Resumen
Este
artículo aborda las transformaciones en la constitución de los sujetos bajo el
actual cambio de matriz sociopolítica en Chile. Se estructura en torno a los
aportes del sociólogo M. A. Garretón, complementándolos y analizando en forma
crítica aquellos aspectos que tienden a homologarla con la de los países
occidentales. Para ello se discuten distintos conceptos que caracterizan la
modernidad, entendida como contexto que contiene el cambio de matriz
sociopolítica y el tipo particular de sujetos que se constituyen en la sociedad
chilena, caracterizada por la ausencia de un movimiento social central,
multicéntrica y neoliberal. Se concluye con aportes críticos y preguntas abiertas.
Palabras clave
Matriz
sociopolítica, modernidad, sujetos/actores, Chile
Transformations
in the constitution of subjects in the change of sociopolitical matrix in Chile
Summary
This
article addresses the transformations in the constitution of subjects, under
the current change of socio-political matrix in Chile. It is structured around
the contributions of the sociologist M. A. Garretón, complementing them and
analyzing in a critical way those aspects that tend to homologate it with that
of the western countries. For this, we discuss different concepts that
characterize modernity, understood as the context that contains the change of
sociopolitical matrix and the particular type of subjects that constitute a
Chilean society, characterized by the absence of a Central Social Movement,
multicentric and neoliberal. It concludes with critical contributions and
open-ended questions.
Keywords
Socio-political
matrix, modernity, subject/actors, Chile
Transformaciones
en la constitución de sujetos en el cambio de matriz sociopolítica en Chile
Juan Pablo
Venables B.
1 Introducción. La pregunta por la constitución de
los sujetos
Uno
de los problemas teóricos y empíricos más importantes de las ciencias sociales
ha sido la relación individuo-sociedad. Tanto así, que de su propuesta
resolutiva se derivan gran parte de las escuelas o corrientes teóricas.
La
manera de abordar este problema en la teoría social ha tendido a ser, con matices
varios, la comprensión de individuo y sociedad como interdependientes. Vale decir, que en
tanto tales, establecen una relación de reciprocidad causal o dialéctica, donde
la sociedad constituye a los individuos al mismo tiempo que es constituida por
éstos.
Esta idea se encuentra explícitamente en Marx 1968, Durkheim 2000, Weber 1997,
Scheler 1947, Mannheim 1993, Bourdieu 2007, Giddens 2003, Archer 2009, Latour
2008, por nombrar a algunos.
En
función de lo anterior, una de las entradas por excelencia al análisis de una
sociedad determinada es la pregunta acerca del tipo de sujetos que constituye
(y viceversa, qué tipo de sociedad construyen esos sujetos). De hecho, este
sería a juicio de Garretón 2003, el principal aporte de las ciencias sociales
al análisis del mundo actual.
Otra
cuestión ineludible para la teoría social y que está vinculada con la anterior,
es que su análisis se centra en un tipo particular de sociedad: la sociedad
moderna. Y esto no se debe simplemente a una cuestión epocal, sino a que la
característica principal de la modernidad es, precisamente, ser constitutiva de
sujetos (Garretón, 2003). Los distintos hitos utilizados para indicar el
comienzo de la modernidad tienen que ver con eso: la emergencia de un sujeto
que, en tanto actor individual o colectivo, encarna una densidad histórica;
esto es, proyecto, memoria y subjetividad.
No
obstante lo anterior, en el último cuarto del siglo XX comienza a criticarse
fuertemente la idea de modernidad en su concepción normativa, prescriptiva,
unívoca y eurocéntrica, buscando reemplazar esta idea donde prevalece un solo
tipo de modernidad, por otra donde la modernidad se entienda en forma más
global y menos jerárquica. La discusión es larga y las alternativas numerosas,
pero para efectos de este artículo se destacan los conceptos de «modernidades
múltiples» (Eisenstadt, 2000) y «modernidades entrelazadas» (Randeria, 2007,
Arnason, 2003).
Más
adelante se abordará con mayor detalle la discusión acerca de estas
aproximaciones, pero lo que interesa mencionar acá es que a lo largo de este
artículo se comprende a América Latina como parte de la sociedad moderna, y más
específicamente como un tipo particular de modernidad (de ahí la idea de
modernidades múltiples o entrelazadas), que comparte con las sociedades
centrales el estar constituida bajo la forma de Estados Nacionales, y que se
caracterizó durante la mayor parte del siglo XX por detentar un tipo particular
de sociedad moderna: la estatal-popular, y un tipo particular de modelo de
desarrollo: el industrial, que puede resumirse bajo el rótulo de matriz
sociopolítica (MSP) estatal-nacional-popular (Garretón et. al.,
2004), y que entra en crisis simultáneamente y en vinculación con el
cuestionamiento a la sociedad moderna.
Por
lo tanto, retomando lo que se señaló en un comienzo, si la pregunta sociológica
por excelencia tiene que ver con la constitución de sujetos en una determinada
sociedad, y ese tipo de sociedad estalló, ¿qué tipo de sujetos se están
constituyendo entonces? Siguiendo a Garretón, la manera de responder a esa
pregunta, tanto para América Latina como para Chile en particular, es
cuestionándose acerca del tipo de matriz socio-política que reemplaza (o
reemplazará) a la matriz estatal-nacional-popular que predominó en el siglo XX.
En
consecuencia, el presente artículo aborda la pregunta por las transformaciones
en la constitución de los sujetos en el (o los) cambio(s) de matriz
sociopolítica en Chile tras la crisis de la matriz estatal-nacional-popular,
tomando como eje el trabajo de M.A. Garretón. Para ello, en las dos primeras
secciones se revisa, a modo de marco conceptual y teórico general, el debate
acerca de la crisis de la modernidad y sus consecuencias para América Latina,
así como los principales análisis –y debates– en relación con el cambio de
matriz sociopolítica en Chile. Luego, en la sección tres, se entra directamente
en la revisión de las transformaciones en la constitución de los
actores/sujetos. Finalmente, se concluye con reflexiones y preguntas que
motivan el debate e investigaciones posteriores.
2 El debate sobre la modernidad: ¿una, múltiples o
entrelazadas?
Como
señala Larraín 2005, la variable tiempo es muy importante para entender la
modernidad en dos sentidos. El primero, tiene que ver con la que quizás sea la
definición más extendida: aquella que entiende la modernidad como un cierto
período de tiempo, como una época histórica, que comenzó en Europa en el siglo
XVI y se extiende, con matices, rupturas y diferencias, hasta nuestros días.
