Resumen
La libertad, aspecto recurrente en el
pensamiento a lo largo de la Historia, ha solido ocultar otras formas de
independencia personal y social. No obstante, cada autor que se ha acercado a
ella la ha interpretado de un modo distinto, permitiendo matizarla o asemejarla
a otras formas de acción u omisión análogas, incluso dentro de la misma escuela
de pensamiento. Así las cosas, este estudio pretende contraponer y enfrentar
las diferentes visiones que de la libertad, la autonomía y la autodeterminación
han tenido tres de los intelectuales más influyentes del siglo XX: F. Hayek,
Isaiah Berlin y J. Rawls.
Palabras clave.
Libertad, autodeterminación, autonomía,
justicia, planificación.
Summary
Freedom, recurring in
thought throughout history aspect has often hide other forms of personal and
social independence. However, each author has approached she has interpreted
differently allowing resemble that qualify it or other similar forms of action
or omission, even within the same school of thought. So, this study aims to
oppose and confront different visions of freedom, autonomy and
self-determination have had three of the most influential intellectuals of the
twentieth century: F. Hayek, Isaiah Berlin and J. Rawls
Keywords.
Freedom,
self-determination, autonomy, justice, planning .
TRES FORMAS DE LIBERTAD:
HAYEK, BERLÍN Y RAWLS.
CARLOS GIL DE GÓMEZ PÉREZ-ARADROS*
- El
infierno planificador o la sabiduría de la espontaneidad. F. Hayek
- En
positivo y en negativo. Sir Isaiah Berlin.
- La
Justicia antes que nada. J. Rawls
La
libertad -su ejercicio y su titularidad- ha sido un tema recurrente en el
pensamiento a lo largo de la Historia. No obstante, cada autor que se ha
acercado a ella la ha interpretado de un modo distinto; incluso dentro de la
misma escuela de pensamiento. Así las cosas, este estudio pretende contraponer
y enfrentar la diferente visión que de la libertad han tenido tres de los
intelectuales más influyentes del siglo XX: F. Hayek, Isaiah Berlin y J. Rawls.
- El
infierno planificador o la sabiduría de la espontaneidad. F. Hayek
Curiosamente, debemos comenzar por
advertir que el autor austriaco rompe con los primeros liberales, aun cuando se
ve a sí mismo como un seguidor del liberalismo clásico. No compartía las
concepciones cartesianas según las cuales de axiomas indiscutibles e inmutables
se puede llegar a ideas más generales por medio de la deducción. A este
respecto, recordemos a Locke considerando la libertad y la igualad del estado
de naturaleza como principios dados a partir de los cuales se construye el paso
a la vida en comunidad, la sociedad civil, los Estados o los gobiernos. Primera
gran distinción.
Junto a esta primera separación, vamos
a destacar otra. El racionalismo que impregnó todas las obras de los liberales
clásicos fue denostado y criticado por Hayek (también por Berlin). Frente a
ella, la espontaneidad y la sabiduría oculta de las tradiciones, junto con un
toque de evolucionismo institucional, van a ser las que acorralan a la razón y
todo pensamiento que se base en el optimismo y la confianza en la capacidad
cognitiva de la razón…
Efectivamente, el constructivismo
racionalista ha dado históricamente una visión distorsionada de la realidad
social y de las instituciones socio-políticas. Nada hay más falaz que la
confianza en el racionalismo ilustrado que permiten planificar la economía y la
sociedad generando, en última instancia, ineficacia económica, generación de
gasto público superfluo (para Hayek, tal vez todo gasto de esta naturaleza lo
fuese) e, incluso, la llegada del totalitarismo.
Por todo ello, debemos partir de la
asunción de los límites del conocimiento, de los confines de la razón humana, y
sustituir la confianza que depositaron los ilustrados en ella por las reglas
sociales que orientan la acción humana. Reglas que no surgen de una
premeditación intelectual ni juiciosa ni reflexiva sino de unas prácticas
generalizadas por el uso, que demuestran un saber individual, primero, que se
hereda y eterniza de un modo grupal, después. El símil de la senda es muy
ilustrativo y clásico. Y si las pretensiones racionalistas, cuerdas, sopesadas
y prudentes no son el origen del movimiento lo será la espontaneidad social. El
germen de una sociedad (y de una economía) es la improvisación natural que nos
proporciona la libertad, una cierta ingenuidad que nos empuja a hacer algo sin
proyecto previo ni atadura superior.
