Revista Nº32 "NSTITUCIONES Y PROCESOS GUBERNAMENTALES"

 

Resumen

 

Con fines articuladores este trabajo utiliza la esquematización teórica de Peter Mair (1997) sobre el cambio en el sistema de partidos. En este sentido, se identificarán dos elementos fundamentales en la dinámica de la estructura de partidos contemporánea: por un lado, las fuerzas de continuidad; y por el otro, los factores de cambio. Para el primer elemento, se parte por la cuestión de ¿qué hay de estabilidad?; mientras que, para el segundo elemento, surge la cuestión de ¿qué tipo de crisis se está hablando? Por lo tanto, el presente trabajo se dividirá en dos partes, una que abordará las principales hipótesis sobre la crisis de representación política y, una segunda parte, que abordará el lugar que ocupa la continuidad a través de las principales hipótesis sobre la noción de institucionalización de partidos y sistema  de partidos. Considerando esta doble realidad de los procesos de cambio en el sistema de partidos, es posible pensar que durante el proceso de reformas estructurales y de cambio institucional en la Argentina, los partidos y el sistema de partidos se encuentran en un proceso de institucionalización y estabilidad, a pesar de que estos se encuentren en una crisis de representación política.

Conceptos Claves

Menemismo – Argentina – Representación – Estabilidad - Sistema de Partidos

 

 

Abstract

Articulator purposes this paper uses the theoretical outlining Peter Mair (1997) on the change in the party system. In this sense, two basic elements will be identified in the dynamic structure of contemporary parties: first, the forces of continuity; and the other factors change. For the first element, we start with the question of what about stability; while for the second element arises the question of what kind of crisis is talking about. Therefore, this paper is divided into two parts, one that will address the main hypotheses about the crisis of political representation and a second part, which will address the place of continuity through the main assumptions about the notion of institutionalization parties and party system. Considering this dual reality of the processes of change in the party system, it is conceivable that during the process of structural reform and institutional change in Argentina, parties and the party system are in a process of institutionalization and stability, although these are in a crisis of political representation.

 

 

Key Concepts

Menemism – Argentina – Representation – Stability – Party System

 

 

Partidos y Sistema de Partidos en la Argentina menemista. Las fronteras de la crisis de representación y estabilidad.

 

Luis Trigo S.

Politólogo UARCIS

(C) Maestría Investigación en Ciencias Sociales UBA

 

I. Crisis de la representación, representatividad y transformación partidaria

 

 

“Los votantes tienden cada vez más a votar a la persona en vez del partido o programa. Este fenómeno supone una desviación de lo que se consideraba como el comportamiento normal del voto en la democracia representativa generando la impresión de que estamos ante una crisis de la representación” (Manin, 1998: 148).

 

 

Bernard Manin de alguna manera dilucida la problemática en cuestión, esto es,  que la crisis de representación se presenta como un distanciamiento entre aquellos que son llamados a representar – los partidos políticos- y la sociedad civil[1]. Para explicar ese distanciamiento, surgen distintos enfoques sobre este asunto. Un elemento a considerar en la crisis de representación es que, en la interacción de los partidos políticos con el Estado, se plantea que los procesos contemporáneos de ajustes estructurales que inciden – o incidieron- en la limitación del poder estatal, estos, a su vez, impactan directamente en la configuración del sistema político y su nexo con la sociedad civil (Abal Medina, 2004). Esto significa que la reducción del tamaño del Estado genera incentivos para el desplazamiento del espacio de la representación política a un espacio de individualización de la sociedad civil. Este desplazamiento genera una estructura partidaria más débil debido, principalmente, a que no logra identificar esas individualidades. En un sentido inverso, la sociedad, ya fragmentada, no logra establecer un vínculo con esas organizaciones partidarias. Es así que: “En un contexto social menos `estadocéntrico´, las organizaciones partidarias se vuelven más limitadas y, en cierto sentido, menos representativas” (Abal Medina, 2004: 84).

Mientras tanto, existe otra visión sobre el debate la cual parte de que si la representación política es una interacción basada en la separación entre representados y representantes, entonces la crisis de representación significaría el reforzamiento o el “triunfo” de esa separación (o el de la representación) , pues aumentaría la separación vertical entre ambos y donde los representados no accederían a los asuntos del Estado (Rinesi, 2007): “Por eso, quizás convendría hablar, cuando se quiere aludir a este fenómeno que suele designarse como `crisis de representación´, de algo que acaso sea ligeramente distinto: de `crisis de representatividad´” (Rinesi, 2007:115). Esto es - en términos del autor- de una pérdida de legitimidad del lazo existente en la representación, es decir, el deterioro de la “impresión” de que estos (los representantes) tienen que ver con “nosotros”, de que son representativos de nuestros “valores”, de nuestros intereses (Ibídem).  Lo planteado a priori conlleva a delimitar el debate en torno a dos enfoques, ya sea sobre la representación o la representatividad, donde la legitimidad es un elemento relevante a nivel conceptual.

En el caso argentino – específicamente durante el periodo menemista-, el debate sobre la crisis de representación y su descomposición ya no se ponen en duda en el ámbito académico (Pucciarelli, 2011). Lo anterior se explica en el conjunto de hipótesis planteadas en diferentes autores que han buscado definir dicho fenómeno como característica principal del período menemista. En este sentido, la crisis de representación de los partidos políticos en Argentina obedece más bien a un proceso que a una coyuntura, esto significa que:

