Política Laboral de los Gobiernos de
Luis Alberto Lacalle (1990 – 1995) y
Julio María Sanguinetti (1995 – 2000)
y su impacto en el sindicalismo del
Uruguay
Dr. Julio César González Candia
Doctor en Procesos Sociales y
Políticos en América Latina, mención Sociología. Académico del Depto. de
Tecnologías de Gestión, Facultad Tecnológica, Universidad de Santiago de Chile.
E-mail: julio.gonzalez@usach.cl
Resumen
El artículo ha tenido como objetivo
principal, analizar
la política laboral de dos gobiernos post dictadura en Uruguay, nos referimos
al de Luis Alberto Lacalle y Julio María Sanguinetti, y conocer su impacto en
las bases de poder del movimiento sindical. Para lograr este propósito, se
estudió la transición política,
poniendo énfasis en la recuperación del Estado en su fuerte centralidad en
tanto rector de las políticas laborales, convocatoria y posterior suspensión de
los Consejos de Salarios y, en términos más amplios, reconstrucción y posterior
degradación del sistema de relaciones laborales. En el desarrollo del artículo, junto con revisar los
planteamientos de los teóricos e investigadores, se incorporan opiniones de
actores vinculados directamente a la problemática, fruto esto último, de una
serie de entrevistas realizadas a dirigentes sindicales de nivel nacional,
académicos, dirigentes de partidos políticos y ex autoridades de los gobiernos
en estudio.
Palabras clave: Política Laboral,
Sindicalismo, Uruguay
Abstract
The article has had as principal
aim to analyse the labour politics of the first three governments post
dictatorship in Uruguay, we refer to that of Luis Alberto Lacalle and Julio
Maria Sanguinetti, and know its impact in the bases of power of the union
movement. To achieve this intention, the political transition was studied,
putting emphasis in the recovery of the State in his strong centrality while
rector of the labour policies, summons and later suspension of the Advices of
Wages and, in more wide terms, reconstruction and later degradation of the
system of labour relations. In the development of the article, together with
checking the expositions of theoretical and investigators, actors' opinions
join linked directly to the problematics, as the above mentioned, of a series
of interviews realized to labour leaders, academic, leader of national level of
political parties and ex-authorities of the governments in study.
Key words: Labour Politics, Unionism,
Uruguay
- Introducción
El presente
artículo expone los principales resultados de una investigación en la cual uno de sus
objetivos específicos fue analizar
las políticas laborales de los primeros gobiernos post dictatoriales en Uruguay,
y conocer su impacto en las bases de poder del movimiento sindical[2]. Para cumplir este cometido, junto con revisar los
planteamientos de los teóricos e investigadores del tema, se han incorporado
opiniones y reflexiones de actores vinculados a la problemática. Fruto esto
último, de la etapa de recogida de datos realizada tanto en Chile como en
Uruguay[3].
Es preciso
señalar el importante rol que desempeñó el sindicalismo del Uruguay durante la
dictadura - desde 1973 - y la transición democrática de ese país (1982-1985).
Cabe mencionar, y así lo han sostenido Lucía Sala de Touron y Jorge Landinelli
que fue la clase obrera, sus estructuras organizativas y de alianzas en el
plano social y político el que fue visto como el enemigo externo al sistema de
dominación. Así, en su forma y contenido, el Estado uruguayo pasó a ser
principalmente antiobrero (con un planteo virulentamente anticomunista) y, a
partir de ello, profundamente antiliberal (al considerar al sistema liberal
como incapaz de defenderse de sus enemigos externos). La política estatal
implantada en el país pasó a distinguirse por dos rasgos básicos de tipo
fascista: la destrucción de las organizaciones obreras y populares y la
anulación de la institucionalidad democrático-liberal. Al igual que en Chile,
la dictadura uruguaya según los mismos autores, “eliminaron de raíz las
conquistas legales de los trabajadores, fueron disueltas sus organizaciones, se
suprimió el derecho constitucional a la huelga y fueron anulados los contratos
colectivos, los dirigentes sindicales fueron objeto de una dura persecución y
muchos de ellos encarcelados por su condición de tales” (Sala de Touron y
Landinelli, 1984:320).
