Resumen
La llegada de Lula
Da Silva al gobierno de Brasil en 2003 se corresponde con un nuevo clima en la
región latinoamericana denominado “giro a la izquierda”. Este trajo consigo una
nueva política exterior, declarando al asumir que América del Sur sería su
prioridad, lo que le llevó a tener un papel más activo en los organismos
regionales y a desarrollar una intensa diplomacia presidencial en la región.
El liderazgo
político de este nuevo gobierno, como así también el de su sucesora, Dilma
Rousseff, ambos mandatarios del PT (Partido de Los Trabajadores), fue esencial
para afianzar las relaciones entre los países de América del Sur y ha tenido
una impronta diferente a gobiernos anteriores. Este trabajo tiene como objetivo
comparar los liderazgos regionales de los gobiernos del PT, realizando un
análisis descriptivo de las similitudes y diferencias entre los mandatos de
Lula y Rousseff, con especial énfasis en el rol que jugaron en los procesos de
integración regional.
Abstract
The
arrival of Lula Da Silva to Brazilian government in 2003 matches the new
climate in the Latinamerican region denominated “turn to left”. He brought with
him a new foreign policy, declaring when he assumed the Presidency that Latin
America would be his priority, which led him to have a more active role in
regional organisms and to develop an intense presidential diplomacy in the
region.
The
political leadership of this new government, as well as that of his succesor,
Dilma Rousseff, both from the PT (Partido dos Trabalhadores), was essential to
fasten the relationship between countries in South America and has had a
different style than previous governments. This paper objective is to compare
the regional leaderships of the PT governments. We carry out a descriptive
analysis of similarities and differences between the governments of Da Silva
and Rousseff, with special focus on the role they played in the regional
integration processes
“El liderazgo regional de Brasil de Lula a
Dilma, ¿continuidad o cambio? (2003 – 2016)”
Inés Beatriz Alberico
Introducción
La llegada de Luiz
Inácio Lula Da Silva al gobierno en 2003 se corresponde con un nuevo clima en
la región latinoamericana denominado “giro a la izquierda” (Levitsky y Roberts,
2014; Leiras. y Malamud, 2016). Este trajo consigo una nueva política exterior,
con América del Sur como su gran prioridad, como declaró en su sesión de toma
de posesión ante el Congreso Nacional el 1ro de enero de 2003:
“A grande
prioridade da política externa durante o meu Governo será a construção de uma
América do Sul politicamente estável, próspera e unida, com base em ideais
democráticos e de justiça social. Para isso é essencial uma ação decidida de
revitalização do Mercosul, enfraquecido pelas crises de cada um de seus membros
e por visões muitas vezes estreitas e egoístas do significado da integração.
O MERCOSUL, assim
como a integração da América do Sul em seu conjunto, é sobretudo um projeto
político. Mas esse projeto repousa em alicerces econômico-comerciais que
precisam ser urgentemente reparados e reforçados.”
En su discurso
queda bien en claro que el MERCOSUR es un proyecto político al que,
efectivamente, va a darle importancia durante su gobierno, buscando
revitalizarlo como instrumento para construir una América del Sur políticamente
estable, próspera, unida, democrática y justa. Es por esto que podemos decir
que el interés del gobierno de Brasil de posicionarse como líder regional llevó
a la política exterior del gobierno de Lula a tener un papel más activo en los
organismos regionales.
El liderazgo
político de los gobiernos del PT fue esencial para afianzar las relaciones
entre los países de América del Sur y ha tenido una impronta diferente al
gobierno de Collor de Melo, cofundador del MERCOSUR con Menem. Por esto resulta
relevante estudiar de forma comparada la política regional de los gobiernos de
Lula y Dilma para analizar si el liderazgo de Dilma en la región representó una
continuidad con respecto a la de Lula o si hubo un quiebre, particularmente en
su rol en el MERCOSUR y su relación con los países que lo conforman.
Este trabajo tiene
como objetivo comparar los liderazgos regionales de los gobiernos de Lula y de
Dilma, realizando un análisis descriptivo de las similitudes y diferencias
entre ambos mandatarios, con especial énfasis en el rol que jugaron en MERCOSUR
y sus relación con los países miembro.
Los
objetivos de la política exterior de Brasil han sido constantes durante varias
décadas, puesto que tanto durante los gobiernos militares entre 1964 y 1985
como desde la redemocratización con Sarney, los líderes brasileños han buscado
desarrollar la economía para posicionar a Brasil como un país autónomo.
Las élites
brasileñas siempre concibieron a su país como potencia media en condiciones de
ejercer un rol relevante en el escenario internacional. Esto se mostró
tempranamente en ocasión de la formación de la
Sociedad de Naciones en 1919, donde pidieron incorporar como miembro permanente
del Consejo a Brasil, siendo la única nación sudamericana que participó en la
Primera Guerra Mundial como beligerante. Ante la ausencia de Estados Unidos, se
la postulaba como líder de los países latinoamericanos, pero no lograron su
objetivo, por lo que se retiraron del organismo.
