo un pronunciamiento para desbancarle en 1945,
encarcelándole, pero fracasó tras la movilización de obreros y sindicatos,
obligando a convocar elecciones.
En estas elecciones democráticas triunfó Perón, creando
una nueva Constitución, la de 1949, en la que se reconocían numerosos derechos
sociales y del trabajador, además de producirse la nacionalización de bastantes
empresas clave. Mientras el resto del mundo estaba sumido en la Segunda Guerra
Mundial, Argentina aprovechó para convertirse en exportador de productos
alimentarios y comenzó el apogeo económico del país. Se consolida el modelo de
intervención estatal en la economía y se inicia un periodo de populismo
macroeconómico (Gonzalez Lebrero, 2011).
Trató de solucionar los problemas de la desigualdad de ingresos mediante
control de precios y políticas expansivas en el gasto estatal. Estas fueron
financiadas a través de emisión inorgánica, la cual generó un problema de
inflación, que se volvería recurrente en Argentina. Este periodo dividió la
sociedad en peronistas y antiperonistas, los cuales intentaron desestabilizar
al gobierno a través de comandos civiles, pronunciamientos de estado como el de
1951 y 1955 o atentados terroristas como el de 1953 (Rock, 2009). Perón fue
reelegido en 1952, momento en el que muere su mujer Eva Duarte, y su segundo
mandato se caracteriza por el control y detención de los detractores, que crea
un clima de desafección que termina en un nuevo Pronunciamiento Militar de
1955, instaurando la Revolución Libertadora al mando de Lonardi y luego de
Aramburu, que hicieron una persecución al peronismo y su simbología, aunque
este mantuvo su popularidad dentro de la clandestinidad (Rock, 2009).
En 1958 convocaron unas elecciones en las que
prohibieron al peronismo presentarse, por lo que el gobierno elegido de
Frondizi (1958-1962) y el siguiente de Illia (1963-1966) son llamados
semi-democracias. Estos dos líderes de la Unión Cívica Radical destacaron por
la adopción de medidas de austeridad impuestas internacionalmente, que
desencadenaron numerosas huelgas y golpes de Estado, de los cuales triunfó el
civil de 1962 de Guido, que fue bastante breve, y el de 1966, en oposición a la
victoria del peronismo. Este periodo, que durará de hasta 1973, se denominará
Revolución Argentina, y se caracterizará por la conflictividad política y
social (en los que destacó el Cordobazo), así como los golpes internos (Pigna, 2006).
Los nuevos comicios tras este periodo los gana el
peronista Cámpora, que convoca otras elecciones para que pueda presentarse
Perón, quien muere tras ser elegido y deja el gobierno en manos de su mujer
María Estela Martínez. Este tercer gobierno peronista por primera vez sin Perón
tuvo contestatarios dentro de su propio partido, así como actos terroristas y
movimientos paramilitares como la Triple A. Aunque intentaron adelantar las
elecciones para apaciguar a los contestatarios, el Golpe Militar era imparable
ya que estaba involucrado el líder radical, Balbín, los medios de comunicación
y Estados Unidos. En marzo de 1976, el Proceso de Reorganización Nacional, decidió
instaurar un gobierno militar de tipo permanente ante la “imposibilidad de la
recuperación del proceso por las vías naturales” (Gonzalez Lebrero, 2011).
Chile
La historia chilena del siglo XX tuvo bastantes
periodos de democracia, con distintos actores importantes: los conservadores y
liberales en primer lugar, y después otros actores de todo el espectro
político. Sin embargo, las revueltas populares ante las crisis económicas
fueron constantes, y se instauro en el poder un único Golpe de Estado.
Tradicionalmente, Chile se ha caracterizado por ser uno de los países de mayor
estabilidad política y desarrollo democrático de América Latina (de Ramón, 2013).
El fin de la Guerra Civil de 1891 dio inicio al periodo
que se conoce como República Parlamentaria, que duró hasta 1925 y como su
nombre indica, puso la cabeza del poder en el Congreso, compuesto
mayoritariamente por oligarcas. Un plebiscito hizo promulgar una nueva
Constitución que instauró un sistema presidencial, momento en el que estalló el
Crack de 1929 y empobreció sobremanera el país (Correa, Figueroa, Jocelyn-Holt,
Rolle, & Vicuña, 2001). Tras la Primera Guerra Mundial, Chile se encontraba
en una buena situación económica; desarrollaba un modelo liberal exportador de
productos primarios, pero la Gran Depresión impactó en el país. Esta situación
hizo que los intentos revolucionarios proliferaran, dando lugar conspiraciones
e intentos de golpes de Estado, aunque fracasaron.
Hasta ese momento se sucedían en el poder conservadores
y liberales, pero la crisis hizo aflorar el Partido Radical, el Partido
Socialista y el Partido Comunista e incluso el Movimiento Nacional Socialista a
inspiración del fascismo europeo. El descontento social en la década de los 30,
principalmente entre los sectores más desfavorecidos, hizo que proliferaran
huelgas y manifestaciones, hasta que la situación económica mejoró (de Ramón, 2013). La izquierda se unió en el Frente Popular, mientras que la derecha se dividió
en derecha moderada y fascismo, pero un intento de golpe de estado de las
juventudes nazis hizo decantar la balanza hacia la victoria de la izquierda.
