Resumen
Con fines articuladores este trabajo
utiliza la esquematización teórica de Peter Mair (1997) sobre el cambio en el
sistema de partidos. En este sentido, se identificarán dos elementos
fundamentales en la dinámica de la estructura de partidos contemporánea: por un
lado, las fuerzas de continuidad; y por el otro, los factores de cambio. Para
el primer elemento, se parte por la cuestión de ¿qué hay de estabilidad?;
mientras que, para el segundo elemento, surge la cuestión de ¿qué tipo de
crisis se está hablando? Por lo tanto, el presente trabajo se dividirá en dos
partes, una que abordará las principales hipótesis sobre la crisis de
representación política y, una segunda parte, que abordará el lugar que ocupa
la continuidad a través de las principales hipótesis sobre la noción de
institucionalización de partidos y sistema de partidos. Considerando esta
doble realidad de los procesos de cambio en el sistema de partidos, es posible
pensar que durante el proceso de reformas estructurales y de cambio institucional
en la Argentina, los partidos y el sistema de partidos se encuentran en un
proceso de institucionalización y estabilidad, a pesar de que estos se
encuentren en una crisis de representación política.
Conceptos Claves
Menemismo – Argentina – Representación
– Estabilidad - Sistema de Partidos
Abstract
Articulator purposes this paper uses
the theoretical outlining Peter Mair (1997) on the change in the party system.
In this sense, two basic elements will be identified in the dynamic structure
of contemporary parties: first, the forces of continuity; and the other factors
change. For the first element, we start with the question of what about
stability; while for the second element arises the question of what kind of
crisis is talking about. Therefore, this paper is divided into two parts, one
that will address the main hypotheses about the crisis of political
representation and a second part, which will address the place of continuity
through the main assumptions about the notion of institutionalization parties
and party system. Considering this dual reality of the processes of change in
the party system, it is conceivable that during the process of structural
reform and institutional change in Argentina, parties and the party system are
in a process of institutionalization and stability, although these are in a
crisis of political representation.
Key Concepts
Menemism – Argentina – Representation
– Stability – Party System
Partidos y Sistema de
Partidos en la Argentina menemista. Las fronteras de la crisis de
representación y estabilidad.
Luis Trigo S.
Politólogo UARCIS
(C) Maestría Investigación
en Ciencias Sociales UBA
I. Crisis de la
representación, representatividad y transformación partidaria
“Los
votantes tienden cada vez más a votar a la persona en vez del partido o
programa. Este fenómeno supone una desviación de lo que se consideraba como el
comportamiento normal del voto en la democracia representativa generando la
impresión de que estamos ante una crisis de la representación” (Manin, 1998:
148).
Bernard Manin de alguna manera
dilucida la problemática en cuestión, esto es, que la crisis de representación
se presenta como un distanciamiento entre aquellos que son llamados a
representar – los partidos políticos- y la sociedad civil. Para
explicar ese distanciamiento, surgen distintos enfoques sobre este asunto. Un
elemento a considerar en la crisis de representación es que, en la interacción
de los partidos políticos con el Estado, se plantea que los procesos
contemporáneos de ajustes estructurales que inciden – o incidieron- en la limitación
del poder estatal, estos, a su vez, impactan directamente en la configuración
del sistema político y su nexo con la sociedad civil (Abal Medina, 2004). Esto
significa que la reducción del tamaño del Estado genera incentivos para el
desplazamiento del espacio de la representación política a un espacio de
individualización de la sociedad civil. Este desplazamiento genera una
estructura partidaria más débil debido, principalmente, a que no logra identificar
esas individualidades. En un sentido inverso, la sociedad, ya fragmentada, no
logra establecer un vínculo con esas organizaciones partidarias. Es así que:
“En un contexto social menos `estadocéntrico´, las organizaciones partidarias
se vuelven más limitadas y, en cierto sentido, menos representativas” (Abal
Medina, 2004: 84).
Mientras tanto, existe
otra visión sobre el debate la cual parte de que si la representación política
es una interacción basada en la separación entre representados y representantes,
entonces la crisis de representación significaría el reforzamiento o el
“triunfo” de esa separación (o el de la representación) , pues aumentaría la
separación vertical entre ambos y donde los representados no accederían a los
asuntos del Estado (Rinesi, 2007): “Por eso, quizás convendría hablar, cuando
se quiere aludir a este fenómeno que suele designarse como `crisis de
representación´, de algo que acaso sea ligeramente distinto: de `crisis de
representatividad´” (Rinesi, 2007:115). Esto es - en términos del autor- de una
pérdida de legitimidad del lazo existente en la representación, es
decir, el deterioro de la “impresión” de que estos (los representantes) tienen
que ver con “nosotros”, de que son representativos de nuestros “valores”, de
nuestros intereses (Ibídem). Lo planteado a priori conlleva a delimitar el
debate en torno a dos enfoques, ya sea sobre la representación o la
representatividad, donde la legitimidad es un elemento relevante a nivel
conceptual.
En el caso
argentino – específicamente durante el periodo menemista-, el debate sobre la
crisis de representación y su descomposición ya no se ponen en duda en el
ámbito académico (Pucciarelli, 2011). Lo anterior se explica en el conjunto de
hipótesis planteadas en diferentes autores que han buscado definir dicho
fenómeno como característica principal del período menemista. En este sentido,
la crisis de representación de los partidos políticos en Argentina obedece más
bien a un proceso que a una coyuntura, esto significa que:
a) La vuelta a la democracia, por
medio de la restauración del sistema eleccionario y el ascenso de Raúl Alfonsín,
marcaron el inicio de un proceso de activación del sistema político ausente
bajo el régimen militar. Este proceso surgió con el fuerte liderazgo del presidente
electo, el cual ofrecía una dinámica política en complementación con las
organizaciones partidarias, al mismo tiempo que, ese liderazgo, concentraba en
su fortaleza la movilización social, adoptando una adhesión popular que
permitiría concretar los objetivos del Gobierno y su partido político (Ibídem).
