RESUMEN
Para
comprender la compleja situación contemporánea de América Latina es aconsejable
estudiar, aunque sea someramente, la vigencia continuada de normativas
relativistas e anti racionalistas en los ámbitos cultural y político. Un
posible acceso a estas temáticas consiste en analizar la importancia de
corrientes intelectuales favorables al irracionalismo en sus expresiones
actuales.
ABSTRACT
In order to understand
the complex contemporary situation in Latin America it is recommended to study,
even in a brief way, the continuity of relativistic and anti-rationalistic
rules in cultural and political areas. A possible way to approach to these
topics is to analyze the importance of some unreasonableness friendly
intellectual ideas.
El relativismo en la vida
intelectual y política.
El aporte ambivalente de Michel
Foucault
H. C. F. Mansilla
Para
comprender la compleja situación contemporánea de América Latina es aconsejable
estudiar, aunque sea someramente, la vigencia continuada de normativas relativistas
e antirracionalistas en los ámbitos cultural y político. Un posible acceso a
estas temáticas consiste en analizar la importancia de corrientes intelectuales
favorables al irracionalismo en sus expresiones actuales. Hoy en día la más relevante
de ellas es el postmodernismo y especialmente el pensamiento de Michel
Foucault (1926-1984), cuya influencia no deja de crecer en círculos
académicos y universitarios de América Latina.
Elementos centrales de esta doctrina, como el relativismo axiológico, han
pasado a formar parte del sentido común intelectual latinoamericano,
probablemente porque esta opción teórica confirma y consolida prejuicios
colectivos que vienen de muy atrás y que son compartidos por distintas
tendencias políticas y culturales bajo la modalidad de una notable herencia
histórica que se hallaría hoy vulnerada por la modernidad occidental. Muchos
escritos favorables a Foucault reiteran lo que hace medio siglo se dijo del
marxismo en innumerables variantes: las obras de Foucault representarían los
“estímulos para pensar la propia realidad”, la “caja de herramientas”
indispensable para abordar los problemas latinoamericanos mediante un enfoque
fresco y original.
Adicionalmente en este contexto parece útil una crítica del estilo postmodernista,
porque este análisis nos puede brindar luces en torno a normativas que siguen
vigentes y que se manifiestan en aspectos de contenido político y ético
que las líneas predominantes del trabajo intelectual dejan a un lado como
elementos formales sin importancia intrínseca.
La
influencia del anti-occidentalismo
Los
románticos europeos del siglo XIX, pero también los pensadores populistas e
indianistas en América Latina del siglo XXI y, en general, los adherentes del
postmodernismo han tenido una visión sorprendentemente similar en torno a los
resultados fácticos de la modernidad y del racionalismo. Se podría afirmar que
en América Latina esta actitud está construida en torno a un anti-occidentalismo
conservador, católico, integrista y anticosmopolita, de inclinaciones
ruralistas, partidario de revitalizar las costumbres y los credos ancestrales,
actitud que ahora adquiere una dirección anti-imperialista y, simultáneamente,
un tinte paternalista, favorable al autoritarismo caudillista de las
tradiciones populares.
Este anti-occidentalismo exhibe, al mismo tiempo, una inclinación
anti-imperialista muy vigorosa y popular, pero pasa rápidamente por alto la
formación de jerarquías privilegiadas, la existencia de estructuras sociales y
mentales de índole antidemocrática y la carencia del Estado de derecho en los
regímenes socio-políticos que esta corriente apoya vigorosamente. Este anti-occidentalismo,
que debido a su prestigio deja de lado el sentido común crítico, se manifiesta
igualmente en la obra de Michel Foucault. Para explicar la relevancia
contemporánea de las corrientes relativistas e irracionalistas en América
Latina, es imprescindible un breve análisis de los enfoques de Foucault a causa
de su enorme influencia sobre todas las tendencias postmodernistas y con motivo
de la autoridad intelectual que su obra ejerce en la esfera intelectual del
Nuevo Mundo.
La mención
del catolicismo integrista puede parecer fuera de lugar en conjunción con
corrientes reputadas como progresistas e izquierdistas, pero hay que considerar
los argumentos siguientes. El biógrafo más importante y mejor documentado de
Foucault, Didier Eribon, enfatiza la posición muy favorable del filósofo
ante fenómenos como la necesidad de los mitos y las emociones en la esfera
política.
En casi toda la obra de Foucault se puede percibir una enérgica contraposición
entre la razón, por un lado, y el ámbito de las intuiciones y los sentimientos,
por otro. Desde un primer momento Foucault, bajo la influencia de Arthur
Schopenhauer y Friedrich Nietzsche, exhibe su claro desdén por la
razón y vuelca sus simpatías hacia la esfera de las pulsiones. Lo opuesto a la razón
aparece como lo profundo por excelencia, lo perenne y lo auténtico, aunque esta oposición,
severa y rígida, entre la capacidad de raciocicio y el campo de los instintos
es altamente artificial y arbitraria. Este postulado lleva, por ejemplo, a
enaltecer la locura como un camino privilegiado del conocimiento. En América Latina este
teorema cuenta con un cierto aprecio. Martin Hopenhayn, en un texto
sobre Nietzsche y Foucault, sostiene que la enfermedad y el delirio representarían
“la usina de la metamorfosis, el lugar del parto, la combustión requerida para
arrojar-afuera (hacer-aparecer) una nueva perspectiva que torna al pensar más
expansivo”.
