Revista Nº34 "TEORÍA POLÍTICA E HISTORIA"

 

 

RESUMEN

 

Para comprender la compleja situación contemporánea de América Latina es aconsejable estudiar, aunque sea someramente, la vigencia continuada de normativas relativistas e anti racionalistas en los ámbitos cultural y político. Un posible acceso a estas temáticas consiste en analizar la importancia de corrientes intelectuales favorables al irracionalismo en sus expresiones actuales.

 

ABSTRACT

In order to understand the complex contemporary situation in Latin America it is recommended to study, even in a brief way, the continuity of relativistic and anti-rationalistic rules in cultural and political areas. A possible way to approach to these topics is to analyze the importance of some unreasonableness friendly intellectual ideas.

 

 

El relativismo en la vida intelectual y política.

 

El aporte ambivalente de Michel Foucault

 

    H. C. F.  Mansilla

 

 

 

   Para comprender la compleja situación contemporánea de América Latina es aconsejable estudiar, aunque sea someramente, la vigencia continuada de normativas relativistas e antirracionalistas en los ámbitos cultural y político. Un posible acceso a estas temáticas consiste en analizar la importancia de corrientes intelectuales favorables al irracionalismo en sus expresiones actuales. Hoy en día la más relevante de ellas es el postmodernismo y especialmente el pensamiento de Michel Foucault (1926-1984), cuya influencia no deja de crecer en círculos académicos y universitarios de América Latina[1]. Elementos centrales de esta doctrina, como el relativismo axiológico, han pasado a formar parte del sentido común intelectual latinoamericano, probablemente porque esta opción teórica confirma y consolida prejuicios colectivos que vienen de muy atrás y que son compartidos por distintas tendencias políticas y culturales bajo la modalidad de una notable herencia histórica que se hallaría hoy vulnerada por la modernidad occidental. Muchos escritos favorables a Foucault reiteran lo que hace medio siglo se dijo del marxismo en innumerables variantes: las obras de Foucault representarían los “estímulos para pensar la propia realidad”, la “caja de herramientas” indispensable para abordar los problemas latinoamericanos mediante un enfoque fresco y original[2]. Adicionalmente en este contexto parece útil una crítica del estilo postmodernista, porque este análisis nos puede brindar luces en torno a normativas que siguen vigentes y que se manifiestan en aspectos de contenido político y ético que las líneas predominantes del trabajo intelectual dejan a un lado como elementos formales sin importancia intrínseca.

 

   La influencia del anti-occidentalismo

 

   Los románticos europeos del siglo XIX, pero también los pensadores populistas e indianistas en América Latina del siglo XXI y, en general, los adherentes del postmodernismo han tenido una visión sorprendentemente similar en torno a los resultados fácticos de la modernidad y del racionalismo. Se podría afirmar que en América Latina esta actitud está construida en torno a un anti-occidentalismo conservador, católico, integrista y anticosmopolita, de inclinaciones ruralistas, partidario de revitalizar las costumbres y los credos ancestrales, actitud que ahora adquiere una dirección anti-imperialista y, simultáneamente, un tinte paternalista, favorable al autoritarismo caudillista de las tradiciones populares[3]. Este anti-occidentalismo exhibe, al mismo tiempo, una inclinación anti-imperialista muy vigorosa y popular, pero pasa rápidamente por alto la formación de jerarquías privilegiadas, la existencia de estructuras sociales y mentales de índole antidemocrática y la carencia del Estado de derecho en los regímenes socio-políticos que esta corriente apoya vigorosamente[4]. Este anti-occidentalismo, que debido a su prestigio deja de lado el sentido común crítico, se manifiesta igualmente en la obra de Michel Foucault. Para explicar la relevancia contemporánea de las corrientes relativistas e irracionalistas en América Latina, es imprescindible un breve análisis de los enfoques de Foucault a causa de su enorme influencia sobre todas las tendencias postmodernistas y con motivo de la autoridad intelectual que su obra ejerce en la esfera intelectual del Nuevo Mundo.

 

   La mención del catolicismo integrista puede parecer fuera de lugar en conjunción con corrientes reputadas como progresistas e izquierdistas, pero hay que considerar los argumentos siguientes. El biógrafo más importante y mejor documentado de Foucault, Didier Eribon, enfatiza la posición muy favorable del filósofo ante fenómenos como la necesidad de los mitos y las emociones en la esfera política[5]. En casi toda la obra de Foucault se puede percibir una enérgica contraposición entre la razón, por un lado, y el ámbito de las intuiciones y los sentimientos, por otro. Desde un primer momento Foucault, bajo la influencia de Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche, exhibe su claro desdén por la razón y vuelca sus simpatías hacia la esfera de las pulsiones[6]. Lo opuesto a la razón aparece como lo profundo por excelencia, lo perenne y lo auténtico[7], aunque esta oposición, severa y rígida, entre la capacidad de raciocicio y el campo de los instintos es altamente artificial y arbitraria. Este postulado lleva, por ejemplo, a enaltecer la locura como un camino privilegiado del conocimiento[8]. En América Latina este teorema cuenta con un cierto aprecio. Martin Hopenhayn, en un texto sobre Nietzsche y Foucault, sostiene que la enfermedad y el delirio representarían “la usina de la metamorfosis, el lugar del parto, la combustión requerida para arrojar-afuera (hacer-aparecer) una nueva perspectiva que torna al pensar más expansivo”[9]. De acuerdo a Philipp Sarasin, uno de los intérpretes más lúcidos de Foucault, este último tendía a igualar la libertad del sujeto con la posibilidad de la locura, la cual constituiría el lugar de la verdad para los seres humanos y la forma de su autonomía más radical[10]. Los excesos, la marginalidad y el delirio representarían, por consiguiente, formas aceptables de una vida auténtica. La Ilustración habría sido ante todo un modelo de una sociedad disciplinaria entre otros. Si la locura es la expresión más radical de la libertad del sujeto – que así se eximiría de las constricciones de la razón, de las leyes del habla y de la prisión de la ética –, entonces esta suposición nos conduciría a una arbitrariedad liminar de los asuntos históricos, morales y políticos y, por consiguiente, nos llevaría a poder afirmar con la consciencia tranquila cualquier cosa sobre cualquier cosa. A estos postulados subyace la concepción foucaultiana de que el sujeto y el ser humano han muerto. Al mismo tiempo esta doctrina conlleva a priori una desvalorización de todas las construcciones racionalistas destinadas al plano político-institucional y un rechazo del universo liberal-democrático de las normas sociales. Foucault siempre se mantuvo firme en su desprecio por valores y procedimientos asociados a la democracia pluralista moderna, es decir en su rechazo de uno de los productos relativamente más aceptables de la tradición occidental[11].

