RESUMEN
En el presente ensayo se abordará el sentimiento de
nuestra tierra vasca, la melancolía de la pasión escrita por un notable
representante de nuestra Euzkadi, Don Pío Baroja y Nessi. El retrato
antropológico de su obra, tan narrativamente poética, tan cara a nuestro
agreste paisaje, tan inolvidable.
ABSTRACT
In the present essay we will address the
feeling of our Basque land, the melancholy of passion written by a remarkable
representative of our Euzkadi: Don Pío Baroja and Nessi. We will make an anthropological
portrait of his work, so narratively poetic, so close to our wild landscape, as
well as unforgettable.
PÍO BAROJA: TIERRA VASCA (UNA INTROSPECCIÓN
ANTROPOLÓGICA)
Por: IÑAKI
VÁZQUEZ LARREA
“¿Por qué produce
melancolía recordar estas cosas que fueron? ¿Por qué hay en esa melancolía un
extraño encanto?¿Es mejor saber que esa torre o ese rincón tienen una historia,
o es preferible contemplarlos como el campesino que vuelve de su trabajo?¿Es
mejor vivir entre cosas viejas, doradas por el sol de los recuerdos, o entre
cosas recién nacidas que emergen de la nada?. Realmente es difícil resolverlo.
Más difícil ahora. En este momento, en que se acerca la noche, en que suenan
las campanas del Ángelus, murmura el arroyo con más fuerza y una estrella
blanca comienza a brillar en el cielo…” (Pío Baroja, El País Vasco)
“No comprendo por qué
razones me sentí desde joven vasquista” (Pío Baroja, El País Vasco)
Afirmaba Don Julio Caro
Baroja, que su tío Pío era más un hombre del siglo XIX que del XX, y ello por
dos cuestiones. Pío Baroja pensaba que la Humanidad había perdido el timón en
el siglo XX, y que este último siglo, dominado por los ismos, era menos
interesante y novelable que el XIX. En palabras del propio Julio Caro Baroja: “De
hecho fue encerrándose más y más cuanto más viejo se hizo: ya a partir del
final de la primera guerra mundial. Hacia 1925 mi tío Pío tenía unas ideas y
unos gustos que difícilmente casaban con los que dominaban en España. Para él
toda la pintura posterior al impresionismo era pura estupidez. La música de
Wagner no le gustaba mucho, pero la posterior la juzgaba incómoda. La poesía
española, en conjunto, no le interesaba salvo la muy antigua. Tampoco estimaba
mucho a los prosistas y novelistas de su época o algo anteriores, con la
excepción de Azorín y Ortega…La novela de su época, en conjunto, le interesaba
poco, porque creía que la novela la hace tanto un tipo de sociedad como el
novelista y creía que la sociedad del siglo XIX en sí era más novelesca o novelable
que la del XX, técnica, pedantesca, teorizante en todo, dominada por la receta,
es decir, el “ismo”.
Freud le produjo
irritación. Proust le aburrió. Gide le causó una mezcla de admiración y
repugnancia. Pasaron por sus manos Joyce, Lawrence, Huxley…Al final estimaba
sobremanera a Colette y a J.Green entre los contemporáneos. Contra León Daudet
creía que el siglo XX era verdaderamente estúpido, no el anterior” (Julio
Caro Baroja, Los Baroja, p. 76).
Julio Caro Baroja, define
a su tío como un personaje dieciochesco, de talante liberal chapado a
la antigua, no dogmático y agnóstico, que rehuía cualquier gran sistema
político, religioso, filosófico o científico, por ocultar, frecuentemente, una
abierta mediocridad o falsedad, difícilmente insertable, por tanto, en
la generación del 98.
Pío Baroja soñaba con lo
imposible en el siglo XX. Una sociedad decimonónica regida por méritos
individuales. Más prerromántico, que romántico por tanto. Más dado al culto a Los
Héroes de Carlyle, que a los grandes ismos. Donde la pasión por
la vida prevalece por encima de cualquier dogmatismo. No en vano, en su
epitafío, Julio Caro Baroja dijo de su tío que era el mejor novelista español
del siglo XX, y el último español del siglo XIX (Julio Caro Baroja,
Semblanza de Pío Baroja).