De acuerdo a Philipp Sarasin, uno de los intérpretes más lúcidos de
Foucault, este último tendía a igualar la libertad del sujeto con la
posibilidad de la locura, la cual constituiría el lugar de la verdad para los
seres humanos y la forma de su autonomía más radical. Los excesos, la
marginalidad y el delirio representarían, por consiguiente, formas aceptables
de una vida auténtica. La Ilustración habría sido ante todo un modelo de una
sociedad disciplinaria entre otros. Si la locura es la expresión más radical de
la libertad del sujeto – que así se eximiría de las constricciones de la razón,
de las leyes del habla y de la prisión de la ética –, entonces esta suposición
nos conduciría a una arbitrariedad liminar de los asuntos históricos, morales y
políticos y, por consiguiente, nos llevaría a poder afirmar con la consciencia
tranquila cualquier cosa sobre cualquier cosa. A estos postulados subyace la
concepción foucaultiana de que el sujeto y el ser humano han muerto. Al mismo tiempo
esta doctrina conlleva a priori una desvalorización de todas las
construcciones racionalistas destinadas al plano político-institucional y un
rechazo del universo liberal-democrático de las normas sociales. Foucault
siempre se mantuvo firme en su desprecio por valores y procedimientos asociados
a la democracia pluralista moderna, es decir en su rechazo de uno de los
productos relativamente más aceptables de la tradición occidental.
Aplicado a
América Latina todo esto es importante a causa de poderosas tradciones
culturales, que paradójicamente han sido reforzadas por movimientos
progresistas e intelectuales izquierdistas. Hay que consignar que en el curso
de la historia cultural de América Latina las distintas variantes del
racionalismo y del liberalismo nunca fueron bien acogidas. Esta situación se
mantiene hasta hoy. El historiador Richard M. Morse tenía una opinión
distanciada frente al liberalismo racionalista, pero sostenía que, en general,
la cultura política latinoamericana tolera la libertad individual sólo como
sometimiento bajo un Estado fuerte que posee el monopolio de la justicia. Ello
sucede porque la cultura política del Nuevo Mundo sigue siendo básicamente
católica, aún entre sus detractores ateos. Las consecuencias práctico-políticas
de la modernidad racionalista y liberal no han sido aceptadas del todo en el
ámbito latinoamericano, donde esta modernidad sigue produciendo una especie de
alergia colectiva. El ejercicio efectivo de la racionalidad y de las libertades
políticas y los derechos humanos nunca ha sido algo bien visto por la
colectividad de intelectuales. Francisco
Colom ha postulado la tesis de
que los diferentes modelos sociales en América Latina han preservado un
poderoso cimiento que puede ser caracterizado como católico, antirracionalista,
antiliberal y proclive a la integración de todos en el conjunto preexistente.
Por ello las sociedades latinoamericanas siempre se organizan y reorganizan
según principios orgánico-jerárquicos y anti-individualistas.
Hay que recordar, por otra parte,
que todo el espacio hispanohablante no conoció hasta el siglo XIX una discusión
académica con repercusiones públicas en torno a las libertades individuales y
políticas como fue lo usual en Europa Occidental a partir del Renacimiento. Un
personaje como Erasmo de Rotterdam no pudo surgir en un mundo signado
por el autoritarismo y el dogmatismo. Esta mención de Erasmo, el campeón del
libre albedrío individual y de las decisiones racionales de la consciencia, no
es arbitraria. En un orden básicamente colectivista y contrario a la discusión
racional de asuntos públicos, donde lo primordial han sido las pulsiones
sociales y las emociones colectivas, los valores positivos de orientación han estado
centrados en torno a la dignidad e identidad grupales, la justicia social, la
autonomía con respecto a otros centros de poder, el respeto a las jerarquías
tradicionales y la preservación de las convenciones y rutinas prevalecientes.
Son valores difíciles de definir argumentativamente, pero intuidos con mucha
emoción por los estratos populares. El modelo colonial español prestaba poca
atención a libertades públicas y derechos humanos, que pudiesen haber sido
exigidos al Estado por individuos concretos en situaciones específicas. En lo
fundamental este contexto axiológico se ha mantenido hasta el presente en
América Latina. Esta atmósfera, de la que
también salió también la mayoría de los pensadores del siglo XX, fue calificada
por Pablo Stefanoni como el “magma antiliberal”. En este contexto los
teoremas centrales del postmodernismo y los de Michel Foucault han sido muy
bien recibidos.
En el
ámbito andino, por ejemplo, muchos intelectuales se consagran ahora, olvidando
las lecciones de Karl Marx,
a revitalizar el poder de la intuición, la sabiduría profunda de las tradiciones
y la verdad auténtica que reside en las emociones y las corazonadas, fenómenos
que presuntamente habrían resistido incólumes el paso del tiempo y las
agresiones del imperialismo cultural. Frente a la razón instrumental, a la cual
se le atribuye ahora un origen exclusivamente “occidental” y unas consecuencias
estrictamente negativas, en el área mencionada se intenta revalorizar la memoria
afectiva de las comunidades indígenas, especialmente la dimensión contenida
en las vivencias silenciadas de las mujeres y en su sapiencia ancestral, para
así edificar un orden social más humano y ecológicamente más duradero. Los
agravios de vieja data son evocados con emoción y hasta con nostalgia,
utilizando una metodología – las intuiciones y las corazonadas como una vía legítima de acceso al
conocimiento filosófico y sociológico – que
con los años se ha transformado en un instrumento muy difundido en el seno de
los estudios postmodernistas y relativistas.
La voluntad en pro de una identificación inmediata con el sufrimiento
colectivo, basada en un impulso emotivo, es decir: noble, profundo, auténtico,
desinteresado, emerge entonces como la precondición necesaria para el auténtico
conocimiento del orden social.
