RESUMEN
Los resultados que se exponen
constituyen testimonio del hecho real de que el líder histórico de la
Revolución Cubana deviene como uno de sus mejores ideólogos conceptivos, en
este caso respecto al crucial tema del sujeto político y su capacidad hegemónica.
Su objetivo fue el de introducir una interpretación generalizadora sobre la
singularidad con que Fidel pensó el tema tras enero de 1959. La metodología
empleada giró en torno al método de análisis de fuentes documentales y
bibliográficas y su síntesis teórica, acompañado del empleo
dialéctico-materialista de los métodos de la elevación de lo abstracto a lo
concreto y el de la unidad de lo histórico y lo lógico, sobre cuya base el
autor realizó un ejercicio hermenéutico. Los resultados ofrecen una
consideración acerca de la comprensión fidelista de las categorías involucradas
en el título, leídas desde su propio modo de pensar (y de hacer) sobre el
asunto, en tanto esta terminología está en su inteligencia como contenido pero
no verbalizada en su discurso. Arriba a la conclusión de que la comprensión fidelista
acerca del desarrollo de la capacidad política e ideológica revolucionaria
popular -modo de entender la producción de hegemonía revolucionaria por el
pueblo con un incuestionable sentido del momento histórico- funciona, desde su
propio discurso, como referente para la valoración crítica y la incitación
político-práctica hacia la profundización del desarrollo cultural del pueblo
como una constante histórica, convencido de la importancia, a esos fines, de
recrear continuamente la vanguardia político-cultural.
Palabras claves:
pueblo, vanguardia
político-cultural, sujeto
político colectivo masivo, capacidad política e ideológica revolucionaria,
desarrollo cultural del pueblo
ABSTRACT
The results
exposed in this essay show Cuban revolution historical leader as its best
ideologist of political subject and his hegemonic ability.
Essay’s goal
is to bring a general interpretation of Fidel Castro’s singular thought after
January, 1959. Document and bibliographic sources as well as theoretical
synthesis were used. The result is an approach to how Castro understands
categories involved in the title. The way revolutionary, ideological and
political ability develops affects the deepening of popular cultural
development. In that sense is that Castro assume the importance of constant
reproduction of political and cultural vanguard.
Título: Fidel Castro:
lecturas en claves de construcción del sujeto político y de hegemonía política.
Autor: Dr. C. Camilo Rodríguez
Noriega[1]
MSc. Alina Domínguez Rosa
Introducción
La problemática del
sujeto y de la producción de hegemonía son centrales en los estudios políticos,
al menos desde determinadas perspectivas teóricas y politológicas y ocupan un lugar
central para los proyectos de transformación social. El
desarrollo teórico de estos asuntos, se asienta, al menos, en dos
fuentes fundamentales, articuladas entre sí: a).- la indagación de su
emergencia y conformación en el fluir de la actividad político-práctica en las
circunstancias histórico-concretas y b).- la pesquisa en el pensamiento
político que guía los diversos procesos sociales[3].
El pensamiento de Fidel
Castro es, al mismo
tiempo, contextual y abierto al decursar de la historia. Estudiarlo constituye
una necesidad de carácter teórico y práctico que excluye cualquier
fundamentalismo ahistórico que traicionaría su propio espíritu. Respecto a la
importancia de investigarlo ha precisado el investigador cubano Miguel Limia
David:
Es imprescindible
generalizar cuidadosamente y con riguroso enfoque marxista el pensamiento
estratégico de la Revolución Cubana. No se le puede convertir en el conjunto de
citas citables. No se puede trabajar sobre la base de la acumulación de
discursos para ver cuál cita conviene al momento actual. Hay que conceptualizar
el pensamiento para entender cuál es su fondo ontológico, cuál es su
significado epistemológico, ideológico, particularmente en su expresión
ideológica más acabada: el fidelismo. No se puede convertir a Fidel en un
conjunto de citas; no se le puede matar el núcleo dialéctico de ese pensamiento
porque entonces fallece, valga la redundancia, lo estratégico. (Limia, 2009).
Es esta la pretensión de
este trabajo, cuyo objetivo no rebasa la intención de introducir una interpretación generalizadora
sobre la singularidad con que Fidel pensó el tema del sujeto de la Revolución y
de su capacidad para producir hegemonía política revolucionaria, tras enero de
1959.
Lo hace consciente de que estos conceptos -propios de la filosofía política,
con una rica trayectoria de aprehensión por el pensamiento marxista y
leninista, con exponentes excepcionales como Antonio Gramsci si de rigor semántico se trata-
están presentes, por su contenido, en el pensamiento y discurso político de
Fidel[5],
uno de los principales ideólogos conceptivos de la Revolución Cubana. Y eso
sucede aún cuando en líder cubano es casi imposible encontrar el enunciado
literal de dichos conceptos.
El contenido que se
expone procura la mayor objetividad posible en el marco de un ejercicio
hermeneútico de carácter científico que, como es comprometido políticamente con
la causa de Fidel, está altamente persuadido de la importancia de ser
respetuoso de su pensamiento y responsable del resultado que se presenta.