Ahora,
esta comprensión es problemática o cuando menos limitada, pues si la modernidad
fuera sólo la denominación de un determinado período histórico, se daría la
paradoja –bastante prescriptiva por lo demás– de tener que considerar como
moderno todo lo que sucede en esa época, cuestión a todas luces problemática,
porque los períodos históricos no son homogéneos, y claramente existen procesos
y perspectivas contramodernas (ya sea que la superan, la niegan o la desean)
dentro de esta época. En consecuencia, es necesario comprender la modernidad en
relación con atributos que le otorguen su especificidad más allá de esta
concepción epocal.
El
segundo sentido por el cual la variable tiempo se vuelve importante para
comprender la modernidad, tiene relación con la concepción del tiempo por parte
de los sujetos modernos. Habermas destaca esta característica cuando sostiene
que la sociedad moderna deja de estar regida por el pasado y se vuelve hacia el
futuro. Sus orientaciones normativas, por tanto, no se fijan por la tradición,
sino en base sí mismos y con vistas a un futuro deseado (Habermas, 2008).
La
famosa frase acuñada por B. Franklin –“el tiempo es dinero”– y recogida por
Weber para ejemplificar el espíritu capitalista (1979), resulta esclarecedora
en este sentido. No obstante y pese a su importancia, tampoco es posible
definir la modernidad sólo en función de esta nueva concepción temporal, pues
no se basta a sí misma como explicación.
Es
dable pensar, entonces, en la característica espacio-geográfica de la
modernidad. Ésta nace y se desarrolla en un lugar determinado: Europa. Y por
tanto, es posible pensar sus características principales ligadas a parámetros
culturales europeos, que tienen una proyección global. Esta es, sin duda, la
idea de Weber cuando se pregunta: ¿qué serie de circunstancias han determinado
que precisamente sólo en occidente hayan nacido ciertos fenómenos culturales,
que (al menos, tal como solemos representárnoslos) parecen marcar una dirección
evolutiva de universal alcance y validez? (1979: 5).
La
pregunta de Weber ya presupone una respuesta, y ésta es que la modernidad es,
ante todo, un proceso de racionalización creciente, con el subsecuente
desencantamiento del mundo, y el dominio del cálculo y la racionalidad
instrumental. Y ese proceso de racionalización habría nacido en occidente. Sólo
en occidente –dice Weber– se racionaliza la economía, la política, la música,
la búsqueda de la verdad, la administración, la organización política, etc.
Pero lo que le da validez universal, es que al ser la razón coextensiva a toda
la raza humana, la modernidad occidental sólo estaría trazando el camino que
recorrerá el mundo entero.
Esta
es, por cierto, la perspectiva de modernidad que asumió la Teoría de la
Modernización en América Latina en las décadas del 40 y 50 del siglo pasado. El
proceso de modernización se concebía como una necesidad histórica, como
inevitable expansión de la razón, y Latinoamérica se encontraba en un proceso
de transición desde una sociedad tradicional a otra moderna.
Sin
embargo, desde la década del 70 –y marcadamente en la del 90– comienza un
fuerte cuestionamiento a esta idea eurocéntrica de un único modelo de
modernidad, que postula –en un primer momento– la existencia de «múltiples
modernidades». Uno de los autores principales de la idea de modernidades
múltiples es S. Eisenstadt, quien defiende la necesidad de distinguir entre
«modernidad» y «occidentalización», refutando los supuestos hegemónicos y
homogeneizadores de las teorías de la modernización, lo que permite comprender
que, por ejemplo en América Latina, existen nuevas modernidades con patrones
institucionales y formas de conciencia colectiva distintas a las europeas
(Eisenstadt, 2000).
Más
aun, me parece que la concepción clásica de modernidad no sólo homogeneiza sino
que reduce la concepción misma de modernidad al no entenderla en sus
relaciones. Como señala J. M. Domingues: “no es que la modernidad estuviera
simplemente ‘allá’ y, entonces, fue trasplantada al subcontinente. Por el
contrario, prosperó simultáneamente en Occidente y en América Latina” (2009: 22).
En
esta línea se inserta también Garretón, quien añade directamente la crítica a
la idea weberiana de comprender la modernidad como homología al proceso de
racionalización instrumental. Para Garretón, la modernidad sería la forma
societal en que se constituyen sujetos, pero no sólo desde una vertiente
racional sino desde tres vertientes (2003):
1. Racional:
dimensión instrumental (tecnologías) y emancipatoria (derechos humanos,
libertad)
2. Subjetiva:
dimensión pulsión-afectiva (emociones y pasiones) e identitaria (nación, edad,
género, etnia)
3. Memoria
colectiva: dimensión de la tradición y de la memoria histórica (elaboración de
hechos y procesos significativos que la han afectado)
No
obstante el salto cualitativo que representa dejar de lado la idea de una única
modernidad y reemplazarla por la idea de modernidades múltiples, me parece que
de todos modos deja abierta la pregunta acerca de qué hay de común en esas
modernidades múltiples que permite reunirlas a todas bajo el rótulo de
modernidad. Una posibilidad es la que plantea Garretón, cuando propone
comprender la modernidad como la forma social que permite la constitución de
sujetos. Pero me parece que persiste el problema, toda vez que podría
preguntarse: ¿qué posibilidad hay de pensar una sociedad que contemple un
proyecto específico y que constituya sujetos determinados, pero que no sea
moderna? Si la respuesta es negativa, entonces parecería que la modernidad es
infinita y omniabarcante, lo que sin duda le quitaría especificidad como
concepto descriptivo.
En
la línea de buscar alternativas a estos problemas, recientemente se ha
postulado por S. Randeria 2007 y J. Arnason 2003 la idea de «modernidades
entrelazadas» o entramadas (entangled modernities). Esto permitiría
pensar la diversidad de modernidades con un cierto núcleo común, evitando así
la dificultad de concebirlas como proyectos independientes. De todos modos se
requeriría una definición de qué es ese núcleo común de modernidad, sea en la
vertiente de modernidades múltiples o entrelazadas.
Esta
es, precisamente, la respuesta que Larraín encuentra en la visión
interpretativa de C. Castoriadis. Para este filósofo, existen dos
«significaciones imaginarias» claves para entender la modernidad: autonomía y
control. La autonomía tiene que ver con lo que ya hemos señalado con varios
autores: la sociedad moderna tiene como característica que puede darse su propio
nomos, sus propias leyes (auto-nomía), a diferencia de las sociedades
tradicionales que son heterónomas. En palabras del autor:
Llamo autónoma a
una sociedad que no sólo sabe explícitamente que ha creado sus leyes, sino que
se ha instituido a fin de liberar su imaginario radical y de poder alterar sus
instituciones por intermedio de su propia actividad colectiva, reflexiva y
deliberativa (1990: 106).