Recuerda nuestro autor:
Ha sido el paso decisivo en la ruina
de aquella civilización que el hombre moderno vino construyendo desde la época del
Renacimiento, y que era, sobre todo, una civilización individualista. Pero el
individualismo es hoy una palabra mal vista, y ha llegado a asociarse con
egotismo y egoísmo. Pero el individualismo del que hablamos, contrariamente al
socialismo y demás formas de colectivismo, no está en conexión necesaria con
ellos. […] los rasgos esenciales de aquel individualismo […] son: el respeto
del hombre como hombre, es decir, el reconocimiento de sus propias opiniones y
gustos como supremos en su propia esfera, por mucho que se estreche ésta, y la
creencia en que es deseable que los hombres pueden desarrollar sus propias
dotes e inclinaciones individuales. “Independencia” y “libertad” son palabras
tan gastadas por el uso y el abuso, que duda en emplearlas (…) (HAYEK, 1995)
Ninguna mente puede crear un orden
social. Son la espontaneidad natural las que van configurando cualquier
sistema, cualquier estructura, política, social, económica, todas. Esta
sinceridad innata se va solidificando, estratificando, por medio de la
selección (natural, claro). El azar, según Hayek, abre el camino y con el
tiempo, las mejores opciones, parecen asentarse e interiorizarse, sin
intermediaciones ni imposiciones externas (volvemos a la imagen del camino
entre la maleza). Hay una clara selección natural, un evolucionismo que permite
pervivir a las prácticas y a los valores más “aptos”. El resto, son excluidos y
borrados por la maleza de la selva (la planificación da miedo pero la selección
natural…).
La tradición y las normas generalizadas,
asentadas, tendrían un plus de legitimidad con el que no cuentan las prácticas
racionalmente adaptadas, por ser limitada nuestra capacidad cognitiva. En otras
palabras, el progreso social se asienta en acciones libres de individuos que,
con el tiempo y gracias a sus bondades, se han convertido en legítima rutina.
Ni que decir tiene que la
planificación económica y la redistribución de la renta y la riqueza son
peligrosas deformaciones del espontáneo orden natural de las cosas, santificado
por los usos continuados de libres prácticas. Para Hayer la distribución que
hace el mercado, movido por la mano invisible, de un modo, una vez más,
natural, por lo que no se puede estimar como justa o injusta al ser “ciega”.
Esos apelativos más bien deben hacerse ante la distribución artificial que hace
el Estado…
La idea del orden social espontáneo en
la sociedad es el origen del conocimiento, tanto a nivel práctico como teórico.
Los esquemas espontáneos tienen una ventaja en relación a los planificados o
construidos artificiosamente, ya que éstos solamente pueden usar los
conocimientos explícitos o conscientes, frente a aquéllos conocimientos
prácticos que nos ofrece los esquemos espontáneos, en los que la teoría no es
más que una consecuencia, un a posteriori, sin mayor importancia para Hayek.
Claramente, la teoría de nuestro autor
rompe con la tradición descartiana de acceso al conocimiento y con ella,
rechaza cualquier constructivismo intervencionista, al partir de realidades
incuestionables, que al ser erróneas (no puede ser otra cosa) deben ser
cuestionadas. Por ello, todo intento de planificación, proyección o
premeditación está llamado al fracaso y más aún, nos están tratando de imponer
una mentira vestida de verdades conscientes y de conocimientos exactos.
