RESUMEN
El objetivo de este trabajo es responder a las siguientes
preguntas: ¿Cómo utilizan los presidentes las herramientas de transferencias
fiscales en una federación para construir coaliciones políticas y aumentar su
liderazgo ejecutivo? Estos interrogantes institucionales se verán en
profundidad a lo largo de este escrito.
ABSTRACT
This paper aims to answer the following question:
¿How presidents use fiscal transfers in a federation in
order to create political coalitions and increase their executive leadership?
These institutional questions will be deeply studied in the present article.
“Transferencias
intergubernamentales: una herramienta del poder neodecisionista de los
presidentes argentinos. Los casos de Carlos Menem y Néstor Kirchner”
Por: Blas Vicente
Davenia
INTRODUCCIÓN
El objetivo de este trabajo es responder a las siguientes
preguntas: ¿Cómo utilizan los presidentes las herramientas de transferencias
fiscales en una federación para construir coaliciones políticas y aumentar su
liderazgo ejecutivo? ¿Cómo afectan las instituciones fiscales federales la
capacidad de estos líderes para manipular estratégicamente el dinero público
con fines coalicionares? Las transferencias discrecionales y el uso de los
recursos fiscales, ¿son instrumentos informales del poder decisionista para los
líderes del Poder Ejecutivo? La idea directriz es explicitar cómo utilizaron
las herramientas fiscales de transferencias intergubernamentales discrecionales
los liderazgos presidenciales de Carlos Saúl Menem y Néstor Carlos Kirchner
para disciplinar a las instancias subnacionales y así mantener o reproducir su
poder decisional y las coaliciones gubernamentales.
El Poder Ejecutivo en Argentina posee una serie de recursos
fiscales que le permiten maniobrar y operar sobre el mantenimiento de su
coalición de gobierno, entre ellos las transferencias intergubernamentales y el
poder de modificación presupuestario (Bonvecchi y Zelaznik 2012). Es necesario
saber cómo las diferentes transferencias fiscales afectan la capacidad de los
ejecutivos nacionales y subnacionales para manipular estratégicamente el dinero
transferido con la finalidad de aumentar su poder. Por un lado, hay un diseño
institucional que determina el uso político atribuible a cada transferencia
intergubernamental, que posibilita o constriñe qué pueden hacer los actores
subnacionales con los recursos federales. Por otro lado, hay una variación en
la utilidad política asociada a cada transferencia entre distintos niveles de
gobierno.
Suponemos entonces, que
a mayor disponibilidad de transferencias intergubernamentales discrecionales
incrementa el liderazgo de estilo neodecisionista del Ejecutivo, en tanto se
podrían distribuir mayores beneficios a los miembros de la coalición,
aumentando la lealtad y los costos de exclusión. Éstas transferencias
intergubernamentales son un instrumento poderoso para ganar, ejercer y retener
el poder y las instituciones del federalismo fiscal otorgan a los ejecutivos
nacionales y subnacionales diferentes grados de discrecionalidad sobre las
mismas.
Como es natural, los presidentes o
líderes del Poder Ejecutivo desean mantenerse en el poder y, en la medida de lo
posible, incrementar dicho poder. La capacidad que tengan para cumplir tal
objetivo y de llevar adelante sus políticas preferidas dependerá de las
estrategias que elijan para construir coaliciones de apoyo y de qué tan
exitosos sean en implementarlas. Entre dichas estrategias, la distribución de
recursos cumple un rol de peso, lo que es especialmente cierto para los países
presidenciales. En primer lugar, los presidencialismos brindan menores
incentivos que los sistemas parlamentarios para la formación de coaliciones de
apoyo estables y cohesionadas, por lo que la distribución de recursos se vuelve
una estrategia más relevante para los jefes de gobierno (Rodden, 2009).
Por
consiguiente, en este trabajo intentamos explicar la relación existente entre
estas herramientas discrecionales de la política fiscal y la aparición de
líderes decisionistas o neodecisionistas como lo fueron Carlos Saúl Menem en la
década del 90 y la aparición de Néstor Carlos Kirchner post crisis de 2001, gobiernos donde la emergencia y la crisis
se invocan como principio legitimador y que hicieron uso discrecional del
poder, neutralizando adversarios, disciplinando a las unidades subnacionales de
su mismo color político (y de otros) y también avasallando el principio
republicano de división de poderes a través del abuso, por ejemplo, en la
utilización de los Decretos de Necesidad y Urgencia, con el consecuente
debilitamiento de las instancias deliberativas, logrando gobernar a su propia
conveniencia al mejor estilo del “soberano schmittiano”.
Para el jurista de tipo decisionista, la fuente
de todo derecho, es decir, de toda norma y ordenamiento que de él deriven, no
es el mandato como tal, sino la autoridad o soberanía de una última decisión
que viene dada con el mandato (Schmitt, 1996a: 27)
ESTADO DEL ARTE
En
este trabajo se selecciona el caso argentino entre los países federales ya que
ofrece la posibilidad de comparar presidentes de un mismo partido bajo
distintos contextos como la década del 90 gobernada por Menem y el mandato de
Kirchner comenzado en el 2003. Lo interesante del caso argentino radica, por un
lado, en el hecho de ser un federalismo robusto con una estructura de gobierno
descentralizada en la que tanto el presidente como los gobernadores de las
unidades subnacionales ejercen gran influencia (Simison, 2014). Además, las
intensas desigualdades que se observan entre las distintas unidades
subnacionales –tanto en términos poblacionales como socioeconómicos– aumentan
la relevancia del análisis del rol que juegan las transferencias en las
estrategias distributivas presidenciales. Asimismo, el interés se ve incrementado
por el hecho de que el presidente o líder ejecutivo cuenta con recursos
institucionales y fiscales que le confieren un lugar dominante en el sistema
político. Entre los institucionales se encuentran la capacidad para nombrar y
remover a los miembros del gabinete de manera unilateral y exclusiva, el poder
de veto parcial y total sobre la legislación y la posibilidad de emitir
decretos con fuerza de ley (Bonvecchi y Zelaznik, 2012).
