RESUMEN
La
Revolución Americana de 1776 inauguró el proceso de surgimiento de las
democracias representativas en el mundo moderno, impulsado por el ideal
compartido de que los pueblos debían elegir sus representantes para reemplazar
a la autoridad impuesta por reyes autocráticos representantes de Dios en la
Tierra.
De
conformidad con tal paradigma, nuestra Constitución Nacional, ya la histórica
de 1853-60, instituye el sistema representativo, donde "...el pueblo no
delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes…" (Constitución
Nacional, art. 22). En efecto, la forma representativa de democracia alude a la
práctica por medio de la cual el pueblo es el titular del poder y delega su
ejercicio en los representantes que gobiernan en su nombre.
ABSTRACT
American
Revolution in 1776 opened the arising of representative democracies in the
modern world, inspired by the ideal of peoples choosing their political
representatives to replace autocratic kings empowered by God on earth.
According
to that paradigm, our historical Constitution of 1853-60 establishes the
representative system in which “people do not deliberate nor govern but their
representatives do so” (National Constitution, article 22). In fact,
representative democracies imply that people are the power owner and delegate
its exercise to their elected representatives.
DESARROLLO Y
CONSOLIDACIÓN DEL SISTEMA POLÍTICO ARGENTINO.
Por Darío Germán Spada
1.-
Consideraciones Previas.
La
Revolución Americana de 1776 inauguró el
proceso de surgimiento de las democracias representativas en el mundo moderno,
impulsado por el ideal compartido de que los pueblos debían elegir sus
representantes para reemplazar a la autoridad impuesta por reyes autocráticos
representantes de Dios en la Tierra.
De
conformidad con tal paradigma, nuestra Constitución Nacional, ya la histórica
de 1853-60, instituye el sistema representativo, donde "...el pueblo no
delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes…" (Constitución
Nacional, art. 22). En efecto, la forma representativa de democracia alude a la
práctica por medio de la cual el pueblo es el titular del poder y delega su
ejercicio en los representantes que gobiernan en su nombre.
En
tal sentido, la cuestión acerca de la dinámica y funcionamiento de los
mecanismos partidario–electorales ha sido un tema presente en el debate de la
vida política de nuestro país desde sus orígenes.
Por
su parte, y en íntima relación, en cuanto a la territorialidad del poder
nuestra Constitución establece la adopción del sistema federal, que supone la
existencia de una distribución territorial de competencias.
Finalmente,
como punto de partida del presente ensayo y para comprender la fisiología del
proceso objeto de estudio, surge necesario conocer las notas distintivas del pueblo
argentino, tanto de ese histórico que menciona la Carta Magna como del que ha evolucionado hasta nuestros días.
2.-
La cuestión social – El pueblo argentino.
En
forma previa, cabe señalar que una característica propia de los pueblos es su
sentido de identidad común, su espíritu de pertenencia, circunstancia ausente
en aquél pueblo de 1853, cuya conciencia de nación fue posterior a la construcción y consolidación del Estado Nacional.
Así es, vale señalar que nuestro país luego de independizarse de España en 1816, fue escenario de luchas
entre sus provincias durante muchos años, y no hubo un gobierno nacional
estable sino hasta después de la Batalla de Pavón ocurrida en 1861
(Cao, 2007).
Es por ello que nuestra Constitución
parece dirigirse a individuos por llegar, a una ciudadanía por constituirse, y
no a quienes realmente poblaban el territorio de aquél entonces.
En
ese proceso de construcción de una república verdadera, y en la conformación de
su entramado social, jugó un rol fundamental el proceso inmigratorio de fines
del siglo XIX y principios del XX que, a la instalada clase ganadera
terrateniente, incorporó una clase media urbana, especialmente en Buenos Aires,
y el radicalismo y también el socialismo -como partidos políticos- pasaron a representar
las aspiraciones de tales conglomerados sociales. También el anarquismo en sus
diferentes variantes tuvo un importante papel en la creación de los sindicatos
obreros y en el desarrollo de un serio intento por despertar la conciencia de
la clase obrera, que asimismo adquirió gran protagonismo con el peronismo. Pero
es obvio que tal representación implicó sólo débiles o nulos procesos de
participación. A menos que por participación se entienda asistir o acompañar al
caudillo o líder en ocasión de algún discurso o acto político, con el agravante
que muchas veces ello fuera para obtener algún beneficio personal (Svampa,
2011).
