DE
MARX A NUEVOS CAMINOS DE LA IZQUIERDA EN EL SIGLO XXI
FROM MARX TO NEW LEFTIST PATHS IN THE XXI CENTURY
Miguel Portugal
Campillay
Doctor © en Procesos
Sociales y Políticos en América Latina
Maestría en
Administración Pública, Universidad Alcalá de Henares, España
Administrador
Público, Universidad de Chile
Académico Carrera de
Tecnólogo en Administración de Personal
Dpto. Tecnologías
Generales
Facultad Tecnológica,
Universidad de Santiago de Chile
E-mail: miguel.portugal@usach.cl
Roberto Cortez
Valladares
Ingeniero Civil
Resumen
El marxismo entregó una sólida base
ideológica a la izquierda en el siglo XIX y siglo XX, materializándose para
algunos en “los socialismos reales”, y para otros reformulado en los “Estados
de bienestar” (Social demócrata).
Con la caída de los socialismos reales,
aparece el neoliberalismo triunfante, y para muchos es la única alternativa.
Ante esta situación están surgiendo nuevos caminos de izquierda, donde reconociendo
los errores de los socialismos reales, plantean visiones democráticas de
izquierda, siendo una de ellas la Democracia participativa.
Palabras
clave: marxismo,
capitalismo, socialismo, democracia participativa, democracia representativa,
Estado, mercado.
Abstract
Marxism provided a solid ideological base to
the left in the XIX and XX centuries. To some people, this became what is known
as “true socialisms”, whereas for others it was deemed “welfare states” (Social
democracy). As a consequence of the fall of “true socialisms”, neoliberalism
succeeded. This was considered as the only choice by many people. In the light
of these events, new leftist views are flourishing and these, while
acknowledging the errors made by true socialisms, come up with democratic
leftist approaches such as participatory democracy.
Key
Words: Marxism, capitalism, socialism, representative democracy, active
democracy, state, market.
I.
Introducción
El
marxismo ocupa, a no dudarlo, un lugar destacado en la historia de las ideas de
la humanidad… Negar este aserto no tendría mucho sentido. Ahora bien, si
tenemos que referirnos a la filosofía del marxismo en el siglo XX, debemos
partir por precisar conceptos, referirnos a los antecedentes necesarios, para
después entrar de lleno al análisis de las ideas de aquellos que, en el siglo
pasado, tomaron el ideario marxista como guía para elaborar a su vez un nuevo
ideario: ¿continuador?, ¿complementario?, ¿reformista o revisionista?,
¿actualizado?, ¿o necesariamente divergente, en algunos aspectos, para
conservar la sustancia? Las ideas no nacen de la nada; cualquier corriente de
pensamiento tiene necesariamente que referirse a los precedentes, a los
antecesores, para llegar a elaborar el pensamiento propio.
El
marco económico y sociopolítico del siglo XX es obviamente distinto al del
siglo en el cual Marx elaboró sus teorías, y por ello también tendremos que
hacer referencia a él, aunque sea someramente, para poder entender mejor la
elaboración doctrinaria de los continuadores de Marx.
En otro
orden de ideas, el tema que vamos a tratar no es de ninguna manera “neutral”,
en el sentido de que, a diferencia de otros, toca fibras profundas del
sentimiento de cada uno… Y es que el hombre, inevitablemente, para bien o para
mal, frente a los fenómenos sociales y frente a las teorías que tratan de
explicarlos, los filtra de acuerdo a sus propias ideas políticas, filosóficas,
morales y religiosas, y los aceptará o rechazará según la congruencia que tenga
con estas ideas. Desde luego, quedarán muchos puntos para un análisis ulterior,
como el leninismo… ¿Este fue un legítimo
continuador del marxismo? ¿Lo desvirtuó o lo desnaturalizó?
II.