Ese liderazgo por tanto generó las condiciones necesarias para el
fortalecimiento del vínculo entre el Gobierno y la sociedad civil que, sin
embargo, no logró fundar un sistema de partidos estable o sólido en el sistema político
restaurado: “Raúl Alfonsín fue el primer líder político que percibió el enorme
potencial transformador de ese esquema y trató de implementarlo de inmediato,
aunque sin medir claramente sus posibles efectos contradictorios sobre la
evolución de otro de los grandes problemas `fundacionales´ todavía pendientes,
la constitución de un sólido sistema de partidos (…)” (Pucciarelli, 2011: 24). Entonces,
la alta concentración de liderazgo por parte del presidente conllevó en parte a
cooptar la conducción de su partido y las responsabilidades políticas de éste.
Al mismo tiempo, esa alta concentración de liderazgo la utilizó como medio para
diluir el disenso o cualquier tensión posible con la ciudadanía y con las
posibles oposiciones a su gestión.
Pero lo más relevante, en relación al inicio del proceso de la crisis de
representación, fue la intervención personalista de Alfonsín – en su imagen de
líder indiscutido- en la participación de su organización partidaria (UCR) en
el sistema político democrático. El investigador Alfredo Pucciarelli plantea en
este aspecto lo siguiente: “Desligó al partido de las responsabilidades de
gobierno, lo desplazó del centro de la escena política, erosionó su nivel de
credibilidad ante la ciudadanía, menguó su capacidad de convocatoria y lo puso
en inferioridad de condiciones para asumir la gran tarea que él mismo pretendió
asignarle (…)” (Pucciarelli, 2011: 25). Por lo tanto, se plantea una deficiencia
en la acción política partidaria basada en una alta concentración de liderazgo
que no fue encausada al fortalecimiento de las instituciones democráticas, ni
la del sistema de partidos nacional. Esto genera, a primera vista, una
contradicción con la historia de una fuerte cohesión partidaria de la Unión
Cívica Radical que había alcanzado desde su emergencia hasta antes del régimen
autoritario.
Entonces, a priori nos indica que un primer proceso de crisis de representación
de los partidos políticos en Argentina tiene sus antecedentes en la cooptación
del liderazgo alfonsinista por sobre su propio partido, por tanto, marca un
comienzo que termina en crisis de gobernabilidad en 1988-89 y que arrastra
consigo al partido de gobierno al estar debilitado por el liderazgo de Alfonsín
y a la vez, en el contexto de las elevadas tasas de inflación mensual y crisis
del programa económico, “el partido gobernante no fue capaz de asumir un rol
más eficaz y más autónomo en las distintas arenas de la gestión gubernamental y
de negociación intersectorial” (Cavarozzi y Garretón, 1989: 333).
b) Si por un lado, en la década de los
´80 para la UCR y el alfonsinismo significó un proceso de crisis
intra-partidaria; por el otro, el PJ intentaba en el trayecto recuperarse del
fracaso electoral de 1983 volcándose hacia la competencia interna en la
búsqueda de resolver los dilemas de la conducción partidaria, de tal manera
lograr adaptarse a la nueva dinámica política de una democracia reactivada post
dictadura.
La necesidad del PJ
de reconfigurarse como un partido político de estructura interna más
institucionalizada, responde a los factores relacionados con el proceso de
democratización iniciada la transición política que, de alguna manera,
constriñó a las organizaciones partidarias a adaptarse a las reglas de la
democracia representativa la cual requiere cierto grado de legitimidad política
frente a la ciudadanía, además, a un proceso interno de disputa surgido de su
primera derrota post dictadura.
En este sentido, la institucionalización de la democracia en Argentina realizó
un llamado a que los partidos cumplieran sus funciones tradicionales en el
sistema, esto significó a partir de 1983 que: “Los partidos políticos
reaparecen como instrumentos clave de la articulación de las demandas sociales
y de mediación política” (De Riz, 1984: 120). Entonces, “Sin ellos, la sociedad
civil no encuentra otra vía que la de presión social directa sobre el Estado:
esa ha sido la lógica perversa sobre la que se montó la tragedia argentina”
(Ibídem). Esto de algún modo deja de manifiesto el entusiasmo con que se
esperaba que funcionara el sistema de partidos y los propios partidos
políticos, es decir que, a partir de 1983, se los observaba como la oportunidad
de revalorizarlos, así también, a las instituciones político democráticas. En
apreciación de Cavarozzi y Garretón, en el contexto de la reapertura del
parlamento, planteaban lo siguiente: “La reorganización partidaria y la campaña
electoral también tuvieron como efecto revalorizar los temas de la democracia
constitucional y la estabilidad de las instituciones” (Cavarozzi y Garretón,
1989: 156). Sin embargo, esa reorganización partidaria no logra definirse a lo
largo de la década del ´80, sino por el contrario, los partidos políticos
entran en decadencia (Pucciarelli, 2002). En cuanto al carácter representativo
y legítimo, se puede resumir que: “Desde el 83 hasta el final de aquel primer
turno constitucional, la imagen de los políticos se fue deteriorando, el
entusiasmo `libertario´ enfriando, y nuevas expectativas se fueron
transformando en dirección hacia valores propios de una suerte de `cultura
populista´ siempre influyente cuando la sociedad argentina busca recalar en las
fuentes del descontento económico social” (Floria y García Belsunce, 2005: 286).
Por lo tanto, los factores de crisis económica nacional y la incapacidad de los
partidos políticos de resolver aquellos problemas, implicó la degradación de la
política.
La crisis de
representación de los partidos políticos argentinos obedece a un proceso más
que a una coyuntura y que finalmente en la década del 90 se acentúa, aunque con
otro tipo de características. Estas características se encuentran vinculadas,
por un lado, con la dimensión económica, es decir, la estrecha relación entre
la implementación del modelo neoliberal y su impacto en el distanciamiento
entre los Partidos Políticos, el Estado y la Sociedad; por otro lado, las
características propias de la propuesta de liderazgo de Carlos Menem, que en
algún sentido, influyó en la despolitización (aparente) de la misma actividad
pública. Por último, una crisis de representación basada en la escasa oferta
política por parte de los partidos hacia la ciudadanía, es decir, una crisis de
representación basada en la estructura del sistema de partidos.