Tenemos, por consiguiente, que analizar los motivos por los cuales formas muy
refinadas de irracionalismo se han difundido tan rápida y profundamente en las
comunidades intelectuales del Nuevo Mundo.
Las similitudes con el romanticismo
Durante el
siglo XIX brotaron diversas tendencias proclives al pesimismo histórico y al
relativismo axiológico, como una reacción plausible a una larga época dominada
por el idealismo racionalista y el optimismo evolutivo. Los representantes más
ilustres de esta corriente fueron Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche.
Los méritos y logros asociados al pensamiento de Nietzsche (1844-1900) son
sólidos y bien conocidos.
Basta mencionar, por ejemplo, su esfuerzo indeclinable por descubrir la
voluntad de poder en los más diversos actos del intelecto: detrás de los
ideales de objetividad de los científicos y por debajo detrás de las
aspiraciones de rectitud de la moral universalista se ocultarían los
imperativos de la autoconservación y los designios del poder desnudo. Después
de Nietzsche no podemos retroceder a aquel estadio ingenuo que trata de ignorar
los nexos que frecuentemente se dan entre la voluntad de dominar, las
construcciones racionalistas y los preceptos éticos. Pero: la filosofía
nietzscheana, heredera del romanticismo vitalista de aquel siglo, también
contribuyó a crear o por lo menos a intensificar un impulso emotivo favorable a
soluciones políticas radicales y a inclinaciones nacionalistas y socialistas
que desdeñan el análisis racionalista de sus propias metas normativas y de sus
bases teóricas[19].
Hay que criticar,
entonces, ese impulso que sigue vivo en el presente. En los primeros tiempos de
la Unión Soviética Stefan Zweig creyó descubrir ese entusiasmo
irracional – tan reacio a ponerse a cuestionamiento – en los creyentes jóvenes
que adoraban el socialismo,
entusiasmo que poco antes también posibilitó y acompañó a la Primera Guerra
mundial y que Zweig describió así:
“Aquella marejada inundó a la
humanidad con tal precipitación que, cubriendo la superficie con su espuma,
elevó con fuerza a flor de piel los impulsos primitivos inconscientes y los
instintos del animal humano; dejó en libertad eso que Sigmund Freud llamaba tan
meditadamente ‘la repugnancia por la cultura’, el anhelo de librarse alguna vez
del mundo burgués y de las leyes que este les imponía, para dar rienda suelta a
los atávicos instintos de la sangre. Acaso esas potencias oscuras tenían parte
también en aquella embriaguez salvaje, en la que todo se confundía – el deseo
de inmolarse y el alcohol, el gusto de la aventura y la pura buena fe, la vieja
magia de las banderas y de las palabras patrióticas – en aquella embriaguez de
millones de hombres, siniestra, casi imposible de describir con palabras, que
por un instante dio al crimen máximo de nuestra época un ímpetu feroz y casi arrebatador”.
Esta
inclinación romántica se encuentra también en la obra de Martin Heidegger,
uno de los grandes inspiradores del postmodernismo, en su crítica de la técnica
y sobre todo de su desmesura,
crítica que ha servido de inspiración a la Escuela de Frankfurt y a
innumerables tendencias afines, que – con todo derecho – impugnan los excesos
y las alienaciones del orden industrial moderno. Pero: una de las principales
carencias de ese irracionalismo romántico, que ahora se encuentra tan difundido
en América Latina, consiste en el desinterés por precisar las metas políticas a
largo plazo y en el carácter confuso de los paradigmas que los pensadores
relativistas suelen enaltecer[23].
Por ello es imprescindible una mención crítica del paradigma foucaultiano, que,
a su vez, está derivado directamente del nietzscheano. De acuerdo a casi todas
las corrientes del relativismo postmodernista, sería ingenuo el buscar un
sentido y un fin al desarrollo histórico. La mera casualidad y la lucha
incesante de todos contra todos serían el principio y el fin de la evolución
humana. La guerra aparece entonces como la causa de todas las cosas, pero esta
constatación nietzscheana y foucaultiana, anticipada por Thomas Hobbes y
muchos otros pensadores (entre ellos Schopenhauer), es realizada sin distancia
crítica y sin intención analítica, más bien como una exaltación algo candorosa
de la misma, como si no hubiera habido una amplísima discusión de esta doctrina
por lo menos desde los tiempos del propio Hobbes. La historia resulta así la
crónica de conflictos sin solución y sin síntesis. Intelectuales progresistas
de hoy pasan deliberadamente por alto los aspectos abierta y francamente
antihumanistas de la obra nietzscheana[24] – particularmente
de sus últimos escritos –, consagrados
a justificar por cualesquiera medios la consecución de una “gran política”,
cuya realización pudo entreverse en los proyectos de destrucción masiva del
siglo XX.
Prima
facie uno de los fundamentos de la filosofía de Foucault es muy razonable:
todo modelo de una verdad singular resulta para Foucault ahistórico y
descontextualizado de sus condiciones propias. Su pensamiento propio es agonal,
aunque parezca amorfo; no quiere ser un argumento mejor, sino tratar de pensar
simultáneamente lo otro, lo contingente, lo no dicho. Pero simultáneamente los
pensadores postmodernistas y especialmente Michel Foucault han dado continuidad
y nuevo lustre a uno de los aspectos más convencionales e irracionales de las
teorías de Schopenhauer y Nietzsche. La voluntad de poder es percibida como la
principal fuerza que mueve el mundo, en cuanto el único impulso fehacientemente
identificable. Para Nietzsche el poder se constituye como una tendencia
permanente a la expansión e intensificación. Su naturaleza altamente dinámica
se orienta a lo infinito e indeterminado y, por lo tanto, nunca conoce ni pausa
ni reposo. Un fenómeno de este tipo no puede ser aprehendido o registrado
empíricamente. Influido explícitamente por Nietzsche, en 1940 Martin Heidegger
señaló que el “poder mismo” no requiere de metas; la “esencia metafísica del
poder” está tan exenta de objetivos como la totalidad del ser está libre de
toda valoración.
