Resumen
En 1973, días antes
de la asunción de Cámpora como presidente, salió a la calle por primera vez la
revista nacionalista católica Cabildo. Dirigida por Ricardo Curutchet,
esta publicación vertió sus críticas hacia el peronismo, protagonista en la
esfera pública desde 1945.
Este trabajo se
propone engarzar la línea editorial de Cabildo en una larga tradición de
reflexión nacionalista en Argentina durante el siglo XX. Y a su vez, vincularla
con el ejercicio periodístico político o editorialismo programático que se
inicia - para el nacionalismo de derecha - con Nueva República de los
hermanos Irazusta en 1927. La hipótesis de trabajo es que Cabildo, cataliza
en sus páginas postulados que han madurado desde los inicios del Siglo XX, y no
tiene nuevas claves de análisis para comprender las convulsiones políticas
propias del devenir de finales de los 60 y los primeros 70.
Palabras clave: Revistas
políticas – intelectuales – peronismo – derecha nacionalista
Abstract
In 1973, some days before president Cámpora
took into office, the nationalistic catholic magazine “Cabildo” was released
for the first time. It was managed by Ricardo Curutchet, the publication
expressed its criticism towards Peronismo, which has the leading role in the
public eye since 1945.
This thesis proposes to link Cabildos´
editorial line in a long tradition of nationalistic reflection in Argentina
during the XX century. And, at the same time, to link it to the exercise of
politic journalism or pragmatic “editorialism” that starts – for the right
nationalism- with the New Republic of the Irazusta brothers in 1927. The
hypothesis of this thesis is that Cabildo catalyses in its pages postulates
that matured since the beginnings of the XX century, and does not have the new
keys of analysis to understand the typical political unrest of the late 60s and
early 70s.
Key words: Political magazines –
intellectuals – peronismo – national right
La Revista Cabildo en la matriz de
la derecha intelectual. Avatares del periodismo del nacionalismo católico en el
siglo XX.
Lic. Norma Lidia Rodríguez
Introducción
El recorrido de este
artículo presenta expresiones nacionalistas de derecha dando cuenta, en primer
lugar, de los orígenes de la preocupación por la cuestión nacional; en tanto que
necesidad para marcar una identidad como pueblo argentino ante el panorama
heterogéneo que explotó por la inmigración en los inicios del siglo XX. Esa
búsqueda se orientó hacia un espiritualismo fundado en valores y se expresó en
ensayos.
Posteriormente, en
el período de entre-guerras mundiales, el nacionalismo europeo (sobre todo el
español) sedujo a intelectuales locales por su apelación al catolicismo, al
orden y a la tradición hispano-católica. Estas lecturas condujeron a un
nacionalismo de derecha, aristocratizante y antidemocrático.
El nacionalismo se
constituyó en un grupo cultural que ocasionalmente tuvo frustradas aspiraciones
partidarias durante la década infame, el gobierno peronista y la
posterior proscripción. Como corriente política, compartió ciertos sentidos
comunes sobre el devenir de la nación y que merced a coyunturales alianzas con
gobiernos de facto o constitucionales lograron ingerir en la gestión concreta
de gobierno. Aunque, también hubo sectores que eligieron mantenerse en el espacio
incontaminado de la denuncia principista, para lo cual era necesario no
participar como partido.
El equipo editorial
de Cabildo está entre quienes se refugiaron en la barricada de papel,
manteniendo un discurso reaccionario de un nacionalismo que como grupo
político activo estaba ya en franca decadencia. La larga experiencia del grupo Azul
y Blanco que le había antecedido, ya había cerrado la etapa de presentarse
en elecciones como opción de participación.
Cabe
aclarar que este trabajo se enmarca en una investigación en proceso más amplia
-correspondiente a la tesis de la Maestría en Sociología de la Universidad
Nacional de Córdoba - titulada “Intelectuales y esfera pública. El sujeto
peronista en la disputa política-intelectual de 1973”.
I.
La
gestación de la matriz de pensamiento nacionalista
Abordar el
nacionalismo en Argentina es una tarea compleja. Diversos autores han
arriesgado definiciones y caracterizaciones que reconocen la diversidad de
tendencias hacia el interior de ese gran paraguas teórico-político-cultural
llamado nacionalismo.
