RESEÑA
El proceso de estatalización o nacionalización implementado en un
buen número de países latinoamericanos durante los últimos veinte años ha sido
muy criticado desde los países capitalistas más desarrollados tanto desde
instancias de poder como también de sus intelectuales.
Ello no responde tanto a diferentes enfoques
académicos como a lógicas de poder que se insertan en las relaciones económicas
y políticas existentes en el sistema internacional vigente. El presente trabajo explicará algunos de esos puntos.
ABSTRACT
Intellectual and powerful people from
developed countries have criticised nationalization process implemented in
several latin american countries over the past twenty years.
This is the result of power logic within
economic and political relations in the present international system. This
paper will explain some of those aspects.
El papel del Estado en América Latina en las
últimas dos décadas
Clayson Cosme Da Costa Pimenta
1. Introducción:
el problema de las nacionalizaciones
El proceso de estatalización o
nacionalización implementado en un buen número de países latinoamericanos
durante los últimos veinte años ha sido muy criticado desde los países
capitalistas más desarrollados tanto desde instancias de poder como también desde
algunos think tanks.
Ello no responde tanto a
diferentes enfoques académicos como a lógicas de poder que se insertan en las
relaciones económicas y políticas existentes en el sistema internacional
vigente (cabe recordar, no obstante, que todos los enfoques, sean académicos o
no, son no neutrales), lo que implica que no se puede erigir una “muralla china”
que separe los estudios académicos, por un lado, y las realidades
socioeconómicas que son objeto de estudio, por otro. Y es que precisamente son los
países más desarrollados los que cuentan con un sector estatal más fuerte en
relación con su PIB (CEPAL, 2010), si bien es cierto que en los últimos años,
sobre todo como consecuencia de la profunda crisis económica que afecta a las
viejas potencias, se asiste a un proceso de reprivatización —más o menos
profundo en función del país al que afecte— de recursos y empresas que antes
eran de titularidad y propiedad estatal.
Dicho lo cual, hay que tener en
cuenta que la nueva izquierda latinoamericana surge fundamentalmente a finales
del siglo XX, si bien hunde sus raíces varias décadas antes. Tanto en Venezuela
como en Bolivia, Argentina o Ecuador esta izquierda nacionalizadora se
desarrolla en un contexto de economías caracterizadas fundamentalmente por ser
de naturaleza extractiva que se ven influenciadas por dos décadas de paradigma
neoliberal y del denominado “Consenso de Washington”, en que se llevan a cabo
privatizaciones a gran escala (con el pretendido objetivo de “rescatar” a los
estados en práctica bancarrota como consecuencia de la abultada deuda externa)
y una penetración importante del capital financiero mundial.
Como consecuencia de las
políticas impuestas por los organismos económicos internacionales de los
grandes países capitalistas, los países periféricos se endeudaron de manera
formidable, sufriendo gastos de recortes en servicios públicos esenciales a
través de los Programas de Ajuste Estructural (PAE). Es en este escenario en el
que los gobiernos de izquierdas latinoamericanos han actuado, tratado de
establecer políticas económicas y sociales destinadas a aliviar la pobreza.
Tanto los efectos de la deuda
externa como los derivados de la crisis internacional han conducido a la
revalorización de la política de industrialización sustitutiva de
importaciones. Este último elemento ha vuelto a plantear la interrogante en
torno al carácter que ha de asumir la intervención del Estado. Los procesos de
redemocratización —o de nacionalizaciones tras la ola de privatizaciones de la
época neoliberal— reciente que han sacudido a algunos países de Latinoamérica
han planteado dos tipos de problemas con relación al Estado:
1.
La pérdida de soberanía a que han sido confrontados dichos Estados
como efecto de la aplicación de esquemas monetaristas de reestructuración
económica. En efecto, la deuda externa y la dependencia que ella establece
respecto del Fondo Monetario Internacional (FMI) imposibilitan la determinación
soberana de políticas económicas.