Toda
sociedad exige la interiorización de normas sociales por parte de los
individuos, pero en las sociedades heterónomas éstos deben, además,
interiorizar la meta-ley de que no cuestionarán las leyes. La autonomía, en
cambio, es por definición la posibilidad de cuestionarlas (aunque deban
acatarse y cumplirse).
Esta autonomía no nace en la modernidad sino en la Grecia clásica en la
práctica del autogobierno democrático.
El
control, por su parte, tiene que ver con el control racional de la vida y el
entorno. En ese sentido, se apoya en Weber para sostener que el capitalismo es
la expresión por excelencia del control racional, lo que no quiere decir que el
capitalismo sea inevitable para la modernidad. En efecto, la modernidad no
incluye necesariamente al capitalismo, sino al principio racional que lo
impulsa.
Ambas
claves, autonomía y control racional son independientes, pero se relacionan en
permanente tensión. Ambas son necesarias para la modernidad, por ello si bien
la Grecia clásica tenía la dimensión de autonomía, carecía del control, por lo
que no es posible concebirla como moderna.
El
aporte de Castoriadis permite comprender, a juicio de Larraín, que no se trata
de que la concepción clásica de la modernidad (expresada en la Teoría de la
Modernización en América Latina) no considerara las dimensiones de autonomía y
control, sino que las cristalizó en instituciones, entendiendo la modernidad
como una estructura institucional particular que encarna estos principios. En
efecto, lo fundamental de la propuesta de Castoriadis es que, a diferencia de
la concepción clásica de la modernidad y con ello de las Teorías de la
Modernización, no existe un solo tipo de institucionalización de la modernidad,
y por tanto hay distintas trayectorias de la modernidad o distintos procesos de
modernización. En ese sentido, todo proceso de modernización es necesariamente
un campo de lucha por institucionalizar las significaciones imaginarias de la
modernidad (autonomía y control) en algún sentido determinado, y dependerá de
las que logren imponerse.
Estudiar,
entonces, la modernidad en América Latina y/o en Chile, es estudiar los
parámetros culturales y su correlato institucional, que expresan las luchas por
esa significación.
3 Cambio en la matriz sociopolítica: de
estatal-nacional-popular a posindustrial globalizada
3.1 ¿Qué se
entiende por matriz sociopolítica?
Se
hace necesario, antes de adentrarse en la revisión del cambio de matriz
sociopolítica (MSP), entregar una definición.
Una MSP se
refiere a relaciones entre el estado, una estructura de representación o un
sistema de partidos políticos (para agrupar demandas globales e implicar
políticamente a sujetos) y una base socioeconómica de actores sociales con
orientaciones y relaciones culturales (lo que incluye la participación y
diversidad de la sociedad civil fuera de estructuras estatales formales); y
todo ello mediado institucionalmente por el régimen político (Garretón et.
al., 2004: 16-17).
Para
decirlo en una sola frase: una MSP es el tipo de relaciones que, mediadas
institucionalmente por el régimen político, se establece entre el Estado, el
sistema de representación política y los actores sociales. Por lo tanto, cómo y
cuál sea la MSP de una sociedad determinada, depende del tipo de relaciones
que, a través de un régimen político específico, se establezcan entre estos
elementos.
Esto
quiere decir –y aquí radica el potencial del concepto– que una sociedad no se
define por su economía, su estructura social, su cultura o su política, sino
por todos a la vez, y de lo que se trata es de desentrañar cómo se produce ese
entrecruzamiento e interdependencia, y en particular para este artículo, lo que
interesa es dilucidar cómo estas matrices favorecen o permiten la constitución
de determinados tipos de actores/sujetos.
3.2 La matriz
nacional-estatal-popular
Durante
el siglo XIX, tanto en Chile como en la mayor parte de América Latina, la
matriz sociopolítica dominante fue la matriz oligárquica o de Hacienda (Medina
Echavarría, 1964), caracterizada por una clase oligarca dominante que estaba en
el Estado y cuyos conflictos se resolvían mediante guerras civiles, y que contaba
con un modelo de desarrollo «hacia afuera», prácticamente monoproductivo y con
un mercado reducido.
Esta
matriz estalla en 1930 empujada, entre otras cosas, por la Gran Depresión de
1929, y es reemplazada por una nueva MSP estatal-nacional-popular, vinculada
con los problemas de la nueva clase obrera, de la migración campo-ciudad, etc.,
que perdurará aproximadamente hasta 1980.
Como
es de suponer, el proceso de reemplazo de una matriz por otra no implica partir
de cero, por lo que siempre persisten elementos de la matriz anterior
coexistiendo con la nueva. De hecho, en este caso particular, esa coexistencia
es la que atravesó toda la reflexión de la Teoría de la Modernización y que fue
rotulada bajo el concepto de sociedad dual (Furtado, 1971).
Una
característica fundamental de esta MSP fue el papel central desempeñado por el
Estado como símbolo e institución de unidad y totalidad. Esto, “tanto por sus
funciones para asignar recursos por medio de políticas sociales y
redistributivas como por la articulación de las demandas sociales” (Garretón et.
al., 2004: 25).
Asimismo,
es característico también de esta MSP que la forma más eficaz de acción
colectiva es directamente política a través de movilizaciones y, sobre todo en
Chile, vinculadas con –y mediadas a través de– los partidos políticos.
En
cuanto al modelo de desarrollo, fue característico en prácticamente todos los
países de América Latina incluyendo a Chile, que la estrategia económica se
orientara hacia el interior, lo que se llamó «desarrollo hacia adentro», en
contraposición con el modelo de desarrollo de la MSP oligárquica. En términos
económicos, esta estrategia se llamó de industrialización sustitutiva de
importaciones (ISI), y se llevó a cabo principalmente a través del Estado.
Una
consecuencia importante del modelo ISI fue que se produjeron desplazamientos en
la composición de clase de las sociedades latinoamericanas. Uno de esos
desplazamientos se caracterizó por el comienzo de un distanciamiento entre la
naciente y creciente élite industrial y la antigua élite
terrateniente-oligárquica, a través de la articulación de posiciones políticas
y económicas que se oponían directamente a los intereses agrícolas de la élite
tradicional. Asimismo, la creciente industrialización impulsó un proceso de
migraciones campo-ciudad sin precedentes, que entre otras cosas, implicó la
reconversión de clase de los antiguos campesinos a nuevos proletarios urbanos.