Por
su parte, el devenir de los tiempos y las sucesivas crisis económicas,
políticas e institucionales que tuvieron lugar en nuestro país produjeron
profundas modificaciones en su entramado social, que dieron origen a una nueva
modalidad de diferenciación: el dualismo entre incluidos y excluidos, definido
en función de su inclusión o exclusión del sistema productivo. Así, los excluidos,
confinados fuera del circuito productivo, carecen de representación corporativa
y los partidos políticos sólo les prometen pobres coberturas asistencialistas
de corto plazo y de mera subsistencia (Bercholc, 2009).
Esta compleja descripción de nuestro
actual cuerpo social, muestra un cuadro de alta fragmentación, que implica
serias dificultades para canalizar sus demandas -diversas y fragmentadas-, que no
encuentran fácilmente en el marco de los partidos políticos un canal
institucionalizado eficaz para ser escuchadas por el poder político.
3.-
Consolidación del Estado – Nación.
Tras
independizarse de la Corona Española, el novel Estado Argentino transitaría un
largo camino madurativo hasta lograr la organización nacional. En efecto,
declarada la independencia el 9 de julio de 1816, las Provincias Unidas del Río
de la Plata iniciaron una lucha por el poder político polarizada entre quienes
propugnaban su centralización en Buenos Aires –unitarios- y quienes defendían
su descentralización en las distintas jurisdicciones provinciales –federales-
que culminó en 1861, al ser derrotadas las provincias confederadas por las
tropas porteñas en la batalla de Pavón.
Bajo la supremacía militar y económica de Buenos Aires tuvo lugar una suerte de
pacto inter-regional implícito entre los actores de las distintas regiones, por
el cual, en lo político, el interior reconoció la hegemonía de Buenos
Aires y se comprometió a no poner en juego la estabilidad del sistema, en tanto
que Buenos Aires reconoció a las clases dominantes provinciales como legítimas
representantes territoriales y dejó de lado proyectos unitarios o de reemplazo
de estas élites regionales (Cao, 2006).
De
tal manera, el fin de la guerra civil permitió a la Nación Argentina iniciar el período de su organización definitiva y en ese proceso tuvieron
fundamental importancia las presidencias de Bartolomé Mitre (1862 a 1868), de Domingo Faustino Sarmiento (1868 a 1874) y de Nicolás Avellaneda (1874 a 1880), consideradas fundacionales por su aporte a la consolidación institucional (Cao, 2007).
En materia económica, el país creció rápidamente durante los
primeros años favorecido por el rendimiento de su actividad agroganadera y de
su política de exportación de carne y trigo a Europa (Schuler, 2003).
Pero el rápido progreso inicial se vio luego afectado por un
contexto internacional desfavorable. Primero, el acaecimiento de la Primera Guerra Mundial y su impacto negativo en las exportaciones y, posteriormente, la
disminución de la importancia relativa de los productos agrícolas en relación a
los productos industriales en el mercado internacional, circunstancia que
determinó el consecuente desequilibrio del flujo de capitales de la Argentina (Cao, 2007).
Tales fueron los acontecimientos que llevaron al país, fundamentalmente
desde 1930, a priorizar la industrialización por sustitución de importaciones,
implementando una economía muy cerrada basada en el autoabastecimiento, con
tarifas altas y un excesivo intervencionismo estatal (Schuler, 2003).
En
relación a la crisis iniciada hacia 1930, ésta provocó profundos cambios en la
economía mundial. En el caso de la Argentina, el papel central del sector
externo hizo que la caída de los precios internacionales y la expansión de las
barreras proteccionistas en los principales mercados destinatarios de las
exportaciones argentinas pusieran en peligro todo el ordenamiento productivo
nacional.
Como
respuesta a la crisis en nuestro país se inició un proceso de industrialización
por sustitución de importaciones -en adelante ISI-, que se vio favorecido en
sus inicios por la dimensión que había alcanzado el mercado interno y por la
presencia de mano de obra proveniente de las inmigraciones. La etapa de
vigencia de la ISI se caracterizó por presentar tasas de crecimiento económico
relativamente estables e importantes en particular durante el periodo
1952-1970, en que el PBI por habitante creció a una tasa superior al 4%,
destacándose el rendimiento del sector industrial. Por su parte, cabe
destacar que entre 1914 y 1970 el perfil de la sociedad argentina sufrió una
profunda transformación; por ejemplo, la población se triplicó, y en su gran
mayoría -casi el 80%- se instaló en centros urbanos; el analfabetismo bajó del
36% al 8,4% y la matrícula de las Universidades pasó de 20.000 alumnos en 1930 a más de 230.000 en 1970 (Cao, 2006).