Entonces
podemos decir que ya desde inicios del Siglo XX, Brasil aspira a ocupar puestos
relevantes en el orden internacional por sus capacidades materiales y por sus
condiciones para representar a todo el continente latinoamericano.
También
es relevante tener en cuenta que en la Constitución de la República Federativa
de Brasil de 1988, año oficial de la restitución de la democracia, en el
párrafo único del artículo 4 reza:
“A
República Federativa do Brasil buscará a integração econômica, política, social
e cultural dos povos da América Latina, visando à formação de uma comunidade
latino-americana de nações.”
Entonces, ya en la
ley suprema del país figura su “destino manifiesto” de liderar la región para
lograr su integración en una comunidad latinoamericana de naciones.
Lula Da Silva fue
un presidente extremadamente activo, dispuesto a llevar adelante una diplomacia
personal, siendo un participante clave del G20 y haciendo campaña para cambiar
la estructura de las instituciones internacionales, pidiendo un asiento
permanente en el Consejo De Seguridad de las Naciones Unidas. En las sesiones
de la Asamblea General, el 14 de septiembre de 2003, el gobierno brasileño
manifestó:
“Es
preciso que el Consejo de Seguridad esté plenamente equipado para enfrentar
crisis y lidiar con las sucesivas amenazas a la paz. Por ello, en lo que se
refiere a sus miembros permanentes, su composición no puede ser la misma que
cuando la onu fue creada hace más de 60 años.”
Su política desafió
el statu quo y, especialmente, el liderazgo de Estados Unidos, buscando
posicionar a Brasil como potencia utilizando al MERCOSUR como la base para el
fortalecimiento de la integración en América del Sur en respuesta a otros
procesos de integración como la Unión Europea y a las intenciones de influencia
norteamericana en la región. Esto último se vio explicitado en el “No al ALCA”
de 2005, proponiendo en cambio un orden internacional que buscara achicar las
asimetrías, como el comercio justo y la integración económica regional y
subregional y también con la creación de la UNASUR en 2008, como una forma de
construir una cooperación económica y defensiva más cercana en el continente.
Si bien el gobierno
de Dilma heredó las estrategias del gobierno de Lula de revisionismo de las
instituciones internacionales, actuación activa en foros multilaterales
colocándose como representante de los países del Sur y una orientación
proactiva para la dimensión sudamericana, su gobierno parece haber tenido una
reducción del activismo regional: ¿La política regional de Dilma Rousseff
representó un cambio con respecto a la de Lula Da Silva? ¿O fue simplemente una
reducción del peso de su liderazgo?
Los problemas
temáticos anteriores no llevarían a la siguiente hipótesis:
“La
administración de Dilma Rousseff habría perdido presencia a nivel regional por
los graves problemas de política interna que tuvo que afrontar”.
Algunas consideraciones
En diversas
publicaciones, el Dr. Leiras trata la cuestión del liderazgo político en
América Latina, cuyo interés resurge en el contexto de transformación de las
democracias durante los años ‘90 por la crisis de representación política.
Leiras (2005) describe
las presidencias de Carlos Menem (1989-1999) y Fernando Collor de Mello
(1990-1992) y el proceso de decisión política resultante en el Mercosur como
arquetipos de un nuevo modelo de democracia e integración regional: el
decisionismo regional, donde se combina la diplomacia presidencial y una
arquitectura jurídica e institucional de carácter intergubernamental, teniendo
un gran protagonismo los presidentes, especialmente crucial en los orígenes del
proceso y en los momentos de crisis o conflicto entre los estados parte.
Siguiendo esta
línea de investigación, se pensará en un estilo decisionista de liderazgo en la
política exterior teniendo en cuenta que este aspecto del gobierno fue
utilizado por Da Silva para mostrar al mundo las bondades de la “nueva era” de
Brasil y lo hizo llevando adelante una “diplomacia presidencial”, avalada por
una configuración institucional que brinda altos poderes de decisión a los
presidentes brasileños.
Como señala Malamud
(2010):
“La
intervención presidencial estimuló el proceso de integración y moldeó sus
resultados, siendo los presidentes percibidos como eficientes solventadores de
problemas porque tenían legitimidad popular y la determinación de intervenir.
Sin embargo, las tareas que realizaron no estuvieron sólo sustentadas en el
liderazgo carismático, sino también en las capacidades institucionales, los
cuales incluyen autonomía de la asamblea y el gabinete en la toma de
decisiones, iniciativa legislativa, poder de dictar decretos y poder de veto.”