En cuanto a los
ajustes estructurales implementados durante el mandato de Carlos Menem y la
propuesta de un modelo de mercado neoliberal se puedo haber concebido que mientras
más se abra la economía al mundo, mientras el Estado más se achique y mientras
la democracia genere previsibilidad en sus procedimientos, los beneficios de
este círculo se derramarían a toda la sociedad (Kerz y Pomposo, 2006: 12). Sin
embargo, los efectos de la instalación del modelo neoliberal sobre una
democracia restaurada, no más de 10 años atrás, trajo consigo una ruptura en el
vínculo entre ésta y el mercado (Ibídem). Esta ruptura conlleva a que la
supremacía de la política interna de Argentina quedara postergada, pues en la
apertura neoliberal, el ámbito de la política internacional adquiere mayor
relevancia: “Si inmediatamente después de la asunción de Carlos Menem como
presidente de la Nación el 8 de julio de 1989, las primeras medidas de gobierno
respondieron a la concepción política clásica del peronismo de primacía de la
política interior, posteriormente, sería la primacía de la política
internacional la que determinara cómo debían reagruparse los conjuntos
políticos según las fuerzas y poderes del ámbito global” (Ibídem). Por tanto,
el comienzo del periodo neoliberal en la década del menemismo tuvo su primer
impacto, es decir, la política internacional en desmedro de la nacional, asunto
que, según lo planteado por Rosendo Fraga en el diario Ámbito Financiero
el 16 de Diciembre de 1991, la sociedad lo aceptaba antes que la propia dirigencia
política, es decir que: “En el caso argentino, la imposibilidad de seguir
financiando la actividad del Estado en la economía obligó modificar el modelo,
cuando la sociedad asumía la necesidad de este cambio antes que la dirigencia”
(Fraga, 2001: 92 – 93).
Lo anterior
expuesto refleja el debilitamiento del Estado como actor relevante en el
establecimiento de garantías sociales, en mantener el vínculo entre las
demandas sociales y los “outputs” del Estado para responder a esas demandas; al
mismo tiempo que, un Estado limitado impacta en el debilitamiento de los
partidos políticos como nexo entre ambos actores del sistema político
(Sidicaro, 2002). Entonces, los procesos de privatización, la apertura
económica y su desregulación que conllevaron a una crisis del Estado durante
la década del ´90, al mismo tiempo evidenciaron la debilidad de los partidos
políticos para responder ante las contradicciones históricas del modelo
propuesto por el menemismo, en el sentido que no fueron capaces de responder
ante la desafección política de la sociedad: “La autorreferencialidad de la
política, las generalizadas sospechas de corrupción y la falta de decisión
política para tomar medidas que contrariaran al aparentemente todopoderoso
`mercado´, generaron un clima de apatía o directa hostilidad hacia los principales
partidos políticos (…)” (Abal Medina, 2006: 120). Esto se puede explicar en
base a que, ante el proceso de globalización y a la instauración de los
ajustes estructurales neoliberales no sólo en Argentina, sino en Latinoamérica,
la estructura del sistema de partidos varía en base a su capacidad de
adaptación al nuevo contexto político económico mundial. En este sentido, el
sistema de partidos argentino de movilización obrera, sufrió parte de
los ajustes estructurales neoliberales, puesto que pasó a conformar parte del
grupo de países cuyo dinámica partidaria aumentó la tasa de volatilidad
electoral (Roberts, 2002: 63 – 64). Esto se explica por un factor de
descomposición de la base obrera del peronismo durante el menemismo,
fragmentando los alineamientos políticos y realineándolos a una nueva
organización partidaria como fue el FREPASO (Roberts, 2002: 63 – 74). Sin
embargo, no significó para algunos autores que el peronismo terminaría
finalmente descomponiéndose por completo, sino más bien el menemismo significó
un proceso de adaptación al nuevo contexto de reformas estructurales y a la propia
crisis de representación cuyo principal elemento de transformación fue la adaptación
de las formas de liderazgo partidarias (Levitsky, 2003). Entonces, luego de la
crisis de finales de la década del ’80, el liderazgo político se trasforma en
estrecho vínculo con la creciente crisis de representación de los partidos.
Esta transformación pasa porque las promesas pierden valor y las decisiones
tienden a generar consentimientos ex post facto: “ El presidente Menem
es el principal impulsor de esta modalidad de acción que debilita la función
agregativa del poder en favor de una lógica demostrativa: instaura una
“política del éxito” y los “resultados concretos” en la cual la autoridad se
legitima por su capacidad de producir efectos, que crean la necesidad de nuevas
intervenciones, garantizándose así a la vez su permanencia” (Novaro, 1993: 107).
Entonces lo que hay en el surgimiento del liderazgo de Menem es una
transformación del liderazgo tradicional a uno que se ajusta a las modalidades
de los medios de comunicación y la exacerbación de la imagen por sobre la
propuesta (esto conllevaría a pensar que Carlos Menem identificó con
anterioridad la crisis de representación y se adaptó a esa situación para
lograr el éxito político). Esa transformación no significó el fin de la
política, sino nuevos vínculos de identificación con contenido ideológico y
político representando un factor significante en los procesos de cambio y
crisis partidaria, es decir, el estilo y formas de liderazgo contribuyen a que
los partidos se transformen y adapten a las condiciones externas del sistema: “En los
últimos años la personalización y la teatralización dieron lugar a nuevos
vínculos de identificación, nuevos liderazgos e, incluso, a procesos de
repolitización de amplios sectores. No pueden ignorarse los contenidos
políticos e ideológicos de las imágenes personales de esos nuevos líderes, ni
la paulatina adaptación `transformista´ de los partidos, las identidades y los
mecanismos de agregación de demandas a la nueva situación” (Novaro, 1993: 108).