Este fue el panorama hasta 1976 cuando, a través del golpe militar
se propició un retorno al liberalismo económico movido por intereses internos e
internacionales, que permitió la apertura a masivas importaciones y desplazó
las actividades económicas del sector industrial al financiero (Cao, 2007).
En 1983 el derrumbe de la dictadura militar repuso en un primer
plano a los partidos políticos tradicionales y a sus líderes, y exigió la
reorganización partidaria.
4.- Fisiología del sistema partidario argentino desde
su reorganización tras la finalización de la última dictadura militar.
Entre
1983 y 2001 dicho sistema partidario se vio dominado por dos actores de alcance
nacional -el Partido Justicialista (PJ) y la Unión Cívica Radical (UCR)- y algunos grupos de partidos menores con presencia y entidad
dentro de sus áreas locales de influencia pero incapaces de quebrar el
bipartidismo en el nivel nacional -las “terceras fuerzas nacionales” y los
“partidos provinciales”-. En cuanto a los primeros, vale mencionar que, solos o
en coalición, se alternaron en la Presidencia, resultaron primera y segunda fuerza en el Parlamento y se distribuyeron las tres cuartas partes de los
Ejecutivos provinciales. En cuanto a las denominadas “terceras fuerzas
nacionales”, las mismas representaban partidos con presencia en la región
metropolitana de Buenos Aires –Partido Intransigente, Unión del Centro
Democrático, Movimiento por la Dignidad y la Independencia, Frente País Solidario, Alianza Popular Revolucionaria- cuyo efímero apogeo
declinó luego de crear algún acuerdo electoral o parlamentario con el PJ o la UCR y dejaron de ser consideradas por los votantes como alternativas electorales válidas.
Finalmente, los “partidos provinciales” eran partidos con influencia en un solo
distrito, generalmente periférico o patagónico, que si bien demostraron una
fortaleza electoral más prolongada que las terceras fuerzas y hasta pudieron
quebrar el bipartidismo en el nivel provincial no pudieron trascender mas allá
de dicho nivel (Tula, 2012).
Luego
de la grave crisis económica, política y social del 2001, el modelo se
fragmentó debido a la incapacidad, en gran medida, de los partidos políticos de
resolver sus candidaturas toda vez que resultaba más beneficioso para los
aspirantes a la presidencia crear nuevos partidos que pelear por la candidatura
en las elecciones primarias. Así, en 2003 el sistema se transformó en
multipartidista moderado, representado por tres variantes del radicalismo -la UCR, Recrear, y Afirmación para una República de Iguales- y tres variantes del Partido
Justicialista –Frente para la Victoria, Frente para la Lealtad, y Movimiento Nacional y Popular- (Crespo, 2011).
En
la actualidad, según la Cámara Nacional Electoral, al 14.02.14 existen
reconocidos 32 partidos políticos en el orden nacional, y un total de 558
partidos entre todos los distritos electorales (http://www.electoral.gob.ar/pdf/partidos_reconocidos_14-02-2014.pdf
).
5.-
Consideraciones finales: El vínculo de representación partidaria electoral –
Evolución – Estado actual.
En
el ámbito de la vida política de la Argentina actual se habla de una crisis de representación partidaria–electoral, es decir, de un divorcio entre las
demandas sociales y el comportamiento de políticos y partidos, como
canalizadores de dichas demandas. En éste marco se está llevando a cabo un
proceso de reforma política tendiente a acercar a representantes y representados.
Sin embargo, la distancia o autonomía de los representantes con respecto a sus
representados es una pieza constitutiva de la democracia representativa como
tal. La frase “el pueblo gobierna a través de sus representantes” es lo que
distingue nuestra democracia de una democracia directa. Los representantes
toman decisiones en función de los intereses de sus representados. En la
evolución de la democracia representativa, ésta capacidad del representante fue
ejercida en una primera fase a título individual y, con la aparición de los
partidos modernos, en tanto miembro de una organización política (Acuña, 2001).