Dilma Rousseff
intentará continuar este estilo pero sin tanto éxito, por un lado por su
distinta personalidad, menos carismática y la menor relevancia que le dio a la
política exterior al llegar al gobierno. Por el otro, por la crisis interna que
tuvo que afrontar, especialmente fuerte en su segundo mandato, que terminó en
un impeachment.
En cuanto al
MERCOSUR, Bernal-Meza (2008), sostiene que es
el ejemplo de regionalización más exitoso de la América del Sur contemporánea
y, a pesar de ser imperfecta, es la primera unión aduanera del continente,
pero, antes que un programa comercial y económico, es un proyecto político,
tanto por sus antecedentes, como por su proyección en la economía política
mundial.
Como
antecedente podemos destacar la Declaración de Iguazú de 1985 y pactos
posteriores firmados por Raúl Alfonsín y José Sarney, quienes coincidieron en
la urgente necesidad de América Latina de reforzar su poder de negociación en
el mundo, teniendo en cuenta la crisis de la deuda en los años ’80, y con ese
fin, decidieron comprometer los esfuerzos de ambos gobiernos, a los efectos de
incentivar las políticas de cooperación e integración entre las naciones
latinoamericanas. Vemos que Brasil y Argentina fueron y son los países
esenciales de este proceso de integración, como señala Schvarzer (2001), dado
que al representar más del 95% de cualquiera de las variables que definen al
MERCOSUR (sea la población, el producto, la actividad industrial, las
exportaciones, etc.), conforman la espina dorsal del bloque.
Botto (2015) señala
que, luego de la fuerte crisis marcada por la devaluación del real en 1999 y
del peso argentino en 2001, que marcaron el hito de mayor deconstrucción
institucional, el MERCOSUR se reinventa hacia principios del siglo XXI con un
cambio de época por la crisis del neoliberalismo, haciendo un giro fundamental
en materia de su sustento ideológico. El objetivo de crecimiento comercial va
abriendo espacio a una agenda de desarrollo económico, en donde la prioridad
está puesta en la integración y complementación productiva y en la necesidad de
crear instituciones para compensar y achicar las asimetrías entre los países
miembros que, si bien eran originarias, también se fueron ampliando con el
tiempo, sobre todo, en favor de Brasil.
En este marco se
sitúa este trabajo, buscando estudiar el liderazgo regional de los gobiernos de
Lula da Silva y Dilma Rousseff, con especial foco al rol que jugaron en el
MERCOSUR, observando continuidades y cambios entre ambos gobiernos.
Para los datos
biográficos relevantes en la construcción de los liderazgos de Lula Da Silva y
Dilma Rousseff, se tomarán las biografías elaboradas por Roberto Ortiz de
Zárate.
Los orígenes de Lula Da Silva
Lula Da Silva llega
a la presidencia en 2002 como líder del Partido de los Trabajadores (PT). Se
retira en 2011 con un 87% de popularidad, entregando la banda presidencial a su
heredera, Dilma Rousseff. En sus dos períodos presidenciales, Brasil ascendió de
la decimotercera a la séptima posición en el ránking de las mejores economías
por PBI nominal.
Más allá de la
afinidad que se tenga con las políticas de Lula da Silva, debe reconocerse que
fue un fenómeno político revolucionario tanto para Brasil como para toda
América Latina. Nacido el 27 de octubre de 1945 en el estado de Pernambuco, en
el noreste de Brasil, región sumida en el más profundo subdesarrollo, en
condiciones de extrema pobreza, logró acceder al más alto cargo de gobierno en
Brasil.
Tuvo once hermanos,
cuatro de los cuales murieron de forma prematura y desde pequeño trabajó de
limpiabotas, vendedor callejero y obrero fabril. Fue allí donde empezó a
gestarse su carrera política. En 1968 incursionó en el movimiento obrero de la
mano de su hermano mayor, Frei Chico, militante del Partido Comunista Brasileño
y, en 1975, llegó a la presidencia del Sindicato de Metalúrgicos de São
Bernardo do Campo y Diadema, siendo reelecto en 1978. Entonces tomó una postura
de total beligerancia contra el gobierno militar, llegando a tener fama a nivel
nacional por la huelga general que declaró en 1979 a pesar de la prohibición
del gobierno.
Fue en 1980, luego
de la apertura al multipartidismo del gobierno, que fundó el PT junto con
activistas sociales y algunos políticos e intelectuales de izquierda, con una
clara línea marxista clasista, con una sólida implantación popular, que
rápidamente arraigó en las masas proletarias de São Paulo.
A lo largo de los
80s y 90s, el discurso del Partido dos Trabalhadores fue ampliándose
para atraer el apoyo de las clases medias, y luego de varios intentos fallidos,
en 2002 lo lograron. Lula asumió la presidencia con un 62% de los votos en
segunda vuelta, proclamando la llegada de una “nueva era” a Brasil, con un
pacto nacional contra la pobreza, la corrupción y la inflación. Celso Amorim,
diplomático de carrera que trabajó en el Estado brasileño desde 1987, fue el
Ministro de Relaciones Exteriores durante los dos mandatos de Lula.
