Resumen.
Este trabajo busca contrastar
el primer peronismo de Juan Domingo Perón de los años 1940 y 1950 con el del
presidente Carlos Saúl Menem en los años 90 en la Argentina. Se parte de los
contextos económicos de ambas gestiones que son contrarias u opuestas para
luego demostrar que a pesar de tales diferencias ambas presidencias
coincidieron en una importante similitud—estilo político. Tanto Perón como
Menem fueron líderes decisionistas, pero el modelo del peronismo de los años 90
invirtió completamente el modelo peronista anterior. Este trabajo se enfatizará
que fueron justamente las varias crisis/contextos económicos enfrentados por
ambos presidentes durante sus gestiones que facilitaron y exigieron un estilo
político decisionista—lo que a la vez les facilitaron liderar de una forma
unilateral y promover las medidas que quisieron imponer en el país.
Summary.
This
paper seeks to contrast the first peronism of Juan Domingo Perón in the
1940s/50s to that of president Carlos Saúl Menem in the 1990s in Argentina.
This paper uses the different economic contexts confronted by each president as
a jumping off point to then demonstrate that, despite such differences, both
presidencies shared an important similarity—style of political leadership. Perón,
like Menem, were both decisionist leaders, but the peronist model from the
1990s completely inverted the peronist model of the first peronist government.
This paper will emphasize how these economic crises faced by both presidents
during their administrations enabled and required a decisionist style of
political leadership—which simultaneously allowed them to act in a unilateral
manner and promote the policies that they wished to impose in the country.
Análisis de la
transformación del peronismo de los años 1940/50 de Juan Domingo Perón
comparado con el de los años 1990 de Carlos Menem.
Por: Nick Richard
Introducción
Justificación:
La relevancia e
importancia del peronismo en la política actual argentina no
puede ser
subestimada. Por lo tanto el estudio de esta corriente política resulta
beneficioso porque de
una forma no se puede entender la política argentina
sin entender el
peronismo y como se evoluciona y se desarrolla en distintas
gestiones
presidenciales.
Objetivo:
El objetivo
principal de este trabajo es el análisis del estilo político
durante dos gestiones
presidenciales—la de Perón, y la de Menem durante
contextos económicos
contrarios para finalmente comprender, como a pesar
de tales contextos
económicos opuestos, el estilo político de ambos líderes
llega a verse parecido.
Planteo del Problema:
En la Argentina de
los años 1940/50 prevaleció un modelo estatal, de gran
gasto público, con
una burocracia ampliada, y empresas de servicios públicos
que se estatizaron.
También en esta época florecía un modelo industrial con
importantes
protecciones. A este modelo se opuso el modelo de los años 90—
un cambio rotundo de
orientación económico-político—un modelo
neoliberal, ortodoxo,
con el objetivo de reducir al mínimo el tamaño del
estado. El primer
modelo surgió de un contexto histórico influido por el
agotamiento del
modelo agroexportador en Argentina, además de la
necesidad de intervención
estatal después de la gran depresión del ’29. Así
fue necesario
estimular el consumo y por ende el empleo, a partir de un
estado que comenzaría
a intervenir fuertemente en la economía, estimulando
el empleo a través
del gasto público. Por su parte, en el contexto de los años
’90 se mostraba una
crisis fiscal severa, un Estado ineficiente en la
administración de los
recursos, empresas del Estado con grandes déficits y
una deuda externa de
grandes dimensiones. Económicamente, basado en los
altos niveles de
inflación e inspirado en el Consenso de Washington, el
Gobierno de Argentina
dispuso medidas tendientes a desregular la economía,
y desproteger la
industria a través de políticas de apertura comercial con el
objetivo de lograr la
apertura total de la economía. A pesar de tales
diferencias se puede
observar una importante similitud respecto al estilo
político seguido por
ambos gobiernos—estilo político decisionista delegativo
que les permitió
implementar sus respectivas medidas económicas y políticas.
Hipótesis:
La necesidad y
urgencia de actuar eficazmente durante ambas presidencias, a
pesar de los
problemas específicos del país sería lo que provocó tanta
semejanza en el
estilo político decisionista delegativo de ambos presidentes.
Marco
Teórico
El tema del
decisionismo tiene una muy amplia bibliografía; entre tantos
autores se destacan
los trabajos de Baldioli, Leiras, Fair, O’Donnell y Torre.
El texto de Sidicaro
ofrece una muy buena descripción de “los tres
peronismos” de los
años 1946-55, 1973-76, 1989-99. En su conjunto estos
trabajos aportan
mucha información sobre el desarrollo de un estilo político y
medidas
político-económicos que estos fuertes ejecutivos tomaron. Esta
monografía intenta
mostrar como el peronismo tradicional se transforma con
el correr del tiempo,
particularmente durante la época menemista para mejor
adaptarse y servir el
ejecutivo que lo necesita—dándole capacidad de tomar
decisiones e
implementar sus políticas sin grandes desafíos.
Antecedentes
Históricos
En
Argentina, podría observarse entre el gobierno justicialista de los años 1940 y
1950 con el de los años 90, un cambio rotundo de orientación
económico-política. Al modelo estatal, de gran gasto público, burocracia
ampliada, empresas de servicios públicos que se estatizaron en los años ’40 y
’50, se puede contrastar un modelo neoliberal, ortodoxo, con el objetivo de
reducir al mínimo el tamaño del estado, el gasto público, con un plan acelerado
de privatizaciones a comienzos de los años 90. Así, se pudo observar un cambio
rotundo de orientación respecto al lugar ocupado por el Estado en ambos
gobiernos.