 

   Aplicado a América Latina todo esto es importante a causa de poderosas tradciones culturales, que paradójicamente han sido reforzadas por movimientos progresistas e intelectuales izquierdistas. Hay que consignar que en el curso de la historia cultural de América Latina las distintas variantes del racionalismo y del liberalismo nunca fueron bien acogidas. Esta situación se mantiene hasta hoy. El historiador Richard M. Morse tenía una opinión distanciada frente al liberalismo racionalista, pero sostenía que, en general, la cultura política latinoamericana tolera la libertad individual sólo como sometimiento bajo un Estado fuerte que posee el monopolio de la justicia. Ello sucede porque la cultura política del Nuevo Mundo sigue siendo básicamente católica, aún entre sus detractores ateos[12]. Las consecuencias práctico-políticas de la modernidad racionalista y liberal no han sido aceptadas del todo en el ámbito latinoamericano, donde esta modernidad sigue produciendo una especie de alergia colectiva. El ejercicio efectivo de la racionalidad y de las libertades políticas y los derechos humanos nunca ha sido algo bien visto por la colectividad de intelectuales. Francisco Colom ha postulado la tesis de que los diferentes modelos sociales en América Latina han preservado un poderoso cimiento que puede ser caracterizado como católico, antirracionalista, antiliberal y proclive a la integración de todos en el conjunto preexistente. Por ello las sociedades latinoamericanas siempre se organizan y reorganizan según principios orgánico-jerárquicos y anti-individualistas[13].

 

   Hay que recordar, por otra parte, que todo el espacio hispanohablante no conoció hasta el siglo XIX una discusión académica con repercusiones públicas en torno a las libertades individuales y políticas como fue lo usual en Europa Occidental a partir del Renacimiento. Un personaje como Erasmo de Rotterdam no pudo surgir en un mundo signado por el autoritarismo y el dogmatismo. Esta mención de Erasmo, el campeón del libre albedrío individual y de las decisiones racionales de la consciencia, no es arbitraria. En un orden básicamente colectivista y contrario a la discusión racional de asuntos públicos, donde lo primordial han sido las pulsiones sociales y las emociones colectivas, los valores positivos de orientación han estado centrados en torno a la dignidad e identidad grupales, la justicia social, la autonomía con respecto a otros centros de poder, el respeto a las jerarquías tradicionales y la preservación de las convenciones y rutinas prevalecientes. Son valores difíciles de definir argumentativamente, pero intuidos con mucha emoción por los estratos populares. El modelo colonial español prestaba poca atención a libertades públicas y derechos humanos, que pudiesen haber sido exigidos al Estado por individuos concretos en situaciones específicas. En lo fundamental este contexto axiológico se ha mantenido hasta el presente en América Latina. Esta atmósfera, de la que también salió también la mayoría de los pensadores del siglo XX, fue calificada por Pablo Stefanoni como el “magma antiliberal”[14]. En este contexto los teoremas centrales del postmodernismo y los de Michel Foucault han sido muy bien recibidos.

 

   En el ámbito andino, por ejemplo, muchos intelectuales se consagran ahora, olvidando las lecciones de Karl Marx[15], a revitalizar el poder de la intuición, la sabiduría profunda de las tradiciones y la verdad auténtica que reside en las emociones y las corazonadas, fenómenos que presuntamente habrían resistido incólumes el paso del tiempo y las agresiones del imperialismo cultural. Frente a la razón instrumental, a la cual se le atribuye ahora un origen exclusivamente “occidental” y unas consecuencias estrictamente negativas, en el área mencionada se intenta revalorizar la memoria afectiva de las comunidades indígenas, especialmente la dimensión contenida en las vivencias silenciadas de las mujeres y en su sapiencia ancestral, para así edificar un orden social más humano y ecológicamente más duradero. Los agravios de vieja data son evocados con emoción y hasta con nostalgia, utilizando una metodología – las intuiciones y las corazonadas como una vía legítima de acceso al conocimiento filosófico y sociológico – que con los años se ha transformado en un instrumento muy difundido en el seno de los estudios postmodernistas y relativistas[16]. La voluntad en pro de una identificación inmediata con el sufrimiento colectivo, basada en un impulso emotivo, es decir: noble, profundo, auténtico, desinteresado, emerge entonces como la precondición necesaria para el auténtico conocimiento del orden social[17]. Tenemos, por consiguiente, que analizar los motivos por los cuales formas muy refinadas de irracionalismo se han difundido tan rápida y profundamente en las comunidades intelectuales del Nuevo Mundo.

 

Las similitudes con el romanticismo

 

   Durante el siglo XIX brotaron diversas tendencias proclives al pesimismo histórico y al relativismo axiológico, como una reacción plausible a una larga época dominada por el idealismo racionalista y el optimismo evolutivo. Los representantes más ilustres de esta corriente fueron Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche. Los méritos y logros asociados al pensamiento de Nietzsche (1844-1900) son sólidos y bien conocidos[18]. Basta mencionar, por ejemplo, su esfuerzo indeclinable por descubrir la voluntad de poder en los más diversos actos del intelecto: detrás de los ideales de objetividad de los científicos y por debajo detrás de las aspiraciones de rectitud de la moral universalista se ocultarían los imperativos de la autoconservación y los designios del poder desnudo. Después de Nietzsche no podemos retroceder a aquel estadio ingenuo que trata de ignorar los nexos que frecuentemente se dan entre la voluntad de dominar, las construcciones racionalistas y los preceptos éticos. Pero: la filosofía nietzscheana, heredera del romanticismo vitalista de aquel siglo, también contribuyó a crear o por lo menos a intensificar un impulso emotivo favorable a soluciones políticas radicales y a inclinaciones nacionalistas y socialistas que desdeñan el análisis racionalista de sus propias metas normativas y de sus bases teóricas[19]. Hay que criticar, entonces, ese impulso que sigue vivo en el presente. En los primeros tiempos de la Unión Soviética Stefan Zweig creyó descubrir ese entusiasmo irracional – tan reacio a ponerse a cuestionamiento – en los creyentes jóvenes que adoraban el socialismo[20], entusiasmo que poco antes también posibilitó y acompañó a la Primera Guerra mundial y que Zweig describió así:

“Aquella marejada inundó a la humanidad con tal precipitación que, cubriendo la superficie con su espuma, elevó con fuerza a flor de piel los impulsos primitivos inconscientes y los instintos del animal humano; dejó en libertad eso que Sigmund Freud llamaba tan meditadamente ‘la repugnancia por la cultura’, el anhelo de librarse alguna vez del mundo burgués y de las leyes que este les imponía, para dar rienda suelta a los atávicos instintos de la sangre. Acaso esas potencias oscuras tenían parte también en aquella embriaguez salvaje, en la que todo se confundía – el deseo de inmolarse y el alcohol, el gusto de la aventura y la pura buena fe, la vieja magia de las banderas y de las palabras patrióticas – en aquella embriaguez de millones de hombres, siniestra, casi imposible de describir con palabras, que por un instante dio al crimen máximo de nuestra época un ímpetu feroz y casi arrebatador”[21].

 

    Esta inclinación romántica se encuentra también en la obra de Martin Heidegger, uno de los grandes inspiradores del postmodernismo, en su crítica de la técnica y sobre todo de su desmesura[22], crítica que ha servido de inspiración a la Escuela de Frankfurt y a innumerables  tendencias afines, que – con todo derecho – impugnan los excesos y las alienaciones del orden industrial moderno. Pero: una de las principales carencias de ese irracionalismo romántico, que ahora se encuentra tan difundido en América Latina, consiste en el desinterés por precisar las metas políticas a largo plazo y en el carácter confuso de los paradigmas que los pensadores relativistas suelen enaltecer[23]. Por ello es imprescindible una mención crítica del paradigma foucaultiano, que, a su vez, está derivado directamente del nietzscheano. De acuerdo a casi todas las corrientes del relativismo postmodernista, sería ingenuo el buscar un sentido y un fin al desarrollo histórico. La mera casualidad y la lucha incesante de todos contra todos serían el principio y el fin de la evolución humana. La guerra aparece entonces como la causa de todas las cosas, pero esta constatación nietzscheana y foucaultiana, anticipada por Thomas Hobbes y muchos otros pensadores (entre ellos Schopenhauer), es realizada sin distancia crítica y sin intención analítica, más bien como una exaltación algo candorosa de la misma, como si no hubiera habido una amplísima discusión de esta doctrina por lo menos desde los tiempos del propio Hobbes. La historia resulta así la crónica de conflictos sin solución y sin síntesis. Intelectuales progresistas de hoy pasan deliberadamente por alto los aspectos abierta y francamente antihumanistas de la obra nietzscheana[24]particularmente de sus últimos escritos, consagrados a justificar por cualesquiera medios la consecución de una “gran política”, cuya realización pudo entreverse en los proyectos de destrucción masiva del siglo XX[25].

