Resumen
En
la historia de Chile y Uruguay ha existido una relación que podría ser definida
como “tradicional” entre el sindicalismo y la democracia. Considerando el
fortalecimiento mutuo que se produce entre el movimiento sindical y el tipo de
gobierno democrático, así como el debilitamiento del sindicalismo en los
gobiernos autoritarios y/o dictatoriales, donde, disminuyó la participación
efectiva y calidad de vida de los trabajadores en estas sociedades. Sin
embargo, el retorno a la democracia en Chile y Uruguay no generó – en los
períodos estudiados - un robustecimiento significativo ni permanente en el
movimiento sindical. Esto nos indica que, el tipo de gobierno hoy – en un
contexto de globalización y transformación del escenario económico y productivo
– es un factor insuficiente para explicar el debilitamiento o la denominada
crisis del sindicalismo.
Palabras Claves: Política, Sindicalismo,
Chile, Uruguay
Abstract
In the history
of Chile and Uruguay there has been a relationship that could be defined as
"traditional" between unionism and democracy. Considering the mutual
reinforcement that occurs between the labor movement and the kind of democratic
government, and the weakening of trade unionism in authoritarian governments
and / or dictatorial, which decreased the effective participation and quality
of life of workers in these companies. However, the return to democracy in
Chile and Uruguay did not generate the periods studied - a significant or
permanent strengthening in the labor movement. This indicates that the type of
government today - in a context of globalization and transformation of economic
and productive scenario - is insufficient to explain the weakening or so-called
crisis of unionism factor.
Palabras
Claves: Keywords:
Politics, Trade Unionism, Chile, Uruguay
RELACIÓN ENTRE POLÍTICA Y
SINDICALISMO. EL CASO DE CHILE Y URUGUAY EN LOS GOBIERNOS POSTDICTADURAS (1)
Dr. Julio González Candía
Doctor en Procesos Sociales y
Políticos en América Latina.
Académico Carrera de Tecnólogo en
Administración de Personal
Depto. de Tecnologías Generales
Facultad Tecnológica, Universidad de
Santiago de Chile.
E-mail: julio.gonzalez@usach.cl
I. Introducción: la dimensión política
del sindicalismo
El
sindicalismo latinoamericano en su historia reciente, ha desarrollado canales
de participación, aportado en la materialización de importantes leyes sociales,
luchado y resistido contra los gobiernos autoritarios y/o dictatoriales y
contribuido significativamente al fortalecimiento de la democracia de los
países, tanto en su entorno inmediato, como a un nivel más general en la
sociedad. Es este mismo sindicalismo el que ha travesado en las últimas décadas
por una crisis que está relacionada con las profundas transformaciones
económicas, políticas y sociales que han afectado a los países de América
Latina desde los años 70, por la modificación del contenido y de la forma de
operar de los sistemas políticos y de la redefinición de la democracia, lo que
claramente ha impactado en la calidad y densidad de la misma y cómo esta es
percibida por el conjunto de actores de una sociedad. Todo esto además, con un
telón de fondo; la globalización.
En
la historia de Chile y Uruguay ha existido una relación que podría ser definida
como “tradicional” entre el sindicalismo y la democracia. Considerando el
fortalecimiento mutuo que se produce entre el movimiento sindical y el tipo de
gobierno democrático, así como el debilitamiento del sindicalismo en los
gobiernos autoritarios y/o dictatoriales donde, además, disminuyó la
participación efectiva y calidad de vida de los trabajadores en estas
sociedades. Sin embargo, nos hemos encontrado con que el retorno a la
democracia en Chile y Uruguay no generó – en los períodos estudiados - un
robustecimiento significativo ni permanente en el movimiento sindical. Esto nos
indica que, el tipo de gobierno hoy – en un contexto de globalización y
transformación del escenario económico y productivo – es un factor
insuficiente para explicar el debilitamiento del sindicalismo y es necesario
explorar nuevos caminos para encontrar respuestas más amplias e integradoras.
Situándonos en esta parte del
continente y
según la perspectiva de Miguel Ángel Urrego y Jaime Gómez (2000) podemos decir
que se ha vivido un proceso de transformación del orden político. Esta
transformación considera a los sujetos y a las estructuras desde las cuales se
realiza la intermediación política, que se manifiesta a raíz del impacto de la globalización
neoliberal. Esta última, que también ha implicado la reducción del mundo del
trabajo y un duro golpe a la clase obrera y a sus organizaciones gremiales y políticas. A pesar de todas las dificultades,
obstáculos y de la denominada “crisis del sindicalismo”, el movimiento sindical
aún subsiste. Continúa desempeñando un rol importante a nivel simbólico,
especialmente como el natural conductor de los procesos de oposición y de
resistencia al poder de capital y a las prácticas neoliberales instaladas en
nuestros países. Aún intenta hacer una contribución efectiva a las democracias
de esta parte del continente y como lo señalarían los autores ya citados, lo más significativo es que
el sindicalismo se ha constituido, en varios países, “en una organización
que no sólo expresa los intereses de los agremiados sino de aquellos que no
tienen voz, de la comunidad marginal” (Urrego y Gómez, 2000:162). Lo
anterior, se respalda con los planteamientos de Antonio
Baylos, quien ha sostenido que el sindicato no es solamente una organización
que “representa al trabajo asalariado como agente económico a través de la
contratación colectiva de la fuerza de trabajo, sino un actor social, que
expresa la identidad social de los trabajadores en su conjunto y que se
relaciona por tanto con el resto de los actores que interactúan en el sistema
de relaciones laborales”. Podríamos agregar que el sindicalismo en los
países en estudio, hoy es un actor social que se desenvuelve e interactúa con
otros actores y agentes en sistemas preferentemente democráticos, en donde por
esta sola razón no está garantizado para el movimiento, efectividad y mejores
condiciones o garantías para su accionar, debido a que estas nuevas democracias
son parciales, limitadas o no tienen la calidad y densidad necesarias para permitir
que los distintos actores sociales desarrollen todo su potencial y puedan tener
una cabida adecuada en este tipo de gobierno.
