Resumen
El trabajo a
desarrollar buscará estudiar el papel que ha jugado el justicialismo como
oposición democrática. Antes del retorno de la democracia el Partido Peronista
siempre detentó el poder o, en los periodos en los que no gobernó, se encontró proscripto
y luchando por su supervivencia contra gobiernos autoritarios o democracias
tuteladas militarmente.
Abstract
The following paper looks to
study the role that the Justicialista Party played as an opposition force under
a democratic regime. Previous to the return of the democratic
Elections the Peronist Party
had always been in power or prosecuted by the military governments and fighting
for their survival.
El
Justicialismo en la oposición.
Relación
con el radicalismo en el poder durante las presidencias de Raúl Alfonsín (1983
– 1989) y Fernando De la Rúa (1999 – 2001).
Bruno
Ivan Correia[1]
Introducción
El siguiente trabajo tiene
como finalidad analizar la actuación que tuvo el Partido Justicialista durante
los dos periodos en el que fue derrotado en las elecciones presidenciales y vio
su papel reducido a ser la oposición de otra fuerza política que ocupó el
principal cargo de la nación.
Estos periodos se dieron en 1983, con la victoria del Dr. Raúl Alfonsín al
frente de la Unión Cívica Radical y por segunda vez en 1999, cuando el Dr. De
la Rúa consiguió la primera magistratura encabezando la Alianza.
La
peculiaridad de los dos periodos históricos seleccionados se encuentra en que
ambos fueron los únicos casos donde el justicialismo fue derrotado en una
elección libre y transparente desde su creación en la década del 40. En todos
los casos anteriores donde el partido se vio desplazado del poder esto ocurrió
a través de fraudes electorales o por la prohibición que pesaba sobre el
partido, lo cual, echaba sobre los candidatos electos la sombra de la
ilegitimidad.
No fue este el
caso que comenzó en 1983 y de allí la importancia de ver que actitud tomó el
partido al encontrarse en una posición a la que no estaba acostumbrado a
ocupar.
Los periodos
seleccionados, salvando las distancias, tienen una serie de puntos en común que
permitirían el desarrollo de un análisis comparativo entre ambos.
Ambos momentos
históricos vieron la llegada de un líder radical que prometía un quiebre con el
pasado y donde se depositaron las esperanzas del pueblo para que llevara
adelante ese cambio.
Ambos periodos
vieron al país sumido en profundas crisis económicas que, en el marco mundial,
daban pocas opciones para superarlas y limitaban radicalmente las opciones que
el gobierno tenía para hacerles frente.
Finalmente
ambos gobiernos se vieron jaqueados por la situación del país y su incapacidad
para superar dicha crisis los empujaron a abandonar el poder antes de lo
previsto. En el caso de Alfonsín la transición se dio de forma ordenada, en lo
que fue un gesto del mandatario quien comprendió que su administración no iba a
poder salvar el problema y quedarse solo retrasaría la llegada de una posible
solución.
En el caso de
De la Rúa la salida fue extremadamente trágica y terminó en su renuncia ante la
serie de revueltas populares que comenzaron con el colapso de la economía
nacional.
Estos periodos
de incertidumbre institucional y económica solo podían ser superados mediante la
toma de difíciles decisiones y es, en este marco, que entra en juego el rol del
Partido Justicialista como fuerza que, aun sin detentar el poder presidencial,
tenía en sus manos la capacidad de facilitar o de frenar cualquier plan que
tuviera como objetivo el superar la crisis del momento.
Es el objetivo
de este trabajo el determinar qué rol jugó el peronismo durante estos periodos
y ver hasta qué punto su accionar político ayudo a que se desarrollaran las
crisis que obligaron a los presidentes en ejercicio a abandonar sus cargos
prematuramente. En ambos periodos su salida fue aprovechada por el peronismo
para presentarse a sí mismos como los “salvadores” del país, aprovechando la
situación para mostrar que solo el Partido Justicialista tenía la capacidad y
la cohesión necesarias para poder solucionar la crisis.
De acuerdo
estos hechos se podrían esbozar el siguiente sistema de problemas:
¿Qué grado de
responsabilidad le cabe al peronismo por los fracasos radicales y las profundas
situaciones de crisis que vivió el país al finalizar ambos periodos? ¿De qué
forma los juegos de poder internos del justicialismo han afectado a los
gobiernos radicales? ¿Qué papel jugó esta fuerza política a la hora de sumar o
restar apoyos a los gobiernos en crisis y cómo aprovechó dichas situaciones de
crisis para posicionarse para encaramarse nuevamente al poder?
A partir de
los problemas planteados se construye la siguiente hipótesis:
“El Partido
Justicialista como oposición tuvo un discurso de lealtad con el sistema
democrático, pero que en la realidad, su accionar demostraría que tuvo una
postura de semi lealtad con los regímenes, tanto de Alfonsín, como con De la
Rúa, al actuar activamente en la parálisis institucional que supuso su control
parcial o total del Congreso Nacional”.
Marco
Teórico
Como base de
este trabajo utilizaremos la tipología de la oposición desarrollada por Juan
Linz en su libro “La quiebra de las democracias”.
En su libro
Linz afirma que existen tres tipos de oposiciones (Linz, 1991; 57), la
oposición leal, la semi leal y la desleal. La primera es la oposición que
acepta las reglas del régimen establecido, manteniendo un discurso conciliador
y asumiendo una postura de negociación con el partido que ocupe el poder en ese
momento. Su intención es la de llegar al poder pero no pretende crear un cambio
de las reglas de juego ni modificar el régimen imperante.
En el otro
polo se encuentra la oposición desleal, donde se alinean los partidos que
buscan imponer un cambio de régimen y para ellos actúan específicamente
buscando el detrimento de las instituciones. Aquí podemos encontrar los
partidos anti sistema y grupos minoritarios que están casi por fuera del juego
político y solo adquieren importancia cuando comienza a gestarse un colapso del
régimen.