Política exterior de Lula
En Brasil, como en
América Latina en general, el decisionismo político se acentúa, al menos, por
la fuerza de dos tradiciones: la presencia de sistemas hiperpresidencialistas y
la generación de líderes fuertes, “líderes neodecisonistas”, que en algunos
casos han dado origen a liderazgos de crisis que dominan la escena política. En
general, conforme a la experiencia histórica, los liderazgos enérgicos surgen o
se reafirman en las situaciones extraordinarias. Lula Da Silva, al tomar la
decisión de dar un nuevo giro político a la integración regional y fortalecerla
como base para el posicionamiento internacional de Brasil, tuvo un estilo de
liderazgo decisionista, habilitado por las capacidades institucionales que le
brindaba el sistema político brasileño.
Lula Da Silva
utilizó la política exterior para posicionar a Brasil como potencia media en el
mundo. Su gran estrategia ha sido apostar a los organismos multilaterales y a
las instituciones internacionales, lo cual es una estrategia típica de las
potencias medias en el plano global o de potencias regionales, que buscan
traducir su liderazgo regional en una presencia e influencia más fuerte en el
ámbito global y su respectiva agenda.
Desde un principio,
Da Silva postuló a Brasil como un líder regional con una fuerte determinación
por la integración. De hecho, en su discurso de toma de posesión, este continúa
comprometiéndose a apoyar los arreglos institucionales necesarios para que
pueda florecer una verdadera identidad de MERCOSUR y de América.
Celso Amorim, en su
análisis de la política externa de Brasil durante la presidencia de Da Silva,
destaca que, muchas veces, su gobierno tuvo que imponer su visión sobre la
objeción de grupos incapaces de ver los intereses a largo plazo, como sucedió
en el tratamiento de las asimetrías dentro del MERCOSUR (particularmente con
Uruguay y Paraguay) y en las relaciones con Argentina, cuando su economía
apenas estaba emergiendo de una profunda crisis y drástica
desindustrialización.
En el 2005 se
estableció el FOCEM (Fondo para la Convergencia Estructural del MERCOSUR), con
el objetivo de reducir las diferencias estructurales entre los países miembro,
otro ejemplo del compromiso con un desarrollo balanceado en beneficio de los
pueblos de todos los Estados miembro. Este ha sido utilizado para financiar
proyectos de desarrollo socioeconómico y casi el 70% de sus fondos provienen de
Brasil. Aquí se ve el compromiso brasileño de liderazgo regional benévolo.
Para esto, fue
necesario mostrar flexibilidad e, incluso, tolerancia, por lo cual fue
necesario que el gobierno tomara el liderazgo, puesto que la clase comerciante
no lo haría. De hecho, estos se resistían a que el país asumiera mayores
responsabilidades mundiales con sus consiguientes mayores costos. A pesar de
esto, los resultados fueron muy positivos, puesto que el MERCOSUR, que estaba
estancado hasta su llegada, se transformó como bloque en un socio comercial más
importante que EE.UU. y sólo Argentina absorbió más exportaciones brasileñas
que cualquier otro país, excepto China, en los últimos meses de 2010.
En su discurso, Da
Silva también se compromete a contribuir, a pedido de los países afectados y en
la medida de sus posibilidades a encontrar soluciones pacíficas a las crisis
que puedan suceder en la región, todo esto basándose en el diálogo, los
preceptos democráticos y las normas constitucionales de cada país. Y señala que
este empeño de cooperación concreta y diálogos sustantivos los tendrá con todos
los países de América Latina. Claro ejemplo de esto es la creación de la UNASUR
y, particularmente, del Consejo de Defensa Sudamericano, impulsado por Da Silva
para profundizar el diálogo regional en materia de defensa y solucionar
controversias y tensiones en la región.
En 2008, cuando la
situación política en Bolivia se deterioró, los buenos oficios de la UNASUR
fueron claves para el proceso de reconciliación. El 15 de Septiembre, con la
Declaración de La Moneda, expresaron su apoyo al Presidente Evo Morales, lo que
significó que Sudamérica se constituía por primera vez en garante de la
democracia, evitando la intervención de Estados Unidos. Posteriormente, la
intervención en el conflicto entre Colombia y Venezuela y en la rebelión de la
policía ecuatoriana en 2010 también demostraron que la organización regional
tiene un rol importante como garante de paz en la región.
Es
importante señalar que el liderazgo que ejerció Brasil en la región fue
encarnado por Da Silva, personalista, como así también el liderazgo de su
homólogo argentino, Kirchner, que fue clave también para el fortalecimiento
regional. En este estilo decisionista de liderazgo, hubo un instrumento clave
para el posicionamiento internacional del país, la Diplomacia Presidencial,
que se entiende como:
“La
interacción directa, por presencia física o por otros medios, entre los jefes
de Estado y de Gobierno de naciones soberanas”.