2. La
capacidad política de las nuevas democracias para renacionalizar el Estado ante
las exigencias de cancelación de la deuda externa que han mermado
significativamente la capacidad de importación de la economía. Es esta una situación
que reabre el debate sobre la intervención del Estado, el proteccionismo
económico y la reindustrialización de las economías que fueron sometidas a
prolongados procesos de reestructuración monetarista (Fernández, 1989).
El Estado se erige en agente
fundamental de la formación de una clase dirigente y, además, en el actor que
protagoniza el paso de una clase de sociedad a otra, la cual se inserta en un
proceso general de reestructuración (reestructuración que ha de interpretarse
en dos sentidos: reemplazo del patrón de desarrollo de la forma de inserción de
la economía en el sistema-mundo y la modificación del sistema de relaciones
entre Estado y sociedad civil). Dicho de otra manera, el Estado pasa a detentar
un rol de actor principal con una autonomía política relativa con respecto al
conjunto de las clases sociales, aunque en última instancia siga funcionando
como agente de la clase dominante y, en los países de Latinoamérica, de los
sectores de la burguesía más cercanos a las potencias centrales hegemónicas
(Fernández, 1989).
Por otra parte, Martins y Silva
(2013) plantean que, en lo tocante a la estatización de recursos estratégicos y
la línea de creciente integración regional, en el nuevo eje progresista
latinoamericano (Bolivia, Ecuador, Venezuela o Argentina) emergen viejos y
nuevos temas de la política de la región tales como la defensa de la soberanía
de los recursos estratégicos nacionales, los nuevos escenarios abiertos para la
integración regional, los límites y alcances de la reforma agraria, la
discusión en torno a la extranjerización paulatina de la tierra o sobre la
posibilidad y los objetivos de estatización (o re-estatización) de empresas estratégicas
y de grandes bancos.
Las políticas de estatización de
recursos estratégicos implementadas en algunos países de América Latina han
servido a dos propósitos indisolublemente unidos: por un lado, el fomento del
desarrollo socioeconómico interno y, por otro, la articulación de alianzas y de
simetrías de ámbito regional. Gran parte de la bibliografía existente
parece concordar con la idea de que el objetivo básico de estas reformas es
lograr que la parte más importante del excedente que se desperdició durante la
época neoliberal se destine a la inversión productiva (es decir, para la
producción de bienes y servicios primordialmente, no para el consumo ventajoso
de las minorías según lo impuesto por los poderes transnacionales y nacionales
dominantes). Ello ha permitido avanzar en una mayor integración de la
estructura productiva con el propósito de satisfacer las necesidades humanas de
gran parte de la población.
No obstante, hay que tener en
cuenta que para que las nuevas economías latinoamericanas hayan podido
aprovechar el excedente económico de una manera mínimamente racional, ha sido
indispensable disponer de un poder con capacidad para tomar las grandes
decisiones políticas dirigidas a emprender una honda reestructuración de la
economía.
2. El rol
del Estado, el proceso de nacionalización de los recursos y su impacto en el
crecimiento regional
Las políticas económicas
alternativas aplicadas en países como Venezuela, Ecuador o Bolivia han seguido
distintas direcciones. En primer lugar, se ha procedido a la realización de
reformas agrarias profundas que han tenido en cuenta tanto la realidad como las
posibilidades y límites de las agriculturas latinoamericanas. El principal
objetivo ha sido el de romper una situación que condena a la pobreza a las
masas campesinas, que han sido forzadas a proletarizarse y se han visto
carentes de inversiones productivas y modernizadoras.