Queda en el
medio de estos extremos la oposición semi leal, la cual tiene un papel decisivo
en los procesos de pérdida de poder (Linz, 1991; 58) ya que es la ambivalencia
de estos partidos lo que genera una atmosfera de suspicacia que divide las
aguas entre quienes buscan confiar en ellos, y ven allí ciertas características
leales (que tienen), frente a aquellos que desconfían y destacan sus
características desleales (las cuales también tienen).
Estas
oposiciones semi leales se presentan con un discurso conciliador y respetuoso
del régimen pero esto no evita que deje las puertas abiertas a todo tipo de
negociaciones secretas, incluso con partidos anti sistema, si esto significa
mejorar la posición del partido de cara a futuras elecciones.
El gran
peligro de este tipo de estrategias de negociación incurre en los riesgos que
presenta el acercamiento a los grupos desleales, en muchos casos con la
esperanza de poder controlar su accionar en el futuro, restándole importancia a
su discurso anti régimen. Quedó muy claro, en el caso de la Republica de Weimar,
que aquellos que negociaron con el Partido Nazi tenían la certeza de su
capacidad para controlar a Hitler, lo cual facilitó su acceso al poder y su
posterior política de desmantelamiento de la democracia.
En los casos
extremos, los partidos semi leales, a veces sin intención, son los que abren la
caja de pandora durante una crisis de régimen y ayudan a que se den las
condiciones necesarias para el colapso generalizado y el encaramamiento al
poder de un partido totalitario.
Antecedentes
históricos
El 16 de
Septiembre de 1955, con el triunfo de la Revolución Libertadora, comenzó un
largo periodo en el que el país se vio sumido en una tensión entre los grupos
civiles y militares. El golpe había sido gestado para echar del poder al
General Perón y poner fin a ocho años de gobierno peronista.
Con él nace un
nuevo tipo de régimen en el país de gobiernos civiles tutelados por las fuerzas
militares con el fin de evitar cualquier posibilidad del regreso de Perón,
quien, exiliado en España, aun manejaba los hilos del partido peronista. Este,
más allá de la proscripción, aun sobrevivía en la clandestinidad por su fuerte
base social obrera que habían visto su vida mejorada con el paso del Peronismo
y no estaban dispuestos a perder los logros conseguidos.
El país
quedaba dividido en dos extremos, de un lado los militares, quienes buscaban
desterrar el modelo peronista, por el otro los grupos afines al peronismo, los
sindicatos y las bases obreras, quienes aspiraban al regreso del General Perón
y el fin de la tutela militar. En el medio quedaban los radicales. Sus fuerzas
se encontraban en la difícil tarea de conseguir los apoyos necesarios para
poder gobernar en un régimen donde la mitad de la población tenía a su partido
proscrito, los militares tenían la última palabra sobre la continuidad del
gobierno electo y el General Perón podía fácilmente desbaratar cualquier
posible negociación con el peronismo sin Perón.
En el marco de
este tipo de régimen, donde los militares tutelaban al gobierno civil y
bloqueaban cualquier posibilidad de un regreso peronista al poder, se configura
la actuación del Partido Peronista como oposición semi leal y desleal, según se
dieran las circunstancias.
La imposibilidad de presentarse a elecciones llevó al partido a tener que
aplicar diferentes tipos de tácticas, desde el voto en blanco masivo (que
dejaba en claro la falta de representatividad que tenía el régimen instaurado)
hasta la negociación con las fuerzas radicales, las que se encontraban
divididas. Fue justamente este cisma en el radicalismo (entre la Unión Cívica
Radical Intransigente de Frondizi y la Unión Cívica Radical del Pueblo de
Balbín) lo que permitió al peronismo su primer intento de revertir su
situación.
La fuerza de
Frondizi, en desventaja frente a la UCRP, buscó negociar con el peronismo para
ganar su apoyo durante las elecciones de 1958. Frondizi prometió a Perón, en
caso de ganar, que restauraría la CGT y que eventualmente levantaría la
prohibición que pesaba sobre el Partido Peronista (Sabsay, 1999).
Comenzó así un
largo periodo donde el partido peronista asumió una oposición desleal al
régimen de tutela militar que se había instaurado en la Argentina (Kvaternik,
1990; 126), mientras que la UCRI tuvo una actitud de semi lealtad al negociar
con el peronismo para alcanzar el poder, una deslealtad contra el régimen en el
que se encontraba.
Es importante
destacar que el carácter de deslealtad no significa que el peronismo fuera un
partido anti democrático, más bien, todo lo contrario, su deslealtad era con el
régimen de democracia parcial que se había instalado en el país.
Fue esta
proscripción lo que desató el accionar del peronismo, lo cual minó el régimen y
sembró las semillas de la inestabilidad que se extenderían a lo largo de la
historia reciente de nuestro país y desatarían una seguidilla de golpes
militares que, como quedó claro con la caída de Frondizi, no permitirían un
regreso de Perón como gobernante del país.
Este periodo
de inestabilidad se extendió incluso más allá de Perón. Aun cuando este logró
volver a ser presidente el país se encontraba sumido en profundas divisiones
internas, donde la derecha y la izquierda luchaban violentamente con acciones
guerrilleras y terroristas.
Tras la muerte
de Perón y con el empeoramiento de la situación interna los militares vieron la
oportunidad y dieron el golpe de 1976, que terminó definitivamente con la
situación de “péndulo cívico militar”, los militares habían tomado el control
efectivo y dejaron de actuar como un árbitro, prohibiendo todos los partidos
políticos.
Este nuevo
golpe duró hasta 1983, momento en el cual los militares, en una profunda crisis
económica, golpeados por múltiples denuncias, dentro y fuera del país, por
violaciones de los derechos humanos y tras la derrota de la Guerra de Malvinas,
se vieron fuertemente desacreditados y tuvieron que abandonar el poder.