Así
las cosas, ¿a qué atenerse? ¿De qué conocimiento partir? De las normas
prácticas y naturales, que nos proporciona una realidad abstracta, extensible
al resto de humanos, y otra práctica, al quedar impregnadas en nuestro “yo
perceptivo”. Estas pautas son el resultado de una selección cultural en el
ámbito social. La transmisión de estas prácticas se realiza por imitación,
bajo la máxima de: si algo funciona, ¿por qué cambiarlo? Las mejor
adaptadas sobreviven y cuando comparten esas reglas heredadas e imitadas,
tienden a buscar sistemas más amplios de actuación (Estados, sistemas
económicos, códigos legales y, por supuesto, mercados). (HODGSON, 2011)
Por ello, cualquier
planificación, de uno u otro tenor, es vista con recelo. Pero los criterios
para apoyar sus críticas son más bien metafísicos. La planificación únicamente
podría sustituir a los mercados (conocimiento teórico frente a conocimiento
práctico) si pudiese tener un nivel de conocimiento global, total y totalizante
y esto es imposible para nuestro autor. ¿Existe una mente planificadora capaz
de preveerlo todo, de acaparar todos los conocimientos, adquirir el
conocimiento de generaciones y generaciones? No para Hayek, por lo que nunca la
sustitución de los mercados puede ser eficiente. Todo modelo económico necesita
de un conocimiento práctico y, en cierto modo, nuestro autor ya se adelantó al
colapso económico de la antigua URSS y de sus planes teóricos, basados en datos
distorsionados, poco reales y escasamente prácticos.
Hayek rechaza con tanta
intensidad el conocimiento teórico que llega incluso a dudar de las ciencias,
de las puras y por supuesto, de las sociales. De éstas últimas, podemos
esperar, con suerte, unos esquemas que se repitan en el tiempo…poco más.
Supongo que este hecho es un aliento para tantos economistas que no supieron
adelantarse a la crisis actual…Frente al constructivismo, falacia moderna, no
queda más que tratar de establecer situaciones genéricas y esperar que los
resultados sean los deseados. Nada de cienticismos sociales, ni de ingeniería
económica.
Volviendo a lo anterior,
¿estamos ante un relativista moral o ante un evolucionista ético? Ni una cosa
ni otra, según Hayek.
Es un hecho que debe ser
reconocido que incluso lo que consideramos como bueno o hermoso es modificable
[…] No sólo en su conocimiento, sino también en sus metas y valores el hombre
es la criatura de su civilización; en última instancia, es la importancia de
estos deseos individuales de perpetuar el grupo o la especie lo que determinará
si persisten o cambian. Es, por supuesto, un error creer que podemos sacar
conclusiones sobre lo que nuestros valores deberían ser simplemente porque nos
damos cuenta de que ellos son un producto de la evolución. Pero creados y
modificados por las mismas fuerzas evolutivas que han producido nuestra
inteligencia.
[. . . ]
nuestros valores actuales existen sólo como elementos de una tradición cultural
determinada y son significativos únicamente para una fase más o menos larga de
evolución, ya sea que esta fase incluya a algunos de nuestros ancestros
prehumanos o esté confinada a ciertos períodos de la civilización humana. No
tenemos más fundamentos para atribuirles una existencia eterna que los que
tenemos para atribuírsela a la raza humana en sí. Hay, entonces, un solo
sentido posible en el cual podemos legítimamente considerar los valores humanos
como relativos y hablar de la probabilidad de su evolución posterior.
Pero hay
una gran distancia entre esta idea general y los reclamos de los relativistas
éticos, culturales o históricos o los de la ética evolucionista. Para decirlo
con todas sus letras, aunque sabemos que todos estos valores son relativos con
respecto a algo, no sabemos con respecto a qué lo son. Puede ser que podamos
indicar la clase general de circunstancias que ha hecho de ellos lo que son,
pero desconocemos las condiciones particulares a las que se deben los valores
que tenemos o cuáles serían nuestros valores si esas circunstancias hubieran
sido diferentes. (HAYEK, 2011).
Vemos cómo tratar de
abrazar la idea de que nuestras convicciones morales son invariables y, con
ello, universalizables, es una falacia, lo que no sitúa a Hayek en un cómodo
relativismo moral, alejándole de un plumazo del multiculturalismo y del
cosmopolitismo.
Como para Hayek el Mercado
lo es todo, también desde un punto de las tradiciones debe serlo. Frente a los
neoconservadores que tratan de ver en el mercado la erosión de las tradiciones,
del “es porque debe ser”. Para los neos la erosión de las tradiciones las proporciona el mercado.
Para Hayek, un tradicionalista voluntarista, la erosión es consecuencia de las
políticas intervencionistas en educación, vivienda, cultura, …(malestar moral
actual). Para este autor lo importante es establecer un mercado de tradiciones
donde cada una gane su derecho a prevalecer.
- En
positivo y en negativo. Sir Isaiah Berlin.