Esta adaptación del peronismo a la realidad política y social de representación
no pudo darse de manera tal si no fuese por factores como la crisis de gobierno
de Raúl Alfonsín y su entrega anticipada, una oposición desarticulada y la
elección del ‘91 que posibilitó al peronismo gobernar con mayoría en el
parlamento (Palermo y Novaro, 1996), conllevando al comienzo de la
consolidación de la política menemista (Sabato y et. al., 2011: 340 – 342)
basada en el factor de cambio como es la transformación de la estrategia y
estilo organizacional del partido, en este caso el PJ (Mair, 2002: 32).
El liderazgo político como característica de la
representación puede también observarse como un elemento constitutivo de un
tipo de régimen político, de maneras más precisa, de un tipo de democracia. La
Democracia Delegativa (DD) planteada por Guillermo O´Donnell, introduce una
nueva conceptualización sobre las democracias contemporáneas que pasaron por
una transición desde un régimen autoritario y luego por una segunda transición,
es decir, desde un gobierno elegido democráticamente a un régimen democrático
institucionalizado y consolidado (O´Donnell, 1994). La premisa en la cual se
basa las democracias delegativas encajan en ella las características del
liderazgo político de Menem, pues: “Las democracias delegativas se basan en la
premisa de quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a
gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura
realidad de las relaciones de poder existentes y por un período en funciones
limitado constitucionalmente” (O´Donnell, 1994: 12). Este autor entrega el
marco conceptual sobre la democracia que puede ayudar a entender el estilo de
liderazgo político de Carlos Menem y que no necesariamente tiene relación con
una crisis de representación o representatividad, pues relacionando las
características de la dinámica política argentina (en la década del ´90), ésta
operaría bajo el concepto de una democracia delegativa: “Además, la DD es muy
individualista, pero de un modo más hobbesiano que lockeano: se espera que los
votantes elijan, independientemente de sus identidades y afiliaciones, al
individuo más apropiado para hacerse responsable del destino del país”
(O´Donnell, 1994: 13).
Entonces, del lado del debate sobre la representación y
la representatividad de los partidos políticos argentinos se puede resumir que,
la crisis, se vincula con un proceso de contexto global de neoliberalización
del sistema económico que conllevó a profundos ajustes estructurales que
impactaron en la dinámica entre Estado, partidos y sociedad, generando nuevos
realineamientos partidarios y desvinculación basada en la desafección política.
A nivel doméstico, el contexto se da por una crisis de gobernabilidad política
en la década del ’80 y el debilitamiento político de la UCR; asimismo, un
proceso de institucionalización del PJ que conllevo a una disputa interna en la
cual se posibilitó el surgimiento de nuevos liderazgos partidistas, la
aparición de Carlos Menem. La adaptación a esos contextos conllevó a la
conformación de un liderazgo político nucleado en Carlos Menem que, dependiendo
del enfoque, puede deberse a la capacidad de adaptación al contexto global y
doméstico; a un liderazgo que obedece a un proceso de personalización de la
política, pero que no significa un vaciamiento de ella; o a un liderazgo que
compone un nuevo tipo de régimen político, una democracia delegativa. Finalmente,
los partidos políticos importantes (UCR y PJ) pasan por un proceso de
reestructuración interna y de interacción mutua que conlleva a realineamientos
políticos de base identitaria.
II. ¿Institucionalización o desinstitucionalización del sistema
de partidos?
“En general, institucionalización se refiere a un proceso por el
cual una práctica u organización se vuelve bien establecida y ampliamente
conocida, si no universalmente aceptada. Los actores desarrollan expectativas,
orientaciones, conductas basadas en la premisa de que esta práctica u
organización prevalecerá en un futuro previsible” (Mainwaring y Scully, 1995:
4).
Lo planteado por Scott Mainwaring y
Timothy Scully dejan de manifiesto, implícitamente, que uno de los principios
de la institucionalización del sistema de partidos es el de estabilidad.
Como se revisará en este apartado, la institucionalización del sistema de
partidos argentino presenta ciertas características que la hacen interesantes
de analizar, sobre todo relacionado con el principio de estabilidad. Ahora
bien, en base a una utilidad práctica, se revisará las principales
características e hipótesis del periodo, relacionando a éstas con al menos tres
condiciones para que un sistema de partidos se considere institucionalizado
(Mainwaring y Scully, 1995: 5).
a) Estabilidad en las
reglas y en la naturaleza de la competencia entre partidos.
Este punto se refiere a que los
esquemas de competencia de partidos deben manifestar alguna regularidad, lo que
no significa que se esté insinuando que estos esquemas deban mantenerse o
“congelarse”.
Lo anterior significa que: si un partido aparece con importancia en cierto
momento y luego se “evapora” con rapidez, entonces carece de la condición de
estabilidad de un sistema de partidos institucionalizado.
La conformación del
sistema de partidos argentino tiene una característica especial, pues si se
considerara su conformación por números de partidos registrados para competir
en elecciones nacionales se podría aseverar que existe una alta fragmentación
del sistema de partidos, pues si se considerara la cantidad de partidos que se
presentaron a elecciones legislativas entre 1985 al 1997, estos representarían
en promedio 20
(entre partidos nacionales y alianzas y el conjunto de partidos distritales).
Mientras que para elecciones presidenciales el número de partidos (alianzas y
distritales en conjunto) promedia 16, aunque en las elecciones de 1995 aumenta
a más de 20 partidos.
