RESUMEN
En
el presente trabajo se recorrerán tres reseñas de libros que tratan sobre el
terrorismo y su relación con el mundo capitalista, el temor de las poblaciones
ante este fenómeno que inspira pasiones y odios en las naciones.
ABSTRACT
In this work we will revise three books focused on
terrorism and its connections with capitalist world, people’s fear facing this
scourge that inspires not only hate but also devotion between nations.
TERRORISMO, CAPITALISMO Y GENOCIDIO, El
discurso radical del miedo.
Revisado por Maximiliano E Korstanje
Universidad of Palermo, Argentina
Visiting Fellow en CERS, Universidad
de Leeds Reino Unido
(La Globalización de la Cultural del
Temor en Estados Unidos: El imperio durante el siglo Veintiuno) - Globalization
of American Fear Culture: the empire in the Twenty-First Century. 2016.
Geoffrey R. Skoll. New York, Palgrave Macmillan, pp. 226, ISBN 978-113757033-8
La creencia en que el capitalismo se reproduce en
forma rápida y desigual no es nueva, sobre todo desde el momento en el cual
diversos movimientos filosóficos han discutido al marxismo y al postmarxismo
desde diferentes ángulos en todo el mundo. No obstante, aún queda mucho para
decir sobre la intersección entre el terrorismo y el capitalismo. Se nos ha
enseñado a que el valor del trabajo es un aspecto positivo a proteger, mientras
que el terrorismo es una amenaza para la sociedad. Para el imaginario
colectivo, los terroristas son considerados casos de psiquiatría o personas con
evidentes desórdenes mentales; empero, ¿hasta qué punto podemos decir que esto
es tan simple?
En su libro más reciente, el profesor Emérito de
la Universidad Estatal de Nueva York con sede en Buffalo, Geoffrey R. Skoll no
solo intenta responder a esta pregunta, sino que continua sus estudios ya
publicados en una obra titulada Social Theory of Fear. Su tesis central
apunta a señalar que el imperio estadounidense ha monopolizado una explotación
sistemática dentro y fuera del país gracias a dos elementos centrales: el
capital y el miedo. Desde su fundación, el gran coloso del norte se ha
expandido defiendo la idea que el mundo es un lugar peligroso para vivir. Este
discurso ha sido recientemente adaptado para mantener a la fuerza laboral
interna y a los sindicatos bajo control, imponiendo si se quiere recetas
económicas que de otra forma serían ampliamente rechazadas. El temor, por ende,
es funcional a los intereses de una elite que en los últimos años ha decidido
extender su hegemonía interviniendo en forma directa otras democracias
autónomas, y al hacerlo han sentado las bases para la creación de un “temor
global”. Los ciudadanos estadounidenses, en este proceso, no solo han sido
testigos engañados de un proceso genocida de expansión que el propio gobierno
les ha negado, sino que han crecido en una cultura que les mostraba que su
mundo era el mejor de los mundos posibles. El sentido del peligro expresaba una
realidad para todos aquellos que deseaban salirse por fuera de los límites de
la sociedad de consumo. Durante años, esta forma de pensar ha aislado a Estados
Unidos respecto del resto del mundo, a la vez que destruyó lentamente la
capacidad crítica de sus ciudadanos.