 

a) La vuelta a la democracia, por medio de la restauración del sistema eleccionario y el ascenso de Raúl Alfonsín, marcaron el inicio de un proceso de activación del sistema político ausente bajo el régimen militar. Este proceso surgió con el fuerte liderazgo del presidente electo, el cual ofrecía una dinámica política en complementación con las organizaciones partidarias, al mismo tiempo que, ese liderazgo, concentraba en su fortaleza la movilización social, adoptando una adhesión popular que permitiría concretar los objetivos del Gobierno y su partido político (Ibídem). Ese liderazgo por tanto generó  las condiciones necesarias para el fortalecimiento del vínculo entre el Gobierno y la sociedad civil que, sin embargo, no logró fundar un sistema de partidos estable o sólido en el sistema político restaurado: “Raúl Alfonsín fue el primer líder político que percibió el enorme potencial transformador de ese esquema y trató de implementarlo de inmediato, aunque sin medir claramente sus posibles efectos contradictorios sobre la evolución de otro de los grandes problemas `fundacionales´ todavía pendientes, la constitución de un sólido sistema de partidos (…)” (Pucciarelli, 2011: 24). Entonces, la alta concentración de liderazgo por parte del presidente conllevó en parte a cooptar la conducción de su partido y las responsabilidades políticas de éste. Al mismo tiempo, esa alta concentración de liderazgo la utilizó como medio para diluir el disenso o cualquier tensión posible con la ciudadanía y con las posibles oposiciones a su gestión[2]. Pero lo más relevante, en relación al inicio del proceso de la crisis de representación, fue la intervención personalista de Alfonsín – en su imagen de líder indiscutido- en la participación de su organización partidaria (UCR) en el sistema político democrático. El investigador Alfredo Pucciarelli plantea en este aspecto lo siguiente: “Desligó al partido de las responsabilidades de gobierno, lo desplazó del centro de la escena política, erosionó su nivel de credibilidad ante la ciudadanía, menguó su capacidad de convocatoria y lo puso en inferioridad de condiciones para asumir la gran tarea que él mismo pretendió asignarle (…)” (Pucciarelli, 2011: 25). Por lo tanto, se plantea una deficiencia en la acción política partidaria basada en una alta concentración de liderazgo que no fue encausada al fortalecimiento de las instituciones democráticas, ni la del sistema de partidos nacional. Esto genera, a primera vista, una contradicción con la historia  de una fuerte cohesión partidaria de la Unión Cívica Radical que había alcanzado desde su emergencia hasta antes del régimen autoritario[3]. Entonces, a priori nos indica que un primer proceso de crisis de representación de los partidos políticos en Argentina tiene sus antecedentes en la cooptación del liderazgo alfonsinista por sobre su propio partido, por tanto, marca un comienzo que termina en crisis de gobernabilidad en 1988-89 y que arrastra consigo al partido de gobierno al estar debilitado por el liderazgo de Alfonsín y a la vez, en el contexto de las elevadas tasas de inflación mensual y crisis del programa económico, “el partido gobernante no fue capaz de asumir un rol más eficaz y más autónomo en las distintas arenas de la gestión gubernamental y de negociación intersectorial” (Cavarozzi y Garretón, 1989: 333).

 

b) Si por un lado, en la década de los ´80 para la UCR y el alfonsinismo significó un proceso de crisis intra-partidaria; por el otro, el PJ intentaba en el trayecto recuperarse del fracaso electoral de 1983 volcándose hacia la competencia interna en la búsqueda de resolver los dilemas de la conducción partidaria, de tal manera lograr adaptarse a la nueva dinámica política de una democracia reactivada post dictadura.

La necesidad del PJ de reconfigurarse como un partido político de estructura interna más institucionalizada, responde a los factores relacionados con el proceso de democratización iniciada la transición política que, de alguna manera, constriñó a las organizaciones partidarias a adaptarse a las reglas de la democracia representativa la cual requiere cierto grado de legitimidad política frente a la ciudadanía, además, a un proceso interno de disputa surgido de su primera derrota post dictadura[4]. En este sentido, la institucionalización de la democracia en Argentina realizó un llamado a que los partidos cumplieran sus funciones tradicionales en el sistema, esto significó a partir de 1983 que: “Los partidos políticos reaparecen como instrumentos clave de la articulación de las demandas sociales y de mediación política” (De Riz, 1984: 120). Entonces, “Sin ellos, la sociedad civil no encuentra otra vía que la de presión social directa sobre el Estado: esa ha sido la lógica perversa sobre la que se montó la tragedia argentina” (Ibídem). Esto de algún modo deja de manifiesto el entusiasmo con que se esperaba que funcionara el sistema de partidos y los propios partidos políticos, es decir que, a partir de 1983, se los observaba como la oportunidad de revalorizarlos, así también, a  las instituciones político democráticas. En apreciación de Cavarozzi y Garretón, en el contexto de la reapertura del parlamento, planteaban lo siguiente: “La reorganización partidaria y la campaña electoral también tuvieron como efecto revalorizar los temas de la democracia constitucional y la estabilidad de las instituciones” (Cavarozzi y Garretón, 1989: 156). Sin embargo, esa reorganización partidaria no logra definirse a lo largo de la década del ´80, sino por el contrario, los partidos políticos entran en decadencia (Pucciarelli, 2002). En cuanto al carácter representativo y legítimo, se puede resumir que: “Desde el 83 hasta el final de aquel primer turno constitucional, la imagen de los políticos se fue deteriorando, el entusiasmo `libertario´ enfriando, y nuevas expectativas se fueron transformando en dirección hacia valores propios de una suerte de `cultura populista´ siempre influyente cuando la sociedad argentina busca recalar en las fuentes del descontento económico social” (Floria y García Belsunce, 2005: 286). Por lo tanto, los factores de crisis económica nacional y la incapacidad de los partidos políticos de resolver aquellos problemas, implicó la degradación de la política.

La crisis de representación de los partidos políticos argentinos obedece a un proceso más que a una coyuntura y que finalmente en la década del 90 se acentúa, aunque con otro tipo de características. Estas características se encuentran vinculadas, por un lado, con la dimensión económica, es decir, la estrecha relación entre la implementación del modelo neoliberal y su impacto en el distanciamiento entre los Partidos Políticos, el Estado y la Sociedad; por otro lado, las características propias de la propuesta de liderazgo de Carlos Menem, que en algún sentido, influyó en la despolitización (aparente) de la misma actividad pública. Por último, una crisis de representación basada en la escasa oferta política por parte de los partidos hacia la ciudadanía, es decir, una crisis de representación basada en la estructura del sistema de partidos.