En todo caso, es ésta no
más que una modesta contribución en la inaplazable tarea colectiva de calar la
profundidad de su pensamiento para practicarlo críticamente en su plenitud,
consciente y consecuentemente; para hacerlo permanente guía y compañero de
viaje, en la escabrosa y noble marcha hacia el porvenir de la Revolución; de
las revoluciones.
El estudio permitió
constatar la comprensión por Fidel de que la sociedad cubana que entra a la
Revolución tras el primero de enero de 1959, para hacerse realidad en ideales y
realizaciones prácticas emancipadoras, debía resolver la contradicción
dialéctica entre las actitudes-aptitudes culturales que se hacían evidentes en
el pueblo y las que demandaban el indispensable protagonismo popular que la
Revolución exigió en cada momento y para su curso progresivo. Fidel entendió la
necesidad de superar la “…paradoja entre lo que el pueblo está dispuesto a
hacer y la ignorancia en que el pueblo vive…” (Castro, 1959m:2).
Se planteó ante sí la
continuidad de solución de un sustancial problema de todo proceso de
transformación revolucionaria: el problema del sujeto, que sabía necesario como
hecho de masas[6], toda vez que
entiende a la Revolución como democracia representada en “…el derecho real de
ser pueblo constituido en poder revolucionario” (Castro, 1965:b), a sabiendas
de que haber conquistado las riendas de las instituciones del poder político
constituía solo la oportunidad de trabajar para empezar a crear el bienestar y
asegurar el porvenir. Ahí coloca Fidel el sentido ético del nuevo estado y, en
general, de todas las instituciones revolucionarias, haciéndolo depender de la
producción social del sujeto político necesario.
Se denota una visión a
profundidad de este asunto que le permitió comprender el imperativo de
trascender el papel del entusiasmo de masas que trae el triunfo inicial. Ve
necesario ir más allá para la producción de esa fuerza combativa y creativa que
como necesidad interna impulsara su involucramiento en el proceso
revolucionario[7]. De ahí que apuntara tempranamente:
“…¡Porque cada cubano y cada cubana debe saber que donde la Revolución debe ser
fuerte es no solo en la simpatía, no solo en la emoción, sino sobre todo en la
conciencia de cada cubano! (Castro, 1959q:19-20). Comprende que solo el desarrollo
cultural popular, involucrado en el quehacer práctico y teórico revolucionario
podía enriquecer la función política del entusiasmo al aportar capacidades para
la apropiación colectiva de las funciones públicas, para las transformación del
tipo de necesidades acumuladas y la realización de las tareas que emanaban,
como nuevo sentido de la política, de la propia naturaleza de la Revolución.
Entrevé así entre entusiasmo revolucionario y desarrollo cultural
complementación superadora necesaria en la producción del sujeto necesario.
Dentro del necesario del
desarrollo cultural del pueblo visibilizó con primacía el progreso de la
conciencia y de la cultura política revolucionarias, concepto cuya génesis se
localiza desde antes del asalto al Cuartel Moncada. Lo hace desde las nuevas
tareas revolucionarias, convencido de la importancia del aprendizaje de cada
día para adquirir práctica revolucionaria y al mismo tiempo procurar el
desarrollo pleno de todas las potencialidades culturales del pueblo, convencido
de que “Ver claro es salvar la nación, ver claro es salvar al pueblo, y de ahí
nuestra obligación de ver claro y…que nuestros enemigos vean que estamos viendo
claro” (Castro, 1959o:3-4)[8]. Convicción
que en el discurso público continuará elaborando hasta expresarla
explícitamente, en el año 2000, como necesidad de que sea la conciencia de la
nación la que decida y mande (Castro, 2000b). De ahí que, consciente de que
“…los conocimientos por adquirir, en muchas ocasiones son conocimientos por
investigar…”(Castro, 1959o:12) advierta desde temprano:
La clase obrera tiene
por delante toda una ciencia en política y en economía que estudiar…Aprender,
para ser cada día más soldado consciente y más constructor consciente del
socialismo, y en la seguridad de que cuanto más aprende mayor será su
entusiasmo, mayor será su orgullo, mayor será su comprensión del papel
histórico que está jugando en su patria y en América, mayor será su
satisfacción (Castro, 1961d:8)[9].
La conversión del pueblo
en sujeto político suponía en primer lugar el desarrollo de la capacidad
colectiva de “…pensar como obreros por encima de todo… pensar como campesinos
por encima de todo…pensar como cubanos por encima de todo” (Castro, 1959o:10).
Por ello instaba a “…llegar…a conocer la estructura del pueblo, de qué está
compuesto el pueblo, a qué se dedica cada ciudadano” (Castro, 1968a:7), como
vía de reconocimiento sociológico-político de carácter histórico-concreto de un
real-potencial sujeto que debía ponerse a tono con su misión política revolucionaria.