Por
otro lado, también el Poder Ejecutivo ejerce un poder sobre el Poder
Legislativo nacional mayor que otros presidencialismos como el estadounidense,
ya que enfrenta restricciones menores de ese poder de gobierno que, por otra
parte, tiene escasa capacidad de monitoreo de la burocracia gubernamental. Los presidentes
argentinos se encuentran en una posición de poder frente a la burocracia,
debido a que la escasa presencia de funcionariado de carrera en posiciones de
dirección, los menores vínculos con el Congreso o grupos de interés que puedan
darle respaldo y la amplia libertad del presidente para reordenar la estructura
gubernamental disminuyen su capacidad de imponerle restricciones (Alessandro,
2010).
En
cuanto a los recursos fiscales, los presidentes argentinos pueden hacer uso de
una serie de transferencias intergubernamentales y tienen el poder de modificar
el destino de las partidas presupuestarias, de subejecutarlas o de no
ejecutarlas en absoluto, sin requerir del consentimiento del Poder Legislativo
(Bonvecchi y Zelaznik, 2012).
La
importancia que tienen las transferencias intergubernamentales discrecionales
para los dueños Poder Ejecutivo en los diseños institucionales presidencialistas
tales como el argentino nos remonta directamente a la aplicación de la Teoría
Neodecisionista de Santiago Leiras para determinar cambios y continuidades,
estilos de gobierno y capacidad de gestión en las presidencias de Menem y
Kirchner.
Para Gervasoni (2013), las
instituciones del federalismo fiscal argentino distribuyen recursos entre las
provincias de forma muy desigual. Afirmaba que, más allá de los efectos nocivos
que sobre la eficiencia y la equidad puedan tener estas asimetrías, además
tienen claros efectos políticos, influyendo sobre el alineamiento de los
gobernadores (y, en última instancia, afectando la unidad de los partidos
opositores), deteriorando la democracia en varias provincias y contribuyendo a
injustificables ventajas electorales del oficialismo en esas mismas provincias.
Es probable que estos resultados no hayan sido buscado ni previstos por quienes
diseñaron el actual esquema de reparto interprovincial de recursos recaudados
por la nación.
Ahora nos
abocamos a los orígenes del decisionismo. Éstos se encuentran en la Dictadura
Romana, “un órgano extraordinario que se podía activar, según procedimientos y
dentro de los límites constitucionalmente definidos, para hacer frente a una
situación de emergencia”3. El dictador, en un periodo máximo de
seis meses, “…debía restaurar el orden, reordenar las instituciones, combatir a
los enemigos (…) y devolver el supremo poder al Senado una vez terminada
su tarea, en la cual la decisión sumaria era imprescindible”. La Dictadura era,
en la Republica Romana (509 a. C. – 27 a. C.), “un
modo de suspender temporalmente su propio orden constitucional para preservar
su integridad y permanencia”.
Nicolás
Maquiavelo, gran admirador de la Republica Romana como organización
política, dará en su obra “El Príncipe” gran importancia a la virtud en
la decisión política, a la necesidad de una figura fuerte para
sobrellevar las etapas de crisis retomando, de esta manera, la Dictadura Romana
y presentando analogías con esta institución.
El pensador político Carl Schmitt pondrá también acento en
el poder de decisión del soberano. Entiende que ante “un caso excepcional, el Estado suspende el derecho
en virtud del derecho a la propia conservación”. Sobre este “estado de
excepción”, definido como un “caso de peligro para la existencia del Estado”
será el soberano quien monopolice la última decisión y, dotado de poderes
extraordinarios, no obedecerá a ningún patrón legal preestablecido.
En un
contexto signado por “la crisis del liberalismo político” y una Alemania
derrotada en la Primera Guerra Mundial y sumergida en una “crisis institucional
y estatal”, Schmitt, intentando salvar la Constitución de la Republica del
Weimar (1919-1933), propone reforzar la figura del soberano dotándolo de
amplios poderes. Su teoría dará lugar al ascenso del nacionalsocialismo, que,
con el triunfo de Adolf Hitler, desemboca en una dictadura totalitaria.
Por ende, el
decisionismo se define como una estrategia para el gobierno en tiempos excepcionales,
que necesita de fuertes liderazgos autoritarios, en el marco de una forma de
democracia “delegativa”, a gobernar como “crean conveniente” los soberanos,
monopolizando de la última decisión y prevaleciendo sobre los demás
poderes en contra del principio republicano de división de poderes. Así es como
sostienen Bosoer y Leiras, “el mismo concepto de crisis queda indisociablemente
atado, desde una misma acepción, al de decisión excepcional. Para el
decisionismo, la crisis y la decisión política se implican y precisan
mutuamente”.
En su
oportunidad, Leiras definió al neodecisionismo como un modelo estratégico de
decisión política fuertemente concentrado en la figura presidencial, un
replanteo, y adecuación del régimen presidencialista en el contexto de la doble
transición del autoritarismo a la democracia y del estatismo económico al
gobierno orientado hacia políticas de libre mercado, desregulación y activa
inserción a los ritmos impuestos por el proceso de globalización capitalista.
Este nuevo decisionismo se bastaba en una concepción de la gobernabilidad
asentada en las prerrogativas y desempeño de un poder ejecutivo decisor,
prevaleciente con todos sus atributos, sobre los otros poderes. (Leiras, S.)
Ahora bien,
el nuevo decisionismo o “neodecisionismo” nacido en la década del 90 ha tenido
y tiene importantes diferencias con aquel decisionismo originario descrito y
defendido por Carl Schmitt. Aquel surgía como un momento de reconstrucción de
la estatalidad soberana frente a “la gran transformación” que sacudía y ponía
en crisis al paradigma liberal del capitalismo autorregulado. (…) Podría
decirse que el decisionismo “estatalista” de 1920, devino decisionismo
“gubernativo” y “antiestatista” en 1990. (Leiras, S.)