La filosofía pre marxista. Reseña histórica
EI
siglo XIX nos ofrece dos precursores destacados del marxismo: el materialista
metafísico Feuerbach y el idealista dialéctico Hegel. Estos filósofos
anteriores a Marx fueron el punto de partida para el desarrollo de una visión
nueva y más completa acerca de la forma de ver la realidad que posteriormente
formularía Karl Marx.
Esta
doctrina crea una filosofía capaz de explicar la realidad por sí misma, que la
práctica científica comprueba, día a día, con el materialismo como principio de
la existencia, y la dialéctica como método de interpretar el desarrollo. Aunque
ni Marx ni Engels utilizaron el término "materialismo dialéctico"
para nombrar esta nueva forma de interpretar la realidad, ellos se refieren al
materialismo como fundamento filosófico, y a la dialéctica como la forma de
desarrollo y método de análisis de la realidad. Hoy conocemos como materialismo
dialéctico a esta teoría formulada por ellos[2].
Marx no
partió de cero, puesto que existía todo un desarrollo de los distintos campos
del conocimiento que dio la base o el punto de apoyo para la formulación de
esta nueva teoría.
En el
terreno de la filosofía, Hegel, idealista alemán, había desarrollado la
dialéctica, que en la antigüedad comenzaron los filósofos griegos. Ludwig
Feuerbach había profundizado en el materialismo, que iniciaron los antiguos
hindúes y griegos, como Demócrito y Epicuro, y que continuaron Bacon, Locke y
Diderot entre muchos otros, en los siglos que precedieron a la época de Marx
y Engels.
"Los
filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de
lo que se trata es de transformarlo", escribió Marx en sus “Tesis sobre
Feuerbach”[3].
Esta no es una cuestión teórica y contemplativa sino que, en esencia, es el
reflejo vivo de una realidad en permanente cambio, obligado por ello a una
confrontación permanente con la realidad. Desde otro punto de vista, nos
indica que la esencia, la razón de ser de la teoría, es la actividad práctica.
III. El
materialismo desde la perspectiva marxista y la lucha de clases
El
materialismo de nuestros días es el materialismo dialéctico e histórico, que
crearon Marx y Engels. Este no surgió de la nada, la filosofía de Marx y Engels
es producto de un largo desarrollo del pensamiento humano.
El
materialismo apareció hace unos dos mil quinientos años en China, India y
Grecia. El pensamiento filosófico materialista estaba estrechamente ligado en
esos países con la experiencia diaria de los hombres, con los gérmenes del
conocimiento de la naturaleza. Mas, en aquel tiempo la ciencia estaba en sus
albores, por lo que las nociones de los antiguos filósofos materialistas acerca
del mundo, carecían de una base científica sólida
Los
materialistas anteriores a Marx no sabían aplicar su doctrina a la comprensión
de la vida social. Tampoco comprendían la significación de la actividad
práctica, crítica y revolucionaria de las clases sociales y de las masas en el
cambio de la realidad. Sustentaban la necesidad
de sustituir el régimen social caduco, pero a la vez rechazaban y temían la
lucha de las masas a favor de un nuevo régimen, revelando con ello su limitación
burguesa, de clase.
Una
fase nueva y superior en el desarrollo de las concepciones materialistas fue el
materialismo dialéctico e histórico creado por Marx y Engels, los grandes
maestros y guías de la clase más avanzada y revolucionaria de la sociedad
moderna: el proletariado. Su obra significó una verdadera revolución en el
campo de la filosofía.
Desde
las cumbres del pensamiento social y científico de la época, Marx y Engels
tomaron y reelaboraron, con espíritu creador, cuanto de valioso había producido
el pensamiento filosófico hasta entonces y concibieron una nueva forma del
materialismo, el materialismo dialéctico e histórico, libre ya de los defectos
de que adolecía la anterior filosofía materialista. En la doctrina filosófica
marxista, el materialismo aparece unido orgánicamente a la dialéctica.