El sindicalismo actual
aspira y promueve su carácter sociopolítico. Está dentro de sus expectativas
poder influir políticamente y propender así a la transformación de la actual
sociedad, constituyéndose en un contrapeso necesario al capital y a los grupos
de poder que lo resguardan con ahínco. Julio Godio ya lo ha señalado, en el
sentido que “el sindicalismo sociopolítico se plantea fundamentar una “alternativa
abierta” (3) para insertarse en la oleada venidera de resistencia al
neoliberalismo” (Godio, 1990: 116). Eso lo planteaba Godio a los inicios de
la década de los 90 y sigue estando hoy, plenamente vigente.
De
esta forma y considerado que para poder establecer la relación entre sindicalismo
y democracia y responder – desde una perspectiva teórica – la interrogante del
¿por qué los gobiernos post dictaduras no generaron un fortalecimiento en el
movimiento sindical de Chile y Uruguay?; debemos adentrarnos en las
características de este tipo de gobierno y cómo estas a su vez, guardan
relación con los propósitos del movimiento obrero.
II.
Democracia y Sindicalismo
Si
entendemos a los sindicatos como una “asociación de trabajadores constituida
para la defensa y promoción de intereses profesionales, económicos o sociales
de sus miembros” (4), o recordamos lo ya planteado por Alberto Hurtado, cuando en
el sostenía que “el sindicato representa a sus miembros en las discusiones
con los patrones y con los poderes públicos en todo lo que concierne a sus
condiciones de trabajo...”
(Hurtado, 1950:13).
De esta
forma, el resguardar los
intereses de las personas y como un espacio de participación efectiva en el
mundo laboral, especialmente cuando el sindicato evita, impide o minimiza la
explotación del capital a los trabajadores, estamos relacionando al movimiento
con un tema político, desde el punto de vista que desde aquí se puede influir
en el devenir de la clase obrera y por ende, de un importante sector de la población,
en aspectos tan cruciales como condiciones de trabajo, compensaciones,
seguridad y protección social, desarrollo laboral, por nombrar los principales.
Por esta razón, se hace necesario profundizar en el concepto de democracia y
analizar su relación con el sindicalismo.
Pablo
González Casanova en el prólogo del libro de Marcos Roitman plantea que éste
último se propone alcanzar los más profundos sentidos del término democracia y
de sus significados, los cuales considera (en el mismo orden):
ü
Como poder del
pueblo y como parte de procesos más amplios como la liberación de las naciones
dependientes,
ü
Como la
organización de la vida y el trabajo con fines no lucrativos sino eminentemente
sociales y culturales,
ü
De justicia
social, de redistribución de las riquezas materiales y espirituales
ü
De extensión de
servicios y de bienes básicos,
ü
De
conocimientos humanísticos y científicos, manuales y simbólicos,
ü
En procesos que
permitan comprender y cambiar el mundo a la mayoría de la humanidad para
preservarlo y enriquecerlo,
ü
Cuidando
siempre de respetar las distintas expresiones del pensamiento y las creencias
de pueblos, agrupaciones e individuos”
(Roitman, 2005:7)
Es
un aporte enriquecedor en cuanto al radio de acción que involucra el concepto
de democracia al ocuparse del pueblo, la libertad, lo social, lo cultural, el
bienestar de todos, la preservación, en fin. Destacamos que también considere
la organización de la vida, del trabajo y la justicia social que forman parte central
del ámbito laboral.
Resulta
interesante citar a Alan Knight, quien plantea que hay un consenso entre los
cientistas políticos de considerar la democracia liberal representativa, a
menudo definida en los términos de Dahl (poliarquía), como la norma, ya que
esta definición abarcaría los dos principios de (i) libre asociación y
expresión (derechos cívicos) y (ii) participación electoral (derechos
políticos)”. Knight sostiene enseguida que concebir la democracia liberal
representativa como una “norma” es cuestionable dado que “no estamos
diciendo que este sistema sea mejor o que sea la única forma de democracia en
términos conceptuales o prácticos” (Knight, 2005:108). Más bien, en
el campo de las ciencias sociales, respecto de ciertos conceptos – como el de democracia
- hay una cantidad importante de definiciones y reflexiones y que la validez
y/o pertinencia de cada una de ellas dependerá en gran medida de los fines
teóricos y prácticos que él o los investigadores tengan en mente. Sin embargo,
ya en esta primera perspectiva queda claro que en el concepto de democracia, la
libertad es esencial.
José
Nun analiza la democracia representativa y su éxito en los países ricos, viendo
este proceso en los países que no cumplen precisamente esa condición, nos
referimos a los países de América Latina. Resultan esclarecedores sus
postulados, sobretodo, cuando sostiene lo que él llamó “la paradoja
latinoamericana de nuestros días”. Para Nun, la paradoja es “tratar de
consolidar democracias representativas en contextos marcados por la pobreza, la
desigualdad y la polarización y donde los regímenes sociales de acumulación
vigentes fomentan la marginalidad y la exclusión, mientras los Estados se
achican y se revelan incapaces de lidiar efectivamente con toda la magnitud de
la crisis” (Nun, 2002:151). Paradoja, que por cierto, también se
deja traslucir en el sindicalismo. En los discursos políticos no hay líder,
sector o partido que no se muestre “partidario” de fortalecer, fomentar y/o
propiciar la libertad sindical como señal efectiva de su progresismo,
naturaleza democrática o planteamientos “pro trabajadores”. Sin
embargo, en los hechos o en la práctica, por ejemplo a la hora de generar
proyectos de ley a favor de los trabajadores o a la hora de las votaciones para
promulgar alguna ley que fortalezca o fomente el movimiento sindical ese
discurso se cae y no logra tener un referente empírico. Es lo que varios
teóricos han denominado la dicotomía discurso – acción y que afecta o es
importante para el movimiento obrero en cuanto no logra tener un marco legal
–normativo que efectivamente lo resguarde ante los particulares intereses de
las empresas impidiendo, además, que sea un medio para desarrollar la
participación efectiva e integral de los trabajadores en la dinámica laboral y
que impacta a niveles más amplios, como la sociedad en su conjunto.