En cuanto a los ajustes estructurales implementados durante el mandato de Carlos Menem y la propuesta de un modelo de mercado neoliberal se puedo haber concebido que mientras más se abra la economía al mundo, mientras el Estado más se achique y mientras la democracia genere previsibilidad en sus procedimientos, los beneficios de este círculo se derramarían a toda la sociedad (Kerz y Pomposo, 2006: 12). Sin embargo, los efectos de la instalación del modelo neoliberal sobre una democracia restaurada, no más de 10 años atrás, trajo consigo una ruptura en el vínculo entre ésta y el mercado (Ibídem). Esta ruptura conlleva a que la supremacía de la política interna de Argentina quedara postergada, pues en la apertura neoliberal, el ámbito de la política internacional adquiere mayor relevancia: “Si inmediatamente después de la asunción de Carlos Menem como presidente de la Nación el 8 de julio de 1989, las primeras medidas de gobierno respondieron a la concepción política clásica del peronismo de primacía de la política interior, posteriormente, sería la primacía de la política internacional la que determinara cómo debían reagruparse los conjuntos políticos según las fuerzas y poderes del ámbito global” (Ibídem). Por tanto, el comienzo del periodo neoliberal en la década del menemismo tuvo su primer impacto, es decir, la política internacional en desmedro de la nacional, asunto que, según lo planteado por Rosendo Fraga en el diario Ámbito Financiero el 16 de Diciembre de 1991, la sociedad lo aceptaba antes que la propia dirigencia política, es decir que: “En el caso argentino, la imposibilidad de seguir financiando la actividad del Estado en la economía obligó modificar el modelo, cuando la sociedad asumía la necesidad de este cambio antes que la dirigencia” (Fraga, 2001: 92 – 93).

Lo anterior expuesto refleja el debilitamiento del Estado como actor relevante en el establecimiento de garantías sociales, en mantener el vínculo entre las demandas sociales y los “outputs” del Estado para responder a esas demandas; al mismo tiempo que, un Estado limitado impacta en el debilitamiento de los partidos políticos como nexo entre ambos actores del sistema político (Sidicaro, 2002). Entonces, los procesos de privatización,  la apertura económica y su desregulación  que conllevaron a una crisis del Estado durante la década del ´90, al mismo tiempo evidenciaron la debilidad de los partidos políticos para responder ante las contradicciones históricas del modelo propuesto por el menemismo, en el sentido que no fueron capaces de responder ante la desafección política de la sociedad: “La autorreferencialidad de la política, las generalizadas sospechas de corrupción y la falta de decisión política para tomar medidas que contrariaran al aparentemente todopoderoso `mercado´, generaron un clima de apatía o directa hostilidad hacia los principales partidos políticos (…)” (Abal Medina, 2006: 120). Esto se puede explicar en base a que, ante el proceso de globalización y a  la instauración de los ajustes estructurales neoliberales no sólo en Argentina, sino en Latinoamérica, la estructura del sistema de partidos varía en base a su capacidad de adaptación al nuevo contexto político económico mundial. En este sentido, el sistema de partidos argentino de movilización obrera, sufrió parte de los ajustes estructurales neoliberales, puesto que pasó a conformar parte del grupo de países cuyo dinámica partidaria aumentó la tasa de volatilidad electoral (Roberts, 2002: 63 – 64). Esto se explica por un factor de descomposición de la base obrera del peronismo durante el menemismo, fragmentando los alineamientos políticos y realineándolos a una nueva organización partidaria como fue el FREPASO (Roberts, 2002: 63 – 74). Sin embargo, no significó para algunos autores que el peronismo terminaría finalmente descomponiéndose por completo, sino más bien el menemismo significó un proceso de adaptación al nuevo contexto de reformas estructurales y a la propia crisis de representación cuyo principal elemento de transformación fue la adaptación de las formas de liderazgo partidarias (Levitsky, 2003). Entonces, luego de la crisis de finales de la década del ’80, el liderazgo político se trasforma en estrecho vínculo con la creciente crisis de representación de los partidos. Esta transformación pasa porque las promesas pierden valor y las decisiones tienden a generar consentimientos ex post facto: “ El presidente Menem es el principal impulsor de esta modalidad de acción que debilita la función agregativa del poder en favor de una lógica demostrativa: instaura una “política del éxito” y los “resultados concretos” en la cual la autoridad se legitima por su capacidad de producir efectos, que crean la necesidad de nuevas intervenciones, garantizándose así a la vez su permanencia” (Novaro, 1993: 107). Entonces lo que hay en el surgimiento del liderazgo de Menem es una transformación del liderazgo tradicional a uno que se ajusta a las modalidades de los medios de comunicación y la exacerbación de la imagen por sobre la propuesta (esto conllevaría a pensar que Carlos Menem identificó con anterioridad la crisis de representación y se adaptó a esa situación para lograr el éxito político). Esa transformación no significó el fin de la política, sino nuevos vínculos de identificación con contenido ideológico y político representando un factor significante en los procesos de cambio y crisis partidaria, es decir, el estilo y formas de liderazgo contribuyen a que los partidos se transformen y adapten a las condiciones externas del sistema[5]: “En los últimos años la personalización y la teatralización dieron lugar a nuevos vínculos de identificación, nuevos liderazgos e, incluso, a procesos de repolitización de amplios sectores. No pueden ignorarse los contenidos políticos e ideológicos de las imágenes personales de esos nuevos líderes, ni la paulatina adaptación `transformista´ de los partidos, las identidades y los mecanismos de agregación de demandas a la nueva situación” (Novaro, 1993: 108). Esta adaptación del peronismo a la realidad política y social de representación no pudo darse de manera tal si no fuese por factores como la crisis de gobierno de Raúl Alfonsín y su entrega anticipada, una oposición desarticulada y la elección del ‘91 que posibilitó al peronismo gobernar con mayoría en el parlamento (Palermo y Novaro, 1996), conllevando al comienzo de la consolidación  de la política menemista (Sabato y et. al., 2011: 340 – 342) basada en el factor de cambio como es la transformación de la estrategia y estilo organizacional del partido, en este caso el PJ (Mair, 2002: 32).