El
mecanismo partidario–electoral ocupa, y ha ocupado, un lugar central en la
producción del necesario equilibrio entre la autonomía de la decisión del
representante y la salvaguarda de la expresión de las aspiraciones e intereses
de los representados. A lo largo del tiempo la democracia representativa
experimentó diversas crisis, en general crisis de participación, en relación al
conflictivo proceso de inclusión de nuevos actores e intereses sociales. Los
ciudadanos, una vez incluidos en la comunidad política, se ocupaban de sus
cosas, dejaban gobernar, y de tanto en tanto juzgaban y decidían sobre la
suerte de sus representantes. Pero hoy en día la situación es otra: en un
contexto donde se han levantado las barreras institucionales a la participación
en la comunidad política. Hoy está en cuestión el mecanismo
partidario–electoral, es decir, el mecanismo a través del que se procesa el
vínculo de representación. Son muchos los que afirman que, tal como está
diseñado, dicho mecanismo está sesgado a favor de la autonomía del
representante y en detrimento de la participación y control por parte de los
representados. Es decir, se trataría de un diseño que abre la puerta, por un
lado, a la falta de transparencia y corrupción político–partidaria y, por el
otro, al desprecio y a la exclusión de los ciudadanos y sus preferencias. En el
actual cuestionamiento al mecanismo partidario–electoral, convergen en Argentina
posiciones que si bien parten de diagnósticos diferentes sobre las causas del
problema y promueven diferentes cursos de acción, no llegan a distinguirse con
suficiente claridad. Por un lado, quienes ponen el acento en problemas
endógenos del funcionamiento del mecanismo. Por otro lado, quienes atribuyen
las dificultades para asegurar una representación política legítima y eficiente
a la insuficiencia del mecanismo. Los primeros proponen la modificación del
mecanismo partidario – electoral, en tanto que los segundos proponen
complementarlo por medio de nuevos canales de participación y control
ciudadano. Así, la primera alternativa aspira a sustituir el “partido de los
políticos” por el “partido de los ciudadanos”. La otra apunta a mejorar y
fortalecer la relación políticos, partidos y ciudadanos (Acuña, 2001).
En
cuanto a los problemas endógenos, aquí se incluyen las cuestiones ligadas a la
elección de los representantes. Entre las críticas predilectas está la de la
“lista sábana”, es decir, el mecanismo partidario–electoral que consiste en
ofrecer al ciudadano la opción de elegir entre listas integradas por un gran
número de candidatos seleccionados por los partidos. La crítica radica en que
el elector desconoce a la mayoría de ellos, a lo sumo conoce a los tres
primeros candidatos de la lista, circunstancia que conspira contra la
transparencia del vínculo de representación. Para corregir el problema, se
propone alentar la elección de candidatos mediante el sistema de
circunscripciones uninominales, que permite una relación más próxima y
personalizada entre el representante y el representado. Es decir, la propuesta
se basa en modificar el sistema de lista por otro que facilite identificar al
candidato con el fin de mejorar la representación, circunstancia difícil de
implementar en sociedades complejas y heterogéneas. Aún en colegios electorales
de tamaño reducido, el candidato es votado por mucha gente y por muy diversas
razones. Al final, son muy diferentes los intereses y preferencias que
representan por lo que el papel del candidato electo se confunde con el de un
equilibrista, que en ocasiones privilegia unos u otros intereses. Así las
cosas, y a pesar del rediseño del mecanismo partidario–electoral, la brecha
entre representantes y representados subsiste y es una condición inherente a la
complejidad del fenómeno de la representación en las sociedades contemporáneas.
La propuesta de solución esbozada descansa sobre una visión bastante simplista
del problema con los partidos y los políticos. También es discutible porque
descansa sobre una imagen de representación que no considera la distribución
diferencial del poder en la sociedad. En efecto, el ciudadano individual es una
figura entre otras, en un escenario poblado por grupos organizados y con mayor
capacidad de influencia en el proceso decisorio. Otra objeción a la propuesta
que apunta a una relación individual e individualizada entre representante y
representado, es que, llevada a la práctica, complica la adopción de decisiones
de gobierno. Si los candidatos son electos a partir de distritos electorales
pequeños y respondiendo a patrocinantes bien definidos, es muy probable que en
ausencia de vínculos, sus comportamientos sean erráticos y fluctúen según las
cuestiones e intereses en juego. En estos casos, la responsabilidad de los
representantes estará limitada a quienes configuran su marco de referencia
relevante pero estará asociada a formas de falta de solidaridad colectiva más
allá de los límites de su distrito electoral y esto habrá de dificultar la
obtención de mayorías para legislar sobre políticas de gobierno. En cuanto a la
lista sábana, la misma rompe el equilibrio entre producción de representación y
producción de capacidad de gobierno que debe establecer, en principio, los
mecanismos partidario–electorales que operan convirtiendo votos en cargos. En
efecto, la lista sábana rompe dicho equilibrio a favor de la producción de la
capacidad de gobierno. Los integrantes de la lista escogidos con un criterio de
partido le aseguran a éste los apoyos necesarios para pesar sobre las
decisiones de gobierno. Por su parte, terminar con la lista sábana para que el
representado tenga idealmente una mayor influencia sobre su representante,
hasta la posibilidad misma de ser él quien lo selecciona, tracciona el
equilibrio hacia el polo de la representación. Ello convierte al representante
en una suerte de portavoz de los ciudadanos individualmente considerados, lo
que trae aparejada una fragmentación de las demandas en el proceso decisorio.