No obstante lo
anterior, según Rodolfo Porrini y haciendo referencia a la dictadura militar de
ese país, la represión del nuevo régimen sobre partidos, sindicatos y la
sociedad toda, no impidió distintos niveles de organización sindical y política
entre los trabajadores y limitadas respuestas durante los primeros tiempos del
régimen (1973-79). En el decir del autor, “luego de un período muy difícil y
en un contexto político de “apertura” muy limitado y de
persistencia de muchos luchadores antidictatoriales, se logró abrir un espacio
de reorganización y reactivación sindical” (Porrini, 2002:9). El “nuevo
estado de ánimo” que define este historiador, se concretó en la constitución de
decenas de asociaciones de profesionales entre los años 1982-1983 y como muy
significativa o relevante fue la organización y realización de la
conmemoración del 1º de mayo de 1983 que se dio sin solución de continuidad con
la creación del “Plenario Intersindical de Trabajadores” – PIT - (un delegado
por cada “asociación” o sindicato). La conmemoración del 1º de mayo de 1984
expresó también la unión simbólica entre el PIT y la CNT (Convención Nacional de Trabajadores), adoptando la denominación actual, PIT-CNT.
El
nuevo estado de ánimo también se apreció en el renacimiento de la democracia,
en la articulación política que habían realizado distintos sectores de la
sociedad uruguaya.
En las propias
palabras de uno de los dirigentes del PIT-CNT y que vivió esa etapa, señaló:
- “…
entonces nosotros habíamos puesto a la democracia con muchas expectativas y por
cierto que el primer gobierno de Sanguinetti, a pesar de ser del partido
colorado, un partido que expresa sentimientos a la derecha, hubo un buen
tránsito desde la dictadura a la democracia. No se cumplió todo el programa, ni
todos los discursos y compromisos electorales, pero hubo un avance…”
La
opinión anterior pudo ser, por así decirlo, validada con los planteamientos de
un senador del partido colorado, quien en la entrevista también hizo referencia
a la buena relación con el sindicalismo en el primer gobierno de Sanguinetti:
- “… hubo
una relación sin duda, inclusive algunos aspectos fueron contestados en el
plano del movimiento sindical. Por ejemplo, la (re) constitución de los
consejos de salarios…. Pero la comunicación con el movimiento sindical estaba
confinada al ámbito que era propio del movimiento sindical, que era la
reivindicaron de los intereses de los trabajadores…”
Durante
la transición democrática de los años 80, se esperaba que el movimiento
sindical desempeñara un papel activo en el desarrollo nacional, contribuyendo a
la construcción de acuerdos que garantizaran una mayor equidad social. En parte
esto se cumplió, al posicionar nuevamente como un actor social clave, recuperar
el liderazgo nacional y poder negociador con el retorno de la democracia. Sin
embargo, en los años posteriores, y notablemente a partir de los años 90, la
realidad mostró un fuerte debilitamiento de su capacidad de defensa de los
intereses de los trabajadores y de su rol en la negociación de los salarios y
las condiciones de trabajo. La dimensión de esta crisis ha estado relacionada
no sólo - como ya se ha dicho - con el pasaje de Uruguay a un nuevo modelo de
crecimiento “hacia afuera”, sino también a un cambio en la matriz socio-
política que lo sustentaba. Según Luis Senatore, “esto trajo como
consecuencia una pérdida de poder de los sindicatos en la arena laboral y un
debilitamiento de su accionar político general” (Senatore, 2008: 1-2).
Para
comprender la magnitud de los cambios en el mercado laboral uruguayo se hace
también necesario analizar las transformaciones de los años 90: apertura
comercial y flexibilización laboral que afectaron a gran parte de los países de
América Latina. En el caso de este país, en el año 1992 el gobierno de Luis
Alberto Lacalle
anunció la no convocatoria de los consejos de salarios y el retiro del Estado
de la negociación laboral (con la excepción de transporte, salud privada y
construcción) sin dar a cambio instrumentos legales para que la misma se
consolide, esto consideró ni ley marco de negociación colectiva ni fuero
sindical.