Sin duda, una
primera aproximación la constituye la invocación a la nación como principio. Se
la ha concebido como una esencia que está ahí, como si fuera un dato o un hecho
objetivo, cuando en realidad es fruto de operaciones de construcción, es decir,
“resultados contingentes de procesos sociales, políticos y significantes
abiertos e indeterminados” (Máiz, 2007:10). La nacionalidad es, por
tanto, una movilización político-significante. Como expresa Anderson
(1997:23-25) es una comunidad imaginada. Es imaginada, porque jamás se
conocerán a la mayoría de los compatriotas porque han estado en el pasado o
porque son muchos en el presente o porque aún no han nacido. Sin embargo,
sienten un compañerismo profundo. Se imagina limitada, porque tiene fronteras
finitas. Por último, es soberana, porque sueña con ser libre.
A lo largo del
siglo XX, intelectuales adscriptos a diversas corrientes ideológicas imaginaron
la nación argentina, imaginaron su pasado y proyectaron su futuro. La
invocación de la nación como un valor absoluto conduce a una contienda entre
facciones y partidos que intentan imponer ese valor (Pinto, 2011: 237). Los
grupos nacionalistas coinciden en la denuncia de un complot y el llamado para
una reconquista del país (Lvovich, 2011: 20). Consideran a la nación en peligro
de sucumbir a su identidad frente a colonizaciones ideológicas y económicas. Y
allí otro tópico que se va definiendo históricamente, ¿Cuál es esa identidad?
¿Qué es lo que hace entrar en colisión con la alteridad?
De esta complejidad
a la hora de delimitar el nacionalismo da cuenta Ighina:
“… el
objeto ‘nacionalismo argentino’ se construye históricamente. Esta condición
histórica del objeto ofrece algunas particularidades. Primero, partiendo del ‘a
priori colonial’, el nacionalismo argentino se constituye como una crítica a la
situación argentina pero asimilando esa situación a las crisis de las
democracias europeas. De allí (…) es que el pensamiento nacionalista se
presenta como una visión de la historia universal basada en el legado latino
imperial, en el tradicionalismo político español o en la corriente reaccionaria
post revolucionaria francesa (…) Este reclamo reaccionario y antidemocrático –
esos son los términos utilizados por los nacionalistas- se vinculó con
fundamentos católicos que sirvieron de soporte doctrinal al nacionalismo”
(Ighina, 2004, 27-28).
La reflexión de
Ighina, marca una definición de reaccionario al nacionalismo argentino y de
principios antidemocráticos. Y si bien esta ha sido una fuerte impronta en las
diversas manifestaciones nacionalistas a lo largo del siglo XX, en algunos
momentos participaron del juego electoral de la democracia. Otros tópicos que
lo identifican son el antiliberalismo, anti-izquierdismo y el corporativismo. Amplios
sectores adscribieron también, como parte de su antiliberalismo, a
identificarse con la nación católica como estandarte de los valores
tradicionales (Saborido, 2011:38).
Una de las formas
privilegiadas para expresar las ideas fue el periodismo a través de revistas
políticas o el editorialismo programático.
“Las
revistas cumplieron un papel determinante en la conformación del campo cultural
latinoamericano y formaron parte de lo que nosotros denominamos editorialismo
programático que materializó nuevas formas de difusión cultural ligadas a
alguna aspiración de algún manera revolucionaria. Las publicaciones y los
vínculos intelectuales que promovía este tipo de editorialismo militante
actuaban muchas veces como terreno exploratorio y en otras oportunidades, como
actividad preparatoria de una acción política concertada o para la creación de
un partido político” (Beigel, 2003: 108).
Ellas se convirtieron
en verdaderas tribunas para el disenso. La crítica y la enunciación de principios
programáticos.
Estos principios
llevan a ubicarlo en un nacionalismo de derecha, para distinguirlo de versiones
de nacionalismo que se gestaron durante los ‘60 que son reconocidas como de
izquierda. La agenda política del nacionalismo de izquierda incluía el repudio
a toda potencia colonial, el antiimperialismo, la soberanía y liberación
nacional. Estas consignas políticas se difundieron merced a la gran recepción
de la noción de imperialismo propuesta por Lenin, la cual considera que el
capitalismo financiero divide al mundo en colonias y semicolonias. La
conciencia de Tercer mundo en lucha contra el imperialismo por la liberación
nacional se inspiró en el movimiento descolonizador iniciado desde 1945 y en la adhesión que obtuvo “Los condenados de la tierra”
de Franz Fanon (Rodriguez, 2015).