 

   Prima facie uno de los fundamentos de la filosofía de Foucault es muy razonable: todo modelo de una verdad singular resulta para Foucault ahistórico y descontextualizado de sus condiciones propias. Su pensamiento propio es agonal, aunque parezca amorfo; no quiere ser un argumento mejor, sino tratar de pensar simultáneamente lo otro, lo contingente, lo no dicho[26]. Pero simultáneamente los pensadores postmodernistas y especialmente Michel Foucault han dado continuidad y nuevo lustre a uno de los aspectos más convencionales e irracionales de las teorías de Schopenhauer y Nietzsche. La voluntad de poder es percibida como la principal fuerza que mueve el mundo, en cuanto el único impulso fehacientemente identificable. Para Nietzsche el poder se constituye como una tendencia permanente a la expansión e intensificación. Su naturaleza altamente dinámica se orienta a lo infinito e indeterminado y, por lo tanto, nunca conoce ni pausa ni reposo. Un fenómeno de este tipo no puede ser aprehendido o registrado empíricamente. Influido explícitamente por Nietzsche, en 1940 Martin Heidegger señaló que el “poder mismo” no requiere de metas; la “esencia metafísica del poder” está tan exenta de objetivos como la totalidad del ser está libre de toda valoración[27]. Karl Jaspers, al criticar este pasaje, aseveró que la vigorosa energía heideggeriana en la descripción del poder resulta ser solipsista, ciega, sin amor y sin fantasía, y la severa y firme determinación del mismo sería intensa, pero desesperada[28].

 

   Como dice Volker Gerhardt[29], el ejercicio del poder tiene que estar vinculado a una meta discernible; en caso contrario se transforma en algo sin contenido. El postulado nietzscheano, en cambio, abre la puerta al irracionalismo en muchas variantes. Como se trata de un instinto oscuro y ciego, impredecible e intempestivo, y no una tendencia mitigada por la ética y auxiliada por la razón, este impulso vital puede estar asociado positivamente a cualquier ocurrencia y, sobre todo, a cualquier arbitrariedad y crimen; conforma una parte central del decisionismo político[30]. Foucault y los postmodernistas comparten la concepción de que hay muchos cuerpos y, por consiguiente, variadas configuraciones entre ellos e innumerables poderes. Estas configuraciones no requieren de ningún orden o concierto justificados lógica o razonablemente, pues la razón es un simple órgano del cuerpo. Ante la multiplicidad inconmensurable y la legitimidad primaria de los cuerpos-poderes, las teorías asociadas al racionalismo clásico que podrían ser la fuente de constitución y crítica de un posible ordenamiento racional de la sociedad aparecen como ingenuas.

 

   No se puede pasar generosamente por alto la significativa cercanía de estos teoremas, derivados y casi copiados de la doctrina de Nietzsche, con respecto a los “filósofos” del nazismo alemán (Alfred Baeumler, Ernst y Heinrich Forsthoff y Ernst Krieck[31]), aunque estos ideólogos siempre sintieron un notable recelo contra Nietzsche a causa de los ataques de este último al antisemitismo y al pangermanismo[32]. Baeumler, al igual que Foucault, rescató la idea nietzscheana de la existencia primaria de los cuerpos en lucha y de su contingencia liminar (no hay entonces ningún sentido racional ni tendencia histórica discernibles por medio de operaciones intelectuales); interpretó a Nietzsche como uno de los padres fundadores del antihumanismo y de la lucha perenne de las “unidades concretas” (individuos y naciones) entre sí[33]. El peligro que se deriva de esta posición teórica es más o menos obvio y representa algo que los pensadores postmodernistas evitan sintomáticamente tratar. Si se presupone que la historia es la lucha inmisericorde de los más aptos (o los más astutos), se puede llegar fácilmente a la aceptación de que la evolución del ser humano es una crónica de casualidades y arbitrariedades, un decurso irracional, donde triunfa generalmente el más fuerte. Y entonces habría que aceptar ciega o cínicamente el orden imperante en un momento dado, porque su prevalencia indicaría sólo dónde es visible la voluntad de poder, quién es el triunfador del instante, cuál corriente ha conseguido la victoria de la ocasión.

 

   Michel Foucault y los dilemas del irracionalismo en la praxis

 

   Para aquilatar los elementos irracionales en el enfoque foucaultiano[34], podemos adelantar la siguiente hipótesis. Mediante el uso generoso de exageraciones, hipérboles y paradojas, Foucault no hizo justicia a lo positivo de la modernidad cultural, restó importancia a lo rescatable de las teorías e instituciones racionales en variados campos (desde el derecho hasta la protección ecológica) y no comprendió los aspectos democráticos de la esfera política. El desinterés por la esfera político-jurídica condujo también a los miembros del primer periodo de la Escuela de Frankfurt y a Foucault a un desconocimiento proverbial de los mecanismos político-institucionales. Al mismo tiempo este déficit de lo político[35] promovió una notable construcción teórica, una amalgama de logos, violencia y poder: la crítica totalizadora de la razón que Theodor W. Adorno y Max Horkheimer edificaron desde mediados del siglo XX. Esta doctrina, pese a su brillantez conceptual y estilística, contiene manifiestas exageraciones e inexactitudes y exhibe notables similitudes con el enfoque que los postmodernistas y Foucault concibieron posteriormente. No es de extrañar que Foucault y otros notables intelectuales a la moda del día apoyasen de manera entusiasta en la década de 1970 a sectas maoístas (por ejemplo: la Gauche Prolétarienne) y a revistas de esa corriente (como La cause du peuple); tanto estos partidos como los periódicos correspondientes se destacaron por un radicalismo verbal muy agresivo, a momentos abiertamente terrorista. Estos libertarios de clase media y mentalidad totalitaria – cuyo paradigma de comportamiento es precisamente Foucault – modificaban a menudo sus opiniones, pero se molestaban si alguien osaba mostrar y analizar esas incongruencias[36]. Por lo demás: los hechos históricos, ya en vida de Foucault, desautorizaron las interpretaciones de este autor.

