Resumen:
En la historia reciente han predominado los
estudios que analizan la sociedad a partir de la contradicción capital –
trabajo, la lucha de clases y el protagonismo de la clase obrera o trabajadora
como sujeto transformador de la sociedad capitalista. Desde esta perspectiva y
según los planteamientos de Carlos Marx, el sindicato se acercaba a
representar un instrumento para la lucha de clases y la revolución. El presente
artículo expone antecedentes del sindicalismo chileno, especialmente de sus
orígenes así como de sus roles y funciones, esto último, desde una perspectiva
crítica y contemporánea.
Abstract:
In the recent history they have predominated
over the studies that analyse the company from the capital contradiction -
work, the class struggle and the protagonism of the working or hard-working
class as fastened transformer of the capitalist company. From this perspective
and according to Carlos Marx's expositions, the union was approaching to
represent an instrument for the class struggle and the revolution. The present
article exposes precedents of the Chilean unionism, specially of his origins as
well as of his roles and functions, the above mentioned, from a critical and
contemporary perspective.
SINDICALISMO CHILENO, UNA MIRADA
DESDE SUS ORIGENES, ROL Y FUNCIONES (1)
CHILEAN UNIONISM, A LOOK FROM ITS
ORIGINS, ROLE AND FUNCTIONS
Julio González Candia
Doctor
en Procesos Sociales y Políticos en América Latina.
Académico
Carrera de Tecnólogo en Administración de Personal
Depto.
de Tecnologías Generales
Facultad
Tecnológica, Universidad de Santiago de Chile.
E-mail:
julio.gonzalez@usach.cl
Key Words: Unionism, Chilean, Origins,
Functions
I.
Introducción: el Surgimiento del Sindicalismo
El autor Jorge Machicado ha planteado que se
designaba con tal palabra “syndicus”, que ha conservado su sentido primigenio, “a
la persona encargada de representar los intereses de un grupo de individuos; la
voz “síndico” retuvo, en las lenguas romances, el concepto de procuración y
representación. Por traslación del representante a los representados, surgió el
“sindicat” francés, del cual es traducción aceptada sindicato”. Es el mismo
autor quien también entrega un definición del concepto Sindicato señalando que
es la “unión libre de personas que ejerzan la misma profesión u oficio, o
profesión y oficios conexos, que se constituya con carácter permanente y con el
objeto de defender intereses profesionales de sus integrantes o para mejorar
sus condiciones económicas y sociales” (Machicado, 2010:8-9). Sin
embargo, y según Fernando Arrau (2008), una noción concreta de los sindicatos
sólo es posible obtenerla siguiendo su proceso histórico, a partir del momento
en que dejaron de ser organizaciones ilegales, a mediados del siglo XIX, hasta
su ya referida situación crítica en las dos últimas décadas del siglo XX y la
primera del siglo XXI.
Según Tony Watson, “los
sindicatos pueden considerarse mecanismos de defensa necesarios que se
desarrollaron entre los empleados en las sociedades en proceso de
industrialización al cambiar la relación de empleo típica de un modelo
tradicional basado en un contrato de status, una relación bastante difusa de
señor-siervo con una implicación de obligación a largo plazo, a un modelo
basado en un contrato de objetivos en donde se hace un acuerdo transitorio para
desarrollar actividades limitadas y específicas”. Continúa Watson señalando
que a este “contrato de objetivos” se le asocia un intercambio económico de
bajo nivel de confianza, por lo que “se hace necesaria la defensa colectiva
de la posición de los empleados”. Es el mismo autor quien sostiene que “sería
un error, no obstante, ver la historia de los sindicatos simplemente en
términos de reacciones inevitables de tipo puramente calculador” (Watson,
1995:264-265) haciendo alusión a que los sindicatos sólo tendrían como
finalidad la defensa irrestricta de sus intereses corporativos.
