Resumen: Los
estudios sobre mitos políticos, como elementos denotativos de la cultura en
general y la cultura política en particular, aparecen divorciados de los
estudios sobre cultura política fundamentalmente desde la arista antropológica.
Dentro de los marcos de los estudios antropológico- políticos, después de la
década del cuarenta del siglo XX, el término cultura política debe su origen
dentro de la disciplina antropológica a los debates que emergieron sobre los
estudios de fenómenos superestructurales lo cual dio continuidad a los estudios
de cultura política asociados al interés por la cuestión de lo nacional, no
solamente de pueblos considerados primitivos y de poca importancia política en
el escenario mundial, sino también de naciones que jugaban un papel relevante
en él.
Palabras
claves: Mito político, Cultura política
Abstract: The studies have more than enough political myths, as elements
denotativos of the culture in general and the political culture in particular,
they appear divorced of the studies it has more than enough political culture
fundamentally from the anthropological edge. Inside the marks of the
anthropological studies - political, after the decade of forty in the XX
century, the term political culture owes its origin inside the anthropological
discipline to the debates that not only emerged on the studies of phenomena
superestructurales that which gave continuity to the studies of political
culture associated to the interest for the question of the national thing, of
considered primitive towns and of political little importance in the world
scenario, but also of nations that played an outstanding role in him.
Keywords: Political myth, political Culture
Encuentros y desencuentros en torno a los
conceptos: mito político y cultura política. Algunas reflexiones en torno a sus
usos desde la antropología política.
Autora: MSc. Anabel Recio González.*
Introducción
Los estudios
politológicos constituyen hoy una parte significativa de la producción teórica
mundial, y específicamente sobre Cuba, se publican numerosos estudios de
contenido político, a pesar de la variabilidad de criterios y enfoques, lo que
ha contribuido en ocasiones, a ganar en imprecisiones hasta en el objeto de
estudio de las disciplinas que estudian la política, sin embargo, se ha ganado
en claridad con respecto a que la política no puede ser entendida solo desde
ella misma, sino que necesariamente debe articularse con los modos de
representación real propuestos por otras disciplinas, teniendo como premisa,
que las cuestiones políticas se nutren de una multiplicidad de condicionantes y
factores que actúan fuera de la misma política.
Son diversas algunas de las ramas
del saber, que estudian hoy en el mundo la política y cuestiones afines a ella,
como la teoría política, la psicología política, la economía política, la
antropología política, la filosofía política, la axiología política, la
sociología política, el derecho político, la historia política, la geografía
política, la ecología política y la ciencia política, a pesar de ser esta
última una de las ciencias de conformación más reciente en nuestro país
y considerada por algunos autores como la rama de las ciencias sociales capaz
de formular y sistematizar conocimientos específicos en materia de fenómenos
políticos, de instituciones y de movimientos, de procesos y comportamientos,
aunque no por esto puede tener una teoría universal y monopolista ya que
necesita del intercambio con el resto de las disciplinas ya mencionadas,
contribuyendo significativamente al enriquecimiento metodológico de esta
última.
Dentro de las disciplinas que se
han encargado del estudio de los mitos, queda claro que la antropología, desde
su dimensión social, cultural, o sociocultural , ha dedicado gran
interés a las esencialidades de los mismos, así como a la función social que
cumplen dentro de las producciones culturales de las agrupaciones humanas. Sin
embargo, siendo fieles a lo planteado con anterioridad en la presente ponencia,
entraríamos a considerar ¿Ha sido analizado el mito de connotación política
desde la Antropología? ¿Cómo se gestaron las bases para este enfoque
antropológico político del mito? ¿Qué relación guardan los mitos políticos con
la cultura política, desde su carácter de expresión simbólica de la misma?
El mito
político, como tema recurrente de investigación, no cuenta con estudios
precedentes en nuestro país desde el enfoque antropológico, aunque, en el
ámbito internacional, podemos ubicar con mayor concreción los estudios
antropológicos desde un enfoque político, los cuales se comienzan a producir de
forma tardía dentro de la Antropología como ciencia. A pesar de esto, el tema de los mitos políticos y su relación estrecha con la cultura política, ha sido
objeto de atención, fundamentalmente, de otras disciplinas como la ciencia
política, la psicología política y la sociología política.