En el primer capítulo, Skoll rastrea en forma
brillante los elementos históricos presentes en la cultura americana que
suponen el nacimiento del discurso del miedo como forma restrictiva, pero a la
vez estimulante del ser-político. En este sentido, es importante destacar que
la base misma de la explotación se encuentra en la teoría económica capitalista
la cual asume que la fuerza de trabajo es un criterio que es expropiado por el
tenedor del capital (capital-owner) y comprendido en el valor de intercambio
del commodity. A la vez que ese intercambio se hace más importante, mayor es la
explotación sobre las clases trabajadoras. Como resultado final, muchos tienen
poco y poco se distribuyen la mayoría de la riqueza producida. En este estado
de constante conflicto, el miedo funciona como un mecanismo de disuasión para
que las demandas ciudadanas se dispersen o por lo menos no puedan ser
organizadas como un todo coherente. El capitalismo sustenta un orden interno
que puede auto-reproducirse en base a dos instrumentos, la represión y la
ideología. Mientras éste último, moviliza recursos tecnológicos para un control
total sobre el ciudadano, una suerte de monitoreo constante que incluso vulnera
su vida privada, para el primero, lo importante subyace en la necesidad de
crear una alegoría de la necesidad en donde todo ciudadano se sienta
representado. Esta alegoría hoy apunta a la seguridad como el elemento mediador
de todos los ciudadanos con instituciones cuya función tiene un corte cada vez
más explotador. El miedo dentro de lo que es “la guerra contra el terror”
impide la auto-organización de los ciudadanos a la vez que debilita la negociación
de los sindicatos por mejores salarios y condiciones de trabajo. En el capítulo
segundo Skoll explica con gran erudición y buen manejo de fuentes, que la elite
estadounidense ha necesitado desde siempre la creación de un enemigo externo
sobre el cual poder dirigir sus mecanismos disciplinarios. En su momento el
comunismo ocupaba el papel que hoy ocupa el terrorista. Aun cuando los actores
cambian, los procesos parecen permanecer inmutables. En la tercera sección, se
hace una revisión substancial sobre lo que el autor llama las cuatro guerras,
Corea, Filipinas, Guerra Fría, y Vietnam. En un punto, EEUU estuvo involucrado
en dos guerras mundiales con muchas más cantidades de bajas y daños, no
obstante, agrega Skoll, en estas cuatro se fundamentó un carácter imperial
especifico que ha combinado tácticas genocidas en lo exterior con discursos
ilusorios en lo interno. En perspectiva, se escribe con sangre una suerte de
“management de la explotación” por medio del cual Estados Unidos releva a
Inglaterra como administrador de un capitalismo avanzado. El problema de la
identidad y el consumo liberal se discuten en los capítulos cuarto y quinto. El
periodo 1968-1973 ha sido de capital importancia para imponer un sistema de
liberalización de los vínculos societales gracias a los cuales se adoptaron
cambios sustanciales en las formas productivas y las economías de todo el
mundo. Los intelectuales y pensadores de centro derecha, durante este período
enfatizaron sobre la necesidad de depositar la confianza en la eficiencia del
mercado llevando de esta forma la situación de los trabajadores a un estado de
precarización y desregulación. Si bien en un principio, los sindicatos
mundiales jugaron un rol decisivo como opositores a estas medidas, no menos
cierto es que su resistencia pronto cedió frente al poder del temor. Esta
globalización del terror, el cual es tratado en los capítulos sexto, séptimo y
octavo, suponía que la única forma de terminar con los enemigos de la
democracia era expandir los ideales americanos de libertad, movilidad y
tolerancia. Desde el momento que los intereses de la elite capitalista eran
dudosos, esta situación de intervención sentó las bases para un dilema de
difícil resolución. Los usos tácticos que sugieren que la única forma de
terminar con el terrorismo es la intervención directa en otras naciones
sugieren implícitamente que el terrorismo y el uso de la violencia se
encuentran asociados, empero esa intervención lejos de resolver el problema
produce caos e inestabilidad política. Ello sucede porque los intereses reales
de esa intervención se centran realmente en sistematizar eficientemente la
explotación capitalista para naciones de corte agrario. La guerra contra el
temor que lleva hoy día Estados Unidos esconde la necesidad de discutir los problemas
reales de la ecología producidos por el capitalismo global, como ser el
calentamiento global. Por último, los capítulos 9/10 discuten hasta qué punto
es posible terminar con esta cultural del temor con el fin de proteger el
espíritu de la democracia. Skoll siente que su país Estados Unidos se
transforma gradualmente frente a un estado totalitario que impone el consumo
desmedido (ideológico) para acallar la crítica de sus ciudadanos, y que frente
a la crisis económica mundial se decide a exportar el temor como forma
complementaria de control.
Luego de una reseña minuciosa del contenido del
presente libro, podemos confirmar que Skoll presenta un argumento bien
fundamentado el cual es producto de años de maduración y un pensamiento
académico profundo. Su crítica sobre “la cultural del temor en EEUU” es
fundamental para poder comprender las bases conceptuales mismas de cómo opera
el capitalismo moderno. Es sin lugar a dudas una obra de consulta y referencia
que expresa y combina una alta calidad con una reivindicación por las lecturas
postmarxistas.