Comienza
desde esta forma en el Uruguay, un proceso de desregulación del mercado de
trabajo, cuyo eje central es la no convocatoria a negociación colectiva. Este
país vivió desde entonces una reforma laboral de línea desreguladora, con el
objetivo de reducir los costos laborales y ajustar la competitividad por la vía
de salarios y nivel y calidad de empleo. Dicho proceso que tuvo su eje
fundamental en la no convocatoria a Consejos de salarios establecida en 1992,
se complementó luego con medidas parciales establecidas en diferentes leyes. La
decisión política de no utilizar esa herramienta de promoción de la negociación,
es decir su supresión, es una forma atípica de flexibilización. Forma parte
según Senatore, de un discreto proceso flexibilizador, pero de muy fuerte
impacto. Lo anterior, debido a que a partir de esa decisión la negociación en
el sector privado se cayó; sobrevive en algunas ramas con fuerte organización
sindical, en un número reducido de empresas y la mayoría de los trabajadores
están sujetos a la fijación unilateral de las condiciones de uso y venta de su
fuerza de trabajo por parte de los empleadores. Asimismo, el retiro de esa
herramienta de promoción y soporte de la negociación colectiva, en momentos en
que se agudizan las asimetrías entre empresarios y trabajadores, produce un
fuerte efecto depresor de la acción colectiva. Lo señalado, lleva a la reflexión
en torno al delicado equilibrio de los diseños institucionales –entendiendo por
tales la combinación entre intervención, autonomía y promoción- y sus impactos
en la constitución y acción de los sujetos sociales. Según el autor, “la
abstención estatal en la convocatoria a los Consejos de salarios, la debilidad
de la organización sindical y la ineficaz protección contra actos
antisindicales, abren camino a un proceso de descentralización e
individualización de la negociación laboral y a la celebración de acuerdos con
cláusulas peyorativas” (Senatore, 2008:5).
En el
desarrollo del presente artículo, nos vamos a referir a la experiencia
uruguaya, organizando este apartado en dos gobiernos del período en análisis y
los elementos más relevantes de su política laboral.
- Durante el gobierno de Luis
Alberto Lacalle (1990 – 1995)
Según Héctor
Zapirain (2011), si bien Uruguay tenía una larga experiencia en la aplicación
de políticas de corte liberal economicista, será con el gobierno del Partido
Nacional (1990 -2004) que la ideología neoliberal ejercerá su más fuerte
hegemonía. La administración blanca, que asume precisamente en 1990, impondrá
una política de desregulación y de apertura de la economía. La firma del
Tratado de Asunción aparece como hito descollante de una nueva actitud de
desmontaje de las subvenciones y del proteccionismo estatal como orientación
del Estado en el proceso de integración regional. El Estado se retira de la
negociación salarial, reduciéndola a la instancia bilateral, e intenta, aunque sin
éxito, reglamentar directamente la actividad sindical.
A
partir de 1992 y en el marco de un programa de gobierno nítidamente liberal,
con la asunción del Dr. Luis Alberto Lacalle – en la perspectiva de Zapirain,
se instala en la elite gobernante una concepción que, al tiempo que propugna un
retraimiento del Estado en materia social y económica, impulsará políticas de
flexibilización y desregulación del mercado de trabajo y de los mecanismos de
tutela sociolaborales. Los gobiernos posteriores (períodos 1995 -1999 y 2000
-2005)
no introdujeron mayores cambios sino que continuaron con la aplicación de las
políticas instauradas por el gobierno del Dr. Lacalle.
La
administración del Doctor Lacalle realizó una acción también emblemática en el
contexto de los gobiernos post dictaduras del Uruguay, dejó de convocar a los
Consejos de salarios y se retiró de la negociación laboral, sin dar a cambio
instrumentos legales para que la misma se consolidara (ni ley marco de
negociación colectiva ni fuero sindical). Lo anterior, provocó una importante
reducción del número de convenios colectivos; los pocos casos fueron
predominantemente bilaterales y a nivel de empresa. Se verificaron fuertes
coincidencias entre las políticas efectivamente implementadas de acuerdo a los
criterios impulsados por algunos organismos internacionales. Fue la contratara
del Estado batllista
que intervenía como árbitro en las negociaciones pero que otorgaba autonomía
organizativa a los sindicatos. A su vez, la desarticulación de las arenas de intermediación
de intereses implementadas por el gobierno, fortaleció una lógica de
confrontación en desmedro de una práctica de negociación retomada y
profundizada desde la instauración de la nueva institucionalidad democrática
(Notaro y otros, 2011:60). Esta orientación se da en un contexto de fuerte
debilidad del movimiento sindical, que se empezó a sentir a partir de 1988 y
que se acentuó con la crisis del socialismo real a partir de los 90.