Comenzó así un
nuevo periodo en la historia argentina que daba por concluida la intervención
de las Fuerzas Armadas en la política. Por primera vez desde 1928[2]
se dieron elecciones limpias y libres de interferencias militares.
Pocos dudaban
que, en estas nuevas elecciones, el Peronismo se impusiera ampliamente y
conseguiría ganar las elecciones con un holgado margen.
La sorpresiva
victoria de Alfonsín fue un golpe inesperado que relegó al peronismo a un papel
que nunca antes había tenido dentro de una democracia plena, eran oposición y
ya no podían agitar las banderas de la prohibición, habían sido derrotados en
una competencia justa. Nacía una nueva época para el país y para el peronismo.
Raúl
Alfonsín
En 1982 comenzó el principio del fin de la dictadura militar que había estado
en poder en la Argentina desde 1976. Seis años de violentas persecuciones
políticas, las incipientes denuncias de sistemáticas violaciones de los
derechos humanos y la catastrófica derrota en la Guerra de Malvinas había
debilitado al régimen y terminado con las aspiraciones militares de instalar un
régimen sin fecha de expiración.
El fin había
llegado y ya no se trató de si los militares dejarían el poder, sino de cuando
lo harían y quien ocuparía el gobierno en las inminentes elecciones
presidenciales.
Para 1983,
cuando comenzaron las campañas, quedó claro que las dos fuerzas dominantes
eran, por un lado, la Unión Cívica Radical de Alfonsín, que venía de un
profundo cambio interno a través del Movimiento Renovación y Cambio; por el
otro lado se encontraba el Peronismo histórico dirigido por Ítalo Luder, quien
era considerado por todo el mundo como el candidato que ganaría. El regreso del
peronismo al poder no era cuestionado casi por nadie.
Pero
sorpresivamente se dio una victoria radical.
Esto puede
explicarse por una suma de factores, como el liderazgo carismático de Alfonsín,
su inteligente utilización de la propaganda durante la elección y la denuncia
de un pacto Militar-Sindical que garantizaba una amnistía a los crímenes de los
militares (Clarín, 2002). Todo esto significó que el pueblo buscó un cambio y
una nueva opción a la hora de elegir.
Sin embargo
esta derrota, aunque en un primer descolocó al peronismo que no estaba
preparada para enfrentarla, no fue un golpe mortal para el partido. Aunque el
radicalismo había obtenido la victoria en la cámara de diputados el partido
justicialista había obtenido una no poco importante victoria al asegurarse 21
senadores de un total 46. Quedaba claro que el combate por la recuperación del
poder se daría desde Senado.
Asumido
Alfonsín este se encontró con dos problemas principales. Por un lado la enorme
tarea de consolidar el naciente regreso a la democracia, el subordinar a un
poderoso ejército que buscaba conseguir una amnistía para escapar de los
crímenes cometidos durante la dictadura, y el desarrollar un modelo democrático
que pudiera evitar que las crisis previas que habían desembocado en rupturas
volvieran a repetirse (Bosoer y Vázquez, 2012; 42). Por otro lado, el segundo
frente fue el económico y social, que se enmarcaba dentro de una década de poco
crecimiento para toda la región y con un país sumido en las deudas externa e
interna. Fue este frente el que terminaría siendo el verdugo de su gobierno ya
que, teniendo la mayoría de sus energías puestas en la consolidación cívica del
país, el factor económico quedó desatendido y terminó desencadenando la
hiperinflación (Bosoer y Vázquez, 2012; 48).
La primera
prueba que se le presentó el gobierno de Alfonsín fue la “Ley Mucci”, la cual
apuntaba justamente a terminar con la hegemonía peronista dentro de los
sindicatos y a instalar un modelo más democrático y transparente dentro de los
mismos.
Esta ley
proponía:
-
Abrir
la participación de las minorías que obtuvieran el 25% dentro del sindicato
-
La
instauración de un periodo de tres años con una sola posibilidad de re elección
-
El
proceso electoral sería monitoreado por la Cámara Electoral y no por el Ministerio
de Trabajo
Este avance
sobre un lugar del poder históricamente ocupado por el peronismo, que ni
siquiera los militares pudieron depurar por completo, significó un reto que
unificó al partido peronista frente a la amenaza externa.
El proyecto
del Ley fue presentado en el Congreso y aunque fue aprobado con facilidad en la
cámara de Diputados fue derrotado en Senadores.
Fue la derrota
lo que hizo que Alfonsín abandonara el modelo confrontativo que había creído
necesario y transformó a los sindicalistas en interlocutores válidos (Basso,
2011) (La Voz, 2014).
Más allá de
esta victoria sobre el radicalismo la división interna del peronismo no había
sido solucionada, por un lado los se encontraban los sectores sindicales,
arraigados en una idea verticalista del poder, y del otro los grupos
renovadores que entendían que el modelo democrático que se había instalado
después de 1983 debían incorporarse al partido, que había perdido dos pilares
fundamentales, el Líder y la idea de que representaban a la mayoría del pueblo.
Del lado
sindicalista la CGT se mostró inflexible con el gobierno radical y comenzó a
oponerse a todo proyecto que este presentara. El 3 de Septiembre de 1984 la
central gremial lanzó su primer paro general contra el gobierno, el cual mostró
que la oposición al mismo era posible y aunque el acatamiento solo alcanzó al
50% fue importante para mostrar que la CGT no estaba vencida.
Poco tiempo
después, ese mismo mes, la Unión Industrial Argentina (UIA), la Sociedad Rural
Argentina (SRA), la Confederación Intercooperativa Agropecuaria Limitada
(CONINAGRO), la Cámara de Comercio (CAC), la Coordinadora de Actividades
Mercantiles y Empresarias (CAME), la Cámara Argentina de la Construcción, y
otras entidades empresarias presentaron, junto con la CGT, un documento en el
cual criticaban la política económica que llevaba el gobierno (Basso, 2011).