 

   El rechazo de la moderna democracia institucionalizada y el fomento de un anarquismo individualista radical constituyen, empero, operaciones muy complejas y llenas de sorpresas. La celebración apasionada de la voluntad de poder, que a primera vista parece un fenómeno juvenil, dinámico y hasta simpático, ha sido utilizada para legitimar regímenes totalitarios, pues esta tendencia anula los fundamentos de toda ética humanista y de los esfuerzos racionalistas para comparar entre sí y evaluar los ordenamientos socio-políticos. Ejemplo de ello es la defensa acrítica que Foucault realizó de la Gran Revolución Cultural Proletaria (1966-1976 en la China) y de la Revolución Islámica en Irán a partir de 1978[37]. Y entonces, frente al enaltecimiento de la voluntad de poder, no tendríamos criterios fiables para estudiar y menos para detener las innumerables consecuencias asociadas a este fenómeno. Ello es lo que genera uno de los aspectos inaceptables en la obra de Nietzsche y Foucault. La crueldad, por ejemplo, sería una de las más antiguas alegrías festivas de la humanidad. En la política, en la vida privada e íntima y en todo lugar esto resulta altamente peligroso, sobre todo a la vista de las consecuencias ya experimentadas en el siglo XX. El corolario que se desprende de esta teoría es terrible: la pura inmediatez adquiere una dignidad ontológica superior a la consciencia[38]. Paradójicamente la polémica de Nietzsche y Foucault contra la consciencia (en cuanto un estado personal enfermizo e imperfecto), contra el humanismo[39] (convencional o no) y, en el fondo, contra la individualidad y el proceso de individuación, sólo puede brotar de unas consciencias altamente reflexivas que se observan y critican a sí mismas con la lucidez del más refinado raciocinio.

 

   Si la razón en sí misma y como totalidad está infectada de irracionalismo, si toda ella sufre bajo el hechizo de la regresión perenne, es ilógico pensar que la razón pueda esclarecerse y analizarse a sí misma[40]. Aquí se daría una situación sin salida, una aporía insalvable. Sigmund Freud y otros pensadores ya habían señalado que la constitución del sujeto pensante y consciente de sí mismo no está alejada de la conversión del sujeto en un súbdito de los poderes establecidos e irracionales. La eliminación del sujeto – aunque todo esto sea una ficción literario-filosófica – puede conducir al postulado de una historia humana sin sujetos, idea que no fue extraña a Foucault[41]. Pero también hay que considerar otra posibilidad. Todos estos factores el elemento de la exageración en Foucault, un estilo cercano a un aforismo perpetuo y la edificación premeditada de aporías y autocontradicciones pueden ser estimados como una intención didáctica: desprenderse de la pesadez de lo fáctico, enfatizar los extremos sólo para mostrar su unilateralidad, provocar un exceso de significaciones para que el lector reaccione con una reflexión consciente. En la sucesión de Schopenhauer y Nietzsche, el gran mérito de Foucault es habernos recordado que la razón y la sinrazón permanecen juntas, que ambas constituyen las dos caras de un mismo fenómeno[42]. Se trata, evidentemente, de la muy loable intención de desenmascarar las pretensiones indebidas del humanismo y del racionalismo, la complicidad de la Ilustración con las prácticas disciplinarias que desde entonces son usuales en el mundo occidental.

 

   El uso exorbitante del concepto del poder lleva, sin embargo, a un resultado paradójico. Algo similar sucede cuando Foucault y otros autores utilizan calificativos como burgués, fascista e imperialista de modo inflacionario, calificativos que pierden entonces toda eficacia explicativa. Se puede decir que la teoría foucaultiana del poder debe ser calificada de conservadora y afirmativa porque sostiene una dilución general de los centros del poder y así consigue, en el fondo, restar importancia a las genuinas concentraciones de poder político y volverlas inofensivas. Es sintomática la simpatía neoliberal por las ideas de este pensador, sobre todo en la academia norteamericana[43]. No se podría, por ejemplo, conquistar el poder a la manera tradicional, porque ya no existirían esos “centros del poder”, sino a lo sumo redes, abiertas y de uso general, y la eficacia del poder sería ubicua y profunda, pero totalmente diseminada[44].

 

   Lo que el estilo revela sobre el contenido

 

   En líneas generales la teoría foucaultiana resulta difícil de referir, pues su carácter retórico y gelatinoso impide una reconstrucción breve y acertada[45]. No hay duda de la profundidad y originalidad de muchas de las aseveraciones de Foucault, especialmente en terrenos específicos e investigaciones históricas (el campo de lo micrológico[46], por ejemplo), pero en su conjunto es una doctrina difusa, carente de una perspectiva clara de aplicación y falta de una base normativa discernible, sobre todo para distinguir, por ejemplo, entre un poder totalitario y un gobierno aceptable, distinción a la que no podemos renunciar. La libertad no puede ser lo mismo que la opresión, ni esta temática debe ser reducida a un problema semántico. Precisamente en la praxis política Foucault no nos brinda ningún criterio para resistir formas totalitarias y autoritarias de dominio. Bajo ningún concepto se pueden aceptar las ocurrencias de que la libertad sólo existe como transgresión y que un Estado de Derecho constituye un modelo sutil de despotismo. Como se sabe, estas ocurrencias foucaultianas que son vistas ahora como el genuino aporte de una mente original y a la altura de la matizada sensibilidad contemporánea sólo han servido para aumentar la popularidad de los escritos de Foucault, aunque hoy se escuchan voces que afirman que este pensador era el gran teórico de la disciplina y la regulación sociales en la etapa llamada fordista por los neomarxistas y que Foucault ya no tendría vigencia en la época de la globalización y la flexibilización[47].

 

   Los escritos foucaultianos hablan de contextualismo y de la vida en plural; en ellos lo particular posterga lo general y la existencia cotidiana desplaza la moralidad y la teoría a un rincón insignificante. Pero esta inclinación a censurar las generalidades está llena de enunciados de índole universalista y uniformadora; no es casualidad que la crítica de todo método disciplinario termine en la apología de lo existente, como asevera Jürgen Habermas[48]. La relevancia y el sentido de la crítica de la sociedad disciplinaria quedan entonces en el aire. Las obras de Foucault están llenas de generalizaciones inaceptables porque no tienen una base empírica o documental realmente seria[49]; son aceptadas hoy por el mundo académico latinoamericano porque corresponden a los prejuicios de innumerables intelectuales y porque están expresadas en un brillante estilo retórico. Un estudio muy favorable a Foucault sostiene que el éxito de este catedrático se debía a la “música de su estilo”[50] y no tanto al contenido específico de sus exposiciones.

 

   Por otra parte,  Foucault tendía a sobrevalorar lo arcaico, trágico y oscuro, lo onírico, exótico y prohibido; estaba indudablemente al lado de las grandes corrientes de moda, las preferencias juveniles y las inclinaciones simbólicas (e inofensivas) a la transgresión de todo, pero no es probable que haya creado una teoría perdurable en filosofía y ciencias sociales. A momentos Foucault aparece como nominalista y positivista, pero también como decisionista y voluntarista; nunca como racionalista. El conocido filósofo Michael Walzer calificó la obra de Foucault como retórica, altamente contradictoria, nihilista, superficial, inconsistente, plena de poses y frases y sin base sólida[51]. El gran historiador alemán Hans-Ulrich Wehler sostuvo que la teoría de Foucault era frívola, difusa, llena de odio, carente de responsabilidad y radical antinormativista, frecuente sólo en los medios académicos norteamericanos[52].