La obra de Berlin es prácticamente
inabarcable por su cantidad y por su dispersión, aún con los intentos de
integrarla de un modo sistemático. Por ello y por la no siempre sencilla
capacidad de aprehensión de todas sus ideas, nos vamos a centrar en el elemento
clave de su obra (y por lo demás de toda la edificación liberal): la libertad,
y más concretamente a dos de sus sentidos, como veremos.
Toda su obra trata de abordar lo que
denomina el problema central de la política: el problema de la obediencia y
de la coacción”. Para ello, se hace una serie de preguntas: “¿Por qué
debo yo obedecer a otra persona? ¿Por qué no vivir como quiera? ¿Tengo que
obedecer? Si no obedezco, ¿puedo ser sancionado? ¿Por qué, hasta qué punto, en
nombre de qué y con motivo de qué?
El sentido negativo que da Berlin a la
libertad es más bien un ámbito en el que al sujeto –una persona o grupo de
personas- se le deja hacer o ser lo que es capaz de hacer o ser, sin que en
ello interfieran otras personas. (BERLIN, 1993). De esta concepción es de
destacar la última parte, ya que podemos deducir que la coacción u opresión, y
con ellas la vulneración de la libertad implica que otros intervienen dentro de
mi ámbito de acción. (Por ello, Berlin olvida otras concepciones de libertad
como la estoica…). En todo caso, éste hecho es argumentado hábilmente para
rechazar una intervención pública en la economía y en la sociedad. Veámoslo.
Para que vulneren mi libertad, mi ámbito negativo de libertad, es necesario que
se proceda, voluntariamente o no, a una acción humana sobre mí. Por ello, si
carezco de una retribución suficiente (limitación) para subsistir como
consecuencia de que un empresario no me paga unos mínimos adecuados, podré
considerar que se me está oprimiendo. Ahora bien, si mi limitación económica o
de otro tipo procede de una disfunción, por ejemplo, física, no hablaremos de
coacción. ¿Me coaccionan mis piernas al no poder correr los 100 metros lisos en menos de 10 segundos? Evidentemente no.
Vemos cómo Berlin cuando habla de
liberad negativa se refiera más bien a una acción y no tanto a una realidad
dada de antemano. Por ello, si queremos ser libres debemos eliminar toda
intervención que pueda limitar mis acciones para hacer o ser lo que quiera o
pueda ser. Una vez eliminadas, cada uno de nosotros podrá, con sus limitaciones
y sus virtudes realizar sus acciones vitales en el marco de la libertad
negativa. Supongo que ya todos hemos llegado a la conclusión de que el Estado
interventor y no tanto otro y otros seres humanos es el nocivo protagonista (el
malo de la película) del sentido negativo de la libertad.
Esta libertad, siguiendo a autores
como Locke, Mill o Constant, no podría, ni en estado de naturaleza ser
ilimitada por su efecto generador de conflictos entre humanos “demasiado
iguales” (hace referencia a estos autores cuando más se asemeja a Hobbes) por
lo que parece merecer la pena renunciar a parte de esa libertad para evitar el
conflicto y lograr otros fines, pasando del estado natural al social, al civil.
Pero esa renuncia no es radical ni absoluta. Todos debemos mantener un mínimo
ámbito de libertad personal que no podría ser violado bajo ningún concepto,
pues si tal ámbito se traspasaba, el individuo mismo se encontraría en una
situación demasiado restringida. (Ibíd)
Berlin sale a las posibles críticas
que se le pueden hacer sobre si la libertad de la que habla puede ser de algún
interés para un campesino egipcio (frente a un profesor de Oxford, este es su
ejemplo elegido). Reconoce que frente a situaciones de primera necesidad, de
vida o muerte podríamos decir, nadie se detendrá en pensar si su esfera de
libertad negativa está siendo vulnerada. No obstante, nuestro autor se vuelve a
dar una vuelta de tuerca, vuelve a ir más allá de lo que resulta evidente para
justificar la igualdad en el libertad, pues, refiriéndose a la libertad mínima,
nos advierte que no es ninguna clase de libertad que le sea peculiar a él,
sino que es idéntica a la de los profesores, artitas y millonarios. (Ibíd)
Igualdad de libertad, como fundamento
de la moral liberal, compartida por pensadores más o menos conservadores, en la
que “cierta parte de la vida humana debía quedar independiente de la esfera de
control social” y eso es lo que nos iguala. En todo caso, todas la vertientes
liberales también coinciden en que para vivir en sociedad debemos ceder una
parte de nuestra libertad a lo que parece que Berlin no da respuesta a la
pregunta ¿qué o hasta dónde debemos ceder?