Por
último, los fundadores del marxismo convirtieron la doctrina filosófica
materialista, antes una teoría abstracta, en un medio eficaz para transformar
la sociedad, en arma ideológica de la clase obrera en su lucha por el
socialismo y el comunismo. En consecuencia, la doctrina filosófica de Marx y
Engels fue aceptada en las masas de trabajadores de todo el mundo,
convirtiéndose en una filosofía de masas.
IV.
La lucha de clases
En una
sociedad basada en la propiedad privada sobre los medios de producción, la
propiedad de los mismos crea las condiciones para que una clase, los
propietarios, se apropie de una parte importante del producto del trabajo
social, mediante el control sobre la distribución, que conlleva el control del
poder político del Estado, con la consiguiente dominación de la superestructura
ideológica y social. Es decir, los propietarios se han constituido en una
clase que gobierna para la defensa de sus propios intereses y en contra de los
de la mayoría del pueblo.
Los
intereses económicos materiales son la causa que enfrenta a las clases una
contra otra, la lucha por la existencia. “Hombres libres y esclavos, patricios
y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra, opresores
y oprimidos, se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada,
unas veces, y otras, franca y abierta; lucha que terminó siempre con la
transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las
clases en pugna” (Marx-Engels: El manifiesto comunista).
La
mayor expresión de la lucha de clases es la lucha política. La lucha
política pone en el centro los intereses fundamentales de las clases, por lo
tanto, refleja la contradicción fundamental del modo de producción, con lo que
cuestiona la existencia misma de la formación económico social. De ello
se desprende que el objetivo fundamental de la lucha política es el poder
político, para mantener o para abolir una determinada dominación de clase.
La
lucha de clases es la lucha de contrarios al interior de la sociedad, es
por tanto, la fuerza que impulsa las transformaciones sociales.
V.
El valor del trabajo y la alienación del hombre actual
El
problema del estudio filosófico de la sociedad tiene su punto primordial en el
concepto de alienación, con todas sus implicancias históricas, sociológicas,
antropológicas y económicas (Predrag, V., p. 327, 1966). Para Marx, la
alienación es la escisión que sufre la sociedad y que va acompañada de asumir
en forma acrítica (que toma la forma de la ideología) este hecho. Esta
escisión, de carácter integral, tiene su raíz en la estructura económica, en
las relaciones de producción y se manifiesta en todos los ámbitos del organismo
social. En la sociedad moderna, en la cual aún nos hallamos inmersos, podemos
observar empíricamente la división de nuestra sociedad en dos grupos, llamados
“clases”: el proletariado, representante del trabajo y grupo
mayoritario que genera la riqueza, y la burguesía, grupo que representa
al capital en todas sus variantes y que, aun siendo muy minoritario, se apropia
de la riqueza de la sociedad. Entre el grupo explorador absoluto, que
interfiere tanto en el destino de personas como de países, y el grupo
absolutamente explotado, que no puede poner frente al capital nada más que sus
huesos, hay toda una cadena de explotadores/explotados relativos y
elementos parasitarios, que dificultan un análisis y
pueden degenerar en la tesis de que el sistema
ha cambiado significativamente (los árboles del mercado no nos dejan ver
el bosque del sistema). Para Marx, el trabajo en la sociedad capitalista, una
actividad que convierte un medio de vida en la vida, es trabajo alienado, por
más que para cualquiera sea un modo de objetivar
las propias capacidades.
El
trabajo no puede dejar de ser trabajo alienado, por cuanto pertenece a la
sociedad moderna y porque es la única manera en que esta pueda existir. La
necesidad de establecer que el trabajo es alienado proviene, en primer lugar,
de la cultura cristiana, que considera al sufrimiento
como algo positivo y, concretamente, en el caso del trabajo. Recordemos que su
antecedente etimológico es tripalium, un instrumento de tortura, y que
la tortura significaba para los cristianos la obtención de un pasaje de primera
clase para entrar en el cielo. En segundo lugar, la tan difundida confusión
entre trabajo y fuerza de trabajo contribuye a oscurecer el concepto de
trabajo, escondiendo su naturaleza alienada.