Juan
Carlos Gómez sostiene en su libro “La frontera de la democracia”, que los
indicadores más importantes que utilizan los analistas para sostener la
existencia de un régimen democrático son prioritariamente los de carácter
procedimental, y operan con una definición mínima de democracia. Así Gómez
Leyton en relación a los procedimientos sostiene que especialmente, consideran
los referidos a la existencia de “reglas y normas que regulen la
transferencia pacífica del poder político a través de elecciones regulares y
periódicas de las autoridades del Estado; la existencia de un sistema de
partidos de amplio espectro; la negociación y el compromiso político para
solucionar los conflictos políticos y sociales de la sociedad, y la
participación política de la ciudadanía a través del sufragio” (Gómez,
2004:16). La definición antes expuesta puede ser considerada como mínima, en
cuanto sólo considera algunos elementos del total que se requerirían para que
una sociedad sea considerada como democrática. El autor plantea que “para
avanzar en el estudio histórico de la democracia es necesario entenderla,
fundamentalmente, como régimen político, el cual se desarrolla en determinadas
condiciones sociales y económicas que lo condicionan o influyen fuertemente” (Gómez,
2004:19). Este planteamiento implica asumir una perspectiva, es decir,
sostener que se va a entender la democracia como un determinado tipo de régimen
político, con lo cual se está renunciando a considerar la democracia como un
tipo específico de sociedad. Manuel Antonio Garretón en relación a este punto
ha sostenido que la democracia, “es un tipo de régimen político que resuelve
de determinada manera los dos problemas centrales de toda sociedad – cómo ella
se gobierna y cómo se relaciona con el Estado -, por un lado, a través de
principios como el Estado de Derecho, derechos humanos y libertades públicas,
división de poderes, y principalmente, por la soberanía popular. Por otro, a
través de mecanismos como el voto universal, el pluripartidismo y la
alternancia en el poder” (Garretón, 1995:20).
En esta misma línea de
argumentación, Guillermo O´Donnell, ha planteado que la democracia incluye un
régimen político pero no se agota en él. Este régimen implica elecciones
competitivas e institucionalizadas, así como un conjunto de libertades de
asociación, expresión, movimiento y otras. O´Donnell destaca las razones
respecto del por qué el régimen es un componente fundamental de la democracia.
De esta forma señala que existen dos razones: “una, porque en su ausencia
simplemente no hay democracia. Otra, porque su existencia define la ciudadanía
política, aquellos que tienen derecho a votar, intentar ser electos y ejercer
las libertades recién mencionadas” (O´Donnell, 2008:26).
Gómez
Leyton en base a las definiciones de Diamond, Linz y Lipset, adaptada de Dahl,
señala que democracia “es un sistema de gobierno que reúne tres condiciones
esenciales: a) un alto nivel de competencia entre individuos y grupos
organizados (especialmente partidos políticos) por cargos gubernamentales, a
intervalos regulares en donde se excluye el uso de la fuerza; b) un alto nivel
de participación política y la selección de los líderes y políticas a través de
elecciones regulares y honestas donde ningún grupo social adulto es excluido, y
por último, c) un nivel suficiente de libertades cívicas y políticas – libertad
de expresión, de prensa y organización – que garantice la integridad, la
competencia política y la participación” (Gómez, 2004:22). Esta definición
resulta relevante puesto que se construye en dos niveles, a un nivel social
planteando que en una democracia debe existir “un alto nivel de
participación política…” y – sobretodo - “un nivel suficiente de
libertades cívicas y políticas tales como la de expresión, de prensa y de
organización”. Esto último, muy vinculado a la libertad y a un nivel
personal con énfasis en los actores protagonistas – las personas en su rol de
trabajadores y trabajadoras -, puesto que las libertades cívicas hacen
referencia a aspectos constitutivos del derecho que tienen los sujetos a
expresarse en distintos ámbitos de la sociedad, a informarse de manera amplia y
a organizarse con distintos fines.
El
movimiento sindical adquiere un rol central si se trata de forjar y consolidar
una democracia plena, puesto que contribuye desde su espacio y radio de acción
en las tres condiciones esenciales de este tipo de régimen político, a)
competencia entre individuos y grupos organizados, distintos sujetos que, con
sus respectivos grupos, ideologías y visiones programáticas, aspiran a liderar
el movimiento en sus distintos niveles (organizacional, regional, nacional) b)
alto nivel de participación política y selección de líderes a través de
elecciones. El sindicalismo aspira a proponer y consolidar cambios políticos
tendientes a promover el cambio social y eso solo lo puede realizar a través
de medios democráticos legitimados por las propias bases y las normativas y
legislaciones del país donde esté inserto y c) un nivel suficiente de
libertades cívicas y políticas.