Ahora, antes de
continuar con este desarrollo, resulta valioso detenerse en caracterizar a qué
se llama derecha. Boholavsky (2011) hace una revisión de la cuestión y señala
que hay tres tendencias. Están las que sostienen que i) sí hay una derecha pero
difieren en cuál es el punto que la delimita.; ii) hay pluralidad de derechas;
iii) hay corrientes ubicadas a la derecha, es decir que no hay conceptos
inmutables que la caractericen.
De acuerdo al
desarrollo del autor, quienes defienden que sí hay una derecha señalan que es
la que enarbola las banderas del capitalismo y la propiedad privada (de acuerdo
a las lecturas marxistas); para otros sería la defensa del statu quo y la
autoridad, aun a fuerza de represión. Dentro de este espectro de intentos de
definición, se encuentra la que considera que lo propio sería la convicción
pesimista de los hombres. Esta perspectiva, expresa, por tanto desilusión,
temor y resentimiento ante los cambios que se producen en la sociedad.
Aquellos que
esgrimen la pluralidad de derechas – siguiendo a Boholavski - dejan de lado los
riesgos del esencialismo, entendiéndolas como un conjunto de tradiciones
ideológicas que no están vinculadas necesariamente entre sí, pero tienen un
conjunto de ideas o actores a los que se enfrentan. Esas tradiciones pueden ser
clasificadas como moderadas, extremas, radicales, clericales.
El tercer enfoque -
señalado por el autor referido - es de tipo relacional e implica abordar la
co-contrucción que hacen de sí mismas tanto la derecha como la izquierda, desde
un encuadre histórico y situacional. Para el analista dichas construcciones
pueden ser afiliadas al conservadurismo, al liberalismo o al fascismo.
A los fines del
presente trabajo, se toma como más productiva esta última acepción, ya que en
el devenir de seis décadas la co-construcción de derecha e izquierda en
Argentina, ha ido mutando sus significaciones - como se verá en los próximos
apartados- aunque ha mantenido algunos tópicos comunes.
II. Orígenes de
la cuestión nacional en Argentina.
La preocupación por
la identidad nacional se convirtió en preocupación del campo intelectual con
motivo del primer centenario de la Revolución de Mayo. Tal es el caso de, por
ejemplo, Ricardo Rojas. En una de sus obras, Blasón de Plata, propone
como lo típico de la Argentina la fusión entre el indio, el español, el negro y
el extranjero inmigrante. Rojas menciona como constitutivo del pueblo argentino
un alma colectiva… “la eternidad de nuestro pasado está ya en ella, preñada de
futura eternidad” (Rojas, 1941: 9). Esa obra ya da cuenta del hispanismo que
caracteriza el nacionalismo posterior dado que realza la conquista como una
gesta que deja la herencia del honor, el cristianismo y el castellano. El autor
apela a una conciencia indiana como un instinto colectivo y territorial “y que
es nacionalismo cuando mira al Estado y a la Civilización”.
Con el advenimiento
masivo de inmigración italiana, el surgimiento del voto universal y el
populismo irigoyenista; los ensayistas de esa generación coinciden en fundar la
identidad argentina en la tradición hispánica para enfrentarse al
cosmopolitismo liberal. Ellos expresan, además su temor por que las mayorías y
no las mejores inteligencias tomen las decisiones. Así, se arma un frente intelectual
antidemocrático que ve con menosprecio al fenómeno de las masas: La multitud
según Gálvez, los hombres mediocres para Ingenieros y la ralea mayoritaria
según Lugones. Lugones - en su afán de instaurar un nacionalismo frente al
panorama de diversidad - proclama en 1913, como poema épico fundante de la
argentinidad, el Martin Fierro de José Hernández. Lo gaucho se conforma
en el mito identitario argentino (Alfieri, 2006: 529 - 532).
Esta tendencia, que
por un lado apunta a lo cultural identitario y por otro lado, ejerce su crítica
política al sistema liberal de partidos, permanece a lo largo de las diferentes
manifestaciones de nacionalismo.
Un nuevo escenario
perfila la actuación de los nacionalistas durante la década del ’30. Por un
lado, el golpe de estado a Yrigoyen del 6 de septiembre de 1930 y por otro, la
fundación del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas en
1938.