VI.
El ideal de hombre según Marx
Según
Marx, el hombre más parecido a su hombre modelo, es aquel completamente
consagrado a este mundo y no al "próximo"; un hombre que no se
desvela pensando en la muerte, y que, en cambio, lucha para conquistar una vida
significativa y valiosa (Fritzhand. M., p. 192-195, 1966).
La vida
es significativa y valiosa solo cuando se la vive intensa y plenamente, cuando
el ser humano puede realizarse durante su periodo vital desarrollando todas sus
aptitudes humanas y satisfaciendo todas sus necesidades. El ser humano que
vive una vida significativa y valiosa es aquel que halla la felicidad y la
consumación en actividades que transforman la naturaleza y la sociedad. Busca
la verdad, la belleza y el bien, procura expresarse en y a través de la cultura
y la civilización, y absorbe todo lo nuevo y valioso creado en estas esferas;
que es un hombre activo, creador y rico… rico en riquezas humanas. Su opulencia
consiste en la plenitud de la vida humana, en la diversidad de las necesidades
humanas y en la variedad de la satisfacción de estas; la suya es la opulencia
de la individualidad y la personalidad en permanente desarrollo, en permanente
enriquecimiento; sus talentos nunca descansan, sus aptitudes nunca se
desaprovechan.
Para
Marx el hombre total es un hombre completo, cuya propia realización no
conoce fronteras. Es un individuo humano que no está separado por la propiedad
privada de la totalidad del mundo de la cultura y la civilización. La totalidad
de ese ser humano consiste en su posesión de dicho mundo total, posesión
esta entendida aquí como la mayor participación posible en la creación y el
disfrute de los bienes de la civilización y la cultura.
El
hombre total es independiente de la división del trabajo, que mutila,
empobrece y funcionaliza a los seres humanos. Marx comprendía la
necesidad de la división del trabajo y la importancia que esta tenía para el
progreso de la humanidad. No se oponía a la división voluntaria del trabajo que
respetase los deseos, las inclinaciones, el talento y la individualidad de los
seres humanos. Solo censuraba aquella división coactiva del trabajo, que
condena a las personas a pasar toda la vida atadas a la misma noria, repitiendo
las mismas tareas y desempeñando las mismas funciones. Esta división del
trabajo ha "asumido una vida propia". Se ha alienado de los seres
humanos, ha restringido sus poderes, ha limitado sus vidas y sus posibilidades
de elección. Por obra de esta división del trabajo, algunas personas se dedican
permanentemente a actividades intelectuales, y otras, a trabajos físicos;
algunas disfrutan de los productos, otras los fabrican permanentemente. El
hombre total es aquel cuyas actividades mentales y físicas forman un
todo durante su ciclo vital.
VII.
Capitalismo y socialismo
Al
hablar de la confrontación entre socialismo y capitalismo, debemos referirnos a
la confrontación entre dos “sistemas económicos”, esto es, dos maneras
distintas de organizar la actividad económica en una sociedad. Para los efectos
del análisis, dejaremos de lado, por razones de tiempo, el aspecto referido a
los sistemas de gobierno.
La
característica fundamental del capitalismo es que los medios de producción son
de propiedad privada, lo que no obsta a que existan algunas empresas de
carácter estatal o mixto. Esta propiedad privada de los medios de producción
determina todo un sistema de relaciones económicas muy característico, con un
patrón similar para muchas sociedades, particularmente en Occidente.
En el
socialismo, los medios de producción son de propiedad estatal. No obstante,
pueden coexistir pequeños negocios de carácter familiar o de pequeña
envergadura. Los trabajadores son, entonces, mayoritariamente funcionarios del Estado.
La
confrontación entre los dos sistemas vino a ser una realidad desde el triunfo
de la Revolución Rusa, y sigue existiendo, hasta el día de hoy, incluso después
de la caída del Muro de Berlín, en algunos países como Corea del Norte y Cuba.