El liderazgo político como característica de la representación puede también observarse como un elemento constitutivo de un tipo de régimen político, de maneras más precisa, de un tipo de democracia. La Democracia Delegativa (DD) planteada por Guillermo O´Donnell, introduce una nueva conceptualización sobre las democracias contemporáneas que pasaron por una transición desde un régimen autoritario y luego por una segunda transición, es decir, desde un gobierno elegido democráticamente a un régimen democrático institucionalizado y consolidado (O´Donnell, 1994). La premisa en la cual se basa las democracias delegativas encajan en ella las características del liderazgo político de Menem, pues: “Las democracias delegativas se basan en la premisa de quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un período en funciones limitado constitucionalmente” (O´Donnell, 1994: 12). Este autor entrega el marco conceptual sobre la democracia que puede ayudar a entender el estilo de liderazgo político de Carlos Menem y que no necesariamente tiene relación con una crisis de representación o representatividad, pues relacionando las características de la dinámica política argentina (en la década del ´90), ésta operaría bajo el concepto de una democracia delegativa: “Además, la DD es muy individualista, pero de un modo más hobbesiano que lockeano: se espera que los votantes elijan, independientemente de sus identidades y afiliaciones, al individuo más apropiado para hacerse responsable del destino del país” (O´Donnell, 1994: 13).

Entonces, del lado del debate sobre la representación y la representatividad de los partidos políticos argentinos se puede resumir que, la crisis, se vincula con un proceso de contexto global de neoliberalización del sistema económico que conllevó a profundos ajustes estructurales que impactaron en la dinámica entre Estado, partidos y sociedad, generando nuevos realineamientos partidarios y desvinculación basada en la desafección política. A nivel doméstico, el contexto se da por una crisis de gobernabilidad política en la década del ’80 y el debilitamiento político de la UCR; asimismo, un proceso de institucionalización del PJ que conllevo a una disputa interna en la cual se posibilitó el surgimiento de nuevos liderazgos partidistas, la aparición de Carlos Menem. La adaptación a esos contextos conllevó a la conformación de un liderazgo político nucleado en Carlos Menem que, dependiendo del enfoque, puede deberse a la capacidad de adaptación al contexto global y doméstico; a un liderazgo que obedece a un proceso de personalización de la política, pero que no significa un vaciamiento de ella; o a un liderazgo que compone un nuevo tipo de régimen político, una democracia delegativa. Finalmente, los partidos políticos importantes (UCR y PJ) pasan por un proceso de reestructuración interna y de interacción mutua que conlleva a realineamientos políticos de base identitaria.

 

 

 

 

 

II. ¿Institucionalización o desinstitucionalización del sistema de partidos?

 

“En general, institucionalización se refiere a un proceso por el cual una práctica u organización se vuelve bien establecida y ampliamente conocida, si no universalmente aceptada. Los actores desarrollan expectativas, orientaciones, conductas basadas en la premisa de que esta práctica u organización prevalecerá en un futuro previsible” (Mainwaring y Scully, 1995: 4).

 

 

Lo planteado por Scott Mainwaring y Timothy Scully dejan de manifiesto, implícitamente, que uno de los principios de la institucionalización del sistema de partidos es el de estabilidad. Como se revisará en este apartado, la institucionalización del sistema de partidos argentino presenta ciertas características que la hacen interesantes de analizar, sobre todo relacionado con el principio de estabilidad. Ahora bien, en base a una utilidad práctica, se revisará las principales características e hipótesis del periodo, relacionando a éstas con al menos tres condiciones para que un sistema de partidos se considere institucionalizado (Mainwaring y Scully, 1995: 5).

 

a) Estabilidad en las reglas y en la naturaleza de la competencia entre partidos.

 

Este punto se refiere a que los esquemas de competencia de partidos deben manifestar alguna regularidad, lo que no significa que se esté insinuando que estos esquemas deban mantenerse o “congelarse”[6]. Lo anterior significa que: si un partido aparece con importancia en cierto momento y luego se “evapora” con rapidez, entonces carece de la condición de estabilidad de un sistema de partidos institucionalizado.

La conformación del sistema de partidos argentino tiene una característica especial, pues si se considerara su conformación por números de partidos registrados para competir en elecciones nacionales se podría aseverar que existe una alta fragmentación del sistema de partidos, pues si se considerara la cantidad de partidos que se presentaron a elecciones legislativas entre 1985 al 1997, estos representarían en promedio 20[7] (entre partidos nacionales y alianzas y el conjunto de partidos distritales). Mientras que para elecciones presidenciales el número de partidos (alianzas y distritales en conjunto) promedia 16, aunque en las elecciones de 1995 aumenta a más de 20 partidos[8].  Lo anterior es coincidente con el análisis de Ernesto Calvo y Marcelo Escolar: “La competencia partidaria nacional en las elecciones de Presidente y Diputados Nacionales contaba con una distribución territorial relativamente homogénea en 1983, con poco más de dos partidos competitivos en una gran mayoría de los departamentos del país. El proceso de fragmentación electoral llevó a un aumento en el número efectivo de partidos electorales entre 1983 y 1995, concentrado particularmente en los departamentos más populosos y urbanizados” (Calvo y Escolar, 2005: 27 – 28). Sin embargo, dada esta característica a partir del simple conteo, hay una tendencia tanto para las presidenciales como las legislativas hacia un sistema de partidos bipartidista, pues el porcentaje de votos para ambas elecciones en general se han concentrado entre dos partidos: el Partidos Justicialista y la Unión Cívica Radical, por lo menos hasta las elecciones de 1993, ya que en 1995 aparece como tercer competidor la coalición FREPASO, desplazando a la UCR como tercera fuerza. Luego, entre 1997 y el 2000, la UCR y el FREPASO conformaron la “Alianza” restaurando en alguna medida el sistema bipartidista que venía desde 1983. No obstante, el bipartidismo que se restableció a partir de 1997 no aseguró una estabilidad en el sistema de partidos, ya que finalmente la renuncia de Fernando de la Rúa evidenció que existían debilidades al interior del sistema político, y específicamente, en la conformación del sistema de partidos: “Si bien la imagen de un sistema de partidos estable se restableció entre 1997 y el 2000 al conformarse la Alianza, la ruptura que precedió a la renuncia de Fernando De La Rúa puso al descubierto el verdadero nivel de fragmentación del sistema político” (Calvo y Escolar, 2005: 28). Esta situación se puede analizar en la medida que se considere que el bipartidismo restablecido se configura a partir de la ficción que genera la coalición de partidos de la Alianza, que de alguna manera oculta una fragmentación mayor en el sistema de partidos argentino. Por otro lado, la estabilidad de las reglas se vio, entre 1993 y el 2002, remecida por las reformas electorales y políticas que se aprobaron, destacándose entre ellas, la reforma pactada en 1993 -1994 de reelección presidencial y la introducción del Ballotage “hibrido”, para luego en el 2002 se legislara sobre las campañas políticas y su financiamiento (Sabato y et. al., 2011: 342).