Además de lo planteado por Gómez
Leyton, Guillermo O´Donnell ha indicado que la democracia en su sentido pleno “implica
la extendida existencia de otras ciudadanías: civil, social y cultural. El
régimen democrático no garantiza, como la experiencia de América Latina
muestra, la vigencia de esos otros aspectos de la ciudadanía. Pero si se
considera que el régimen democrático instituye la visión de un ciudadano/agente
capaz de tomar decisiones que pueden ser muy relevantes para el bien público
(no sólo votar sino participar en la toma de decisiones colectivamente
vinculantes), es injustificado ignorar (aunque así lo hace buena parte de las
corrientes teóricas hoy dominantes) el tema clásico de las condiciones sociales
de la democracia” (O´Donnell, 2008:26). Precisión no menor, la planteada
por O´Donnell, en el sentido que hoy un régimen democrático no garantiza en
esta parte del continente, la vigencia de otros aspectos de la ciudadanía. Esto
último muy ligado a lo ya señalado por José Nun, en relación a la “paradoja
latinoamericana de nuestros días”, la que plantea las dificultades de
implementar y fortalecer
democracias representativas en países en donde la pobreza, la desigualdad y la
exclusión alcanzar niveles preocupantes. Y en donde además, los Estados han
acotado tanto su accionar que resulta prácticamente imposible resolver la
crisis en las cuales están insertos.
A
propósito de democracia, su definición y especialmente el alcance de este
concepto a los distintos actores que forman parte de un sistema democrático, no
debemos dejar de mencionar que en la actualidad hay autores, entre ellos, María
Ester Feres (2008) que ha expresado que el sindicalismo para poder superar la crisis
en la cual está inserto debe “democratizarse”. Así ha señalado que las estrategias para
remontar las crisis orgánicas y
de legitimidad
implica el trabajar en
dos grandes
ejes que confluyen en un solo camino. Uno es el eje orgánico: el que está relacionado
con la democratización del sindicalismo, en sus
diversas dimensiones. El otro
eje que plantea la autora es el de elaboración de estrategias y plataformas
sindicales política y técnicamente sólidas. Enseguida, Feres volviendo al proceso
de democratización antes indicado y haciendo una dura crítica al interior del
sindicalismo chileno sostiene que “un actor que lucha por la democratización
integral de la sociedad, no puede continuar con prácticas internas que
reproducen vicios y enclaves propios de una democracia restringida, ni con
discursos o políticas de representación excluyentes de los intereses de grupos
mayoritarios de trabajadores, sin expresar la actual y dinámica heterogeneidad
del mundo del trabajo” (Feres, 2008: 47). Otro autor, Patricio Frías, sostiene que otra de las
debilidades presentadas por el sindicalismo está relacionada centralmente con
la definición de sus principios de identidad. Según Frías, (esto) “conduce, en
cadena, a debilitar y empañar sus restantes comprensiones y definiciones de sus
opositores y de sus proyectos globales de sociedad, vale decir, precisamente de
aquellos factores y elementos que lo pueden constituir en un movimiento social”.
Muchas veces estas debilidades quedan aminoradas, o descuidadas, por los
importantes logros conseguidos por la acción histórica del sindicalismo, en
términos de sus conquistas de mayores y mejores niveles de justicia, equidad,
democracia, etc. Pero se trata de dos dimensiones que corren parejas,
imbricadas, prevaleciendo con mayor fuerza, una u otra, a lo largo del
transcurso de su acción (Frías, 2008:69). Tanto Feres como Frías ponen en el centro de su análisis algunas de
las tareas más urgentes del sindicalismo si desea aumentar su poder e
influencia tanto en el ámbito laboral como en otras dimensiones del quehacer
nacional.
Continuando
con las definiciones, señalar que un régimen político, de acuerdo con Dahl,
para ser calificado como democrático debiera como mínimo cumplir con siete
requisitos que se encuentran presentes en las tres condiciones antes señaladas
por Gómez Leyton, a saber:
- Autoridades
públicas electas.
- Elecciones
libres, imparciales y frecuentes.
- Sufragio
universal.
- Derecho
a competir por los cargos públicos.
- Libertad
de expresión.
- Información
alternativa.
- Libertad
de asociación.
Nuevamente,
podemos destacar algunos de los requisitos en relación con el objeto sobre el
cual nos interesa reflexionar; libertad de asociación por excelencia (que en
esta perspectiva es proporcionada por el Estado), información alternativa y libertad
de expresión. Ahora bien, todos estos aspectos debieran darse de manera
concomitante para generar el efecto deseado, puesto que de lo contrario
estaríamos sólo frente a una parte o fragmento del concepto de democracia.
También podemos hacer la analogía respecto de que los requisitos que se
requieren a nivel “macro” – país por ejemplo – también se necesitan a
nivel “micro”, es decir, que para que exista un régimen político
democrático necesitamos que estas características “permeen” las
distintas capas y niveles de la sociedad. Sólo así podemos relacionar las 7 condiciones
con el concepto de libertad y más aún con el de libertad sindical. El autor
Gómez Leyton nos plantea, además, que dado que la democracia política no es un
estado estático sino un proceso cambiante, a los requisitos señalados por Dahl,
algunos autores le han sumado otros, de acuerdo con las actuales necesidades de
la democracia. Así, Guillermo O´Donnell le suma otras cuatro condiciones:
- Quienes ocupan las posiciones más altas en el gobierno
no deben sufrir la terminación de sus mandatos antes de los plazos
legalmente establecidos;
- Las autoridades electas no deben estar sujetas a
restricciones severas o vetos, ni ser excluidas de ciertos ámbitos de
decisión política por actores no electos, especialmente las fuerzas
armadas;
- Debe existir un territorio indisputado que defina
claramente el demos votante, y por último,
- La definición de poliarquía debe incluir una
dimensión intertemporal; la expectativa generalizada de que el proceso
electoral y las libertades contextuales se mantendrán en un futuro
indefinido. En otras palabras, la erradicación de la posibilidad de una
involución democrática
(Gómez, 2004:22-23).