Los siguientes gobiernos de finales de los 30 y de los
años 40 destacaron por la bonanza económica a través de la industrialización
por sustitución de importaciones, las medidas socialdemócratas y el auge de la
cultura chilena, que se vio favorecida por eventos como el exilio de los
españoles tras la guerra civil. El gobierno de Ibáñez, que asume en 1952, es el
primero de corte populista tras varios años de socialdemocracia, y la economía
entra en recesión, por lo que toma medidas liberales de privatización que
generan pobreza y descontento. Las orientaciones populistas de algunos
gobiernos durante este periodo fomentaron los desequilibrios macroeconómicos y
se inicia por primera vez un proceso inflacionario en 1955. Era aún un país mono-exportador,
pues casi el 75% de las exportaciones totales correspondían al cobre. El
siguiente gobierno, de derecha cristiana, tuvo que afrontar graves problemas
económicos como el maremoto de 1960 y los intentos de Reforma Agraria.
La derecha temió que Allende, que estaba adquiriendo
altas cotas de popularidad, ganara las siguientes elecciones e hiciera que
Chile se pareciese a los Estados soviéticos en el contexto internacional de la
Guerra Fría, por lo que decidió replegarse entorno a Frei, que se hizo con la
victoria (Maira, 1998).
Este tomó medidas polémicas como la expropiación de algunas tierras baldías a
latifundistas o nacionalizar algunas empresas de cobre, lo que generó
descontento entre sectores militares, que fraguaron un golpe de estado que se
consolidó en el Tacnazo, aunque fracasó.
Las elecciones de 1970 las gana Allende, que había
unido a la izquierda dentro de Unidad Popular, y continúa la estatización de
empresas clave, especialmente las relacionadas con el cobre. Su principal
objetivo fue nacionalizar los medios de producción y fomentar una mayor
participación; aumentando el aparato estatal y el gasto público, y aplicando
controles de precios (Allende, 1971).
Su política puede ser catalogada como populista. Este experimento terminó con
déficit fiscal, hiperinflación y caída de los sueldos, perjudicando a la misma
gente que intentaba ayudar (Maira, 1998).
La división social entre partidarios del presidente y opositores se acentúa, y
la economía, que al principio proliferó, a los pocos años vuelve a entrar en
crisis. Al ser un país tremendamente importador, la crisis económica conllevaba
desabastecimiento y aumento de la deuda. Los partidos de derecha obtienen más
votos en el parlamento, pero eso no consigue frenar las medidas del presidente,
por lo que concluyen que la vía armada es la única posible de hacerle caer. Hacia
el año 1972, la inflación estaba ya fuera de control y los militares están muy
descontentos por lo que dan el Tanquetazo, un intento de golpe, en 1973, y
aunque fracasa, se vuelve a intentar meses después otro golpe, liderado por Pinochet,
Leight, Mendoza y Merino. Allende decide no dimitir, y los sublevados toman la
vía armada, hasta que el presidente se suicida y el golpe triunfa (Correa, Figueroa, Jocelyn-Holt, Rolle, & Vicuña, 2001).
Dictaduras militares
Argentina
Tras la llegada al poder de Videla en marzo de 1976, se
disuelve el Congreso y los partidos políticos. Rápidamente, expone su plan para
contener la inflación, detener la especulación y estimular las inversiones
extranjeras.
La represión extrema es una de las características más
visibles del nuevo gobierno. No solo se aniquilan los grupos guerrilleros, sino
que se ataca a escritores, religiosos, filósofos e incluso a estudiantes de
secundaria, como en el trágico suceso de la Noche de los Lápices (CONADEP, 1983).
La inflación tiende a disminuir, pero, en cambio,
aumentan las tasas de interés. Esto favorece la especulación, que conlleva una
llegada de capitales extranjeros que dan la falsa impresión de crecimiento
económico. En cambio, caen los salarios reales y se producen huelgas (Revista Zoom, 2006).
Esto, sumado al mundial de fútbol que se realizará en el país en 1978, hace que
el gobierno dedique una gran suma de dinero para dar la mejor imagen del país.
Tras la victoria de Argentina en este mundial, la Junta Militar se reclama para
sí esta victoria al haber llevado la competencia a buen término, pese al boicot
que varios organismos de derechos humanos intentaron desde el exterior e
interior del país. Se anunció la devaluación progresiva del peso, para hacer
más competitiva la empresa argentina y exportar más sus productos.
Históricamente, Chile y Argentina mantuvieron
hostilidades debido al conflicto sobre sus fronteras, que desde el Vaticano
intentan solucionarse. Se abre el discurso en 1979, con la firma del Acta de
Montevideo (Bueno, 2014).
En esta época la inflación y la deuda externa se disparan. Es la época de la
plata dulce, pues comprar dólares era tan fácil que era más barato pasar las
vacaciones en el extranjero que en el país. La grave crisis económica fue el
caldo de cultivo para la salida de Videla y la entrada de Viola, que gobernó
desde marzo hasta diciembre de 1981, después de lo cual se hizo con el poder
Galtieri.
En abril de 1982, llega la noticia de que las tropas
argentinas habían desembarcado en Malvinas. Una enorme multitud se congrega en
Plaza de Mayo para apoyar al gobierno. Pero Gran Bretaña cuenta con una
poderosa flota y las tropas argentinas, mal entrenadas, mal equipadas y con un
armamento muy inferior al de los británicos, pueden hacer poco y pronto tienen
que rendirse. La multitud que antes aclamaba a Galtieri ahora le exige su
renuncia. La Junta Militar proclama presidente a Bignone, que tendrá la difícil
tarea de encaminar al país hacia la democracia. Mientras, se enfrenta con una
inflación del 430%, y acaba por crear una nueva moneda, el peso argentino (Battaglino, 2013).
Los partidos políticos presentan a sus candidatos:
Ítalo Lúder por los Justicialistas y Raúl Alfonsín por la Unión Cívica Radical.
Los argentinos demuestran un gran interés por la actividad política: más de
cinco millones de argentinos se afilian a algún partido.