Los primeros estudios de
carácter antropológico- políticos que sentarían las bases para otros
posteriores de forma sistemática, comenzaron a partir de la década del sesenta
del siglo XIX y versaron en torno a la consideración de los fenómenos políticos
sobre todo en el aspecto de su génesis. Al respecto, antropólogos como Henry
Maine, con su obra ¨ Ancient Law ¨ escrita en el año 1861, consistente en un
estudio comparativo de las instituciones indoeuropeas, apuntando dos
revoluciones en el estudio de las sociedades: la transición de las sociedades
basadas en el status a las asentadas sobre el contrato; el paso de las organizaciones
sociales centradas en el parentesco a las organizaciones que están sujetas a
otro principio como por ejemplo el de la contigüidad local, que define el
asiento de la acción política mancomunada. Esta doble distinción es la fuente
de un debate que aún se mantiene en pie .
Dentro de estos primeros estudios
antropológico-políticos se destacan las obras de L.H. Morgan, ¨ Ancient
Society¨, del año 1877, donde reconoce dos tipos de gobiernos fundamentalmente
distintos y significativos de la antigua evolución de las sociedades; el
antropólogo I. Schapera, con su obra ¨ Government and Politics in tribal
Societies¨, del año 1956 y Franz Oppenheimer con su obra ¨ Der Staat ¨ escrita
en el año 1907.
Ahora bien, las investigaciones
sobre las cuestiones antropológico-políticas, toman auge, de forma
ininterrumpida en voz de los antropólogos y politólogos, a partir de la segunda
y tercera décadas del siglo XX, cuando se elabora, una Antropología Política
explícita y no ya implícita, apoyada en los resultados investigativos
planteados con anterioridad por los antropólogos, pero explotando materiales
nuevos resultantes de la investigación etnográfica.
Por tanto, podemos hablar en
términos de diferentes etapas con respecto al surgimiento y desarrollo de los
estudios antropológico-políticos: una primera, conocida como etapa de los
precursores que abarca desde finales de la década del sesenta del siglo XIX,
otra que se inicia en la segunda década del siglo XX y que cobra fuerza bien
entrada la década del treinta del propio siglo y otra que cobra fuerza entrada
la década del cuarenta, considerada como la etapa de la revolución
antropológica debido a que se multiplican las investigaciones consagradas a las
sociedades segmentarias (llamadas sin Estado), a las estructuras del parentesco
y a los modelos de relaciones que rigen estas últimas, conduciendo a una mejor
delimitación del campo político y a una mejor aprehensión de la diversidad de
sus rasgos.
Sobre esta base se intentan
retomar las cuestiones acerca del origen del Estado, y de sus expresiones
primitivas, cuestión que ya había sido resumida por Franz Oppenheimer a
comienzos del siglo. Se publican al respecto dos estudios importantes: el
trabajo de W.C.Macleod, ¨The Origin of the State Reconsidered in the Light of
the Data of Aboriginal North America¨ en el año 1924, y el trabajo de R.H.
Lowie, The Origin of the State en 1927, dando paso a nuevos dominios para la
investigación antropológica, algunos de los cuales desembocan en el
reconocimiento y la interpretación de las teorías exóticas del gobierno, como
por ejemplo Beni Prasad con la publicación de su obra ¨ Theory of Government in
India , del año 1927.
Sin embargo, los primeros
trabajos de Antropología Social, dedicaron un lugar muy limitado a los hechos
políticos, tal es así que el antropólogo Franz Boas, en su obra ¨Anthropology¨,
reserva solo un capitulo de su obra a la problemática del gobierno. Por su
parte R. Lowie en su obra ¨ Primitive Society¨, sistematiza las tesis de Boas
y aporta un inventario limitado de los principales resultados, a pesar de que,
en el año 1940 se publican tres obras de corte antropológico político, hoy en
día, clásicas:
-¨ The Nuer ¨ del antropólogo
Evans Pritchard, donde se presentan los rasgos característicos generales de una
sociedad nilótica, mostrando las relaciones y las instituciones políticas de un
pueblo aparentemente desprovisto de gobierno, mediante lo que se demuestra la
posibilidad de existencia de una anarquía ordenada y por tanto, la existencia
de relaciones políticas sin gobierno.
- ¨The Political System of The
Anuak¨ (Sistema Político de los Anuak) de Evans Pritchard también, en la que
refleja un estudio de antropología política relativo a un pueblo sudanés,
vecino de los Nuer que ha elaborado dos formas contrastadas y competidora de
gobierno de los hombres.