Entre las causas conocidas para
impedir una mayor generación de trabajo decente en América Latina y el Caribe
están el no respeto de los derechos laborales y las trabas al ejercicio de la
libertad sindical. Para que la democracia se extienda al conjunto de la
sociedad y permeen las distintas capas de la misma es necesario que los derechos
laborales y en especial la libertad sindical sean reconocidos y protegidos por
todos los actores produciéndose una especie de círculo virtuoso donde más
democracia implica necesariamente más derechos laborales y estos últimos deben
necesariamente también considerar al sindicalismo si es que efectivamente se
desea que la democracia llegue a todos los ámbitos del quehacer de las
personas. Estamos de esta forma frente a una relación conceptual y empírica de
dos direcciones; a mayor democracia mayor libertad sindical y frente a una
mayor libertad sindical con todo lo que ella conlleva sin duda alguna estaremos
frente a un régimen político más democrático.
III. Gobiernos “post dictaduras” o “nuevas
democracias” de Chile y Uruguay
En todo caso, es importante también
precisar que los gobiernos post dictaduras tanto de Chile como de Uruguay o
también denominadas como “nuevas democracias”, han tenido características bien
particulares. Para el caso chileno, nos referiremos a dos, que nos parecen muy
pertinentes dado la problemática en estudio, el carácter de protegida y de
hibrida, en el Chile post dictadura. Así tenemos, que para Oscar Godoy, el
término de democracia protegida, está relacionado con la elaboración del proyecto
constitucional de la dictadura, su aprobación por los constituyentes, y
posterior refrendo a través del plebiscito de 1980. Godoy, agrega que, “el
régimen impone su voluntad unilateral sin contrapesos. Con todo, la democracia
protegida consagrada en la Constitución de 1980, antes de su reforma en 1989,
representaba un ordenamiento más democrático y flexible que otras opciones que
se barajaban dentro del régimen” (Godoy, 1999:87). Resulta interesante
indagar un poco más en el término de “protegida” según la mirada de esta autor.
Godoy señala que en la Constitución de 1980 “se mantuvieron todas aquellas
disposiciones
que
configuran la participación institucional de las Fuerzas Armadas en el proceso de decisiones
políticas, por una parte, y también aquellas que le aseguraban a Augusto
Pinochet un fuero político continuo por el resto de su vida” (Godoy, 1999:103-104).
Godoy cita a los “ejercicios de enlace” y al “boinazo”, como ejemplos concretos
de cómo durante el primer gobierno democrático con Patricio Aylwin como
presidente, las fuerzas armadas manifestaron su descuerdo con acciones públicas
que podían afectar cuestiones cubiertas por el pacto con la oposición de la
época (5). Para Tomás Moulián, sencillamente, el término de
“democracia protegida” proviene “del propio lenguaje del pinochetismo.
Señala el autor que fue acuñado por el régimen militar para realizar una
crítica contra la presunta neutralidad ante los fines y valores de la
democracia liberal representativa” (6) (Moulián, 1995:3)
Por otra parte y ahora ya relacionada
con la segunda característica de nuestra democracia post dictadura, y según
Francisco Zapata, una de las características sobresalientes de la nueva
democracia post dictadura chilena ha sido su carácter “híbrido” (7).
Lo anterior, según Zapata porque se está en la presencia simultánea de dos
tipos distintos de instituciones; “una, las democráticas, como son los
procesos electorales para designar a aquellos ciudadanos que ocuparan los
puestos de representación popular; las otras, las autoritarias, heredadas del
régimen militar, (como) las que están contenidas en la Constitución de 1980”
(Zapata, 2004:12). Otra definición que resulta interesante de instalar y que
es más general que las dos características de la naciente democracia chilena,
es la de “democracia defectuosa”. Este concepto y según Collier y Levitsky
(1997), trata
de evitar las docenas de diferentes “democracias con adjetivo” que se han
definido por distintos autores. Para Hans-Jürgen
Puhle, “se
refiere a los regímenes en transformación que no han llegado a consolidar una
democracia liberal que corresponde a los criterios de democracia enraizada,
pero que, al mismo tiempo, ya no son regímenes autocráticos por el hecho de
que, básicamente, funciona como principio el régimen electoral (elecciones
libres y honestas) (8)” (Puhle: 10).
En el caso de Uruguay y nuevamente con
un elemento histórico común con Chile, nos referimos a los plebiscitos durante
las dictaduras respectivas y sus resultados en ambos países, en el año 1980, se
generaron
según María José Romero “reglas de juego” que regularon la relación de los
gobiernos militares con sus respectivas oposiciones. Para la autora, “el
resultado favorable al gobierno autoritario en Chile provocó la
institucionalización del régimen, con plazos rígidos que garantizaban la
conducción de Pinochet hasta por lo menos 1989. En Uruguay, el voto contrario
al proyecto obligó a los militares a formular un conjunto de reglas flexibles
que facilitó la actuación de la oposición política y social, favoreciendo
escenarios de negociación para la transición” (Romero, 2009:123). Según
Romero, en uno y otro caso existieron reglas que condicionaron la dinámica del
proceso de transición. La diferencia entre los marcos institucionales que
regularon la salida reside en el grado de flexibilidad. Mientras en Uruguay, el
“cronograma” formulado por los militares resultó ser muy flexible, la
Constitución chilena de 1980 resultó extremadamente rígida (9) (Romero,
2009:133). Para otro autor, José Rilla el verdadero valor para el Uruguay del
plebiscito fue que aquél, “resultó aquel un acto refundador de la
democracia: el país se reencontraba, sin estridencias pero desde convicciones,
con tradiciones cívicas que mucho le habían costado”. Agrega el autor que, “el
gobierno, a su vez y a su modo, no pudo entonces menos que aceptar el veredicto
ciudadano, reconocer su derrota y cambiar el rumbo. Allí comenzó la transición
democrática” (Rilla, 1997:1). Prácticamente al finalizar su trabajo José
Rilla sostuvo que “el plebiscito de 1980, gesta cívica sin igual, nos
reincorporó entre otras cosas a una tradición bifronte y al fin y al cabo muy
antigua: a la democracia de partidos y representantes y a la democracia de
electores y de votadores” (Rilla, 1997:8). Cabe mencionar, que los
resultados del plebiscito en referencia hablan por si solos, prácticamente un
58% de los uruguayos voto en contra del proyecto de la dictadura (10), a
favor, casi un 42% (11).