El 30 de octubre de 1982 se celebraron elecciones en
las que ganó Raúl Alfonsín de la Unión Cívica Radical, con más del 52% de los
votos, lo que rompió con la tradición justicialista del país. El país vuelve a
la democracia.
Chile
El Régimen Militar se instaura en septiembre de 1973. Diez
días después de la llegada al poder, se disuelve el Congreso Nacional y se crea
un Comité de Cooperación para la Paz integrado por varios credos religiosos. En
1974 se crea la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), que cometerán más de
2.279 asesinatos y 957 desapariciones (Padilla Ballesteros, 2007), que en su
mayoría correspondían a los “enemigos internos” del régimen. Augusto Pinochet
se autoproclama Jefe Supremo de la Nación.
Las medidas económicas que se implantan para acabar con
la crisis que las políticas nacionalizadoras de Allende habían causado son la
reprivatización de empresas, la implantación del IVA, la Nueva Política
Económica, y la puesta en marcha el Plan de Empleo Mínimo para combatir el paro,
y también se inaugura el primer metro, una medida con fines propagandísticos y
para mejorar la imagen en el exterior. Estas medidas tienen unos buenos
primeros datos económicos (Solimano, 2012).
El Senado de los EE.UU. aprueba la Enmienda Kennedy,
que consiste en la prohibición de proveer armamento o ayuda militar a Chile en
represalia por las continuas violaciones de los derechos humanos. En 1987
comienza un periodo de decadencia económica que se refleja en las primeras
quiebras de grandes empresas tras la llegada del nuevo régimen: varios bancos son
intervenidos y quiebra La Familia, cooperativa de ahorro y crédito (Solimano, 2012).
La represión y la censura alcanzan límites
insospechados cuando el gobierno decide prohibir todos los partidos políticos.
Poco antes de cumplirse un mes de esta acción, se prohíbe la importación de
libros de escritores exiliados debido a sus ataques al régimen. Se disuelve la
DINA y se sustituye por otro órgano llamado CNI, cuyas funciones fueron “reunir
información para la adopción de medidas de seguridad ciudadana” (Baradit, 2018). En
septiembre de ese mismo año, Pinochet viaja a Estados Unidos y se reúne con
Carter, retomando las relaciones diplomáticas, que estaban suspendidas. La ONU
hace referencia a las continuas violaciones de los derechos humanos y las
condena (Maira, 1998).
En enero de 1978 se realiza una consulta popular de
apoyo al gobierno en la que obtiene el respaldo del 73,5%. La situación interna
se destensa: se retira el estado de sitio y el toque de queda en algunas
regiones. Pinochet afirma que se está redactando una nueva Constitución y expone
el texto de la ley de amnistía para todos los crímenes cometidos en el país
entre desde 1973. La ONU pasa de la amenaza a la acción: envía una comisión
encargada de velar por el respeto a los derechos humanos; y la iglesia redacta
la Carta de Santiago, en el que se hizo patente la poca libertad de expresión
existente. (Baradit, 2018)
En septiembre de 1980 se lleva a cabo un plebiscito en
el que el 67% de la población apoya la nueva Constitución. Se produce una
manifestación pública de oposición al régimen militar, pero se aprueba la nueva
Constitución, se reforma el sistema universitario y se controla la circulación de
libros.
Durante 1982, ante la ralentización del crecimiento
económico se aprueban nuevas medidas económicas como la libertad cambiaria y el
abandono del cambio fijo del dólar. El país vive constantes manifestaciones, el
clima de tranquilidad se rompe debido a la gran crisis económica (Baradit, 2018).
Los cambios en el gobierno se suceden, las relaciones Estado-Iglesia empeoran
aún más y se inicia una campaña propagandística de cierta apertura política
para obtener una mejor imagen en el exterior. La situación económica empieza a
mejorar tras los primeros años de reformas. En 1986, Pinochet es el blanco de
un atentado que se lleva la vida de 5 escoltas, pero del que sale prácticamente
ileso. El Papa visita Chile en una ceremonia plagada de incidentes.
En 1988, la Junta propone a Pinochet para gobernar el
país durante otros ocho años si lo aprueba un plebiscito popular. La unión de
los 13 partidos de la oposición en campaña conjunta por el no, logran que esta
sea la opción más votada en la consulta del 5 de octubre. Se anuncia el fin del
exilio: todos los ciudadanos chilenos pueden regresar al país. (Baradit, 2018)
La Concertación, la coalición de izquierda,
centroizquierda y centro, firma un compromiso de elegir un único candidato
común, que pasa a ser Patricio Aylwin, de la Democracia Cristiana. En diciembre
de 1989 se celebran elecciones parlamentarias y presidenciales en las que la
Concertación triunfa ampliamente, por lo que Aylwin es elegido presidente.
Chile recobró las libertades y el respeto a los derechos humanos (Maira, 1998).
Transición a la democracia
O’Donnell ha agrupado las transiciones a la democracia
en América Latina en dos grandes categorías: aquellas que fueron fruto de
acuerdos entre el régimen autoritario y las fuerzas democráticas, y aquellas en
que esos acuerdos están ausentes, ya sea porque las fuerzas democráticas
derrotaron al autoritarismo (revolución), o porque este fracasó y debió
abandonar apresuradamente el poder (derrumbe) (O’Donnell & Schmitter, 1988). Caen dentro
de la primera categoría los casos de Chile, Brasil o Uruguay; y se caracterizan
por su lentitud, además de que suelen existir acuerdos entre los partidos o
grupos democráticos que les permiten negociar con los militares en las reformas
necesarias para la transición democrática. En cambio, en las transiciones por
colapso o derrumbe, como fueron las experimentadas por Argentina o Bolivia, los
militares no logran imponer condiciones, cooperar ni acordar con los civiles, por
lo que se caracterizan por su rapidez.