El campo
intelectual nacionalista toma como punto de partida la crisis ideológica
manifestada en el quiebre del orden institucional democrático argentino, e
incluso en el europeo marcado por el stalinismo y el fascismo. Un nuevo signo
aparece. La firma del tratado Roca- Runciman hizo patente el imperialismo como
rival y raíz de la postergación nacional. Propio de este período es el
estrechamiento de los valores hispánicos con los valores católicos. Estos,
tuvieron una gran manifestación pública en el Congreso Eucarístico de 1934
(Saborido, 2011: 37). Esta impronta católica incidió en la circulación de ideas
antisemitas. Pero estas expresiones adversas a la colectividad hebrea no tenían
los fundamentos del nazismo. Se remitían a exponer supuestas conspiraciones
judías como instrumento para la invasión de ideas extranjerizantes, tales como
el comunismo o el liberalismo. También se la identificaba con naciones como
Estados Unidos o Inglaterra. Incluso se lo utilizaba como rechazo al extranjero
que disputa puestos de trabajo al criollo. Desde el catolicismo se acicateaban
estas ideas por considerar al judaísmo como deicida.
La principal forma
de publicitar las ideas nacionalistas se dio a través del periodismo. Julio y
Rodolfo Irazusta habían creado en 1927 el quincenario (más tarde semanario) Nueva
República. Desde sus páginas se había repudiado al plebeyismo y demagogia
de Irigoyen. Sin embargo, después de haber apoyado el golpe septembrino los
fundadores de Nueva República, terminaron desengañados del uriburismo. En
1928 había nacido la revista Criterio asentada sobre la idea de una
nación católica. Por ella, pasaron conspicuos representantes del nacionalismo
como Marcelo Sánchez Sorondo, Julio Meinvielle y César Pico. Posteriormente,
Ernesto Palacio fundaría en 1940, Nuevo orden, donde se exponían los
principios del revisionismo histórico (Berazza, 2005: 27-32).
El revisionismo se
constituye en la dimensión cultural del nacionalismo. Y más que una escuela
historiográfica es “un nuevo uso político de la historia nacional como reacción
a otra anterior” (Chiaramonte, 2013: 260). Esta corriente se propuso legitimar una
nueva lectura del pasado que pusiera en cuestión el panteón de héroes de la
historiografía liberal, instalando nuevos referentes: Juan Manuel de Rosas,
Facundo Quiroga, Felipe Varela, Juan Bautista Bustos, Chacho Peñaloza y José
Artigas.
La conformación de
los miembros del revisionismo incluía a individuos de trayectorias diversas ya
que algunos eran intelectuales del campo de las letras, otros militares y otros
provenían del campo de la política (Cattaruzza, 2009: 611). Esto da cuenta de
la multiformidad en los mismos orígenes de la corriente, característica que
perduraría por varias décadas.
Esta comunidad
letrada nacionalista de derecha en sus inicios ha vislumbrado críticamente el
disfraz de la democracia liberal que encubría a la república oligárquica,
también combatieron el positivismo y el materialismo que apuntalaban la república-granero
del mundo y ellos fueron quienes introdujeron la denuncia antiimperialista.
Respecto a la faceta cultural, el revisionismo siguió considerando que la
historia la hacen los individuos aunque hubiera cambiado los héroes por otros
(Grüner, 2012: 9-11).
Este panorama
inicial se encontró con nuevos desafíos políticos desde el golpe de estado de
1943 y la aparición en la escena política de Juan Domingo Perón.
III. Nacionalismo y
peronismo: Alianzas y oposiciones.
Los nacionalistas
vieron con beneplácito el golpe de Estado de 1943 y fue una oportunidad para
que algunos de sus intelectuales incursionaran en puestos de gestión. Así
fueron nombrados, entre otros, Gustavo Martínez Zuviría en el Ministerio de
Educación, Tomás Casares en la Universidad de Buenos Aires, Jordán Bruno Genta
en la Universidad del Litoral, José Ignacio Olmedo en el Consejo Nacional de
Educación y Mario Amadeo como asesor de Relaciones Exteriores. Otro motivo para
la esperanza de una restauración nacionalista era que, los militares en el
poder tenían la intención de acercarse a la Iglesia Católica para neutralizar
la oposición (Berazza, 2005: 33).
El golpe de 1943
permite que el antiliberalismo católico militante tuviera un lugar en el estado
de mayor influencia. Frente al desorden liberal y las propuestas socialistas y
comunistas, el ideal era construir el Reino de Dios construyendo una nueva Argentina
que rechace el ateísmo, el imperialismo del dinero y al consumismo (Mallimacci,
2011: 43).