En este momento de
definiciones, resulta interesante también exponer lo que pensaba Alberto
Hurtado respecto de los sindicatos. Así, en el año 1950 planteaba que “el
sindicato representa a sus miembros en las discusiones con los patrones y con
los poderes
públicos en todo lo que concierne a sus condiciones de trabajo. Es muy difícil
para los asalariados discutir las condiciones de su trabajo si cada uno
individualmente ha de entenderse con su patrón o representante. Para estar en
pié de menor desigualdad necesitan presentar colectivamente sus peticiones” (Hurtado,
1950:13). Respecto de lo planteado por Hurtado, se destaca el sentido que los
sindicatos tienen como propósito la representación de sus miembros. Esta
representación es siempre ante alguien, principalmente ante un empleador y ante
el Estado. Junto con destacar la necesidad de acción colectiva para la
materialización de sus aspiraciones, Hurtado sostenía que los trabajadores
frente a los dueños, patrones o el capital, se encontraban en una relación
asimétrica, claramente en desventaja. De estas primeras definiciones
presentadas no deja de llamar la atención el carácter de “limitación” que se
aprecia en las conceptualizaciones del término. Limitación en cuanto al ámbito
o radio de acción del sindicato. De esta forma, tanto en Jorge Machicado, Tony
Watson y Alberto Hurtado se puede apreciar una definición de sindicato que no
sobrepasa el ámbito de la organización, salvo cuando Hurtado plantea que el
sindicato representa a sus miembros ante los poderes públicos en donde dejaría
entrever la posibilidad de acceder a mayores niveles de injerencia y/o
influencia en una sociedad.
El antecedente
inmediato de los sindicatos lo constituyeron las mutualidades de trabajadores
asalariados de las manufacturas prefabriles. Eran artesanos provenientes de los
gremios en decadencia y campesinos. Las manufacturas habían ido tomando cuerpo
y alcanzaron su mejor expresión entre los siglos XVI al XVIII, amparadas por el
poder monárquico el cual las consideraba el fundamento de la constitución de
los Estados nacionales. Según el autor Luis Vitale (1986) el mutualismo fue un
movimiento de ideología reformista pequeño burguesa. No planteaba un cambio del
sistema sino mejoras dentro del sistema, defendiéndose del gran capital a
través del cooperativismo, el fomento del ahorro y la formación de sociedades
de socorros mutuos. Estas sociedades contribuyeron a nuclear a los trabajadores
para discutir problemas sociales, inculcándoles los principios elementales de
la organización social. Sin embargo, su ideología retardaba el desarrollo de la
conciencia de clase de los obreros mineros, rurales, ferroviarios, porsarios y
urbanos, quienes a fines del siglo pasado en algunos países y a comienzos el
presente en otros, lograron superar los estrechos marcos del mutualismo, con la
creación de los primeros sindicatos.
Según Arrau (2008) se
distinguen varias etapas en la historia del desarrollo del concepto y de la
práctica del sindicalismo entre las cuales podemos mencionar al “maquinismo
incipiente”, etapa en la cual los sindicatos estaban prohibidos (finales del
siglo XVIII y primera década del XIX), luego tolerados y autorizados legalmente
por primera vez en Inglaterra, en 1824. Otra etapa correspondiente a la
“expansión del maquinismo” así como a la divulgación de la organización
científica del trabajo ideada por el ingeniero estadounidense Frederick Winslow
Taylor y del modo fordista de producción en cadena que condujeron a la
transformación del oficio manufacturero en la especialización fabril. La etapa
siguiente se ha denominado como “intensificación de la expansión del
maquinismo” que va desde la segunda posguerra hasta comienzo de los sesenta. En
esta etapa, los sindicatos se especializan en la negociación colectiva sin
abandonar, en algunos casos, sus vínculos con los partidos e influyen
significativamente en las políticas económicas y sociales de los Estados. Otra
etapa y que podríamos decir se extiende hasta nuestros días es la de la
denominada “crisis del sindicalismo”. Tanto respecto de la negociación
colectiva como de las ideologías de cambios radicales por parte de la actividad
sindical, el ya citado Luis Vitale (1986), simplifica en extremo esta
categorización señalando que hay solo dos grandes etapas, un período que se
podría denominar "sindicalismo independiente" hasta 1930
aproximadamente, y otro que calificaríamos de "sindicalismo
institucionalizado" desde 1930 hasta la actualidad.
En Chile y según
Víctor Ulloa, el desarrollo del sindicalismo desde una perspectiva histórica
tiene que ver con el proceso de democratización progresiva de la sociedad
chilena, expresado en el mejoramiento de la calidad de vida de las clases
sociales más postergadas y la obtención de conquistas sociales, el crecimiento
de los partidos de izquierda, el reconocimiento constitucional por el Estado
del movimiento sindical y la creación de una amplia legislación laboral,
producto de la labor parlamentaria en algunos casos y, en otros, de la
respuesta de los actores políticos a la movilización de masas. No obstante, el
proceso de crecimiento y reflujo de la actividad sindical ha sido dependiente
también del modelo económico global, de las políticas del Estado, de las fases
de la economía y del grado de dependencia de la economía chilena.