Por otra
parte, económicamente, al modelo industrial con importantes protecciones en los
años ‘40 y ‘50 se opuso un modelo de desregulación económica en los años ‘90. Y
tal fenómeno evidencia un gran cambio respecto a la orientación económica en el
lapso estudiado. Es importante considerar que ambos contextos, los años ‘40 y
‘50, y los años ‘90, muestran grandes diferencias, así en los años del primer
peronismo se imponía en el mundo, en la región latinoamericana, y en la
Argentina en particular, un modelo donde el estado pasaba a ocupar un lugar
protagónico luego que la crisis del ’29 muestra los problemas que puede
acarrear el capitalismo sin intervención del actor estatal. Así fue necesario
estimular el consumo y por ende el empleo, a partir de un estado que comenzaría
a intervenir fuertemente en la economía, estimulando el empleo a través del gasto
público.
Por otra
parte, en esta misma época, el modelo agroexportador en Argentina mostraba sus
limitaciones y su dependencia a factores externos que demostraban que, frente a
crisis tales como la Primera y Segunda Guerra Mundial o la Gran Depresión
mundial, Argentina se mostraba incapaz de producir la industria que necesitaba
y que no podía importar frente a estos sucesos externos. Así la
industrialización por sustitución de importaciones (ISI) se volvió un
imperativo para poder autoabastecerse industrialmente. Así mismo, en el mundo
comenzaba un gran proceso hacia el desarrollo de la industria (modelo trabajo
intensivo, fordismo) que estuvo en sintonía con lo que ocurría en la Argentina.
Este era el contexto que predominaba (gran presencia e intervención del estado
y fuerte desarrollo industrial) y que determinó el tipo de dirección política y
económica asumida en los años ‘40 y ‘50 en dicho país.
Por su
parte, en el contexto de los años ’90 se mostraba una crisis fiscal severa, un
Estado ineficiente en la administración de los recursos, empresas del Estado
con grandes déficits y una deuda externa de grandes dimensiones.
Económicamente, basado en los altos niveles de inflación e inspirado en el
Consenso de Washington, el Gobierno de Argentina dispuso medidas tendientes a
desregular la economía, y desproteger la industria a través de políticas de
apertura comercial con el objetivo de lograr la apertura total de la economía.
Dicho contexto político y económico predominó y determinó el tipo de orientación
política y económica en los años ‘90.
Ambos
contextos, y ambos gobiernos, mostraban entonces orientaciones casi contrarias
respecto al lugar ocupado por el Estado y la industria. Sin embargo, esta
monografía intentará demostrar que a pesar de tales diferencias se puede
observar una importante similitud respecto al estilo político seguido por ambos
gobiernos—estilo político que les permitió implementar sus respectivas medidas
económicas y políticas. De tal modo, este trabajo enfatizará en el estilo político
de ejecutivo fuerte, decisionista, y paternalista, con un tipo de democracia delegativa
en Argentina, utilizando estrategias que demostrarán el poder unilateral
del gobierno peronista y en particular de ambos líderes, en ambos períodos
estudiados.
Contexto Económico
de los Años ’40/’50 en la Argentina.
De
la exitosa campaña presidencial del demócrata estadounidense Bill Clinton
contra el presidente George H.W. Bush surgió el famoso dicho “it’s the economy,
stupid!” (Es la economía, estúpido!) Un dicho con un largo legado que sigue muy
evidente hasta el día de hoy y que muestra la prevalencia de la economía como
medio para solucionar cualquier crisis. Se escucha a menudo que no se puede
separar lo económico de lo político. Esto puede transportarse al período de
gobiernos peronistas en Argentina, donde situaciones políticas y económicas
tanto nacionales como internacionales se relacionaban y condicionaban. La
economía argentina en la época de Perón durante la Postguerra se observaba muy
vinculada con la europea y la asunción explosiva de Juan Domingo Perón fue mano
a mano con la transición y consolidación del modelo de industrialización con
gran intervención del estado, que empezó a instalarse después del crack de Wall
Street del ’29.
Durante
los cincuenta años entre 1880-1930 en América Latina y sobre todo en Argentina
predominó un modelo agroexportador (MAE) en el cual se exportaban productos
primarios y se importaban productos manufacturados. Este modelo perjudicó a la
región por la falta del valor agregado que encabezó, pero benefició al sector
agrario y a los propietarios de la tierra que fueron a la vez la clase política
dirigente—una élite económica y política (y cultural). El modelo agroexportador
hizo crecer mucho al país a causa de la muy alta demanda de productos primarios
de alto precio y esto generaba altos ingresos económicos. Este modelo
funcionaba, y sobre todo para el sector agrario, pero tuvo una
debilidad—dependía muchísimo del intercambio exterior y cualquier
acontecimiento exterior frenaba toda esta dinámica (Rapoport, 2010). Así, en la primera mitad del siglo XX,
cuando Europa se encontraba atravesando dos guerras mundiales en sus propios
países o cuando colapsó el sistema financiera con la Gran Depresión, Europa no
podía producir ni vender nada y se cerraron sus “puertas”. Esta incapacidad de
la Argentina para importar productos manufacturados fue el motor que condujo a
que empezara la industrialización sustitutiva en el país (ISI). El crack de
Wall Street del ’29 fue una crisis de la sobreproducción—lo cual se
correspondió con un gran desempleo, lo que reflejo un enorme desafío al
capitalismo. En este contexto, líderes mundiales—inspirados por el
keynesianismo—como el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt con
el denominado New Deal, reconocían la necesidad de un actor por fuera de lo
privado que intervendría en la economía y que equilibraría la oferta y la
demanda. Este actor resultó ser el Estado. Fue así que en 1930 se instaló un
modelo estatal con una gran intervención en la economía, promoviendo tanto el
empleo público como la industria, y dicho modelo se consolidó después de la
segunda guerra mundial. Este nuevo modelo encabezó una muy fuerte
industrialización que se desarrolló como modelo nacional y estatal en la época
de la posguerra también y con gran intensidad en Argentina (Rapoport, 2010).