Karl Jaspers, al criticar este pasaje, aseveró que la vigorosa energía heideggeriana
en la descripción del poder resulta ser solipsista, ciega, sin amor y sin
fantasía, y la severa y firme determinacióndel
mismo sería intensa, pero desesperada.
Como dice Volker
Gerhardt,
el ejercicio del poder tiene que estar vinculado a una meta discernible; en caso
contrario se transforma en algo sin contenido. El postulado nietzscheano, en
cambio, abre la puerta al irracionalismo en muchas variantes. Como se trata de
un instinto oscuro y ciego, impredecible e intempestivo, y no una tendencia
mitigada por la ética y auxiliada por la razón, este impulso vital puede estar
asociado positivamente a cualquier ocurrencia y, sobre todo, a cualquier arbitrariedad
y crimen; conforma una parte central del decisionismo político. Foucault y los
postmodernistas comparten la concepción de que hay muchos cuerpos y, por
consiguiente, variadas configuraciones entre ellos e innumerables poderes.
Estas configuraciones no requieren de ningún orden o concierto justificados
lógica o razonablemente, pues la razón es un simple órgano del cuerpo. Ante la
multiplicidad inconmensurable y la legitimidad primaria de los cuerpos-poderes,
las teorías asociadas al racionalismo clásico ─ que podrían ser la fuente de
constitución y crítica de un posible ordenamiento racional de la sociedad ─ aparecen como
ingenuas.
No se puede
pasar generosamente por alto la significativa cercanía de estos teoremas,
derivados y casi copiados de la doctrina de Nietzsche, con respecto a los
“filósofos” del nazismo alemán (Alfred Baeumler, Ernst y Heinrich Forsthoff
y Ernst Krieck[31]),
aunque estos ideólogos siempre sintieron un notable recelo contra Nietzsche a
causa de los ataques de este último al antisemitismo y al pangermanismo[32]. Baeumler, al igual que
Foucault, rescató la idea nietzscheana de la existencia primaria de los cuerpos
en lucha y de su contingencia liminar (no hay entonces ningún sentido racional
ni tendencia histórica discernibles por medio de operaciones intelectuales);
interpretó a Nietzsche como uno de los padres fundadores del antihumanismo y de
la lucha perenne de las “unidades concretas” (individuos y naciones) entre sí[33]. El peligro que se deriva
de esta posición teórica es más o menos obvio y representa algo que los
pensadores postmodernistas evitan sintomáticamente tratar. Si se presupone que
la historia es la lucha inmisericorde de los más aptos (o los más astutos), se
puede llegar fácilmente a la aceptación de que la evolución del ser humano es
una crónica de casualidades y arbitrariedades, un decurso irracional, donde
triunfa generalmente el más fuerte. Y entonces habría que aceptar ciega o
cínicamente el orden imperante en un momento dado, porque su prevalencia
indicaría sólo dónde es visible la voluntad de poder, quién es el triunfador
del instante, cuál corriente ha conseguido la victoria de la ocasión.
Michel
Foucault y los dilemas del irracionalismo en la praxis
Para
aquilatar los elementos irracionales en el enfoque foucaultiano, podemos adelantar la
siguiente hipótesis. Mediante el uso generoso de exageraciones, hipérboles y
paradojas, Foucault no hizo justicia a lo positivo de la modernidad cultural,
restó importancia a lo rescatable de las teorías e instituciones racionales en
variados campos (desde el derecho hasta la protección ecológica) y no
comprendió los aspectos democráticos de la esfera política. El desinterés por
la esfera político-jurídica condujo también a los miembros del primer periodo
de la Escuela de Frankfurt y a Foucault a un desconocimiento proverbial de los
mecanismos político-institucionales. Al mismo tiempo este déficit de lo
político
promovió una notable construcción teórica, una amalgama de logos,
violencia y poder: la crítica totalizadora de la razón que Theodor W. Adorno
y Max Horkheimer edificaron desde mediados del siglo XX. Esta doctrina,
pese a su brillantez conceptual y estilística, contiene manifiestas
exageraciones e inexactitudes y exhibe notables similitudes con el enfoque que
los postmodernistas y Foucault concibieron posteriormente. No es de extrañar
que Foucault y otros notables intelectuales a la moda del día apoyasen de
manera entusiasta en la década de 1970 a sectas maoístas (por ejemplo: la Gauche Prolétarienne) y a revistas de esa corriente (como La cause du
peuple); tanto estos partidos como los periódicos correspondientes se
destacaron por un radicalismo verbal muy agresivo, a momentos abiertamente
terrorista. Estos libertarios de clase media y mentalidad totalitaria – cuyo
paradigma de comportamiento es precisamente Foucault – modificaban a menudo sus
opiniones, pero se molestaban si alguien osaba mostrar y analizar esas
incongruencias.
Por lo demás: los hechos históricos, ya en vida de Foucault, desautorizaron las
interpretaciones de este autor.
El rechazo
de la moderna democracia institucionalizada y el fomento de un anarquismo individualista
radical constituyen, empero, operaciones muy complejas y llenas de sorpresas.