Esta modalidad se
puede dividir en dos planos de acción, el multilateral, que hace referencia al
subsistema que resulta de las interacciones entre las naciones situadas en el
mismo espacio geográfico por ejemplo Sudamérica, Centroamérica o el Caribe, y
la multi-espacial que es la que trata temas de integración y otros. Lo
importante de resaltar es que estas herramientas están siendo utilizadas, no
sólo en el plano de las relaciones económicas, sino también, en el de las
relaciones políticas y en el de la seguridad.
El presidente
brasileño entendió que la política exterior no podría ser sólo el instrumento
de proyección de los intereses nacionales en el escenario internacional, sino
que la inserción en el mundo, y sobre todo en la región, tendría una incidencia
decisiva sobre el proyecto nacional de desarrollo.
Esta diplomacia se
inscribe en la llamada política exterior de prestigio un claro uso del “soft
power” o “poder blando” en términos de Nye (2004). Para Nye, el poder es la
habilidad para influenciar el comportamiento de otros y obtener los resultados
que se desean, y si se hace por medio de la atracción y cooptación en lugar de
la coacción, se puede hablar de “poder blando”. Este contribuye en forma
directa al objetivo de posicionamiento internacional al que aspiraba, por eso
un factor importante en la diplomacia presidencial ha sido la dimensión
simbólica de la figura presidencial.
Entonces, Lula
intentó transformar su trayectoria personal, sindical y de experiencia política
en capital político, logrando transferir su prestigio personal a favor de los
intereses nacionales del país. Veremos más adelante que Dilma Rousseff no
contaba con el mismo prestigio y personalidad política y eso también influyó en
su performance en este aspecto.
Los orígenes de Dilma
Dilma Rousseff,
nacida en 1947 en Belo Horizonte, a diferencia de Da Silva, proviene de una
familia de clase media acomodada. Su padre, Pedro Rousseff, estuvo afiliado al
Partido Comunista en su Bulgaria natal, antes de emigrar a São Paulo y
convertirse en un exitoso abogado y hombre de negocios.
Dilma tuvo la
posibilidad de estudiar y su ingreso a la política fue mediante el movimiento
estudiantil. En 1964, año del golpe militar a Goulart, ingresó al Colegio
Estatal y se introdujo en la Organização Revolucionária Marxista-Política
Operária (POLOP), un grupo de extrema izquierda, surgido de sendas disidencias
juveniles de los partidos Comunista (PCB), Socialista (PSB) y Trabalhista
(PTB), y que se sumergió en una disputa interna sobre la estrategia a seguir para
expulsar a la dictadura y avanzar hacia la creación de un Gobierno de tipo
socialista.
Dilma se alineó
con los radicales, que apostaban por la lucha armada y en 1967, con 19 años,
pasó a formar parte del Comando de Libertação Nacional (COLINA), modesto grupo
subversivo que inició una campaña de asaltos a bancos y ataques con bomba en
Minas Gerais. Ella no participaba directamente en la comisión de los atentados,
funcionaba como enlace con los sindicatos, instructora ideológica y editora del
periódico clandestino O Piquete en el aparato político de COLINA. Su ideario en
estos años era abiertamente marxista y prosoviético. También por entonces,
inició la carrera de Economía en la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG).
En enero de 1970,
Rousseff cayó en una encerrona policial en un bar de São Paulo y fue sometida a
intensas sesiones de tortura, con golpes y descargas eléctricas.
Posteriormente, fue procesada por la Justicia Militar y fue hallada culpable
del delito genérico de subversión, ya que la acusación no halló pruebas de su
participación en acciones armadas concretas y estuvo presa hasta finales de
1972.
Su primera
militancia política dentro de la legalidad discurrió en el Instituto de
Estudios Políticos y Sociales (IEPES), casa de debate intelectual vinculada al
único partido opositor autorizado por el régimen militar, el Movimiento
Democrático Brasileño.
En 1980, con la
apertura gradual hacia la democracia, participó en la formación del Partido
Democrático Trabalhista (PDT), de orientación socialdemócrata, bajo el
liderazgo de Leonel Brizola, llegando a ser secretaria de Minas y Energía de
Rio Grande Do Sul en la década de 1990.
En 2001 rompió con
el PDT para ingresar en el Partido de los Trabajadores (PT) y asistió en
la elaboración del programa energético de Lula, con un conocimiento más
práctico que teórico, fruto de su experiencia gubernamental.