Las alas
nacionalistas y de izquierda del peronismo también criticaron duramente los
proyectos del gobierno para firmar un acuerdo con Chile para terminar de una
vez por todas con el conflicto del canal de Beagle, donde se aceptó la
mediación Papal. Sin embargo ciertos grupos internos del partido si apoyaron la
medida, con lo que continuó gestándose una división interna dentro del partido
(Escudé, 2000).
Fue esta
constante oposición a las políticas progresistas del radicalismo lo que alienó
al peronismo de las clases medias, sector que se estaba volviendo cada vez más
importante para definir las elecciones (Basso, 2011).
Quedó claro
para ciertos líderes que era necesario una renovación dentro del peronismo para
que este pudiera sobrevivir.
Con la muerte
del general Perón desapareció el elemento aglutinador de un partido que tenía
vertientes de todo el espectro político, desde la izquierda hasta la derecha.
Para ese
momento el peronismo se había visto muy golpeado por los años de plomo y de
todas las agrupaciones que lo habían conformado solo dos aún tenían poder
dentro de su estructura, por un lado los caudillos provinciales y por el otro
los grupos sindicales, quienes eran los únicos que poseían las capacidades
político económicas para controlar el partido habiendo conseguido, en los
últimos tiempos de la dictadura, la normalización gremial y el control de las
obras sociales, una importante fuente de ingresos (Basso, 2011).
En este
contexto era necesario un planteo nuevo que permitiera sobrevivir al partido y
pudiera evitar que el mismo se desarmara en unidades políticas menores. La
derrota fue el puntapié inicial para el nacimiento de la Renovación Peronista,
de la mano de Antonio Cafiero (Cafiero, 1984).
Este
movimiento reformista apuntaba a consolidad al peronismo dentro del nuevo marco
democrático que vivía el país, democratizando al partido y terminar con las
especulaciones políticas del mismo, con la intención de reconectarse con las
bases que los habían abandonado en las elecciones presidenciales de 1983.
El movimiento
renovador entendía que sin estas reformas internas era imposible hacerle frente
al radicalismo sin correr el riesgo de que el partido se desmembrara o dejara
de ser una potencia de peso dentro de la arena política del país.
Así el
peronismo comenzaba su inserción en un modelo democrático con fuertes
divisiones internas.
Estas
tensiones internas derivaran en una serie de reuniones donde las ideas
renovadoras chocarían de frente con los líderes conservadores. Estas pugnas se
darán en una serie de congresos sucesivos, el del Teatro Odeón (Diciembre
1984), Río Hondo (Febrero 1985) y finalmente Santa Rosa (Julio 1985), donde
quedaron conformados dos frentes de cara a las elecciones legislativas de 1985.
Por un lado se
encontraba el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI), conformados por los
líderes ortodoxos, y el Frente Renovador Justicia, Democracia y Participación
(FREJUDEPA)
presentado por los renovadores.
La UCR logró
un gran triunfo en estas elecciones, ya que mantuvo su caudal electoral, pero
esta victoria tuvo un sabor amargo al no lograr establecer una mayoría total en
el Congreso.
El FREJULI
salió como el gran ganador de la interna entre ortodoxia y renovadores, pero el
triunfo radical mostró lo importante que era que el partido peronista lograra
unificarse para enfrentar la amenaza que representaba. A su vez, las victorias
del FREJUDEPA le abrieron las puertas, al ala política del partido, a dinero
proveniente de los nuevos cargos públicos ocupados y le dio autonomía
financiera frente al poder que antes solo habían tenido los sindicalistas.
Comenzó así el lento, pero constante, crecimiento de las fuerzas renovadoras
(Basso, 2011).
Del lado
radical se dieron varios triunfos y logros, como la aprobación de la ley de
divorcio, la recomposición de la imagen internacional del país, así como la
normalización de las relaciones con los Estados Unidos y un acercamiento con
Europa Occidental.
Otro gran
éxito del radicalismo fue la promoción del Juicio a las Juntas Militares, que
gobernaron al país entre 1976 y 1983, para buscar a los responsables de las
masivas y sistemáticas violaciones a los derechos humanos. Además se buscaba
juzgar a los líderes de los movimientos guerrilleros ERP y Montoneros.
Sin embargo el
frente económico fue el que opacó todos estos logros y debilitó sustancialmente
el poder de los radicales, abriendo la puerta por la que el partido peronista
pudo armar su plataforma para acceder al poder.
Alfonsín
fracasó a la hora de reducir el Estado, equilibrar el déficit fiscal y frenar
la inflación crónica que azotaba al país. A todo esto se suma un ámbito
internacional poco amistoso a la hora de ayudar al país a superar su difícil
situación económica y la enorme deuda externa que habían dejado los militares.
Aunque el Plan
Austral (1985) fue un primer paso en la dirección correcta, la falta de más
reformas minó su éxito y fue necesaria, tres años más tarde, implementar el
Plan Primavera que, aun con un inicio auspicioso, más tarde naufragó. Poco
tiempo después comenzaría la hiperinflación (Biblioteca UCR).
En este ámbito
el peronismo siempre mantuvo su oposición al gobierno. Por su parte la CGT
lanzó 13 huelgas generalas entre 1984 y 1988, que a lo largo del tiempo, y con
el empeoramiento de la situación económica, fueron ganando adhesiones y fuerza.
Otra gran
amenaza para el gobierno fueron las asonadas militares que sufrió el gobierno,
llevados a cabo por grupos que buscaban frenar los juicios a las juntas o
asegurarse que ellos mismos quedaran fuera de la lupa de la justicia.
El más
importante de estos alzamientos ocurrió en la Semana Santa de 1987. En ella el
ex teniente coronel Aldo Rico se sublevó y los generales que no se plegaron anunciaron
que no dispararían contra otros militares. Dejaron al gobierno sin un apoyo
fundamental.