Otra dirección ha sido la estimulación
y apoyo económico, técnico, administrativo y político al campesinado pobre para
adquirir bienes de consumo, maquinaria agrícola e insumos imprescindibles para
la consecución de los objetivos de la política económica alternativa en el
campo. Este elemento ha buscado la democratización y una mayor eficiencia en
las organizaciones económicas y sociales de los campesinos (uniones de crédito
o cooperativas de consumo y de producción). Todo esto se ha conseguido
respetando la autonomía de los campesinos, para que así pudieran cumplir sus
viejos propósitos: incrementar la producción y sus rendimientos, desarrollar la
industria local basada en la agricultura, avanzar hacia la diversificación
productiva, ver satisfechas sus demandas más básicas en cuanto a necesidades
vitales o liberarse de las distintas cargas privadas y estatales y ser capaces
de insertarse en el mercado internacional, logrando con ello un aumento de sus
inversiones, sus ingresos y garantizando una ocupación estable y bien retribuida.
Conjuntamente,
se han instrumentado medidas de refuerzo a los servicios de seguridad social,
de educación y capacitación, sin olvidar la potenciación de nuevas
oportunidades para las jóvenes generaciones rurales de América Latina. Esta
medida ha conseguido frenar en gran medida el enorme éxodo rural que se produjo
en los años 80 y principios de los 90.
Si bien
estas políticas son internas y no forman parte como tales del proceso de
integración, sin lugar a dudas lo condicionan. Ello significa que han contribuido
al acercamiento hacia el proceso de integración latinoamericana. Desde que se
comenzaron a articular los primeros procesos de integración en América Latina,
la realidad empírica se ha encargado de demostrar que, en general, el nivel de
vida de las poblaciones latinoamericanas ha mejorado considerablemente, sobre
todo en países como Venezuela, Bolivia o Ecuador, y también en Argentina y
Brasil.
Se puede afirmar que los
gobiernos de izquierda latinoamericanos han conseguido alcanzar una tendencia favorable
en los resultados económicos. Dicha tendencia se alcanzó con una fuerte
influencia de la participación estatal en la economía que se revela evidente en
estos años. Sin embargo, si nos adentramos en una evaluación del Índice de
Desarrollo Humano (IDH) de otros países latinoamericanos, se confirma, que en
todos los países el índice creció en este período. En el caso del PIB per
cápita se percibe que en casi todos los países (Colombia, Perú, Chile, El
Salvador y México, entre otros) hay un crecimiento, mientras que en otros (como
Paraguay, Honduras, Costa Rica, Nicaragua y Guatemala) se observa estabilidad y
crecimiento. Incluso se evidencia un crecimiento del PIB sostenido en América
Latina en este período. Entonces surge la pregunta: ¿cuál es la diferencia que
expresa un impacto más positivo en los países con fuerte intervención estatal con
respecto a aquellos que no participaron en este proceso?
Para comprender el impacto
positivo que ejercieron las políticas de los gobiernos de izquierda con
respecto a los resultados de los otros países, es conveniente analizar, entre
otros aspectos, indicadores asociados a la educación y la salud, que expresan
la pertinencia de la utilización del excedente en estos países con una
proyección distributiva que beneficia logros sociales.
Los países que tuvieron una mayor
participación estatal en la economía y que se definieron con una posición más
radical en sus discursos políticos hacia la izquierda alcanzaron, en el período
2000-2010, un mayor crecimiento de la cobertura universitaria en América
Latina. Estos países son Ecuador, Venezuela y Bolivia, con tasas de crecimiento
del 11,6%, 11,2% y 9,9%, respectivamente. Por consiguiente, las políticas de
estatalización de esos países impactaron en el crecimiento de la cobertura
universitaria en los primeros diez años del siglo XXI.
El refuerzo de la inversión
pública ha sido otro de los grandes ejes sobre los que se ha articulado la
política económica alternativa de las nuevas izquierdas latinoamericanas. Tanto
en Ecuador como en Argentina, Brasil, Bolivia o Venezuela, se ha conseguido un
nivel mayor de crecimiento económico, reorientando principalmente el sistema
productivo hacia la producción de bienes de capital, todo lo cual ha
repercutido en una mayor integración nacional, regional e internacional.