La celebración apasionada de la voluntad de poder, que a primera vista parece
un fenómeno juvenil, dinámico y hasta simpático, ha sido utilizada para
legitimar regímenes totalitarios, pues esta tendencia anula los fundamentos de
toda ética humanista y de los esfuerzos racionalistas para comparar entre sí y evaluar
los ordenamientos socio-políticos. Ejemplo de ello es la defensa acrítica que
Foucault realizó de la Gran Revolución Cultural Proletaria (1966-1976 en la
China) y de la Revolución Islámica en Irán a partir de 1978. Y entonces, frente al
enaltecimiento de la voluntad de poder, no tendríamos criterios fiables para estudiar
y menos para detener las innumerables consecuencias asociadas a este fenómeno.
Ello es lo que genera uno de los aspectos inaceptables en la obra de Nietzsche
y Foucault. La crueldad, por ejemplo, sería una de las más antiguas alegrías
festivas de la humanidad. En la política, en la vida privada e íntima y en todo
lugar esto resulta altamente peligroso, sobre todo a la vista de las
consecuencias ya experimentadas en el siglo XX. El corolario que se desprende
de esta teoría es terrible: la pura inmediatez adquiere una dignidad ontológica
superior a la consciencia.
Paradójicamente la polémica de Nietzsche y Foucault contra la consciencia (en
cuanto un estado personal enfermizo e imperfecto), contra el humanismo (convencional o no) y, en
el fondo, contra la individualidad y el proceso de individuación, sólo puede
brotar de unas consciencias altamente reflexivas que se observan y critican a
sí mismas con la lucidez del más refinado raciocinio.
Si la razón
en sí misma y como totalidad está infectada de irracionalismo, si toda ella
sufre bajo el hechizo de la regresión perenne, es ilógico pensar que la razón
pueda esclarecerse y analizarse a sí misma.
Aquí se daría una situación sin salida, una aporía insalvable. Sigmund Freud
y otros pensadores ya habían señalado que la constitución del sujeto pensante y
consciente de sí mismo no está alejada de la conversión del sujeto en un
súbdito de los poderes establecidos e irracionales. La eliminación del sujeto –
aunque todo esto sea una ficción literario-filosófica – puede conducir al
postulado de una historia humana sin sujetos, idea que no fue extraña a
Foucault.
Pero también hay que considerar otra posibilidad. Todos estos factores ─ el elemento
de la exageración en Foucault, un estilo cercano a un aforismo perpetuo y la
edificación premeditada de aporías y autocontradicciones ─ pueden ser
estimados como una intención didáctica: desprenderse de la pesadez de lo
fáctico, enfatizar los extremos sólo para mostrar su unilateralidad, provocar
un exceso de significaciones para que el lector reaccione con una reflexión
consciente. En la sucesión de Schopenhauer y Nietzsche, el gran mérito de
Foucault es habernos recordado que la razón y la sinrazón permanecen juntas,
que ambas constituyen las dos caras de un mismo fenómeno. Se trata, evidentemente,
de la muy loable intención de desenmascarar las pretensiones indebidas del
humanismo y del racionalismo, la complicidad de la Ilustración con las
prácticas disciplinarias que desde entonces son usuales en el mundo occidental.
El uso
exorbitante del concepto del poder lleva, sin embargo, a un resultado
paradójico. Algo similar sucede cuando Foucault y otros autores utilizan
calificativos como burgués, fascista e imperialista de modo inflacionario,
calificativos que pierden entonces toda eficacia explicativa. Se puede decir
que la teoría foucaultiana del poder debe ser calificada de conservadora y
afirmativa porque sostiene una dilución general de los centros del poder y así
consigue, en el fondo, restar importancia a las genuinas concentraciones de
poder político y volverlas inofensivas. Es sintomática la simpatía neoliberal
por las ideas de este pensador, sobre todo en la academia norteamericana[43]. No se podría, por
ejemplo, conquistar el poder a la manera tradicional, porque ya no existirían
esos “centros del poder”, sino a lo sumo redes, abiertas y de uso general, y la
eficacia del poder sería ubicua y profunda, pero totalmente diseminada[44].
Lo
que el estilo revela sobre el contenido
En líneas
generales la teoría foucaultiana resulta difícil de referir, pues su carácter
retórico y gelatinoso impide una reconstrucción breve y acertada[45]. No hay duda de la
profundidad y originalidad de muchas de las aseveraciones de Foucault,
especialmente en terrenos específicos e investigaciones históricas (el campo de
lo micrológico[46],
por ejemplo), pero en su conjunto es una doctrina difusa, carente de una
perspectiva clara de aplicación y falta de una base normativa discernible,
sobre todo para distinguir, por ejemplo, entre un poder totalitario y un
gobierno aceptable, distinción a la que no podemos renunciar. La libertad no
puede ser lo mismo que la opresión, ni esta temática debe ser reducida a un
problema semántico. Precisamente en la praxis política Foucault no nos brinda
ningún criterio para resistir formas totalitarias y autoritarias de dominio.
Bajo ningún concepto se pueden aceptar las ocurrencias de que la libertad sólo
existe como transgresión y que un Estado de Derecho constituye un modelo sutil
de despotismo. Como se sabe, estas ocurrencias foucaultianas ─ que son vistas
ahora como el genuino aporte de una mente original y a la altura de la matizada
sensibilidad contemporánea ─ sólo han servido para aumentar la popularidad de los
escritos de Foucault, aunque hoy se escuchan voces que afirman que este
pensador era el gran teórico de la disciplina y la regulación sociales en la
etapa llamada fordista por los neomarxistas y que Foucault ya no tendría
vigencia en la época de la globalización y la flexibilización[47].