Para futuros abordajes, Skoll debería resolver
aquel dilema formulado por Korstanje como “la dicotomía hobessiana de la
política” en la cual se postula que el marxismo equivoca su diagnóstico sobre
el rol que ha jugado el poder en la configuración del ethos social capitalista
(en parte por desoír los avances de Max Weber en ese sentido). En otros
términos, con Thomas Hobbes hemos aprendido el miedo jamás desaparece pues
subyace en el corazón de la sociedad, solapado en todas instituciones y las
relaciones mismas de sus ciudadanos, incluso en democracia. Aun cuando la
producción es un elemento significativo en cómo se organiza la sociedad no es
determinante; ya que no existe nada como un fin de la lucha de clases o un
progreso de la historia por medio de la lucha entre las clases. Ello sugiere
que la sociedad no es pasivamente una entidad que es afectada por el miedo,
sino todo lo contrario, ella la sociedad nace desde y es creada por temor. En
el caso americano, la cosmología puritana ha desarrollado en torno a ella una
idea cerrada y clausurada del destino por medio de la predestinación. Por ende,
el trabajador protestante debe demostrar que es merecedor de la salvación
divina. La pobreza para él, a diferencia del católico, no solo es una muestra
de pereza y condenación sino un lastre para su comunidad. El éxito del
capitalismo descansa en la idea que los que sobreviven son mejores a quienes
perecen y que la sociedad puede fortalecerse de esa forma. El darwinismo social
ha sido una pieza ideológica clave en ese proceso. El éxito del proyecto
capitalista dentro de EEUU que incluye a muchos grupos étnicos nos demuestra
que el mundo no debe ser privado de él. Porque el mundo merece los valores
americanos, es que los estadounidenses se sienten especiales y únicos. El
consumo es secundario a este valor cultural fundante. Claro que si varias
personas se sienten especiales ello sugiere una lucha de “todos contra todos”
por demostrar su virtud. El capitalismo no funciona sin la imposición del
darwinismo social en donde todos los participantes entran en pugna sin saber
sus posibilidades reales de triunfo. Como en los realities donde de muchos
participantes solo uno será el ganador, o de films como The Hunger Games, se
observa un mensaje por demás particular y que explica porque aceptamos los
ideales del capitalismo que fomentan desigualdad, el triunfo de pocos
implica la ruina del resto. Como los trabajadores en la vida real, los
participantes no son conscientes de que son explotados, pues es por medio del
“narcisismo” que ellos desarrollan una imagen desmedida de sus probabilidades
reales. Por medio del temor, el narcisismo desorganiza las relaciones sociales
con el fin de que el proyecto capitalista pueda expandirse (Korstanje 2015).
Empero, ¿Hasta qué punto podemos suponer que la realidad Anglosajona se aplica
a pueblos de otra raíz cultural como los hispano parlantes?, ¿Cuáles son los
puntos en común que existen entre el temor político en América del Sur y del
Norte?. Para responder a estas preguntas, Freddy Timmermann ofrece un texto
complementario titulado el Gran Terror que puede explicar la manera en que los
países latinoamericanos han sufrido la represión de estado en el pasado.
Referencias
Korstanje M E (2015) A Difficult
World: Examining the roots of Capitalism. New
York, Nova Science Publishers.
EL GRAN TERROR. Miedo, Emociòn y
Discurso. Chile 1973-1980. Freddy
Timmermann. 2015. Santiago de Chile, Ediciones Copygraph. Pp
337. ISBN 978956711970-7
Además de comprenderse como una de las cinco
emociones básicas de la psicología humana, el miedo es un eficaz mecanismo de
adoctrinamiento político. Diversos estudiosos han marcado la relación existente
entre el miedo y la sociedad. Ulrich Beck nos habla de la sociedad del Riesgo,
Richard Sennett alude a la corrosión del carácter, además de otras
intervenciones tales como Naomi Klein (doctrina del shock), Anthony Giddens
(Riesgo y Apego), Cass Sunstein (las leyes del miedo), Dicen Bulent (la comedia
del terror), Wole Soyinka (el clima de miedo), Geoffrey Skoll y Maximiliano
Korstanje (el fetiche del riesgo) entre otros muchos. Y como lo ha demostrado
en forma brillante Freddy Timmermann con su libro “El Gran Terror”,
Latinoamérica no ha sido la excepción a tratar este complicado tema.