La transición argentina a la democracia de 1983 es un caso
de colapso autoritario. La derrota en Malvinas aumentó los conflictos internos
dentro del régimen y el desprestigio social, lo que hizo inminente la transición
democrática. La transición argentina fue muy distinta al proceso que entre 1988
y 1990 se vivió en Chile, pues el control que ejerció el bloque autoritario
sobre el cambio institucional fue mucho más alto, porque se veían respaldados
en sus resultados políticos (el 44% de la población voto sí en el plebiscito),
y el acuerdo entre los partidos democráticos y entre el Gobierno militar resultó
una vía obligada.
La derrota en la guerra de Malvinas supuso una valiosa
oportunidad para el cambio: el fracaso del Proceso generaría la aspiración de
lograr una refundación democrática que hiciera un corte definitivo con largas
décadas de inestabilidad institucional y golpes militares. Alfonsín endureció
la crítica tanto contra el gobierno como contra la dirigencia civil por “todo
lo que le dejó hacer a los militares y todo lo que ella misma no hizo”,
señalando los vínculos entre políticos y sindicalistas peronistas y los
militares. Y ello le permitió alzarse con una amplia victoria y encabezar el
primer gobierno constitucional.
En parte por estas disidencias sobre lo que estaba en
juego en la transición, y en parte por la velocidad de sus tiempos, las
posibilidades de cooperación entre los partidos fueron muy escasas. En 1981,
los partidos democráticos habían creado La Multipartidaria, pero ella se
desactivó con Malvinas y se extinguió del todo con la campaña electoral que
inmediatamente le siguió por la competencia entre justicialistas y radicales.
No hubo diálogo entre los partidos ni entre ellos y los
militares sobre las políticas necesarias. No fue el poder militar el que
bloqueó el avance de los civiles, sino estos mismos los que limitaron el
consenso (Foxley, 1985).
Los militares tampoco podían exigirles mucho: se dictaron una autoamnistía por
los crímenes represivos, pero no exigieron a los políticos que la avalaran, ya
que eso hubiera significado quitarle toda opción electoral a quienes se
mostraban más afines a sus expectativas, los peronistas.
El terreno en el que los partidos políticos no fueron
tan duros fue el de los derechos humanos: las organizaciones de solidaridad
lograron contar con la movilización y con las reclamaciones que los partidos
habían perdido al apostar a la moderación. Pero eso cambió cuando la
competencia electoral alentó a las fuerzas políticas a tomar partido en torno a
este movimiento, al descubrirse los casos de torturas y represión por parte del
régimen militar. Los derechos humanos fue el conflicto en que la transición argentina
dio forma a su tarea fundacional. Las reclamas del nobel Pérez Esquivel, la
candidatura al nobel de las Madres, las declaraciones del Papa y de la ONU
sobre los desaparecidos en Argentina habían iniciado este proceso (CONADEP, 1983).
Tras las Malvinas, estas reclamaciones de enjuiciamiento a los culpables y
búsqueda de los fallecidos se volvieron masivas. En Chile, esas denuncias
internacionales habían sido incluso más duras y persistentes en el tiempo, pero
no habían generado un consenso amplio en contra de los miliares, y mucho menos
en contra de los partidos que acordarán con ellos en el proceso de
democratización.
Alfonsín destacó desde un principio por dar un cauce
liberal y republicano a la repolitización de la sociedad. Muchos partidos
estuvieron suspendidos durante el Proceso, pero a partir de 1980 y, más
claramente, con la caída de Malvinas, se vuelven a permitir. Todos los actores
clásicos vuelven a sus puestos, y Alfonsín era el único actor partidista nuevo.
Los partidos tardarán varios años en elaborar diagnósticos realistas de los
problemas que tenían que resolver, lo que perjudicó a asuntos económicos críticos.
Para su gobierno, Alfonsín buscó respaldo y guía en la
socialdemocracia europea y los partidos democráticos y reformistas de la región,
pero todavía no tenía tantos antecedentes de democratización – que sí tendrá
Chile. Alfonsín intentó poner en marcha un sistema de partidos similar al de
los países europeos, con una coalición socialdemócrata contrapuesta a una
conservadora, rol que le reservó a lo que quedaba en pie del peronismo, pero
que este evitó asumir.
Aunque esta ruptura con lo anterior no fue total. La
puja por los valores pluralistas y republicanos fue un terreno de la
competencia inter e intra partidaria y la falta de acuerdos entre los partidos
hizo que estos no avanzaran todo lo que se hubiera deseado (Franco, 2018).
Si situásemos idealmente las transiciones, las caóticas
están caracterizadas por la brecha clara entre el polo autoritarismo y el
democrático, lo que implica disensos entre los actores, incapacidad para acordar
sobre y prever nuevos conflictos y dificultades gobernabilidad, mientras que en
las negociadas se aprecia un punto en común entre estos dos extremos para sacar
adelante un proyecto de país, que suele tender más hacia el lado democrático,
pero con una gran influencia y actores relevantes del contrario. Los dos países
tratados en el trabajo son el ejemplo perfecto de estos dos tipos ideales (O'Donell, 1989).
En una perspectiva de más largo plazo, hay que
considerar que la democracia no era una novedad completa en Argentina ni Chile
cuando se iniciaron allí las transiciones en los años ochenta del siglo pasado.