Es la comprensión del carácter histórico y continuo de la producción del
sujeto. Reconoce y advierte: “…hay que llevar a esa masa hacia la revolución… por etapas…”(Castro, 1985a:164), con lo que subraya que
si bien en la práctica
no existe un sujeto más allá de la relación histórica en que se inscribe es posible moverlo de esos límites.
Para avanzar en la
realización de ese propósito avizoró que los intereses clasistas y patrióticos
-ajenos a todo fanatismo y chovinismo- devenían primer agarre y amarre político
de fortaleza para reacomodar los desfasajes de partida entre derecho,
desarrollo cultural y estructura económica que la Revolución debía superar como
temprano y decisivo reto.
En este empeño
identifica como imprescindible la continua identificación y gestación histórica
de una vanguardia político-cultural revolucionaria en el seno del pueblo
(nótese que no se trata de vanguardia solo en el estricto sentido político), percepción decisiva en términos de
la construcción del sujeto. Ve en ella el factor clave de articulación de la
unidad político social nacional, solo posible como proceso de coeducación a partir del
ejemplo movilizador y desarrollador de esa vanguardia, por lo que no descuida
su formación integral y la pondera como decisiva[10].
Sin embargo piensa, al
sujeto, en su carácter revolucionario, solo posible en su constitución e
integración colectiva masiva, entendido como mayoría popular, no como suma de
individuos revolucionarios. En consecuencia jerarquiza la significación de la
fusión de pueblo sin desestimar el extraordinario significado de la interacción
entre revolucionarios que expresa la vitalidad de la vanguardia
político-cultural, que está lejos de reducir a los dirigentes, aunque subraye
el carácter dirigente colectivo de esa vanguardia. Su concepción del sujeto
hace dialogar esa vanguardia con el resto de la masa de hombres honestos, solo
excluyendo a los incorregiblemente contrarrevolucionarios. Analiza: “…Es posible que los hombres y las mujeres que tengan una
actitud realmente revolucionaria ante la realidad no constituyan el sector
mayoritario de la población; los revolucionarios son la vanguardia del pueblo,
pero los revolucionarios deben aspirar a que marche junto a ellos todo el
pueblo; la Revolución no puede renunciar a que todos los hombres y mujeres
honestos…marchen junto a ella; la Revolución debe aspirar a que todo el que
tenga dudas se convierta en revolucionario…” (Castro, 1961b:9)[11].
Esa mayoría[12]
como sujeto político revolucionario no la percibe homogénea en el desarrollo de
su conciencia y cultura política revolucionaria. La construcción del sujeto la
percibe como una constante histórica porque sabe que es movimiento histórico.
Cualitativamente no existe el sujeto definitivo, para todos los tiempos. Y es
este un asunto que considera crucial para toda revolución en su devenir.
Del estudio de su
discurso se denota que el desarrollo de la conciencia y la cultura política
revolucionarias a un nivel colectivo masivo devino históricamente mediadora y
vital para la constitución del sujeto a partir de la progresiva solución de la
contradicción objetiva de la sociedad cubana ya apuntada entre las
actitudes-aptitudes culturales que se hacían evidentes en el pueblo y las que
demandaban el indispensable protagonismo popular que la Revolución exigió en
cada momento y para su curso progresivo. Fidel comprende que esta
contradicción se recrea históricamente en el empeño de superación dialéctica
inmanente al propio proceso revolucionario. Por eso hace importante medio de
lucha de la ligazón entre el diálogo permanente con el pueblo, la crítica
revolucionaria explícita y orientadora y la permanente convocatoria, que sabe
fundamentar históricamente de modo excelente y persuasivo. Sabe que es una vía
de recrear la energía revolucionaria colectiva para “…mediante un esfuerzo de
conciencia y opinión ir marchando por el camino que tenemos que marchar…”
(Castro, 1959m:19)[13].
Todo ello lo piensa
inmerso junto al pueblo en el ambiente de heroísmo que cubre todo el proceso
revolucionario, consciente de que resulta imprescindible “…preparar su espíritu
para una lucha larga…”(Castro, 1960c:4)[14]. Característica esta a estimar como
condición del profundo esfuerzo creador que sabe necesario para asegurar la
posibilidad misma de realización de la Revolución, lo que Fidel focaliza desde
el protagonismo popular, no sin cierta dosis de paternalismo que a la postre se
evidenció relativamente contradictoria para la construcción socialista y la
propia formación del sujeto político, pero que en todo caso es menester enfocar
desde su condicionamiento histórico[15] .
Pero lo fundamental es
que, como Martí y Lenin, insiste en cultivar la inteligencia, junto a la virtud
del tesón en el quehacer silencioso de todos los días. Lo hace, a sabiendas de
que “....el porvenir de nuestro pueblo está en la cultura y… el problema de la
defensa de la patria no está en un cuartelito…”(Castro,1960a:5). Ve que el
desarrollo cultural popular debía atenerse a una realidad: “Nosotros tenemos
delante dos grandes tareas: una, defender la Revolución; otra, hacer avanzar la
Revolución. Por eso, lo que mejor simbolizaría este minuto, esta etapa, es la
idea de un hombre trabajando con el rifle al lado. Es decir que no podemos
abandonar ni el rifle, ni el trabajo” (Castro, 1960c:1).