Asimismo,
“la expectativa era que la industrialización trajera riqueza nacional y que
esta riqueza se debiera distribuir indirectamente a la población en general
mediante programas de gobierno” (Garretón et. al., 2004: 29). En
consecuencia, el modelo de desarrollo por ISI no era neutro; al contrario,
implicaba una dimensión ideológica importante, que no hace referencia
necesariamente a la expresión partidista del espectro político, toda vez que
los gobiernos de
turno, de derecha, centro o izquierda, mantuvieron políticas económicas de
protección a la industria nacional, subsidio a los agentes económicos […] y
redistribución sistemática y progresiva del ingreso, asumiendo, por una parte,
funciones en la regulación de los salarios y los precios y, por otra,
aumentando las prestaciones sociales en educación , salud y vivienda (Garretón
2014: 166).
En
definitiva, el nacionalismo desarrollista era la ideología de fondo de un
continente y un país que, desde el Estado, buscaba fortalecer la identidad
nacional común. Al punto que, bajo esta ideología común, las organizaciones
sindicales de orientación marxista-leninista apuntaban a los intereses
extranjeros e imperialistas como el enemigo común, y no así a los empresarios
capitalistas nacionales.
Por
otra parte, el régimen político característico de la MSP
estatal-nacional-popular es catalogado como «estado de compromiso», toda vez
que se caracterizaba por un equilibrio (a veces precario e inestable, y siempre
en tensión) entre diversos sectores y clases sociales, más que por la hegemonía
de algún determinado grupo social. Al mismo tiempo, se producía una formalidad
democrática acompañada de prácticas autoritarias o semi-autoritarias alrededor
de las cuales se iban constituyendo coaliciones de actores sociales y
políticos.
Asimismo,
resulta muy particular de Chile la temprana conformación de un sistema de partidos
que abarcaba todo el espectro ideológico, vinculado estrechamente con
organizaciones sociales. Como sostiene Garretón:
Ello es lo que
permite hablar de una imbricación entre liderazgo partidario y organización
social, lo que, por una parte, asegura una representación de los sectores
incorporados y un alto nivel de gobernabilidad, pero por otra, debilita […] la
conformación de una sociedad civil autónoma (2014: 167).
Dado
que la MSP estatal-nacional-popular se encontraba ligada a un proyecto de base nacionalista,
contaba a su vez con un tipo de acción social posible de caracterizar como
Movimiento Social Central (MSC), que al mismo tiempo que expresa el conflicto
central de la sociedad, se orienta hacia un cambio social global de ésta. Este
MSC fue, para la mayor parte de América Latina y al menos en un comienzo, el
movimiento de los trabajadores.
En
Chile en cambio, si bien los trabajadores tuvieron mucha importancia –así como
también sus organizaciones de representación–, se podría sostener que este MSC
se conformó en torno a los partidos políticos –donde también estaban expresados
sus intereses–, lo que le permite hablar a Garretón 2003 de una “matriz
político-partido céntrica”.
La
cara oscura de este tipo de MSC y de MSP es la “exclusión y avasallamiento de
diversas formas culturales e identidades no ligadas a la expresión política,
especialmente, la de los pueblos originarios” (Garretón, 2003: 151), y a la que
se suman mujeres y campesinos, entre otros.
3.3 Crisis de la
matriz nacional-estatal-popular
En
la década de los 60 comienza a presentarse una serie de procesos que ponen en
cuestión la MSP nacional-estatal-popular en toda América Latina. Estos pueden
clasificarse en procesos endógenos y exógenos. Entre los primeros, se encuentra
tanto la Revolución cubana como las dictaduras militares que asolaron el
continente, mientras que entre los segundos destaca un doble proceso: uno por
arriba, dominado por la globalización con sus subsecuentes fenómenos
comunicacionales, económicos, culturales, en tiempo real y a escala mundial. Y
otro por abajo, expresado en la fragmentación de las identidades culturales.
En
efecto, al mismo tiempo que la globalización derriba fronteras nacionales en
términos económicos, culturales y sociales, homogeneizando por arriba a las
distintas sociedades, se produce una explosión de identidades por abajo,
fragmentando las identidades nacionales, toda vez que son identidades más
adscriptivas que de logro (Touraine, 2014). Ser mujer, indígena o transexual
cobra más importancia que ser trabajador, militante de un determinado partido
político o estudiante.
Todo
ello hace estallar la MSP estatal-nacional-popular en forma definitiva en la
década de los 80, a través de una desarticulación profunda entre el régimen
político, el Estado, la sociedad civil y el sistema de representación. Este
último, encargado de la legitimidad de la MSP, sufre particularmente con la
fragmentación de las identidades culturales, dado que la idea de representación
tiende a funcionar mejor con identidades de logro que adscriptivas. Si se rompe
el reconocimiento e identificación con el hacer (trabajador, militante) en
favor del ser (mujer, indígena, joven), la representación se vuelve muy
compleja, pues sólo sería posible cuando el representante es igual al
representado, o bien si el representado se representa a sí mismo.
Esta
explosión de las identidades adscriptivas estaría, a su vez, vinculada con la
expansión del individualismo, tanto en su vertiente propiamente de consumo como
en la de los derechos.
En
el caso de Chile, el hito principal que propició el estallido de la MSP
estatal-nacional-popular fue uno de carácter endógeno: la dictadura iniciada en
septiembre del año 73. Si bien es cierto que el gobierno de la Unidad Popular
ya representaba ciertos cuestionamientos a esta MSP, como la idea del Estado de
compromiso en pos de la hegemonía de una determinada clase, lo cierto es que
contaba con muchos elementos de continuidad, como la ideología nacionalista, la
importancia del Estado en el modelo de desarrollo, la lógica industrializadora,
la expresión de los actores sociales a través del sistema de partidos
políticos, etc.
La
dictadura militar en cambio, rompió en forma radical con todos esos elementos
propios de la MSP estatal-nacional-popular. Rompió, redefinió y minimizó el
papel del Estado, persiguió y prohibió la organización civil y política,
proscribió los partidos políticos y eliminó cualquier sistema de representación
democrático, invirtió el modelo de desarrollo hacia adentro basado en una lógica
nacionalista por un modelo económico neoliberal de franca apertura comercial,
por nombrar sólo algunas transformaciones.
Ahora
bien, a juicio de Garretón, aun cuando la dictadura haya intentado imponer una
nueva MSP de carácter neoliberal autoritaria, ésta tuvo éxito más como ruptura
de la matriz anterior que como articulación de una nueva. “En síntesis, la
dictadura militar y su modelo neo-liberal produjeron un cambio en la matriz
socio-política chilena, aunque sin generar una nueva y estable que la reemplazara”
(Garretón, 2014: 183).