Sin embargo,
en este caso, el apoyo popular y político se extendió por todo el espectro.
Toda la oposición y los sindicatos se alinearon detrás del gobierno. Antonio
Cafiero fue una de los más cercanos en su apoyo a Alfonsín (Clarín, 2011).
Pero más allá
de todos estos apoyos el gobierno negoció con los militares sublevados y llegó
a un acuerdo que limitó las investigaciones. Alfonsín no supo capitalizar el apoyo
que había conseguido y creyendo su posición más débil de lo que era claudicó a
la extorsión de los grupos militares.
Este incidente
marcó el acercamiento entre Cafiero y Alfonsín, cuya relación se fue
estrechando a medida que se deterioraba el poder del gobierno y crecía la
incertidumbre. Una de las ambiciones de Alfonsín era la de cambiar el modelo de
presidencialismo fuerte que, según se creía, era la causante de las situaciones
de jaques institucionales que habían minado las experiencias democráticas
anteriores (Bosoer y Vázquez, 2012; 35).
Su proyecto
político de modificaciones estructurales, que permitieran salvaguardar a la
democracia, requería una reforma constitucional que atenuara el sistema
presidencialista, incluyera la figura del Primer Ministro, acortara los
periodos de los senadores e introdujera la elección directa del presidente,
entre otras cosas (Bosoer y Vázquez, 2012; 56).
La victoria
peronista en las elecciones legislativas y de gobernadores los había dejado con
el control de la Cámara de Diputados y fue claro para Alfonsín que era
necesario negociar con la oposición para llevar adelante su proyecto.
El 15 de Enero
Alfonsín y Cafiero acordarían que la reforma de la constitución se haría en
1989 (El País, 1988). Ambos políticos compartían ciertos puntos en la idea de
la construcción de futuro país.
Sin embargo,
para desgracia de Alfonsín, Cafiero no conservaría el poder dentro del
peronismo por mucho más tiempo, había apostado por el caballo equivocado.
Hacia 1986
comenzaba a definirse una división interna dentro de la Renovación, que para
ese entonces era la fuerza que comenzaba a dominar el peronismo. Por un lado se
encontraba Cafiero, quien mantenía una posición de crítica al gobierno y al ala
ortodoxa del partido. Del otro lado se encontraba Carlos Menem, quien en su
discurso en la Plaza Once, el 23 de Mayo de 1986, viró buscando un acercamiento
con la ortodoxia, postulando como meta principal la de unificar el partido,
diferenciándose de sus compañeros renovadores.
También,
durante ese mes, hizo públicos sus intenciones de presentarse como candidato
presidencial y comenzó a conformar una agrupación propia (Basso, 2011).
Este cambio
interno del peronismo comenzó a gestarse en el principio del declive radical.
Con una economía que comenzaba a empeorar y un giro en las políticas militares
que buscaban reducir la presión en estos sectores para evitar nuevas asonadas,
el radicalismo comenzó a perder el apoyo del pueblo y su imagen positiva
comenzó a deteriorarse.
Las “leyes de
perdón” y la Ley de Obediencia Debida fueron vistas como derrotas del gobierno
en su flanco más fuerte, que era el enjuiciamiento de aquellos que habían
actuado durante el golpe militar.
El peronismo
triunfó ampliamente en las elecciones de gobernadores y congresales, y la
victoria de Cafiero en la gobernación de la provincia lo colocaba como el
peronista más importante. Sin embargo, lejos de apaciguar los ánimos dentro del
partido, esta victoria solo recrudeció la interna con un Menem que no estaba
dispuesto a perder su posición de candidato presidencial.
No se logró
gestar un acuerdo en el que Menem y Cafiero pudieran participar en una formula
conjunta para las presidenciales ya que ninguno de los dos estaba dispuesto a
ceder el primer lugar. Se dejaba atrás la última posibilidad de evitar una
interna.
Se conformaron
dos fórmulas, por un lado la de Menem-Duhalde, este último había abandonado las
líneas cafieristas cuando fue dejado de lado en la repartición de los puestos
durante las elecciones del 87; y por el otro Cafiero-De la Sota.
La elección de
De la Sota como vice causo algunos roces con las fuerzas más ortodoxas, lo cual
restó apoyos internos en el partido. En una elección presidencial abierta la
dupla podría tener buenas posibilidades de atraer al voto independiente, pero
en una elección interna le restaba importantes apoyos y disminuía su capacidad
de triunfo (Basso, 2011).
Menem supo
aprovechar esta debilidad del cafierismo y comenzó a aglutinar más fuerza bajo
su ala. Fustigó a Cafiero asimilándolo al oficialismo y denunciándolo como el
principal impulsor de la colaboración. Cafiero se convertía así en aliado de
Alfonsín, en un momento en el que la imagen del gobierno era la peor y en la
que sus políticas económicas comenzaban a ser cada vez menos simpáticas.
Tras estas
maniobras y con la perdida de apoyos que sufrió Cafiero, la formula
Menem-Duhalde se impuso por el 52% y con ello triunfó un discurso que dejaba a
Alfonsín sin su interlocutor más cercano en un momento de extrema debilidad.
Además, la derrota de Cafiero significó el fin de la renovación y una migración
masiva de sus integrantes al menemismo.
En este marco
se dieron los últimos meses del gobierno radical, agobiado por la amenaza de
golpes de estado, por la crítica situación económica del país, por los
constantes ataques que le propinaban los sectores sindicales y la falta de
apoyo que existía no solo desde la oposición, sino desde el interior de su
propio partido. Alfonsín vio que la acción más adecuada era la de adelantar las
elecciones de diciembre a mayo.
Estas
elecciones se dieron en un marco de hiperinflación, saqueos y desordenes
civiles. Con la victoria de Menem sobre el radical Angeloz quedó claro que la
sucesión radical quedaba descartada, el peronismo había vuelto al poder y tras
años de fuertes luchas tanto contra el gobierno como intestinas, había logrado
recuperar su poder y la primera magistratura.