Frente a la pregunta, hasta dónde soy
libre de hacer o de ser, en la libertad positiva nos enfrentamos a la pregunta,
quién decide lo que hago o lo que soy. Berlin parte de la premisa, demasiado
optimista desde mi punto de vista, de que el deseo del individuo es el de ser
su propio dueño. Tal vez el momento histórico que le tocó vivir y observar no
le permitiera tener la sensación actual de que la masa social, es más masa que
social y que desde su búsqueda desesperada del placer material o virtual se
despreocupan por granjearse un “autogobierno” con tal de vivir en una realidad
placentera e integradora.
En cualquier caso, el deseo de ser
sujeto y no objeto, de depender de mí mismo, se convierte en el centro de la
fundamentación del sentido positivo de libertad. En todo caso, y no si cierta
dificultad metodológica, llega a la conclusión de que las concepciones que
se tengan de la libertad se derivan directamente de las ideas que se tengan
sobre lo que constituye el yo, (…) (Ibíd)
Berlin recupera concepciones estoicas
y cristianas, entre otras, en la distinción, nada nueva por otro lado, entre el
yo que tiene el control; dominante y trascendente y aquel otro yo, que
identifica como el manojo empírico de deseos y pasiones, que dicho sea
de paso, la mayor parte de la filosofía occidental ha considerado rechazable o,
al menos, vergonzoso. Una posible salida sería la libre autonegación ascética:
extinguiendo mis deseos me hago libre de ataduras. Es descansada la vida cuando
se aleja del mundanal ruido, de toda pasión y tentación interna y externa,
siendo más rico en tanto que menos necesita o sintiéndose feliz en la miseria,
como parece sentirse el hombre bueno…Claro que si nos despojamos de nuestros
deseos, alguien (un tirano o un déspota vestido tras un ropaje de moralina o
ascetismo) o algo (un Estado portador de bienestar, una nación homogeizadora y
pura, un mercado que nos tienta como a Simón del desierto o una identidad
significativa y reveladora) nos tentará con lo auténtico, lo genuino, lo
placentero, …Pero como nos dice Berlin lo que ha creado es la antítesis
misma de la libertad política.
Desde una perspectiva muy kantiana los
seres humanos son autónomos y como tales hay que tratarlos, toda acción pública
o privada que lo contradiga será considerada como una inadecuada manipulación.
Los gobernantes, aun cuando consideren y estén seguros de lo que es mejor para
los ciudadanos, no pueden ni condicionar ni manejar la conducta de aquéllos, ni
por la fuerza ni por estímulos en positivo o en negativo. El paternalismo, por
lo tanto, trata a los seres humanos como subhumanos, convirtiéndose en un
despotismo, a veces, las menos, ilustrado. En palabras de Berlin:
Esto es así porque es tratar a los
hombres como si no fuesen libres, sino material humano para que yo, benevolente
reformador, los moldee con arreglo a los fines que yo he adoptado libremente, y
no con arreglo a los suyos.
(Ibíd)
El aroma liberal se convierte en un
fuerte hedor individualista, cercano al libertarismo, lo cual plantea diversas
reflexiones que son asumidas con dificultad por el liberalismo conservador
actual. Esta cuestión cosifica el utilitarismo y el cuestionamiento de casi
cualquier realidad pública.
Ya hemos hecho referencia al
utilitarismo que impregna rápidamente al primer liberalismo y que, lejos de
sofocar las pasiones más bajas del ser humano, trata de utilizarlas para
orientar al desorientado y solitario individuo. Si por medio de premios y
castigos, palos y zanahorias, puedo orientar la voluntad de la masa, mejor
incluso que puede hacerlo ella misma, no puedo dejar de hacerlo. Así, hago
mejor al esclavo, tratándolo como un objeto…por su bien, claro está. Los
primeros utilitaristas, reformadores sociales todos ellos, pero también las
vanguardias del partido, conocedores y correas de transmisión entre la verdad
revelada y la masa ignorante, libres y conocedores de la única verdad nos la
enseñan manipulando nuestros deseos.