Tal vez por todo lo
anterior, las cosas se dieron de manera muy distinta en cada país. Mientras en
Chile el retorno a la democracia implicaba gradualmente ir suprimiendo,
cambiando o renovando cada atadura que dejó la dictadura - lo que claramente
está relacionado con el carácter de protegida o híbrida de nuestra democracia -
, en Uruguay se pudo volver a su tradición democrática de manera mucho más
efectiva y sin los contratiempos que se generaron en Chile.
Según información entregada
directamente por uno de los investigadores del tema en Uruguay, cuando terminó
la dictadura en 1985, se asumió plenamente la democracia anterior al golpe de
Estado. Algunos datos relevantes del período fueron: retomó la vigencia de la
constitución aprobada en 1965, con la cual las libertades políticas y
sindicales se recuperaron plenamente. El nuevo parlamento que se instaló en
febrero de 1985 aprobó una amnistía para los presos políticos y la
reincorporación de los despedidos por razones políticas, la Universidad de la
República recuperó la autonomía y las organizaciones sindicales recuperaron los
locales expropiados por la dictadura. Hasta hoy los militares no han tenido
ninguna participación o presión sobe las decisiones de los distintos gobiernos
post dictaduras. Según la misma fuente, la únicas restricciones fueron:
a) que en las elecciones de noviembre de 1984 no se autorizó a ser
candidatos a la presidencia a los candidatos de la elección de 1969, que fueron
Líber Seregni del Frente Amplio, Jorge Batlle del Partido Colorado y Wilson
Ferreira Aldunate del Partido Nacional. El Frente Amplio y el Partido Colorado
estuvieron de acuerdo como una concesión para que se convocara a elecciones,
el Partido Nacional no estuvo de acuerdo porque su líder era insustituible; b)
que se aprobó una ley por los partidos Colorado y Nacional donde se limitó la
investigación de los crímenes de la dictadura. No obstante y en una perspectiva
diferente, Daniel Corbo distingue dos etapas al hacer una periodización de la
transición uruguaya a la democracia. Por una parte, define una fase como
“dictadura transicional” (1980 al 1984) y la segunda, denominada transición
democrática (entre 1985 al 1989). Para el autor, la transición a la democracia
efectiva habría tenido sólo parcialmente lugar durante los años últimos de la
dictadura militar. Según Corbo, “este proceso no se cierra con la asunción en
1985 de autoridades constitucionales electas en noviembre del año anterior.
Sólo una visión simplista de los fenómenos históricos se afiliaría a un
criterio formal de esta naturaleza y a su pretensión de que el hecho de la
elección de un gobierno civil anulaba de un plumazo la ingerencia y tutela del
poder militar, así como los residuos autoritarios enquistados en el aparato del
Estado y en la sociedad” (Corbo, 2007:26). Resulta interesante destacar el
punto de vista de Corbo, puesto que plantea que es necesario matizar los
planteamientos referidos a que en Uruguay se acabó la dictadura y se volvió
como arte de magia a su anterior tradición democrática. Como en otros países,
luego de una dictadura y con la vuelta a la democracia, quedan en la sociedad,
sus instituciones y cultura elementos autoritarios imposibles de abandonar de
manera automática. Es necesario siempre un tiempo para ir superando cada uno de
los amarres y condicionantes – en estos casos – heredados de las dictaduras
militares, lo que a su vez representa u nuevo desafío para las noveles e
incompletas democracias.
Sólo recordar y a modo de síntesis del
apartado, que tanto en Chile como en Uruguay se vivieron gobiernos
dictatoriales, donde la falta de democracia fue sólo una de las razones que
impidieron el desarrollo del sindicalismo. No podemos dejar de mencionar el
autoritarismo imperante durante aquellos años en los países en estudio. Tantos
años de gobiernos autoritarios calaron muy hondo en la cultura chilena y
uruguaya. Entre ellas, la cultura laboral, en donde la participación efectiva a
través de la organización sindical debía volver a posicionarse como importante
para los trabajadores. Posicionarse o volver a nacer luego que los sindicatos
fueran prohibidos, perseguidos y sus líderes y dirigentes violentados hasta su
máxima expresión con todo lo que ello significaba en el plano simbólico y
material para el mundo del trabajo. Es por esta razón que también nos vamos a
referir al Autoritarismo y su relación con el movimiento sindical.
IV. Autoritarismo y Sindicalismo
Según Leopoldo Allub, los sistemas
políticos contemporáneos recuerdan su pasado. Las formas en que responden en
cierto momento no son libres pues dependen de su historia. La democracia, el
autoritarismo y el totalitarismo han tenido un alumbramiento histórico distinto
que concuerdan con condiciones estructurales muy diferentes en su origen. Allub
ha planteado que existen numerosas circunstancias que pueden presentarse en los
orígenes de una sociedad y en el curso de su desarrollo. Sin embargo, hay
eventos que, sin ser seguramente los únicos, parecen poseer consecuencias
relativamente estables para definir las alternativas de desarrollo democrático
o no democrático de las sociedades. Para el autor, “los procesos
sociopolíticos no se desarrollan al azar, pues una vez iniciados, tienden a
seguir un número limitado de “rutas” en función de las condiciones
estructurales existentes al inicio del proceso mismo” (Allub, 1983:15).