Los
escritos foucaultianos hablan de contextualismo y de la vida en plural; en
ellos lo particular posterga lo general y la existencia cotidiana desplaza la
moralidad y la teoría a un rincón insignificante. Pero esta inclinación a
censurar las generalidades está llena de enunciados de índole universalista y uniformadora;
no es casualidad que la crítica de todo método disciplinario termine en la
apología de lo existente, como asevera Jürgen Habermas[48]. La relevancia y el
sentido de la crítica de la sociedad disciplinaria quedan entonces en el aire. Las
obras de Foucault están llenas de generalizaciones inaceptables porque no
tienen una base empírica o documental realmente seria; son aceptadas hoy por el
mundo académico latinoamericano porque corresponden a los prejuicios de
innumerables intelectuales y porque están expresadas en un brillante estilo
retórico. Un estudio muy favorable a Foucault sostiene que el éxito de este
catedrático se debía a la “música de su estilo” y no tanto al contenido
específico de sus exposiciones.
Por otra
parte, Foucault tendía a sobrevalorar lo arcaico, trágico y oscuro, lo
onírico, exótico y prohibido; estaba indudablemente al lado de las grandes
corrientes de moda, las preferencias juveniles y las inclinaciones simbólicas
(e inofensivas) a la transgresión de todo, pero no es probable que haya creado
una teoría perdurable en filosofía y ciencias sociales. A momentos Foucault
aparece como nominalista y positivista, pero también como decisionista y
voluntarista; nunca como racionalista. El conocido filósofo Michael Walzer
calificó la obra de Foucault como retórica, altamente contradictoria,
nihilista, superficial, inconsistente, plena de poses y frases y sin base
sólida[51]. El gran historiador
alemán Hans-Ulrich Wehler sostuvo que la teoría de Foucault era frívola,
difusa, llena de odio, carente de responsabilidad y radical antinormativista,
frecuente sólo en los medios académicos norteamericanos.
Sin duda
alguna Foucault poseía una inteligencia descollante y facultades organizativas
sobresalientes. Su elocuencia era simplemente excepcional. Pero, como menciona
Didier Eribon en base a hechos documentados, Foucault podría ser calificado
también de agresivo, egocéntrico y rencoroso en alto grado. Era igualmente un
consumado maestro en el arte del efectismo.
Poseía asimismo la inclinación a servirse de autores y obras de carácter
esotérico y enigmático y practicaba a menudo un estilo dramático, sobre todo
cuando predicaba enfáticamente certezas sobre la incertidumbre. Sus escritos están llenos
de expresiones de carácter general y universal que niegan la existencia y la
legitimidad de reglas generales y fenómenos universales. Paul Veyne
asevera que no se puede identificar a Foucault con su estilo exorbitante, ya
que la obra de este autor sería, en el fondo, muy sutil, precisa y diferenciada,
ideal para penetrar en una realidad profunda.
Pero no se puede pasar por alto que el contenido de los libros foucaultianos es
a menudo confuso, pero altisonante. Todo esto no disminuye el valor de su obra,
pero ayuda a comprender las causas de su popularidad entre intelectuales
latinoamericanos. Aquí hay que señalar adicionalmente que el estilo literario
de la mayoría de los autores postmodernistas tiene un carácter operístico y
ampuloso, que produce entre los ingenuos la impresión de una gran erudición y
una encomiable pluralidad.
Coda
provisional
En este
contexto puede ser útil una referencia de Mario Vargas Llosa:
“No es
arbitrario citar el caso paradójico de Michel Foucault. Sus intenciones
críticas eran serias y su ideal libertario innegable. […] Su caso es
paradigmático: el más inteligente pensador de su generación tuvo siempre, junto
a la seriedad con la que emprendió sus investigaciones en distintos campos del
saber – la historia, la psiquiatría, el arte, la sociología, el erotismo y,
claro está, la filosofía –, una vocación iconoclasta y provocadora […] que a
ratos se volvía mero desplante intelectual, gesto desprovisto de seriedad.
También en esto Foucault no estuvo solo, hizo suyo un mandato generacional que
marcaría a fuego la cultura de su tiempo: una propensión hacia el sofisma y el
artificio intelectual. [/] Es otra de las razones de la pérdida de ‘autoridad’
de muchos pensadores de nuestro tiempo: no eran serios, jugaban con las ideas y
las teorías como los malabaristas de los circos con los pañuelos y palitroques,
que divierten y hasta maravillan pero no convencen”.
François
Furet calificó a los pensadores
franceses de la segunda mitad del siglo XX como
“ingeniosos, talentosos, llenos de ideas, pero desprovistos de un alma e
indiferentes a la verdad”.
En otro texto Vargas Llosa llama la atención sobre el “amiguismo mafioso”, la
“artificialidad”, el “esoterismo” y la “retórica cada vez más incomprensible e
insulsa”
de los intelectuales franceses más famosos, lo cual llevaría al suicidio del
humanismo. Esta filosofía profundamente burguesa, que intenta desesperadamente
parecer como antiburguesa, es lo opuesto a lo que necesitamos hoy: “la
nostalgia de una vida intelectual creativa y responsable, que ayude a ver claro
aquello que parece confuso y en la que las ideas rivalicen y jueguen un papel
central en la búsqueda de soluciones para los escalofriantes problemas que
enfrenta el mundo de hoy”.
A pesar de su simpatía por las corrientes postmodernistas, Adolfo Vásquez
Rocca anotó acertadamente: “La filosofía francesa de los dos últimos
tercios del siglo pasado ha ido progresivamente afinando su gusto por una
solemne frivolidad. Asumió el tono declamatorio de quien describe el
Apocalipsis y el hábito singular de los virajes intelectuales hacia cualquier
rumbo en el mejor estilo de la moda y sus pasarelas femeninas”.