A lo largo de toda su obra
de invención Pío Baroja estableció nítidas diferencias étnicas,
culturales y psicológicas entre vascos y españoles, al tiempo que atribuye
cualidades más positivas al vasco que al español. Esencializó al
pueblo vasco, al paisaje y a sus gentes. En realidad, lo que le alejaba del
nacionalismo de Sabino Arana y del carlismo, no era tanto su noción de país
(que en gran parte compartía), como la aversión por la maketización o extranjerización
del país, sino su ultramontanismo católico (derivado de sus lecturas nietzscheanas).
En Nuevo Tratado de Arlequín
(1903) escribe: “El bizkaitarrismo y el carlismo, extendiendo la acción
católica por el país, han matado al pueblo vasco (…). La región vasca es hoy un
baluarte del ultramontanismo. El bizkaitarrismo no moviliza vascos contra
castellanos, sino Pérez contra Pérez, Colomas contra Colomas, maketos contra
maketos”. Mientras que en el Cura de Monleón (1936), hace decir al
cura que “Yo no soy más que vasco”, después de un sermón tan
tosco como auténtico sobre la diferencia de las costumbres de la gente del país
y los de fuera (los maketos)
Identificaba lo vasco
con lo rural (la ciudad se le antojaba vulgar), amenazado por el
industrialismo, la consiguiente decadencia del carácter de la raza
vasca (en el sentido fichteano del término) y el moribundo estado del euskera
a principios del siglo XX (Eloy L. Placer, Lo vasco en Pío Baroja)
Ello determina,
parcialmente, la visión pesimista, desengañada y regresiva que proyecta sobre
el presentismo de una sociedad vasca dominada por los ismos. No en
vano, su amor patrio vasco (en sus propias palabras, vasquismo juvenil)
está teñido de un no disimulado melancólico romanticismo regresivo. La Casa
de Aizgorri (1900) presenta un continuo contraste entre el paisaje bucólico
de la otrora poderosa estirpe nobiliar guerrera o jauntxos y la
decadencia presentista vasca, abocada al incendio de la lucha de clases,
en la que Baroja no muestra simpatía por ninguna de las partes en liza: “Van
después de olfatear la presa. Ahora empezará la lucha. Veremos quién vence.
Águeda lo quiere. Eso basta. Aquí está el fundador, Machín de Aizgorri, el
guerrero que sembró el espanto en toda Guipúzcoa. ¡Pobre Hombre! ¡Cómo degeneró
su casta! Al cabo de cientos de años, la savia enérgica de los Aizgorris no
produce más que plantas enfermas y venenosas” (Pío Baroja, Tierra Vasca,
p.74).
De la misma manera que el
liberalismo y la modernidad acarrean la ruina moral y económica del
retrato organicista y osiánico del que, siglos atrás, fuera esplendor nobiliar
vasco del Mayorazgo de Labraz (1902): “En nuestra ciudad, los
hidalgos vivían conforme a su condición. Los pobres tomaban la leña que
necesitaban en los pinares de los frailes y trabajaban en las heredades de los
ricos. La desamortización echó a los cartujos del monasterio; cambiaron las
costumbres, vinieron nuevos usos, nuevas ideas; las familias hidalgas se
arruinaron o huyeron a la capital; las nobles casas solariegas sirvieron de
pajares; Labraz empezó a despoblarse” (Pío Baroja, Tierra Vasca, p.120). La
novela culmina con un destino trágico, la del último jauntxo o hidalgo
que se ve abocado al destierro forzoso de Labraz.
El mismo destino trágico
comparte Zalacaín El Aventurero (1908). Nuestro héroe de
acción vascongado (heredero de un antiguo linaje guerrero linajudo,
venido a menos, con claras reminiscencias de Walter Scott), no se casa ni
con liberales ni con carlistas, se impregna de liberalismo francés y
observa con espíritu crítico el atraso de sus propios paisanos vascos.