Ahora bien, si se vuelve a la condición de institucionalidad presentada en este punto, se puede extraer, de acuerdo a la configuración de la competencia del sistema de partido en la década del noventa que, exceptuando la elección de 1995, se mantuvo más o menos estable el sistema de partidos, aunque presentando características especiales como la decadencia electoral de la UCR desde 1989, la cual conllevo a este partido establecer necesariamente pactos de alianza electoral para poder sostenerse en la competencia electoral. Mientras que el FREPASO, dada su debilidad institucional, debió conformar una coalición con la UCR, ya que sin una estructura establecida su permanencia en el sistema de partidos era limitada. Entonces, la debilidad de la oposición política en la competencia electoral, hizo eco sobre una institucionalización del sistema de partidos más bien limitada, agregando además, que en menos de 5 años se reformó el sistema electoral, cambiando las reglas del juego.

 

b) Los partidos importantes deben tener raíces más o menos estables en la sociedad.

 

Que los partidos “importantes” deban tener raíces relativamente estables en la sociedad se hace relevante en la institucionalización del sistema de partidos en la medida de que si no tuvieran esa condición, no estructurarían las preferencias políticas a lo largo del tiempo y por tanto habría una regularidad limitada. Es así que la consistencia de la oferta ideológica de un partido, en la práctica, debería ser más o menos consecuente.

Luego de la crisis económica, política y social – hasta últimamente resistida por Alfonsín-, surge la necesidad política de ofrecer una respuesta a dicha situación crítica. En este contexto, de alta conflictividad social a fines de los ´80, que el peronismo emerge como una alternativa por medio del liderazgo de la dupla Menem – Duhalde, quienes surgen ante una institucionalización del PJ negociada en su interior: “Menem y Duhalde eran figuras de segundo orden en el peronismo, que vieron la debilidad de una conducción partidaria desgastada por la falta de propuestas ante la crisis que se vivía” (Mayer, 2012: 69).  De aquí en adelante, la competencia interpartidaria estuvo constituida a partir de la situación de cada partido – considerando específicamente al PJ y a la UCR-, esto significa que por un lado el PJ logra definirse internamente y como resultado Menem es el candidato a la presidencia del  partido como única respuesta a la crisis a finales de los ´80. Por otro lado, la UCR sale del poder abruptamente, luego del fracaso de gestión gubernamental que no logró resolver los dilemas que venía consigo del régimen militar y su responsabilidad como eje político para conllevar a una transición política que reactive a las instituciones públicas y políticas del país.

La competencia interpartidaria en el primer lustro del ´90 se caracterizó por que los partidos hegemónicos – PJ y UCR- se encontraban por sí mismo en un proceso de desdibujamiento, esto significa que, en el caso del PJ, las propuestas, iniciativas y políticas neoliberales del menemismo conllevaron a un distanciamiento del partido y su base social que era constitutiva histórica del peronismo, pues el menemismo se presentaba como un liderazgo que trascendía o se encontraba afuera de lineamientos partidarios. Este distanciamiento se pueden analizar desde al menos dos puntos de vista: Primero,  desde una perspectiva más teórica, el PJ, por medio del menemismo, debió enajenarse de las formulas tradicionales del peronismo e introducir nuevas fórmulas que en grandes rasgos fue definible como neoliberal, modelo nuevo que no podía garantizar políticas públicas específicas[9], entonces: “al no poder garantizar políticas públicas específicas, el partido va perdiendo sus referentes sociales (…), por lo que se ve obligado a buscar apoyos más amplios e indefinidos” (Abal Medina, 2004: 83). De acuerdo a este principio, sería lógico que en la introducción de un nuevo modelo político y económico, no bastara con el apoyo tradicional del peronismo, sino que también debió ajustar el discurso a sectores más amplios. Y segundo, desde una perspectiva más “práctica”, es que el distanciamiento del menemismo con su coalición electoral tenía por objeto el adquirir mayor autonomía como gobierno y por tanto buscar ampliar el apoyo político necesario para sobrellevar ese distanciamiento, pues de la siguiente manera queda mejor expresada: “Ante todo digamos que el lanzamiento de las reformas de mercado, en 1989, obligó ciertamente al gobierno de Menem a tomar distancia de su coalición electoral, y en particular de su partido. Dicho distanciamiento, sin embargo, no estuvo orientado a lograr el “aislamiento” del Ejecutivo, sino a ganar autonomía para organizar una coalición de apoyo más consistente con el rumbo adoptado” (Novaro, 2001: 55).