Para el logro —aún con un nivel
insuficiente, pero en absoluto desdeñable— de estos objetivos, las economías
latinoamericanas que han protagonizado procesos de nacionalizaciones han
llevado a cabo una serie de cambios muy complejos. Estos son algunos de los más
relevantes (CEPAL, 2013; García y Pollack, 2004; Etxezarreta, Guridi y Pérez,
2008):
·
El robustecimiento de la capacidad productiva, social y de
inversión del Estado, que ha repercutido en una mayor eficiencia, una menor corrupción
y una mejora de los proyectos de índole económica, ya que estos se han
planificado y seleccionado en función de las necesidades de acumulación
propias.
·
La reorientación no solo la inversión estatal, sino también de
las grandes compañías privadas con el objetivo de lograr una producción a mayor
escala, con una calidad más alta y una mayor productividad del factor trabajo,
principalmente explotando más y mejor aquellos sectores en los que los países
poseen ventajas comparativas, a través de estímulos y regulaciones apropiados. Se
trataba de beneficiarse de las ventajas de las tecnologías más avanzadas y
flexibles para incrementar así la productividad y también la oferta de
productos básicos de alta calidad enfocados tanto al mercado interno como a los
mercados internacionales.
Siguiendo a Etxezarreta et al.
(2008), a diferencia de lo que sucedió en la Gran Bretaña de la primera
Revolución Industrial, la industrialización tardía de los países dependientes,
coloniales y semicoloniales no se ha basado en la innovación tecnológica, sino
justamente en la importación y en la adaptación de tecnologías de procedencia
extranjera (podemos decir, en todo caso, que los procesos de innovación se
basan en el aprendizaje en no pocos países desarrollados). La carencia de
tecnologías innovadoras ha entorpecido el proceso de crecimiento y desarrollo
económico, así como la competitividad de las economías latinoamericanas en
particular y de las dependientes en general (y ello a pesar de la existencia de
bajos niveles salariales y a la gestión deliberada de los tipos de cambio).
Por todo ello, los Estados de
América Latina se han visto forzados a intervenir más en la industrialización
tardía de los países periféricos que lo que tuvieron que hacer los Estados más
poderosos en las experiencias anteriores de desarrollo industrial. Las dos
vertientes fundamentales sobre las que ha pivotado esta intervención
nacional/estatal han sido la adopción de medidas con miras a favorecer la
expansión y la diversificación de la industria así como el
aseguramiento de una transferencia eficaz de la tecnología extranjera y de una
mayor generación de tecnología nacional (Rojas, 2012).
Por otra
parte, se hace evidente una acción más consciente y mejor calibrada en torno al
proceso de concentración y centralización de los mercados que se desarrollan
dentro de todos y cada uno de los países latinoamericanos. No obstante, esto ha
tropezado en ocasiones con el problema del entorpecimiento relativo de la
acumulación de capitales y la creación de ciertas fugas de capital. A pesar de
ello, el fortalecimiento de los pequeños y medianos productores (no
monopolistas) ha sido considerable.
También
se trabajó en la reorganización profunda de todo el sistema financiero y
fiscal, transformando este último en un sistema progresivo (y no regresivo,
como lo era durante el periodo de hegemonía neoliberal); del sistema bancario y
del conjunto de las instituciones financieras y de crédito, haciendo con todo
ello más accesible el crédito para las pequeñas y medianas empresas, tan
importantes en el conjunto de los países de América Latina. Este proceso, si
bien aún está lejos de haberse completado, ha mejorado considerablemente
durante las últimas décadas gracias al proceso de integración ocurrido en la
región.
No escapa
a estos resultados la disminución de la deuda externa que se produjo en la a mayoría
de los países de la región entre 2003 y 2008. Este período, caracterizado por
una fuerte abundancia de liquidez internacional, está relacionado con un
fortalecimiento de la situación financiera exterior gracias a la obtención de
excedentes en la cuenta corriente y a una deuda externa que se mantuvo moderada
y fue inferior al crecimiento del PIB. En concreto, durante la primera década
del siglo XXI se observa una significativa disminución del coeficiente de la
deuda externa que conlleva un considerable incremento de las reservas de
divisas que administran los bancos centrales. Esta tendencia se observa en
Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador y, especialmente, en Venezuela.