Políticamente, las fases de crecimiento y contracción de la actividad sindical
tienen que ver con las políticas sindicales de los gobiernos (Ulloa, 2003:1).
Según el mismo autor, han existido tres vías identificables por las cuales los
trabajadores se han representado orgánica y jurídicamente ante el Estado: El
anarcosindicalismo, el mutualismo y el sindicalismo. La primera tendencia se
identificó con las Sociedades de resistencia, la segunda con las Uniones y
sociedades de socorros mutuos, y la tercera con los sindicatos. Las federaciones,
confederaciones, uniones y sindicatos, son las formas más utilizadas por los
trabajadores para asociarse y darse sus estatutos, siendo el punto de llegada
de una trayectoria de anteriores tipos de organización que, como las
Mancomunales y las Sociedades de resistencia, constituyeron los principales
antecedentes del moderno sindicato. No podemos dejar de mencionar como un hito
relevante en la historia de la clase obrera chilena la constitución en
Santiago, el 18 de septiembre de 1909 de la Federación Obrera de Chile (FOCH)
(1), primera central sindical del país que habría de ser según Alejandro Witker
(1984), “la gran escuela del sindicalismo clasista chileno”.
Es importante señalar
para el caso chileno y según la perspectiva de Fernando Ortiz Letelier, que “fue
después de la Guerra del Pacífico en que surgen en Chile, las clases medias, se
extiende el comercio, se requieren técnicos profesionales y funcionarios
preparados. Según Ortiz, esta misma guerra terminó por destruir la sencilla
sociedad agrícola que caracterizó la vida política y económico - social a
través de todo el siglo pasado”. Especialmente destaca el autor, “sobre
todo produjo grandes cambios sociales: se transforma la clase alta, nace la
clase media y surgen los primeros movimientos de la clase trabajadora…”
(Ortiz, 2005:26).
II.
Rol
y función del Movimiento Sindical
A lo largo de la
historia han predominado los estudios que examinan la sociedad a partir de la
contradicción capital – trabajo, la lucha de clases y el protagonismo de la
clase obrera como sujeto transformador de la sociedad capitalista. Desde esta
perspectiva y según los planteamientos de Carlos Marx, el sindicato de una u
otra forma representaba un instrumento para la lucha de clases y la revolución.
En otras palabras, la clase obrera puede adquirir centralidad como un actor que
subvierte el orden social establecido, orden que por cierto surge de un proceso
de dominación económica.
En este momento
resulta interesante precisar el concepto de actor o para el caso del
sindicalismo el de actor social. Para Ester García Sánchez las diferentes
aportaciones al debate sobre las relaciones entre “acción” (agency) y
“estructura” (structure) pueden constituir un buen punto de partida. En ellas
según la autora, “el término actor (o el agente) es todo aquel sujeto que
actúa, en otras palabras, el sujeto de la acción” (García, 2007:202). Para
Alain Touraine (1984), un actor social es un sujeto colectivo estructurado a
partir de una conciencia de identidad propia, portador de valores, poseedor de
un cierto número de recursos que le permiten actuar en el seno de una sociedad
con vistas a defender los intereses de los miembros que lo componen y/o de los
individuos que representa, para dar respuesta a las necesidades identificadas
como prioritarias. El sindicalismo ya en sus definiciones originarias da cuenta
de su rol como actor social. Como un movimiento con conciencia, con identidad e
historia propia, “que actúa” en el seno de una sociedad defendiendo y
promoviendo los intereses de la clase trabajadora. Desde este último punto de
vista, el movimiento sindical, también puede ser entendido como un grupo de
intervención, tal que percibe a sus miembros como productores de su historia,
para la transformación de su situación actual. O sea que el actor social actúa
sobre el exterior, pero también sobre sí mismo. En ambos casos, el actor se
ubica como sujeto colectivo, entre el individuo y el Estado. En dicho sentido,
es generador de estrategias de acción (acciones sociales), que contribuyen a la
gestión y transformación de la sociedad.