En 2005 pasó a ser
Ministra-Chefa da Casa Civil (Jefe de Gabinete), luego de la renuncia de José
Dirceu, mano derecha de Lula, por el escándalo del Mensalão. Fue la primera
mujer en ocupar este alto cargo de gobierno y, a fines del 2008, Lula la
designó publicamente como su sucesora. Fue así que el 31 de octubre de 2010, en
ballotage, Rousseff se proclamó presidenta de Brasil con el 56,05% de los
votos, un porcentaje más modesto que los obtenidos por Lula en las segundas
vueltas de 2002 (el 61,3%) y 2006 (el 60,8%), quien le entregó la banda
presidencial con un 87% imagen positiva.
Por la noche, en
su primer discurso pronunciado en el hotel capitalino que le servía de cuartel
general, la ganadora, con tono emotivo, proclamó: "Sabré honrar el legado
de Lula. Sabré avanzar y consolidar su obra".
Sin embargo, el
gobierno de Dilma no tuvo tanto éxito como el de Lula, el estrepitoso deterioro
de la economía, una crisis social sin precedentes y las acusaciones de
corrupción del PT terminaron desatando el escándalo del Lava Jato que se llevó
a Dilma de la presidencia y terminaría con Lula preso.
Dilma se destacó en
papeles mayoritariamente administrativos, sobretodo luego de dejar la
militancia, mientras que Lula se proyectó como líder desde su juventud hasta
que llegó a la presidencia. Eso parece haber impregnado la administración de
Lula de un estilo más carismático, mientras que la de Dilma fue más técnica y
pragmática.
Política exterior de Dilma Rousseff
Rousseff mantuvo
los mismos objetivos que su predecesor en la esfera internacional, buscando
afirmar a Brasil como líder regional, pero su diplomacia fue llevada adelante
con menos activismo y con más limitaciones externas. En su mandato, se pierde
presencia a nivel regional, en parte por el perfil administrativo de la
Presidente y la mayor relevancia que le da al grupo BRICS pero también por la
coyuntura internacional, marcada por una crisis económica persistente y por
inestabilidad política en algunas regiones, lo que constriñe la acción de
Brasil. Esto también afecta la economía brasileña, otro factor que disminuye la
relevancia de la diplomacia regional durante su mandato.
Cuando llegó a la
presidencia en 2011, Brasil tenía un PBI de 2.6 billones, cuatro veces más
grande que el PBI del 2003, año en que asumió Lula. Pero desde ese momento
empezó a caer hasta llegar a la gran crisis de 2014. La contracción económica y
la inflación impactaron en los bolsillos de los brasileños, quienes salieron a
la calle en masivas protestas. Del progreso económico en la era Lula quedaba un
vago recuerdo. Es importante tener en cuenta esto a la hora de comprender el
debilitamiento del liderazgo regional que se da durante el mandato de Dilma,
quien tuvo que focalizarse más en problemas internos, que de todas maneras
terminaron en un impeachment.
Desde el inicio de
su gobierno, Dilma Rousseff mantuvo al grupo de los autonomistas en puestos
clave del Itamaraty. Pero la diferencia surgió en el abandono de la diplomacia
presidencial y del papel de la Presidencia como elemento incentivador y
equilibrador de diferentes visiones de política externa, claves en los
gobiernos de Lula. Rousseff mostró su preferencia por la solución de los
problemas internos y las cuestiones económicas de corto plazo volvieron a
ocupar un rol central en la política externa en detrimento de las acciones políticas
de proyección internacional.
La actuación de
Brasil en el bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China en 2006 y con Sudáfrica
desde 2011), fue el foco principal y renovado de la política de Dilma. Se
llevaron adelante diversos acuerdos, aunque siempre manteniendo una baja
institucionalidad. Fue en el campo financiero en el que más se avanzó, con la
creación en la VI Cumbre (Fortaleza, Brasil en 2014) del Nuevo Banco de
Desarrollo (NBD), orientado al financiamento de proyectos de infraestructura y
de desarrollo sostenible en los mercados emergentes y los países en desarrollo,
y la firma del Acuerdo Contingente de Reserva (ACR), destinado a proporcionar
apoyo mutuo para los miembros del BRICS en escenarios de fluctuaciones en la
balanza de pagos.
China, además de
ser miembro de BRICS, es un socio importante para destacar en términos
individuales que en 2009 pasó a ser el principal socio comercial de Brasil y,
en 2010, ocupó la posición de mayor inversor en el país. También se
desarrollaron asociaciones en otras áreas, particularmente la tecnológica, y
hubo una serie de visitas bilaterales, más allá de los encuentros en el marco
del BRICS.
En relación a
Sudamérica, procuró mantener en vigor las estrategias de política externa de
mantenimiento de la estructura de gobernanza regional creada y adaptada durante
el mandato de Lula, como así también se mantuvieron las afinidades con los
gobiernos progresistas de la región. Lo que no se mantuvo fue la voluntad
política demostrada por Lula para articular visiones favorables a la
construcción de un liderazgo regional. Con la llegada de Rousseff se vació la
dimensión política del comportamiento brasileño frente a la región como actor
estructurador de las instituciones regionales y definidor de agendas.