La obra explora con detalle los mecanismos de
ejercicio de la violencia durante las respectivas dictaduras que abarcaron gran
parte de las décadas del 70 y 80 en Argentina y Chile. Aun cuando los planes de
quienes condujeron los golpes de estado diferían en su organización y
aplicación, ambos emplearon al terror como técnica de disciplinamiento, y con
ella marcaron la cancha para facilitar las reformas financieras y económicas
acordadas en el “Consenso de Washington”. En Argentina la estructura sindical
era mucho más concisa que en Chile, pero no menos cierto era que durante la era
neoliberal, las ciudadanías de ambos países evitaron tomar posición en la arena
política. Según Timmermann ello no solo se ha debido a una marcada tensión entre
la esfera de lo privado y lo público, sobre la cual actúa la lógica del
mercado, sino por la desconfianza y el miedo que el ciudadano medio sentía
respecto de aferrarse a la política como instrumento de cambio. El gran terror
promovido por los gobiernos de Pinochet y Videla ha generado una
des-estructuración del ser político que indudablemente ha afectado el
compromiso político por la res-pública, es decir por la causa pública.
La tesis central del argumento que forma los atrapantes ocho capítulos se asocian
a dos ideas centrales. La primera y más importante, por dentro de la sociedad
burguesa subyace un temor primigenio del estilo hobbesiano que todos llevamos
dentro. Este miedo se asocia a la violencia de forma de quedar estructurado en
las relaciones históricas entre las personas. Ello da pie a la segunda idea
fuerza, cuando lo político apela al terror como eje fundante de su gobierno, la
democracia da lugar a la “dictadura”. La base empírica que discute Timmermann
se encuentra centrada en los documentos emitidos por el RCM desde el 11 de
Septiembre de 1973 hasta la promulgación de la Constitución del 80. Estos textos forman parte de un sentir discursivo y colectivo que ha
caracterizado la vida política de Chile durante el periodo estudiado.
Metodológicamente, es necesario fijar las bases para comprender “la producción
discursiva del miedo (p. 29), para luego proyectar algunas comparaciones con la
experiencia argentina 1976-1977. El extremo grado de violencia vivido por ambos
países se explica por la construcción de un esquema binario adoptado por las
elites, donde toda acción de violencia se apoya en la necesidad de prevenir un
mal extremo, un peligro “rojo”, para proteger lo que por propia naturaleza se
presenta como superior. Por medio del entendimiento de la “memoria” que queda
luego de esta clase de eventos traumáticos, los historiadores tienen un fértil
campo de estudio para deconstruir la significación del temor.
Lejos de cualquier posición subjetiva de tipo
moralista, Timmermann intenta, por todos los medios posibles, comprender al
miedo como parte integrante de un dispositivo más amplio que modifica el acto
político. Cuando el nivel de temor es tan grande que amenaza con fragmentar a
la sociedad, se da un mecanismo de “desensibilización” que nos lleva al “gran
terror”. Esta forma asignada de indiferencia no solo paraliza, sino que recluye
al ciudadano al seno de su vida privada, dejando al mercado el monopolio de la
acción en la esfera pública-estatal.
Huelga decir, este razonamiento es aplicable no
solo a cualquier contexto donde prime el terrorismo como moneda de cambio, sino
incluso al primer mundo, EEUU e Inglaterra donde se sospecha el temor manejado
por la elite política ha quebrado la voluntad de los respectivos sindicatos,
haciendo de los “negociados” entre estado y sector privado (además de la
violación a los derechos humanos) una de las cuestiones pendientes de los asi
llamados “países democráticos”, o “democracias consolidadas”.