Retomando los antecedentes históricos, para
Humberto Valenzuela los sindicatos tienen su origen o “surgen como una consecuencia
del advenimiento y desarrollo del sistema capitalista y como una necesidad de
la clase trabajadora de tener un sistema de organización que le permita
defenderse de la voracidad de los patrones y, a la vez, luchar por mejores
condiciones económicas y de trabajo”. En tal sentido, los sindicatos son
organizaciones de carácter defensivo de la clase trabajadora y, como tal,
luchan fundamentalmente, por obtener reivindicaciones de carácter económico y,
algunas, de carácter social. No luchan por la abolición del sistema
capitalista, causante – según Valenzuela – “de todos los males que aquejan a
la clase obrera”. No luchan por tomar el poder en sus manos e implantar una
sociedad socialista que libere a las masas de la explotación. Y no lo hacen
porque, en su seno, los sindicatos agrupan a obreros de distintas tendencias
políticas y filosóficas, algunas de ellas diametralmente opuestas entre sí.
Para mayor claridad, Valenzuela cita algunas de estas tendencias tales como: “la
marxista que lucha por el derrocamiento del sistema capitalista y la
implantación del socialismo; las corrientes reformistas de todos los pelajes
que sólo luchan por algunas reformas o cambios, manteniendo el actual sistema
económico; la anarquista que plantea la toma del poder exclusivamente por los
sindicatos y, por último, las corrientes burguesas que se filtran en los
sindicatos a través de los elementos mas retrasados de la clase trabajadora y
que fomentan el "apoliticismo" (Valenzuela, 1976:9). Como podemos
apreciar, los sindicatos son organizaciones de carácter bastante heterogéneo
desde el punto de vista de los principios, de la estrategia y de las tácticas
de lucha a seguir, en relación con los intereses históricos de la clase obrera.
De ahí entonces que los sindicatos no pueden sustituir al partido
revolucionario en la lucha por la toma del poder, concluye Valenzuela.
A un nivel más micro
y según Patricio Frías (1983) el rol y función del movimiento sindical responde
a la forma en que la organización recibe y percibe los efectos del campo de las
relaciones laborales, en el que se desarrollan sus prácticas. Las
relaciones laborales se encontrarán condicionadas en forma importante por el
tipo de parámetros estructurales (económico, político-institucionales y
jurídico laborales) y, más en particular, por la forma en que dichos parámetros
se articulan en cada coyuntura del desarrollo de una sociedad. El Sindicato,
en su tarea de gestión o de dirección – según Frías -, tiene por objetivo
fundamental “transformar los intereses individuales en intereses colectivos.
Pero ello no puede entenderse referido solamente a los intereses económicos
inmediatos. Supone, evidentemente, la acción de canalizar y agregar las
demandas e intereses concretos de los asociados, pero también se orienta en forma
prioritaria a la superación del estadio de masa dispersa, de individuos
aislados, o agrupados en ese estado amorfo de masa y a transformarlos en un “grupo
social” como realidad económica y con un relativo grado de homogeneidad y de
autoconciencia” (Frías, 2008:32). Lo anterior, implica, sin lugar a
dudas, no desempeñar solamente un rol “reivindicativo” por parte del
movimiento sindical, sino que más bien, avanzar también hacia un rol más
“programático”, con una mirada de largo plazo y en donde también estén en juego
sus relaciones e interacciones con otros actores y movimientos sociales.
Precisamente en
relación a las prácticas del movimiento sindical, consideramos que éstas surgen
y se ejercen en función del desarrollo que alcanza la organización, en función
de la autoconciencia del grupo y, en especial, como ya se señaló, en función de
la forma en que la organización “recibe y percibe los efectos del campo de
las relaciones laborales, así como de su capacidad de ligarlos a las
relaciones sociales y políticas vigentes” (Frías, 1989:11-16). Lo
importante a destacar es que, a través de estas prácticas –en un proceso
sinérgico y de retroalimentación recíproca, el Sindicalismo irá definiendo las identidades
del grupo, sus oposiciones e interacciones y proyectos de totalidad, sus formas
organizativas, sus objetivos y proyectos, la diversidad de sus prácticas,
dimensiones todas éstas que irán perfilando su nuevo rol y función. Para
Patricio Frías, el movimiento sindical chileno a lo largo de la historia ha presentado
diversos elementos constitutivos que incluso darían cuenta de un perfil que
estaría integrado por las siguientes características principales: tradición
ideológica y reivindicativa que se traduce en una “cultura laboral”,
heterogeneidad de tendencias ideológicas, fuerte relación partido/sindicato,
valoración de la unidad orgánica y su rol de actor social. Respecto de esta
última característica, Frías destaca en Chile este progresivo rol, el cual
asume en las distintas etapas del desarrollo nacional. Ejemplifica el autor,
con la activa participación del sindicalismo tanto en la Constitución de 1925 –
que dio origen al régimen democrático y representativo – y en la aprobación del
Código del Trabajo de 1931.