En el caso de la
crisis política vivida por Venezuela, hubo un consenso en torno a una frágil
iniciativa que no presentó resultados. La tradición brasileña de no
intervención, las dificultades de Brasil en construir un liderazgos en un tema
donde hay divergencias sobre cuál es la mejor forma de gobierno y la falta de
interés de la Presidencia de Dilma en empeñarse en construir un consenso
sustantivo, dificultaron el ejercicio de un papel de liderazgo por parte de
Brasil.
Con respecto al
MERCOSUR, se mantuvo la posición adoptada durante el gobierno de Lula y se
mantuvo el bilateralismo de las relaciones interbloque. Sin embargo, crecieron
sus dificultades comerciales, lo que trajo complicaciones para la dimensión de
la integración económica.
Los obstáculos a
las exportaciones brasileñas no fueron resueltos y las medidas de estatización
del gobierno argentino desplazaron inversiones brasileñas en el país. Su
gobierno mostró una menor disposición a hacer concesiones en el campo económico
y los avances apuntaron a buscar espacios para la expansión industrial y el
desarrollo de la infraestructura.
Las negociaciones
entre el MERCOSUR y la Unión Europea encontraron resistencias por parte de
Argentina, lo que generó un aumento de las presiones dentro de Brasil por
agentes económicos para que el país abandonase la Tarifa Externa Común (TEC) y
acordara solo con la Unión Europea pero Dilma no cedió ante las presiones
porque la TEC funciona como factor de cohesión en el bloque y su salida hubiera
significado la ruptura de este.
A pesar de estas
rispideces en el campo económico, en el campo político, la aproximación a
posiciones argentinas tuvo un importante papel compensador de las diferencias
económicas y siguió siendo fundamental durante el gobierno de Dilma mantener
estrechos lazos de cooperación con Argentina, socio estratégico en la región,
que evitaran el renacimiento de rivalidades.
Para comparar las políticas
externas de ambos mandatarios se considerarán dos variables que permiten una
explicación menos subjetiva. Tomaremos el número y distribución de los viajes
internacionales de los mandatarios y los datos referentes al cuerpo diplomático
brasileño. Consideramos que estos datos tienen una importancia explicativa en
el ámbito de la política exterior.
La primera
variable, los viajes presidenciales, es una medida de la intensidad con la que
el presidente se pone a disposición de la diplomacia y del valor de la política
externa en su gobierno, así es como se puede observar un cierto desinterés en
el área por Dilma Rousseff.
En su primer
mandato, la presidente pasó 144 días fuera del país en visitas de Estado o
encuentros multilaterales, casi la mitad que Lula en su segundo mandato, quien
estuvo fuera de Brasil por 269 días entre 2007 y 2010. Si analizamos los
destinos, observamos también una fuerte reducción en las visitas a América del
Sur que, si bien sigue siendo la región más visitada, le dedicó 24 viajes
mientras que Lula fue 38 veces en su primer mandato y 45 en el segundo. Esta
reducción a menos de la mitad de los viajes en latinoamérica entre el segundo
mandato de Lula y el primero de Dilma es un dato relevante a tener en cuenta.
Por un lado, Dilma
no consideraba a la política externa un área prioritaria y por el otro, Lula le
daba una atención fuera de lo común a las negociaciones internacionales para
proyectar al exterior una imagen positiva de Brasil, por lo que se dice que
este estableció un nuevo parámetro.
La segunda variable
indica la relevancia que el gobierno le da a la presencia internacional de
brasileños. Durante el gobierno de Lula, el Ministério das Relações Exteriores
do Brasil fue fortalecido por medio del aumento del número de puestos
diplomáticos brasileños en el exterior, especialmente en el sur global y por
medio del aumento del cuerpo diplomático. Comparando con el primer mandato de
Lula, durante la administración de Dilma se redujeron a la mitad y, comparado
con el segundo mandato, a un cuarto. Vemos que no hubo voluntad política
efectiva por parte de Dilma en esta inversión en la inserción internacional de
Brasil.
Entonces, podemos
decir que la política externa de Dilma deja de ser “activa y altiva” como en la
era de Lula, disminuyendo su intensidad y su presencia en el orden
internacional por un lado y focalizándose más en el bloque BRICS que en la
región latinoamericana, por el otro.
El fin de un ciclo
La salida del gobierno del Partido
dos Trabalhadores se dio de forma abrupta, con el impeachment a Dilma en agosto
de 2016. Siguiendo a Leiras (2016), consideramos que no fue un “golpe blando”,
puesto que el proceso ha encuadrado dentro de la legalidad vigente en Brasil
desde la reforma constitucional de la restauración democrática en 1988. Sin
embargo, cabe cuestionarse la legitimidad del proceso teniendo en cuenta la
debilidad de los fundamentos del juicio y la negativa imagen pública del actual
presidente Temer y de los legisladores que lo llevaron adelante, muchos de los
cuales fueron procesados luego por hechos de corrupción, de los cuales querían
salir impunes entregando a Dilma.