No obstante el año 1940 marca el
comienzo de una nueva etapa en el tratamiento antropológico de lo político, si
no el nacimiento de la disciplina misma. Con la compilación colectiva ¨African
Political Systems¨, dirigida por E.E. Evans Pritchard y M. Fortes, y con la
realización de un prólogo a cargo de Radcliffe-Brown, se considera que esta
obra en especial, constituye el parteaguas de la investigación antropológica,
ya que contribuyó a que los antropólogos volvieran la mirada hacia los aspectos
informales de la vida política, como la cultura política de las naciones,
pueblos y grupos.
Sin embargo, los estudios sobre
mitos políticos, como elementos denotativos de la cultura en general y la
cultura política en particular, aparecen divorciados de los estudios sobre
cultura política fundamentalmente desde la arista antropológica. Dentro de los
marcos de los estudios antropológico- políticos, después de la década del
cuarenta del siglo XX, el término cultura política debe su origen dentro de la
disciplina antropológica a los debates que emergieron sobre los estudios de
fenómenos superestructurales lo cual dio continuidad a los estudios de cultura
política asociados al interés por la cuestión de lo nacional, no solamente de
pueblos considerados primitivos y de poca importancia política en el escenario
mundial, sino también de naciones que jugaban un papel relevante en él. En
este sentido, los estudios realizados por Ruth Benedict sobre la cultura
japonesa, resultan paradigmáticos.
Precisamente
es Ruth Benedict junto a Margaret Mead y a Erich Fromm, quienes al frente de la
escuela de Cultura y Personalidad proponen estos estudios durante la década del
cuarenta del propio siglo y proponen la inclusión del concepto cultura política
como fundamental para los estudios antropológicos. A esto le siguió el
paradigma implantado desde la década del sesenta por los estudios
culturalistas de Gabriel Almond y Sydney Verba quienes con la obra ¨The Civic
Culture; Political Attitudes and Democracy in Five Nations¨, llamaron la
atención sobre la necesidad de que los estudios sobre cultura política fueran
encaminados a entender la misma como el conjunto de elementos cognoscitivos,
afectivos y valorativos que el ciudadano tiene sobre la vida política y sus
componentes estructurales.
Evidentemente el término cultura
política, estudiado desde la antropología a partir de la fecha referida, logra
un espacio en otras disciplinas como la ciencia política o las también llamadas
ciencias políticas, sobre todo desde la década del sesenta con el paradigma
estructural-funcionalista norteamericano de Gabriel Almond y Sydney Verba.
Sin embargo, en el área
latinoamericana la aparición del concepto de cultura política es aún más
tardía, pues comienza a penetrar, como término analítico, en la segunda mitad
de la década del ochenta del siglo XX, vinculado a las necesidades de
satisfacer inquietudes teóricas sobre el fenómeno de transición de la
democracia en los países del Cono Sur, y el apoyo que distintos sectores
sociales prestaron a los regímenes autoritarios y estuvo ligado al
interés por el reconocimiento de la importancia de los factores culturales
(entre ellos de aquellos particularmente relacionados con la subjetividad de
los actores políticos y sociales), en la consolidación de las recién
instauradas democracias. Esto constituye solo una muestra de la multiplicidad
de enfoques asociados al concepto de cultura política.
No obstante, los estudios sobre
la misma no dejan de ser de elevada complejidad, no solo por la polisemia del
término, sino por la multivocidad conceptual, la pluralidad de paradigmas
teóricos existentes, la multiplicidad de disciplinas a partir de las cuales se
le intenta explicar, la gran diferenciación de formas y niveles en que la misma
puede manifestarse en la vida real, su naturaleza estructural multicomponente y
lo difícil que resulta su medición en el plano empírico.
En cambio, los procesos de
creación de las culturas políticas, así como las recurrentes definiciones
que giran desde el mundo académico en torno a la misma, han sido punto
controversial de varias disciplinas desde el campo de las llamadas Ciencias
Sociales, las Ciencias Políticas y, dentro de estas, la Antropología Política.
Aunque la cultura política se
designa, en sentido general, por los aspectos políticos de la cultura,
considerando que ellos mismos forman un conjunto sistematizado, encontramos
autores que consideran que los aspectos políticos de la cultura no deben
recibir esta denominación, puesto que, además de caer en confusiones, no
resulta un término adecuado, aunque como fenómeno existe.