Como en Chile, también en Argentina, el miedo
destruye las bases del arraigo socio-político. El primer capítulo de esta
fascinante investigación se centra en los aspectos socio-psicológicos del miedo
ya sea como el principio de selectividad por el cual ciertos miedos tienen
mayor impacto a otros, o lo que Timmermann llama miedo derivativo. Cuando un
sujeto ha experimentado un trauma, resulta de dicha experiencia un miedo que
viene desde el pasado para modificar nuestro presente, este sentimiento es “el
miedo derivativo”. Las variables históricas que han coadyuvado en la atmósfera
de violencia en Chile son tratados en el segundo capítulo. El miedo al
“comunismo”, la concepción de las Fuerzas Armadas como grupos excepcionales y
selectos destinados por la gracia divina para intervenir en la política cuando
no hay resultados por parte de los civiles, son algunos de los temas que aborda
Timmermann en esta sección. Los capítulos tercero, cuarto y quinto enfatizan en
los principios epistemológicos del gran terror, su avance sobre la sociedad, y
sus finales efectos con el advenimiento del neoliberalismo. El Proceso de
Reorganización Nacional en Argentina cumple la función de un espejo que refleja
no solo la eficacia de Timmermann en elaborar indicadores claros que pueden ser
aplicados de uno u otro lado de la cordillera, sino la relación que ha tenido
el “integrismo católico” frente a las ideas marxistas, y posteriormente a la
“subversión”. Cabe una aclaración, a diferencia del golpe de Pinochet donde no
queda claro el programa de gobierno, el PRN argentino toma el poder con un
programa específico, concreto y llevado a la práctica en forma sistémica sin
ningún tipo de oposición. A diferencia de Chile donde la tortura y la
humillación se hicieron públicas para amedrentar a la ciudadanía disidente, en
Argentina la violación de los derechos humanos fue una cuestión secreta de
estado, donde los crímenes eran ajenos a la opinión pública. Según Timmermann,
ello podría explicar porque la lucha de los sindicatos argentinos contra el
neoliberalismo fue más activa en Argentina que en Chile. A mi entender este
punto alcanza el mayor aporte del libro a la comprensión del fenómeno, el
terror no toma forma expresa en la sociedad argentina.
En forma complementaria, Miguel Angel Centeno
(2002) elabora una tesis por demás particular que empalma con el aporte de
Timmermann. En parte, la historia demuestra que los europeos se han matado
entre sí por siglos debido a sus diferencias lingüísticas y culturales. Ello
los ha llevado a desarrollar formas de política coactiva que luego pudieron
trasladar a lograr un óptimo equilibrio fiscal. Por el contrario, los estados
latinoamericanos son “leviatanes” fallidos, incompletos, y lo son, no por la
abundancia de instituciones “extractivas” provenientes de la colonia, o de la
corrupción de su política interna (como pretende instalar la inteligentsia
anglosajona), sino por la falta de guerras totales que permitan una eficiencia
sistemática en la producción y movilización de recursos. A diferencia de EEUU y
Europa que han participado en dos guerras totales, los estados latinoamericanos
son “primus internares”, cuyo grado de violencia interno fue alto pero que de
ninguna forma fue hacia “otro étnicamente diferente”. Las elites
latinoamericanas no solo mantenían un elevado interés en mantener a sus
poblaciones locales bajo control, sino que sus guerras por la independencia los
han dejado en una situación económica complicada. Esa falta de recursos se vio
acompañada por una excesiva oferta de capital en el mundo que los ha llevado a
endeudarse en forma ilimitada una y otra vez. El déficit fiscal producido por
la falta de instituciones reguladoras y el apego al préstamo fueron dos de las
cuestiones más acuciantes de Latino America. Como bien dice Timmermann,
controlar el elemento interno siempre fue la principal preocupación de las
elites hispano parlantes. La hipótesis de amenaza externa como la conocemos
sólo prendió en EEUU y Europa, pero no en América Latina. El escenario
exterior fue desde antaño base de operaciones, una excusa para quienes
mantuvieron el poder histórico se recluyeran en su centro ejemplar,
distanciándose, pero a la vez controlando a sus respectivas poblaciones. A
diferencia del mundo anglo que excluyó al otro diferente, durante la conquista,
el Imperio Español no solo explotó al indio en base a sus propios intereses,
sino que dio lugar a lo que se conoce como “proceso de miscegenación”. Pero
esta mezcla étnica y cultural estuvo lejos de ser igualitaria y participativa.
Las sociedades latinoamericanas están formadas sobre una pirámide donde la elite
europea y letrada domina al resto de las clases “cholas”, “aborígenes” o
“africanas” (Korstanje, 2006). Desde el malón hasta la insurgencia, las elites
históricamente tuvieron que lidiar con estas mayorías que desafiaban sus
propios programas económicos. Lo exterior funcionaba como un espejo moldeado
para proteger los intereses de ese grupo minoritario, incluso que ha
sobrevivido a diferentes gobiernos ya sean conservadores o populistas. El miedo
rojo no ha sido un capítulo más de esta realidad insoslayable donde se diagrama
un peligro que proviene del exterior, para legitimar prácticas que de otra
forma serían rechazadas. En el fondo, la introducción de ese gran temor
(magistralmente estudiado por Freddy Timmermann) durante 1973-1980 lleva como
objetivo implícito desestructurar al -tan temido- enemigo interno que siempre
ha preocupado las elites en esta parte del mundo. Daniel Feierstein ha sido un
gran pilar conceptual en el pensamiento de Timmermann pues establece por vez
primera “la palabra genocidio” al igual que Skoll a las practicas estatales.