Fernando De
la Rúa
El 24 de
Octubre de 1999 el partido peronista nuevamente tuvo que confrontar la derrota
en las elecciones presidenciales. Carlos Menem, quien fue el verdugo del
movimiento reformista y quien había buscado fortalecer al partido se encontró
incapaz de construir un movimiento peronista unificado. Las pujas internas
entre él, incapaz de presentarse a un tercer mandato como candidato a
presidente, y su rival Eduardo Duhalde dividieron al partido y lo dejaron
vulnerable a los embates de la fuerza liderada por Fernando De la Rúa, quien
atacaba la excesiva corrupción en todos los niveles del gobierno y el creciente
malestar económico. Se presentaba como una opción moderada y honesta.
Nada podría
hacer pensar que a menos de dos años de asumido su mandato el presidente De la
Rúa se viera obligado a abandonar el poder, dejando al país sumido en el caos
económico y social. Nuevamente la maldición radical parecía perseguir al primer
mandatario quien, aun venciendo al peronismo en las urnas, no logró gobernar el
país y terminó abandonando el cargo antes de tiempo.
Es difícil
comprender el desarrollo de la presidencia de De la Rúa sin entender la
situación en la que se encontraba el país cuando este logró su victoria. Esta
situación fue la que facilitó dicha victoria pero se mostró imposible de domar
una vez que los radicales y sus aliados lograron hacerse con el poder.
Carlos Menem
se encontró, al asumir su presidencia, con un país en llamas. La economía se
encontraba hundida en la hiperinflación, con un aparato estatal paralizado y la
cadena productiva sumida en el caos; todo esto sumado a una deuda externa
masiva.
Tras varios
experimentos fallidos el gobierno de Menem encontró un antídoto en la
aplicación de recetas neo liberales siguiendo el Consenso de Washington. Estas
reformas planteaban cambios estructurales al Estado y la sociedad, la reducción
del Estado, mediante la búsqueda del déficit cero, la privatización de empresas
estatales y la aplicación de la convertibilidad, atando al peso argentino a una
paridad artificial de uno a uno con el dólar estadounidense. El gobierno de
Menem recibió de parte del pueblo y los demás partidos políticos una suerte de
cheque en blanco con la esperanza de que se encontrara la solución para salir
de la crisis de una buena vez por todas (Palermo, 1999; 202).
Aunque estas
medidas redujeron notablemente el desequilibrio económico, y lograron frenar la
hiperinflación, fueron incompletas y dejaron al país en una potencial situación
de peligro.
La
desaparición de la capacidad de devaluar la moneda generó que las variables de
ajuste con las que contaba el Estado se vieran reducidas. Si bien el déficit
fiscal pudo reducirse gracias al dinero que llegó con las privatizaciones, esta
fuente de ingresos no duraría para siempre.
Además, para empeorar las cosas, la amplia capacidad de maniobra política con
la que contaba el gobierno para implementar reformas solo duró muy poco tiempo
y sirvió para sentar las bases de un cambio incompleto que no podría ser
sustentable (Palermo, 1999; 198).
El grado de
reforma económico logró perdurar en el tiempo solo gracias a un contexto
internacional muy favorable que significó la inyección de grandes capitales
externos dentro del mercado argentino.
Sin embargo,
al comenzar a desaparecer la sombra del regreso a la hiperinflación dejó de
existir la confianza ciega en el presidente y volvió una re politización de la
sociedad, así como un relajamiento de la disciplina partidaria hacia el
interior del peronismo (Palermo, 1999; 241).
Se había
montado así una carrera contra el tiempo, donde la expansión del país lo llevó
al límite de sus capacidades económicas, atada fuertemente al influjo de capitales
exteriores. Este estado de cosas solo pudo ser sostenido hasta 1994, cuando la
devaluación Mexicana (el efecto Tequila) generó que la atmosfera global
positiva comenzara a retraerse. Este traspié fue cubierto por los aportes de
organismos internacionales, pero su ayuda se consiguió con grandes costos.
El crecimiento
que generó el gobierno no era crecimiento genuino. El costo de esta reforma se
tradujo en una caída del salario real y un decrecimiento del empleo, lo que
profundizó las diferencias sociales hacia el interior del país y generó un
creciente malestar social que se fue profundizando a lo largo de los años y a
medida que las promesas de mejoras sociales se incumplían.
Así convivían
dos situaciones en el país, por un lado el malestar social frente a la
desocupación y el crecimiento de los índices de pobreza y por el otro lado el
temor de un regreso a la hiperinflación, para la cual la convertibilidad era
vista por el pueblo como un seguro de que no sucedería.
En este marco
Menem se presentaba como el padre del modelo y como un reaseguro de la
continuidad de la convertibilidad (Clarín, 1997). Las elecciones de 1995
probaron que Menem tenía su posición asegurada mientras el pueblo lo siguiera
viendo como un continuador del modelo.
Sin embargo el
empeoramiento de la situación económica y las crecientes denuncias de
corrupción que llegaban desde todos los niveles del gobierno generaron una
situación de hastío en la sociedad. Sumado a esto se dio el conflicto interno
del peronismo, donde Duhalde quedó enfrentado a Menem cuando este hizo públicas
sus intenciones de presentarse como candidato a presidente en un tercer mandato
consecutivo (Página 12, 1998).
La enemistad
entre Duhalde y Menem se profundizó aún más cuando el último tuvo que abandonar
su proyecto reeleccionista. Desde ese momento Menem comenzó a operar contra su
compañero de partido (El País, 1999) en favor, irónicamente, del candidato de
la Alianza, Fernando De la Rúa. Era preferible que ganara un radical a que un
rival como Duhalde llegara al sillón de Rivadavia.