Desde otro ángulo, la cultura
política puede entenderse también como la expresión de la actividad que el
individuo despliega en la esfera política y provoca una importante influencia
en el proceso de formación de su mundo espiritual, sus sentimientos, su
voluntad, su conciencia, por lo que la cultura política se expresa en el nivel
de conciencia y activismo políticos que sean capaces de desplegar las masas en
general y cada individuo en particular pues la misma, no puede existir si no
se vincula con la del contexto más general en el que ella se desarrolla, o sea,
a la cultura política del grupo, pueblo o nación en su conjunto.
A juzgar por el criterio del profesor
Dr.c Carlos Cabrera, dentro de la multidiversidad de
aproximaciones existentes con respecto a la cultura política, podemos
distinguir dos grandes vertientes de análisis y varios paradigmas que la
integran: la vertiente marxista o que se ha apoyado en el marxismo (Marx,
Engels, Lenin, Gramsci, Lukacs, H. Bloch, T. Adorno, W Benjamín, H. Marcuse, J.
Habermas,) y, la no marxista (paradigma funcionalista y algunos nuevos enfoques
que se sustentan en una perspectiva culturalista). Para este autor, existen
también otras conceptualizaciones sobre la Cultura Política realizadas por especialistas soviéticos entre las décadas del setenta y el ochenta, tales como las realizadas por Burlatskif y A. Galkin, para quienes la cultura política es la expresión del nivel de conocimientos y representaciones de las diferentes clases, así como también el nivel de actividad política determinada por estos.
Otros autores no marxistas, como
Gabriel Almond, se consagraron al estudio no solo de la cultura política como término,
sino a su medición en grupos humanos. A través de una encuesta realizada, con
carácter comparativo, en el período comprendido entre 1958 y 1963, en cinco
países: Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Italia y México, el
autor se propone, más allá de investigar cómo se manifiesta la cultura política
en esos países, comprobar cómo estas favorecen o perjudican el desarrollo de
la democracia.
Resulta bien interesante entonces
cómo para Almond la cultura comprende tres aspectos: un aspecto cognoscitivo,
dado por conocimientos relativos al sistema político de cada país; un aspecto
afectivo, dado por la adhesión personal a los dirigentes y a las instituciones;
un aspecto valorativo, que comprende los juicios de valor efectuados sobre los
fenómenos políticos.
Más allá de esto, Almond planteó
que mediante la combinación de estos tres aspectos anteriores, es posible
establecer tres tipos de cultura política, a las cuales denominó: cultura
parroquial, cultura de sujeción, y cultura de participación. La cultura
parroquial está dada por la yuxtaposición de culturas políticas locales basadas
en la aldea, el clan, la etnia, la religión, es decir, que en ella no existe
propiamente una cultura nacional, situación que Almond consideró enfrentaron
aquellos estados que reunían colectividades heterogéneas, aunque era posible
encontrarla también en algunos estados antiguos y desarrollados.
La cultura de sujeción y la
cultura de participación, por su parte, constituían formas de una cultura
verdaderamente nacional, teniendo en cuenta que, los conocimientos políticos,
las afecciones y los juicios de valor, conciernen al sistema político entero en
lugar de estar orientados hacia subsistemas locales. En la cultura de sujeción,
los miembros del sistema conocen su existencia, pero permanecen pasivos en la
que a él se refiere. Esto está dado, en que de cierto modo les es exterior,
pues de él esperan servicios o temen exacciones, pero sin pensar que pueden
modificar sensiblemente los procesos del sistema.
Por el contrario, en la cultura
de participación los ciudadanos piensan que pueden influenciar la marcha del
sistema por medios diversos como las elecciones, manifestaciones, peticiones,
organizaciones de grupos de presión, etc. Sin embargo, resulta vital no pasar
por alto la idea de que cada tipo de cultura está en relación con un tipo
específico de estructura política. De esta forma Almond consideró que la
cultura parroquial corresponde a una estructura tradicional muy centralizada;
una cultura de sujeción, corresponde a una estructura autoritaria y
centralizada y una cultura de participación, a una estructura democrática,
siendo la participación un elemento esencial del civismo.
Estos trabajos de Almond y Verba,
sin bien fueron sometidos a cuantiosas críticas por ignorar lo referido a las
clases y las subculturas que se dan un una misma sociedad, y por eso, manejaron
un concepto de cultura nacional como una totalidad independiente de la división
de la sociedad en clases sociales, constituyeron un acercamiento a los
estudios de cultura política a partir de grupos humanos que, aunque grandes en
extensión y por eso la muestra que también recogieron fue objeto de censura
tributó a los estudios sobre representaciones colectivas hacia el mundo de lo
político.