Empero, lo que unos llaman genocidio otros lo denominan “lucha contra el
terrorismo”. ¿Por qué no afirmar que el terrorismo es una relación dialéctica
del odio que involucra a ambos, violencia de los subversivos hacia el aparato
estatal y violación a los derechos humanos desde el estado hacia la población
civil?
Referencias
Beck,
U. (2006). Risk Society. Towards a new modernity: hacia una nueva
modernidad. Buenos Aires, Paidos.
Centeno M A (2002) Blood &
Debt. War and the Nation-State in Latin America. Pennsylvania, The
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Giddens,
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Skoll, G. R., & Korstanje, M. E. (2012). Risks, totems, and fetishes in Marx and Freud. Sincronía, (2), 11-27.
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corrosion of character: The personal consequences of work in the new capitalism.
New York, WW Norton & Company.
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W. (2005) The Climate of Fear. The quest for dignity in a dehumanized World.
New York, Random House.
Sunstein, C. R. (2005). Laws
of fear: Beyond the precautionary principle (Vol. 6). Cambridge, Cambridge
University Press.
Genocide
as a social Practice: reorganizing Society under the Nazis and Argentinas`s
Military Juntas. 2014. New Brunswick, Rutgers
University Press. ISBN 978-081356317-6, pp. 260
Daniel
Feierstein, uno de los representantes del estudio del genocidio en Argentina,
discute críticamente en su libro sobre la necesidad de crear metodológicamente el marco conceptual necesario para, primero, poder comprender ¿qué es y
cómo opera discursivamente el genocidio? Segundo, se plantea la necesidad de
comparar los trazos narrativos entre “prácticas de genocidio” para desprenderse de las concepciones jurídico legales del término. En su libro, El Genocidio
como práctica social, Feierstein enfrenta, de esta forma, su primer
escollo; concentrar esfuerzos para establecer su propia definición de
genocidio, para luego poder vincular las categorías narrativas del nazismo con
la experiencia argentina, es decir con el infame Proceso de Re-Organización
Nacional. Las definiciones legales aprobadas por Naciones Unidas en 1948 hablan
de intentos de exterminio sobre poblaciones “totales” por motivo étnico o
religioso. Empero poco dice de las preferencias políticas.
Desde
una postura original, Feierstein reconoce que la experiencia argentina precisamente carece de un matiz étnico, pues no había diferencia entre víctimas y
victimarios. Las prácticas se encontraban legitimadas bajo la doctrina “de
Seguridad Nacional” y seleccionaba a sus víctimas por motivos ideológicos de
profeso o supuestas, aun cuando obviamente los márgenes se fueron ampliando
durante todo el período a civiles que siquiera tenían militancia política. Es
imperativo reformular la figura del genocidio, entendido por la ONU como la negación normativa a poblaciones enteras, por una nueva definición que se ajuste
al trauma argentino. La misma definición original contempla, advierte el autor,
la cuestión política de la víctima, y no se reduce a sus características personales. El genocidio de grupos políticos permanecía tipificado como “otros
motivos” dentro de la resolución primigenia. Ello autoriza no solo a re-abrir
el debate sobre las tácticas llevadas a cabo por la Junta Militar, extirpando derechos esenciales de la población civil, sino también
configurando una nueva tipología, la práctica de genocidio y las formas
políticas de narración y recuerdo. En forma elegante, Feierstein sugiere que
toda práctica genocida se encuentra enraizada en un proceso, que nunca culmina
con el crimen. En el siguiente párrafo se evidencia el sentido dado por el
trabajo de referencia a la cuestión,
“una práctica social genocida es tanto aquella
que tiende y/o elabora en el desarrollo del genocidio como aquella que lo
realiza simbólicamente a través de modelos de representación o narración de dicha experiencia. Esta idea permite concebir al genocidio, como un proceso, el cual
se inicia mucho antes del aniquilamiento y concluye mucho después, aun cuando
las ideas de inicio y conclusión sean relativas para una práctica social, aun
cuando no logre desarrollar todos los momentos de su propia periodización” (p.