Esta
inclinación a la frivolidad y oscuridad eruditas tiene una larga tradición en
el mundo occidental; aquí mencionaré solamente a Walter Benjamin a causa
de su relevancia dentro de la producción latinoamericana en teoría social,
puesto que es percibido como el gran inspirador de un enfoque original,
diferente e indispensable para “abordar otras formas de conocimiento”. Theodor W. Adorno
aseveró, en un brillante texto, que Benjamin no irradiaba “inmediatez y calor
humanos”
en el sentido convencional; su pensamiento – como el de los jugadores – habría
abandonado toda apariencia de seguridad como la que brindan los procedimientos
lógicos. Sólo la tristeza sería la garantía de su verdad. Pero al mismo tiempo Benjamin,
al igual que Nietzsche, consolidó una tradición intelectual que puede ser
descrita como radicalismo sin contenido
e inclinación a la nebulosidad, al esoterismo, a lo misterioso y a las expresiones
confusas.
En palabras del propio Benjamin: “El método es el rodeo”, y: “En las cosas
importantes hay que ser siempre radical, pero nunca consecuente”. La indudable ventaja de
este tipo de argumentación es que puede ser utilizada para sostener o negar
cualquier tesis, brindando la impresión de gran originalidad y sabiduría
profunda.
Sigmund
Freud (1856-1939) consagró su vida a luchar contra los prejuicios, las
ilusiones y las necedades de los seres humanos, sabiendo que estas constituyen
una enfermedad incurable de los mismos.
Pero él analizó y criticó los dilatados fenómenos de irracionalidad utilizando
conceptos y procedimientos provenientes del racionalismo, esperando que las
fuerzas de la razón puedan ganar terreno sobre las locuras colectivas. Esta es la gran
diferencia en comparación con todas las corrientes postmodernistas.
Para el caso ruso de los intelectuales del siglo
XIX, especialmente para los eslavófilos que detestaban la civilización europea
– sin conocerla adecuadamente –, Isaiah Berlin señaló que su
anti-occidentalismo estaba edificado sobre un fondo de ignorancia y arrogancia
y sobre un “feroz anti-intelectualismo”. Isaiah Berlin, Pensadores rusos,
México: FCE 1980, p. 546.
Francisco Colom González, La tutela del "bien común". La cultura
política de los liberalismos hispánicos, en: Francisco Colom González (comp.),
Modernidad iberoamericana. Cultura, política y cambio social, Madrid:
Iberoamericana / Vervuert / CSIC 2009, pp. 269-298, aquí pp. 291-292.
Umberto Melotti, Marx y el Tercer Mundo, Buenos Aires:
Amorrortu 1974.- Sobre esta temática cf. la obra precursora: Emanuel
Sarkysianz, Russland und der Messianismus des Orients (Rusia y el
mesianismo oriental), Tübingen: Mohr-Siebeck 1955, p. 7, 138, 168.
[19] Para
concepciones actuales de la obra nietzscheana diferentes de la presentada en
este texto, cf. Michel Foucault, Nietzsche, la genealogía, la historia,
Valencia: Pre-Textos 2000; Fernando Savater, Conocer Nietzsche y su obra,
Barcelona: Dopesa 1997; Gianni Vattimo, Introducción a Nietzsche,
Barcelona: Península 1996; Gilles Deleuze, Nietzsche y la filosofía,
Barcelona: Anagrama 1986.
[23] Entre las obras
más importantes de esta tendencia se hallan: Ernesto Laclau, La razón
populista, Buenos Aires: FCE 2008; Chantal Mouffe, La paradoja
democrática, Barcelona: Gedisa 2003; Ernesto Laclau / Chantal Mouffe, Hegemonía
y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, Madrid:
Siglo XXI 1987.- Cf. también: Simon Critchley / Oliver Marchart (comps.), Laclau.
Aproximaciones a su obra, México: FCE 2008.
[24] Martin
Hopenhayn, op. cit. (nota 9), pp. 245-274.
Leo Farwick, Foucault
─ oder: Was das subjektlose Denken vom Intellektuellen übrig liess (Foucault ─ o: lo que el pensar sin sujeto dejó incólume del
intelectual), en: Thomas Jung / Stefan Müller-Doohm (comps.), Fliegende
Fische. Eine Soziologie des
Intellektuellen in 20 Porträts (Peces
voladores. Una sociología del intelectual en 20 retratos), Frankfurt: Fischer
2009, pp. 271- 290, aquí p. 282.- Sobre la concepción foucaultiana del poder
cf. la brillante síntesis en: Philipp Sarasin, op. cit. (nota 10), pp. 152-161,
especialmente pp. 156-157.
[31] Ernst Krieck, Der
deutsche Idealismus zwischen den Zeitaltern (El idealismo alemán entre las
épocas), en: VOLK IM WERDEN, vol. 1 (1933), Nº 3, p. 1-19: Heinrich Forsthoff, Das Ende der humanistischen
Illusion. Eine Untersuchung über die Voraussetzungen von Philosophie und
Theologie (El fin de la ilusión humanista. Una
investigación sobre los presupuestos de la filosofía y la teología), Berlín:
Furche 1933, p. 25.
[32] Sobre esta
temática cf. Bernhard H. F. Taureck, Nietzsche und der Faschismus
(Nietzsche y el fascismo), Hamburgo: Junius 1989, pp. 154-176.