Lo que sí era novedoso es la extensión que los valores democráticos estaban
adquiriendo en esos países, y lo sería su perduración en el tiempo, en ellos
igual que en muchos otros de la región, poniendo fin al largo período de
inestabilidad institucional que venía afectando a América Latina desde 1930. Esa
inestabilidad había sido de todos modos mucho más marcada en Argentina que en país
vecino. Y también lo fue el legado autoritario, a pesar de la aparente falta de
condicionamientos militares tras el Proceso. Y es que ese legado se hizo
presente no solo a través del poder de los militares, sino de las costumbres y
creencias de muchos de los actores civiles que ahora se presentaron como
protagonistas de pleno derecho del nuevo orden. Valores como la intolerancia
política, la segregación ideológica y de clase, las facciones políticas
irreconciliables, el clientelismo… condicionarían fuertemente desde entonces el
funcionamiento de los liderazgos, los partidos y la gestión de gobierno. Las
democracias se construyeron con los recursos disponibles, y donde pareció que
los actores tenían posibilidad de instaurar un nuevo orden que dejara de lado
cualquier reminiscencia a lo antiguo, en Argentina, esa persistencia del pasado
resultaría más problemática y desilusionante (Mazzei, 2011).
La tradición más históricamente democrática en Chile
puede significar que a la hora de intentar soluciones a través de la
institucionalización, se buscara un cierto consenso social a través de alguna
herramienta de consulta popular incluso dentro del autoritarismo, como fueron
los plebiscitos convocados por Pinochet en 1980 y 1988, mientras que en
Argentina fracasaron las convocatorias al diálogo realizadas en 1981, que sería
el caldo de cultivo de lo sucedido en Malvinas y la posterior ausencia de un
pacto entre las principales fuerzas.
Más allá de eso, dentro de los legados autoritarios
debe distinguiste entre destructivos y restrictivos. En Argentina tienen un
papel preeminente los primeros, tanto a través de la crisis económica y la
inflación, como a través de la represión ilegal. En Chile, mediante la
Constitución de 1980, estos últimos destacan. También cabe señalar que los
sectores más cercanos a las vías autoritarias quedaron sin iniciativa en las
transiciones, pero conservaron suficientes recursos como para recuperarla más
adelante. Esto sucedió en Chile, pero no en Argentina, aunque en esta destaca
un bajo grado de cumplimiento de reglas democráticas en muchos de los actores sociales
y políticos del nuevo orden, lo que se hará visible cuando, más temprano que
tarde, esas reglas sean puestas en tensión por problemas de gobernabilidad (Novaro, 2015).
En Argentina no podemos decir que los habitantes
retornaran a la democracia, porque jamás la habían experimentado la mayoría de
los argentinos de 1983, pues la pérdida de la normalidad institucional comenzó
a 1930, y desde entonces habían sucedido muchas cosas, pero nada parecido a una
democracia representativa, pluralista y estable. Y precisamente porque se
trataba de una auténtica instauración y no de una restauración, la sociedad se
creó grandes expectativas y demandas (Foxley, 1985).
Las grandes demandas de la población argentina no se
vieron en Chile, todos los estudios muestran bajas expectativas y una alta
racionalidad en cuanto a qué era posible esperar de un régimen democrático.
Estas demandas fueron canalizadas enteramente por los partidos, por lo que no
hubo un estallido de nuevos actores y movilizaciones que alteraran este proceso
de negociaciones con los militares.
Complementariamente, en Chile la transición fue
negociada entre los partidos y los militares se mantuvieron dispuestos a
negociar con ellos; se da una creencia de los partidos en suma como
reconstituyentes de la nación, se puede ver en los discursos de Aylwin: “Los
demócratas chilenos escogimos, para transitar a la democracia, el camino de
derrotar al autoritarismo en su propia cancha. Es lo que hemos hecho, con los
beneficios y costos que ello entraña”. E incluso, este redefine el proceso de
transición a la democracia “Jamás dijimos que todo nuestro programa de gobierno
fuera cosa de transición”. Esta idea está completamente ausente en Argentina,
donde las fuerzas armadas participantes en el Proceso se consideraban salvadoras
de la patria y los partidos acaparaban las grandes promesas de refundación,
contrapuestas al resto de partidos y también a los militares.
Hubo otro actor, los grandes empresarios y altas capas
de la sociedad, que buscaban un régimen que les garantizase orden, beneficios y
parte en las decisiones. Las clases empresarias latinoamericanas de los años 60
y 70 creyeron en esta promesa que los autoritarismos les hicieron, pero en la
práctica vieron que era imposible de cumplir por las tendencias mundiales de
apertura y modernización, aunque Chile estuvo más cerca de conseguirlo. Sin
embargo, ambos países sufrieron graves crisis económicas e inestabilidad, que
debilitaron gravemente al régimen e hicieron que los empresarios les retiraran
su apoyo en favor de una democracia estable.
Los dos intentos de hacer
caer el régimen democrático
Argentina
Una vez Alfonsín llega al poder, aprueba la creación de
la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas para investigar todas
las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante el Proceso, que se
plasmará en el libro Nunca más. Esto dio inicio a los Juicios a las Juntas, en
el que se llevó a los principales responsables de la dictadura – Videla,
Massera, Viola, Lambruschini y Agosti – a presión, que sirvió, además, para que
toda la población se enterara de la gravedad de los actos realizados a través
de los testimonios. Las Fuerzas Armadas no querían enjuiciar a sus jefes
militares, por lo que se hizo cargo de esta investigación la Cámara Federal.
Fue el único país de la región que llevó a juicio a los máximos responsables de
la dictadura y los crímenes de Estado (D'Andrea Mohr, 1999).
Tras tres años de mandato, en 1986, el Congreso
promulga la Ley de Punto Final que permitía acabar con la acción penal por la
presunta participación en Proceso, antes de los sesenta días de la fecha de promulgación.