Hasta aquí todos de acuerdo, pero
¿puede un ciudadano de a pie conocer todos los entresijos del devenir actual?,
¿deben los más formados orientar la vida en comunidad?, ¿se puede vivir en
sociedad sin ningún mecanismo de cohesión?, ¿es conveniente dar rienda suelta a
los instintos que cada individuo posee como ser humano libre? Siendo así,
deberíamos abolir las escuelas, las iglesias, los centros sanitarios, las
actividades públicas de fomento, la actividad económica al margen del trueque,
en definitiva, volver al no Estado, a la no Sociedad civil, al estado natural,
a la sociedad individual que cada ser humano forma consigo mismo. Vemos cómo,
nuestro autor, al alejarse del utilitarismo, nos aboca a un mundo previo a
todo, donde cualquier tipo de propuesta de mejora que nos afecte, es vista como
un atentado a nuestro yo autónomo y a nuestro yo autorrealizable.
No debemos olvidar que vivimos en
sociedad, en sociedades cada vez más plurales, que no siempre las hace más
heterogéneas, por lo que yo hago afecta a otros y los que otros hacen nos
afecta. Además, ¿no somos lo que somos en virtud de lo que los demás piensan de
nosotros? Por ello, la libertad difícilmente se puede lograr al margen de la
sociedad. ¿Tendría sentido que Adán, antes de convivir con Eva, se plantease la
libertad? Carecería de sentido. Ahora bien, en muchas ocasiones se confunde
libertad con reconocimiento. Tal vez por ello, Adán y Eva, siendo libres,
quisieron ir más allá y buscar reconocimiento y confianza, pues al no poder
acercarse al árbol del conocimiento del bien y del mal, los separaba, los
desintegraba de su unión con Dios.
- La
Justicia antes que nada. J. Rawls
Resulta paradójico que Rawls no se
sintiese especialmente atraído por los sistemas políticos al margen o fuera de
los EE.UU. y que en su país, fuera de los ámbitos más academicistas, no tuviese
una verdadera y auténtica influencia real. Más paradójico resulta aún que su
modelo, marcadamente liberal, parece que encajase con mayor sencillez en el
modelo socialdemócrata de algunas democracias desarrolladas como las nórdicas.
Su afán por anteponer la justicia a
cualquier otro bien, por tratar de injertar libertad e igualdad, ha convertido
su obra en una rara avis que permite encajarla en cualquier modelo político y
que, tal vez por ello, nunca ha dejado satisfecho a nadie. Debemos recordar la
multitud de críticas que despertó y lo que estos recelos generaron en el
enriquecimiento de su propia obra.
La obra de nuestro autor pretende
alejarse del utilitarismo clásico, aquél que abrazaban la práctica totalidad de
los liberales clásicos posteriores a Locke, por considerarlo poco justo, al maximizar
el bienestar del grupo olvidando y dejando de lado el cómo se distribuye entre
los individuos. Y también pretende llevar al olvido algo que el posterior autor
tanto adoraba, el sabio intuicionismo, proponiendo como su alternativa natural
al constructivismo, palabra maldita para Hayek.
Ahora bien, como todo buen liberal,
parte del contrato social, situación metafórica donde los individuos pactan
unas normas de convivencia (que no son otra cosa que unas formulas de
distribución de bienes y cargas) y que Rawls denomina de justicia social. El
estado de naturaleza o como lo llama nuestro autor “posición originaria” está
habitado por individuos libre e iguales, tan iguales que los son en fuerza y en
necesidades comunes (se aprecia el aroma Hobbesiano) lo que les lleva a dejar
ese estado y buscar unos principios de justicia (concepción procedimental de la
justicia) y no de seguridad (el aroma Hobbesiano comienza a disiparse).