Prosiguiendo
con el trabajo, a continuación se estudian los casos de Carlos Menem y de
Nestor Kirchner sobre cómo dos presidentes “neodecisionistas” utilizan las
transferencias intergubernamentales discrecionales para aumentar su poder de
decisión para, finalmente, concluir si estamos en lo correcto cuando afirmamos
que el estilo presidencial de ambos gobernantes justicialistas recurrieron a
los mismos mecanismos y recursos de poder y por consiguiente, su posición de
Ejecutivos fuertes.
PRESIDENCIA
DE CARLOS MENEM – El surgimiento del neodecisionismo
En julio de 1989 Raúl Alfonsín le entregó la presidencia de la nación a
Carlos Saúl Menem (PJ). El nuevo presidente apeló a fórmulas de liderazgo para
remontar la situación de emergencia económica (provocada principalmente por la
hiperinflación) que estaba atravesando el país. Siguiendo la teorización de
Leiras, el presidente Menem llegaba a la más alta magistratura en medio de una
crisis y afirmaba que para lograr la gobernabilidad se recurre a imponer “un
estado de excepción”, lo que garantizará en el corto plazo más poder al
presidente, y por ende al partido gobernante (Leiras, S. 2011). Con un
discurso populista y distinguido por su gran carisma, aparece en escena como un
caudillo restaurador-revolucionario que es reverenciado por la ciudadanía como
“líder para remontar la emergencia” y una vez en el poder, supo invocar
al contexto de inestabilidad y de crisis para concentrar el poder en sus manos.
Menem llega al poder basado en un mandato
presidencial de término fijo, pero sin posibilidad de reelección
ejecutiva (esto se daría gracias a la reforma constitucional de 1994). Luego
de la reforma, consiguió aumentar su capacidad de dictar decretos, de vetar
parcialmente leyes, de distribuir una gran cantidad de recursos
discrecionalmente, etcétera. A esto, se le sumó otro elemento centralizador que
fue el decisionismo: en este se imponían las prerrogativas del ejecutivo sobre
los demás poderes. Cuando prima el decisionismo, se produce la
desinstitucionalización de los canales formales, sumado en este caso a las
excesivas medidas de excepción que utilizó el ex presidente. Gran parte de los
gobiernos democráticos, luego de los gobiernos militares, se han caracterizado
por su decisionismo. Fue el caso de Menem, que gobernó bajo medidas
autocráticas y discrecionalistas, aislándose de los canales institucionales
correspondientes.
Al gobernar por decreto, acusando al poder
legislativo por su lentitud, el presidente se justificó a la hora de tomar
decisiones en forma independiente. Carlos Menem fue un líder neodecisionista:
porque en él se aúnan el concepto Schmittiano de soberano (es quien decide en
estado de excepción), el de príncipe moderno de Gramsci, pero a diferencia de
éste, el agente modernizador regulador de la sociedad no es el partido
político, sino el viejo príncipe de Maquiavelo. El ejecutivo gobernó de manera
plenamente discrecional, excluyendo al parlamento en la toma de decisiones.
Cuando las cámaras no se encontraban con la docilidad que Menem pretendía, él
utilizaba los recursos de excepción, como los decretos de necesidad y urgencia,
la manipulación de las transferencias fiscales intergubernamentales y los vetos
parciales, confiando en que en última instancia, lo apoyaría la corte suprema
(luego de haber incorporado a sus ¨aliados¨ como jueces de la nación). Por la
época de crisis que estaba viviendo el país, hubo una alta tolerancia social al
decisionismo en el que se desenvolvió Menem.
El neodecisionismo tendría las características
esenciales que tiene el “viejo” decisionismo pero a diferencia de éste, si bien
mantiene la idea de un liderazgo fuerte en el Poder Ejecutivo, es proclive a un
Estado sin tanta centralidad ante la sociedad, más bien propicio a las ideas
del neoliberalismo y su Estado Mínimo, y del neoconservadorismo con sus planes
sociales focalizados y su folclore de valores socio-políticos. (Leiras, S. 2011)
Decimos entonces, que el neodecisionismo
menemista, aparece como respuesta al desafío de la globalización, la crisis del
empleo, la rebelión de las elites, la descomposición de los sistemas cerrados,
la crítica de las estructuras de la representación institucional y de los
grandes relatos colectivos y el predominio de los paradigmas liberales. Al
predominar el liberalismo económico, se buscó desmontar el aparato estatal
regulador y prestador de servicios, a través de una legitimación eficientista y
una gestión decisionista. Así se neutralizaban los casos críticos y las
resistencias de dicho desmantelamiento.
La gran transformación de los años ´80 y ´90, el
mercado global y las políticas económicas que lo instituyeron y aseguraron han
mostrado en determinados contextos nacionales o regionales -como el
latinoamericano en los casos de Argentina, Bolivia Brasil y Perú - afinidad con
formas jurídicas y políticas de cuño decisionista. Apareció así una nueva
estatalidad más permeable que redefinía sus modalidades de relación con la
sociedad. Por estas razones puede decirse que el decisionismo “estatista” de la
década del ´20 devino “gubernativo” y “anti-estatista” en el último decenio del
siglo XX. (Leiras, S. 2011)
Parecería que el Poder Ejecutivo y su gabinete
eran los encargados de conducir el proceso de reestructuración del sector
público, y no el Congreso. La discrecionalidad, la informalidad, la
arbitrariedad y una escasa sensibilidad institucional marcaron un nuevo estilo
personal que recuerda al caudillismo; y de esta forma el Congreso, perdió
legitimidad y visibilidad frente a la iniciativa del presidente. Menem
aprovechó el contexto de crisis para desarrollar una política de confrontación
con el Poder Legislativo en nombre de la decisión urgente.