Los mitos políticos sin embargo,
se tornan objeto de interés de la ciencia política y no de la antropología
desde principios del siglo XX, a pesar de que el pensamiento antropológico
durante los siglos XIX y principios del XX, había dedicado un amplio espacio al
análisis de los mitos en estrecho vínculo con las producciones culturales,
aunque obviando la posibilidad de entenderlos como representaciones específicas
del campo de lo político.
No obstante, la ciencia política,
si bien opera con el concepto de mito político, todavía dentro de ella, como
disciplina, existe una fuerte tendencia a considerarlo como un fenómeno
patológico o anormal y a rechazarlo como instrumento de análisis político. Sin
embargo, nuestro propósito, desde el enfoque antropológico, está encaminado a retomar
este concepto en su estrecho vínculo e interconexión con el de cultura
política, en la misma medida que nos adentremos un poco más en el mundo
imaginado, normado y pensado por los seres humanos, lo cual conlleva a penetrar
en el mundo del investigador, en el propio modo de percibir y nombrar las
causas de las cosas, aquellas que solo son producto de la forma de producción
de la realidad y de la forma de apropiarnos de ella, lo que ya incluye de
entrada, pensar en nosotros mismos.
No obstante, los mitos políticos
son elementos constitutivos de cada cultura política en particular y estos constituyen representaciones político culturales móviles, al estar
condicionados por el contexto histórico-cultural de cada sociedad específica y
su comprensión sólo se logra mediante el análisis de la tradición cultural
donde se asientan.
El interés por el mito en la antropología como disciplina.
Los estudios sobre los mitos han tenido de forma general
desde la disciplina antropológica, dos momentos fundamentales. Uno, a todo lo
largo del siglo XIX, haciendo énfasis en el origen y evolución de
los mismos, considerándolos meras fábulas, invenciones o ficciones, por lo que su
estudio se centraba especialmente en la perspectiva meramente filológica, tal
es el caso del antropólogo Max Muller. De forma general, se pensaba que el
pensamiento mítico solo podía existir en posición antagónica al pensamiento
racional, fruto de la superación del primero. Un segundo momento en la
investigación, se articula desde el pensamiento antropológico del siglo XX,
especialmente dirigido hacia el estudio de la función de los mitos dentro de la
sociedad, y a concebirlos tal como los entendían las sociedades arcaicas, es
decir, como historias sagradas, ejemplares y verdaderas para sus creyentes;
como una tradición sagrada que son, y a la vez, como una revelación y un modelo
ejemplar que confiere significación a la existencia y confieren patrones de
comportamiento para la condición humana.
Los estudios sobre el mito, desde el punto de
vista antropológico durante el siglo XIX, estuvieron permeados por un enfoque
lingüístico sobre el mismo y, por entenderlo, al menos hasta la primera mitad
de siglo, como fenómeno vinculado estrechamente al lenguaje. Estos postulados
fueron encabezados por destacados antropólogos como James Frazer, quien lo
consideró una especie de ciencia primitiva; Edward.B.Tylor, acuñándolo como
filosofía del salvaje; Max Muller y Herbert Spencer, entendiéndolo como
enfermedad del lenguaje, sin embargo, existe en estos criterios
un elemento común a todos con respecto al análisis del mito, y es el de
considerarlo como una masa de ideas, de representaciones, de creencias teóricas
y de juicios.
A partir de la vinculación de las teorías
freudianas con el pensamiento antropológico de fines del siglo XIX y principios
del XX, el mito se convirtió en algo perfectamente lógico y dejó de ser
considerado como un puro caos de cosas extravagantes e inconcebibles para ser
entendido como un sistema, aunque esto no significó que dejara de considerarse
como fenómeno patológico pues, entonces, ya no existía el abismo entre la vida
psíquica normal y la anormal.
No obstante, las teorías freudianas tenían dentro de sus propósitos,
marcar un paralelo entre esta vida psíquica de los mal llamados salvajes y la
de sus pacientes neuróticos, por lo que, de otro modo, sí contribuyó en sentar
las bases de que la clave del mundo mítico tenía que buscarse en la vida
emotiva del hombre, elemento que lo llevó a elaborar, incluso, una original
teoría de las emociones, partiendo del criterio de que la vida emotiva del
hombre no podía resumirse a causas puramente químicas o fisiológicas, sino que
era necesario ver el mecanismo de las emociones como un mecanismo psíquico,
aunque dejó bien claro que no es posible equiparar la vida psíquica con la vida
conciente porque la conciencia es solo una fracción pequeña y fugaz de la vida
psíquica, que no puede revelar su esencia y que más bien la disfraza.