 

   Sin  duda alguna Foucault poseía una inteligencia descollante y facultades organizativas sobresalientes. Su elocuencia era simplemente excepcional[53]. Pero, como menciona Didier Eribon en base a hechos documentados, Foucault podría ser calificado también de agresivo, egocéntrico y rencoroso en alto grado. Era igualmente un consumado maestro en el arte del efectismo[54]. Poseía asimismo la inclinación a servirse de autores y obras de carácter esotérico y enigmático y practicaba a menudo un estilo dramático, sobre todo cuando predicaba enfáticamente certezas sobre la incertidumbre[55]. Sus escritos están llenos de expresiones de carácter general y universal que  niegan la existencia y la legitimidad de reglas generales y fenómenos universales. Paul Veyne asevera que no se puede identificar a Foucault con su estilo exorbitante, ya que la obra de este autor sería, en el fondo, muy sutil, precisa y diferenciada, ideal para penetrar en una realidad profunda[56]. Pero no se puede pasar por alto que el contenido de los libros foucaultianos es a menudo confuso, pero altisonante. Todo esto no disminuye el valor de su obra, pero ayuda a comprender las causas de su popularidad entre intelectuales latinoamericanos. Aquí hay que señalar adicionalmente que el estilo literario de la mayoría de los autores postmodernistas tiene un carácter operístico y ampuloso, que produce entre los ingenuos la impresión de una gran erudición y una encomiable pluralidad.

 

   Coda provisional

 

   En este contexto puede ser útil una referencia de Mario Vargas Llosa:

“No es arbitrario citar el caso paradójico de Michel Foucault. Sus intenciones críticas eran serias y su ideal libertario innegable. […] Su caso es paradigmático: el más inteligente pensador de su generación tuvo siempre, junto a la seriedad con la que emprendió sus investigaciones en distintos campos del saber – la historia, la psiquiatría, el arte, la sociología, el erotismo y, claro está, la filosofía –, una vocación iconoclasta y provocadora […] que a ratos se volvía mero desplante intelectual, gesto desprovisto de seriedad. También en esto Foucault no estuvo solo, hizo suyo un mandato generacional que marcaría a fuego la cultura de su tiempo: una propensión hacia el sofisma y el artificio intelectual. [/] Es otra de las razones de la pérdida de ‘autoridad’ de muchos pensadores de nuestro tiempo: no eran serios, jugaban con las ideas y las teorías como los malabaristas de los circos con los pañuelos y palitroques, que divierten y hasta maravillan pero no convencen”[57].

 

   François Furet calificó a los pensadores franceses de la segunda mitad del siglo XX como “ingeniosos, talentosos, llenos de ideas, pero desprovistos de un alma e indiferentes a la verdad”[58]. En otro texto Vargas Llosa llama la atención sobre el “amiguismo mafioso”, la “artificialidad”, el “esoterismo” y la “retórica cada vez más incomprensible e insulsa”[59] de los intelectuales franceses más famosos, lo cual llevaría al suicidio del humanismo. Esta filosofía profundamente burguesa, que intenta desesperadamente parecer como antiburguesa, es lo opuesto a lo que necesitamos hoy: “la nostalgia de una vida intelectual creativa y responsable, que ayude a ver claro aquello que parece confuso y en la que las ideas rivalicen y jueguen un papel central en la búsqueda de soluciones para los escalofriantes problemas que enfrenta el mundo de hoy”[60]. A pesar de su simpatía por las corrientes postmodernistas, Adolfo Vásquez Rocca anotó acertadamente: “La filosofía francesa de los dos últimos tercios del siglo pasado ha ido progresivamente afinando su gusto por una solemne frivolidad. Asumió el tono declamatorio de quien describe el Apocalipsis y el hábito singular de los virajes intelectuales hacia cualquier rumbo en el mejor estilo de la moda y sus pasarelas femeninas”[61].

 

   Esta inclinación a la frivolidad y oscuridad eruditas  tiene una larga tradición en el mundo occidental; aquí mencionaré solamente a Walter Benjamin a causa de su relevancia dentro de la producción latinoamericana en teoría social, puesto que es percibido como el gran inspirador de un enfoque original, diferente e indispensable para “abordar otras formas de conocimiento”[62]. Theodor W. Adorno aseveró, en un brillante texto, que Benjamin no irradiaba “inmediatez y calor humanos”[63] en el sentido convencional; su pensamiento – como el de los jugadores –  habría abandonado toda apariencia de seguridad como la que brindan los procedimientos lógicos. Sólo la tristeza sería la garantía de su verdad[64]. Pero al mismo tiempo Benjamin, al igual que Nietzsche, consolidó una tradición intelectual que puede ser descrita como radicalismo sin contenido[65] e inclinación a la nebulosidad, al esoterismo, a lo misterioso y a las expresiones confusas[66]. En palabras del propio Benjamin: “El método es el rodeo”[67], y: “En las cosas importantes hay que ser siempre radical, pero nunca consecuente”[68]. La indudable ventaja de este tipo de argumentación es que puede ser utilizada para sostener o negar cualquier tesis, brindando la impresión de gran originalidad y sabiduría profunda.

 

    Sigmund Freud (1856-1939) consagró su vida a luchar contra los prejuicios, las ilusiones y las necedades de los seres humanos, sabiendo que estas constituyen una enfermedad incurable de los mismos[69]. Pero él analizó y criticó los dilatados fenómenos de irracionalidad utilizando conceptos y procedimientos provenientes del racionalismo, esperando que las fuerzas de la razón puedan ganar terreno sobre las locuras colectivas[70]. Esta es la gran diferencia en comparación con todas las corrientes postmodernistas.



[1]   Sobre la influencia del postmodernismo en América Latina cf. entre muchas otras obras: Tomás Abraham (comp.), Foucault y la ética, Buenos Aires: Letra Nueva 1992; Marcos Cueva Perus, Los archipiélagos: espacios, tiempos y mentalidades en América Latina, México: UNAM 2006, especialmente p. 42; Tomás Abraham (comp.), El último Foucault, Buenos Aires: Sudamericana 2003.

 

[2]   Cf. por ejemplo: Santiago Castro-Gómez, Michel Foucault y la colonialidad del poder, en: TABULA RASA (Bogotá), Nº 6, enero-junio de 2007, pp. 153-172; Esther Díaz, La filosofía de Michel Foucault, Buenos Aires: Biblos 2005; Óscar Terán (comp.), Michel Foucault. El discurso del poder, Buenos Aires: Folios 1983.

 

[3]   Ian Buruma / Avishai Margalit, Occidentalism. The West in the Eyes of Its Enemies, New York: Penguin Press 2004.

 

[4]   Para el caso ruso de los intelectuales del siglo XIX, especialmente para los eslavófilos que detestaban la civilización europea – sin conocerla adecuadamente –, Isaiah Berlin señaló que su anti-occidentalismo estaba edificado sobre un fondo de ignorancia y arrogancia y sobre un “feroz anti-intelectualismo”. Isaiah Berlin, Pensadores rusos, México: FCE 1980, p. 546.

 

[5]   Didier Eribon, Michel Foucault. Eine Biographie (Michel Foucault. Una biografía), Frankfurt: Suhrkamp 1999, p. 277.

 

[6]    Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, Bogotá: FCE 1998, passim, especialmente p. 21 y siguientes; Michel Foucault, Vigilar y castigar, Madrid: Siglo XXI 1992, p. 33 y siguientes.

 

[7]   Sobre “lo otro” con respecto a la razón cf. la discusión en: Didier Eribon, op. cit. (nota 5), pp. 177, 188, 231-235, 277.