El
crecimiento económico, sobre todo entre los años 2003 y 2008, así como la
posibilidad que tienen los Estados de retener una parte de los ingresos
generados por el alza de los precios en las materias primas —por medio de
aranceles al comercio exterior u otras formas de captar la renta—, fueron otros
factores que contribuyeron al fortalecimiento de las finanzas públicas.
Por
último, la puesta a disposición de mecanismos financieros y fiscales ha abierto
nuevos cauces a proporciones cada vez mayores del ahorro interno. Esto se ha
planteado con el propósito de orientar dicho ahorro a la acumulación de capital
productivo, procediendo los Gobiernos de la nueva izquierda latinoamericana a
estatizar o a controlar de manera parcial desde el sector público los resortes
financieros más importantes, los bancos centrales y las políticas monetarias y
financieras básicas. Una gran ventaja de la integración latinoamericana y del
proceso de (re)nacionalizaciones ha consistido precisamente en la consecución
de la estabilidad monetaria y cambiaria, lo que sin lugar a dudas ha impedido
en gran medida la fuga de capitales.
3. Conclusiones:
logros sociales del papel del Estado y las nacionalizaciones en América Latina
durante las dos últimas décadas
El periodo de fuerte crecimiento
económico registrado a partir de 2002 impactó en la disminución promedio del
Índice Gini, que fue de al menos un 1 % al año en el período 2002-2011, lo que
significa un descenso de las desigualdades en la distribución de ingresos. Los
países que registraron las mayores reducciones, con tasas de disminución del
Índice de Gini superiores al 2 %, fueron Argentina, Bolivia, Nicaragua y
Venezuela, constatándose de nuevo un predominio de los países con gobiernos de
izquierda.
También
en este contexto se perciben de manera favorable importantes cambios en la
esfera laboral que indican una mejoría en el nivel de vida de la población, resultado
de políticas estatales orientadas al empleo, así como una mejor atención al
complicado tema de las pensiones y otras importantes áreas asociadas a la
problemática social en estas naciones. En el periodo comprendido entre
2003 y 2012 se percibe un decrecimiento de la tasa de desempleo urbano en
Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela. En todos estos países, excluyendo
a Venezuela, la tasa promedio de desempleo es inferior a la media
latinoamericana, tal y como se aprecia en la Tabla 1.
Tabla 1. Desempleo urbano
Fuente: OIT (2013).
En los países con gobiernos de izquierda que hemos seleccionado se
constata una disminución del desempleo juvenil urbano, lo cual constituye un
componente social importante dirigido a crear condiciones para mejorar el nivel
de vida de la juventud. Por comentar los casos más llamativos, en Argentina el
desempleo juvenil pasó del 35,3 % en el año 2003 al 18,2 %; en 2012 y en Brasil
de 38,2 % en 2003 al 22 % en 2012. También se produjo un descenso importante en
otros países como Bolivia Ecuador y Venezuela. En cambio, en países como Costa
Rica, El Salvador, Honduras, México y Perú no mejoraron las tasas medias
anuales de desempleo juvenil.
En la Tabla 2 se confirma un
crecimiento de la tasa de ocupación en el sector estatal de los países
analizados. Se destaca Venezuela, que creció aproximadamente seis puntos
porcentuales pasando de un 14,8 % en el año 2000 a un 20,5 % en 2012. Le siguen
Argentina (del 16 % en el año 2000 al 17,3 en el año 2012) y Bolivia (del 10,7 %
en 2000 al 12,1% en el 2012). Sin embargo, Ecuador se encuentra por debajo de
la media latinoamericana y Brasil se sitúa al mismo nivel que el conjunto de la
región.