La
política de estabilización de precios con ancla cambiaria apreció la moneda
nacional en relación con las de los socios comerciales extrarregionales y los
impactos sobre la estructura productiva y ocupacional del país fueron muy
fuertes. Por efecto de la apertura, la desregulación y la apreciación cambiaria
buena parte de la industria manufacturera doméstica sucumbió frente a la
competencia extranjera; la competitividad externa de los transables uruguayos
se deterioró. Al mismo tiempo, la actividad bancaria, el turismo y el comercio
florecieron alimentando la imagen del “país de servicios” y del proyecto de
–plaza financiera- con la que buena parte del elenco gobernante soñaba desde
tiempo atrás. En un contexto pautado por la liquidez financiera internacional,
con una tasa de interés moderada y un esquema de integración comercial regional
con socios que también se embarcaron en procesos de apertura externa y
estabilización con apreciación cambiaria, la economía ingresó en una fase de
crecimiento que se sostuvo hasta fines de los noventa (Notaro y otros,
2011:60).
La
propuesta del gobierno blanco impulsó la “desregulación” de las relaciones
laborales, teniendo como objetivo darle una mayor flexibilidad a la
contratación y la organización de la producción, adecuar las mismas a las
necesidades de innovación tecnológica y reconversión productiva y quitarle
elementos de garantía y protección de los trabajadores, considerados como
“obstáculos” a una mejor inserción de la economía en los mercados externos y en
los acuerdos de integración regional. Esta propuesta se asoció a la concepción
de que el Estado no debía intervenir en los conflictos entre capital y trabajo,
los cuales se debían procesar en la esfera privada por acuerdos bilaterales a
nivel de empresa. A su vez, la desarticulación de las arenas de intermediación
de intereses implementadas por el gobierno colorado amenazó con fortalecer una
lógica de confrontación en desmedro de una práctica de negociación retomada y
profundizada desde la instauración de la nueva institucionalidad democrática.
Para
uno de los máximos líderes del PIT – CNT, el gobierno de Luis Alberto Lacalle
no sólo se caracterizó por haber impulsado la “desregulación” de las relaciones
laborales, sino que también es asociado claramente con la mayor instalación de
prácticas neoliberales. En el decir de uno de los entrevistados en Uruguay:
- “Ahí con
Lacalle (ya) no vuelve a ser lo mismo. Ahí nosotros asistimos a una correlación
de fuerzas totalmente distintas. Nosotros nos desmovilizamos, el entramado
social y popular que posibilitó vencer a la dictadura había bajado la guardia
por qué se había recuperado la democracia y la derecha y los partidos de centro
y la burguesía criolla – no sólo en Uruguay sino que en la región de América –
comienzan a abrazar el Consenso de Washington, y comienza a operar en toda
América una nueva embestida del mismo neoliberalismo...”
La
consecuencia lógica de esta política laboral fue la creciente polarización
entre capital y trabajo, una agudización de la conflictividad a niveles
similares a los del período de transición y un fuerte descenso en el nivel de
ingresos, en el corto plazo, para los trabajadores. Esta orientación fragmentó
la negociación colectiva, quitó espacios a la acción sindical centralizada con
fuerte presencia pública, acotó la “lucha de clases” a la esfera privada y
tendió a despolitizar, en un sentido profundo, al movimiento obrero. A su vez,
esta política coincidió con un período de debilidad del movimiento sindical,
expresado en una baja capacidad de convocatoria y un descenso de su “peso
estructural” en la economía uruguaya.
En
materia salarial, la política ensayada en el nuevo modelo consistió en fijar
los aumentos salariales en base a la inflación proyectada, de manera de no
indexar los salarios, al tiempo que se postulaba un retiro gradual del Estado
de la negociación salarial, una vez producido un descenso significativo de la
inflación, reduciendo a aquella a la instancia bipartita, y el propósito de
reglamentar el derecho de huelga. Esto se enmarcó en una política económica de
reducción del déficit fiscal a través de un plan de ajuste antiinflacionario.