No obstante, las
esperanzas del grupo comenzaron a decaer cuando notaron que la logia secreta de
los oficiales del ejército, el GOU, era quien movía los hilos del poder vetando
designaciones. Los nacionalistas no eran más que meros auxiliares. La piedra de
toque en su relación con el gobierno de facto fue la cuestión de la neutralidad
frente a la Segunda Guerra Mundial. Las presiones de Estados Unidos
determinaron que el Presidente Ramírez rompiera relaciones con el Eje además de
disolver los partidos y agrupaciones nacionalistas. Ante esta medida, los
nacionalistas que estaban en el poder presentaron la renuncia a sus cargos
(Berazza, 2005: 43-44).En este clima de conflicto político, es que asume
general Farrel como presidente y aparece la figura de Juan Domingo Perón como
director del Departamento Nacional del Trabajo.
El acrecentamiento
de la adhesión a Perón suscitó distintas lecturas en el mismo seno del
nacionalismo ya que algunos lo consideraban como la forma posible del
nacionalismo en la Argentina, otros manifestaban su encono personal a Perón
pero entendían al pueblo peronista y finalmente, quienes creían que la
agrupación política Alianza Nacionalista podría tener un lugar en un eventual
Frente Peronista. En las elecciones de 1946, los nacionalistas se vieron
despojados de sus banderas ya que las levantaba Perón. Una vez, éste en el
poder, muchos se incorporaron al nuevo régimen, otros se mantuvieron fuera con
planteos idealistas. Este sector crítico veía al gobierno de Perón como un continuismo
de la política del régimen liberal. Esta opción refractaria se disolvió como
opción política partidaria (Berazza, 2005: 57-62).
Como en otros
momentos de la historia, los nacionalistas participaron de la cosa pública a
través del apoyo crítico o de la denuncia en medios periodísticos como Balcón
(continuación de Nuestro Tiempo) de Julio Meinvielle, fundado en
1946. En el inicio del nuevo gobierno, miró con esperanza el momento de
concordia de los argentinos. Pero luego, ante la ratificación del Acta de
Chapultepec, Meinvielle llegó a ver al peronismo como en la antípoda de la
Revolución nacional.
El mismo Meinvielle
tendrá una nueva tribuna en Presencia, a partir de 1948.
“En el
campo de la política nacional, Meinvielle se proponía una tarea cuasi imposible
en aquellos momentos: analizar el fenómeno peronista por fuera de la dicotomía
creada en 1945 peronismo- antiperonismo. En tal sentido, Meinvielle reconocía
los aciertos de Perón al no prestarse al juego del capitalismo internacional
(…); la preocupación del gobierno por aumentar el nivel de vida de la masa
asalariada del país y la adecuación del proyecto de Perón a la tradición del
Occidente cristiano” (Berazza, 2005: 65-66).
Pero aun
reconociendo esos aciertos, en 1949 publicó una editorial en la que afirmaba
que el énfasis puesto por Perón en reivindicar a los obreros conduciría al
comunismo clasista. Ésta crítica, sumada a la detracción a la megalomanía,
demagogia y autoritarismo del líder peronista, fueron orientando al
nacionalismo al lugar de la franca oposición. El conflicto con la Iglesia en
1954, selló finalmente la distancia ante el Régimen para comenzar entonces a
participar en las conspiraciones que condujeron al golpe de estado de 1955.
IV. El periodismo
nacionalista como actor en los 60
En los años de la
proscripción del peronismo, los nacionalistas tuvieron una activa participación
en el periodismo, con una gran cantidad de lectores. Marcelo Sánchez Sorondo
creó en 1956 Azul y Blanco que llegó a tener una tirada de 150. 000
ejemplares. Galván (2013) describe la tradición ideológica de la publicación
como de derecha, anticomunista, autoritaria, corporativista y expone ideas del revisionismo
histórico, catolicismo, elitismo, y el antiimperialismo.
La retórica
nacionalista, la crítica a la política de censura y represión de la Libertadora
convirtió en lectura recomendada para los sectores peronistas. En 1958, Ricardo
Curutchet asume como secretario de redacción. En 1960, tras un frustrado
intento de fundar un partido político, Azul y Blanco sufre un quiebre interno
que lleva a que se transforme en Segunda República. Por las fuertes
críticas al presidente Guido como así también a los militares, el semanario fue
clausurado. Sus responsables editoriales, Sánchez Sorondo y Curutchet, fueron
encarcelados en 1963 (Berazza, 2005: 134).