Tabla 2. América Latina: Población ocupada urbana según categoría
ocupacional y sexo. 2008-2012. Ocupación en el sector público
|
2000
|
2008
|
2009
|
2010
|
2011
|
2012
|
América Latina
|
12,9
|
12,7
|
13
|
12,9
|
13,2
|
13,2
|
Argentina
|
16
|
15,2
|
15,6
|
16,1
|
16,8
|
17,3
|
Bolivia
|
10,7
|
9,8
|
11,2
|
12,1
|
|
|
Brasil
|
12,7
|
12,6
|
12,9
|
-
|
13,2
|
13,2
|
Ecuador
|
11
|
10,6
|
10,6
|
12,1
|
11,8
|
11,5
|
Venezuela
|
14,8
|
18,1
|
18,8
|
19
|
19,8
|
20,5
|
Fuente: OIT (2013).
Las políticas dirigidas al sector público por parte de estos
gobiernos se ocuparon con resultados favorables de la protección de la salud y
de la problemática de las pensiones. En la Tabla 3 se muestra que el país que
más ha avanzado en la protección de la salud y en las pensiones en este período
es Ecuador con un crecimiento porcentual de 17,4 % en el sector público, lo
cual confirma toda la labor en estas esferas que se ha realizado en la nación
en tan solo doce años. También se constata como Argentina es el país que se
encuentra por encima de la media latinoamericana y como Brasil se mantiene en
la media latinoamericana, mientras que Ecuador supera la media solo en los años
2011 y 2012.
Tabla 3. América Latina: Población ocupada urbana con protección
en salud y/o pensiones, 2000, 2008-2012 (Porcentajes)
|
2000
|
2008
|
2009
|
2010
|
2011
|
2012
|
América Latina
|
90
|
93
|
94
|
95,8
|
95,
|
94,5
|
Argentina
|
|
94,8
|
95,4
|
95,7
|
95,7
|
96,5
|
Brasil
|
88,6
|
94,3
|
93,8
|
-
|
94
|
92,9
|
Ecuador
|
80,1
|
89,6
|
92
|
92,9
|
96
|
97,4
|
Fuente: OIT (2013).
Con respecto a la tasa de
ocupación urbana, Venezuela es el único país que alcanza una tasa superior a la
media de América Latina y al mismo tiempo muestra un crecimiento de esta tasa
en el período analizado que va del 52,9 % en 2003 hasta el 55,7 % en 2012.
Argentina, y Brasil también exhiben crecimientos, mientras Ecuador y Bolivia
revelan un estancamiento en este rubro.
Por último, una mirada al salario
real mínimo nos revela un crecimiento en Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela.
En Brasil, se pasó del 117,4 en 2003 hasta el 197,5 en 2012 y en Bolivia del 117,0
al 153, 3. Por su parte, en Ecuador, en el año 2003 el salario mínimo fue de
98,4 y en el 2012 de 144,9, mientras que en Venezuela se pasó del 85,1 al 113%
en el mismo período. En cambio, en otros países como México, El Salvador,
Guatemala, Paraguay y República Dominicana los salarios mínimos reales se
mantuvieron estancados a pesar del crecimiento económico que obtuvo América
Latina en todo este período. Así pues, estos datos confirman que los gobiernos
de izquierda contribuyeron a mejorar el bienestar de la población ocupada en el
período analizado, gracias a un crecimiento del salario mínimo.
Todos los resultados alcanzados coincidieron
con uno de los mayores auges en el mercado de materias primas de la historia
moderna. Los gobiernos pudieron ampliar las exportaciones (desde petróleo hasta
soya) y recibieron ingresos extraordinarios que, en la mayoría de los casos, se
gastaron en programas sociales bien diseñados y accesibles. La Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) calcula que entre 2003 y 2012
las economías latinoamericanas crecieron por encima del 4 % anual. Según este
organismo, en la primera década del siglo la pobreza extrema y el hambre se
redujeron a la mitad de los niveles de 1990, el analfabetismo entre los jóvenes
descendió más del 75 %, bajó la mortalidad infantil en dos tercios y cayó a la
mitad el número de personas sin acceso al agua potable.