Más
aun, Garretón plantea que los intentos por implementar una MSP neoliberal
fracasaron en Chile y el mundo, tanto en sus aspectos socioeconómicos como
políticos. Ello no implicaría, por supuesto, que no haya marcado profundamente
a la sociedad chilena hasta el día de hoy, pero en definitiva sería un proyecto
fracasado, que no alcanzó a instalarse por completo antes de que en los 90 –con
la recuperación de la democracia y sin la consolidación de esa matriz–
comenzara a pensarse en cómo recomponer la relación entre Estado y sociedad que
la dictadura había roto, a lo que se suman los procesos de globalización y
democratización que terminarían por sepultar la matriz neoliberal.
Entonces,
¿en qué tipo de matriz estaríamos hoy? En términos globales más allá de Chile,
Garretón toma de Touraine la idea de una matriz posindustrial globalizada
(que se analiza brevemente en el apartado que sigue), pero que tampoco estaría
consolidada y, más aun, representaría una hibridación entre elementos de la MSP
estatal-nacional-popular y una nueva.
Al
respecto, creo necesario señalar que tengo reparos con la idea excesivamente
académica de dar por sepultado el neoliberalismo por el hecho de que sus
fracasos estén “científicamente comprobados”. Para ser claro: me parece que
actualmente en Chile domina una MSP neoliberal democrática y no autoritaria,
que si bien puede no ser excluyente o no contar con todos los elementos que el
tipo ideal de MSP neoliberal indica, es hegemónica en el modelo de desarrollo,
así como también en la relación Estado-sociedad, cuestión que queda reflejada
en la organización intrínsecamente de mercado del sistema educativo, de salud,
de pensiones y en la vigencia de la Constitución del 80. Como señalan Ruiz y
Boccardo,
La dictadura
chilena fue una de las experiencias de carácter más claramente refundacional de
la historia latinoamericana reciente. Por ello, los cambios económicos y
sociales ocurridos bajo su égida, incluida la desarticulación de las
principales fuerzas sociales de la etapa nacional-popular, no constituyen
fuentes de inestabilidad durante el proceso de la transición a la democracia,
como en el resto de la región (2015: 28).
3.4 La matriz
posindustrial globalizada
Como
se dijo, entrado el siglo XXI Garretón da por superados los intentos y fracasos
de la MSP neoliberal, no sólo en Chile sino en toda América Latina, lo que
daría pie en la actualidad a una ausencia de MSP clara. No obstante, también
señala que a nivel general es posible hablar de una MSP posindustrial
globalizada
que cuenta con ciertos rasgos específicos, aun cuando estaría compuesta por
elementos propios de la MSP nacional-estatal-popular, la MSP neoliberal y esta
nueva MSP que estaría por cristalizarse.
En
ese sentido, esta MSP posindustrial globalizada no puede definirse aún por su
instrumentalidad (internet), ni por su contenido (información, conocimiento),
ni tampoco por rasgos particulares de las relaciones sociales (sociedad de
riesgo, sociedad red), dado que están en continuo cambio y no es posible
afirmar que seguirán siendo dominantes en el mediano plazo.
La
característica más importante de este tipo societal y que impide hablar de una
matriz consolidada, es que no tiene aún instituciones específicas que den
cuenta de su particularidad. Esto trae como consecuencia que las instituciones
existentes no se correspondan con los principios y viceversa, lo que implica
una desnormativización de la sociedad que se explica, a juicio de Garretón,
porque
los distintos
principios que emergen en el contexto de la sociedad posindustrial globalizada
no tienen hoy todavía instituciones que los expresen. Todo lo anterior implica
que este tipo societal no constituye por sí mismo una polis, no tiene un
«centro», no hay propiamente un Estado, precisamente, porque no se corresponden
política, economía, cultura y sociedad (2003: 39).
En
efecto, la sociedad industrial de Estado Nacional que ha sido el tipo societal
de referencia durante los siglos XIX y XX en occidente y en América Latina,
tiene como rasgo principal la correspondencia en un determinado espacio
territorial de un sistema económico, un modelo político, una forma de
organización social y una dimensión cultural, definidos por un centro de toma
de decisiones (democrático, monárquico, autoritario, etc.) que permite
conformar la polis. Estos cuatro elementos se estructuran en torno a dos
grande ejes: economía y política. La sociedad posindustrial globalizada en
cambio, no presentaría una correspondencia entre política, economía, sociedad y
cultura.
Uno
de los grandes efectos que acarrea este cambio de eje de articulación y
organización de la sociedad en el cambio de MSP, tiene que ver con la
constitución de los actores sociales, puesto que si en la MSP
estatal-nacional-popular su principal fuente constitutiva era el eje economía y
política, en la nueva MSP pasa a ser lo social y cultural. De esto trata la
sección que sigue.
4 Las transformaciones de los sujetos en el cambio
de MSP
4.1 ¿Qué se
entiende por sujetos/actores?
Una
discusión teórica central en las ciencias sociales ha girado en torno a la
definición de los actores sociales –sujetos, agentes, individuos. Así, en
términos esquemáticos y generales, con el concepto de actor el énfasis
está puesto en la acción, con la idea de sujeto se reivindica el sentido
y el proyecto que éste impregna, con agente se releva la autonomía que
le entrega capacidad de agencia más allá de las estructuras sociales, y con individuo
se expresa la tradición que sostiene que éstos son la fuente última de
expresión de lo social por sobre las instituciones o las estructuras.
Hasta
acá, en este artículo no se ha distinguido claramente entre estos niveles, y se
ha utilizado indistintamente la idea de sujeto y actor, entendiendo que la
constitución de sujetos es lo propio de la modernidad.
Pero,
¿cómo se constituyen los sujetos? Siguiendo a Garretón 2016, los sujetos se definen
en función de dos elementos: 1) la afirmación del principio por el cual un
individuo o una colectividad ejercen dominio sobre sí mismos y sobre su entorno.
2) tiene que ver con la diferencia entre actor y sujeto; todo el que hace algo
es un actor, pero cuando esa acción es guiada por un sentido (proyecto),
estamos en presencia de sujetos. Por lo tanto, el sujeto es aquel que ejerce
dominio sobre sí mismo y sobre su entorno en función de un proyecto (sentido).
En este trabajo actor y sujeto –ya sean individuales o colectivos– se entienden
bajo el sentido dado al segundo.
Una
de las expresiones respecto de la relevancia que ha adquirido el sujeto en los
análisis sociales de las últimas décadas, tiene que ver con el alto desarrollo
conceptual, teórico y empírico de la subjetividad. Y es que, como lo que
señala el Informe del PNUD 2012 para Chile: las personas se desenvuelven en un
plano único de la realidad, el social, y por tanto, para comprender su dinámica
interna es necesario hacerlo tanto en su variante estructural como subjetiva,
entendidos como dos momentos irreductibles y necesarios. Así,
La subjetividad
es el espacio y el proceso en que los individuos construyen una imagen de sí,
de los otros y del mundo en el contexto de sus experiencias sociales. [En
consecuencia,] la subjetividad es una dimensión más, tanto como lo son las
estructuras sociales, del único mundo en que las personas existen y se
desarrollan. Ese mundo es social (PNUD, 2012: 105).