En tal
ámbito mundial asumieron varios líderes llamados populistas, entre los que se
destacó Juan Perón. En este contexto se observaba un proceso de urbanización
fuerte. En estos momentos se observaba también una estrecha conexión del líder
con el pueblo. Sin embargo el nuevo modelo, el modelo ISI promovido por un
estado muy presente, presentaría sus propios problemas, así hubo momentos de
crecimiento y de posterior crisis, movimientos de “stop and go,” es decir el
ciclo era permanente de crecimiento y recesión (con problemas graves de
inflación y de déficit) lo cual llevará a que el modelo posteriormente sea
cuestionado.
Contexto Económico
de los Años 90.
“El gobierno presidido
por Carlos Menem se inició en una situación caracterizada por la agudización de
la crisis de las capacidades estatales. En esas condiciones, el poder de
intervención de los actores socioeconómicos predominantes sobre las decisiones
públicas había aumentado considerablemente. Por otra parte, los anteriores
recursos políticos del peronismo se encontraban debilitados o no existían”
(Sidicaro, 143). Bajo el presidente Menem, en los años ‘90 y con la idea que
los males principales de la crisis en Argentina eran la inflación y los déficit
fiscal y comercial por la gran intervención del estado y su enorme gasto
público, se implementó un grupo de políticas con la intención de destruir el
modelo de Postguerra (estatal e ISI), el objetivo terminó siendo el de terminar
con el modelo característico de la época de la posguerra que manejó Perón—una
Argentina nacional, estatal, e industrial. Estas características que se
mantuvieron vigentes y fuertes durante los años 40 y 50, a mediados de los ‘60
sufren un cambio y se produce una fuerte desnacionalización durante la
dictadura del general Onganía. Las empresas principales de Argentina pasaron a
manos extranjeras en el marco del boom del crecimiento de las multinacionales;
varias empresas extranjeras se instalaron en la Argentina. En la década
siguiente ocurrieron dos cambios más—un cambio estructural interno a través de
la desindustrialización durante la dictadura del general Videla y un
acontecimiento mundial—la crisis del petróleo de 1973.
La
crisis del petróleo del año ’73 implicó el aumento enorme del precio del
petróleo y estalló una verdadera crisis mundial. Los países del OPEC se habían
llenado de los denominados petrodólares y decidieron depositarlos en bancos de
países desarrollados de Europa o Estados Unidos—países que experimentaron un
enorme ingreso de dólares. En el mercado mundial este hecho llevó a gran
cantidad de dólares y los bancos ofrecían dólares a bajas tasas de interés a
países que pudieran necesitarlos. En esta época América Latina empezó a aprovechar
esta situación. Latinoamérica se endeudó más y más, y particularmente el Estado
argentino durante la dictadura y las empresas argentinas tomaron mucha deuda.
En 1982 estalló la Crisis de la Deuda, cuando ya no se prestaban más dólares a
la región y la tasa de interés aumentaba fuertemente. Así comenzaba la crisis
de la deuda externa. Esta doble crisis en Latinoamérica—de la deuda enorme y la
falta de préstamos, imposibilitó el pago de la deuda y resultó en el default
de la región y en la llamada “década pérdida” de los años ’80.
Esta
crisis financiera, junto a la arrastrada crisis fiscal, comercial e
inflacionaria, mostraban una región y a Argentina en particular, en una crisis
gravísima a enfrentar. El gobierno democrático en el ‘83 de Alfonsín (UCR)
intentó resolver estas crisis y se propuso el Plan Baker para salir del default
en 1985 y se aplicaron planes heterodoxos para solucionar los problemas
económicos. Sin embargo ambos planes no resultaron como se esperaba, así
Argentina no pudo aun renegociar su deuda y salir de los problemas graves de
crisis fiscal e inflacionaria. Con el fracaso total del Plan Baker y del
gobierno de Alfonsín a resolver las crisis, llega el final de la década y el
nuevo gobierno peronista de Menem que en dicho contexto de crisis, tomará un
giro total de las políticas seguidas anteriormente.
Modelo Apertura
Económica de los ‘90.
En
este contexto el presidente Menem asumió al poder en 1989. La conclusión de la
América Latina en esta época se centró en el consenso de que había que reformar
estructuralmente el Estado—el corriente neoliberal/ortodoxo/estructural de
reducir al mínimo el tamaño del Estado. Este cambio se inspiró en el Consenso
de Washington de 1990. De esta famosa reunión surgió el consenso de que la
culpa de la crisis la tuvo el enorme gasto público de un Estado ineficiente, lo
cual generó inflación y provocó más deuda y déficit fiscal. Así la solución
fue achicar el gasto del Estado y darle protagonismo al mercado a través de
políticas de reforma.
Esta
serie de políticas se basó políticas ortodoxas que llevaron a un plan de
privatizaciones, de desregulación comercial, financiera, reforma impositiva,
etc. El Plan Brady fue el plan que sí funcionó para renegociar la deuda a
comienzos de los ‘90 y el consenso de Washington determinó el grupo de
políticas de reforma que se implementarán. Es obvio que tener hiperinflación
como la había es gravísimo y había que terminar con ella. Es cierto que en los
años ‘90 se estabilizó la economía, pero bajo un plan establecido en el ’91,
llamado Convertibilidad que igualaba 1 peso con 1 dólar, el país empezaba un
proceso que desencadenaría a principios de la siguiente década en problemas en
la competencia de la industria y con esto un aumento paulatino y muy progresivo
del desempleo. El plan de convertibilidad duró diez años y fue un período
durante el cual se cerraron muchas empresas. Este período también generó
fuertes problemas sociales de exclusión proveniente del gran desempleo
desarrollado.