En el caso de la UCR, al menos se pueden identificar dos momentos por el cual, dicho partido, genera en su práctica un distanciamiento con su base electoral, o por lo menos, una incapacidad de constituirse como un partido que pueda presentarse a sí mismo como una oposición política real. Un primer momento es el que coincide con la salida de Alfonsín y la entrada de Menem al poder ejecutivo, que en palabras de Mayer, cuya transición de mando no estuvo fuera de estrategia política: “El justicialismo aprovechó así la situación del gobierno saliente y la necesidad de su retirada anticipada para asegurarse la no obstrucción por parte de la UCR de las iniciativas económicas y sociales que adoptaría el PJ durante su mandato” (Mayer, 2012: 73). Este planteamiento conlleva observar que en ese momento la UCR, inmediatamente a su salida, pierde su rol como oposición política y por tanto entregando cuotas de poder que generaría su propio distanciamiento en tanto partido representativo de una base opositora al justicialismo. Aunque hay que reconocer, en la situación desventajosa con la que sale del poder gubernamental, quizás ese era el modo más propio para evitar una profundización de la crisis política. Un segundo momento, en el cual la UCR amplía el distanciamiento con sus raíces en la sociedad y entrega su espacio en la competencia partidaria como oposición política, fue en Noviembre de 1993 cuando se realiza el “Pacto de los Olivos” donde Menem negocia con el líder de la UCR, Raúl Alfonsín, una reforma electoral que permitiría una reelección presidencial de Menem. Este pacto fue un hecho que evidenció las deficiencias internas de la UCR para mantener los equilibrios de poder en la competencia interpartidaria, que posteriormente pagarían con el voto castigo en las elecciones para Convencionales Constituyentes en abril de 1994[10]: “Raúl Alfonsín actuó sobre el partido radical para convencerlo de que una reforma pactada era mejor que una reforma impuesta, y que de todos modos varios de los cambios que había alentado hacia 1985 podían negociarse en el “Pacto” suscrito” (Floria y García Belsunce, 2005: 291).  Este intento de convencimiento no logró leer las posibles consecuencias, tanto electorales como el impacto en la base social que sustentaban al partido, pues “(…) si el partido radical fue reticente, la sociedad fue mayoritariamente consciente de que se trataba de una suerte de acuerdo corporativo, con un suscriptor en la ofensiva hegemónica y otro en defensiva protagónica” (Ibídem).

La UCR desde las elecciones presidenciales desde 1989 a las de 1995 (Sapienza, 2004: 85 – 100) tuvo una caída importante de su caudal de votos, reflejando el debilitamiento competitivo, pues también es posible revisar las elecciones parlamentarias y evidenciar que entre 1989 y 1995 (Sabato y et. al., 2011: 343) también cayó su caudal de votos. Pues no fue hasta su alianza con el FREPASO por medio de la cual pudo retener su caída electoral, ya que esta es una de las estrategias para alcanzar el poder de una oposición en declive, es decir, la conformación de alianzas con pequeños partidos que tienen buena imagen y propuestas pero que carecen de la estructura y la organización necesarias para ganar en una elección nacional (Dalla, 2010).

 

c) En un sistema de partidos institucionalizado, las organizaciones partidarias tienen importancia.

 

Según esta condición, los partidos no están subordinados a los intereses de líderes ambiciosos, sino que adquieren un estatuto y valores propios. Al mismo tiempo, hay una tendencia a que los procedimientos internos del partido se hagan rutinarios, inclusive los procedimientos para obtener el control del partido.

Durante el periodo menemista y conjuntamente con el periodo alfonsinista, podría presentar un proceso de institucionalización limitada. Como se planteó en el apartado anterior, es imposible desconocer el periodo alfonsinista y su influencia en las características del periodo de Menem, por tanto es necesario resguarda ese acople de un procesos político más largo. Según Jorge Mayer en relación a la elección de Carlos Menem plantea que: “La elección significó un hecho inédito desde el punto de vista político. En principio, Menem no representaba a un sector del justicialismo partidario. Su elección afianzó un proceso iniciado luego de la derrota electoral de 1983 (…)” (Mayer, 2012: 68). Esta afirmación conlleva a observar el proceso que vivió el Partido Justicialista en su interior en la década del ´80, que explicaría en un sentido el surgimiento del menemismo en los ´90.

Si se parte de la premisa de que la competencia interpartidaria y sus distintas interacciones están dadas no solo por su dinámica, sino también está relacionada por cómo se presenta la interacción interna de cada partido. Pues, en la década del ’80, el PJ tuvo una lucha interna por la dirección o conducción del partido la cual conllevó a que se esgrimieran dos facciones: por un lado se encontraba la facción renovadora de Antonio Cafiero, la Renovación Peronista. Y por el otro lado se encontraba la facción de Carlos Menem, Federalismo y Liberación, ambas facciones consolidándose como fuerza política en las elecciones internas del PJ el 16 de Noviembre de 1986 (Ivancich, 2004: 28). Tal lucha interna por la conducción del partido se basaba en principio por la reestructuración de la organización política partidaria donde, por un lado, la Renovación buscaba la democratización de la elección de la elite dirigencial, por medio de la integración de los caudillos provinciales del país; asimismo, el de establecer un distanciamiento con la “cúpula ortodoxa” del PJ, el recambio de dirigentes y metodologías (Ivancich, 2004: 27). Mientras que Menem priorizaba un “denominador común” o un promedio dentro del peronismo, tendiendo un “puente hacia el pasado” que la Renovación sabía que no podía aceptar (Ibídem).

En la pugna constante, establecida en plenitud desde el cuarto congreso justicialista realizado en Tucumán en 1985. Fue entonces, de aquí en adelante, que las estrategias del conglomerado de Menem - y él mismo- establecieron, en la negociación con la base de apoyo de Cafiero y en la facción menemista, la aplicación de una conducción radial que permitió una articulación más flexible que la conducción estructurada de la Renovación, pues finalmente la estrategia de Menem conllevó al fracaso de la dupla Cafiero – (José Manuel) de la Sota en la interna del 8 de Julio de 1988. Ivancich analiza la derrota de la Renovación de la siguiente manera: “La cooptación personalizada de los desgajamientos renovadores le allana la tarea a Menem, puesto que es más conveniente negociar de a uno, que negociar con la renovación en su conjunto que tenía una fuerza estructural importante. Además, esta forma le permitía controlar la estructura partidaria donde Menem no tenía absolutamente ningún peso” (Ivancich, 2004: 36). Es a partir de aquí que el menemismo se configura como la alternativa presidencial para las próximas elecciones nacionales y Menem despliega otras estrategias de campaña e integración de apoyo político que se evidencia en la alianza que obtuvo en la integración del grupo Bunge & Born a finales de 1989, lo que finalmente entregaría pistas de lo que vendría más tarde durante su gobierno.