36).
Si
la ley es igual para todos los grupos, excluir de la declaración del 48 a los grupos políticos, agrega el especialista, es en parte producir desigualdades en los sujetos
de derecho. Ciertamente, razones no faltaban. Muchos de los estados firmantes,
se negaron a reconocer la autonomía de los colectivos políticos y sus aspectos
ideológicos. Como resultado, el acto de asesinar por razones políticas no fue
un crimen tipificado como genocida. Al contrario, ciertos grupos que en
posición vulnerable acusaban recibo de características específicas vinculadas a
lo religioso o lo étnico quedaron sobrevalorados de la declaración. Este documento no solo contradice las bases del derecho romano, pues el crimen
(claro algunas excepciones) nunca se valora por la característica de la
víctima, sino por la norma que infringe, sino que además crea una desigualdad
entre las diferentes víctimas. La paradoja abierta radica en el hecho que
precisamente los estados nacionales, en post de una defensa de los derechos de
ciertas mayorías, siguieron empleando en contra de sus poblaciones civiles, la
violencia y los mecanismos disciplinarios con fines políticos. Si la palabra
genocidio se aplica para persecuciones de tipo religiosa, lo mismo puede
hacerse respecto a lo político. Con este argumento elocuente, Feierstein
consigue, en forma seria, llevar al campo del genocidio las prácticas de
tortura, y asesinato perpetrados por la Junta militar en su supuesta campaña “contra la subversión”. Uno aquí debe cuestionarse ¿qué tienen en
común las prácticas nazis con las del proceso? Feierstein afirmará, no solo la ideología o la búsqueda de un enemigo para la comunidad, sino las construcciones
narrativas de sub-humanización del otro, reducido a un objeto sin derechos, para deslindar cualquier vinculación ético-moral.
En
algún punto debe haber una diferencia entre el ser y el hacer que amerita una
profunda discusión. En la experiencia argentina, las víctimas eran
seleccionadas por su supuesto hacer y no por pertenecer al grupo en sí. No
obstante, Feierstein pone en duda este principio pues aduce que no existe una
diferencia entre “el ser y el hacer judío”. Los nazis usando criterios
etno-biológicos acusaban a un colectivo por lo que supuestamente habían hecho
en contra de Alemania. Lo importante, en ambos procesos de genocidio ha sido,
la forma radical en la cual el otro es construido, y luego las prácticas que
llevan a igualar a todos frente a la muerte. Los militares argentinos, al igual
que los nazis, construían un proceso de diferenciación “degenerativo”, por
medio del cual se preservaba la pureza de la propia sociedad. El militante
subversivo, aunque renegara de su ideología, recibía el mismo tratamiento de
quienes persistían en su hacer político. El carácter de víctima era, por lo
menos, irreversible. Ahora bien, todo buen trabajo requiere de una minuciosa
crítica con el fin último de mejorar el argumento. Particularmente, el primer
problema conceptual en la obra del profesor Feierstein es la concepción entre
un régimen político totalitario y otro autoritario. El primero, en donde se
ajusta el “ethos-nazi”, se diferencia del último por adquirir un control total
de la vida privada y subordinarla al poder público. Para poder llevar a cabo
dicho proceso se necesitaba de una eficiencia disciplinaria “totalizante”
acompañada de un gran régimen propagandístico. El joven nazi, como bien muestra
la historia, entregaba a sus propios familiares porque su devoción a la figura
del Fuhrer era total. En cambio, en Argentina, la ineficiencia del estado, ya
sea en materia económica como militar no podía llegar, en ninguna de sus
formas, a subordinar eficientemente toda la esfera privada al poder estatal. La
población nunca adoptó la postura radical de los militares argentinos. Segundo,
como afirma Kekes (2006), “mientras los militares argentinos estaban
convencidos que estaban peleando contra un mal extremo”, para muchos oficiales
nazis los judíos simplemente representaban una forma burocrática de ascenso,
una suerte de mal “banal” en términos de H. Arendt. Cuando la filósofa alemana
documenta el juicio a Eichmann, exclama que existen dos tipos de males. Un mal
radical y extremo enquistado en la lógica de los líderes del nazismo, el cual
no consiste en asesinar sino en quitarle al hombre público su consciencia
ética. La falta de pensamiento crítico, que nos lleva como sujetos a distinguir
entre lo bueno y lo malo, representa el triunfo del mal radical sobre la vida
social. Empero, existe otro tipo de mal, llamado “banal” que se explica por la
razón instrumental que por beneficio propio fue cómplice de actos atroces.