PRESIDENCIA DE NÉSTOR KIRCHNER – UN NUEVO ESTILO
DE LIDERAZGO NEODECISIONISTA
En el año 2001 la Argentina sufre una de las más
graves, profundas y generalizadas crisis de su historia, abarcando la totalidad
de la vida política, social, económica y cultural del país. Ante este
escenario, la reacción de la población contra la situación económica no se hizo
esperar estallando en una protesta general a finales del mes de Diciembre de
2001. La movilización de los ciudadanos fue espontánea y con el famoso
“cacerolazo” exigieron “que se vayan todos”, materializando el quiebre de la
representatividad política post crisis y por supuesto el derrumbe de la
confianza en la casta política.
La llegada a la presidencia de Eduardo Duhalde,
luego de la sucesión de cinco Presidentes en trece días, significó la
reparación paulatina del circuito político y económico, asumiendo la totalidad
del coste político, abriéndole la puerta de salida al régimen de
convertibilidad y allanándole el camino al gobernador santacruceño Néstor
Kirchner para la obtención del poder máximo del ejecutivo.
La presidencia de Néstor Kirchner comenzó con un
déficit originario de legitimidad debido a los escasos votos obtenidos y por
ello, con pocos recursos institucionales. Comenzó su camino con una fuerte
retórica antiliberal y antimenemista, tomando a la crisis previa y a la
emergencia como principios rectores de su gestión como gobernante supremo. Con
la promesa de un “país serio” como lema de campaña y un perfil socialdemócrata
logró consolidarse y conquistar el apoyo de la ciudadanía.
Contrariamente a lo sucedido en la década del
90’, donde se llevó adelante el proceso de mayor privatización de empresas
estatales, durante el gobierno de Néstor Kirchner el Estado volvió a participar
en la economía y retoma el control sobre las empresas privatizadas.
El núcleo duro del poder decisionista construido
por Kirchner radica en la continuidad de un régimen de emergencia permanente,
dándole continuidad y desarrollo a lo que comenzó a construirse en la década
menemista. Éste presidente puso su mayor empeño en la arquitectura del poder
que implicó la construcción de un poder muy concentrado con recursos
institucionales y otros políticos o meramente informales. Ésta construcción fue
armada a partir de las ruinas dejadas por la intensa crisis de 2001, tales como
la desintegración partidaria, la aguda desconfianza en los mecanismos de la
democracia representativa, una sociedad ampliamente movilizada, una economía
devastada (aunque rápidamente restablecida por las medidas tomadas por el
gobierno de Duhalde y su ministro Lavagna) y también un conjunto importante de
demandas sociales.
El corazón de la arquitectura de poder
kirchnerista se encuentra un proceso muy evidente de concentración del poder
fiscal, y por consiguiente, el manejo discrecional de una fuente de recursos
cuya dimensión es difícil de imaginar. El instrumento principal fue la
delegación de atribuciones fiscales que la Constitución reserva para el Poder
Legislativo, cruzando una línea que nos lleva directamente a las mismas
prácticas de los años noventa, prorrogando sistemáticamente estas delegaciones
A
este repertorio generoso de delegaciones se sumaron los “Superpoderes”,
concedidos al Jefe de Gabinete para redistribuir partidas presupuestarias (lo
que supone una doble delegación y una doble violación de la norma), así como la
largamente 40 demorada reglamentación de los decretos de necesidad y urgencia,
estableciendo un mecanismo que prácticamente imposibilitaba su rechazo por el
Congreso. En el ámbito de los gobiernos provinciales, y sacando provecho de una
suerte de anarquía legal, el porcentaje de recursos coparticipables fue el más
bajo de la historia, de modo que las provincias dependieron de las
transferencias discrecionalmente dispuestas por el gobierno, una herramienta
formidable para disciplinar a los gobernadores. Este manejo sin control de las
enormes masas de dinero generadas por el superávit fiscal está en el centro del
modelo kirchnerista tanto si se lo interpreta como de “crecimiento con
redistribución” o, más llanamente, de concentración del poder.
La
amplia disponibilidad de recursos financieros y el resultado electoral de 2005
impulsaron en los años siguientes un fuerte avance del Gobierno sobre ámbitos
que efectiva o potencialmente podían limitar sus capacidades de decisión. Fue
el clímax del decisionismo democrático. Los parlamentarios lo apoyaron con la
reducción al mínimo de las facultades de control del Congreso. En el ámbito
judicial, la reforma del Consejo de la Magistratura lo desnaturalizó, y
permitió que fuera sistemáticamente usado por el gobierno para disciplinar a
los jueces, apelando también a la opinión pública, que en estas cuestiones
resultó ser bastante tornadiza. Esto desembocó en un enfrentamiento con
distintas instancias judiciales y particularmente con la Corte Suprema.
Para
finalizar comentamos tres elementos de poder “decisionista” del presidente
Kirchner:
1) La ley de
“superpoderes” profundiza la discrecionalidad en el manejo de los fondos del
Estado, elimina la transparencia en su administración y revela el perfil de un
gobierno que busca concentrar todo el poder, dando lugar a un
“decisionismo presupuestario”, devaluando y modificando el papel y las
funciones propias del Congreso. (Hay que recordar que el ex presidente Menem
también obtuvo “superpoderes” cuando en marzo de 1996, logró convertir en Ley
una reforma en la cual se delegaban al Poder Ejecutivo y al Ministro de
Economía las facultades para modificar alícuotas tributarias sobre las
ganancias, IVA y sobre bienes personales y eximición de exenciones).
2) En Agosto del
año 2006 se aprueba la reforma a la Ley de Administración Financiera, por
medio de la cual se le otorgan al Jefe de Gabinete, de manera permanente,
amplias facultades para modificar el presupuesto, sin que medie autorización
del Poder Legislativo. Además, el Jefe de Gabinete queda eximido de los límites
que la Ley de Responsabilidad Fiscal impone al gasto.