El período que se inicia con la administración blanca marca, en este sentido,
una transformación profunda en el sindicalismo de corte keynesiano, inclusivo,
centralizado y altamente politizado, para dar lugar a un sindicalismo
“poskeynesiano” fuertemente descentralizado, fragmentario, con menor presencia
en el espacio público y más despolitizado
(Pucci, 2007:439).
En
todo este período, se aprecia una orientación hacia la profundización de la
subordinación de la política social a la política económica y la reproducción
social queda pues indirectamente subordinada a los avatares del mercado. Pero
sobre todo se puede decir que este gobierno favoreció la flexibilización y en
alguna medida la desregulación de las relaciones laborales al nivel de las
empresas con la argumentación de otorgarles mayores posibilidades de adaptación
al proceso de apertura de la economía y de integración regional. Y la política
laboral empezó a funcionar por defecto. Por ejemplo, la drástica caída del
salario mínimo, al que están atadas las prestaciones de seguridad social -se lo
redujo de tal forma que únicamente sirvió como cifra de referencia, con lo que
los salarios reales pasaron a regularse a través del mercado. Aunque con estas medidas
en Uruguay se intenta más que un proceso de flexibilización, de desregulación.
Esto en tanto lo que se hace es crear un vacío de intervención para que los
actores laborales, empresarios y sindicatos (y éstos acotados a su exclusivo
ámbito de negociación), realicen reajustes en sus regulaciones de forma
particularística y por debajo de las normas jurídicas; no cambia la norma pero
se legitima su no utilización. Supervielle y Quiñones, interpretan estas
acciones como una suerte de “desregulación velada”, en el sentido de que se “intentan
liquidar una serie de mecanismos institucionales que tradicionalmente se habían
considerado como favorables a la clase trabajadora”
(Supervielle y Quiñones, 2002: 284 - 285).
Volviendo a la
clasificación iniciada durante el gobierno anterior, otro momento, que
destaca Jorge Notaro del período en estudio es el de la degradación del sistema
de relaciones laborales.
B) Degradación:
Este momento según el autor se inició con la ya citada suspensión de la
convocatoria de los Consejos a fines de 1992, dejando la negociación salarial
librada a los actores; cambió la correlación de fuerzas y permitió el
predominio de los empresarios sobre los trabajadores, lo que se reflejó en
modificaciones en las condiciones de trabajo y el deterioro en la calidad del
empleo, contribuyendo a la caída del salario real en el sector privado. Aumentó
el bipartismo y la descentralización con convenios a nivel de empresa, se
redujo la negociación colectiva y el número de convenios. Se complementó con el
tripartismo en la confrontación, dado que fue usual recurrir al Ministerio del
Trabajo y Seguridad Social cuando surgían conflictos. La descentralización
presentó también situaciones intermedias (mixtas o articuladas) en las que
algunos aspectos se acordaron a nivel de rama y otros en cada empresa. El
movimiento sindical combinó una mayor conflictividad con la participación en
nuevos ámbitos vinculados a la integración, la reestructura productiva, el
empleo y el medio ambiente (Notaro, 2005:21-22).
El gobierno del
Presidente Luis Alberto Lacalle implementó un cambio de estilo en la
administración del trabajo y generó conflictos en varios planos. En primer
lugar, con un proyecto de ley de reglamentación del derecho de huelga con
obligatoriedad de adoptar la decisión luego de un trámite que, en opinión de
los sindicatos, esterilizaba la medida. Los proyectos de privatización de
empresas públicas también generaron conflictos, ya que los sindicatos los
consideraron un deterioro del patrimonio y de la soberanía nacional, así como
un riesgo para sus condiciones de trabajo. La Central Sindical puso en marcha una movilización para la derogación de algunos artículos de
una ley que regulaba la privatización. Se sumaron diversas organizaciones
sociales y políticas, y culminó con la derogación mediante un plebiscito en
diciembre de 1992.