 

[8]   Cf. los testimonios poco conocidos (y muy elocuentes) que menciona Didier Eribon, ibid., pp. 232-235.

 

[9]   Martin Hopenhayn, Después del nihilismo. De Nietzsche a Foucault, Santiago de Chile / Barcelona: Andrés Bello 1997, p. 188. Cf. también ibid., p. 124, 181.

 

[10]   Philippe Sarasin, Michel Foucault zur Einführung (Introducción a Michel Foucault), Hamburgo: Junius 2016, p. 39.

 

[11]   Para un resumen de las críticas tempranas dirigidas a Foucault (por ejemplo desde Jean-Paul Sartre hasta Jacques Derrida), que subrayan el carácter ahistórico de sus análisis y su incomprensión del racionalismo cartesiano, cf. Didier Eribon, op. cit. (nota 5), pp. 190-191, 254.

 

[12]   Richard M. Morse, El espejo de Próspero. Un estudio de la dialéctica del Nuevo Mundo, México: Siglo XXI 1982, pp. 84-85, 114.

 

[13]   Francisco Colom González, La tutela del "bien común". La cultura política de los liberalismos hispánicos, en: Francisco Colom González (comp.), Modernidad iberoamericana. Cultura, política y cambio social, Madrid: Iberoamericana / Vervuert / CSIC 2009, pp. 269-298, aquí pp. 291-292.

[14]   Pablo Stefanoni, Los inconformistas del Centenario. Intelectuales, socialismo y nación en una Bolivia en crisis (1925-1939), La Paz: Plural 2015, pp. 16, 20, 84-85, 184, 258-264, 328-330, 345.

 

[15]   Umberto Melotti, Marx y el Tercer Mundo, Buenos Aires: Amorrortu 1974.- Sobre esta temática cf. la obra precursora: Emanuel Sarkysianz, Russland und der Messianismus des Orients (Rusia y el mesianismo oriental), Tübingen: Mohr-Siebeck 1955, p. 7, 138, 168.

[16]   Cf. Patricio Guerrero, Corazonar: una antropología comprometida con la vida. Mirada desde Abya-Yala para la descolonización del poder, saber y del ser, Quito: Abya-Yala 2010; Claudia Zapata (comp.), Intelectuales indígenas piensan América Latina, Quito: UASB / Abya-Yala 2007; Luz María de la Torre, Un universo femenino en el mundo andino, Quito: Fundación Hanns Seidel 1999.

 

[17]   Como se asevera en un brillante ensayo, estas identificaciones fáciles no permiten a los autores postmodernistas percibir las tensiones y jerarquías existentes dentro de los pueblos indígenas que ellos tienden a enaltecer de manera irrestricta. Cf. Mercedes Prieto / Verónica Guaján, Intelectuales indígenas en Ecuador: hablan y escriben mujeres kichwas, en: NUEVA SOCIEDAD (Buenos Aires), Nº 245, mayo-junio de 2013, pp. 136-148, aquí p. 145.

 

[18]  Cf. los retratos intelectuales bien logrados: Volker Gerhardt, Friedrich Nietzsche, Munich: Beck 2010; Günter Figal, Nietzsche. Eine philosophische Einführung (Nietzsche. Una introducción filosófica), Stuttgart: Reclam 1999; Werner Ross, Der ängstliche Adler. Friedrich Nietzsches Leben (El águila temerosa. La vida de Friedrich Nietzsche), Munich: dtv 1984.

 

[19]   Para concepciones actuales de la obra nietzscheana diferentes de la presentada en este texto, cf. Michel Foucault, Nietzsche, la genealogía, la historia, Valencia: Pre-Textos 2000; Fernando Savater, Conocer Nietzsche y su obra, Barcelona: Dopesa 1997; Gianni Vattimo, Introducción a Nietzsche, Barcelona: Península 1996; Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía, Barcelona: Anagrama 1986.

[20]   Stefan Zweig, El mundo de ayer, México: Porrúa 2008, p. 247.

 

[21]   Ibid., p. 159.

 

[22]   Martin Heidegger, Einführung in die Metaphysik (Introducción a la metafísica) [1935], en: Martin Heidegger, Gesamtausgabe (Edición completa), Frankfurt: Vittorio Klostermann 1975-2015, vol. 40, pp. 40-41; Martin Heidegger, Beiträge zur Philosophie (Vom Ereignis) (Aportes a la filosofía [Sobre el evento]), en: ibid., vol. 65, p. 98, 124.- Sobre este punto cf. Manfred Geier, Martin Heidegger, Reinbek: Rowohlt 2005, pp. 107, 114-115, 128.

 

[23]   Entre las obras más importantes de esta tendencia se hallan: Ernesto Laclau, La razón populista, Buenos Aires: FCE 2008; Chantal Mouffe, La paradoja democrática, Barcelona: Gedisa 2003; Ernesto Laclau / Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, Madrid: Siglo XXI 1987.- Cf. también: Simon Critchley / Oliver Marchart (comps.), Laclau. Aproximaciones a su obra, México: FCE 2008.

[24]   Martin Hopenhayn, op. cit. (nota 9), pp. 245-274.

[25]   Cf. el instructivo ensayo de Hans Maier, Gewaltdeutungen im 19. Jahrhundert (Interpretaciones de la violencia en el siglo XIX), en: Hans Maier (comp.), Wege in die Gewalt. Die modernen politischen Religionen (Sendas a la violencia. Las religiones políticas modernas), Frankfurt: Fischer 2002, pp. 54-69, especialmente pp. 64-65, 69.

 

[26]   Leo Farwick, Foucault oder: Was das subjektlose Denken vom Intellektuellen übrig liess (Foucault o: lo que el pensar sin sujeto dejó incólume del intelectual), en: Thomas Jung / Stefan Müller-Doohm (comps.), Fliegende Fische. Eine Soziologie des Intellektuellen in 20 Porträts (Peces voladores. Una sociología del intelectual en 20 retratos), Frankfurt: Fischer 2009, pp. 271- 290, aquí p. 282.- Sobre la concepción foucaultiana del poder cf. la brillante síntesis en: Philipp Sarasin, op. cit. (nota 10), pp. 152-161, especialmente pp. 156-157.

[27]   Martin Heidegger, Nietzsche [II]: Der europäische Nihilismus (Nietzsche [II]: el nihilismo europeo), en: Martin Heidegger, Gesamtausgabe, op. cit. (nota 22), vol. 48, p. 131; Martin Hopenhayn, op. cit. (nota 9), pp. 206-212.- Sobre este punto cf. Manfred Geier, op. cit. (nota 22), p. 112, 147.

 

[28]   Karl Jaspers, Notizen zu Heidegger (Notas sobre Heidegger), Munich: Piper 1978, pp. 33-34.

 

[29]  Volker Gerhardt, Macht und Metaphysik. Nietzsches Machtbegriff im Wandel der Interpretation (Poder y metafísica. El concepto nietzscheano de poder en el cambio de las interpretaciones) en: Volker Gerhardt, Pathos und Distanz. Studien zur Philosophie Friedrich Nietzsches (Pasión y distancia. Estudios sobre la filosofía de Nietzsche), Stuttgart: Reclam 1988, pp. 72-97, aquí p. 78.