Lo anterior es coincidente con el análisis de Ernesto Calvo y Marcelo Escolar:
“La competencia partidaria nacional en las elecciones de Presidente y Diputados
Nacionales contaba con una distribución territorial relativamente homogénea en
1983, con poco más de dos partidos competitivos en una gran mayoría de los
departamentos del país. El proceso de fragmentación electoral llevó a un
aumento en el número efectivo de partidos electorales entre 1983 y 1995,
concentrado particularmente en los departamentos más populosos y urbanizados”
(Calvo y Escolar, 2005: 27 – 28). Sin embargo, dada esta característica a
partir del simple conteo, hay una tendencia tanto para las presidenciales como
las legislativas hacia un sistema de partidos bipartidista, pues el porcentaje
de votos para ambas elecciones en general se han concentrado entre dos partidos:
el Partidos Justicialista y la Unión Cívica Radical, por lo menos hasta las
elecciones de 1993, ya que en 1995 aparece como tercer competidor la coalición
FREPASO, desplazando a la UCR como tercera fuerza. Luego, entre 1997 y el 2000,
la UCR y el FREPASO conformaron la “Alianza” restaurando en alguna medida el
sistema bipartidista que venía desde 1983. No obstante, el bipartidismo que se
restableció a partir de 1997 no aseguró una estabilidad en el sistema de
partidos, ya que finalmente la renuncia de Fernando de la Rúa evidenció que
existían debilidades al interior del sistema político, y específicamente, en la
conformación del sistema de partidos: “Si bien la imagen de un sistema de
partidos estable se restableció entre 1997 y el 2000 al conformarse la Alianza,
la ruptura que precedió a la renuncia de Fernando De La Rúa puso al descubierto
el verdadero nivel de fragmentación del sistema político” (Calvo y Escolar,
2005: 28). Esta situación se puede analizar en la medida que se considere que
el bipartidismo restablecido se configura a partir de la ficción que genera la
coalición de partidos de la Alianza, que de alguna manera oculta una
fragmentación mayor en el sistema de partidos argentino. Por otro lado, la
estabilidad de las reglas se vio, entre 1993 y el 2002, remecida por las
reformas electorales y políticas que se aprobaron, destacándose entre ellas, la
reforma pactada en 1993 -1994 de reelección presidencial y la introducción del
Ballotage “hibrido”, para luego en el 2002 se legislara sobre las campañas
políticas y su financiamiento (Sabato y et. al., 2011: 342).
Ahora bien, si se
vuelve a la condición de institucionalidad presentada en este punto, se puede
extraer, de acuerdo a la configuración de la competencia del sistema de partido
en la década del noventa que, exceptuando la elección de 1995, se mantuvo más o
menos estable el sistema de partidos, aunque presentando características
especiales como la decadencia electoral de la UCR desde 1989, la cual conllevo
a este partido establecer necesariamente pactos de alianza electoral para poder
sostenerse en la competencia electoral. Mientras que el FREPASO, dada su
debilidad institucional, debió conformar una coalición con la UCR, ya que sin
una estructura establecida su permanencia en el sistema de partidos era
limitada. Entonces, la debilidad de la oposición política en la competencia
electoral, hizo eco sobre una institucionalización del sistema de partidos más
bien limitada, agregando además, que en menos de 5 años se reformó el sistema
electoral, cambiando las reglas del juego.
b) Los partidos
importantes deben tener raíces más o menos estables en la sociedad.
Que
los partidos “importantes” deban tener raíces relativamente estables en la
sociedad se hace relevante en la institucionalización del sistema de partidos
en la medida de que si no tuvieran esa condición, no estructurarían las
preferencias políticas a lo largo del tiempo y por tanto habría una regularidad
limitada. Es así que la consistencia de la oferta ideológica de un partido, en la
práctica, debería ser más o menos consecuente.
Luego de la crisis
económica, política y social – hasta últimamente resistida por Alfonsín-, surge
la necesidad política de ofrecer una respuesta a dicha situación crítica. En
este contexto, de alta conflictividad social a fines de los ´80, que el
peronismo emerge como una alternativa por medio del liderazgo de la dupla Menem
– Duhalde, quienes surgen ante una institucionalización del PJ negociada en su
interior: “Menem y Duhalde eran figuras de segundo orden en el peronismo, que
vieron la debilidad de una conducción partidaria desgastada por la falta de
propuestas ante la crisis que se vivía” (Mayer, 2012: 69). De aquí en
adelante, la competencia interpartidaria estuvo constituida a partir de la
situación de cada partido – considerando específicamente al PJ y a la UCR-,
esto significa que por un lado el PJ logra definirse internamente y como
resultado Menem es el candidato a la presidencia del partido como única
respuesta a la crisis a finales de los ´80. Por otro lado, la UCR sale del
poder abruptamente, luego del fracaso de gestión gubernamental que no logró
resolver los dilemas que venía consigo del régimen militar y su responsabilidad
como eje político para conllevar a una transición política que reactive a las
instituciones públicas y políticas del país.
La competencia
interpartidaria en el primer lustro del ´90 se caracterizó por que los partidos
hegemónicos – PJ y UCR- se encontraban por sí mismo en un proceso de
desdibujamiento, esto significa que, en el caso del PJ, las propuestas,
iniciativas y políticas neoliberales del menemismo conllevaron a un
distanciamiento del partido y su base social que era constitutiva histórica del
peronismo, pues el menemismo se presentaba como un liderazgo que trascendía o
se encontraba afuera de lineamientos partidarios. Este distanciamiento se pueden
analizar desde al menos dos puntos de vista: Primero, desde una perspectiva
más teórica, el PJ, por medio del menemismo, debió enajenarse de las formulas
tradicionales del peronismo e introducir nuevas fórmulas que en grandes rasgos
fue definible como neoliberal, modelo nuevo que no podía garantizar políticas
públicas específicas,
entonces: “al no poder garantizar políticas públicas específicas, el partido va
perdiendo sus referentes sociales (…), por lo que se ve obligado a buscar
apoyos más amplios e indefinidos” (Abal Medina, 2004: 83). De acuerdo a este
principio, sería lógico que en la introducción de un nuevo modelo político y
económico, no bastara con el apoyo tradicional del peronismo, sino que también
debió ajustar el discurso a sectores más amplios. Y segundo, desde una
perspectiva más “práctica”, es que el distanciamiento del menemismo con su
coalición electoral tenía por objeto el adquirir mayor autonomía como gobierno
y por tanto buscar ampliar el apoyo político necesario para sobrellevar ese
distanciamiento, pues de la siguiente manera queda mejor expresada: “Ante todo
digamos que el lanzamiento de las reformas de mercado, en 1989, obligó
ciertamente al gobierno de Menem a tomar distancia de su coalición electoral, y
en particular de su partido. Dicho distanciamiento, sin embargo, no estuvo
orientado a lograr el “aislamiento” del Ejecutivo, sino a ganar autonomía para
organizar una coalición de apoyo más consistente con el rumbo adoptado”
(Novaro, 2001: 55).