Decisionismo y
Estilo Político Decisionista Delegativo.
El
licenciado Alberto Baldioli rastrea el origen histórico del decisionismo al año
aproximado de 509 a.C.—año de la proclamación de la República de Roma en la
cual aparece el término “dictadura”—una institución que solo se confería a un
ciudadano por un tiempo máximo de seis meses y solo en casos de grave peligro
para la República. Baldioli expone, “El dictador debía restaurar el orden,
reordenar las instituciones, combatir los enemigos tanto externos como internos
y luego devolver el supremo poder al Senado, una vez terminada su tarea, en la
cual la decisión sumaria era imprescindible” (Baldioli, 2). En términos generales el decisionismo
refiere a una forma de hacer política donde la política está encima de la
norma. Suele manifestarse en tiempos de excepción o en estados en emergencia.
El decisionismo ha sido abrazado por gobiernos totalitarios pero también por
gobiernos democráticos.
Dentro
del decisionismo, el politólogo Guillermo O’Donnell señala un estilo político
que lo denomina decisionista delegativo. Escribe, “Las democracias delegativas
se basan en la premisa de quien sea que gane una elección presidencial tendrá
el derecho a gobernar como él (o ella) considere apropiado, restringido sólo
por la dura realidad de las relaciones de poder existentes y por un período en
funciones limitado constitucionalmente. El presidente es considerado como la
encarnación del país, principal custodio e intérprete de sus intereses”
(O’Donnell, 6). El estilo político decisionista delegativo parte entonces de un
ejecutivo fuerte, cuya figura se basa y se fortalece a través de una
centralización de poder en sus manos. O’Donnell luego dirá que los presidentes
decisionistas delegativos tienen como base política un movimiento para superar
faccionalismo y conflictos provenientes de los partidos políticos ya que les
corresponde encargarse de toda la nación. Dado la plena autoridad otorgada al
presidente en tal sistema político, la rendición de cuentas a instituciones
como los Tribunales de justicia o el Poder Legislativo representa nada más que
una inconveniencia más que un verdadero contrapeso que contrabalancea el poder
presidencial. O’Donnell desarrolla este pleno poder cuando escribe:
Dado
que existe confusión en la organización política, y que las voces existentes
sólo reproducen su fragmentación, la delegación incluye el derecho—y el
deber—de administrar las desagradables medicinas que restaurarán la salud de la
nación. Según esta perspectiva, parece obvio que sólo quien está a la cabeza sabe
realmente: el presidente y sus asesores más confiables son el alfa y el omega
de la política” (Democracia Delegativa, 7).
Queda muy claro que
este estilo político conlleva no solo a una fuerte concentración del poder en
manos de un ejecutivo, sino también a una cierta usurpación de los otros
poderes democráticos judiciales o legislativos—ejes que llevan a una eficacia
basada en la capacidad de actuar desinhibidamente. Siguiendo esta línea Bosoer
y Leiras definen el estilo decisionista delegativo como una forma de gobernar
que “habilita la arrogación de facultades discrecionales a la instancia suprema
de gobierno; que evalúa la decisión eficaz como principal prueba de legitimidad
política, y que logra un ‘umbral de aquiescencia’ popular sostenido en el
tiempo, manifestado como consenso difuso, apatía ciudadana y distanciamiento o
descreimiento respecto de la vida política y de sus actores relevantes” (Bosoer
y Leiras, 4).
Estilo Político Decisionista del Gobierno Peronista
de los Años 40/50
En la postguerra el
poder se concentraba en un líder en una contexto de populismo en Argentina—un
líder que tomó medidas unilaterales de gobierno con enorme apoyo y también
imponiéndose. Hubo varios ejes del peronismo que formaron el conjunto que tanto
devolvía y mantenía el poder en el ejecutivo y su círculo interno. Notablemente
la ampliación de la burocracia y purga de disidentes ideológicos resultó en que
“el Estado se introdujo en dominios culturales, de empleo de tiempo libre, de
control de los medios de comunicación, de vigilancia de las organizaciones socio
profesionales o estudiantiles, y casi nada quedó fuera de su órbita” (Sidicaro,
97). Esta gran presencia estatal en básicamente todos los ámbitos de la vida
resultó en un doble función plagada por ineficiencia burocrática. El estado, a
la vez que tenía que cumplir con sus tareas burocráticas—lo que se requería ciertos
conocimientos y saberes técnicos, también exigía una lealtad política de los
burócratas de todos los niveles del gobierno (Sidicaro, 97-98). Esta noción se
ve claramente en el Plan Político 1954 del Movimiento Peronista de la
Provincia de Buenos Aires: “…Es responsabilidad de todos los directores de
grandes reparticiones la mayor atención en la selección ideológica y
adoctrinamiento del personal, así como en la eliminación sin dilaciones de
aquel que no apoye su acción técnica con el fervor doctrinario, que es la
acción política que están obligados a realizar los integrantes de una
administración pública peronista.” Según Sidicaro esta “voluntad de politizar
las promociones y los reclutamientos burocráticos en lugar de organizar el
aparato estatal lo desorganizaba” (99). Este eje del primer peronismo—una
burocracia ampliada y el intento de homogeneización ideológica refleja que
mientras el estilo presidencial decisionista delegativo concentró el poder en
manos de unos pocos expandió tanto como pudo, su doctrina por todos los
niveles del gobierno y por la sociedad civil y esto muestra un verticalismo
importante en torno al gobierno peronista.