Debemos
señalar que la controversia ideológica atravesó todo el siglo XX. Lo que empezó
como una cosa romántica, cuando los trabajadores de todo el mundo miraban
expectantes el desarrollo de la Revolución Rusa, se transformó en una realidad
con su triunfo. Progresivamente, aparecía para muchos que el socialismo,
entendido como sistema económico, podía ser superior al capitalismo. La gran
depresión de 1929 llevó a muchos a afirmar que el capitalismo tenía sus días
contados, sin embargo, no fue así, después de esta gran depresión vino una
recuperación del capitalismo mundial, en un creciente proceso de globalización.
VIII.
Los ideólogos
Los
ideólogos del siglo XX reestudiaron, revitalizaron, complementaron y, a veces,
revisaron el pensamiento marxista. Como Marx
vivió en el siglo XIX, sus seguidores del siglo XX tuvieron
que desarrollar las ideas marxistas de acuerdo a la problemática y a las
condicionantes de una época distinta. Lenin (Vladimir Ulianov) principal
figura que lideró la Revolución Rusa, creó el concepto de dictadura del
proletariado, y estableció las famosas Tesis de abril, compendio de
teoría y praxis para la toma del poder en Rusia por los bolcheviques.
Contemporáneo de este fue León Trotsky (Lev Davídovich Bronstein), segunda figura de liderazgo en la
Revolución Rusa, autor de la teoría de la revolución permanente y
organizador del Ejército Rojo. Más adelante, en nuestra realidad
latinoamericana brilló con luces propias José Carlos Mariátegui, intelectual y
político peruano, en la década del 30. Antonio Gramsci, intelectual italiano,
en la misma época del anterior, reestudió el tema de la cultura y los medios de
comunicación como armas de consolidación del marxismo; Ernesto Guevara,
revolucionario argentino, ideólogo del proceso revolucionario cubano, sustentó
la tesis de establecer focos revolucionarios en las regiones más atrasadas, a
la manera de Vietnam.
En el
siglo XX, distintos acontecimientos, del más diverso carácter, constituyeron el
marco sociopolítico en el cual se desenvolvió el socialismo, como lo fue la
Revolución Rusa, a fines de la Primera Guerra Mundial, que surgió por el
descontento generalizado del pueblo ruso con la catastrófica participación de
Rusia en esta conflagración.
Terminada
la Primera Guerra Mundial, el orden mundial se trastoca en forma total. El
Imperio Austro-Húngaro desaparece. La Inglaterra colonial decae. Estados Unidos
de América se consolida como la gran potencia del siglo. El Imperio Otomano se
desmiembra e irrumpen los nacionalismos árabes. Surge el fascismo, tanto en
Alemania como en Italia, hasta culminar en la Segunda Guerra Mundial, a cuyo
término comenzó todo un movimiento, instigado y alentado por la Unión
Soviética, de descolonización. A su vez, Mao Tse-tung, ahora Mao Xedong, lidera
en China un exitoso proceso revolucionario. Francia va a perder sus posesiones
en Asia. Ya a fines de los años 50, viene el triunfo de la Revolución Cubana
que, contra lo esperado por muchos, no se expandió como se preveía.
En casi
todos los procesos anteriores, el socialismo fue actor relevante. Las
categorías de análisis de carácter marxista permitían explicar todos los
procesos... Pero, finalmente, el acontecimiento más trascendente del siglo para
los efectos de este trabajo, es la caída de los socialismos reales, a
fines de los años 80. Ello constituyó, a no dudarlo, un golpe enorme para el
prestigio del socialismo, del cual, por cierto, aún no se repone.
Algunos
creen que el mercado, estructura básica del capitalismo, se consolidó en una
forma tal, luego de la debacle de los socialismos reales, que ni
siquiera la última crisis capitalista podría poner en riesgo su vigencia.
IX.