En el caso de la
UCR, al menos se pueden identificar dos momentos por el cual, dicho partido,
genera en su práctica un distanciamiento con su base electoral, o por lo menos,
una incapacidad de constituirse como un partido que pueda presentarse a sí
mismo como una oposición política real. Un primer momento es el que coincide
con la salida de Alfonsín y la entrada de Menem al poder ejecutivo, que en
palabras de Mayer, cuya transición de mando no estuvo fuera de estrategia
política: “El justicialismo aprovechó así la situación del gobierno saliente y
la necesidad de su retirada anticipada para asegurarse la no obstrucción por
parte de la UCR de las iniciativas económicas y sociales que adoptaría el PJ
durante su mandato” (Mayer, 2012: 73). Este planteamiento conlleva observar que
en ese momento la UCR, inmediatamente a su salida, pierde su rol como oposición
política y por tanto entregando cuotas de poder que generaría su propio
distanciamiento en tanto partido representativo de una base opositora al
justicialismo. Aunque hay que reconocer, en la situación desventajosa con la
que sale del poder gubernamental, quizás ese era el modo más propio para evitar
una profundización de la crisis política. Un segundo momento, en el cual la UCR
amplía el distanciamiento con sus raíces en la sociedad y entrega su espacio en
la competencia partidaria como oposición política, fue en Noviembre de 1993
cuando se realiza el “Pacto de los Olivos” donde Menem negocia con el líder de
la UCR, Raúl Alfonsín, una reforma electoral que permitiría una reelección
presidencial de Menem. Este pacto fue un hecho que evidenció las deficiencias
internas de la UCR para mantener los equilibrios de poder en la competencia
interpartidaria, que posteriormente pagarían con el voto castigo en las
elecciones para Convencionales Constituyentes en abril de 1994: “Raúl
Alfonsín actuó sobre el partido radical para convencerlo de que una reforma
pactada era mejor que una reforma impuesta, y que de todos modos varios de los
cambios que había alentado hacia 1985 podían negociarse en el “Pacto” suscrito”
(Floria y García Belsunce, 2005: 291). Este intento de convencimiento no logró
leer las posibles consecuencias, tanto electorales como el impacto en la base
social que sustentaban al partido, pues “(…) si el partido radical fue
reticente, la sociedad fue mayoritariamente consciente de que se trataba de una
suerte de acuerdo corporativo, con un suscriptor en la ofensiva hegemónica y
otro en defensiva protagónica” (Ibídem).
La UCR desde las
elecciones presidenciales desde 1989 a las de 1995 (Sapienza, 2004: 85 – 100)
tuvo una caída importante de su caudal de votos, reflejando el debilitamiento
competitivo, pues también es posible revisar las elecciones parlamentarias y evidenciar
que entre 1989 y 1995 (Sabato y et. al., 2011: 343) también cayó su caudal de
votos. Pues no fue hasta su alianza con el FREPASO por medio de la cual pudo
retener su caída electoral, ya que esta es una de las estrategias para alcanzar
el poder de una oposición en declive, es decir, la conformación de alianzas con
pequeños partidos que tienen buena imagen y propuestas pero que carecen de la
estructura y la organización necesarias para ganar en una elección nacional
(Dalla, 2010).
c) En un sistema de
partidos institucionalizado, las organizaciones partidarias tienen importancia.
Según
esta condición, los partidos no están subordinados a los intereses de líderes
ambiciosos, sino que adquieren un estatuto y valores propios. Al mismo tiempo,
hay una tendencia a que los procedimientos internos del partido se hagan
rutinarios, inclusive los procedimientos para obtener el control del partido.
Durante el periodo
menemista y conjuntamente con el periodo alfonsinista, podría presentar un
proceso de institucionalización limitada. Como se planteó en el apartado
anterior, es imposible desconocer el periodo alfonsinista y su influencia en
las características del periodo de Menem, por tanto es necesario resguarda ese
acople de un procesos político más largo. Según Jorge Mayer en relación a la
elección de Carlos Menem plantea que: “La elección significó un hecho inédito
desde el punto de vista político. En principio, Menem no representaba a un
sector del justicialismo partidario. Su elección afianzó un proceso iniciado
luego de la derrota electoral de 1983 (…)” (Mayer, 2012: 68). Esta afirmación
conlleva a observar el proceso que vivió el Partido Justicialista en su
interior en la década del ´80, que explicaría en un sentido el surgimiento del
menemismo en los ´90.
Si se parte de la
premisa de que la competencia interpartidaria y sus distintas interacciones
están dadas no solo por su dinámica, sino también está relacionada por cómo se
presenta la interacción interna de cada partido. Pues, en la década del ’80, el
PJ tuvo una lucha interna por la dirección o conducción del partido la cual
conllevó a que se esgrimieran dos facciones: por un lado se encontraba la
facción renovadora de Antonio Cafiero, la Renovación Peronista. Y por el
otro lado se encontraba la facción de Carlos Menem, Federalismo y Liberación,
ambas facciones consolidándose como fuerza política en las elecciones internas
del PJ el 16 de Noviembre de 1986 (Ivancich, 2004: 28). Tal lucha interna por
la conducción del partido se basaba en principio por la reestructuración de la
organización política partidaria donde, por un lado, la Renovación buscaba la
democratización de la elección de la elite dirigencial, por medio de la
integración de los caudillos provinciales del país; asimismo, el de establecer
un distanciamiento con la “cúpula ortodoxa” del PJ, el recambio de dirigentes y
metodologías (Ivancich, 2004: 27). Mientras que Menem priorizaba un
“denominador común” o un promedio dentro del peronismo, tendiendo un “puente
hacia el pasado” que la Renovación sabía que no podía aceptar (Ibídem).