Fue el propio Alfonsín quien envío la ley al Congreso con el objetivo de salvar
a los cuadros intermedios de las Fuerzas Armadas, para aliviar la presión y el
descontento entre los militares. La Ley de Punto Final generó en un primer
momento manifestaciones de los principales colectivos afectados por la
dictadura (Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, organizaciones defensoras de los
derechos humanos, grupos de izquierda, sindicatos…) y en un segundo momento,
una avalancha de denuncias que desbordaron al poder judicial.
Más de 300 oficiales de altos mando fueron procesados,
quince veces más de las expectativas del gobierno. La débil relación del primer
gobierno democrático y las Fuerzas Armadas comenzó a romperse más y los
acusados se negaron a asistir a audiencias y negaron la oficialidad de los
crímenes cometidos durante la dictadura militar.
En abril de 1987, el Mayor Barreiro se negó a declarar
por los crímenes que le imputaban: tortura y asesinato, y decidió amotinarse
con otros 130 efectivos en Córdoba pasándose a llamar Carapintadas, por las
marcas de guerra hechas en la cara. En Buenos Aires, las tropas al mando del
teniente coronel Aldo Rico siguieron el ejemplo y salieron al Campo de Mayo
exigiendo la imputación de los que “dictaron las órdenes”, porque “si quienes
dieron las órdenes van a la justicia, no tenemos ningún problema en ir todos a
la justicia”. Alfonsín fue hasta Campo de Mayo para exigir la rendición, lo que
se le cuestionaría como una debilidad política. Otras diez mil personas
acudieron también para rodear el campo y evitar que fuera a mayores. A su
regreso, desde el balcón de la Casa Rosada, anunciaría la capitulación de los
amotinados tras 100 horas, este es uno de los discursos más famosos de Alfonsín.
“Para evitar derramamiento de sangre he dado instrucciones a los mandos del
Ejército para que no se procediera a la represión, y hoy podemos todos dar
gracias a Dios: la casa está en orden y no hay sangre en la Argentina. Le pido
al pueblo que ha ingresado a Campo de Mayo que se retire. Es necesario que así
lo haga, y les pido a todos ustedes que vuelvan a sus casas a besar a sus
hijos, a celebrar las Pascuas en paz en Argentina”. Barreiro tendría que huir,
aunque fue capturado poco después, y tanto él como Rico pasarían a manos de la
justicia.
Este intento hizo que casi todos los partidos firmaron
el Acta de Compromiso Democrático donde se llevaba a cabo la petición de Rico y
los Carapintadas, “el debido reconocimiento de los niveles de responsabilidad
de las conductas y hechos del pasado”. Solo se opusieron las Madres de Plaza de
Mayo y el MAS, que van a denunciar el pacto (Munck, 1996).
Poco después, se aprueban las leyes de Obediencia
Debida, que el gobierno radical quería imponer desde tiempo antes que se
desatara el levantamiento carapintada. Contra toda la jurisprudencia
internacional, se exculpaba a todos miembros de las Fuerzas Armadas que
hubieran participado en el terrorismo de Estado y que tuvieran un rango por
debajo al de coronel. Tras esta ley, salieron a de la cárcel muchos genocidas
ya condenados.
Pasó en solo unos años de dar su discurso de asunción
en el que condenaba social y moralmente y prometía enjuiciar a los culpables:
“Quienes piensan que el fin justifica los medios suponen que un futuro
maravilloso borrará las culpas provenientes de las claudicaciones éticas y de
los crímenes.” a uno tras las revueltas Carapintadas, en el que admitía la
necesidad de contar con herramientas para frenar los intentos del poder militar
de volver a un gobierno no democrático: “Para superar los escollos que derivan
de las resistencias tradicionales al cambio —y también de quienes añoran y
propugnan una vuelta al pasado— así como para evitar los inconvenientes que
estos cambios conllevan, sobre todo en tiempos de crisis, necesitamos consensos
mayores, basados en la elaboración ampliamente compartida de pautas de acción y
en la discusión —con vistas a compromisos políticos institucionales— de
objetivos trascendentes como los que antes hemos planteado. No vemos que exista
ningún inconveniente serio y sí en cambio promisorias condiciones para que ese
compromiso se concrete.”
Sin embargo, a este momento le sucedieron otros como el
evento de Monte Caseros (1988) y Villa Martelli (1988), el ataque del
Movimiento Todos por la Patria en la Tablada (1989) e incluso la reactivación
del movimiento Carapintada en 1989. Estos muestran la persistencia de grupos
militares que seguían apostando por la vuelta al autoritarismo. Sin embargo, primero
con Alfonsín y más tarde con Menem, se conseguirán frenar todos estos intentos
y subordinar al ejército, haciéndolo una institución más profesional y
despolitizada.
Chile
Tras asumir Aylwin, la Cámara de Diputados chilena decidió
investigar la entrega por parte del Ejército de cheques por valor de 3 millones
de dólares al hijo del general Pinochet. Al parecer, el heredero había servido
de mediador en la venta irregular de una empresa al Ejército.
A pesar de que se realizó en secreto, pronto se
filtraron las investigaciones a la prensa, y Pinochet, que todavía era
Comandante Jefe del Ejército, instó alas tropas a acuartelarse para que Aylwin
no emprendiera acciones legales. Cuando parecía que había conseguido su
prometido, tras tres años en el gobierno, la prensa vuelve a anunciar que se
reabre el caso. Pinochet se reúne en el Edificio de las Fuerzas Armadas, que
estaba junto al Palacio de la Moneda, con oficiales y soldados vestidos para el
combate y unas boinas negras, motivo por el que se llamará boinazo a este
estallido de mayo de 1993 (Correa, Figueroa, Jocelyn-Holt, Rolle, & Vicuña,
2001).