3)
A pesar de
haber desaparecido el “contexto de excepcionalidad” producto de la crisis del 2001,
se decidió extender, por séptimo año consecutivo, la “emergencia económica”
(Ley de Emergencia Pública) como una forma para conservar los amplísimos
poderes que se encontraban en manos del Ejecutivo.
Con respecto a la calidad institucional, el
balance es claramente negativo. El Presidente Kirchner no se detuvo a la hora
de concentrar el poder en sus manos, despreció los mecanismos deliberativos,
destruyó los organismos de control, gobernó con firmeza y como creyó
conveniente, a través del poder de la “decisión” conformando un gobierno
personalista.
UTILIZACIÓN DISCRECIONAL DE LOS RECURSOS FISCALES
POR PARTE DE LOS PRESIDENTES (Menem-Kirchner)
Siguiendo el análisis de Bonvecchi y Lodola, nos
remitimos a la “lógica dual de las transferencias intergubernamentales”. Los
países federales difieren notablemente en las reglas fiscales que asignan
poderes de recaudación impositiva y de gasto a cada nivel de gobierno. Para
corregir las brechas existentes entre la centralización de la recaudación y la
descentralización del gasto (balance fiscal vertical) y las emergentes de las
diferentes capacidades impositivas de sus unidades constitutivas (balance
fiscal horizontal), estos países crean transferencias que asignan recursos
desde el gobierno central a las entidades subnacionales. Estos regímenes de
transferencias intergubernamentales varían de un país a otro, pero
frecuentemente comportan distintos usos políticos para los funcionarios
nacionales, que son los “donantes” y los subnacionales, que son los
“receptores” involucrados en la operación.
Siguiendo el estudio de los autores mencionados,
se postula la existencia de un efecto de incentivo del federalismo fiscal sobre
los actores políticos. Las instituciones crean diferentes incentivos para que
los líderes nacionales (presidentes) manipulen las transferencias federales con
fines políticos. Por una parte, el marco institucional determina el valor de
uso político asociado con cada transferencia intergubernamental al establecer
qué pueden hacer y qué no pueden hacer los funcionarios con el dinero de la
federación. Por otra parte, un mismo conjunto de transferencias provee
incentivos diferentes para la manipulación estratégica a los “donantes” y a
los “receptores” de fondos federales. Una transferencia específica puede ser
una herramienta poderosa para obtener apoyo político en un nivel de gobierno, y
al mismo tiempo, puede ser débil en otro. Bonvecchi y Lodola denominan
“discrecionalidad de las transferencias” a las reglas formales e informales que
definen el poder de los presidentes y los gobernadores sobre el uso de los
recursos fiscales. Cuanto mayor es tal discrecionalidad, mayor es el poder para
manejar las transferencias federales con fines coalicionares.
La importancia de la distinción entre el monto de
las transferencias y su discrecionalidad radica en el hecho de que el valor
político de una transferencia federal no es necesariamente equivalente a su
relevancia económica dentro de un determinado esquema de transferencias. En
efecto, transferencias importantes desde el punto de vista económico pueden ser
políticamente inútiles mientras otras económicamente más modestas pueden
contribuir de manera decisiva para sumar apoyo político. (Bonvecchi y Lodola
2012)
Decimos entonces que los presidentes tienden a
privilegiar la discrecionalidad sobre la centralización de fuentes impositivas
porque los fondos discrecionales tienen un potencial para la construcción de
coaliciones políticas y poder “decisional” mayor que las transferencias basadas
en fórmulas fijas de distribución. Debido a que las subunidades que componen
una federación extraen recursos de un fondo común, los presidentes suelen
preferir el manejo discrecional de esos recursos a su incremento a través de la
centralización de la recaudación. Si ninguna de estas dos opciones es viable
los presidentes buscan incrementar la dependencia fiscal de las provincias
controlando el gasto y el endeudamiento de los gobiernos subnacionales y/o
creando transferencias federales con asignación específica para incorporar así
condicionalidades al uso del dinero.
Las transferencias intergubernamentales de “alta
discrecionalidad” (basados en la taxonomía de transferencias
intergubernamentales propuesta en el trabajo de Bonvecchi y Lodola) para “el
donante”, en este caso los presidentes Menem y Kirchner. Estas transferencias
están reguladas por un esquema institucional que permite a ese donante
controlar el monto, el timing, la distribución geográfica, el pago y la
asignación específica de dinero. Nos basamos en una de las transferencias de
alto nivel de discrecionalidad presidencial como son los APORTES del TESORO
NACIONAL (ATN). Éstas son una de las dos transferencias intergubernamentales
con status constitucional y son no automáticas (art. 67, inciso 8 de la
Constitución Nacional de 1853). Históricamente, el monto y la distribución de
esta transferencia fue negociado en el Congreso o arbitrariamente decidido por
los diferentes gobiernos civiles y militares. Hasta el establecimiento de la
Coparticipación Federal de Impuestos (CFI) en 1935, los ATN fueron la principal
transferencia fiscal federal a las provincias. Entre 1985 y 1988, en ausencia
de un acuerdo fiscal federal que había expirado por ley en 1984, los ATN
virtualmente reemplazaron a la CFI como el esquema de transferencias del federalismo
fiscal argentino. De acuerdo con la actual legislación de Coparticipación (ley
23.548), los ATN se componen del 1% de todos los impuestos coparticipables y su
asignación se encuentra bajo absoluta discreción del Ministerio del Interior.