Siguiendo
al PNUD 2012, otra cuestión importante para comprender la subjetividad tiene
que ver con la dimensión histórica y temporal de su constitución. La imagen de
sí y del mundo varía en relación con el contexto histórico, y esto permite
sostener que la subjetividad moderna se caracteriza, como se dijo con
Castoriadis, por la idea de autonomía. Y también varía dentro de la vida de los
sujetos (dimensión temporal), pero dada la necesidad de contar con una imagen
menos móvil, ésta se estructura en función de la memoria (pasado) y la
expectativa de futuro. Finalmente, “así como la subjetividad tiene una
dimensión social, histórica y temporal, también contiene un margen de
independencia respecto de las estructuras sociales” (PNUD, 2012: 106). Esto
quiere decir que sería un error considerarla como un simple espejo de la
sociedad. Esto tiene que ver, por un lado, con la necesidad de relevar la
capacidad agentiva de los sujetos, y por otro, con una sociedad contemporánea
que carece “de un único centro que organice de manera coherente los distintos
mandatos e ideales que circulan en ella” (PNUD, 2012: 106).
Como
se observa claramente, es posible vincular y hacer coincidir las visiones de
Garretón y del PNUD en cuanto a la constitución de sujetos. Ahora bien, da la
impresión de que la propuesta de Garretón respecto de la constitución de
actores/sujetos, si bien es muy rica en cuanto a la cantidad de elementos que
entrega, requiere de ser afinada, de modo de poder integrar las distintas
clasificaciones aportadas en sus distintos trabajos, las que aparentemente no
siempre conversan entre sí.
En
efecto, como se dijo, a juicio de Garretón los sujetos modernos no se
constituirían únicamente a través de la racionalidad instrumental (a lo Weber),
sino lo harían a través de tres vertientes, cada una de las cuales, además, se
subdivide en dos subvertientes (2003): 1) Razón: instrumental y emancipatoria;
2) Subjetividad: pulsión-afectividad e identidad; y 3) Memoria: tradición e
historia.
Como
lo propio de la modernidad es la constitución de sujetos, y existen al menos
estas tres vertientes (posibles de subdividir en seis), entonces se refuerza la
necesidad de reemplazar la concepción unívoca de la modernidad por la multívoca
de modernidades.
Pero
junto con esta definición de actores/sujetos, en un contexto más puramente
teórico Garretón entrega otra donde señala que los sujetos/actores se
constituyen de dos formas (2016):
1. Condiciones
materiales y contexto: la biopsiquis para sujetos individuales y la institución
para sujetos colectivos (sindicato, iglesia, etc.)
2. Orientaciones
culturales: el modo como el actor se define a sí mismo (identidad) a
partir de las condiciones materiales y de contexto determinadas, por cómo
define al otro (alteridad), y finalmente, por el principio de totalidad.
Sumado
a lo anterior, Garretón agrega que, además, los sujetos/actores siempre se
constituyen en determinadas dimensiones de la acción social (2016):
1. Subjetividad.
Vinculada con el comportamiento o conducta, pero al mismo tiempo tiene que ver
con un otro. La subjetividad es comportamiento e interacción simultáneamente.
2. Instrumentalidad.
Tiene que ver con el rol. No existen conductas puras que no se den en algún
nivel organizacional, aun cuando el sujeto no es completamente en su rol. Ambos
están imbricados.
3. Historicidad.
Tiene que ver con el sentido, con los proyectos en juego.
De
este modo, a la tarea señalada por el mismo autor de entrecruzar los niveles de
constitución de los sujetos/actores en relación con la identidad, la alteridad
y la totalidad, con estas dimensiones definidas en la subjetividad, la
instrumentalidad y la historicidad, y al mismo tiempo hacerlo con los distintos
ámbitos sociales que hacen las veces de soporte material de constitución, como
la economía, la política y la cultura, habría que sumar la constitución de
sujetos en las vertientes de razón, subjetividad y memoria, con todas sus
subvertientes.
Sin
duda una tarea enorme, que requiere comenzar por esclarecer la utilidad de
todas estas clasificaciones, los alcances de nombres (subjetividad está en dos
clasificaciones distintas), y evaluar la posibilidad de combinarlos en un mismo
esquema conceptual.
4.2 Transformaciones
de los sujetos/actores en el cambio de MSP
Si,
como se ha venido sosteniendo, los sujetos se constituyen en función de una
sociedad determinada y ésta está en crisis, entonces también lo está el sujeto
que constituye.
En
efecto, como se adelantó, los ejes de la sociedad industrial de Estado Nacional
son la economía (producción y trabajo) y la política (Estado y burocracia), de
modo que los sujetos principales provienen de allí: de la economía, las clases
sociales; y de la política, el Estado y los partidos políticos. A su vez, se
destacan aquellos grupos y organizaciones que se articulan en tornos a ambos y
derivan de su combinación: los movimientos sociales.
Por
su parte, los ejes de la sociedad posindustrial globalizada son la cultura
(comunicación e información) y lo social (consumo y convivencia/sociabilidad),
de modo que los sujetos principales provienen de allí. Están menos dirigidos
hacia la política y la economía y más hacia el sentido, la identidad, la
memoria.
Este
cambio de eje constitutivo de actores está vinculado también con la MSP
neoliberal implantada en Chile desde la dictadura, la que favorece que los
actores se constituyan a través del mercado como consumidores. Como señala el
informe del PNUD 2002: “para muchos chilenos, el consumo tiene un significado
similar al que antes tenía el trabajo. Sería la cristalización física de la
identidad individual, al tiempo que un nuevo anclaje material al vínculo
social” (98).
A
mi juicio, este argumento viene a apoyar la idea que se ha venido
desarrollando, en cuanto no es posible dar a la MSP neoliberal por sepultada,
más allá de sus fracasos. Si bien es cierto que el consumo como fuente de
identidad es parte de la MSP posindustrial globalizada, me parece que es
indiscutible que, al menos para el caso chileno, este es un rasgo que viene
heredado fuertemente de la implantación –fracasado o no– de la MSP neoliberal.
Como sostiene Larraín:
En Chile, uno de
los legados de la dictadura ha sido un cambio cultural profundo que se
manifiesta en que se ha pasado del énfasis en el movimiento colectivo a un
énfasis en el consumo como base de la construcción de identidades y de la
búsqueda de reconocimiento (2001: 248).