La pugna interior del PJ mencionada a priori, trae consigo un proceso de institucionalización “aparente”, la cual se explica como el intento por parte de la Renovación de esgrimir una estructura partidaria basada en el recambio de dirigentes y la introducción de una metodología de selección de líderes a partir de premisas más democrática, por tanto, dándole forma a una organización que poco a poco venía perdiendo su carácter movimentista, tradición del peronismo ortodoxo. Sin embargo, la cooptación por parte del menemismo de la renovación, de ésta última, solo quedo la metodología y no el recambio de los principios tradicionales del peronismo. Es así, que a lo largo de la década del ’80 y durante el proceso interno que vivió el PJ, la cooptación del liderazgo de Menem por sobre los intentos renovadores de Cafiero, la institucionalización del partido fue en el sentido de la instauración de las reglas y métodos que estructuraran la composición del partido a nivel nacional, incentivando a la territorialización, sin embargo, ese proceso se desarticularía una vez que Carlos Menem ocupe el sillón presidencial, pues de ahí en adelante se mantiene la estructura del partido, pero se produce un distanciamiento del PJ con la base tradicional del peronismo, es decir, los sindicatos y gremios de trabajadores (Roberts, 2002: 63 – 74). Si durante la década del ´80 el PJ logra de alguna manera institucionalizarse (incorporando reglas internas regulares y más democráticas), en la etapa del menemismo la debilidad ya no es a nivel estructural, sino más bien una desinstitucionalización en la dinámica de poder partidista y el desdibujamiento del vínculo del PJ con la clase obrera. Entonces, la alta personalización política del partido, a través de Menem, la cooptación del líder de gobierno por sobre su partido y el distanciamiento de la base histórica del PJ hacen relativizar el avance institucional que adquirió el partido con los cambios organizacionales que incentivó la facción interna renovadora a finales de los ´80.

Mientras tanto que en la UCR durante la década del ´90, el alfonsinismo se mantiene como el principal eje que conduce las decisiones partidarias, pues Raúl Alfonsín aun es el líder indiscutido del partido y es a través de él por el cual se establecen las directrices de competencia interpartidaria y las estrategias de la UCR como oposición política. Una característica de la UCR en el periodo se puede extraer que: “La toma de decisiones partidarias condujo a una especie de oligarquización de la UCR, partido con un mayor nivel de institucionalización donde la hegemonía de Alfonsín, como presidente del Partido, siguió dominando. Esta estructura de autoridad cerrada le quitó márgenes de flexibilidad al radicalismo” (Kerz y Pomposo, 2006: 15). De esta característica es posible resaltar que la cooptación de la toma de decisiones por parte del liderazgo de Alfonsín se mantuvo desde la década pasada hasta por lo menos el primer lustro de los ´90, pues el personalismo por el cual funcionaba la UCR conllevó, como se mencionó en el punto anterior, a que se realizara el pacto de reforma electoral entre la oposición y el gobierno de Menem.

Lo planteado anteriormente, inherentemente, nos remite a plantear que tanto el menemismo como el alfonsinismo se desarrollan en un contexto de un neopopulismo, que si bien en el populismo tradicional este daba lugar a los antagonismos sociales y comportamientos electorales muy estables, el neopopulismo -que se inicia con el ascenso de Alfonsín hasta el periodo menemismo- incide en una rápida circulación de élites y cambios de actitudes de los votantes, vinculándose éstos más por sus opiniones que por sus vínculos de pertenencia partidaria (Novaro, 1993: 108). Estos cambios en los estilos de liderazgo: “desembocó en un sistema de competencia más abierto, que junto a la reforma de los regímenes electorales (…) ha favorecido el reemplazo del control partidario de las candidaturas por un esquema basado sobre figuras con respaldo de la opinión pública” (Novaro, 1993: 111).

El alto personalismo de la política partidaria desde la década del ´90 es apoyada como forma de desinstitucionalización, esto se debe a que según Eduardo Kinen la desinstitucionalización del sistema de partidos a partir de los ´90 presentan las siguientes características  (Kinen, 2011: 37): a) Carácter territorializado; b) Construidos y definidos a partir de la figura de un líder principal más que por la existencia de un programa partidario; c) Las estructuras han dependido de las decisiones de dicho líder partidario más que de principios partidarios. Estas tres características plantean que el liderazgo se encuentra por sobre el partido político, sobre todo en las dos últimas características, mientras que la primera, o sea el “carácter territorializado”, ésta se vincula con los fuertes liderazgos locales, pues  se evidencia en el caso de la nominación de candidatos para las elecciones legislativas, ya que son los jefes locales de los partidos quienes participan en la nominación, que para algunos autores la alta rotación de parlamentarios en la Cámara dependen notoriamente por los caudillos locales (Saiegh, 2001: 27 – 32).

El problema de la personalización de la política partidaria y el empoderamiento del líder por sobre su partido, no es el de la personalización misma de la política o la construcción élites políticas fuertes, sino que el liderazgo depende a la vez del apoyo popular, pues sin éste el funcionamiento de la democracia está en juego. Reformulando el problema, el remplazo de las formas autoritarias de gobierno por la democracia, ésta última depende simultáneamente del buen funcionamiento de los interacciones o nexos (networks) de la elite política y del apoyo popular (Engelstad y Gulbrandsen, 2007), por tanto, sin una interconexión de redes de elites y sin apoyo popular, la democracia se ve debilitada.

 

Conclusiones Generales

 

Una conclusión general que se puede extraer sobre el estudio de los partidos político y sistema de partidos durante la década del menemismo es que, indistintamente del enfoque de análisis y sus respectivas hipótesis, ya sean la crisis de representación, crisis de representatividad o sobre la correlación entre el comportamiento de los partidos políticos y democracia delegativa, estos tres reconocen la existencia, en ese periodo, de un distanciamiento entre los partidos y la sociedad. Segundo, durante el periodo menemista se acentúa la desinstitucionalización del sistema de partidos, sin desconocer que ese proceso se venía gestando del periodo gubernamental anterior. Durante la década de Menem, el sistema de partidos se descompone al cumplir, limitada o insatisfactoriamente, las condiciones de institucionalización, considerando el conjunto de hipótesis y propuestas de los distintos autores revisados.