No obstante las teorías freudianas, con el crecimiento de las teorías
funcionalistas, fundamentalmente bajo las voces de Bronislaw Malinowski y
Radcliffe- Brown, se declara una nueva forma de análisis con respecto al mito.
A partir de los criterios de estos dos antropólogos se declara que los mitos,
al igual que los rituales y las instituciones sociales, cumplían una función
específica en la sociedad donde se les cultivaba, y solo mediante un análisis
funcional podía captarse su significado real. De esta forma, los mitos podían
producir o revelar verdades eternas acerca del hombre y, por tanto, se ponía
fin a la ya caduca tradición de estudios mitológicos acuñada por Frazer.
La visión
que más prevalece en Malinowski en torno a los mitos está enraizada en
considerar, acertadamente, que los mismos, al constituir ingredientes
necesarios de todas las culturas, se regeneran paulatinamente, por lo que todo
cambio histórico crea su mitología específica, y estos mitos, a su vez,
implican constantes que provienen de la fe viva, las que necesitan del status
sociológico.
La idea de concebir al mito como ingrediente vital de la relación
práctica del hombre con su entorno, conduce a Malinowski a entender a este
inevitablemente como una objetivación social humana de carácter consciente y,
por tanto, como una guía práctica para los actos con las que está relacionado.
Sin embargo, aunque en Malinowski no está presente un interés por la
estructura de lo mitos, como sí aparece en el pensamiento estructuralista de
Claude Levi-Strauss, encontramos la propuesta de una clasificación en cuanto a
su contenido. La existencia de varios tipos de mitos, para Malinowski, lo
conduce a señalar la presencia de mitos de origen, mitos de muerte y del ciclo
periódico de la vida.
Pero no fue
sólo Malinowski quien consideró que los mitos, entre otras cuestiones,
encierran en si mismo una función sociológica y que, por tanto, es necesario
hacer un estudio de ellos desde un punto de vista social; también el conocido
estructuralista Claude Levi-Strauss, aunque obviando el carácter histórico de
los mitos, asumió la perspectiva de que deben ser estudiados en relación con
las culturas, específicamente, en relación con las distintas sociedades a las
que pertenecen.
Claude
Levi-Strauss en su libro Antropología Estructural admite que los mitos
deben ser considerados reflejos de las estructuras sociales y, por tanto, de
las relaciones sociales. Advierte que el mito se encuentra
en el lenguaje y, al mismo tiempo, más allá del lenguaje, pues considera que
el habla y la lengua se distinguen de acuerdo con los sistemas temporales a
los cuales una y otra se refieren, y el mito, en su caso, se define también por
un sistema temporal, que combina las propiedades de los otros dos.
No obstante, en Levi Strauss persiste el criterio de que los mitos
se refieren siempre a acontecimientos pasados antes de la creación del mundo o
durante las primeras edades, sin embargo, es partidario de que el valor
intrínseco atribuido al mito proviene de que estos acontecimientos, que los
suponía ocurridos en un momento del tiempo, forman también una estructura
permanente, la que se refiere simultáneamente al pasado, al presente y al
futuro.
El sentido de la producción
mítica, su sustancia, Levi-Strauss considera que no se haya en el estilo, ni en
el modo de la narración, ni en su sintaxis, sino más bien en las historias
relatadas, razón por la cual los concibe más bien como lenguaje, aunque, un
lenguaje que opera en un nivel muy elevado.
A pesar de esto, en el
pensamiento de Levi-Strauss con respecto al mito no se encuentra diferenciación
alguna en cuanto a los diferentes tipos de mentalidades, y por tanto, se asume
que la lógica de la mente moderna es idéntica a la lógica de la mente
primitiva, aunque considera esta identidad solo en cuanto al método y
estructura de funcionamiento, criterio antagónico al pensamiento de Levy-Bruhl,
quien sí destacó como de pre-lógico al mal llamado pensamiento primitivo y por
ende, muy diferente del nuestro, y lo acuñó de pensamiento místico, como una
derivación más de los estereotipos que se construyeron con respecto al carácter
irracional del mito.