Ahora
bien, dado que no existe claridad en cuanto al tipo de MSP que se estaría
cristalizando en la actualidad, la idea clásica de que los actores se
constituyen en función de la estructura habría que ponerla en observación,
principalmente por la dificultad inherente a la nueva MSP de definir su
estructura. Como se señala en Garretón et. al. 2004, existe la
posibilidad potencial de constitución de una MSP multicéntrica, pero en
cualquier caso, la idea de una sociedad con un centro articulador de la
economía, la política, la cultura y de lo social, sea éste el Estado o no,
pierde relevancia explicativa.
Sin
perjuicio de lo anterior, siguiendo a Garretón 2003 –y sumando aportes
propios–, es posible realizar una tipología actual de actores/sujetos, en
relación con sus nuevos ejes de constitución cultural y social:
1. De
baja densidad. Audiencias o agrupaciones que se constituyen a partir de un
evento, espacio o mensaje. De baja densidad organizacional, pueden ser
específicos, esporádicos, estables o más generales, como la llamada opinión
pública, de gran influencia actualmente.
2. De
mediana densidad. Expresiones nuevas de la sociedad civil. Por un lado están
las redes virtuales o reales, ya sea como instrumentos de actores ya
constituidos o bien donde la red es el objetivo de su constitución (redes
sociales, “comunidad de twitteros”). Por otro lado están las ONG.
3. De
alta densidad. Por un lado están las identidades adscriptivas (género, etnia,
etaria). También los nuevos movimientos sociales que no se definen en torno a
un principio de clase o político sino a uno cultural o social, como el medio
ambiente, género, etnia, educación. Estos movimientos, a diferencia del tipo
societal anterior, no buscan llegar al poder sino sólo interpelarlo (Chiapas).
Por otro lado están los poderes fácticos, que teniendo poder legítimo en un
campo de acción lo ejercen en otro, violentando los principios de ese otro
campo (empresas transnacionales, medios de comunicación, iglesias).
No
se trata, por supuesto, de la desaparición de los partidos ni de la política en
sus formas tradicionales, pero se agregan otras formas de representación y
acción que los modifican y les hacen perder relevancia. Así, el lugar de
encuentro ya no es la fábrica, el partido o la asamblea, sino el mall (Moulian,
2002) y el espacio público creado por los medios de comunicación de masas y las
redes sociales. Todo ello, permeado por un crecimiento exponencial de la individualización.
Como señala U. Beck:
Nosotros vivimos
en una época en la cual está declinando el orden social del estado nacional, de
las clases, la etnicidad y la familia tradicional. La tendencia más poderosa en
la sociedad moderna es la ética de la autorrealización y del éxito individual.
Son las elecciones, decisiones, modelamientos de un ser humano que aspira a ser
el autor o autora de su propia vida, el creador o creadora de una identidad
individual, lo que define el carácter central de nuestro tiempo (citado en PNUD,
2002: 191).
Todo
lo señalado hasta acá trae consecuencias para los actores/sujetos y su modo de
constitución. En efecto, como se dijo, la MSP estatal-nacional-popular permitía
la constitución de grandes actores sociales en torno suyo. Era por definición
(en la teoría) integrativo, aun cuando sus modalidades históricas específicas
produjeran marginalidad, explotación y segmentación. Por el contrario, la nueva
MSP es por definición desintegradora: expulsa, margina, atomiza, reduce y
elimina los espacios de constitución de actores sociales. “Es decir, se disocia
la dimensión crecimiento económico de la dimensión integración social” (Garretón,
2003: 46).
Es
así como, en este cambio societal, se pasa de un predominio de la dimensión de
historicidad como lugar privilegiado para la constitución de actores/sujetos
(hasta la década del 70), a una hegemonía de la dimensión instrumental.
En
esta misma línea, se podría señalar que se produce un cambio en la constitución
de sujetos, pasando de una mayor importancia de la vertiente racional, tanto
emancipatoria como instrumental, a la vertiente subjetiva en sus subvertientes
afectiva e identitaria, vinculando ambas y agregando (a modo de hipótesis) un
rasgo emancipatorio no vinculado con la razón sino con la subjetividad, y con
algunos elementos de rescate de la vertiente memoria, más en su subvertiente de
historia que de tradición.
Ahora
bien, resulta muy importante destacar que, dado el contexto de modernidades
múltiples o entrelazadas, este cambio en los distintos niveles, dimensiones y
vertientes de la constitución de actores/sujetos en la sociedad actual, puede
traer como consecuencia lo que Touraine 2014 llamó una desmodernización.
En efecto, cuando un rasgo particular de la modernidad se vuelve hegemónico, lo
que se produce es desmodernización, pues se atenta contra la constitución de
sujetos al reducir el espectro posible para llevar esto adelante.
Finalmente,
es fundamental para la comprensión de las transformaciones en la constitución
de los actores/sujetos en el cambio de MSP el rol desempeñado por los
movimientos sociales, entendidos como agrupaciones con estabilidad
organizacional y temporal, que tienen como objetivo el cambio de un aspecto o
de toda la sociedad.
En
ese contexto transformador propio de los movimientos sociales, lo fundamental
para los efectos de este trabajo es la vinculación que se establece entre éstos
y los conflictos centrales que dan el carácter a las sociedades históricas
concretas en momentos determinados. Siguiendo la propuesta de Garretón 2014, es
posible concebir un continuo en la conformación de los movimientos sociales,
que va desde un movimiento social central (MSC) a diversos movimientos
sociales. Mientras el primero encarna el conflicto central de una sociedad, y
por tanto sería transformador en términos estructurales, los segundos
representan conflictos sectoriales que no cuestionan estructuralmente la
sociedad.
En
América Latina, durante casi todo el siglo XX hubo un MSC que expresaba el
conflicto central de la sociedad. Este fue mutando en función del momento
histórico. Así, durante la MSP estatal-nacional-popular el MSC era el
movimiento nacional popular de corte antiimperialista, liderado por la clase
obrera. Hacia los 60, este movimiento tiende a ser reemplazado por el movimiento
revolucionario y perdura hasta las dictaduras militares, porque con éstas en el
poder, el movimiento revolucionario es reemplazado por el movimiento democrático
y/o de derechos humanos, que se mantiene hasta la década del 90. Una vez
finalizadas las dictaduras, no se ha configurado un MSC sino varios movimientos
sociales, lo que se explica precisamente, por la falta de un conflicto central
en la sociedad en favor de varios conflictos más acotados: medioambiental,
étnico, estudiantil, feminista, de género, etc.