Krauss, ministro del interior, se reunió con Pinochet
para solucionar este asunto y le manifestó su disconformidad con la forma en la
que los militares juzgados por crímenes durante la dictadura eran tratados. Aylwin
se ve obligado a ceder y parar con las investigaciones sobre el asunto de los
cheques porque temía que pudiera darse un nuevo intento de golpe militar.
El hecho por el que no se llegó a procesar a Pinochet
era precisamente su poder para convocar provocativamente a las fuerzas militares
y demostrar que tenía la capacidad de dar un nuevo golpe. En el discurso de
asunción de Aylwin, se apropió de la consigna argentina más famosa para
denunciar los graves crímenes de la dictadura, el Nunca Más: “iNunca más!
¡Nunca más atropellos a la dignidad humana! ¡Nunca más odio fratricida! ¡Nunca
más violencia entre hermanos”, pero lo cierto es que contrasta la radical
oposición al autoritarismo de algunos de los discursos con el espíritu
reconciliador de otros: “Chile es hoy un país reconciliado, en que la fatídica
división entre 'amigos y enemigos' que imperó por tanto tiempo ha cedido lugar
a una convivencia entre compatriotas capaces de respetarnos en nuestras
legítimas diferencias y de lograr acuerdos y aunar esfuerzos en la búsqueda del
bien común"
Puntos en común y diferencias entre los golpes
En un primer lugar, la forma en la que surgen ambos
intentos es radicalmente distinta: en el caso de los Carapintada, será la
negación de un mayor a testificar por los crímenes mientras que en Chile, será
a través de iniciar unas investigaciones en contra del que había sido líder de
la dictadura, y es así porque los líderes del Proceso en Argentina habían sido
ya juzgados. Esto hará que ambos movimientos se distingan por su composición,
mucho más vertical en Chile y más horizontal en Argentina.
La legitimidad y apoyo de los líderes también fue
radicalmente distinta, pues mientras Alfonsín era el candidato del Radicalismo,
que debía afrentar la amenaza de los militares por un lado y por otro el juicio
constante del Justicialismo y la de otros grupos sociales organizados como las
Madres de la Plaza de Mayo, Aylwin tenía detrás suyo un consenso político
amplio y una sociedad sin tantas demandas.
Elaboraré un análisis DAFO para resumir la posición de
los dos líderes tras la insurgencia armada en ambos países:
Alfonsín tras las Revueltas Carapintadas
|
Debilidades
|
Amenazas
|
·
Bajo
consenso político
·
Fuerzas
Armadas sin líderes claros, mucho más impredecibles
·
2
revueltas, en Córdoba y Buenos Aires
|
·
Gran
facilidad de replicar el levantamiento en otros lugares o momentos
·
Triple
amenaza: militar, del justicialismo y las organizaciones civiles
|
Fortalezas
|
Oportunidades
|
·
Juicios
avanzados a los líderes de la dictadura
·
Bajo
número de militares sublevados
|
·
Aplacar
definitivamente a los militares de la política argentina
·
Demostración
de necesidad de continuar con los juicios
|
Aylwin tras los pinocheques y el boinazo
|
Debilidades
|
Amenazas
|
·
Era
un asunto económico y no de responsabilidad por la dictadura
|
·
Aylwin
se encontraba fuera del país
·
Liderazgo
indudable de Pinochet
|
Fortalezas
|
Oportunidades
|
·
Consenso
político amplio
·
Pactos
de convivencia con los militares
·
Tenía
precedentes históricos
|
·
Enjuiciar
a los responsables de la dictadura
·
Clarificar
las relaciones sociedad civil, gobierno y militares
|
La Semana Santa del 87 en la que se produjo la Revuelta
Carapintada pone fin al idilio argentino con la transición democrática,
demostrándose los límites y las posibilidades, los sueños y frustraciones. La
democracia, que socialmente era preferible a cualquier otro experimento, no
acabó de solucionar en un primer momento los problemas de hambrunas y las
graves crisis que afectaban a las estructuras y a los servicios públicos
básicos del estado, como la educación y la santidad. Alfonsín hizo énfasis en
la necesidad de no seguir derramando sangre y evitar la violencia, cosa que sin
duda consiguió, pero esta misma decisión conllevó riesgos. Llegó a decir que
“No hay nada que negociar, la democracia de los argentinos no se negocia”, pero
lo cierto es que sí negoció, aunque no fuera sentado en la mesa con los
militares, la paz social a través de lo que creyó que aplacaría más revueltas,
la promulgación las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Cabe destacar en
sus discursos la forma en la que trató a la Revuelta Carapintada, primero fue
la “meditada maniobra” que luego rebautizó como “posición equivocada” para no
seguir incidiendo en la separación, que en ese momento ya era absoluta, entre
gobierno y poder militar.
En Chile, se comenzó por la estrategia de la “justicia
en la medida de lo posible”, pues la transición negociada obligó a adoptar una
estrategia en la que se sacrificaba una democracia pura y conseguida
rápidamente para dar lugar a un periodo de pactos entre el gobierno autoritario
y el democrático. Aylwin creyó que esta era la mejor opción para evitar recaer
en la dinámica de autoritarismos, y pareció contar con el apoyo de todos para
este proceso, hasta que el Congreso intentó poner luz a la fortuna del que
había sido líder de la dictadura y se produjo el amotinamiento de los líderes.
Pero, a diferencia de Argentina, sus principales demandas ya estaban
canalizadas por la transición pactada, por lo que lo único que demandaban era
frenar con las investigaciones sobre la fortuna de Pinochet. Garretón definió a
esto como enclaves autoritarios, puesto que eran elementos que dificultaban que
se produjese una verdadera democratización del país. La población se creyó la
idea de que debía esperarse un decenio para recuperar la plena vitalidad
democrática.