Se crearon
nuevos ámbitos de participación sindical como la Sub Comisión Laboral de la Comisión Sectorial del Mercosur, se implementó la representación
de los trabajadores en el directorio del Banco de Previsión Social que estaba
prevista en la Constitución vigente desde 1966 y se creó una Junta Nacional de
Empleo de carácter tripartito, para orientar la recalificación de trabajadores
cesantes por el cambio tecnológico y la reestructuración productiva. La Ley Nº 16.462. Rendición de Cuentas de diciembre de 1993, autorizó a los directores de
Empresas Públicas a celebrar convenios colectivos con el personal; era una de
las reivindicaciones más sentidas por los asalariados públicos. Pocos días
después se firmó un acuerdo marco que suscribieron autoridades y sindicatos de
ocho empresas públicas
(Notaro, 2005:22).
A modo de
cierre de este segundo gobierno postdictadura, podríamos decir que el gobierno
de Luis Alberto Lacalle – en cuanto a la política laboral - se caracterizó por
la flexibilización y la desregulación de las relaciones de trabajo, lo cual
tuvo repercusiones en diversos planos. En primer lugar, en el debilitamiento
del rol del Estado y como consecuencia, una subordinación de lo social a lo
económico. Esto, a su vez, determinó que, en los hechos, el Ministerio de
Trabajo y Seguridad Social tuviera escasa o nula incidencia en las políticas
generales. Fundamentalmente, con aquellas que tienen que ver con el empleo y la
fijación de salarios. Desde el punto de vista de la legislación, a diferencia
de otras experiencias en América Latina y el mundo, la flexibilización se
llevará a cabo más bien por la no aprobación de normas que por la adopción de
leyes desreguladores. La experiencia práctica de estos años, fundamentalmente a
partir de 1992, en que el Gobierno decide no convocar más a los Consejos de
salarios, demuestra que, salvo el caso de ciertas ramas de de actividad – como
lo fue la banca, el transporte, la salud privada y la construcción – se produjo
un verdadero declive de la negociación colectiva. Esa situación tuvo
consecuencias directas en el sistema de relaciones colectivas de trabajo; por
un lado alentó la negociación por empresa en menoscabo de la negociación por
rama y, por otro, favoreció una liberalización salarial que provocó una
pronunciada caída de los niveles del salario real. Según Daniel Chasquetti y
Daniel Buquett (2004) y considerando otras áreas, durante el gobierno de
Lacalle se destacan la incorporación de Uruguay al MERCOSUR y sus exportaciones
a la región prácticamente se duplicaron. La caída de la inflación y el
crecimiento de la economía permitieron una disminución de la pobreza y una
mejora en la distribución del ingreso.
Para Héctor
Zapirain (2011), la prescindencia del Estado, el descaecimiento de la
negociación colectiva y el debilitamiento sindical, sumado a un contexto de
desempleo e informalidad, provocaron un reequilibrio de las relaciones
laborales a favor del sector empresarial. Lo anterior, generó una situación que
redundó en un desmejoramiento en las condiciones de vida de la clase
trabajadora.
- Durante el segundo gobierno de
Julio María Sanguinetti (1995 – 2000)
En
1995, retorna al poder el gobierno colorado. En este nuevo período, el elenco
gobernante, lejos de modificar los componentes señalados en las relaciones
laborales, tendió a intensificar la política de descentralización de la
negociación. Un indicador de la continuidad con la política anterior es que,
hasta 1999, el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social siguió en manos del
Partido Nacional (Pucci, 2007:439 y Zapirain, 2011). A nivel de la negociación
colectiva, se profundizan las tendencias ya reseñadas. La negociación por
empresa se vuelve casi mayoritaria; la negociación se mantiene a nivel
bilateral; aparecen, en los convenios, diferentes cláusulas sobre
flexibilización de horarios, de cantidad de trabajadores, de condiciones
salariales, etc. (Cozzano; Mazzuchi; Rodríguez, 1997). En este período, aparece
con fuerza el problema del desempleo, producto de la incapacidad de muchos
sectores industriales para competir en las condiciones impuestas por la
integración regional. El desempleo industrial, a su vez, generó una debilidad
creciente del movimiento sindical en los diferentes ámbitos de negociación, lo
que acentuó las tendencias descentralizadoras y la desprotección de los
trabajadores, tanto industriales como del sector servicios. (Pucci, 2007:440).