Esta
variante estructural considera que los mitos pertenecen al orden del lenguaje
pero, como una realidad que presenta propiedades específicas, las cuales solo
pueden ser buscadas por encima del nivel habitual de la expresión lingüística,
es decir, que son de naturaleza más compleja que aquellas que se encuentran en
una expresión lingüística cualquiera.
De tal
forma, los mitos son vistos no como relatos creados de forma voluntaria y
arbitraria, sino que tienen un dominio compulsivo de la mente humana y se
manifiestan en ella, de tal manera que constituyen formas fundamentales del
modo en que piensa la mente humana. A pesar de esto, el mito sigue siendo
analizado como algo de complicado nivel de acceso, que requiere de una
metodología específica para su análisis y comprensión y es precisamente una
propuesta metodológica para el análisis del mito lo que encontramos en
Levi-Strauss.
No resulta difícil entonces, percatarnos, de que el pensamiento
antropológico, con excepciones decorosas como Levi- Strauss y Bronislaw
Malinowski, si bien se refirieron al mito como elemento constitutivo de las
diversas producciones culturales, por una parte, por la otra, lo entendieron
como producto irracional y primitivo, obviando, en gran medida, que la
producción de representaciones, de ideas, el nacimiento de la conciencia,
guardan una relación directa con la actividad material (desde el comienzo) y
con las relaciones materiales de lo seres humanos, por tanto, la producción de
ideas, del pensamiento de los hombres, de su comunicación espiritual, solo
pueden ser entendidas como una emanación de su condición material.
Ahora bien, a
pesar de los elementos que hemos tomado en consideración para el análisis de
los mitos, desde el pensamiento antropológico fundamentalmente, no podemos
obviar que, en los marcos de la Antropología que se haría desde fines del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, el tema del mito es, además, abordado de forma virtualmente indisoluble al de la religión y la magia, como un conjunto de creencias y prácticas asociadas a las ideas de lo sagrado y lo sobrenatural, en los marcos de lo que entonces se denominó la “mentalidad primitiva”, inherente a las “sociedades inferiores”.
Conclusiones
Los mitos políticos deben ser
estudiados como elementos constitutivos de la cultura política propia de cada
grupo social. Los mismos se recrean como parte de la
conciencia política, la cual ha sido siempre lo más importante a lo largo de
nuestro desarrollo como pueblo, condicionado por las propias características de
la historia cubana y, desde ella misma, se han proyectado
las consecuentes producciones culturales desde su dimensión política. Los
mismos no constituyen conceptos ni definiciones políticas, sino formas de
expresión, de representación de lo político y, por tanto, capaces de
personificar, deificar, venerar u odiar, figuras, definiciones, conceptos, de
orden político, las cuales constituyen elementos de la cultura política de cada
ciudadano.
No es posible
obviar entonces, que los mitos políticos ocupan un lugar importante en la
formación de la orientación subjetiva hacia la política. Un mito político se
crea a través de la influencia de narraciones e imágenes sobre acontecimientos,
personas e ideas, que determinan el comportamiento y la orientación política
como una fascinación sentimental, lo cual puede conllevar hacia la
identificación sensual y legitimación del orden político constituido y a la
integración de la comunidad viviente en ese orden y además, es constituyente
para la cohesión y el sentimiento de adhesión a organizaciones políticas y la
persistencia del comportamiento político.
Los mitos políticos se concretan
entonces como expresión de los criterios hacia el funcionamiento político de
una sociedad específica, sobre los cuales el sujeto normalmente no repara, y
que les han sido transmitidos, como elementos culturales. Estos mitos
políticos, estas representaciones de orden simbólica, son expresadas por los
sujetos muchas veces de forma aparentemente inconsciente, sin embargo, esto no
quiere decir que el sujeto no piense en torno a ellas, pero sí el grado de
reflexión no rebasa los límites de aceptarlo como válido y por tanto, se asumen
como convicciones políticas en muchos casos.
En la medida que se concretan
estos mitos políticos como expresiones verbales y narraciones, contribuyen en
muchos casos a reforzar y a legitimar las manifestaciones de orden político
como el discurso, los rituales políticos, el lenguaje político y los emblemas
políticos, los cuales proceden del mundo cultural y valorativo de los sujetos,
como participantes en la vida política. De tal forma, podemos considerar esta
última como la organización de la vida cotidiana de la gente (ya sea en el
hogar, en el medio familiar o laboral) y la construcción diaria de los modelos
de orden y actitudes que, en torno a la autoridad o autoridades políticas, el
Estado, los órganos y funcionarios del gobierno, las tradiciones patrióticas,
las figuras políticas y el funcionamiento del proceso de toma de decisiones
reales, a cargo de qué autoridades y de qué tipo son estas decisiones.