Vigencia del marxismo
EI
pensamiento marxista es un todo coherente con sus principios y sus postulados
fundamentales. El materialismo histórico, el determinismo económico, la lucha
de clases, la plusvalía, la alienación, son conceptos que Marx elaboró a lo
largo de toda su vida, aportando elementos propios, redefiniendo conceptos de
sus contemporáneos, complementando otros de épocas pretéritas. A todos Marx les
dio su sello personalísimo, llegando a estructurar un sistema de pensamiento
totalizador, donde nada queda afuera, la religión, la ciencia, la sociedad, el
derecho, la cultura, el arte; todo ocupa un lugar armónico en el universo
marxista. Entonces, el desarrollo de la humanidad, por primera vez, se
presentó frente al pensamiento científico como un proceso histórico natural,
subordinado a las leyes generales, no obstante su complejidad y variedad.
Ahora,
cuando el siglo XXI ha comenzado, estudiar la vigencia del marxismo es un
ejercicio de suyo complejo. Y lo es, a juicio de muchos, porque detrás hay una
carga valorativa muy grande, y es muy difícil referirse con objetividad a una
corriente de pensamiento cuya importancia y trascendencia resulta innecesario
destacar. Así, normalmente, la ideología reemplazará a la idea, el prejuicio al
juicio ponderado y sereno, el dogma al sustento racional y mesurado de un
concepto. El marxismo ha sido declarado por algunos como perteneciente "al
baúl de la historia, como obsoleto, conservador y anticuado".
Para un
análisis objetivo del marxismo es preciso distinguir, si nos estamos refiriendo
a la concreción del ideario marxista en un sistema político, jurídico,
económico y social presente o pasado, puesto que no es posible perder de vista
lo que ocurrió con los socialismos reales.
Ahora
bien, otra cosa es lo que sucede con el marxismo como método de análisis de los
fenómenos sociales. En este campo, creemos que el pensamiento marxista ha
perdurado, se mantiene vigente. El determinismo económico permite entender
fenómenos sociales absolutamente actuales, en que otras categorías de análisis
fracasan. Así, el marxismo plantea que fenómenos como la religión, el derecho y
otros pertenecen a la superestructura, y, por tanto, están supeditados a
lo que ocurre con la economía. Dicho de otra manera, la economía es la que
mueve la historia. Piénsese en la guerra del Golfo, Estados Unidos sostiene que
ha hecho esas guerras en búsqueda de la democracia en la zona, pero resulta,
casualmente, diríamos nosotros, allí había y hay abundante petróleo. ¿Y por qué
no Estados Unidos no ha buscado la democracia en la empobrecida África?
Por
otra parte, se crítica a veces al marxismo señalando que Marx no previó
fenómenos como la catástrofe medioambiental, consecuencia colateral del modelo
de explotación capitalista. Sin embargo, se cree que el marxismo puede explicar
a cabalidad este y otros fenómenos nuevos, lo que no sucede con las
conclusiones obtenidas siguiendo teorías pertenecientes a otras vertientes
ideológicas.
Finalmente,
es menester citar a Arthur Koestler, lúcido literato, desilusionado del
marxismo ya en los años 40 del siglo pasado, quien, no obstante su desilusión,
escribió algo así como que "el marxismo resulta ser el tábano cuyo aguijón
ha humanizado al capitalismo”.
X.
El socialismo en América Latina y Occidente a fines del siglo XX
El
siglo XX termina con la década más pobre en actividad y en pensamiento
socialistas. Los rasgos principales, en esos años,
de la sensibilidad socialista son la perplejidad, la decepción, la duda; algo
así como lo que señala el uruguayo Rodrigo Arocena, "Después del
comunismo, la izquierda se halla en una semiparálisis". En los 80, en
el marco del proceso de renovación, se vivificó un pensamiento
socialista inspirado en los movimientos sociales; en el esfuerzo por repensar
la democracia, generándose incluso un desarrollo al amparo de la crítica al
socialismo realmente existente (Deves, E., p. 177, 2004).