En 1966, con la
dirección de Curutchet, la edición de Díaz Vieyra y la colaboración del joven
Juan Abal Medina como secretario de redacción, vuelve a editarse Azul y
Blanco. Al principio del gobierno de Onganía, Azul y Blanco vio con
buenos ojos la cruzada anticomunista y la proclamación de una nación católica,
pero luego notaron que la gestión de Krieger Vasena fomentaba medidas
modernizadoras antinacionales. Durante el onganiato, el semanario sufre
dos clausuras más, una en 1967 y la definitiva en 1969.
Para
este entonces, el semanario había logrado captar la atención de jóvenes
intelectuales, hijos de nacionalistas. Además se
mantuvo cercano al público peronista a los largo de los años por sus denuncias
a los fusilamientos de José León Suárez, denuncias contra las inhabilitaciones
y despidos a profesores peronistas en la universidad y contra el
encarcelamiento de líderes sindicales; también por el apoyo a las
movilizaciones obreras contra las medidas liberales de Frondizi y los
llamamientos para levantar la proscripción peronista (Galván, 2013:41).
Ricardo Curutchet
representaba el sector más refractario a relacionarse con el peronismo y decide
separarse del grupo de Sánchez Sorondo para iniciar su propio proyecto
editorial Tiempo Político en 1970. En sus páginas escribieron
Leonardo Castellani, Julio Meinvielle. El lema era “Por la Nación, contra el
caos” y su intención era publicar las ideas del verdadero nacionalismo del que
está excluída cualquier infiltración marxista. La publicación desapareció pero
dejó el lugar a otra también breve carrera Vísperas que pretendía evitar
que el peronismo los fagocite (Berazza, 2005: 287-289).
Ya en 1973, ocho
días antes de la asunción de Héctor Cámpora como presidente, inicia Curutchet
la revista Cabildo. Por la Nación contra el caos. Como en otros
momentos, ponían su esperanza en un gobierno militar que restableciera el orden
y pusiera en práctica sus propuestas. Saborido (2011) resume las ideas de la revista
en un teísmo político que tiene como modelo el orden medieval, el desprecio por
la razón moderna y la crítica al liberalismo y la democracia.
En su número 1
llama a la militancia del movimiento nacionalista autónomo como prefiguración
de un orden nuevo que siga los pasos de generaciones puestas tras una fe común
con el fin de “recuperar la dignidad que tuvieron en los momentos cenitales de nuestra
historia, concretamente, cuando la federación de Juan Manuel de Rosas”.
En los números siguientes,
se dedican a atacar los sucesivos gobiernos peronistas de Cámpora, Lastiri y
Perón e incluso a la conformación del movimiento.
Para empezar, hace
una diferenciación en el seno del movimiento entre el viejo peronismo que
respeta los ideales nacionales y el nuevo peronismo con afinidades
socialistas. Por una parte, denosta la conformación del frente que lleva
Cámpora como candidato. Lo ve al FREJULI (Frente Justicialista de Liberación)
como un “intento gatopardista”.
Luego, con motivo del triunfo de Cámpora afirma que “es el viejo peronismo el
vencedor absoluto en la lid electoral”.
Y en contrapartida, critica a aquello en lo que se convirtió: “de
multitudinaria encarnación de lo nacional y popular hace tres décadas, se
aviene hoy a apañar y hasta estimular, en el gobierno, su propia
marxistización”.
Esta diferencia se convierte en profunda hendidura que llega a exponerse
crudamente en la esfera pública “de aquellos polvos de la heterogeneidad (ahora
se le llama pluralismo) estos lodos de la incongruencia”. Cabildo
amonesta semejante contradicción dentro del mismo peronismo y afirma que
“está en crisis”.
En ese estado de
crisis, “el partido electoralmente vencedor no es de suyo garantía suficiente
de orden ni, mucho menos, de paz”.
Ante el ideal de nación inmutable, el peronismo del 73 es sólo un aval al caos.
Asimismo, minimiza al movimiento como algo contingente frente a la superioridad
de la patria. “El peronismo, fraseología o estado de ánimo, ideología o
doctrina, movimiento o partido, es simple, circunstancial y accesorio. El todo,
permanente e inmutable, llámase Argentina”.