Por su parte
la Alianza comenzaba a perfilarse como una fuerza que podría desplazar a los
peronistas del gobierno. Las claves de su programa electoral era el de
continuar la convertibilidad (Clarín, 1999), lo cual era un elemento clave a la
hora de mantener tranquila a la sociedad ante el temor de abandonar un elemento
de seguridad; y un ataque contra el modelo de hacer política de la “fiesta
menemista” (Incarnato y Vaccaro, 2012; 187).
Las elecciones
se resolvieron en favor de la Alianza, que ganó las elecciones con un 48,5% del
electorado. Se iniciaba así una nueva etapa con un gobierno que prometía un
cambio social, una mejora de la situación de vida y una recuperación de puestos
de trabajo; pero que prometía, a su vez, mantener vigente los mecanismos
económicos que habían evitado el caos de la híper. El plan político de la
Alianza era una quimera y no existía una idea clara de cómo lo conseguirían
(Incarnato y Vaccaro, 2012; 181).
Aun cuando la
Alianza llegó al poder con una amplia victoria, esta no fue suficiente para
alcanzar la mayoría ni en la cámara de Diputados ni el control sobre la cámara
de Senadores. Además el peronismo logró imponer su candidato en la provincia de
Buenos Aires, cosa que Alfonsín no tuvo que sufrir hasta la segunda parte de su
mandato.
Esta victoria
relativa fue una mala noticia para la Alianza y fue un hecho que marcó
fuertemente la posición que tuvo el peronismo en el desarrollo del gobierno.
Otro problema
que sufrió la Alianza, y que no tuvo el radicalismo alfonisinista, fue la
extrema debilidad de los cimientos sobre los que se apoyaba la coalición que
había alcanzado el poder.
Incluso antes
de las elecciones, cuando se confirmó la exclusión de Menem a la carrera
presidencial, comenzaron las fricciones entre las dos fuerzas principales de la
coalición, la UCR y el FREPASO (La Nación, 1998).
El gobierno de
la Alianza llegó al poder dividido, con una oposición que ocupaba una posición
de fortaleza y sin un plan serio de cómo ejecutar el plan económico y social
que habían prometido en la campaña.
Así el
gobierno del presidente De la Rúa se encontró desde el primer momento en una
situación complicada ya que al no poseer una mayoría en ninguna de las dos
cámaras del Poder Legislativo la situación era efectivamente la de un gobierno
dividido, donde se desarrolla un juego de suma cero y se corre el riesgo de que
se bloqueen las relaciones entre el poder ejecutivo y el legislativo (Incarnato
y Vaccaro, 2012; 193).
Esta situación
le daba un enorme poder al partido peronista, el cual no tendría que pagar los
costos políticos de un gobierno dividido, cuando la responsabilidad de la
inacción y las promesas de campaña incumplidas recaería principalmente en el
poder ejecutivo.
Irónicamente
el principio del fin de la gestión de De la Rúa no comenzó con la economía sino
que fue dentro del mismo Senado de la Nación.
Mientras el
gobierno nacional intentaba que se aprobara una ley de flexibilización de los
contratos laborales, surgió la denuncia, por parte de Hugo Moyano, de que el
ministro de trabajo, Alberto Flamarique, había dado a entender que contaban con
“una Banelco” para convencer a los senadores de que votaran la ley (Incarnato y
Vaccaro, 2012; 197).
Dicha denuncia
fue ratificada meses más tarde por el periodista Joaquín Morales Sola, con lo
que el escandaló fue ganando fuerza. Esto generaría fuertes roces hacia el
interior de la Alianza y provocaría la ruptura entre la UCR y el FREPASO cuando
Carlos “Chacho” Álvarez presenta su renuncia cuando De la Rúa no tomó las
medidas que él considera necesarias para limpiar el gobierno de funcionarios
sospechosos.
Así el peor
escenario comienza a aparecer, no solo se encontraba el país con una situación
de gobierno dividido sino que la coalición gobernante se había hecho pedazos y
el presidente De la Rúa quedó solo dentro de su círculo interno enfrentando una
crítica situación socio económica y sin un margen para maniobrar.
El
nombramiento de Cavallo, bajo estas circunstancias, se convirtió en un vano
intento de presentarle al país un salvador con el sueño de reeditar un cambio
económico drástico como el que había sido dado en 1992 con la convertibilidad.
Pero el sistema económico estaba muerto, no era posible mantener la paridad de
la moneda con el dólar y el gobierno carecía del valor y el capital político
para tomar la medida de devaluar.
El gobierno de
De la Rúa se dirigía hacia una catástrofe y frente a esto el partido peronista
no tuvo que hacer mucho más que esperar.
Para noviembre
del 2001 comenzaba a ser claro que el país no podría salir del pozo. Los
inversionistas extranjeros comenzaron a sacar sus capitales del país y para
diciembre se lanza el corralito en un vano intento de controlar la economía.
A partir de
ese momento se suceden los hechos vertiginosamente y la caída se vuelve
indetenible. Todos los intentos que hizo el gobierno de De la Rúa para acercar
posiciones con la oposición, en especial el partido peronista, fueron
infructuosas. Estaba claro para el peronismo que el gobierno no duraría y solo
debían esperar a su caída para poder volver al poder.
El último
intento desesperado de De la Rúa es la de convocar a un gobierno de unidad
nacional. El peronismo, que ya había sido tentado con esta posibilidad antes de
las elecciones de Octubre de 2001, se negó categóricamente (Clarín, 2001).
En las calles
corría la sangre, los saqueos se habían extendido durante días, comenzaban a
aparecer los reportes de las primeras muertes a manos de la represión policial
y la imagen de las Madres de Plaza de Mayo atacadas por la policía montada
daban el golpe de gracia al gobierno de la Alianza.
El 20 de
Diciembre del 2001 el presidente De la Rúa presentaba su renuncia y escapaba en
un helicóptero. El momento que el peronismo estaba esperando se había
materializado y la lucha interna dentro del mismo comenzó cuando el sillón de
Rivadavia aún estaba caliente.