A
diferencia del intervencionismo anterior, conservador, Ricardo Sidicaro escribe
que los políticos peronistas “institucionalizaron un sistema público de mejora
de la equidad social apuntando a satisfacer las expectativas de los sectores
sociales que les brindaban apoyo político y electoral” (100). Es decir, que en
una típica forma populista el primer peronismo tomó medidas populares,
dirigidas a complacer ciertos sectores de la sociedad, que lo votaban—una forma
de quid pro quo que tendría graves consecuencias por el país. El presidente
Perón gozó de una afinidad enorme por parte del sector obrero, particularmente
los grandes empresarios rurales y industriales—sectores que favoreció sobre los
grandes sectores propietarios tradicionales. El intento por el gobierno
peronista de estimular la producción rural como motor de crecimiento económico
fracasó y llevó al país a una situación en la cual los mejores precios no daban
resultados inmediatos ni durables. De esta situación Sidicaro escribe:
La
década peronista fue el escenario de inauguración del stop and go
provocado por el estrangulamiento de la provisión de divisas. Por su parte, la
gran burguesía agraria perdió en esos años no sólo reconocimiento político e
ideológico, sino que se deterioró, además la idea bastante difundida hasta
entonces que sostenía que favorecer al campo podía ser la fórmula para iniciar
un nuevo ciclo de crecimiento económico (101).
El
estado intervencionista que tanto caracteriza el primer peronismo, de una forma
nació como respuesta a los intereses socioeconómicos predominantes. Fueron
estos aparatos estatales según Sidicaro, que facilitaron la creación de la
nueva fuerza política. Una de las primeras características de la nueva gestión
fue la de dejar de defender los intereses económicos de los grandes empresarios
con acción estatal y perjudicarlos, a través de la fijación de precios y el
monopolio estatal del comercio exterior. Quizás el aspecto más importante del
peronismo es lo que le diferencia de la gran mayoría de los demás
personalismos—su supervivencia. De una forma sin paralela en la Argentina, el
peronismo se convirtió en una corriente política que va mucho más allá de su
padre fundador. El peronismo en un sentido iguala al pragmatismo, a la
supervivencia. Es este eje, el que le ha permitido sobrevivir el cambio de
administración, el que de una forma le ha hecho inmortal. Fabián y Bosoer
reflejan este eje cuando escriben:
Es
posible situar la comprensión del peronismo—y su reconversión “menemista”—en
las condiciones históricas en las que se produce su surgimiento o acenso (1945,
1989). El peronismo y también el menemismo, se presentan como expresión, al
mismo tiempo, de una crisis del régimen político y de una crisis de Estado.
Pero construyen además un tipo de respuesta definida a dichas crisis (42).
El
peronismo podría parecer entonces una ideología sin principios, dispuesto a
hacer cualquier cosa que le convenga en el momento dado el contexto histórico.
Pero esa visión sería sumamente equivocada—es justamente esta capacidad de
adaptarse, de sobrevivir, que otorga a los presidentes peronistas,
decisionistas, la eficiencia para gobernar y responder a las amenazas actuales
que enfrenta el país.
Estilo Político
Decisionista del Gobierno Peronista de los Años 90
El nuevo
decisionismo, lo que se conocerá como neodecisionismo se desarrolló muy
claramente en el menemismo. El neodecisionismo parte del modelo de un ejecutivo
fuerte (decisionista) y agrupa dos elementos—políticas neoliberales y
principios neoconservadores. Del origen de este nuevo decisionismo Hernán Fair
escribe:
Es
precisamente en el marco de la crisis del modelo sustitutivo de posguerra, la
creciente ingobernabilidad política y la situación de fragmentación social, tal
como se hacía presente en la mayoría de los países de América Latina a fines de
la década del ’80, en el que hace su aparición el nuevo estilo de liderazgo
‘neodecisionista,’ un nuevo estilo de gobierno personalista y mesiánico, cuyos
rasgos principales se caracterizan por la toma constante de decisiones
soberanas en aquellos momentos definidos como de excepción, con el objeto de
garantizar la unidad jurídica de la Nación y evitar el peligro de disolución de
la cohesión social (89).
El agotamiento del
modelo tradicional estatal se vio en el comienzo de la aplicación de políticas
de reformas económicas neoliberales como solución a todos los desafíos
socioeconómicos que enfrentaba la región. Estas políticas de apertura fueron
acompañadas por un discurso político que, basado en la urgente necesidad de un
liderazgo ejecutivo con la capacidad de solucionar la creciente crisis
económica y social y la quiebra política que amenazaban la región. Así empezó
el debilitamiento de los representantes y un nuevo fortalecimiento/concentración
de poder en la figura del presidente que se consideraba el actor pertinente con
la capacidad de garantizar el orden y la gobernabilidad. El contexto histórico
que dio a luz al neodecisionismo también se vio favorecido por la
fragmentación, segmentación y polarización social que resultó de las reformas
neoliberales implementados en el marco del Consenso de Washington. (Fair,
88).