En su criterio se
trataba, a la vez, de dos frentes de igual importancia estratégica, cuyas
calidades se entrecruzaban. En ambos casos el enemigo fundamental a vencer por
Revolución se constituyó esencialmente por el acoplamiento entre subdesarrollo,
agresión imperialista y carencias culturales para el cambio revolucionario de
la situación. Se impusieron en la práctica inobjetables cruces de jerarquías a
la agenda política revolucionaria[16].
Fidel reconocía
tempranamente e intuía para el futuro: “No es fácil a veces conciliar estas dos
actitudes, porque hay ocasiones en que sentimos más necesidad y hasta más
deseos de empuñar el rifle…sobre todo cuando estamos dedicados al trabajo nos
invade a veces a todos, tanto a nosotros como a cada uno de los ciudadanos, esa
sensación de que lo que estamos haciendo…nos la puedan destruir en algún
momento. Nos invade además esa tristeza de pensar que tengamos que quitarle
energía a la obra que estamos realizando, que tengamos que quitarle recursos y
tiempo a la obra que estamos realizando, para tener que dedicarlos a combatir a
los enemigos de esta obra…” (Castro,1960c:1).
El líder cubano percibe
entonces que para la construcción del nuevo sujeto político, como ente
colectivo masivo, resultaba imprescindible una orientación política del
desarrollo cultural del pueblo a tono con la integralidad entre las finalidades
y los condicionamientos objetivos que el propio hecho revolucionario heredaba e
incorporaba procesalmente en cada contexto. Al respecto apuntaba: “Es muy
necesario que el pueblo no olvide nunca ninguno de los dos aspectos del
problema. El pueblo no puede nunca bajar la guardia, ni el pueblo puede nunca
abandonar su tarea creadora, porque esos son los caminos que nos conducen,
definitivamente, al triunfo” (Castro, 1966e: 6)[17].
Ese tono está presente
en todo el discurrir de su reflexión sobre el desarrollo cultural del pueblo
para su comportamiento como sujeto político revolucionario, caracterizada por
la búsqueda de la unidad coherente entre los sentimientos, los pensamientos y
los actos del pueblo y sus dirigentes en relación con la realización y fines de
la obra revolucionaria y el combate a sus enemigos.
Búsqueda que sucede como
parte del avance de un proceso que Fidel interpreta, ante todo, como siembra de
ideas, formación de conciencia[18] y esfuerzo propio para producir las
transformaciones que permitan alcanzar la “…aspiración de justicia social
dentro de la más plena libertad y el más absoluto respeto a los derechos
humanos…”(Castro, 1959f: 8). Justicia que entiende como camino, en tanto pueblo
libre, al progreso en el orden moral, espiritual en general y también material,
liberado de la enajenación sobre los bienes que se crean colectivamente. Por
tanto, justicia social coligada con la naturaleza no explotadora del socialismo,
en tanto condición para el crecimiento humano y practicada en el ordenamiento
legal y político de la sociedad, la igualdad social -en determinado momento
entendida como igualitarismo(Castro, 1968b:14)- a través de políticas
universales y de beneficio a los más desprotegidos, la correlación
deber-derecho-oportunidades, la igual estimación de la condición humana en
todas las personas, la distribución asegurada de los bienes básicos, etc.
Concepción de justicia en la que Fidel sintetiza la calidad cultural de la
Revolución Cubana como proceso político y el interés general en relación con el
desarrollo cultural del pueblo, toda vez que para él, como para Martí y la
legítima tradición marxista-leninista: “La cultura empieza por poner al hombre
en el centro, el objetivo del esfuerzo…”(Castro, 1972: 6) y tiene su fundamento
en la obra de justicia social al convertirse esta en fuente primaria de afirmación,
estabilidad y progreso del nuevo orden social y del pueblo y el hombre nuevos[19].
Esta comprensión fidelista
acerca de la calidad cultural de la Revolución condiciona y otorga sentido a su
esfuerzo por discernir objetivamente soluciones en torno a la tensión
práctico-espiritual asociada a la búsqueda de correlación óptima entre la
satisfacción de la necesidad histórica de jerarquizar la orientación del
desarrollo cultural del pueblo hacia la preparación para las tareas
constructivas (políticas, económicas, sociales, espirituales) de la nueva
sociedad, por una parte y por otra -y al mismo tiempo- la de no cejar en el
fomento de la capacidad cultural para asumir las tareas asociadas a la defensa
de la Patria y la Revolución. Para comprender la objetividad de dicha tensión
resulta imprescindible valuar la emponzoñada agresión imperialista múltiple
contra la Revolución Cubana desde 1959, a enfrentar en condiciones de secular
subdesarrollo en las vecindades geográficas con ese agresor, que es la primera
potencia capitalista mundial y enemigo histórico de la nación cubana.