[33] Alfred
Baeumler, Nietzsche der Philosoph und Politiker (Nietzsche, el filósofo
y el político), Leipzig 1931, p. 179; Alfred Baeumler, Der theoretische und
der politische Mensch (El hombre teórico y el hombre político), en:
Baeumler, Männerbund und Wissenschaft (Asociaciones varoniles y
ciencia), Berlin: Junker und Dünnhaupt 1937, pp. 90-93.
Sobre las relaciones entre la Escuela de Frankfurt y Foucault cf. David Owen, Kritik und Gefangenschaft. Genealogie und Kritische Theorie
(Crítica y cautividad. Genealogía y teoría crítica), en: Axel Honneth / Martin Saar (comps.), Michel Foucault.
Zwischenbilanz einer Rezeption. Frankfurter Foucault-Konferenz 2001 (Michel
Foucault. Balance provisional de una recepción. Conferencia sobre Foucault en
Frankfurt 2001), Frankfurt: Suhrkamp 2003, pp. 122-144.- Cf. también: Ellen Kennedy, Carl Schmitt und die
"Frankfurter Schule". Deutsche
Liberalismuskritik im 20. Jahrhundert (Carl Schmitt y
la “Escuela de Frankfurt”. La crítica alemana del liberalismo en el siglo XX),
en: GESCHICHTE UND GESELLSCHAFT (Göttingen / Berlin), vol. 12 (1986), Nº 3, pp.
380-419, especialmente pp. 388-391; Helmut
Dubiel, Kritische Theorie der Gesellschaft. Eine
einführende Rekonstruktion von den Anfängen im Horkheimer-Kreis bis Habermas
(Teoría crítica de la sociedad. Una reconstrucción introductoria desde los
comienzos en el círculo de Horkheimer hasta Habermas), Weinheim: Juventa 1988,
pp. 92-94.
[43] Para una
crítica de Foucault en cuanto precursor de ideas y prácticas neoliberales, cf.
el número monográfico de DAS ARGUMENT (Berlín), vol. 45 (2003), Nº 1, sobre
todo los siguientes ensayos: R. Keith Sawyer, Archäologie des
Diskursbegriffs (Arqueología del concepto de discurso), pp. 48-62; Jan
Rehmann, Vom Gefängnis zur modernen Seele. Foucaults “Überwachen und Strafen”
neu besichtigt (De la prisión al alma moderna. Reconsideración de “Vigilar
y castigar” de Foucault), pp. 63-81; Tilman Reitz, Die Sorge um sich und
niemand anderen. Foucault als Vordenker neoliberaler Vergesellschaftung (La
preocupación por sí mismo y nadie más. Foucault como precursor de la sociabilidad neoliberal), pp. 82-97.
[44] Michel
Foucault, Historia de la sexualidad, vol. I: La voluntad de saber,
México: Siglo XXI 1977, pp. 113-120; vol. II: El uso de los placeres,
México: Siglo XXI 2005, p. 14.- Sobre la teoría foucaultiana del poder cf. Axel
Honneth, Kritik der Macht. Reflexionsstufen einer kritischen
Gesellschaftstheorie (Crítica del poder. Niveles de reflexión de una teoría
crítica de la sociedad), Frankfurt: Suhrkamp 1985.
[45] Cf. especialmente
el célebre ensayo de Charles Taylor, Foucault on Freedom and Truth, en:
POLITICAL THEORY, vol. 12, Nº 2, mayo de 1984, pp. 152-183; Michael Kelly
(comp.), Critique and Power: Recasting the Foucault / Habermas Debate, Boston: Cambridge U. P. 1994; David Couzens Hoy (comp.), Foucault: A Critical Reader,
Oxford: Basil Blackwell 1986.
[46] Michel
Foucault, Microfísica…, op.
cit. (nota
34), p. 120; Michel Foucault, Saber y verdad, Madrid: Ed. de la Piqueta 1985, p. 7 y siguientes.- Cf. el brillante ensayo de
Richard J. Bernstein, Foucault: Critique as a Philosophic Ethos, en: Axel Honneth et al. (comps.), Zwischenbetrachtungen.
Im Prozess der Aufklärung (Consideraciones provisionales. En el proceso del
esclarecimiento), Frankfurt: Suhrkamp 1989, pp. 395-425.
[47] Nancy
Fraser, Von der Disziplin zur Flexibilisierung? Foucault im Spiegel der Globalisierung (De la disciplina a la flexibilización? Foucault en el espejo de la
globalización), en: Axel Honneth / Martin Saar (comps.), op. cit. (nota 35), p.
239. Cf. también: Martin Saar, Einleitung: Analytik der Politik
(Introducción: analítica de la política), en: ibid., pp. 233-238; Thomas Lemke,
Andere Affirmationen. Gesellschaftsanalyse und Kritik im Postfordismus
(Otras afirmaciones. Análisis social y crítica en el postfordismo), en: ibid.,
pp. 259-274.
[48] Jürgen
Habermas, Untiefen der Rationalitätskritik (Superficialidades de la
crítica de la racionalidad), en: DIE ZEIT (Hamburgo) del 17 de agosto de 1984,
p. 16; Herbert Schnädelbach, Das Gesicht im Sand. Foucault und der
anthropologische Schlummer (La cara en la arena. Foucault y el sueño
antropológico), en: Axel Honneth et al. (comps.), op. cit. (nota 46), pp. 231-261.
[51] Michael Walzer,
Zweifel und Einmischung. Gesellschaftskritik im 20. Jahrhundert (Duda e
intervención. Crítica de la sociedad en el siglo XX), Frankfurt: Fischer 1997,
pp. 261-286.