Los principios justicialistas en los cuales el presidente Menem
basó su campaña electoral pronto fueron traicionados cuando a la sorpresa de
tanto a los que le había apoyado al presidente tanto a los que le criticaban,
Menem rompió con el peronismo tradicional—buscó abolir el modelo de la
postguerra, e implementó una reforma que pondría fin al modelo nacional,
estatal, e industrial. En
los años ’90 esta reforma del estado que implicó un ajuste de la economía
necesitó de medidas imperativas, impuestas por parte de un ejecutivo fuerte por
decretos, etc. El presidente tuvo que ejercer un estilo neodecisionista en
instancias de obstrucción política. Justamente el Consenso de Washington
pronosticó la necesidad de reformas estructurales ya que las reformas
macroeconómicas heterodoxas habían mostrado sus debilidades, y como estas
reformas estructurales requieren una exigencia mayor para ser aprobadas, ellas
fueron también el motor que impulsó la nueva oleada de decisionismo, el
menemismo. En estas instancias, cuando la aprobación de reformas estructurales
hubiera requerido la formación de mayorías parlamentarias, el presidente actuó
unilateralmente “legislando” a través de decretos de necesidad y urgencia que
el contexto histórico de una manera legitimó (Torre, 45). Al mismo tiempo, al
tratarse de un tipo de reforma y ajuste estructural, tenía el nuevo gobierno
que enfrentarse a una serie de medidas que podían resultar impopulares, por
tratarse de medidas de reducción del gasto público, por eso concentrar poder de
decisión y ejecución para implementar tales medidas podía ser muy útil cuando
el apoyo de la oposición podía no ser tan directo (Torre)
Según
Sidicaro, las iniciativas menemistas se centraron en dos objetivos
fundamentales: “1) La reducción de las funciones intervencionistas del Estado
en el plano económico y social, y 2) favorecer los grandes actores
socioeconómicos nacionales y extranjeros que ya operaban en el país y estimular
nuevas inversiones transnacionales ofreciendo amplias posibilidades de
obtención de ganancias” (161). El autor señala dos etapas del menemismo con
respecto a esta idea, una anterior a la convertibilidad y otra a partir de
ella. Menem tuvo una muy buena lección del contexto histórico y logró de una
forma conciliar su ruptura con el peronismo tradicional en cuanto a un elemento
fundacional de su gestión: la globalización. Donde la mirada doctrinaria peronista
delineó una imposibilidad de la coexistencia de intereses nacionales con los
poderes hegemónicos (y por eso el nacionalismo era un eje imprescindible del
primer peronismo) Menem señaló un nuevo orden mundial—uno distinto de la
realidad de la postguerra en el que existía un orden unipolar tras la caída de
la unión soviética y adaptó la retórica peronista más favorables a la
unificación latinoamericana (Sidicaro, 162). Esta época fue una en que se
tomaba mucho la idea de cuan inevitable la globalización era, y que cualquier
intento que no la abrazaba estaba destinado al desastre. Keinichi Ohmae en su
libro, The end of the Nation State, desarrolló esta tesis: “En términos
de flujos reales de actividad económica, los Estados-nación ya han perdido un
papel como unidades significativas de participación en la economía global del
mundo sin fronteras actual” (26). Entonces la mirada menemista de la
globalización como inevitable y beneficiosa sirvió no solo como medida
económica destinado al servicio interno, sino que facilitó la ruptura con el
modelo estatal vigente.
Hernán
Fair nos hace recordar que el liderazgo de Menem heredó tres grandes problemas:
la crisis político-institucional, la crisis político-militar y la crisis
socioeconómica; sin embargo, Fair afirma que, el estilo neodecisionista
menemista logró resolver todas estas crisis de gobernabilidad. De este
liderazgo, Fair escribe, “Lo hizo a partir de un estilo de liderazgo
personalista y soberano que apelaba a la ‘emergencia de la eficacia decisional.
En ese marco, frente al caos económico, político y social en el que había
asumido el mando, su estilo neodecisionista se situaba como garante de la
recuperación del orden público, la paz social y la estabilidad macroeconómica”
(144).La autor sigue apuntando este liderazgo. Frente a la crisis de la
representación “el discurso menemista logró generar un principio de orden
público que, con la ayuda de los mass media, repolitizó a la ciudadanía
en torno a su figura” (144). El estilo neodecisionista de Menem también le
empoderó superar la segunda crisis—la crisis político-militar a través de una
reconciliación y pacificación nacional. Por último, en cuanto a la crisis socioeconómica,
el plan de Convertibilidad logró exitosamente frenar la hiperinflación y
“estabilizar definitivamente los indicadores macroeconómicos y cohesionar
socialmente a la ciudadanía” (144).
Dos
acontecimientos fueron claves en la consolidación de la hegemonía menemista y
su éxito político—la firma del Pacto de Olivos y la Crisis del Tequila de 1994.
El primero hizo que se consolidaran los poderes decisionales del
presidente—dado que implicó una conciliación entre el radicalismo y
justicialismo. La legitimación discursiva proveniente de este acuerdo también
tuvo como efecto la profundización de la eficacia del discurso menemista a la
vez que deslegitimó el radicalismo y fraccionó la oposición, ampliando
diferencias interpartidiarias e intrapartidiarias tal que no podía consolidarse
una contra-hegemonía frente al liderazgo menemista. El segundo acontecimiento—la
Crisis del Tequila fortaleció aún más el discurso neodecisionista ya que
manipuló el temor de la amenaza del caos político económico y social que podría
suceder a causa de una devaluación monetaria como lo ocurrido en México. Dado
todo esto, se destaca “la importancia crucial que había tenido la aplicación
del Régimen de Convertibilidad en la legitimación popular al liderazgo
menemista, éxito que se expresaría en los rotundos triunfos del oficialismo en
las elecciones legislativas de 1991 y 1993 y en la Convención Constituyente de
1994” (Fair, 145). Manipulando este miedo del pueblo Menem se construyó y se
presentó como el único garante en contra de tal caos—una estrategia muy eficaz
con el doble efecto de ganarse gran respaldo popular, lo que irónicamente
después le serviría para deshacerse de la necesidad de respaldo popular para
promover y decretar de forma unilateral medidas muy impopulares. La eficaz
imagen de salvador del país que Menem buscó resaltar logró obtenerle el apoyo
necesario para reformar la Constitución en 1994 y ganarse una comandante
victoria en las elecciones presidenciales de 1995 (Fair, 145).