Como decimos, estos individuos
“pre-pactados” son libres e iguales. Pero comparten otras dos características
más: son racionales y razonables, aunque este último atributo es relevante en
el estadio social. Son racionales (el neokantianismo de Rawls es evidente) al
actuar teniendo en cuenta sus propias inquietudes, lo que se presenta por el
autor como una alternativa al egoísmo individual por anteponerlo a prioridades
de un determinado grupo social…como si eso ocultara el muy racional
individualismo. No obstante, esa egolatría que nos lleva a atender a nuestras
propias inquietudes, derivadas de la posición social o los dones naturales, es
neutralizada por el velo de la ignorancia. Ahora bien, no les convierte en
ingenuos ignorantes (si fuese así, no podrían elegir entre las diferentes
opciones) ya que poseen la capacidad del conocer de un modo general. Desconocen
sus virtudes, sus defectos, su posición social, sus tendencias, sus creencias o
sus planes vitales. Conocen por el contrario el funcionamiento de la economía,
del bien abstracto o de devenir de lo público. Como decíamos, se trata de una
situación metafórica…
Lo que sí llama la atención es que el
velo de la ignorancia haga desatender a un liberal las potencialidades del
individuo que de un modo espontáneo harán progresar a la sociedad en su
conjunto. Aún así, este individuo racional, tras el velo de la ignorancia,
utilizará una estrategia maximín, pues su egoísta racionalidad le llevará a
pensar que el resto tratará de maximizar su posición, minimizando la del resto.
Su intento de alejarse del utilitarismo no parece hacerse con mucha intensidad,
si pensamos así del prójimo (RAWLS, 1986).
Pero hay un segundo acto. Cuando ya se
ha logrado el estadio de la sociedad civil, utilizando terminología de los
padres del liberalismo, se hace necesario un subsiguiente acuerdo, por medio de
los principios de justicia y su orden de prioridad.
Primer principio: Toda persona debe
tener igual derecho al más extenso sistema de libertades básicas iguales,
compatibles con un sistema similar de libertades para todos.
Segundo principio: las desigualdades
sociales y económicas deben estar ordenadas de tal forma que ambas estén: a)
dirigidas hacia el mayor beneficio del menos aventajado, compatible con el
principio de justo ahorro; y b) vinculadas a cargos y posiciones abiertas a
todos bajo las condiciones de una equitativa igualdad de oportunidades.
No vamos a entrar en el análisis de
los mismos pero sí a destacar el alejamiento del intuicionismo por medio de
estos principios, su marcado carácter intervencionista y redistributivo (lo que
fue criticado por sus colegas, recuérdese a Robert Nozick) (N O Z I C K, 1988)
y la relevancia que adquiere la razonabilidad del individuo, una vez que ya ha
hecho uso de su racionalidad. Efectivamente, en el estadio presocial, oculto
bajo el velo de la ignorancia, el individuo no podía ser otra cosa que racional
(y un poco egoísta, aunque Rawls intentase desmentir este hecho). Ahora, lo
importante es que sea razonable, ante la necesidad de convivir con una
pluralidad de opciones de vida buena distintas e, incluso, opuestas. Por ello,
dando un paso más allá del ideario kantiano, confiere la razonabilidad al ser
humano para que coopere y se solidarice en el ámbito social, deseoso de
construir un punto de vista compartido. Tratando de construir una sociedad
habitable en la que existen concepciones morales, religiosas o filosóficas
distintas. Este pluralismo debe ser “razonable”, donde las diferentes opciones
de vida lijan y pulan los posibles puntos de fricción y propongan (puestos a
pedir) posiciones y espacios en común, aún cuando sean contrarios a sus propias
cosmovisiones y paradigmas vitales (casi nada).
Lo cierto es que, frente a sus
compañeros ideológicos, Rawls se desmarca de ellos en aras de un modelo más
social y menos espontáneo. Como decía, las críticas a este respecto han sido
ingentes y especialmente crudas por parte de los defensores de un Estado
sinceramente mínimo, que únicamente intervenga para evitar la violencia, pues,
cualquier otra actividad, deviene redistributiva y por ello, injusta y
desproporcionada. Bien es cierto que nuestro autor, en sus múltiples e
incansables respuestas a sus críticos, abogaba por un Estado mínimo pero sobre
todo neutral, esto es, que no favorezca ninguna doctrina, que no fomente
ninguna concepción individual y que garantice la igualdad de oportunidades para
que cada uno decida cuál es su elección de vida buena.