En la actualidad y
considerando además una perspectiva económica, Joseph Ramos, plantea que el
sindicalismo es considerado como una institución que perfecciona, o que puede
perfeccionar, el mercado. De esta forma desempeña roles relacionados con la
distribución de rentas, negociación de los rangos de “indeterminación legítima”
y frenar arbitrariedades. Se explaya sintetizando tres grandes razones. En
primer lugar y ante situaciones de gran rentabilidad para las empresas, un rol
crítico del sindicato será presionar a fin de conseguir parte de esas rentas
para sus asociados. En estos casos, la distribución de esa renta depende del
poder negociador de las partes y, dentro de amplios márgenes, no tiene efectos
distorsionadores sobre la asignación de recursos. En segundo lugar, incluso en
mercados totalmente competitivos, existe a menudo otro tipo de renta que da
lugar a un margen de “legítima indeterminación” salarial. Así plantea que si
bien el mercado pone límites o rangos a cuánto se debe pagar por cierto tipo de
mano de obra, salvo mercados muy excepcionales, rara vez es un monto exacto.
Textualmente ha señalado que “normalmente hay un rango de 5% a 10% en torno
de cierto valor. Este rango depende del conjunto de factores que pueden hacer
que la productividad de un trabajador o de un conjunto de trabajadores sea
mayor en una empresa en particular que en la generalidad de empresas”
(Ramos, 2010:109). En tercer lugar, aparte de la negociación colectiva en sí,
en una empresa de tamaño mediano o grande siempre van a surgir o se van a dar
situaciones no consideradas en la legislación vigente y/o en los respectivos
contratos – tanto individuales como colectivos - que requieren interpretación o
nuevos acuerdos entre las partes involucradas. Para el empresario, obviamente
es atractivo que él sea quien decida e imponga su voluntad sin discusión en
todos los ámbitos. Pero ello se presta para arbitrariedades y, a la larga,
puede dañar las relaciones laborales afectando la moral, el clima
organizacional y, muchas veces también, la productividad. Agrega enseguida Ramos
que en la práctica, el sindicato cumple la función de representar los intereses
de los trabajadores y de legitimar acuerdos, sostiene el autor que, “en la
medida en que la productividad y el desempeño laboral dependan —como se sabe—
no solo de cuánto es capaz de producir un trabajador, sino de cuán justo siente
que es el trato que recibe, esta función legitimadora del sindicato es
beneficiosa tanto para la empresa como para el trabajador” (Ramos,
2010:110).
III.
El Sindicalismo y su rol sociopolítico
La
necesidad de impulsar demandas y legítimas aspiraciones por mayor equidad y
justicia en el ámbito laboral nos hace pensar que se requiere en estos tiempos
reformular o ampliar las funciones del sindicalismo o lo que algunos autores
han definido como la renovación necesaria de la forma de hacer o aplicar el
sindicalismo. Este desafío – por así decirlo – va a requerir la redefinición de
las prioridades políticas y las adecuaciones estructurales que necesita el
movimiento sindical para adaptarse a las nuevas realidades en que deberá
actuar. Así Álvaro Padrón ha sostenido que el
movimiento sindical, en tanto actor histórico de transformación, no es
patrimonio de una sola generación. Para Padrón, “asegurar la continuidad del
proceso de cambio y encarar la necesaria renovación de los nuevos contingentes
de militantes y dirigentes del sindicalismo son algunas de las tareas
estratégicas más importantes” (Padrón, 2011: 79). Lo
anterior, implica para el sindicalismo asumir y/o adoptar de manera renovada un
rol sociopolítico. En buenas cuentas y en la perspectiva de Juan Carlos
Zambrano se trata de un doble desafío; por una parte, de recoger toda nuestra
rica historia de lucha sindical y, por otra, asumir los cambios que han
ocurrido en el mundo y particularmente en Chile, “para hacer posible
refundar un sindicalismo que represente a diferentes tipos los trabajadores y
trabajadoras en su lucha por la búsqueda de un modelo de desarrollo que
satisfaga sus aspiraciones, anhelos y esperanzas” (Zambrano: 2003:14).