La
singularidad de esta tensión en el caso cubano exige entender que si bien es cierto que las llamadas
tareas constructivas y defensivas propias del proceso revolucionario no son
estrictamente deslindables entre sí e incluyen las destructivas (Castro, 1961a:
15)[20], sí son analíticamente distinguibles.
Si en un sentido recto la construcción de las nuevas relaciones sociales lleva
implícita la necesidad de saber y poder defenderse, no necesariamente la
intensidad y extensión de esa capacidad defensiva tiene que comportarse en los
rangos y condiciones históricas que han sido característicos de la Revolución
Cubana. Una cosa es que toda revolución deba asegurar el desarrollo cultural de
su pueblo para asumir las tareas de la defensa y otra es que deba vivir con la
agitación permanente -cuya objetividad capta Fidel- de cómo distribuir de
manera óptima el tiempo, los recursos financieros, materiales y humanos con los
que se cuenta para asegurar, a la vez, no solo las fortalezas materiales en un
campo y otro, sino el desarrollo cultural del pueblo en ambas direcciones y con
similar intensidad.
Esa tensión práctico-espiritual que se
infiere de su discurso graba todo el tiempo en su subjetividad la búsqueda de
solución a la contradicción objetiva entre las actitudes-aptitudes culturales
que se hacían evidentes en el pueblo y las que demandaban el indispensable
protagonismo popular que la Revolución exigía en cada momento y para su curso
progresivo, como ya se ha precisado[21]. En suma, esa
sólida conexión entre la posibilidad del avance de la Revolución y la necesidad
de la preparación del sujeto colectivo masivo revolucionario fue y es posible
en Fidel dada la conjunción entre:
·
su comprensión
profunda y desdogmatizada del curso objetivo real del proceso revolucionario a
causa de las condiciones históricas y prácticas,
·
su constante
ocupación en pensar esa realidad desde una perspectiva política e ideológica
definida pero históricamente en movimiento, consciente que la Revolución solo
puede afirmarse desde una permanente interrogante acerca de su posibilidad
histórica, lo que Fidel convirtió en aguijón político y
·
ese legítimo
liderazgo que le permite colocar fines, objetivos y medios en la actividad
política revolucionaria -cualesquiera que sean las mediaciones al respecto- y
desde cuyo despliegue histórico- concreto se re-alimenta el pensamiento
fidelista, en un diálogo inacabable y fecundo con el pueblo.
Vale
colocar énfasis en ese diálogo con el pueblo que él regulariza en lo que
conceptualizó como método de relación y de consultas con la masa (Castro,
1961c: 3), uno de sus legados más importantes a la teoría y práctica política
revolucionarias, fundamento de cualquier concepción sobre participación
política en la construcción de una nueva sociedad. Método que sintetiza la
nueva calidad de la relación entre dirigentes y dirigidos, uncida todo el
tiempo por la necesidad de hacer la inversión política efectiva entre los
términos de la relación, convicción que revela en su consideración de la
política como “...el arte de servir al pueblo…” (Castro, 1959a: 12).
Para Fidel,
es en el despliegue de esa calidad política de la relación entre dirigentes y
dirigidos donde es menester hurgar para comprender la ontología de la
construcción de hegemonía política revolucionaria como expresión de una
relación entre sociedad civil y estado superadora de cualquier práctica
liberal. Es el tono que da Fidel acerca de esa de esa relación lo que convoca a
pensar y practicar un modo revolucionario de hacer dirección política de la
sociedad como síntesis articuladora entre sociedad civil y estado en la
transición socialista cubana.
Por eso la cuestión del
pueblo como sujeto se revela en él como una persistencia temática que se
consolida y contextualiza históricamente, toda vez que su pensamiento se
disciplina en el contexto de su movimiento histórico-concreto, como
consecuencia de que parte de su concentración político-práctica se localiza en
la búsqueda de soluciones, por la vía de ese desarrollo cultural masivo, a los
problemas de la construcción socialista. Y ello ocurre cualesquiera que sean
los énfasis históricos de la calidad política de desarrollo cultural que el
pensamiento del líder entrevé como demanda en cada período. Es decir, piensa la
Revolución en códigos culturales, no solo políticos y esos códigos culturales
los comide desde su calidad política.
En el decurso
revolucionario, esa calidad del enfoque crítico de Fidel se yergue no solo
sobre el pasado pre-revolucionario sino también sobre aspectos de la propia
traza cultural con que avanza el proceso, con lo que las tareas destructivas
revolucionarias se re-significan en el tiempo. Pero simultáneamente pondera
políticamente en su discurso los avances de la nueva cultura que en todos los
frentes se obtienen y los planteos del deber ser cultural revolucionario, en un
esfuerzo por asentar y orientar el desarrollo continuo de la capacidad política
e ideológica revolucionaria del pueblo para la construcción de la nueva
sociedad. Aporta pautas para la evaluación e impulso político-cultural de la
Revolución.