En la pugna
constante, establecida en plenitud desde el cuarto congreso justicialista
realizado en Tucumán en 1985. Fue entonces, de aquí en adelante, que las
estrategias del conglomerado de Menem - y él mismo- establecieron, en la
negociación con la base de apoyo de Cafiero y en la facción menemista, la
aplicación de una conducción radial que permitió una articulación más flexible
que la conducción estructurada de la Renovación, pues finalmente la estrategia
de Menem conllevó al fracaso de la dupla Cafiero – (José Manuel) de la Sota en
la interna del 8 de Julio de 1988. Ivancich analiza la derrota de la Renovación
de la siguiente manera: “La cooptación personalizada de los desgajamientos
renovadores le allana la tarea a Menem, puesto que es más conveniente negociar
de a uno, que negociar con la renovación en su conjunto que tenía una fuerza
estructural importante. Además, esta forma le permitía controlar la estructura
partidaria donde Menem no tenía absolutamente ningún peso” (Ivancich, 2004: 36).
Es a partir de aquí que el menemismo se configura como la alternativa
presidencial para las próximas elecciones nacionales y Menem despliega otras
estrategias de campaña e integración de apoyo político que se evidencia en la
alianza que obtuvo en la integración del grupo Bunge & Born a finales de
1989, lo que finalmente entregaría pistas de lo que vendría más tarde durante
su gobierno.
La pugna interior
del PJ mencionada a priori, trae consigo un proceso de institucionalización “aparente”,
la cual se explica como el intento por parte de la Renovación de esgrimir una
estructura partidaria basada en el recambio de dirigentes y la introducción de
una metodología de selección de líderes a partir de premisas más democrática,
por tanto, dándole forma a una organización que poco a poco venía perdiendo su
carácter movimentista, tradición del peronismo ortodoxo. Sin embargo, la
cooptación por parte del menemismo de la renovación, de ésta última, solo quedo
la metodología y no el recambio de los principios tradicionales del peronismo.
Es así, que a lo largo de la década del ’80 y durante el proceso interno que
vivió el PJ, la cooptación del liderazgo de Menem por sobre los intentos
renovadores de Cafiero, la institucionalización del partido fue en el sentido
de la instauración de las reglas y métodos que estructuraran la composición del
partido a nivel nacional, incentivando a la territorialización, sin embargo,
ese proceso se desarticularía una vez que Carlos Menem ocupe el sillón
presidencial, pues de ahí en adelante se mantiene la estructura del partido,
pero se produce un distanciamiento del PJ con la base tradicional del
peronismo, es decir, los sindicatos y gremios de trabajadores (Roberts, 2002:
63 – 74). Si durante la década del ´80 el PJ logra de alguna manera
institucionalizarse (incorporando reglas internas regulares y más
democráticas), en la etapa del menemismo la debilidad ya no es a nivel
estructural, sino más bien una desinstitucionalización en la dinámica de poder
partidista y el desdibujamiento del vínculo del PJ con la clase obrera.
Entonces, la alta personalización política del partido, a través de Menem, la
cooptación del líder de gobierno por sobre su partido y el distanciamiento de
la base histórica del PJ hacen relativizar el avance institucional que adquirió
el partido con los cambios organizacionales que incentivó la facción interna
renovadora a finales de los ´80.
Mientras
tanto que en la UCR durante la década del ´90, el alfonsinismo se mantiene como
el principal eje que conduce las decisiones partidarias, pues Raúl Alfonsín aun
es el líder indiscutido del partido y es a través de él por el cual se
establecen las directrices de competencia interpartidaria y las estrategias de
la UCR como oposición política. Una característica de la UCR en el periodo se
puede extraer que: “La toma de decisiones partidarias condujo a una especie de oligarquización
de la UCR, partido con un mayor nivel de institucionalización donde la
hegemonía de Alfonsín, como presidente del Partido, siguió dominando. Esta
estructura de autoridad cerrada le quitó márgenes de flexibilidad al
radicalismo” (Kerz y Pomposo, 2006: 15). De esta característica es posible
resaltar que la cooptación de la toma de decisiones por parte del liderazgo de
Alfonsín se mantuvo desde la década pasada hasta por lo menos el primer lustro
de los ´90, pues el personalismo por el cual funcionaba la UCR conllevó, como
se mencionó en el punto anterior, a que se realizara el pacto de reforma
electoral entre la oposición y el gobierno de Menem.
Lo planteado
anteriormente, inherentemente, nos remite a plantear que tanto el menemismo
como el alfonsinismo se desarrollan en un contexto de un neopopulismo, que si
bien en el populismo tradicional este daba lugar a los antagonismos sociales y comportamientos
electorales muy estables, el neopopulismo -que se inicia con el ascenso de
Alfonsín hasta el periodo menemismo- incide en una rápida circulación de élites
y cambios de actitudes de los votantes, vinculándose éstos más por sus
opiniones que por sus vínculos de pertenencia partidaria (Novaro, 1993: 108).
Estos cambios en los estilos de liderazgo: “desembocó en un sistema de
competencia más abierto, que junto a la reforma de los regímenes electorales
(…) ha favorecido el reemplazo del control partidario de las candidaturas por
un esquema basado sobre figuras con respaldo de la opinión pública” (Novaro,
1993: 111).
El alto
personalismo de la política partidaria desde la década del ´90 es apoyada como
forma de desinstitucionalización, esto se debe a que según Eduardo Kinen la
desinstitucionalización del sistema de partidos a partir de los ´90 presentan
las siguientes características (Kinen, 2011: 37): a) Carácter
territorializado; b) Construidos y definidos a partir de la figura de un líder
principal más que por la existencia de un programa partidario; c) Las
estructuras han dependido de las decisiones de dicho líder partidario más que
de principios partidarios. Estas tres características plantean que el liderazgo
se encuentra por sobre el partido político, sobre todo en las dos últimas
características, mientras que la primera, o sea el “carácter territorializado”,
ésta se vincula con los fuertes liderazgos locales, pues se evidencia en el
caso de la nominación de candidatos para las elecciones legislativas, ya que
son los jefes locales de los partidos quienes participan en la nominación, que
para algunos autores la alta rotación de parlamentarios en la Cámara dependen
notoriamente por los caudillos locales (Saiegh, 2001: 27 – 32).