En definitiva, la lista sábana puede entrañar un problema de falta de
representación de los ciudadanos, pero de reformarse el sistema se debe evitar
el riesgo alternativo de institucionalizar las presiones particularistas en la
toma de decisiones (Acuña, 2001).
Por
ende cualquier modificación del mecanismo partidario–electoral debería asegurar
que éste cumpla tanto la función de representar como la de producir decisiones.
En
cuanto a la postura que sostiene necesario complementar el mecanismo
partidario–electoral, mediante nuevos canales de participación y control
ciudadano. Es decir, incluye cuestiones como la selección de candidatos dentro
de los partidos, evaluando alternativas como las internas abiertas, la
transparencia en el manejo de los fondos de campaña, el rediseño de distritos
electorales, etc. Todas estas propuestas parten del diagnóstico de situación
que el comportamiento de los representantes depende primordialmente de las
modalidades a través de las cuales acceden a sus cargos. El supuesto es que los
incentivos del comportamiento del representante están dados por la forma en que
fue electo y la forma en que puede ser reelecto o removido del cargo. Algo de
esto hay. Sin embargo, las estructuras de incentivos propias de las
instituciones de gobierno también pesan en el formato que asume el
comportamiento de los representantes. De allí que el desempeño de los
representantes una vez electos debe ser considerado como una cuestión relevante
en sí misma. Cuando así se hace, la idea de la reforma política se amplía más
allá del mecanismo partidario–electoral para dar cabida, además, a
instituciones que provean a los ciudadanos recursos para participar y ejercer
control sobre sus representantes. Si bien ha habido –luego de la
redemocratización del país- avances en la introducción de mecanismos de
participación directa, como las consultas populares, así como de control sobre
los representantes a través de la posibilidad de su remoción, hay mucho por
hacer para superar el malestar en el vínculo de representación entre políticos y
ciudadanos. Lo cierto es que contra el control conspira la falta de
información. En efecto, una mayor información permitiría que los legisladores
se sintieran observados más de cerca y le daría a los ciudadanos mayor
capacidad de control y, así, la oportunidad de contribuir a un mejor gobierno.
Otros aspectos relacionados con una mayor transparencia y eficiencia de la
acción de los representantes son las relativas al reforzamiento de los órganos
de asesoramiento técnico con los que cuentan para fijar posiciones, así como el
establecimiento de reglas que regulen la consulta e influencia de los lobbies
privados (Acuña, 2001).
En
cuanto a los partidos políticos y su dinámica, cualquier eventual reforma del
sistema debe asegurar el equilibrio necesario entre la producción de
representación y la producción de capacidad de decisión. El sistema debe
fortalecerse ya que su eventual debilitamiento, lejos de resolverse a favor de
los ciudadanos, produciría una mayor transferencia de poder político hacia los
intereses organizados y hacia el Ejecutivo de turno.
La
fragmentación partidaria se evidencia también en un Parlamento fragmentado, lento
y obstaculizador que obliga al Ejecutivo a negociar si quiere que una ley se
apruebe. Y esta es la clave de la situación; si bien el Ejecutivo tiene alto
poder concentrado en la Argentina, también es cierto que el Congreso ha
adquirido gran peso en la última década y media (Acuña, 2001). Al respecto, es posible
concluir que el peso Parlamentario puede provenir de su posibilidad de
manifestarse como un órgano de obstaculización política, que pone a prueba la
capacidad negociadora de los Gobiernos en pos de ejecutar las políticas de
Estado.
Bibliografía.
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-Cao, Horacio y Vaca, Josefina, Desarrollo
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