Como particularidad de
ese análisis histórico el examen que en su discurso político realiza acerca de
las actitudes-aptitudes culturales que se reclaman para las tareas defensivas,
tienen el matiz, en buena medida, de progresar sobre la base de una valoración
que apunta hacia el reconocimiento de lo inexpugnable de la Revolución en ese
frente, exhortando a profundizar en los avances que se logran. Sin embargo, al
explorar las actitudes-aptitudes asociadas a las tareas constructivas,
particularmente las de carácter económico, aunque no solo, fluye con mucho
énfasis la crítica a nuestras insuficiencias. Resulta asiduo su cuestionamiento
a los vicios que todavía predominan en la mentalidad y comportamiento
colectivos y que apuntan a preservar determinadas particularidades de la
cultura cubana del subdesarrollo, las que de una forma u otra pugnan por
permanecer y/o se recrean como consecuencia de ese combate entre la realidad a
superar para
salir del subdesarrollo,
los esfuerzos por hacerlo con esos mismos hombres y mujeres y el espoleo y estorbo
sistemático a esa lucha por varios factores como la inexperiencia en la construcción
socialista y, en
particular, la agresión imperialista múltiple, especialmente las singulares
consecuencias del bloqueo.
Entre esas mentalidades
y comportamientos anómalos hacia los que se perfila con bastante frecuencia la
crítica fidelista se pueden reseñar, a manera de ejemplo, los siguientes[22]:
·
Deficiente
disciplina y conducta laboral desordenada, favorecida por la falta de exigencia
y el paternalismo nacido de distorsiones en la vocación de justicia.
·
El desespero, el
formalismo, el arribismo, el golpe de efecto, el esnobismo. Asimismo, el
remedialismo -caracterizado por interrumpir el programa de una obra para ir a
realizar otras tareas no previstas- la precariedad estética, el triunfalismo,
el esquematismo, el conformismo, el lugar común como argumento. Pero también la
actitud acomodada, que espera a la solución que vendrá de otra parte.
·
La confusión del
resultado con el impacto inmediato, aunque luego se deba volver atrás, sin
explicarse debidamente por qué o aceptándolo tácitamente como parte de la nueva
normalidad.
·
La distorsión de
la solidaridad por el verticalismo que transparenta el deber como favor y
castiga el reclamo o, por el contrario, lo hace un modo de vivir.
·
La estimación
del criterio diferente como la segura inmediatez de una actitud disidente de la
que hay que desentenderse, junto a actitudes proclives al fanatismo, las que se
encierran en una sola manera de ver y hacer -y se hacen ahistóricas, se atascan,
confunden y trastornan- presentadas a veces a título de la militancia
revolucionaria, generando equívocos ideológicos y torpezas políticas.
Generalmente esto se implica con la búsqueda de la unanimidad como fin en sí
mismo.
·
La sustitución
del análisis mesurado de la situación por el consignismo o, por el contrario:
el intento de someter la acción política a la deliberación permanente.
·
La confusión de
la teoría con el teoricismo y de la práctica revolucionaria con el practicismo
u operativismo.
·
El sometimiento
al informe como sustituto de la realidad, aún en pugna con el espíritu
revolucionario por cuanto contiene la racionalización de las personas como
categorías y datos para dar cuentas supuestamente del estado de cosas reales.
El adormecimiento de la
opinión propia hasta tanto aparezca el referente de autoridad que le abra paso.
·
Las muestras de
aversión al trabajo social con negativas manifestaciones como la vagancia y el
ausentismo, la indolencia, la morosidad y el letargo de algunos en la solución
de los problemas sociales que forman parte de su deber.
·
La falta de
precisión y de regularidad en las actividades.
·
La desestimación
del carácter complejo y complicado del funcionamiento económico en las
condiciones cubanas y, en general, de la sociedad.
·
El copismo, que
forja la imitación y mata la creatividad y el espíritu del país.
·
m).- El
pancismo, que piensa al hombre simplemente como un ser de consumo, etc.
Mentalidades y
comportamientos todos que el líder cubano reconoce coexistentes –unos u otros-
en cualquier ciudadano con otras muchas virtudes.
De manera que su
persistencia en la cuestión de la formación del pueblo como sujeto político
revolucionario colectivo masivo se vislumbra en un sostenido interés por el
desarrollo cultural de su capacidad política e ideológica revolucionaria a un
nivel cualitativo que, conforme a la necesidad histórica a satisfacer,
asegurara su protagonismo en las tareas destructivo-constructivas y de defensa
que demandó y demanda el proceso revolucionario al tiempo que posibilitara la
continuidad histórica del mismo. Es desde ese sostenido interés que se nos
revela la manera específica en que Fidel denota el
sentido histórico de la construcción de hegemonía política revolucionaria[23].