Esta
estrategia, de dividir, desacreditar y desmantelar la oposición fue mano a mano
con la creciente apatía ciudadanía, todo lo que devolvió en una situación que
tenía a Menem a la cabeza del aparato político y que promovía un proceso
político-electoral cada vez más cerrado y opaco. El Licenciado Alberto Baldioli
señala al sentido de un “juego de suma cero” y la “búsqueda del premio mayor”
surgido tras la frustración y fracaso de la gestión alfonsinista para resolver
los grandes problemas económicos del país. Este juego de suma cero, o el premio
mayor entonces refería al próximo período presidencial y mientras tanto la
sociedad civil dejaba de importarse de asuntos políticos, la política se empezó
a manejar los elites. Fue en este contexto, que una vez instalado en el poder,
el presidente Menem, según Alberto Baldioli:
Logró
en dos años desmovilizar el aparato justicialista que no le era leal, y a su
vez esta desmovilización fue importante para sus fines estratégicos decisorios,
el cual era también en el orden psicológico, inmovilizar al posible enemigo,
creando coaliciones disuasivas para tales fines. Las reformas económicas se dieron
en un contexto de crisis hiperinflacionaria, la coalición económica-social y
política que apoyó a la administración menemista le liberó el terreno político
para hacerlas y es así como en el año 1991 nace el mito de la estabilidad y de
la convertibilidad (1 peso = 1 dólar). Sin embargo estas políticas llevaron a
que el producto se reconcentre y la brecha entre ricos y pobres se amplié más
aunque, entre 1991 y 1992 se haya bajado el nivel de pobreza, esto no implicó
que la desigualdad no sólo crezca sino que se profundice. Menem logró en su
gobierno que la política sea subyugada por la esfera económica. Impuso su éxito
a través de su decisión, para no compartir con nadie sus logros, y para evitar
posibles herederos de su poder político (Neodecisionismo en América Latina,
9).
El
manejo económico menemista en el corto plazo fue encantador para la ciudadanía
ya que podían comprar/importar bienes a precios anteriormente imposibles y
viajar al extranjero pero a mediano plazo estas políticas y la Convertibilidad
cayeron en desastre, debido a la crisis sufrida por la industria tras una
década de convertibilidad y al desempleo asociado a esta
Además
de lo ya discutido, el presidente Menem buscó consolidar aún su “control total
del aparato institucional de la república” (Baldioli, 14) a través de la
manipulación jurídica. El presidente intento forjar la renuncia de unos jueces
en la Corte Suprema de Justicia, fracasó y entonces en 1990 con el respaldo
legislativo del Senado, pudo aumentar el número de jueces de cinco a nueve yasí
la llenarla de aliados políticos suyos. De esta forma el cuerpo jurídico más
alto del la nación quedó como otra rama de la administración menemista—un
cuerpo que legitimaría los decretos de necesidad y urgencia. Es cierto que
Menem tuvo una lección muy astuta y se hizo aliado de los poderosos y los
élites y en casos donde su carisma no era suficiente, actuó de una forma
fuerte, eficaz y decisionista para manipular, reemplazar, marginalizar y
debilitar los que se opondrían a su liderazgo. Por otro lado Menem gozó de una
coyuntura que lo favoreció, un factor ya mencionado como la apatía civil, o las
huellas que dejó el legado traumatizante de la última dictadura militar. Baldioli
describe que el trauma nacional del recuerdo de las desapariciones, los
secuestros, tortura y matanzas además del individualismo que esto provocó
rápidamente resultó, después de una breve euforia de la bastante reinstauración
de la democracia en el país, en la apatía cívica y una carencia de
participación política. A causa de esta situación nacional, Baldioli afirma,
“Luego de esta explicación resulta más claro entender las razones por las
cuales Menem pudo lograr con cierto éxito llevar a cabo su política
neodecisionista, dentro de una sociedad individualista y atomizada, con una
oposición dividida” (13).
El
estudio del menemismo necesariamente lleva al estudio de las políticas de
estabilización y liberalización económica que empleó y su manejo de su relación
con el peronismo. Fue así que “con su victoria, por primera vez después de la
muerte en Perón en 1974, el peronismo se había unificado en torno de un
liderazgo aceptado por todas las corrientes” (Torre, 47). Menem fue capaz de
dejar atrás el desarrollismo y distribucionismo del peronismo tradicional a la
vez que mantenía el respaldo de sus partidarios—lo que tanto le facilitó
emplear sus políticas en un estilo cada vez más decisionista. Según Torre
destaca el hecho que “Menem probó que un presidente de origen populista podría
lanzar una estrategia económica y política no populista, y salir airoso en el
intento” (47). Es más, Menem, formó una coalición muy poderosa, juntando lo
político y lo económico—el poder institucional de la mayoría electoral
peronista con los núcleos del poder económico. Las dos grandes iniciativas
económicas destacadas de la gestión menemista que buscaron reestructurar
fundamentalmente fueron la denominada Ley de Emergencia Económica y la Ley de
Reforma del Estado.
El
contexto de emergencia institucional y de cooperación política permitió que el
Senado aprobara en tiempo récord estas dos leyes que representaron golpes
mortales al capitalismo de la época de la postguerra. La ley de Emergencia
Económica puso fin a la promoción regional e industrial de las exportaciones y
de las compras del Estado, y por otro lado, la Ley de Reforma del Estado
derrumbo otro pilar del régimen anterior y abrió la puerta a las
privatizaciones de las empresas públicas. Esa primera ley implico un nivel
mayor de la delegación del poder de tal forma que efectivamente dio un cheque
en blanco al ejecutivo para manejar los elementos claves de las reformas
económicas.