Según
el autor Julio Godio (2003) el sindicalismo sociopolítico surge o se ha
desarrollado, a partir de fines de la década de los ochenta. El sindicalismo
sociopolítico aspira a fundar una estrategia sindical renovada para democratizar
a la globalización y dar una dirección progresista a lo que se conoce como
“autorrevolución del capital”. Según este autor, “el movimiento sindical
sólo recuperará su fuerza e iniciativa en la medida en que asocien sus demandas
político-laborales con los cambios que se han producido en el mundo del
trabajo. Godio plantea también que el mundo de la globalización es también un
mundo de pobreza, discriminación e injusticias”. Es por ello, que resulta
necesario dar prioridad política a la necesidad de construir “otro mundo con
trabajo decente para todos”, como lo propone la Organización Internacional
del Trabajo. Esto atañe a lo que se ha denominado “sindicalismo
sociopolítico”, es decir, según Godio, “un sindicalismo democrático e
internacional, que se apoya en sus tradiciones, pero que se plantea ahora
representar a diversas categorías de trabajadores, con epicentro en los
trabajadores de las empresas transformadas, pero también instalado en el mundo
del trabajo precario e inestable, y entre los trabajadores que desarrollan sus
actividades en el enorme y variado sector informal de la economía” (Godio,
2003:2).
Esta
definición planteada por Julio Godio es bastante
inclusiva en el sentido que no sólo concibe al sindicalismo en su espacio por
así decirlo “tradicional”. Va más allá, incorporando a una amplia gama de
trabajadores, también a aquellos de los sectores más vulnerables o precarios y
del sector informal de la economía. Precisamente allí es donde más se necesita
la acción del movimiento sindical para revertir y atenuar las graves
consecuencias de la globalización en el mundo del trabajo como por ejemplo, en
los efectos adversos en el empleo, nivel de salarios, explotación, acceso y
respeto al derecho laboral. De una u otra forma, esto se puede vincular al
capital y poder del movimiento sindical como actor social que hoy básicamente
está relacionado con: su inevitable permanencia en el mapa social más allá de
los ataques, padecimientos y crisis arrastrada desde las últimas décadas, su
crecimiento y proyección en el “plano simbólico”, más allá de la baja
en la tasa de sindicalización, en la atomización de los sindicatos, los bajos
niveles de participación efectiva en el mundo laboral; los sindicatos siguen
siendo percibidos como los “conductores naturales” de las
movilizaciones, descontentos populares y el mejor ejemplo de resistencia y/u
oposición al gran poder del capital y al desempeño del rol de “agente
indispensable” en los procesos de gestión participativa o en procesos de
reestructuración productiva en el espacio laboral.
El
sindicalismo sociopolítico da cuenta de la heterogeneidad y coexistencia de
diferentes mercados de trabajo. En esos mercados existen diversas categorías de
trabajadores, a saber: trabajadores estables, precarios, jóvenes, mujeres, etc.
Plantea adecuar las estructuras sindicales para poder incorporar a los millones
de trabajadoras y trabajadores en sus distintas categorías. Sólo sindicatos
fuertes pueden garantizar la participación de los trabajadores en la acción
sociopolítica sindical. El sindicalismo sociopolítico, retomando las mejores
tradiciones latinoamericanas, postula la autonomía sindical y el pluralismo
ideológico. No se propone erradicar las viejas culturas políticas sindicales,
sino favorecer la creación de un escenario común entre las corrientes
sindicales para converger en estrategias y plataformas comunes. Por último,
preserva su derecho a la cooperación estrecha con los partidos políticos que le
son afines, sin afectar la autonomía e independencia sindical. En la medida en
que el sindicalismo sociopolítico busca alianza con los partidos progresistas y
de izquierda, les reclama también a estos partidos que procedan a reformular
sus concepciones y estrategias para garantizar una estrecha y efectiva relación
entre la política y el mundo del trabajo.
En este
momento de la discusión valdría la pena preguntarse, respecto de qué es lo que
persigue o cuál sería el principal objetivo para el sindicalismo sociopolítico
y cómo se podría alcanzar ese objetivo o meta principal. Para Godio, la
finalidad del sindicalismo sociopolítico es “lograr la plena humanización
del trabajo, pero ésta sólo es posible a través de la acción colectiva del
pueblo y sus representaciones políticas y sociales para hacer realidad en los
distintos países de la región y a nivel de los procesos de integración
verdaderas democracias económicas, políticas y sociales” (Godio, 2003:2).