El autor Gino Germani (2003) hace una
distinción entre el autoritarismo tradicional y el autoritarismo moderno. En
las diversas áreas de actividad o en los subsistemas en los cuales prevalece la
acción de tipo prescriptivo, el comportamiento humano seguirá modelos
internalizados para los cuales son “impensables” las respuestas alternativas o
diferentes. El autoritarismo está, por lo tanto, implícito en la cultura y no
es considerado como tal por lo sujetos, para los cuales las pautas de
comportamiento que siguen en sus acciones permanecen más allá de cualquier duda
o discusión. Agrega más adelante en su obra que lo esencial en el autoritarismo
moderno y, sobretodo, en su forma “pura” (el totalitarismo propiamente dicho)
es que el objetivo de su socialización y su resocialización planeadas es la
transformación de la población en participantes ideológicamente “militantes”
activos. Esto deriva del hecho de que la moderna estructura industrial, en sus
numerosas variedades, requiere un nivel de participación activa por parte de
todos los habitantes de un país. La creciente especialización y el alto grado
de interdependencia generada por ella finalmente abarcan a la totalidad de la
población en áreas de actividad que tienden a crecer continuamente. Según
Germani, el autoritarismo moderno en su forma pura no reduce a los individuos a
sujetos pasivos; en un sentido, quiere que sean ciudadanos. Su objetivo no es
la despolitización (aunque esto pueda ocurrir), sino la politización de acuerdo
con cierta ideología específica. Los ciudadanos tienen opiniones políticas en vez
de creencias. Deben ejercitar la elección y alcanzan una cierta convicción,
pero su contenido debe corresponder a la ideología oficial. Existe una
elección, pero ésta es abiertamente manipulada. Para el autor, “los
controles externos, la represión y el terror son también necesarios, pero
cuando el Estado totalitario es exitoso, dichos controles se aplican en su
mayoría a una parte reducida de la población, principalmente a los
intelectuales” (Germani, 2003:38-40).
Desde una perspectiva histórica,
podemos señalar que según el autor David Collier, emerge el concepto de
autoritarismo burocrático desde que Argentina y Brasil (12) fueron
gobernadas por los militares en cuanto que institución, más que por gobernantes
militares individuales. Agrega Collier que “los militares parecían
adoptar una aproximación burocrática y tecnocrática a la política” (13).
Según el autor, este modo de aproximarse a la política llevó a los
estudiosos a unir el adjetivo burocrático al término “autoritario”, denominando
así “burocrático autoritarios” a dichos sistemas. Esta etiqueta se ha
convertido en un importante añadido a las tipologías de los regímenes políticos
nacionales (Collier, 1985:10). Continúa Collier, señalando que los
acontecimientos que se produjeron en esta parte del continente en la década de
los 70 acrecentaron la importancia de entender el autoritarismo burocrático.
Este tipo de gobierno militar persistió en Brasil y reapareció en Argentina en
1976. En el año 1973, en otras dos naciones de América Latina económicamente
avanzadas, Chile y Uruguay, también caían regímenes bien fundamentados
institucionalmente, siendo reemplazados por sistemas burocráticos autoritarios.
En sus propias palabras: “en Argentina, Chile y Uruguay, tanto el
nivel de violencia empleado en la supresión de los partidos políticos,
sindicatos y protestas laborales como la reducción de los ingresos reales del
sector popular llegaron más lejos de lo experimentado en Brasil y Argentina en
sus períodos iniciales de autoritarismo burocrático de la década de los 60”
(Collier, 1985:11). Se subraya de lo planteado por el autor, que los dos
países en estudio de la presente tesis se destacan por la violencia empleada
por parte del autoritarismo burocrático.
De esta forma, hemos planteado algunas
ideas que nos permiten ir construyendo una perspectiva teórica aplicable al
tema central de este artículo. Por un lado, nos interesa centrarnos en el mundo
del trabajo haciendo hincapié en el sindicalismo como una instancia real de
participación de los trabajadores donde no solo están en juego sus condiciones
laborales sino también el rol político que este actor social – a través de esta
vía – puede desplegar para influir decididamente en su futuro y en el de los
que le rodean. Estas formas de participación se pueden dar de manera más
profunda o sólo quedar en la superficie dependiendo – en gran medida - del
sistema o tipo de gobierno que esté instalado en los niveles micro y macro del
cual el trabajador o la trabajadora formen parte. Nos referimos a la organización
y/o empresa y al país. En una democracia – por muy incompleta que ésta sea -
encontraremos una serie de condiciones que posibilitan el mantenimiento y el
desarrollo de la participación laboral. En la otra cara de la moneda, estamos
frente a regímenes autoritarios, que configuran estructuralmente una serie de
normativas, prácticas y condiciones que limitan o restringen estas mismas
formas y/o instancias de participación en el mundo del trabajo.
En el fondo y
tal como fuera abordado en otro artículo del autor de este trabajo (14),
poner énfasis en el rol sociopolítico que puede asumir el movimiento sindical
en estos tiempos. Recordemos que el sindicalismo sociopolítico – en la
perspectiva de Julio Godio - aspira a fundar una estrategia sindical renovada
para democratizar a la globalización y dar una dirección progresista a lo que
se conoce como autorrevolución del capital. Según Godio, también se trata de un sindicalismo democrático
e internacional, que se apoya en sus tradiciones, pero que se plantea ahora
representar a diversas categorías de trabajadores, con epicentro en los
trabajadores de las empresas transformadas, pero también instalado en el mundo
del trabajo precario e inestable, y entre los trabajadores que desarrollan sus
actividades en el enorme y variado sector informal de la economía. Señalar
también, que este nuevo rol para los sindicatos, se dan en sociedades mercado
céntricas con un claro acento de la ideología neoliberal que impacta en las
distintas capas o dimensiones del quehacer de la sociedad.