Sigue los consejos de su tío Tellagorri y se hace comerciante, para ver
finalmente su vida truncada por los odios ancestrales y el fanatismo de sus
propios vecinos de Urbia (cae batido de un tiro carlista por la espalda). La
obra sirve, a su vez, de marco de reflexión para el propio autor, que lamenta
el apego a las viejas ideas de sus compatriotas vascos, y proyecta, a su
vez, la visión organicista barojiana de la sociedad vasca, no exenta de
mitología historicista tubalista: “Los vascos, siguiendo las tendencias de
su raza, marchaban a defender lo viejo contra lo nuevo. Así habían peleado en
la antigüedad contra el romano, contra el godo, contra el árabe, contra el
castellano, siempre a favor de la costumbre vieja y en contra de la idea nueva.
Estos aldeanos y viejos hidalgos de Vasconia y de Navarra, esta
semiaristocracia campesina de las dos vertientes del Pirineo creían en aquel
Borbón vulgar, extranjero y extranjerizado, y estaban dispuestos a morir para
satisfacer las ambiciones de un aventurero tan grotesco” (Pío Baroja,
Tierra Vasca, p.335).
La Leyenda de Juan de
Alzate (1922) es un poema novelado. Pío Baroja nos retrotrae a una Arcadia
rural vasca medieval pagana, regida por la estirpe nobiliar y guerrera de Los
Alzate, cuyo genio nacional o Volkgeist se encuentra al borde de la
implosión, debido a la intromisión castellano/maketizante del catolicismo.
Baroja entona un Finis Vasconiae: “Y a nosotros (los vascos) nos dominaran
también esos curas histriónicos con sus dioses judíos, y llegará un día en que
Alzate tenga una iglesia cultora con sus campanas, que nos despertarán cuando
estemos durmiendo. ¡ Finis Vasconiae! Hasta yo quiero decir palabras en latín ¡Qué
miseria!” (Pío Baroja, Tierra Vasca, p.473).
El mensaje que subyace es el
siguiente, se puede ser netamente vasco sin ser nacionalista, ni
tan siquiera cristiano. En clara contraposición al lema sabiniano de Jaungoikoia
eta Lagi Zaharra (Dios y Leyes Viejas), Thor (Dios vasco pagano) y
libertad. Pese al triunfo del catolicismo, y la muerte de Jaun
(protagonista pagano de la obra) su espíritu no ha muerto: “Voy a decir que
Jaun no ha muerto; que yo he llenado su ataúd con tierra, y que Jaun vive, y
que no morirá; que yo lo he escondido en una cueva del monte Larrun, y que
vivirá mientras el país vasco sea esclavo de los católicos, y que cuando llegue
el momento, Jaun aparecerá con el martillo de Thor a romper en pedazos el mundo
de la hipocresía y del servilismo, y a implantar el culto de la libertad y de
la naturaleza” (Pío Baroja, Tierra Vasca, p.635). En suma, en palabras de
Pío Baroja, una República del Bidasoa independiente: “sin moscas, sin
frailes y sin carabineros” (Pío Baroja, Tierra Vasca, p. 519).
A modo de conclusión, es
indudable que Baroja amaba al pueblo vasco, pero a diferencia de la mayoría de
sus contemporáneos vascos lo hacía con otros fundamentos de apego. Convendría
no olvidar las palabras del gran lingüista Koldo Mitxelena al respecto: “A
mi juicio, no es posible negar que Baroja amaba al País Vasco: amaba nuestros
cielos, tierras y mares, amaba a nuestra gente, nuestra manera de ser, nuestra
probidad, nuestra forma de hablar tanto en euskera como en castellano…Eso sí:
los fundamentos de su apego al País Vasco no eran exactamente los de muchos
vascos, ni quizá tampoco los de la mayoría de ellos. Y precisamente eso es lo
que empaña la visión de algunos” (Koldo Mitxelena, entre nosotros, p. 278)
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SÁNCHEZ OSTIZ, M: Pío
Baroja, A Escena, Espasa Calpe, Madrid, 2006.
IÑAKI VAZQUEZ LARREA,
Profesor Asociado de Sociología en UPNA (Universidad Pública de Navarra).
IÑAKI VÁZQUEZ LARREA
Profesor Asociado de
Sociología, UPNA (Universidad Pública de Navarra)