De esta manera, trata de romper el lazo de identificación que hizo el
peronismo, entre su movimiento y los intereses de la patria.
En lo que hace a
Perón como Conductor del movimiento, reconoce el innegable y masivo apoyo que
le merecen las bases; “es el líder de un movimiento que se pretende nacional y
que ciertamente recibe su más decisivo aporte en ese sentido de su sustrato
social (la clase obrera criolla)”.
Por otro lado, sólo le adjudica una pretensión de nacional, para seguir
marcando la distancia del verdadero nacionalismo, del cual es portador Cabildo.
A
su vez, le adjudican ciertas notas negativas como un actuar político
acomodaticio. “El pragmatismo del viejo caudillo – actitud que puede
caracterizarse como un incesante estar “a la hora de ahora” en materia política
– conduce a que sus textos sean contradictorios y aun se nieguen entre ellos”. Estas
afirmaciones se hacen antes del retorno al gobierno de Perón. Ya manifestada la
escisión entre la burocracia y la juventud peronista, el nacionalismo juzga que
hay una merma en su capacidad de conducir el movimiento.
“Un
hombre cuyo liderazgo, otrora innegable, sobrevive a su lógico y visible
decaimiento sólo merced a la estulticia y el conformismo desplegados a lo largo
de 18 años por el resto de la sociedad política argentina. Y cuyas personales
posibilidades fácticas él mismo tuvo la honradez de declarar agotadas, cuando
anunció a su regreso que volvía”.
Cabildo, usa
la estrategia de minimizar la capacidad del oponente, ya que considera que
logra su poder sólo porque el resto del arco opositor no ha planteado opciones.
Aún cuando las elecciones se han realizado con normalidad en septiembre,
considera que no hay nada que festejar para la patria, puesto que sigue son su
rumbo perdido en manos del peronismo: “…aquí no concluye ni empieza nada; todo
sigue igual que antes, sólo que mucho peor porque está más cerca del
despeñadero”.
A otro nivel del
movimiento, el de las organizaciones militantes, merece en el tratamiento
discursivo una especial animosidad.
El alto grado de
movilización de la juventud peronista en apoyo a Cámpora es para el
nacionalismo una de las muestras de este peronismo que desatiende al peronismo
histórico. “El régimen de Cámpora es una expresión de un frentismo
marxistizado, el cual es opuesto al peronismo folklórico del 46”. Ese
peronismo folklórico se caracteriza por la presencia sindical y una fuerte
adhesión en las masas más empobrecidas. Cabildo no comprende ni acepta
los nuevos rostros que entonan en el 73 el nombre de Perón. “Muchedumbre
ideologizada hasta los tuétanos, mucho más procedente de la clase media
revolucionaria que del proletariado sumergido, de los institutos universitarios
que de fábricas y talleres, de los barrios burgueses que de circunscripciones
obreras”.
Esos nuevos rostros son rotulados como una especie de credo opuesto a la
profesión de fe nacionalista, son “desembozados portadores del nuevo evangelio
de redención, sea en la versión de Marx, de Trotsky, de Mao o en la bulgata (sic)
del Che”.
Esta crítica la remarca respecto de las organizaciones armadas, a cuyos
integrantes califica de “líricos y probablemente sinceros redentores de la
humanidad”.
Al parecer, para Cabildo es una batalla religiosa, entre dos credos que
proponen dos tipos distintos de redención.
Se califica a las
organizaciones militantes peronistas revolucionarias de extranjerizantes. Se
argumenta que Perón deja como documento que las inspira La hora de los
pueblos (1968), en la que plantea su acepción de socialismo
nacional. “Quedan englobados en su concepto de ‘socialismo nacional y
humanista’ tanto el régimen chino, al que alude expresamente en el libro
citado, como los sistemas escandinavos, citados como ejemplo en ocasión de su
regreso al país… lo único que queda definitivamente excluído es el sistema del
comunismo ruso”.
Esos militantes actúan en la esfera pública local como “instructores o veedores
extranjeros”
de un socialismo que de ninguna manera podría llegar a ser nacional.
La otra
caracterización que se hace de estas organizaciones militantes, sobre todo
juveniles, que se manifiestan masivamente en las calles, es de ser portadoras
de odio y de guerra. En ese sentido marca nuevamente la diferencia con el
peronismo histórico: “Las juventudes peronistas – tan distintas a las del 17 de
octubre”.