 

[30]   Sobre el decisionismo nietzscheano – cultivado y prolongado por Carl Schmitt – cf. Otfried Höffe, Demokratie im Zeitlater der Globalisierung (Democracia en la era de la globalización), Munich: Beck 1999, p. 153, 302; Reinhard Mehring, Politische Philosophie (Filosofía política), Leipzig: Reclam 2005, pp. 41-67.

 

[31]   Ernst Krieck, Der deutsche Idealismus zwischen den Zeitaltern (El idealismo alemán entre las épocas), en: VOLK IM WERDEN, vol. 1 (1933), Nº 3, p. 1-19: Heinrich Forsthoff, Das Ende der humanistischen Illusion. Eine Untersuchung über die Voraussetzungen von Philosophie und Theologie (El fin de la ilusión humanista. Una investigación sobre los presupuestos de la filosofía y la teología), Berlín: Furche 1933, p. 25.

[32]   Sobre esta temática cf. Bernhard H. F. Taureck, Nietzsche und der Faschismus (Nietzsche y el fascismo), Hamburgo: Junius 1989, pp. 154-176.

[33]   Alfred Baeumler, Nietzsche der Philosoph und Politiker (Nietzsche, el filósofo y el político), Leipzig 1931, p. 179; Alfred Baeumler, Der theoretische und der politische Mensch (El hombre teórico y el hombre político), en: Baeumler, Männerbund und Wissenschaft (Asociaciones varoniles y ciencia), Berlin: Junker und Dünnhaupt 1937, pp. 90-93.

[34]   Cf. sobre todo: Michel Foucault, Nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires: FCE 2007; Michel Foucault,  Microfísica del poder, Madrid Ed. de la Piqueta 1980.

 

[35]   Sobre las relaciones entre la Escuela de Frankfurt y Foucault cf. David Owen, Kritik und Gefangenschaft. Genealogie und Kritische Theorie (Crítica y cautividad. Genealogía y teoría crítica), en: Axel Honneth / Martin Saar (comps.), Michel Foucault. Zwischenbilanz einer Rezeption. Frankfurter Foucault-Konferenz 2001 (Michel Foucault. Balance provisional de una recepción. Conferencia sobre Foucault en Frankfurt 2001), Frankfurt: Suhrkamp 2003, pp. 122-144.- Cf. también: Ellen Kennedy, Carl Schmitt und die "Frankfurter Schule". Deutsche Liberalismuskritik im 20. Jahrhundert (Carl Schmitt y la “Escuela de Frankfurt”. La crítica alemana del liberalismo en el siglo XX), en: GESCHICHTE UND GESELLSCHAFT (Göttingen / Berlin), vol. 12 (1986), Nº 3, pp. 380-419, especialmente pp. 388-391; Helmut Dubiel, Kritische Theorie der Gesellschaft. Eine einführende Rekonstruktion von den Anfängen im Horkheimer-Kreis bis Habermas (Teoría crítica de la sociedad. Una reconstrucción introductoria desde los comienzos en el círculo de Horkheimer hasta Habermas), Weinheim: Juventa 1988, pp. 92-94.

[36]   Sobre estos aspectos de la obra y de la vida de Foucault (el nihilismo de la cátedra bien pagada) cf. dos estudios muy bien logrados y documentados de la pluma de un destacado pensador brasileño: José Guilherme Merquior, De Praga a París. Crítica del pensamiento estructuralista y postestructuralista, México: FCE 1989; José Guilherme Merquior, Foucault, Londres: Fontana Press 1991.

 

[37]   Sobre las actividades políticas de Foucault cf. Bernhard H. F. Taureck, Michel Foucault, Reinbek: Rowohlt 1997, pp. 110-122.

 

[38]   Sobre estos aspectos de la obra de Foucault, incluyendo rasgos personales, cf. James Miller, The Passion of Michel Foucault, New York: Simon & Shuster 1993; David Macey, The Lives of Michel Foucault, Londres: Hutchinson 1993; David M. Halperin, Saint Foucault: Towards a Gay Hagiography, New York: Oxford U. P. 1997; David Macey, Michel Foucault, Londres: Reaktion 2004.

 

[39]   Sobre el antihumanismo de Foucault cf. el brillante estudio, muy favorable a este autor en líneas generales: Didier Eribon, op. cit. (nota 5), p. 246, 309.- Cf. también: Axel Honneth, Foucault und die Humanwissenschaften. Zwischenbilanz einer Rezeption (Foucault y las ciencias humanas. Balance provisional de una recepción), en: Axel Honneth / Martin Saar (comps.), op. cit. (nota 35), pp. 15-26.

 

[40]   Michel Foucault, Vigilar…, op. cit. (nota 6), p. 7, passim.

 

[41]   Sobre esta temática cf. Didier Eribon, op. cit. (nota 5), p. 309.

 

[42]   Michel Foucault, Historia de la locura…, op. cit. (nota 6), pp. 50-59; Michel Foucault, Nacimiento…, op cit. (nota 34), p. 32 y siguientes; Michel Foucault, Microfísica…, op. cit. (nota 34), p. 18 y siguientes.- Sobre esta temática cf.  Bernhard H. F. Taureck, op. cit. (nota 37), pp. 49-50, 128.

 

[43]   Para una crítica de Foucault en cuanto precursor de ideas y prácticas neoliberales, cf. el número monográfico de DAS ARGUMENT (Berlín), vol. 45 (2003), Nº 1, sobre todo los siguientes ensayos: R. Keith Sawyer, Archäologie des Diskursbegriffs (Arqueología del concepto de discurso), pp. 48-62; Jan Rehmann, Vom Gefängnis zur modernen Seele. Foucaults “Überwachen und Strafen” neu besichtigt (De la prisión al alma moderna. Reconsideración de “Vigilar y castigar” de Foucault), pp. 63-81; Tilman Reitz, Die Sorge um sich und niemand anderen. Foucault als Vordenker neoliberaler Vergesellschaftung (La preocupación por sí mismo y nadie más. Foucault como precursor de la sociabilidad neoliberal), pp. 82-97.

[44]   Michel Foucault, Historia de la sexualidad, vol. I:  La voluntad de saber, México: Siglo XXI 1977, pp. 113-120; vol. II: El uso de los placeres, México: Siglo XXI 2005, p. 14.- Sobre la teoría foucaultiana del poder cf. Axel Honneth, Kritik der Macht. Reflexionsstufen einer kritischen Gesellschaftstheorie (Crítica del poder. Niveles de reflexión de una teoría crítica de la sociedad), Frankfurt: Suhrkamp 1985.

[45]   Cf. especialmente el célebre ensayo de Charles Taylor, Foucault on Freedom and Truth, en: POLITICAL THEORY, vol. 12, Nº 2, mayo de 1984, pp. 152-183; Michael Kelly (comp.), Critique and Power: Recasting the Foucault / Habermas Debate, Boston: Cambridge U. P. 1994; David Couzens Hoy (comp.), Foucault: A Critical Reader, Oxford: Basil Blackwell 1986.

[46]   Michel Foucault, Microfísica…, op. cit. (nota 34), p. 120; Michel Foucault, Saber y verdad, Madrid: Ed. de la Piqueta 1985, p. 7 y siguientes.- Cf. el brillante ensayo de Richard J. Bernstein, Foucault: Critique as a Philosophic Ethos, en: Axel Honneth et al. (comps.), Zwischenbetrachtungen. Im Prozess der Aufklärung (Consideraciones provisionales. En el proceso del esclarecimiento), Frankfurt: Suhrkamp 1989, pp. 395-425.