V. Conclusiones
Retomando la interrogante formulada al
inicio del mismo, ¿por qué los gobiernos democráticos post dictaduras no
generaron de manera significativa y sustentable, un fortalecimiento en el
movimiento sindical en Chile y Uruguay en las últimas dos décadas?. Podríamos
decir que aunque la respuesta es bastante más amplia y tiene que ver también
con lo que se ha desarrollado en otros trabajos del autor, podemos señalar en
términos generales – considerando los planteamientos de los autores antes expuestos
y el proceso reflexivo asociado - que el sindicalismo no se fortaleció en los
gobiernos post dictaduras por las siguientes razones:
1) El impacto de la globalización neoliberal
y sus prácticas. Muchas de las cuales llegaron para quedarse y si bien fueron
instaladas y promovidas por las dictaduras para reordenar al sistema
capitalista asegurando que las reglas del mercado pasaran a ser las que
rigieran el desarrollo económico y social, éstas no fueron eliminadas de las
estrategias de desarrollo de los respectivos países por parte de los gobiernos
post dictaduras. Aunque con diferencias importantes, en Chile y en Uruguay se
amplió y profundizó el modelo de libre mercado.
2) La aplicación de reformas económicas
en el marco del llamado Consenso de Washington. Especialmente sus
consecuencias negativas relacionadas con los desalentadores indicadores en
términos de
crecimiento económico, reducción de la pobreza, redistribución del ingreso y condiciones sociales. Se
destaca la alta desigualdad en América Latina – más que cualquier otra región
mundo - especialmente en cuanto a la distribución del ingreso y de los
activos.
3) En una sociedad neoliberal
se fomenta el individualismo y el egoísmo en sus ciudadanos. En este contexto
se hace muy difícil propiciar prácticas solidarias y cooperativas que
involucren a un colectivo en pos de objetivos y metas comunes. Esto también
atenta al corazón de cómo y para qué se concibe al movimiento sindical en estos
tiempos. En buenas cuentas, atenta a los propósitos y finalidades históricas
del sindicalismo.
4) Las nuevas democracias fueron
incompletas. Lo que significa que sólo algunas de sus características pudieron
ser apreciadas en la realidad. Para el caso chileno, se reconoce el término de
“democracia protegida” o del tipo o carácter “híbrido”, porque durante los
primeros gobiernos post dictaduras habían muchos “amarres” heredados de la
dictadura. Adicionalmente y en la perspectiva de José Nun, lo que ha ocurrido
en esta parte del continente es que se han tratado de consolidar democracias
representativas en contextos marcados por la pobreza, la desigualdad y la
polarización y donde los regímenes sociales de acumulación vigentes han fomentado
la marginalidad y la exclusión. Estas premisas o condiciones imperantes han
hecho más difícil alcanzar los objetivos para el movimiento sindical.
5) Muy ligado con lo anterior, la falta o
déficit de democracia general en la sociedad, evidentemente permean a otras
capas, niveles y actores. El Sindicalismo es uno de ellos. Según lo plantea
María Ester Feres uno de sus principales desafíos es el de “democratización
interna”. La autora también postula, que las estrategias para remontar las
crisis orgánicas y
de legitimidad
considera trabajar en
dos grandes
ejes: el primero en el eje orgánico relacionado con la democratización del sindicalismo, en sus diversas dimensiones. El segundo eje es el
de elaboración de estrategias y plataformas sindicales política y técnicamente
sólidas.
Finalmente, estas respuestas, nos
ayudan a establecer de una manera actual y renovada la relación existente
entre sindicalismo y la democracia en los países en estudio. De la “tradicional
relación” establecida entre el Sindicalismo y la Democracia, podemos señalar
hoy que:
A) El fortalecimiento mutuo que se
produce entre el movimiento sindical y el tipo de gobierno democrático sólo es
factible si las “democracias” de las cuales hablamos o tomamos como ejemplo,
tienen la densidad y profundidad necesarias. Democracias incompletas,
protegidas, híbridas o más genéricamente; “defectuosas”, no garantizan el
fortalecimiento sustentable del sindicalismo. Y
B) Por otra parte - como un factor que
atenta de manera concomitante a otros factores al sindicalismo-, las
democracias limitadas con las cuales hemos vivido durante el periodo en estudio
(especialmente en Chile) y considerando el inevitable contexto de globalización
y transformación del escenario económico y productivo, generan más problemas
y/o dificultades para el robustecimiento del movimiento sindical.
Santiago, Enero 06 de 2015.-
NOTAS:
(1) Artículo basado íntegramente en la
Investigación “EL
SINDICALISMO EN LAS DEMOCRACIAS POST DICTADURAS” - Estudio comparativo del
movimiento sindical en el período de consolidación democrática de Chile
(1990-2000) y Uruguay (1985 – 2000), realizada durante el año 2013 por el
autor de este trabajo como Tesis para optar al grado académico de Doctor en
Procesos Sociales y Políticos en América Latina, mención Sociología, en la
Universidad de Artes y Ciencias Sociales, ARCIS.
(14)
Ver
artículo de GONZÁLEZ, Julio. 2014. Sindicalismo Chileno. Una mirada desde
sus orígenes, rol y funciones. En Revista de Ciencia Política N° 22,
Agosto. Edición Aniversario. En: http://www.revcienciapolitica.com.ar/num22art8.php
visita el 28 de diciembre de 2014.
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