En este libro no nos interesan tanto
las críticas a Rawls desde una perspectiva económica y sí desde una moral o de
modo(s) de vida y aquí, el razonamiento comunitarista encontró un filón. Un
neokantiano, racionalista y universalista no puede caer bien al subjetivismo,
comunitario y virtuoso. Podemos adelantar algún reproche que retomaremos más
adelante. El más evidente es la perversión que hace Rawls o cualquier kantiano
de la ética al utilizar reglas universales (ninguna palabra aborrece más un
multiculturalista) que detraen al hombre de su vínculos y conexiones para
convertirlo en un átomo sin contexto, ni nexos, cuando para éstos las
elecciones de vida buena o de cualquier otro tipo, son irrelevantes separados
de la comunidad. Dejando de lado las críticas a la teoría Rawlsiana desde una
perspectiva económica, omitimos los enjuiciamientos marxistas y viramos hacia
el aristotelismo y el hegelianismo. Lo veremos más adelante, pero para el
comunitarismo no hay nada más peligroso que la visión atomista del individuo
por parte del liberalismo (Hegel) ni más falso que la desconsideración de
“animalidad” social (Aristóteles).
Parecen lógicas estas críticas si
tenemos en cuenta que los principios enumerados por nuestro autor deben ser
generales y universales, por ello deben valer para todas las personas morales,
al margen de su condición, historia, anhelos, sexo, credo o cualquier otra
vínculo social. No obstante, se afana nuestro autor en tratar de buscar el
encaje de su teoría en democracias plurales apoyando su Razón pública en
(inestables) equilibrios reflexivos y (difíciles) consenso
superpuestos. Buscar puntos de unión entre concepciones individuales y
normas públicas, no entendidas desde un punto jurídico sino moral. Un
pluralismo razonable, que supere las posibles rupturas entre vidas buenas y que
alcance la estabilidad y la unidad social por medio de un reconocimiento
público mutuo. (RAWLS, 1979).
En todo caso, aún cuando nuestro autor
intenta matizar y cerrar posibles puntos flacos en su teoría, por medio de
contestaciones públicas a sus críticos, lo cierto es que la mayor crítica que
se le ha hecho a su discurso es de origen previo, anterior a la constitución de
la sociedad, al pacto social, por utilizar terminología de los clásicos. ¿Cómo
es posible tener algún tipo de deseo o preferencia moral en la posición
original si éstos se adquieren en sociedad o en algún tipo de contexto más
extenso que el aislamiento individual? Siendo cierto que somos autónomos, ¿cómo
podremos ponderar lo que es bueno o justo? ¿Se hace estas preguntas un ente
aislado y autónomo? ¿Con qué sentido?
Si partimos de la base de que nuestro
deseos, preferencias, juicios morales, opciones de vida, principios, valores o
enjuiciamientos éticos únicamente pueden adquirirse en algún tipo de ámbito
(sociedad, comunidad, étnia, tendencia sexual, raza) difícilmente podrán estar
dentro de nosotros previo pacto social. Además, si todas estas ideas, valores y
principios son aprehendidos de un modo intrínseco, todos nosotros
compartiríamos estos valores y no parece que sea así.
Sin olvidar que el mito del individuo
aislado (libre, igual, autónomo, racional) tanto en estado de felicidad como de
guerra, no parece una realidad plausible, ni siquiera como ficción o fábula. Si
bien, éstos no vivieran en el marco de unos vínculos que pudiésemos definir
como sociedad, lo cierto es que, al menos, sí podríamos definirlos como
comunidad y éstas son las que nos permiten compartir vínculos que nos alejan de
los principios universalistas tan queridos por los neokantianos.
Estas son algunas de las objeciones
que apuntan los comunitaristas a la teoría de J. Rawls y otras en las
profundizaremos más adelante. En todo caso, debemos reiterar el enorme calado
que ha tenido y tiene su obra y el aire fresco que trajo a la Filosofía
Política del último cuarto del siglo XX y que aún perdura. De hecho, algún
autor ha llegado a alcanzar su fama por las críticas a la obra de Rawls y no tanto
por la originalidad de sus pensamientos.
BIBLIOGRAFÍA
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John, Teoría de la justicia, Fondo de Cultura Económica, México, 1979.
*Funcionario
de Carrera perteneciente al Cuerpo Superior de Administradores del Principado
de Asturias.
Licenciado
en Ciencia Política (Universidad Autónoma de Madrid)
Posgraduado
en la misma universidad.
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