[47]   Nancy Fraser, Von der Disziplin zur Flexibilisierung? Foucault im Spiegel der Globalisierung (De la disciplina a la flexibilización? Foucault en el espejo de la globalización), en: Axel Honneth / Martin Saar (comps.), op. cit. (nota 35), p. 239. Cf. también: Martin Saar, Einleitung: Analytik der Politik (Introducción: analítica de la política), en: ibid., pp. 233-238; Thomas Lemke, Andere Affirmationen. Gesellschaftsanalyse und Kritik im Postfordismus (Otras afirmaciones. Análisis social y crítica en el postfordismo), en: ibid., pp. 259-274.

[48]   Jürgen Habermas, Untiefen der Rationalitätskritik (Superficialidades de la crítica de la racionalidad), en: DIE ZEIT (Hamburgo) del 17 de agosto de 1984, p. 16; Herbert Schnädelbach, Das Gesicht im Sand. Foucault und der anthropologische Schlummer (La cara en la arena. Foucault y el sueño antropológico), en: Axel Honneth et al. (comps.), op. cit. (nota 46), pp. 231-261.

[49]   La equiparación insostenible que realiza Michel Foucault entre el GULAG soviético (los campos de concentración) y el “GULAG occidental” (algunos hospitales psiquiátricos en la Europa capitalista) es uno de los testimonios de esos prejuicios insostenibles. Sobre este punto cf. Alain Laquièze, Revel: Les combats d’un essayiste libéral, en: Philippe Boulanger, Jean-François Revel ou la démocratie libérale à l’épreuve du XXe siècle, París: Les Belles Lettres 2014, pp. 15-22, aquí p. 19.

 

[50]   Paul Veyne, Foucault. Der Philosoph als Samurai (Foucault. El filósofo como samurai), Stuttgart: Reclam 2010, p. 214. Cf. también ibid., p. 177.- Para una opinión divergente cf. Daniel Defert, Es gibt keine Geschichte des Wahnsinns oder der Sexualität, wie es eine Geschichte des Brotes gibt (No hay una historia de la locura o de la sexualidad como hay una historia del pan), en: Axel Honneth / Martin Saar (comps.), op. cit. (nota 35), pp. 355-368.

 

[51]   Michael Walzer, Zweifel und Einmischung. Gesellschaftskritik im 20. Jahrhundert (Duda e intervención. Crítica de la sociedad en el siglo XX), Frankfurt: Fischer 1997, pp. 261-286.

[52]   Hans-Ulrich Wehler, Die Herausforderung der Kulturgeshichte (El reto de la historia de la cultura), Munich: Achimsverlag 1998, pp. 45-95. Cf. también: Ulrich Brieler, Blind Date. Michel Foucault in der deutschen Geschichtswissenschaft (Blind Date. Foucault en la ciencia histórica alemana), en: Honneth / Saar (comps.), op. cit. (nota 45), p. 330, 333.

 

[53]   Didier Eribon, op. cit. (nota 5), p. 89.

 

[54]   Ibid., p. 75, 131, 182, 215, 296.

 

[55]   Ibid., pp. 226, 386-387.- Cf. las obras en que sobresale ese estilo: Michel Foucault, El orden del discurso, Barcelona: Tusquets 1987, passim; Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Buenos Aires: Siglo XXI 2002, pp. 15-21.

 

[56]   Paul Veyne, op. cit. (nota 50), p. 181.

 

[57]   Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo, Madrid: Alfaguara 2012, p. 86-87.- La conocida obra de Paul Veyne sobre Foucault (op. cit. [nota 50]) ha resultado un libro ciertamente hermoso, pero también oscuro, lleno de trivialidades eufónicas. Aparenta una gran erudición y una emotiva modestia, la cual trata de ganar desde la primera línea la simpatía del lector.- Cf. también una especie de resumen: Paul Veyne, Michel Foucaults Denken (El pensamiento de Michel Foucault), en: Axel Honneth / Martin Saar (comps), op. cit. (nota 35), pp. 27-51.

 

[58]   François Furet, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, Madrid: FCE 1996, p. 490.

 

[59]   Mario Vargas Llosa, ¿Para qué los filósofos?, en: EL PAÍS (Madrid) del 2 de octubre de 2016, http://elpais.com, páginas de opinión [consultado el 3 de octubre de 2016].- Apoyado en Jean-François Revel, Vargas Llosa afirma sobre Jacques Lacan – lo que puede ser ampliado a muchos postmodernistas – que este “no sólo frivoliza y enreda grotescamente las ideas de Freud, sino lo utiliza para levantarse un vanidoso monumento a sí mismo” (ibid.).

 

[60]   Ibid.

 

[61]   Adolfo Vásquez Rocca, La cuestión del sujeto: psicopatología del yo y la transformación biopolítica de la subjetividad, en: DEBATS (Valencia), Nº 129, septiembre-diciembre de 2015, pp. 28-41, aquí p. 32.

 

[62]   Cf. REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES (San José / Costa Rica), Nº 100, abril-junio de 2003 (número monográfico dedicado al tema: “Homenaje a Walter Benjamin, pilar del pensamiento crítico”). Cf. sobre todo los ensayos: Roberto Ayala Saavedra, Walter Benjamin, la inteligencia radical, en: ibid., pp. 19-29; Héctor González Morera, Reflexiones sobre Walter Benjamin: aproximación a la experiencia para abordar otras formas de conocimiento, en: ibid., pp. 31-47.

 

[63]   Theodor W. Adorno, Erinnerungen (Recuerdos), en: Theodor W. Adorno et al., Über Walter Benjamin  (Sobre Walter Benjamin), Frankfurt: Suhrkamp 1968, pp. 9-15, aquí p. 13.

 

[64]   Theodor W. Adorno, Benjamins “Einbahnstrasse” (“La calle de dirección única” de Benjamin), en: Über Walter Benjamin, op. cit. (nota 61), pp. 55-61, aquí pp. 57-58.

 

[65]   Cf. el interesante libro de Momme Brodersen, Walter Benjamin, Frankfurt: Suhrkamp 2005, p. 67.

 

[66]   Ibid., pp. 69, 75-76, 78, 94.

 

[67]   Walter Benjamin, Ursprung des deutschen Trauerspiels (El origen de la tragedia alemana), en: Walter Benjamin, Gesammelte Schriften (Obras reunidas), compilación de Rolf Tiedemann / Hermann Schweppenhäuser, Frankfurt: Suhrkamp 1972, vol. I, p. 208.- Sobre este punto cf. Hans Heinz Holz, Prismatisches Denken (Pensamiento prismático), en: Über Walter Benjamin, op. cit. (nota 61), pp. 62-110, especialmente p. 67.

 

[68]   Citado en: Momme Brodersen, op. cit. (nota 65), p. 31.

 

[69]   Cf. Hans-Martin Lohmann, Sigmund Freud, Reinbek: Rowohlt 2006, p. 98.

 

[70]   Sigmund Freud, Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Nueva serie de lecciones introductorias al psicoanálisis), en: Sigmund Freud, Gesammelte Werke (Obras reunidas), compilación de Anna Freud et al., Frankfurt etc.: Fischer 1987, vol. XV, p. 86.- Sobre esta temática cf. David Riesman, Freud und die Psychoanalyse (Freud y el psicoanálisis), Frankfurt: Suhrkamp 1965, pp. 128-130.