Estos poderes se vieron extendidos con la ley ya
mencionada que aumentó del numero de los jueces de la Corte Suprema de
Justicia ya que no quedaba la posibilidad de veto de las reformas que
afectarían a ciertos intereses económicos ni de una cuestionamiento de las
medidas tomadas a la hora de implementar las reformas. Es decir, frente a una
carencia de respaldo popular o legislativo, el presidente Menem, en forma
anteriormente no conocida empleó los decretos de necesidad y urgencia para
promover sus reformas. Torre afirma este camino cuando escribe:
De
este modo, en la presidencia fue cobrando forma un estilo decisionista que supo
explotar el espacio político que la emergencia y el apoyo o la aquiescencia de
sus partidarios ponían a su alcance para acumular recursos de gobierno y
producir con ellos grandes cambios económicos: la desregulación de los mercados
y el fin de los subsidios públicos a la industria, la liberalización acelerada
del comercio y la privatización de las empresas estatales (Torre, 49).
Puntos de Encuentro
o Desencuentro
En la Argentina este
estilo decisionista prevaleció e incluso fue necesario tanto en el peronismo de
los años ’40 y ’50 como de los años ’90. A pesar del medio siglo entre ambas
presidencias las similitudes en sus estilos discursivos y políticos son
grandes. Ambos presidentes democráticos concentraron mucho el poder en sus
manos de una forma que parecían cada vez menos democráticos, menos respetuosos
del equilibrio de poderes. En muchos casos esta parecida usurpación del poder
realmente ocurrió a través de manipulaciones políticas o el establecimiento de
alianzas convenientes—por ejemplo en el caso de Perón el fuerte vínculo con los
obreros y los sindicatos, en el caso de Menem, el ejemplo más obvio sería su
manipulación de la Corte Suprema. El ahora infame programa de privatizaciones
encabezado durante el menemismo representa un muy importante punto de
comparación entre ambos peronismos. De esta diferencia Osvaldo Iazzetta
escribe:
En
el caso argentino, si bien las privatizaciones fueron exhibidas por el
gobierno como una muestra del aggionamiento de la doctrina peronista,
era inocultable que ellas representaban una imagen invertida de las
nacionalizaciones afectuadas por el primer gobierno justicialista al promediar
este siglo. Sus dificultades para compatibilizar las privatizaciones con los
componentes estatistas de su doctrina explica que la mayor parte de las justificaciones
aludieran a la urgencia creada por la emergencia económica antes que a
consideraciones políticas. Los principales argumentos giraron alrededor del
caos, la crisis y la emergencia económica creados por la hiperinflación y la
quiebra del Estado. En sus llamados a acelerar la aprobación de esta ley, el
presidente [Menem] alertaba que ‘el hambre no espera y golpea las puertas de
los argentinos’ (278).
Todo esto muestra la
astucia del presidente Menem y que, a la vez que su gestión parecería una
ruptura total con el peronismo tradicional, su inversión de la doctrina se
puede considerar como una transformación—Menem utilizó la propia doctrina
peronista en contra del peronismo—subrayó los fracasos del peronismo
tradicional a solucionar las múltiples crisis del país para dar a luz a su
nueva versión del peronismo, que a primera vista gozaba de muchos partidarios.
A
pesar de contextos económicos contrarios y de las diferencias en la aplicación
y el carácter de sus medidas políticas empleadas compatibles con sus
respectivos contextos, tanto el peronismo de los años 40 y 50 como el de los
años ’90 se basaron en un ejecutivo fuerte y un estilo político decisionista
delegativo con poco dialogo, débil separación de poderes, amplias coacciones y
bases de respaldo popular y manipulación/aprovechamiento de nuevas democracias
y apatía de la ciudadanía. Según Baldioli, mientras en los años de postguerra
el peronismo se manejo con un estilo político decisionista al emplear
“políticas sociales a favor de una gran masa de población,” el peronismo de los
años 90 también mostró un estilo decisionista que emplearon políticas
“focalizadas hacia ‘minorías de riesgo,’ que son aquellos que están entre las
líneas de pobreza e indigencia, creando así un fuerte apoyo en los sectores más
bajos de la sociedad” (6).
En
conclusión, los años ‘40 y ’50 o la época de la postguerra fue fuertemente
influida por el legado de las dos guerras mundiales y la crisis económica de
1929, y el agotamiento del modelo agroexportador—lo que tuvo un impacto en toda
la región y particularmente en la Argentina; en estos años se vio un modelo
industrial, estatal, de gran gasto público, con una burocracia ampliada, y
empresas de servicios públicos que se estatizaron. Por otro lado, después de
medio siglo, en el peronismo de los años ’90, y en un contexto básicamente
opuesto, de hiperinflación que necesitaba de un ajuste, de bajar el consumo y
la demanda, desregular el mercado, emplear políticas neoliberales impopulares,
y retirar el estado, ambas presidencias compartieron una similitud o vínculo
importante: el estilo político. Tanto Perón como Menem fueron presidentes cuyo
estilo decisionista, delegativo, de imponer políticas de forma unilateral, les
facilitó tener gestiones sumamente eficaces en términos de gobernabilidad
Cincuenta años separaron una gestión peronista de otra peronista, cada una
enfrentando contextos e implementando políticas diferentes pero recurriendo a
viejos estilos políticos, ya conocidos en la región, de concentración de poder
en el ejecutivo y especialmente en el líder.
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