Advierte Arendt, la psicología del Coronel Adolf Eichmann, quien coordinaba los
trenes que iban y venían de los campos de exterminio, estaba lejos de ser la de
un monstruo psicópata como se presentaba en la opinión pública. Desde pequeño,
él solo quería “impresionar a los demás”, y ser un buen empleado. Su afán y/o
ambición lo llevaron a justificarse actos que le costaron la vida. Si bien,
Eichmann nunca disparó contra una persona, ni contra un prisionero de campo,
esta suerte de banalidad de los actos básicos es la que lo llevaron a cometer
crímenes de lesa humanidad (Arendt, 1963). Recientemente, en otros trabajos,
hemos criticado la postura de Arendt pues aún no siendo responsable en forma
directa de los crímenes para los cuales ha sido un facilitador, Eichmann es
éticamente responsable de haber renunciado a su juicio crítico (Korstanje,
2013a). Al margen de ello, ambas experiencias pueden en este punto no ser
comparables. De hecho, mientras el Tercer Reich fue un régimen surgido del seno
de la democracia misma, la Junta tomó anulando las garantías y derechos
democráticos.
El
problema central en el argumento de Feierstein es el cambio de criterio para
evaluar éticamente el rol de las juntas, y no hacerlo en el caso de la
“guerrilla”. Feierstein entiende que debe usarse el término genocidio porque se
ha asesinado gente por sus características externas, por ejemplo, ideología. No
obstante, para la parte final de su libro, Feierstein pone como reparo para
justificar el accionar subversivo sobre los asesinatos cometidos a personal
civil y militar, que las fuerzas armadas eran asimétricamente superiores a la
guerrilla. ¿No es acaso esta asimetría también una característica externa del
grupo que no debe per se justificar el asesinato?, ¿es la diferencia externa
razón éticamente necesaria para justificar el asesinato?, ¿tiene el más débil
derecho a cobrarse la vida de otros?, ¿no es ella una forma discursiva de legitimar
la victimización terrorista?
Por
último, pero no por ello menos importante, Feierstein ignora que los Derechos
Humanos como forma o práctica universal, aplicable a cualquier cultura puede
llevar a una verdadera dictadura, pues se reservan para un poder único de
policía la necesidad de intervención en territorios ajenos (Korstanje, 2013b).
Es prácticamente imposible poder delegar la fuerza en un tercero, para que
garantice los derechos de todos, so pesar que ese tercer estado aplique el
“principio de auto-determinación” para sí mismo. Es lo que, precisamente,
sucede hoy con la delegación de la ONU a los Estados Unidos como “poder de
policía”. La guerra contra el terror iniciada por la administración Bush ha
dejado miles de denuncias por violaciones de DDHH, a cada acusación, el poder
interviniente aduce el principio de “libre determinación” presente en su sexta
enmienda y su constitución por medio del cual su política interna no es o,
mejor dicho, no queda sujeta a juicio de un estado extranjero. Por ende,
aplicar universalmente los DDHH o una política de prevención en violaciones a
los derechos básicos, con el fin de evitar genocidios, niega la esencia misma
de todo derecho, la obligación. Aun cuando brillante en su concepción, el
trabajo de Feierstein atraviesa por diversas contradicciones que el autor no
puede resolver con claridad y que deben ser retomados en una discusión
conceptual profunda.
Referencias
Arendt,
H. (1963) Eichmann in Jerusalem. NY, Penguin.
Kekes,
J. (2006) Las Raíces del mal. El Ateneo, El Ateneo
Korstanje,
M. (2013ª). “Riesgo y Seguridad: Hannah Arendt y la Construcción Política”. Observaciones Filosoficas. Número 15. Julio 2013.
Korstanje,
M. (2013b) “Una Introducción de los Derechos Humanos”. Revista
Argus-a: artes y humanidades. Volumen II, Edición 9.