El ya citado Juan Carlos
Zambrano plantea un propósito para el sindicalismo sociopolítico, éste es el “articular
la demanda social con la idea de sociedad en que los trabajadores deseamos
vivir. Esto implica un intenso trabajo en educación política hacia los
trabajadores, en el sentido real del término. Lo que no tiene que ver con el
partidismo” (Zambrano, 2003:14). Por otra parte, Álvaro Padrón sostiene
que ha imperado en determinado sectores políticos de la sociedad y en ciertos
ámbitos empresariales un discurso conservador que plantea o sostiene que los
sindicatos no pueden ni deben hacer política. Padrón señala enfático: “Un
sindicalismo sociopolítico habla de política, actúa en política y por lo tanto
hace política, como cualquier otro sector de la sociedad”.
De lo que se trata – continúa Padrón - es de “recoger y apoyar los valores
de cambio, justicia, solidaridad y participación que surgen de múltiples
experiencias populares, para generalizarlos, para ampliar su arraigo en la
población. Construir una sociedad distinta nos exige valores, sentimientos
colectivos, aspiraciones y sueños transformadores. El sindicalismo tiene un rol
fundamental e intransferible en este proceso” (Padrón, 2011:85).
Según la perspectiva
de la OIT a través de Cinterfor (2002) es posible resolver algunos de los
dilemas o dificultades que se presentan al actor sindical mediante el
fortalecimiento de los mecanismos que apuntan a la solución del conflicto
laboral. La negociación colectiva reviste hoy la mayor importancia como proceso
fundamental en el accionar y finalidad de los sindicatos. Textualmente han
planteado que “la búsqueda de un sistema de negociación adecuado va más allá
de una definición de su marco jurídico y apunta a involucrar a las
instituciones y a las personas que las impulsan. Para el actor sindical, asumir
su papel como parte activa en la elaboración y desarrollo de normas
reguladoras, presupone asimismo realizar esfuerzos para obtener frutos más
cercanos a la realidad social, mayor consenso en su implementación y un
efectivo control y seguimiento en la aplicación de dichas normas” (OIT,
2002: 39).
De
manera resumida y considerando la perspectiva de Juan Carlos Zambrano (2003),
los pilares que construirán el sindicalismo sociopolítico son: formulación
de una política organizacional, cuyo punto de partida es poner en marcha una
campaña de sindicalización en todo el país (2), una campaña de difusión y
promoción sindical que permita llegar una y otra vez a todos los trabajadores,
con las ideas fuerzas del sindicalismo (3), la acción sindical permanente
expresada en asambleas, encuentros, seminarios, concentraciones y todas las
actividades posibles donde se pueda generar participación y opinión sindical y
la educación y la formación sindical de manera sistemática, expresadas en una
gran escuela sindical descentralizada por provincia o regiones, que utilice la
tecnología y vaya dando formación y contenidos a los cuadros sindicales, que
harán posible el surgimiento de un sindicalismo renovado, con mayor fuerza y
poder de convocatoria.
III.
Conclusiones
Como hemos podido
apreciar, el rol y función de los sindicatos es bastante amplio y diverso. Se
presenta en un continuo que va desde un extremo – según la perspectiva de
Carlos Marx - como un instrumento para la lucha de clases y la revolución; o
en una mirada contemporánea, como un instrumento que perfecciona o puede
perfeccionar los mercados laborales. Continúa siendo concebido como una forma
en que la organización recibe y percibe los efectos del campo de las relaciones
laborales, en el que se desarrollan sus prácticas (distribución de los
excedentes, condiciones de trabajo, promoción de justas y adecuadas relaciones
laborales, etc.), hasta llegar a servir de freno para arbitrariedades del
empresariado que pueden afectar la moral y productividad de los trabajadores y
trabajadoras. Dado que el autor de este trabajo considera que el actual rol
del movimiento sindical debiera ser preferentemente sociopolítico y el desafío
más inmediato, justamente está relacionado con fortalecer y proyectar ese rol
si realmente se desea hacer un aporte a la democracia, a la sociedad en general
y a incrementar los niveles de equidad en el mundo del trabajo.