El peronismo
volvía al gobierno ya que controlaba el Congreso y sería este el que
determinaría quien ocuparía la presidencia. Ahora se trataba de un conflicto
interno entre quienes querían un llamado a elecciones lo más rápido posible y
aquellos que querían completar el mandato trunco de De la Rúa.
Finalmente, y
tras varias idas y vueltas, efímeros presidentes y convulsiones sociales, Duhalde
logró llegar al cargo que le había sido negado en 1999.
El país
volvería a estar en manos del peronismo.
Conclusión
Aún queda por
responder la pregunta planteada al principio del trabajo. ¿Qué nivel de
responsabilidad le cabe al Partido Peronista en los sistemáticos fracasos del
radicalismo en el poder? ¿Fue al Partido Peronista un partido desleal o
simplemente un partido leal que jugaba su juego para posicionarse de cara a la
posibilidad de acceder nuevamente a la presidencia?
Como en todos
los casos en los que se trabaja con tipos ideales el autor se enfrenta al
problema de definir conceptos determinados en un mundo donde las líneas
fronterizas son borrosas y no se puede encasillar al objeto de estudio
perfectamente dentro de una categoría.
Por ello es necesario aislar al peronismo en su actitud hacia diferentes
situaciones. Queda claro que el mismo peronismo no es una estructura estática
sino todo lo contrario, se trata de un partido que se especializa en sobrevivir
y en adaptarse a las nuevas realidades que le toca vivir.
Con Alfonsín
el principal problema que enfrento el partido no fue tanto la victoria radical
sino sus propias diferencias internas. Esto se repitió en el mandato de De la
Rúa, lo que deja claro que el peor enemigo del peronismo es el mismo peronismo
y solo cuando un líder logra unificarlo es que logra triunfar sobre otras
fuerzas políticas.
Tras el
Proceso de Reorganización Nacional desaparecieron los intentos de las alas más
extremistas del peronismo (Montoneros) de lograr el poder a través de
actividades guerrilleras y terroristas. La democracia dejó de ser vista como un
mecanismo de control burgués y el partido, más allá de sus prácticas
personalistas y verticalistas, entendió que la democracia era el único camino
posible para gobernar el país.
En este campo
no se puede decir que el peronismo haya sido desleal o semi leal contra el
régimen democrático. Desde 1983 se han respetado las formas legales e incluso
en los peores momentos del régimen se mantuvieron los procedimientos, como en
el 2001 cuando fue el Parlamento, popularmente elegido, el que nombró a un
nuevo presidente y piloteó la transición en lo más profundo de la crisis.
También en los
levantamientos militares de Semana Santa el partido peronista, incluidas las
centrales gremiales que habían declarado la guerra a Alfonsín, se alinearon
para respaldar al gobierno cuando la democracia parecía estar realmente en
riesgo.
Otro aspecto a
tener en cuenta fue la transformación que sufrió el partido tras la renovación
de Cafiero, al instaurarse una estructura mucho más horizontal y democrática
hacia su interior.
Sin embargo el
peronismo también mostró matices semi leales, no tanto hacia la democracia en
sí, sino a la existencia de gobernabilidad para que el país pueda funcionar y
superar sus problemas sin caer en una situación de caos.
Queda claro
que Alfonsín, más allá de sus falencias, sufrió el ataque indiscriminado de los
grupos sindicales que reaccionaron agresivamente cuando vieron su poder
cuestionado por el gobierno. Y tanto el gobierno de Alfonsín como el de De la
Rúa, estando en desventaja en el Congreso, sufrieron gravemente a la hora de
ejecutar sus planes políticos.
Es así como
las internas del peronismo han repercutido en toda la estructura del gobierno,
incluso cuando estos no se encuentran en el poder. Alfonsín fue el mayor
perjudicado cuando Cafiero fue derrotado y, por el contrario, De la Rúa fue
beneficiado cuando Menem traicionó a Duhalde. Es este juego interno lo que
marca la agenda del partido y queda muy claro que no hay reglas a la hora de
vencer a un contrincante. No importa si se debe dejar al gobierno sin apoyos o
si se permite a un opositor llegar al poder, todo vale a la hora de conquistar
la fortaleza interna dentro del partido o para destruir las bases que sustentan
a un potencial rival.
Es esta
interna lo más peligroso porque si todo vale a la hora de controlar al
peronismo entonces no quedan descartados ningún método y toda alianza está
permitida, lo cual no cierra las puertas a una negociación con grupos desleales
si esto dejara una ganancia política.
Esto significó que Alfonsín no encontrara respaldos firmes para equilibrar la
situación económica del país, ya que solo importó destruir sus bases de poder y
asegurarse un nuevo presidente peronista (aunque nadie supiera como harían
luego para salir del caos), o que De la Rúa fuera abandonado cuando desde
Octubre del 2001 pidió con urgencia la conformación de un Gobierno de Unidad
Nacional. Nuevamente no primó la seguridad económica y la continuidad del país,
sino una idea egoísta de no quedar pegados a la crisis que se avecinaba, lo que
hizo que la crisis efectivamente llegara.
En las formas el peronismo es una oposición leal, ya que no cuestiona al
régimen democrático, pero en su interior existe un espíritu desleal ya que en
su carrera por llegar al poder ha demostrado que está dispuesto a traicionar a
propios y ajenos y a abandonar al presidente del país aun cuando eso significa
la bancarrota de toda la sociedad. Esta mentalidad desnuda un deseo de poder
peligroso que muy bien podría hacer que el partido se vuelva plenamente desleal
si las circunstancias políticas así se lo demandaran.
Solo queda
ver, la próxima vez que al peronismo le toque ser oposición, si es capaz de
domar sus conflictos internos y si comienza a actuar como una oposición no solo
leal, sino responsable, capaz de sacrificar su propio poder si es necesario
para el bienestar de toda la sociedad o continua adelante con su potencial semi
lealtad.
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