Por dicha capacidad
política e ideológica revolucionaria del pueblo cubano se puede inferir, en
atención al estudio del conjunto del discurso político público de Fidel, la
sedimentación popular histórico-concreta de un nivel suficiente de saberes, de
eticidad y de sensibilidad humana que cultivados por diferentes medios le hagan
disponer de una conciencia y cultura política interpenetradas, aptas, cuando
menos, para discernir sobre los comportamientos adecuados y encaminarse de modo
reflexivo y práctico hacia un nivel de realización del deber social que le
aporte al contenido-forma de la Revolución, en
términos de garantizar la preservación y continuidad, a través de la
propia obra popular y de su defensa (por diversas vías), de la naturaleza
político-social del sistema, al tiempo que acoger y manifestar, como parte
suya, un activo ejercicio de solidaridad internacional.
Esa capacidad política e
ideológica revolucionaria constituye para Fidel el sostén de una ética
colectiva, que coloca en la cultura general integral compartida para hacer
Revolución su nodo articulador. Ve su expresión en dos dimensiones:
·
como calidad de
la vanguardia político cultural que gestiona históricamente la unidad
político-social nacional del pueblo y
·
como calidad de
la constitución de la mayoría popular como sujeto político colectivo masivo.
Por tanto, percibe a la
hegemonía política revolucionaria como productora del sujeto desde las dinámica
interna de su constitución sociológico política (vanguardia-masa de hombres
honestos) y como legitimadora del mismo ante su propia misión y frente a los
enemigos y vende-patria de todo tipo.
Entre los ejes de
atención para el desarrollo de esa capacidad de valor hegemónico, es posible
distinguir el interés particular de Fidel por:
·
La formación
ideo-política revolucionaria del pueblo trabajador.
·
Una
formación cívico-política en capacidad de responder a las exigencias de la
Revolución.
·
La formación
económica-laboral, signo cultural básico de la condición de pueblo como sujeto
político revolucionario en una sociedad de trabajadores y factor de distintivo
de esa formación cívico-política antes referida
·
La
complementación entre la cultura general popular y el desarrollo de la fuerza
intelectual y científica en el pueblo.
·
La educación
para un nuevo modo de vida.
Atravesando todos estos
propósitos se encuentra la formación moral de cada cubano y cubana miembro del
pueblo de un modo consecuente con las exigencias históricas que se plantean.
Es en realización
histórico práctica de esos empeños donde se forja el hombre y pueblo nuevo que
visibiliza, que en términos de ejercicio de ciudadanía exige la manifestación
histórico-concreta de una actitud que correlacione de modo dialéctico:
·
el
funcionamiento regular del estado en lo ya constituido,
·
la orientación
intencionada de la conservación o trasformación -según el caso- de las
dinámicas específicas promovidas para la reproducción estable de sociedad en
determinadas circunstancias y
·
la incorporación
de los cambios que supone la marcha de la Revolución desde una aptitud-actitud
crítica.
Por tanto, una
ciudadanía que se ejercite en la defensa de las determinaciones
histórico-concretas del ordenamiento social ya constituido y que, a la vez, se
muestre apta para subvertirlo históricamente de un modo políticamente
comprometido, en pos de asegurar la propia posibilidad histórica de la
continuidad revolucionaria.
La
comprensión esencial y radical que Fidel tiene de Revolución desde los inicios
-y que sintetizará magistralmente el primero de mayo de 2000 (Castro, 2000a) -
es la síntesis filosófico-política de ese anhelo codificable en su término de
“ciudadano más completo”
(Castro, 1962: 4)[24]. En Fidel, ese afán, construido desde la necesidad
histórica, constituye una convocatoria que hace a todo el pueblo en tanto
sujeto político revolucionario, sin dejar de ser consciente de la diversidad
condicionada de su asimilación y respuesta práctica por ese pueblo frente a la
misma y, por tanto ponderando todas las veces el valor de la vanguardia
política revolucionaria.
Conclusiones
Aún cuando el empleo de
los conceptos de sujeto político y de hegemonía política revolucionaria no son
característicos del discurso político de Fidel, el peso político de su
contenido está todo el tiempo presente en su comprensión del pueblo como sujeto
político, entendido como proceso de creación histórica y del desarrollo de su
capacidad política e ideológica revolucionaria, en primer lugar para -y desde-
la producción-reproducción de una vanguardia político-cultural en unidad
político social nacional con el resto del pueblo, que incluye orgánicamente el
fomento de una efectiva vocación solidaria internacional.
La
posibilidad de apropiación de las ideas que se han presentado tiene su base objetiva en la
producción espiritual política del líder de la Revolución Cubana. Proceso favorecido
porque en su discurso se integra:
a).-la conjunción
dialéctica entre su actividad práctica como líder y la de agudo pensador
político, implicado en el ejercicio de sus puntuales responsabilidades
históricas formales y ocupado en discernir una política válida para la
realización histórico-concreta de los fines de la Revolución;
b).-el diálogo entre su
pensamiento y los estados de realidad y práctica socio-histórica, proceso en el
cual ambos se aportan y rectifican, a consecuencia de lo cual las ideas
describen -indistintamente para unas y otras- un movimiento que revela perfiles
definitorios de las mismas, las cuales favorecen las generalizaciones que
conforman lo que se ha presentado aquí como concepción filosófico-política y
c).-el carácter explícito
en su pensamiento de un radical compromiso histórico revolucionario con el
presente y el futuro, que implica permanentemente al pueblo junto al cual se
esfuerza por abrir el camino a la realización práctica de un ideal que ha
logrado sea compartido por la mayoría.