(Bonvecchi y Lodola)
En teoría los ATN sólo pueden ser utilizados para
“atender situaciones de emergencia y desequilibrios financieros de los
gobiernos provinciales” (ley 23.538, art. 5). En la práctica, sin embargo, los
presidentes, con el consentimiento de las administraciones provinciales y
municipales, han utilizado estos fondos para una variedad de propósitos que
trascienden por mucho el objetivo constitucional de los mismos. El carácter
altamente discrecional de los ATN se ilustra con el hecho de que entre 1990 y
1999 la provincia de La Rioja, tierra del entonces presidente Carlos Menem,
recibió el 33% de los fondos distribuidos.
Por su monto relativamente bajo, los ATN han
servido de manera primordial para financiar redes políticas en el nivel
municipal. Tradicionalmente, el gobierno federal financiaba el mantenimiento de
su coalición a través de transferencias directas de ATN a los gobernadores.
Luego, éstos decidían cómo y cuándo reasignar los fondos a los municipios. Si,
por cualquier motivo, los ATN eran concedidos a las municipalidades, los
funcionarios del Ministerio del Interior comunicaban esta decisión a las
autoridades provinciales. Esta lógica distributiva cambió bajo el gobierno de
Néstor Kirchner (2003-2007) quien para eludir la intervención política de
algunos gobernadores poderosos de otro signo político, transfirió los ATN
directamente a municipios bajo el formato de fondos para asistencia social.
Otros fondos de alta discrecionalidad para
Bonvecchi y Lodola son:
-
Rescates con
bonos del Tesoro
-
Redescuentos
del Banco Central a los bancos provinciales
-
Fondo de
desarrollo regional (FDR)
-
Fondo para la
reforma del sector público provincial
En cambio, la Coparticipación Federal de Impuestos (la reforma
constitucional de 1994 otorga a la CFI status constitucional) opera como un
régimen de fondo común de recursos formado por la recaudación de una serie de
impuestos establecidos por el Congreso. El gobierno federal recauda impuestos,
los cuales son luego distribuidos en dos etapas, primero del gobierno federal a
las provincias y de ellas a los municipios. En general, la parte
correspondiente al gobierno federal ha crecido bajo gobiernos autoritarios y/o
crisis económicas mientras la parte correspondiente a las provincias se ha
incrementado bajo gobiernos democráticos y/o en períodos de estabilidad
económica. En la década del 90, la CFI experimentó varias reformas orientadas a
detraer y asignar específicamente parte de los fondos coparticipables. Muchas
de estas asignaciones específicas han beneficiado al gobierno federal.
Según Lodola y Bonvecchi, la CFI es una transferencia intergubernamental
con baja discrecionalidad. Los montos, la distribución geográfica y las metas
del régimen de coparticipación han sido tradicionalmente establecidos por el
Congreso. Esto ha protegido al régimen de la manipulación arbitraria por parte
del gobierno federal. De acuerdo con la ley vigente, el pago de la CFI es
diario y automático. Sin embargo, el silencio legislativo sobre los
procedimientos administrativos ha permitido ocasionalmente al gobierno federal
ejercer un mínimo de discreción sobre la ejecución y el timing de esta
transferencia, como lo vemos en el mandato de Kirchner. El gobierno federal
puede ordenar a la AFIP que no remita los fondos de la CFI a las cuentas de las
provincias radicadas en el Banco Nación. Pero solo puede hacerlo mientras los
gobiernos provinciales no interpongan un recurso administrativo o una demanda
ante la Comisión Federal de Impuestos o la Corte Suprema de Justicia. Por lo
tanto, dicen los autores mencionados, que la discreción del gobierno federal
sobre el pago de la CFI es, en el mejor de los casos, de corto plazo.
Todos los presidentes argentinos utilizaron transferencias
intergubernamentales para pagar el apoyo de las provincias a iniciativas de
contenido fiscal promovidas por el gobierno nacional, tales como reformas
impositivas, cambios en las reglas del federalismo fiscal, reformas de la
legislación presupuestaria, etc. Sin embargo, no todos los presidentes
utilizaron las transferencias del mismo tipo ni en las mismas proporciones. Los
recursos fiscales de mayor discrecionalidad han sido utilizados con más
frecuencia cuando los presidentes enfrentaron posiciones minoritarias en el
Congreso y cuando sus partidos en el gobierno experimentaron caídas en su nivel
de integración política como partidos nacionales también. (Bonvecchi, 2010)
Tomando como fuente una tabla con datos de la Honorable Cámara de
Diputados y un cuadro elaborado por Bonvecchi (2010) podemos ver varios
patrones recurrentes. Por un lado, los presidentes utilizaron transferencias de
alta discrecionalidad para obtener la aprobación de leyes fiscales cuando
enfrentaron una situación minoritaria en el Congreso (ejemplo de De la Rúa).
Por otro lado, como contracara de lo anterior, los presidentes utilizaron
recursos fiscales de menor discrecionalidad mientras mantuvieron mayorías o
primeras minorías estables en el Congreso. Este fue el caso de Menem entre 1992
y 1997 y el de Kirchner en 2004-2005 y 2007. También se puede observar la
relación directa entre productividad legislativa y uso de recursos
discrecionales, o sea, a mayor uso de transferencias discrecionales, mayor
proporción de iniciativas fiscales del Ejecutivo aprobadas.
Otro punto importante es el uso de estos recursos fiscales por parte de
los líderes del Ejecutivo, permitiendo una creciente centralización de la
autoridad fiscal en el Poder Ejecutivo Nacional, que puede medirse a través del
número de leyes aprobadas que confiere al Presidente autoridad para las bases y
tasas de los impuestos, distribuir su recaudación, modificar la asignación de
partidas presupuestarias y ampliar o disminuir el presupuesto. Se entiende,
entonces, por mayor centralización todo incremento de la autoridad fiscal del
Presidente que no se encuentre sujeto a reglas o controles explícitos. La
descentralización consiste en la devolución de la autoridad fiscal al Congreso
o los gobiernos provinciales. (Bonvecchi y Zelaznik 2012)
Bonvecchi nos muestra la asociación entre centralización de la autoridad
fiscal y discrecionalidad de las transferencias intergubernamentales.