Esta calificación permanece a lo largo de todo el año, y se agudiza cuando
Cámpora designa a Puigross como rector de la Universidad de Buenos Aires y a
Jorge Taiana como ministro de educación.
“El
gobierno de Cámpora había logrado desconcertar a la inmensa mayoría de sus
electores y tender sobre la totalidad del país, la amenaza de un régimen o de
un estilo de vida cívica no querido por nadie, excepto por las pequeñas
camarillas de advenedizos a las que conscientemente o no, había otorgado un
papel decisorio en especial en el orden de la cultura y educación pública”.
El enunciador de Cabildo
observa con estupor en este contexto como “las mesnadas estudiantiles, ya
lavado su cerebro, lavaran también las paredes, dinteles y columnas infamadas
por tanto destemplado borrón de odio y guerra”.
Alude a las formas de intervención en la esfera pública de las organizaciones
estudiantiles que no solo comunican a través de la toma territorial de los
espacios callejeros, sino también a través de los grafittis.
Más, tarde en plena
campaña de la fórmula Perón-Perón, Cabildo cronica, secuestros,
extorsiones, atentados
y motines en cárceles en diferentes provincias argentinas. Ante esta situación
acusa que: “los hechos violentos son auténticas expresiones de la ‘juventud
maravillosa’ con que se llenan la boca los demagogos de todos los partidos, los
curas del tercer mundo…”.
Se hace mención
aquí, entre sus enemigos, a los integrantes del Movimiento de sacerdotes para
el Tercer Mundo, quienes en Buenos Aires adhirieron a los ideales peronistas.
El pueblo peronista
es definido con metáforas zoológicas, “masas rebañegas” o “domesticadas
reses modernas”. También es caracterizado como ajeno al verdadero sentido de
la nación. “Un pueblo donde impera el hombre encastillado en la mezquina y ruin
soberanía, ese puro individuo desconectado de la sociedad en que nace y por
tanto, ajeno al destino histórico de la misma”.
De este modo, se desmerece el concepto de soberanía, del poder que reside en el
pueblo. Esto es coherente con la idea aristocrática de poder que este
nacionalismo sostiene. Se insiste, además, en que sólo por la aprehensión de la
verdadera cultura el pueblo podría abandonar su estado de cosificación. “Los
hombres reivindican su dignidad y dejan de ser ‘cosas utilizables’. Se
congregan en un pueblo jerarquizado, responsable y solidario en torno al bien
común”.
En ese momento, bajo el poder del peronismo, el pueblo ya no es solo un animal
conducido, ahora es considerado un objeto bajo fines utilitarios. Se hace
presente el ideal deseable de una organización política jerarquizada en la
cual el pueblo está en la base pero la soberanía reside en una aristocracia que
sabe lo que es necesario. Mediante la educación el pueblo debe reconocer la
sublime patria.
Por su prédica
antidemocrática Cabildo fue clausurada durante el gobierno de María
Estela Martínez de Perón. Reaparecería más tarde en 1976, en la atmósfera
política de la dictadura, más apta para su prédica. Pero esa etapa excede las
pretensiones de este ensayo.
VI. Conclusión
La revista Cabildo,
en su año inaugural, perfila sus principios programáticos, los cuales
coinciden con la línea dura del nacionalismo. La importancia de este
grupo cultural y de ideas políticas radica en el papel de interlocutor que ha
tenido a lo largo de décadas del siglo XX con la política argentina y que sus
postulados se mixturaron con otras expresiones políticas como el peronismo o
con programas de organizaciones armadas o se convirtieron en fundamento para
instaurar regímenes de facto. Otra herencia es el debate sobre el revisionismo
ya que la lectura de la historia sigue siendo motivo de disputa a la hora de
mirar el pasado para construir políticamente el presente.
Por otra parte,
mirando líneas de continuidad con el presente, puede verse como se ha descalificado
a la versión del peronismo más reciente en el poder afirmando que tenía un
discurso de odio y que ha entregado al país en un caos y desorden. Otra idea,
que permanece en el presente, es la de inferiorizar al pueblo usando motes
denigratorios. Como en el caso de la criminalización de la pobreza.
Este trabajo espera
haber sido un aporte a pensar la relación entre los medios de comunicación y la
construcción de representaciones sobre la cosa pública.
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