La cultura política vendría
siendo por tanto, la totalidad de significaciones procedentes de las
determinantes cognoscitivas, informativa, valorativa y conductual-.participativa
que, conformadas en los procesos de socialización política, se catalizan a
través de los comportamientos, creencias, mitos, normas, valores, universos
simbólicos, pautas culturales, hábitos y habilidades políticas, los cuales
configuran un conjunto de significados compartidos, que el sujeto utiliza en la
construcción de sus estrategias de acción.
Ahora bien, si cada cultura
política, coincidiendo por una parte con Almond y Verba, le corresponde una
estructura política específica, no es menos cierto que la misma está dada por
la variabilidad de subculturas políticas que existen en cada sociedad, en cada
sujeto particular, y la cubana es una de ellas.
La recreación de un mito político
y su aceptación está dada en que toda cultura tiende al consenso,
es decir, a la aceptación por parte de un conjunto de los miembros de una
colectividad de las normas, valores, principios, que fundan los roles y modelos
de comportamiento. Sin embargo, este llamado consenso es raramente total, pues
existe el rechazo en bloque por parte de los sujetos hacia un sistema cultural
y, por tanto, se enrarece la idea de creer que puedan forman parte de esa
colectividad, y la pertenencia a ella adquiere un carácter formal.
Este llamado consenso en la
estructura cultural y en la sociedad en sí misma, se establece mediante un
proceso de aculturación que tiene como fin hacer aceptar e
interiorizar las normas, las fórmulas, los valores, y los roles, por los
miembros de una colectividad. Ahora bien, la asimilación de este proceso de
aculturación no es de carácter homogéneo, pues cada individuo adquiere una
personalidad de base, definida por la cultura que ha interiorizado, la cual
sirve de sustento para las personalidades individuales, las cuales, a su vez,
añaden elementos a la personalidad de base, o rechazan ciertos elementos de
aquella hacia los límites de la desviación y la variedad admitida por un
sistema cultural considerado.
Evidentemente, el término
aculturación en este caso no es utilizado en la misma connotación que obtuvo ni
a partir de la segunda mitad del siglo XIX, ni la que surgió durante todo el
siglo XX, fundamentalmente con las ideas introducidas por la Escuela Norteamericana de Franz Boas (1858-1942) y sus discípulos, pues
no es posible obviar que esta concepción nació del aplastamiento impositivo de
unos pueblos sobre otros y que devino en concepto general sobre los cambios
pacíficos en las relaciones grupales y sus respectivas culturas. En esta
ocasión, estamos haciendo referencia a un proceso de imposición de criterios,
normas, valores, prejuicios, mitos, símbolos, creencias, que no necesariamente
incluye la confluencia e intercambio con sociedades diferentes para que se
produzca.
En la sociedad cubana, sin
embargo, si fuéramos a estudiar las formas de manifestación de esta
aculturación, lo cual constituye solo un interés parcial de nuestra
investigación, tendríamos que remitirnos al análisis de las etapas y los
diferentes agentes que provocan y sostienen este proceso. Ya en el epígrafe
anterior habíamos comentado al respecto de los diferentes agentes de la
socialización política, proceso mediante el cual, se transmiten los mitos
políticos como parte de la cultura política.
A pesar de esto, la mayoría de
las investigaciones sobre cultura y culturas políticas en nuestro país no se
realizan desde el área de la antropología, sino que se vislumbran
fundamentalmente desde el área de la sociología política y la ciencia política.
Los elementos
de la cultura política comprenden el nivel y carácter de los conocimientos
teóricos y prácticos acerca de la vida política de la sociedad, en la
apreciación, valoración y realización, además, de las acciones políticas que se
manifiestan en la actitud de los diferentes sujetos sociales hacia los
mecanismos de poder, incluyendo también, el contenido y calidad de los valores
y tradiciones políticas que regulan la vida en la sociedad, teniendo, por
tanto, un carácter clasista.
Referencias
Bibliografía.
-- Cassirer, Ernst. El mito del
Estado, Fondo de Cultura Económica, México, 1972.
-- Martínez Heredia, Fernando.
Combates por la Historia en la Revolución. En Revista La Gaceta de Cuba, enero-febrero 2009