No
obstante la vinculación entre MSP y constitución de actores señalada hasta acá,
hay elementos que obligan a ser cautelosos. En efecto, si bien la ruptura de la
MSP estatal-nacional-popular por parte de las dictaduras vino acompañada de un
cambio en el MSC, ello no implicó necesariamente un cambio en el eje entre
política y sociedad como eje constitutivo de sujetos. Así, a diferencia de
otros países de América Latina, Chile se caracterizó por una estrecha relación
político-social que se mantuvo durante la dictadura (aun cuando haya cambiado
el MSC), e incluso habría perdurado durante la transición a la democracia,
producto, según Garretón, de que la Concertación “estaba genéticamente ligada
al movimiento social que le dio sustento significativo” (2014: 239).
Continuando
con esta lógica argumentativa, esta articulación entre lo político y lo social
se habría cuestionado recién con las movilizaciones de 2011, las que habrían
planteado de manera casi inédita la necesidad de una refundación de ese
vínculo. Como señala Garretón:
Por un lado se
produce un cuestionamiento general de los sectores movilizados al conjunto de
actores políticos y a la institucionalidad. Por otro lado, todos los temas planteados
por el movimiento se apoderan de la agenda pública y las respuestas desde la
institucionalidad buscan soluciones parciales que no dan cuenta de la
centralidad de la demanda social (2014: 239)
Esta
suerte de “desfase” tiene que ver, a mi juicio, con la capacidad agentiva de
los sujetos (y los movimientos sociales no están ajenos a ella), puesto que no
responden automáticamente a las estructuras (MSP en este caso) sino también a
sus dinámicas internas, permitiendo así la emergencia de nuevas estructuras.
5 A modo de conclusión
En
las secciones anteriores se hizo una revisión de las transformaciones en la
constitución de actores/sujetos en el cambio de matriz sociopolítica en Chile.
Para ello, se presentaron algunas discusiones en relación con la definición de
modernidad y su redefinición en modernidades múltiples o entrelazadas,
destacando una visión interpretativa que no se centra en las instituciones sino
en el modo en que los sujetos conceptualizan las problemáticas básicas de la
vida. Otro modo de mirar eso mismo es preguntarse por cómo se constituyen los
sujetos. Para eso, se revisó también la discusión en torno al cambio de MSP
estatal-nacional-popular por una posindustrial globalizada, plasmando las
preguntas e inquietudes que surgen en relación con esta conceptualización.
Se
pueden destacar tres de estas preguntas o inquietudes. La primera tiene que ver
con la idea de dar por superada la MSP neoliberal como fuente explicativa y
analítica de la sociedad chilena actual. Al contrario de lo señalado por
Garretón, me parece que sí es posible pensar que actualmente nos encontramos
frente a la hegemonía de una MSP neoliberal democrática y no autoritaria, que
incluso está más cristalizada que en sus inicios dictatoriales, producto de que
es una fuente central en la constitución de sujetos a través del consumo, que
se ha extendido mucho más allá de la figura del mall a ámbitos
constitutivos de sujetos por antonomasia, como la educación. La discusión de
2014 sobre la reforma educacional, que permitió la emergencia de un grupo
organizado de padres y apoderados que defendían el derecho a pagar por la
educación de sus hijos (CONFEPA), me parece muy ilustrativo de esto.
Vinculado
con lo anterior, un segundo tema tiene que ver con la notoriedad e incluso predominio
que ha ido alcanzado la dimensión de subjetividad en la constitución de
sujetos, que sin duda está vinculada con el fenómeno de la individualización
desarrollado anteriormente, al mismo tiempo que tiene como peligro latente la
desmodernización de la que habla Touraine. Sin embargo, me parece que también
es necesario destacar una suerte de dimensión emancipatoria que trae aparejada
la subjetividad, que no se comprende en los términos de emancipación clásica a
través de la razón, sino justamente a través del cuestionamiento del canon
racionalizado en favor de una pregunta más emocional, afectiva, corporal, que
permite un mayor diversidad y que, en consecuencia, amplía el rango
constitutivo de sujetos.
La
tercera inquietud tiene que ver con la necesidad de desarrollar en forma más
profunda y fecunda el principio dialéctico constitutivo de la relación entre
individuo y sociedad en la línea de lo planteado por Archer 2009, pues si bien
está en la base de todos los acercamientos aquí revisados, termina predominando
una visión más estructural, que favorece la miradan que constituye a los
sujetos a partir de una cierta matriz sociopolítica, dejando la relación
inversa menos desarrollada. Me parece que los movimientos sociales de 2011 y
posteriores son una muestra relevante de la capacidad agentiva de los sujetos
(individuales y colectivos), que muchas veces se adelantan o bien propician los
cambios de MSP.
Finalmente,
y a modo de reflexión final que deja abiertos temas para futuras
investigaciones, me parece que sería interesante revisar detenidamente el
concepto de ciudadanía –profusamente utilizado en la actualidad– y su uso
por parte de la teoría social, de modo de discernir si permite comprender mejor
la manera como se constituyen los sujetos en la sociedad chilena hoy. En pocas
palabras, ¿es la ciudadanía un concepto que permite comprender mejor la
constitución de actores/sujetos en la sociedad actual?
La
noción clásica de ciudadanía (en Marshall por ejemplo) se entiende como un
conjunto de derechos otorgados a quien pertenece a la polis, y como tal,
el derecho es del sujeto y no del individuo, porque debe reconocer a otro
sujeto para poder percibirlo. Pero si el poder deja de estar sólo (o
principalmente) en el Estado, la idea de ciudadanía también estalla, pues
desaparece este vínculo con la polis. El ciudadano como sujeto de
derechos de la actualidad, entiende que la única función de la polis es
entregar y asegurar tales derechos, rompiendo con la idea de reciprocidad del
concepto anterior.
Entonces,
¿cómo se ejercen hoy los derechos ciudadanos y cómo se constituye un cuerpo de
ciudadanos? Si antes las cuestiones relativas a la ciudadanía las resolvía
–bien o mal– el régimen político (la democracia, el autoritarismo),
estableciendo los derechos y las instituciones y mecanismos para ejercerlos (el
voto, el partido, el sindicato), ahora no existe esa respuesta. Esto acarrea
nuevas formas de discriminación y el gran problema de la representación.
Es
difícil encontrar respuestas a estas preguntas, toda vez que “la sociedad en
que vivimos y viviremos por un tiempo largo se define más por su dinámica, por
su cambio que por su estructura” (Garretón, 2003: 25). En consecuencia, es una
sociedad más de ruptura que expresión de un cambio societal cristalizado. Pero
como señalé, me parece que existen rasgos importantes que permiten dar cuenta
de un tipo determinado de sociedad, que sin duda está en constante cambio y
transformación.
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