Podemos señalar
también que la superación de la crisis del sindicalismo requiere de una
renovación sindical que asuma las principales dimensiones de un sindicalismo
sociopolítico – como las que se han reseñado anteriormente -, aparecen
principios compartidos o con un alto nivel de consenso entre los diversos
teóricos y estudiosos del tema. No obstante, María Ester Feres plantea que esto
no es tan fácil de implementar tanto por la debilidad orgánica del movimiento
como por la precariedad laboral instalada en esta parte del continente. Así
sostiene Feres que “… en la práctica su gran debilidad orgánica así como la
profunda y extendida precariedad laboral, los arrincona a posiciones defensivas
de derechos básicos en los lugares de trabajo, dificultándose su capacidad de
convocatoria para temas que no sean los concretos y cotidianos de cada realidad
laboral. Las dificultades se incrementan con el avasallante discurso
neoliberal, y sus contenidos simultáneos de individualismo y de desesperanza
aprendida”. Cierra la misma autora su trabajo destacando la falta de
solidaridad como valor esencial y práctica histórica para el movimiento. Así
plantea que “la polarización del mundo del trabajo, entre un segmento
pequeño de trabajadoras/es modernos beneficiados por las estrategias de
inserción en la globalización, y una inmensa mayoría que sufre sus efectos más
negativos, hace patente la pérdida de un valor esencial y de una práctica
histórica irrenunciable del sindicalismo: la de la solidaridad al interior del
mundo del trabajo” (Feres, 2008: 43).
Es de esa misma
solidaridad que habló Alberto Hurtado cuando distinguió tres conceptos
asociados; la solidaridad social (el vínculo que une a todos los
miembros de una sociedad), el sentido social (la actitud de colocarse
desde el punto de vista del otro indefenso), y la responsabilidad social
(la obligación de hacer el bien y a trabajar por un mundo mejor). Esta
distinción sirve para subrayar su necesaria complementación, ya que la una se
hace realidad en la otra. Además del mérito de Hurtado de haber introducido el
concepto de solidaridad diez años antes del inicio del concilio Vaticano II
(4), su distinción nos permite hacer una interesante analogía entre su
propuesta y la solidaridad que le falta al sindicalismo según la perspectiva de
María Ester Feres. De esta forma, al movimiento sindical, debe recuperar “la
solidaridad social”, el vínculo que debe unir a todos los integrantes del
sindicalismo independiente de la zona geográfica, tipo de empresa o cualquier
otra variable que los atomice o disgregue. También el “sentido social”,
pensando y actuando siempre en pos de los trabajadores y trabajadoras más
desvalidas y vulnerables y asumir una vez más, la “responsabilidad social” que
le cabe, a fin de cuentas, retomar su carácter sociopolítico como ya antes lo
habíamos destacado.
NOTAS:
(1)Artículo basado íntegramente en la Investigación
“EL
SINDICALISMO EN LAS DEMOCRACIAS POST DICTADURAS” - Estudio comparativo del
movimiento sindical en el período de consolidación democrática de Chile
(1990-2000) y Uruguay (1985 – 2000), realizada durante el año 2013 por el
autor de este trabajo como Tesis para optar al grado académico de Doctor en
Procesos Sociales y Políticos en América Latina, mención Sociología.
(2)
Según Witker, la FOCH surgió como una entidad de carácter mutualista, promovida
por elementos de filiación conservadora: Pablo Marín Pinuer y Emilio Cambié,
que buscaban armonizar los intereses de clase, moralizar la vida cotidiana de
los obreros combatiendo el alcoholismo y el juego, fomentar el ahorro y la
cooperación, la defensa del salario y la lucha por la jornada de 8 horas
(Witker, 1984:90).
(3) Para Zambrano Esta campaña necesariamente debe implicar acciones de
socialización de los fines y propósitos del movimiento sindical considerando
definiciones del sindicato, antecedentes históricos de luchas y logros
alcanzados qué es, para qué sirve, cómo funciona, antecedentes del marco legal
y normativo, cómo pueden desarrollar sus liderazgos los representantes, etc.
(4)
Para Zambrano esto incluye, la búsqueda de la libertad, la
justicia e igualdad. Y los principios de la unidad, la solidaridad, la
fraternidad, la tolerancia y la disciplina sindical. Todo esto en una mirada
más bien programática y no sólo reivindicativa, relacionándola con otras
acciones más actuales de otros actores sociales tales como el movimientos social
por la educación, la equidad de género, la protección y cuidado al medio
ambiente, por nombrar sólo algunos de los temas que hoy aglutinan a diversos
movimientos sociales.
(5)
Estos planteamientos Alberto Hurtado los plasmó en un texto denominado “Moral Social”.
El Profesor Patricio Miranda y sus colaboradores de la Universidad Católica
(Santiago), han publicado este escrito póstumo.
FUENTES
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