Descubrimos que la creciente proporción de leyes de mayor centralización por
sobre el resto de la legislación fiscal se corresponde con el creciente uso de
transferencias de alta discrecionalidad presidencial. Éste patrón se
circunscribe al final del mandato Menemista, allá por el año 1998, continuando
de manera sostenida hasta el año 2005 ya entrado el gobierno de Kirchner.
Durante el Menemato, la mayor centralización de la autoridad fiscal fue pagada
por transferencias de menor discrecionalidad presidencial, ya que se mantuvo
mayoría en el Senado y primera minoría en la Cámara de Diputados. Entonces, se
deriva que se utilizaran menos transferencias intergubernamentales y de menor
discrecionalidad para asegurar la aprobación de las iniciativas del ejecutivo.
En el transcurso del período de gobierno de Kirchner, se recurrieron a
transferencias altamente discrecionales hasta que en el año 2006 pudo
construirse una mayoría consistente en la Cámara de Diputados, pero a diferencia
del período Menemista, estas transferencias no conllevaron a una mayor
centralización de la autoridad fiscal sino a una combinación entre mayor
centralización y descentralización. Los envíos discrecionales se vieron en gran
medida posibilitados por la subestimación -en la ley de presupuesto nacional-
de la recaudación impositiva proyectada para cada año. Esa práctica dio origen
a la existencia de recursos que el Poder Ejecutivo usaba, apoyado en la prolongada
emergencia económica.
Concluimos esta sección proponiendo una
diferencia de estrategia de manipulación de los fondos fiscales y de
centralización de la autoridad fiscal por parte de los presidentes estudiados. Además
de las transferencias intergubernamentales, el Poder Ejecutivo cuenta con otro
recurso fiscal central de gran utilidad: el poder de modificación
presupuestario permite al Ejecutivo, sin la necesidad de aprobación del
Congreso, la posibilidad de cambiar el destino de las partidas presupuestarias,
evitar que se ejecuten o incluso subejecutarlas (Bonvecchi y Zelaznik 2012).
Sobreestimando o subestimando los ingresos tributarios el ejecutivo puede
reasignar partidas unilateralmente, y de esta forma operar a fin de construir o
mantener apoyo político.
En
la década menemista, el Ejecutivo sobreestimó sistemáticamente los ingresos
impositivos y utilizó la insuficiencia de los ingresos efectivos como
justificación para reducir el gasto público y reasignar partidas
presupuestarias a voluntad. Menem, estratégicamente negociaba asistencia discrecional
a las provincias a cambio de apoyo de los gobernadores, intendentes y partidos
políticos con representación en legislatura nacional y provincial.
Desde
el 2003, al contrario de lo sucedido en la década del 90, Kirchner utilizó un
procedimiento equivalente pero en dirección opuesta: se basó en la
subestimación de los ingresos. Como era de esperar, cuando éstos se revelaron
mayores a lo calculado o previsto, el Poder Ejecutivo usó sus facultades
extraordinarias para modificar las partidas presupuestarias, incorporando a
discreción nuevos gastos. El kirchnerismo, con la estrategia de subestimación
de la recaudación, al estimar una menor tasa de inflación anual, por ejemplo,
aumentó el monto de dinero a transferir discrecionalmente. Es decir, que las
provincias necesitaban transferencias excedentes por dos razones: por un lado
la inflación al ser mayor se necesitan más recursos que se otorgarían de manera
discrecional ya que no alcanzan a cubrir los gastos con los montos iniciales y,
por otro lado, al ser la mayoría de las provincias deficitarias, para
gobernarlas se necesitan partidas extraordinarias típicas de una economía en
expansión como la de esa época. Entonces con el poder de decisión en la mano,
Néstor Kirchner subordinaba a las provincias, negociando su asistencia a cambio
de apoyo de los gobernadores mismos, intendentes e inclusive partidos políticos
de distinto color con representación nacional y provincial.
Con
estos recursos, el Presidente argentino puede utilizar las partidas
presupuestarias como herramientas de negociación con legisladores o
gobernadores provinciales durante la totalidad del ejercicio fiscal. En tanto
le permite modificar el presupuesto a voluntad, el poder presupuestario
delegado por el Congreso al Ejecutivo convierte a las partidas presupuestarias
aprobadas por los legisladores en cartas de intención cuya implementación es
contingente al apoyo exhibido por los legisladores al iniciativas del Ejecutivo
en el curso del año. Este poder resulta eficaz para construir coaliciones o
mantener su disciplina siempre que los partidos con representación
parlamentaria presenten un bajo nivel de integración política o el partido del
Presidente controle la mayoría en al menos una cámara del Congreso. (Bonvecchi
y Zelaznik 2012)
Entonces, podemos decir que ha
habido una mayor centralización fiscal durante los años del kirchnerismo,
debido a una mayor incidencia de los impuestos no coparticipables, una mayor
discrecionalidad fiscal (esto eso, mayor crecimiento de las transferencias no
automáticas) y, finalmente, una también mayor politización de los criterios de
distribución. En términos de la centralización de los recursos fiscales, los
elementos clave han sido el impuesto inflacionario (no coparticipado de facto)
y los ingresos por retenciones a las exportaciones (no coparticipado hasta 2008
y sólo muy minoritariamente compartido con las provincias desde entonces).