El problema de la
personalización de la política partidaria y el empoderamiento del líder por
sobre su partido, no es el de la personalización misma de la política o la
construcción élites políticas fuertes, sino que el liderazgo depende a la vez
del apoyo popular, pues sin éste el funcionamiento de la democracia está en
juego. Reformulando el problema, el remplazo de las formas autoritarias de
gobierno por la democracia, ésta última depende simultáneamente del buen
funcionamiento de los interacciones o nexos (networks) de la elite política y
del apoyo popular (Engelstad y Gulbrandsen, 2007), por tanto, sin una
interconexión de redes de elites y sin apoyo popular, la democracia se ve
debilitada.
Conclusiones Generales
Una conclusión general que se puede
extraer sobre el estudio de los partidos político y sistema de partidos durante
la década del menemismo es que, indistintamente del enfoque de análisis y sus
respectivas hipótesis, ya sean la crisis de representación, crisis de
representatividad o sobre la correlación entre el comportamiento de los
partidos políticos y democracia delegativa, estos tres reconocen la existencia,
en ese periodo, de un distanciamiento entre los partidos y la sociedad.
Segundo, durante el periodo menemista se acentúa la desinstitucionalización del
sistema de partidos, sin desconocer que ese proceso se venía gestando del
periodo gubernamental anterior. Durante la década de Menem, el sistema de
partidos se descompone al cumplir, limitada o insatisfactoriamente, las
condiciones de institucionalización, considerando el conjunto de hipótesis y
propuestas de los distintos autores revisados.
En cuanto a lo que
se refiere a “la crisis de la representación”, distintos autores aportan con
elementos que explicarían esa crisis, entre ellas: la instalación del modelo
neoliberal y la aparición de una alta personalización de la política a través
del desarrollo de un neopopulismo encarnado en Carlos Menem.
En el caso de la
crisis de representatividad, ésta aporta un matiz distinto al enfoque
mencionado anteriormente, agregando que la crisis no se trata completamente de
la crisis de representación, sino más bien de una crisis de legitimidad que se
explica, de alguna manera, por la incapacidad de los partidos de resolver los
conflictos sociales y económicos, cuyo proceso viene desde la crisis de finales
de los ochenta bajo el gobierno de Alfonsín.
Mientras que el
enfoque planteado por O´Donnell sobre la Democracia Delegativa, en su
caracterización, cabe las prácticas de individualización de la política en la
cual cada, si una de las características de lo que otros enfoques estiman como
crisis de los partidos políticos, bajo este enfoque, los partidos actúan en
correlación o en estrecho vínculo con el modelo de la DD. Esto significa que,
se presenta un alta personalización y un distanciamiento de los votantes con
sus afiliaciones partidarias y política en pro de que sus intereses
individuales, pues éstos, son canalizados por una imagen personalizada la cual
lograría convencer a los votantes de que es la persona más idónea para
satisfacer esos intereses, por tanto no se trataría de una crisis, sino el
comportamiento consecuente con el modelo de democracia delegativa.
En cuanto a la
institucionalización del sistema de partidos, se sistematizó las principales
hipótesis bajo las condiciones de institucionalización ofrecidas por Mainwaring
y Scully. De estas se puede extraer que: durante el periodo menemista -por lo
menos hasta el primer periodo-, la competencia interpartidaria del sistema de
partidos y la estabilidad de las reglas que regulan el sistema de partidos se
vieron estables. Mientras que para el segundo periodo, la estabilidad
institucional estuvo en juego con la aparición del FREPASO, el cual desplaza a
un tercer lugar a la UCR; al mismo tiempo, con el declive electoral y la
descomposición como oposición política de la UCR.
Otro punto a
señalar sobre la institucionalización del sistema de partidos, es el
distanciamiento de los partidos principales (UCR y PJ) con su base social y
electoral. En el caso del PJ, la instalación del modelo neoliberal conllevó a
alejarse en la práctica y en la teoría éste con su base tradicional, la cual
estaba constituida principalmente por el movimiento obrero, así mismo, el
distanciamiento con los principios sociales del peronismo ortodoxo. Mientras
tanto, la debilidad de la UCR como oposición política, y en consecuencia, su
cooptación por las negociaciones y pactos con el gobierno, esta generó un
distanciamiento con su base electoral que desembocó en el sistemático voto
castigo, generándole la necesidad establecer una coalición con el FREPASO a
finales del noventa.
Un tercer punto a rescatar, guarda
relación con la relevancia de los partidos políticos como estructuras
organizadas y autónomas capaces de tomar decisiones en conjunto. En este
sentido, la institucionalización de partidos estructurados durante el periodo
menemista y sin ser displicente, desde le periodo alfonsinista, pues la alta
personalización de la política, el fortalecimiento del líder y/o dirigente
político por sobre su propio partido, generó contradicciones internas que
debilitaron la estructura partidaria y por tanto la importancia de la
existencia de los partidos políticos. Esto se acentuó durante el menemismo en
el sentido de que, el alto personalismo de Carlos Menem conllevó a que fuese la
conducción del Gobierno quien dirigiese la estructura partidaria de su propio
partido, en este caso del PJ. La experiencia que entregó la década del ochenta
fue que: al concentrarse en una sola persona la conducción del partido, si éste
fracasa, cae consigo toda la estructura o por lo menos, incide en su
debilitamiento.
A partir de las
conclusiones sobre la institucionalización del sistema de partidos en argentina
durante el periodo menemista, se puede extraer que: a) el proceso de desinstitucionalización,
desde el punto de la estabilidad de la competencia interpartidaria, se acentúa
a partir del segundo periodo menemista; b) con respecto al vínculo entre
institucionalización y la relación partido político con la sociedad, durante el
menemismo los principales partidos, en la búsqueda de mantener y adquirir el
poder político, se distancian de su base electoral y social, por tanto
acentuándose un proceso de desinstitucionalización; c) la cooptación de los
líderes a sus propios partidos viene de un procesos anterior al menemismo,
específicamente desde el ascenso de Alfonsín, pues desde ahí los partidos
pierden relevancia, en la medida de que la individualización y la
personalización de los “representantes” se exacerba.
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