Datos de apoyo y
popularidad
Dick Morris sostiene que un líder puede gobernar cuando
obtiene más de un 50% de imagen favorable entre la población, y cuando esa
cifra baja, tiene problemas de gobernabilidad. Cuando su apoyo popular
desciende muy por debajo de esa cifra se convierte en lo que los
norteamericanos llaman un "pato rengo" y apenas languidece hasta el
próximo recambio presidencial (Morris, 2002).
Alfonsín estuvo sobre el 70% por ciento desde 1983 hasta 1987, cuando las medidas
económicas y de contención militar empezaron a fallar, y su popularidad bajó
hasta el 40 por ciento en los últimos años de gobierno (datos del INDEC). Los
datos de Aylwin son francamente parecidos, pues en sus tres primeros años
osciló entre el 75 y el 70 por ciento, que a partir de 1993 cayó por debajo del
50% (datos del CEP). Los dos líderes tuvieron un gran comienzo, quizá por las
esperanzas depositadas en un régimen democrático, que fueron decayendo
lentamente con el pasar del tiempo y la comprobación de que las expectativas no
mejoraban.
Conclusión
“Creyeron que te
mataban con una orden
de ¡fuego!
Creyeron que te
enterraban
y lo que hacían
era enterrar una semilla”
Ernesto Cardenal.
La historia de ambos países y las dos transiciones
fueron radicalmente distintas, y esto configuró inevitablemente el accionar de
los militares. Argentina vivió un siglo XX plagado de golpes autoritarios que
sucedían o acababan con gobiernos peronistas o radicales, por lo que el Proceso
de Reorganización Nacional que vivió el país entre 1976 y 1983 no fue una
novedad, aunque sí la demostración más fuerte de la vulneración de derechos
humanos a la población civil, principalmente a los opositores. La derrota
flagrante en Malvinas provocó la caída apresurada del gobierno, por lo que la
instaurada democracia tenía vía libre para una competencia electoral sin
injerencia militar. Además, esto permitió enjuiciar a los altos y medios mandos
de la dictadura y establecer políticas de memoria histórica, que se fueron
haciendo más conservadoras con la Ley de Punto Final y posteriormente con la
Ley de Obediencia Debida. La revuelta militar surgió de la mano de Barreiro, un
oficial que se negó a testificar, y fue replicada por Aldo Rico. Alfonsín
aplacó estos estallidos y supo llevar a cabo medidas que impidieron un nuevo
intento militar de adquirir el poder, profesionalizando el ejército a imitación
de los países europeos.
La experiencia histórica en Chile está mucho más
relacionada con los consensos democráticos, y el Régimen Militar fue la primera
excepción del siglo XX, que estuvo 17 años en el poder y se mantuvo en un
primer momento por el apoyo popular en referéndum, misma herramienta que le
hizo caer. Pero precisamente el hacer uso de instrumentos de democracia
participativa y su preeminencia durante tantos años les ganó un asiento en la
mesa de negociaciones de la transición democrática, que del lado partidista fue
encabezada por Patricio Aylwin, del bloque Concertación, aunque perteneciente a
la Democracia Cristiana. El estallido militar vino de la mano de las
investigaciones a Pinochet por su enriquecimiento económico en la dictadura a
través de la venta de una empresa relacionada con el ámbito militar. No pudo
enjuiciarse a Pinochet, ni aplacar al intento revolucionario, debido al temor
del presidente y de amplios sectores de la sociedad a un nuevo golpe de estado.
Decidió someterse a un marco institucional que impedía hacer transformaciones
estructurales. Poco a poco, a través de institucionalización de los militares,
la democracia consiguió establecerse como el único camino posible. Y tuvo que
ser años después, a punto de morir Pinochet, cuando se empezaran a juzgar a las
grandes personalidades de la dictadura chilena, como el que fuera jefe de la
policía de Pinochet.
La dinámica internacional y la de América Latina parece
apuntar a que las Fuerzas Armadas se profesionalizarán e institucionalizarán
como una parte del aparato del Estado, sin entrar en contradicción con las
dinámicas políticas. Asimismo, buena parte de la población ha desarrollado un
rechazo a actitudes autoritarias y que entren en contradicción con los derechos
humanos.
Ninguna construcción democrática puede ser tratada de
beneficiosa o perjudicial sin un análisis más profundo. Los dos modelos pueden
ser igual de correctos o incorrectos, y esa es una respuesta que solo puede darnos
la historia. Sin embargo, una vez asegurada la consolidación de estos regímenes
democráticos, los desafíos principales de la democracia tanto en estos países
como en otros de la región tienen que ver con la mejora de la calidad de vida,
lo que tiene inevitablemente que ver con los aspectos mencionados de transición
y consolidación aún pendientes. Esto pasa por hacer extensivos todos los
principios que conlleva una democracia, como ciudadanía y fiscalidad
responsable. Indudablemente, esto se relaciona con problemas de participación,
representación y satisfacción ciudadana en los procesos de toma de decisiones
así con otros de índole económica.
Si esto no está asegurado, es posible que en un futuro
vuelvan a brotar (mediante un golpe de Estado o a través de unas elecciones
democráticas) personalidades que pongan en jaque esta oleada democrática. El
hiperpresidencialismo argentino hace que esta posibilidad no deba ser
descartada en un corto o medio plazo, si no se encuentra una solución a la
grave crisis que afronta el país, sobre todo en el terreno de la deuda
internacional y en los problemas de organización interna y de seguridad. Esto
puede pasar por aceptar ayuda de potencias que sí hayan conseguido esta labor o
por un cambio radical dentro del país que rejuvenezca todas las estructuras
caducas e ineficientes dentro del Estado.
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