En cuanto a lo que se refiere a “la crisis de la representación”, distintos autores aportan con elementos que explicarían esa crisis, entre ellas: la instalación del modelo neoliberal y la aparición de una alta personalización de la política a través del desarrollo de un neopopulismo encarnado en Carlos Menem.

En el caso de la crisis de representatividad, ésta aporta un matiz distinto al enfoque mencionado anteriormente, agregando que la crisis no se trata completamente de la crisis de representación, sino más bien de una crisis de legitimidad que se explica, de alguna manera, por la incapacidad de los partidos de resolver los conflictos sociales y económicos, cuyo proceso viene desde la crisis de finales de los ochenta bajo el gobierno de Alfonsín.

Mientras que el enfoque planteado por O´Donnell sobre la Democracia Delegativa, en su caracterización, cabe las prácticas de individualización de la política en la cual cada, si una de las características de lo que otros enfoques estiman como crisis de los partidos políticos, bajo este enfoque, los partidos actúan en correlación o en estrecho vínculo con el modelo de la DD. Esto significa que, se presenta un alta personalización y un distanciamiento de los votantes con sus afiliaciones partidarias y política en pro de que sus intereses individuales, pues éstos, son canalizados por una imagen personalizada la cual lograría convencer a los votantes de que es la persona más idónea para satisfacer esos intereses, por tanto no se trataría de una crisis, sino el comportamiento consecuente con el modelo de democracia delegativa.

En cuanto a la institucionalización del sistema de partidos, se sistematizó las principales hipótesis bajo las condiciones de institucionalización ofrecidas por Mainwaring y Scully.  De estas se puede extraer que: durante el periodo menemista -por lo menos hasta el primer periodo-, la competencia interpartidaria del sistema de partidos y la estabilidad de las reglas que regulan el sistema de partidos se vieron estables. Mientras que para el segundo periodo, la estabilidad institucional estuvo en juego con la aparición del FREPASO, el cual desplaza a un tercer lugar a la UCR; al mismo tiempo, con el declive electoral y la descomposición como oposición política de la UCR.

Otro punto a señalar sobre la institucionalización del sistema de partidos, es el distanciamiento de los partidos principales (UCR y PJ) con su base social y electoral. En el caso del PJ,  la instalación del modelo neoliberal conllevó a alejarse en la práctica y en la teoría éste con su base tradicional, la cual estaba constituida principalmente por el movimiento obrero, así mismo, el distanciamiento con los principios sociales del peronismo ortodoxo. Mientras tanto, la debilidad de la UCR como oposición política, y en consecuencia, su cooptación por las negociaciones y pactos con el gobierno, esta generó un distanciamiento con su base electoral que desembocó en el sistemático voto castigo, generándole la necesidad establecer una coalición con el FREPASO a finales del noventa.

Un tercer punto a rescatar, guarda relación con la relevancia de los partidos políticos como estructuras organizadas y autónomas capaces de tomar decisiones en conjunto. En este sentido, la institucionalización de partidos estructurados durante el periodo menemista y sin ser displicente, desde le periodo alfonsinista, pues la alta personalización de la política, el fortalecimiento del líder y/o dirigente político por sobre su propio partido, generó contradicciones internas que debilitaron la estructura partidaria y por tanto la importancia de la existencia de los partidos políticos. Esto se acentuó durante el menemismo en el sentido de que, el alto personalismo de Carlos Menem conllevó a que fuese la conducción del Gobierno quien dirigiese la estructura partidaria de su propio partido, en este caso del PJ. La experiencia que entregó la década del ochenta fue que: al concentrarse en una sola persona la conducción del partido, si éste fracasa, cae consigo toda la estructura o por lo menos, incide en su debilitamiento.

A partir de las conclusiones sobre la institucionalización del sistema de partidos en argentina durante el periodo menemista, se puede extraer que: a) el proceso de desinstitucionalización, desde el punto de la estabilidad de la competencia interpartidaria, se acentúa a partir del segundo periodo menemista; b) con respecto al vínculo entre institucionalización y la relación partido político con la sociedad, durante el menemismo los principales partidos, en la búsqueda de mantener y adquirir el poder político, se distancian de su base electoral y social, por tanto acentuándose un proceso de desinstitucionalización; c) la cooptación de los líderes a sus propios partidos viene de un procesos anterior al menemismo, específicamente desde el ascenso de Alfonsín, pues desde ahí los partidos pierden relevancia, en la medida de que la individualización y la personalización de los “representantes” se exacerba.

 

 

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Fuentes Consultadas

 

Para los datos electorales y número de partidos, véase en www.mininterior.gov.ar



[1] Aunque Manin advierte que: “Los votantes contemporáneos siguen conservando el poder decisivo que siempre tuvieron en los gobiernos representativos, el poder de despedir a los representantes cuyo historial encuentren insatisfactorio” (Manin, 1998:149).

[2] Véase más por ejemplo Alfonsín, Raúl (1996): Democracia y consenso. A propósito de la reforma constitucional. Ed. Corregidor. Buenos Aires. pp. 79 - 136

[3] Véase en Snow, Peter (1972): Radicalismo Argentino. Ed. Francisco de Aguirre, Buenos Aires.

[4] Véase por ejemplo Ivancich, Norberto (2004): “La larga marcha de la institucionalización del PJ, hasta la instauración del menemismo”. Rev. Argentina Reciente: Ideología y política contemporánea, N°2, Diciembre (pp. 7 – 46). Buenos Aires.

[5] Como señala Mair, uno de los factores de cambio de los partidos políticos es el liderazgo particular del partido, sin que evidencie un cambio en la estructura identitaria del mismo. (Mair, 1997: 32)

[6] En el sentido de  “Freezing”, de  S. M. Lipset y  S. Rokkan (1992)

[7] Fuente: http://www.mininterior.gov.ar

[8] Fuente: http://www.mininterior.gov.ar

[9] Lo que Peter Mair identificaría como el factor de recursos políticos (policy) y programas específicos del partido (Mair, 1997: 32)

[10] PJ= 37,90%; UCR= 19, 74%; Frente Grande= 13,20%. Fuente: www.mininterior.gov.ar