De la especificidad con
que Fidel piensa la cuestión del sujeto y de la hegemonía política
revolucionaria puede deducirse la lógica general de un método político para
concebir, orientar y consolidar el desarrollo cultural del sujeto político
revolucionario, el cual contiene como momentos básicos: a) la comprensión
sociológico-política, de carácter histórico-concreto del pueblo y la estimación
crítico-revolucionaria del nivel real de partida de su conciencia y cultura
política; b) el discernimiento -a modo de criterio valorativo acerca del estado
histórico de expresión cultural del pueblo como sujeto político revolucionario-
de la correlación proporcional o no entre el grado de desarrollo cultural real
del pueblo y la necesidad política histórico-concreta a resolver, desde una
visión de la sociedad como totalidad dialéctico-materialista; c) la
determinación, sobre bases objetivas, de las prioridades de desarrollo cultural
para satisfacer las necesidades y objetivos identificados, así como de la
naturaleza y dirección de la actividad política e ideológica y de la calidad de
la relación dirigentes-dirigidos a desplegar a esos efectos, de modo que se
contribuya a superar, cada vez, aquellos niveles de partida en los modos
políticos de actuación anudados al estado de la práctica revolucionaria y de
las condiciones histórico-sociales de vida del pueblo; d) la observación
histórico-concreta en la determinación de esas prioridades de la correlación
necesaria entre política revolucionaria, economía, ámbitos de desarrollo
cultural necesarios y derecho ciudadano; e) la valoración crítica constructiva
de la objetivación del desarrollo cultural popular a partir de los estados del
cumplimiento del deber revolucionario en los múltiples espacios, de modo que propenda
a la inclusión sistemática de nuevas demandas, que estimulen al pueblo
expandir, con toda la integralidad posible y necesaria, el desarrollo de su
conciencia y cultura política, promoviendo, además de una capacidad reactiva,
una aptitud proactiva de la mayor plenitud posible; f) el estímulo y
ponderación de la coeducación a partir de la vanguardia político-cultural que
en el seno del pueblo se crea como condición inesquiva de la formación del
sujeto colectivo masivo.
En la
estimación de Fidel el desarrollo cultural productor de hegemonía política
revolucionaria a partir del propio proceso de construcción histórica del sujeto
de la Revolución incluye y trasciende la perspectiva de las políticas sociales,
subrayándose como
política revolucionaria para el desarrollo cultural político del pueblo en las
condiciones del subdesarrollo cubano y la permanente y variada agresión
imperialista. En consonancia con ello, el desarrollo político cultural del
pueblo es pensado por el líder revolucionario, como un proceso gradual
-sincrónico y diacrónico entre sus componentes sociológicos-, continuo e
intencionado de desenvolvimiento histórico-concreto de las capacidades
afectivas, gnoseológicas, valorativas, prácticas y comunicativas de los
individuos y grupos sociales que lo conforman, de manera que dichas aptitudes
sean contemporáneas de cada momento histórico y todo el tiempo consecuentes con
las finalidades objetivas que, arraigadas en un pasado histórico, proyectan el
proceso revolucionario hacia delante. En su curso, se fecunda la
apropiación-producción de recursos asociados al crecimiento humanista
revolucionario de la aptitud-actitud conceptual y práctica, reactiva y
proactiva del pueblo para comprender, reproducir y transformar la realidad
social, conforme a las exigencias que la necesidad histórico-social plantea a
la actividad política popular, para avanzar en el desarrollo socialista posible
de la sociedad.
La comprensión de Fidel
sobre el tema de interés transparenta como peculiaridad distintiva suya, la sostenida
demanda objetiva por asegurar un pueblo organizado en un esfuerzo por el
cumplimiento óptimo del conjunto sus deberes revolucionarios, apto para cada
presente y capaz de viabilizar el futuro. Tal peculiaridad denota al deber ser
del sujeto político revolucionario pueblo. En ese sentido, al contenido de la
concepción develada le resulta sustancial la ideación general de Fidel acerca
de la creación de un ciudadano más completo, en tanto concreción política de la
formación de hombres y pueblo nuevo.
Abordar en las
condiciones actuales el permanente asunto del sujeto político necesario y de la
producción de la hegemonía política revolucionaria en Cuba requiere el examen
de la experiencia histórica acumulada y del singular magisterio de Fidel al
respecto, desde la contextualidad vigente y con enfoques prospectivos. Hacerlo,
es, cuando menos, una esprexión de responsabilidad estratégica.
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Martí, La Habana, 17-20 de noviembre de 2009.