Desde Marzo de
1995 y hasta 1998, con la Dra. Ana Lía Piñeyrúa como Ministra del Trabajo y
Seguridad Social, se intentó una recomposición con tres instancias de dialogo y
negociación tripartita convocando a dos comisiones, una con agenda abierta y
otra para negociar un proyecto de Ley marco de los convenios colectivos. La
primera casi no funcionó y la segunda no logró un proyecto de consenso. Entre
los puntos controvertidos cabe mencionar la aspiración de los empresarios a una
mayor flexibilidad y de los sindicatos al fuero sindical. La tercera fue una
convocatoria a un diálogo social con agenda abierta que comenzó a fines de 1997
(Notaro, 2005:22-23).
En
relación a la organización del propio movimiento sindical, la configuración de
políticas económicas presentes originó además de una restricción de recursos de
poder de los sindicatos en términos agregados y un aumento de la dispersión de
los niveles de poder organizacional al interior de los sindicatos. Aquellas
organizaciones sindicales localizadas en las áreas liberalizadas de la economía
sufrieron un debilitamiento importante, reflejado en la disminución del número
de afiliados existentes. Estas áreas se ubicaron fundamentalmente en el sector
privado de la economía. La implementación de un paquete de reformas económicas
híbridas, produjo efectos diferenciales sobre el mundo laboral. Esto provocó
reajustes distintos a nivel sectorial en los distintos sectores sindicales
organizados. Como resultado, los sindicatos vinculados a la extracción de
rentas estatales mantuvieron sus niveles de movilización y los recursos
institucionales para actuar como grupos organizados. Por el otro lado, los
sectores organizados que actuaron en arenas en donde se implementaron fuertes
procesos de reformas (desmantelamiento de estructuras proteccionistas,
desregulación de la normativa laboral) experimentaron un proceso de caída en
los niveles de afiliación y organización. (Filgueira y Alegre, 2008:13).
Entre
el año 2000 y 2004 esta situación de desamparo de los trabajadores se agrava,
llegando la negociación colectiva a sus niveles más bajos, alimentado por un empresariado
que en un contexto de fuerte crisis económica (2001-2002) suprime o se muestra
reacio a aceptar iniciar espacios de negociación por empresa, y por un
sindicalismo extremadamente debilitado especialmente en el ámbito privado.
Asimismo y en línea con la inspiración liberal de los gobiernos de los años 90
e inicios del 2000, el salario mínimo, que en contextos expansivos, no operaba
como piso real de salarios, pero en contextos recesivos si empieza a hacerlo,
es indexado muy por debajo de la inflación sufriendo un marcado deterioro a lo
largo del período 1990-2003 (Filgueira y Alegre, 2008:12-13).
Se aprecia el
surgimiento, con carácter secundario y en un reducido número de casos, de un
relacionamiento que puede definirse como informativo – participativo; requiere
una apertura de la empresa para presentar información sobre la situación
económica y aceptar la negociación de aspectos que tradicionalmente se
consideraban reservados al ejercicio del poder de la administración. Exige
también una comprensión por parte del sindicato de la lógica empresarial y del
mundo de los negocios. Si se dan estos dos componentes culturales en los
actores, se establece una relación que, sin estar exenta de conflictos, permite
el desarrollo de la cooperación que, a su vez, mejora los resultados para ambas
partes. Comenzaron a mediados de la década de los noventa, principalmente en la
industria manufacturera que realizaba inversiones con cambios tecnológicos y en
la organización del trabajo; por ejemplo en la producción de papel y cartón,
bebidas, textiles y metalurgia. Continuaron con las crisis sectoriales o la
recesión, en el transporte urbano de pasajeros, las instituciones de salud y
los bancos. En casi todos los casos se negociaron reducciones de empleos con
compensaciones superiores a las establecidas por la ley y reducciones de
salarios por períodos delimitados (Notaro, 2005:23).