Aunque las retenciones fueron establecidas por el presidente Duhalde en medio
del colapso de 2002, sus alícuotas aumentaron repetidamente bajo el
kirchnerismo. Así, la combinación de alícuotas crecientes y altos precios
internacionales de la soja y otros commodities proveyeron a los Kirchner, pero
no a los gobernadores, de importantísimos recursos fiscales adicionales. A este
aumento cuantitativo de los recursos fiscales controlados por la casa Rosada se
agregó un cambio cualitativo: el mayor uso discrecional y político del
federalismo fiscal desde 2003. Así, los gobernadores sabían que, para mantener
la buena disposición de la administración fiscal en Buenos Aires, no sólo
debían evitar asumir un rol opositor sino directamente sumarse al kirchnerismo,
sea desde el PJ o desde la “transversalidad”. Aunque algunas provincias
dependen de las transferencias fiscales mucho más que otras, prácticamente
ninguna puede darse el lujo de enfrentar retrasos o discriminaciones en el
reparto de fondos nacionales (no casualmente uno de los pocos gobiernos
subnacionales que consistentemente se opuso a los Kirchner fue el de Mauricio
Macri: el gobierno de la CABA financia casi el 100% de sus gastos con impuestos
propios). Así las cosas, hoy los fondos discrecionales representan más del 60%
de los presupuestos de provincias como La Rioja, Santa Cruz o Santiago del
Estero. (Gervasoni, 2013)
CONSIDERACIONES FINALES
Concluyo que el estilo neodecisionista de los presidentes argentinos
como Menem y Kirchner ha derivado en una concepción delegativa de la Democracia
dónde no se puede apreciar una gran injerencias de los órganos deliberativos de
la política como lo es el Congreso, viéndose debilitado por el desempeño
decisionista o neodecisionista de los líderes del Ejecutivo, presentándose como
gobiernos personalistas. De ahí se deduce el comportamiento discrecional en
torno a las transferencias intergubernamentales de índole fiscal. Esto quiere
decir que los presidentes Menem y Kirchner usaron como herramienta los recursos
informales del sistema de reparto federal para controlar a las instancias
subnacionales, a los poderes del Estado tales como el Legislativo y disciplinar
a los propios contingentes partidarios.
Como se expresó en los objetivos del presente trabajo, la teoría
decisionista de gobierno de Carl Schmitt encuentra su fundamento en el estado
de emergencia constante, reforzando la figura del soberano, en este caso los
presidentes argentinos estudiados, dotándolos de poderes extraordinarios (por
ejemplo, los superpoderes). En ese sentido, las presidencias de Menem y
Kirchner, tomaron aquella emergencia como principio legitimador y como
condición de conservación de la democracia misma les fueron conferidos
herramientas para gobernar al mejor estilo del soberano Schmittiano.
Considero que ambos presidentes del Partido
Justicialista convergieron en una manera similar de ejercer el poder, dándole
paso al concepto del Neodecisionismo junto con el del Neopopulismo, tomados del
profesor de la cátedra “líderes y liderazgos en América Latina” Santiago Leiras.
Junto con las transferencias fiscales discrecionales para poder ampliar su poder
de dominio por sobre sus partidos y como dijimos, por sobre las unidades
subnacionales, vemos otras características en común que se pueden destacar de
ambas presidencias justicialistas:
·
Ambos
gobernantes neodecisionistas invocaron a la emergencia y a las crisis
recurrentes como fuente de legitimidad y el caos discursivo.
·
Tanto Carlos
Menem como Néstor Kirchner mantenían una similar concepción del poder, con una
clara vocación hegemónica y una profunda inclinación hacia la concentración del
poder de decisión.
·
Tal como se
dijo, consideramos sus presidencias como decisionistas, en las cuales primaron
la falta de apego a la norma escrita, presentándose como soberanos que deciden
y establecen la Ley.
·
Ambos
vulneraron el espíritu republicano de la Constitución Nacional. Buscaron darle
una excesiva concentración de poder en manos del Poder Ejecutivo y
fortalecimiento de la figura presidencial.
·
Además de la
utilización discrecional de las herramientas del reparto fiscal, se volvió
corriente el uso de una herramienta excepcional como lo son los DNUs, o
decretos de necesidad y urgencia, sin que se ejerzan controles
constitucionales, desdibujando claramente el rol del Congreso y las instancias
de deliberación pública. Y por ende, contaminando y corrompiendo el corpus
judicial.
·
Tanto uno como
otro se caracterizaron por tomar las decisiones de manera unilateral. Claro
monopolio de la decisión excepcional, dándole un significado distinto al
Ejecutivo como si fuera un único poder que tiene divisiones funcionales
internas.
·
La autonomía
presupuestaria del Poder Ejecutivo les permitió manejar con firmeza a sus
adversarios, controlando la oposición.
Se concluye entonces que tanto Carlos Saúl Menem
como Néstor Carlos Kirchner, aprovechando las circunstancias de emergencia (uno
utilizó la hiperinflación y el otro el desborde social del 2001), la supina
concentración de poder, el debilitamiento de las instituciones democráticas y
perjudicando el normal desarrollo del republicanismo, pudieron convertirse en
líderes “neodecisionistas”. El haber prorrogado ambos la Ley de Emergencia
Pública, les permitió seguir tomando medidas excepcionales durante el total de
sus mandatos, aunque se puede decir que no fueron necesarios luego de los
primeros años de normalización. Vemos por ello, que el gobierno unipersonal y
monolítico, de soberanos absolutos, en contextos que ya no eran de
desestabilización económica ni de movilización política nos da la pauta de que
fueron gobiernos con un claro sesgo autoritario, que promovieron la Democracia
“delegativa” en el sentido propuesto por O’Donnell. En este contexto, el
régimen hiperpresidencialista argentino evidencia un excesivo protagonismo del
Poder Ejecutivo, con amplios poderes discrecionales y de estilo “hobbesiano” en
el proceso de toma de decisiones.
Finalmente y siguiendo la misma línea de la idea
directriz del trabajo, podemos concluir que se evidencia un gran correlato
entre el estilo neodecisionista como teoría del gobierno en los dos gobiernos
justicialistas analizados y una de las herramientas de aquel monopolio de poder
presidencial como lo son las transferencias intergubernamentales de alta
discrecionalidad.
BIBLIOGRAFIA GENERAL
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