Para entender por
qué Dilma fue destituida es clave tener en cuenta que, en términos de Perez
Liñán (2009), por un lado perdió su escudo legislativo cuando el Partido do
Movimento Democrático Brasileiro (PMDB), partido del entonces vicepresidente
Temer, rompió su acuerdo con el PT. Por otra parte, el escándalo mediático por
la operación Lava Jato y la fuerte movilización callejera, con la crisis
económica y social, presionaron a los legisladores para votar por su
destitución.
Si fue un proceso
legal, se pregunta Leiras (2016) si no se trata en definitiva del inicio de un
proceso de alternancia propio de las democracias. Entendemos que es así, y que
esta alternancia no sólo se dio en Brasil, sino en la región, con la victoria
de Macri en las elecciones argentinas en 2015. Por otra parte, los líderes de
“izquierda” que aún se perpetúan en el poder, Maduro en Venezuela y Morales en
Bolivia, son cada vez más cuestionados.
En agosto de 2017,
los países fundadores del Mercosur -Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay-,
decidieron aplicar la "cláusula democrática", es decir, el Protocolo
de Ushuaia y suspender a Venezuela por tiempo indefinido.
En abril de 2018, Argentina, Brasil Perú, Paraguay, Colombia y Chile se
retiraron de la UNASUR, aduciendo que los constantes bloqueos por parte de
Venezuela y Bolivia no permitían su adecuado funcionamiento.
Podemos decir que
con el cambio de gobiernos en Brasil y Argentina, dos países claves para la
integración regional, habrá un cambio de rumbo. Y puede ponerse en dudas el
liderazgo de Brasil dada la crisis que atraviesa.
Conclusiones
En la primera
década del siglo XXI se vivió un fenómeno nuevo (y viejo a la vez, como señala
Leiras (2016), que es la coexistencia de gobiernos de carácter progresista
nacional y popular con un ciclo ascendente de la economía mundial, por lo menos
hasta la crisis financiera internacional de 2008/2009. En Brasil esto se
expresó con la llegada al gobierno de Lula Da Silva en el 2003 y culminó con el
impeachment a Dilma Rousseff a mitad de su segundo mandato en 2016.
El gobierno de
Dilma Rousseff mantuvo los lineamientos generales del gobierno de Lula en
política externa. La corriente política de los autonomistas, que habían
predominado durante el gobierno de Lula, se mantuvo en el interior del
Itamaraty y se reforzó la tendencia desarrollista. Sin embargo, el
comportamiento brasileño experimentó una visible reducción en su proactividad y
Brasil fue perdiendo protagonismo en la política global y como líder regional.
Si bien tanto Lula
como Dilma nacieron en la década de 1940 e ingresaron en la política en 1960,
en el contexto de ascenso de un gobierno autoritario, nacieron en situaciones
muy distintas: Lula era pobre, no tuvo casi formación educativa y trabajó desde
la infancia, mientras que Dilma nació en una familia de clase media acomodada y
tiene una formación académica universitaria. Además, llevaron adelante
trayectorias diversas: Lula se convirtió en líder sindical, siendo varias veces
candidato hasta llegar a la presidencia, mientras que Dilma participó de
guerrillas contra el gobierno militar y, luego de ser apresada y torturada,
pasó a asumir cargos ejecutivos, participando de campañas de terceros hasta que
Lula la designó como su sucesora.
Estas diferencias
en las construcciones de ambos liderazgos parecen haber influenciado en un perfil
más administrativo de Dilma que, consideramos, fue uno de los factores que
influenciaron en la reducción en sus esfuerzos diplomáticos.
El segundo factor
relevante fue la coyuntura internacional, marcada por la crisis económica
persistente, que impactó en Brasil con la gran crisis económica y social de
2014, que llevó a que el gobierno de Rousseff tuviera que darle más relevancia
a los problemas internos.
Por último, debe destacarse que
Rousseff le dio una mayor relevancia al bloque BRICS y a China, particularmente
en su segundo mandato, corriendo un poco el foco que Da Silva había colocado en
América Latina.
En conclusión, podemos decir que el
liderazgo regional de Brasil durante los gobierno de Dilma Rousseff representó
una continuidad y no un cambio con respecto al de Lula Da Silva pero con una reducción
de su intensidad. Esto se debió en gran parte al mayor peso que la ex
mandataria le dio a la política interna, reforzado por la crisis que tuvo que
afrontar, que terminó con su destitución, pero también por la mayor relevancia
que le dio al bloque BRICS en detrimento de la región latinoamericana,
entendiendo que, en el nuevo contexto internacional, el primer bloque
representaba una alianza más estratégica, particularmente en el campo
económico.
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