En este
contexto, la izquierda en el poder ha tenido éxitos extraordinarios, aún más
teniendo en cuenta que los avances en la lucha contra la pobreza y la
desigualdad se han dado en el marco de una economía internacional con bajos
ritmos de crecimiento que, al contrario, aumentó dichas magnitudes. En el
continente más desigual del mundo, cercados por un proceso de recesión profunda
y prolongada del capitalismo internacional, tal como afirma Sader (2016), “los
gobiernos de Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay Bolivia y Ecuador han
disminuido la desigualdad y la pobreza, han consolidado procesos políticos
democráticos, han construido procesos de integración regional independientes de
Estados Unidos y han acentuado el intercambio Sur-Sur”.
Los
resultados mostrados corroboran la idea de que los procesos de nacionalización
y la participación activa del Estado en los gobiernos de izquierda han iniciado
un camino que permite la mejora de las condiciones de la inserción
internacional, la ampliación y la consolidación del desarrollo (dándole
sustentabilidad), la mejora del bienestar de la población, el afianzamiento de
la estabilidad social, la paz y un acercamiento al proceso de integración
latinoamericano. De ahí que la integración tenga que constituirse en un
proyecto económico y político estratégico, siendo la base fundamental para el
mismo el pensar y sentir de manera compartida, conformando una voz solidaria en
áreas sustantivas que posibiliten lograr las metas indicadas anteriormente.
(Rojas 2012).
Por
consiguiente, se constata un acercamiento en torno a la unidad regional lograda
y al crecimiento y desarrollo conseguido en América Latina en estos años del
inicio del siglo XXI hasta los años 2012-2013. En otras palabras, se aprecia
una vinculación entre el desarrollo humano y la integración económica.
Se debe
tener en cuenta que el desarrollo humano es un proceso de ampliación continua
de las opciones de las personas, lo cual se logra ampliando las capacidades del
hombre en todas sus dimensiones. Esta perspectiva implica, así pues, una visión
global de los derechos humanos en todos sus ámbitos: civiles, políticos, económicos,
sociales y culturales. Y es bajo esta conceptualización del desarrollo humano como
debe concebirse cualquier política económica alternativa, pretendiendo
resultados más ambiciosos que el neutro equilibrio macroeconómico, es decir, buscando
la mejora permanente de las condiciones de vida de las mayorías sociales así
como también la consecución de un progreso nacional independiente.
Referencias
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(CEPAL) 2013. http://www.cepal.org/es/datos-y-estadisticas
Pérez,
J. Etxezarreta, E. Guridi, L. (2008). ¿De qué hablamos cuando hablamos de
Economía Social y Solidaria? Nuevas Economías. Ecuador.
Pollack,
M. García, A. (2004). Crecimiento, competitividad y equidad: rol del sector
financiero. Descripción en: Serie financiamiento del desarrollo. CEPAL (Santiago,
Chile) n. 147 noviembre de 2004.
Silva Flores, C.
y Martins, C. (2013). “Nuevos Escenarios para la Integración de América
Latina” Grupo de Trabajo Integración Regional y Unión Latinoamericana,
Editorial Arcis, Clacso, pp. 3-324
Sader, E.
(2016). La crisis de la izquierda latinoamericana. http://www.alainet.org/
Rojas Aravena F. (2012). “La Celac y la integración
latinoamericana y caribeña”. Nueva Sociedad, 240.
Rojas Aravena, F. (2012). “La Celac y la
integración latinoamericana y caribeña. Principales claves y desafíos”. Nueva
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Martínez Fernández
(1989). “El Che y el socialismo”. México, Nuestro Tiempo, 1989.
CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) (2010a), Estudio
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(2010b) Balance preliminar de las economías de América Latina y el Caribe,
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