En relación a
algunos datos, podemos señalar que el sindicalismo se redujo cuantitativamente
con una brutal caída de la tasa de sindicalización que pasó del 35% en 1987 al
15% en el año 2000. Este descenso fue especialmente grave en el sector privado
de la economía donde cayó del 28% al 8% en el mismo período. Como resultado de
ello, se produjo al interior del movimiento sindical, una sobrerrepresentación
de los funcionarios públicos, que pasaron de ser el 49% de los afiliados en 1987 a ser el 69% en 2003. Con la casi única excepción en el sector privado del gremialismo bancario,
este sindicalismo reducido cuantitativamente, desposeído de los ámbitos
institucionales de negociación salarial y, por la vía de los hechos, sin la
garantía estatal del derecho de asociación y de huelga, perdió gravitación como
actor social, viéndose, en el sector privado notablemente reducida su capacidad
para defender a los trabajadores frente a los embates de un nuevo empresariado
vinculado a las actividades más dinámicas en el contexto del modelo de
crecimiento de los noventa. Las dificultades impuestas por las empresas,
incluyendo diversas formas de persecución como el despido de los que intentaban
organizar un sindicato, constituyeron una barrera casi infranqueable al no
existir una ley que estableciera el fuero sindical (Notaro y otros, 2011:65).
Si bien no
considera el período en estudio, es necesario señalar que la situación para el
sindicalismo uruguayo cambió significativamente a contar del año 2005, con la
llegada del Frente Amplio al gobierno. Para Méndez y Senatore (2011), desde
esta fecha se procesó una revitalización del movimiento sindical. Los cambios en
la regulación de las relaciones laborales (mayores garantías a la actividad
sindical e institucionalización de la negociación colectiva) fueron el
trasfondo de un aumento significativo del número de afiliados, que pasó de
100.000 en el 2003 a 330.000 trabajadores sindicalizados en el 2011. La
relación entre el Frente Amplio y el sindicalismo es ampliamente conocida, ya
lo ha sostenido Gonzalo Martner al señalar que los vínculos orgánicos “con
un sindicalismo representativo han hecho de la experiencia del frente amplio
uruguayo una de las de mayor coherencia entre las del progresismo
latinoamericano actual” (Martner, 2011:7). Podemos apreciar aquí algo que
es deseable socio políticamente y que es la articulación efectiva y virtuosa
para el movimiento sindical y un gobierno afín a sus propósitos y
orientaciones.
- Conclusiones
A modo de
cierre, podemos señalar que durante los gobiernos postdictatoriales de Uruguay
en el período en estudio, el sindicalismo se vio fortalecido o debilitado según
las políticas laborales propiciadas por las distintas coaliciones, las cuales a
su vez estaban directamente vinculadas con el sistema de relaciones laborales
que las respectivas coaliciones políticas deseaban desarrollar y/o implementar.
Cabe mencionar también, que estas políticas laborales no estuvieron ajenas a
los cambios producidos en materia económica como tampoco al período de
transición política, con todas las dificultades y tensiones (las más) y
oportunidades (las menos) que ese hito pudo representar y significar para el
movimiento sindical. De los variados aspectos que la transición política
instaló en los sistemas de relaciones laborales, no podemos dejar de mencionar
en el caso uruguayo, la convocatoria y posterior suspensión de los consejos de
salarios así como los efectos de la apertura y la desregulación, fueron hitos
importantes que afectaron de manera importante al movimiento sindical del
Uruguay.
Adicionalmente,
podemos volver a subrayar que durante la transición democrática de los años 80,
se esperaba que el movimiento sindical desempeñara un papel activo en el
desarrollo nacional, contribuyendo a la construcción de acuerdos que
garantizaran una mayor equidad social. En parte esto se cumplió, al recuperar
el liderazgo nacional y poder negociador con el retorno de la democracia. Sin
embargo, en los años posteriores, y notablemente a partir de lo años 90, la
realidad mostró un fuerte debilitamiento de su capacidad de defensa de los
intereses de la clase trabajadora y de su rol en la negociación de los salarios
y las condiciones de trabajo. La dimensión de esta crisis ha estado relacionada
no sólo con el pasaje a un nuevo modelo de crecimiento “hacia afuera”, sino
también a un cambio en la matriz socio- política que lo sustentaba. Esto trajo
como consecuencia una pérdida de poder de los sindicatos en la arena laboral y
un debilitamiento de su accionar político general.
Agradecimientos
ü A la Srta. María Raquel González Candia, por su valiosa colaboración en la traducción al inglés
del resumen del presente artículo.
ü Al investigador, Sr. Jorge Notaro por
toda su ayuda y valiosa contribución en la generación de este trabajo.
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