Pueden
destacarse, sin embargo, algunos trazos positivos, con distintos grados de
significación. Uno de estos consistió en el recurso de aferrarse a algunos
temas buscando allí supervivencia y legitimidad. En algunas oportunidades,
pensadores socialistas o de izquierda (no necesariamente sinónimos) abordan
estos temas como lugares a partir de los cuales podría reformularse un
discurso. Por así decirlo, buscan pragmáticamente puntos sensibles desde
donde relanzar una ofensiva teórico-práctica que les otorgue un nicho para
existir o les genere apoyo social o, como dice Francisco Weffort, para
sobrevivir, el socialismo deberá buscar una nueva “raison d'être”. Siendo una
posibilidad la cuestión medioambiental, que apunta a identificar
reivindicaciones socialistas con el medio ambientalismo. Otra, es identificar
el socialismo con los afanes utópicos. Otra forma consistió
en despojar al socialismo de toda dureza, precisión o carácter, para
simplemente identificarlo con los nobles valores del humanismo (Gustavo Marín),
con la disminución de la injusticia (Jorge Amado), con la fraternidad mundial
de hombres libres felices y cabales (Rodrigo Arocena).
Una dimensión diferente de
la sensibilidad de la izquierda en el fin de siglo, es la destacada por Jorge
Castañeta. Para el autor de La utopía desarmada, "toda izquierda
hoy es tendencialmente reformista y pacífica" o, para decirlo de manera
más fuerte, aparece caducada "por ahora, de la noción misma de revolución
en América". Esta posición pacifista y reformista sería
provocada, piensa el mexicano, por tres razones: "El desmoronamiento
del Este europeo, la imposibilidad conceptual y financiera de contemplar una
ruptura con la economía de la globalidad, y la renuencia a provocar de nuevo
fracturas sociales" (op. cit., p. 178).
Los
temas del pensamiento socialista (o de la izquierda) en el fin de siglo pueden
jerarquizarse, siendo claramente el más importante la crítica al
neoliberalismo, en especial, a las prácticas del neoliberalismo, como un modelo
incapaz de generar bienestar para la mayoría, además de ser concentrador de la
riqueza, crítica que se ha hecho extensiva a la globalización (globalización
neoliberal) como fenómeno a medias identificado con el antiguo imperialismo.
Numerosos autores han insistido en este aspecto, aunque obviamente no siempre
desde la misma perspectiva: Octavio Ianni, Francisco Weffort, MarilenaChaui,
Emir Sader, en Brasil; Enrique Ubieta, en Cuba; José Arico, Hugo Biagini,
Eduardo Bustelo, Alberto Minujin, Atilio Doran, Beatriz Sarlo, Arturo Roig,
en Argentina; Aníbal Quijano, en Perú; Fernando Calderón, en Bolivia; Edgardo
Lander, en Venezuela; Agustín Cueva, en Ecuador; Ricaurte Soler, en Panamá;
Daniel Camacho, en Costa Rica; Alejandro Serrano Caldera, en Nicaragua; Tomás
Moulian y Rodrigo Alvayay, en Chile, y Pablo González Casanova, en México.
XI.
Socialismo y micropoderes
Una
innovación de los postulados socialistas de fin de siglo, en búsqueda de un
espacio y de un nuevo discurso, se encuentra en la adopción del foucaultismo,
con el discurso de los micro poderes. El cambio de las estructuras y la
necesaria hegemonía sufren al menos una reinterpretación e incluso una
suplantación a partir de la idea de la construcción de los micro poderes:
genéricos, étnicos, etarios. Las agrupaciones socialistas acogen y se hacen
eco de las reivindicaciones de sectores que reclaman justicia sociocultural y
calidad de vida a nivel planetario. En este
esquema, el tema de la democracia como participación y acceso al poder, es
también reinterpretado como derecho a la diferencia. De este modo, el
discurso del socialismo se encuentra con el del liberacionismo, contribuyendo a
darle un nuevo rostro a las posiciones de la izquierda latinoamericana y
occidental. A este respecto, Benjamin Arditi postula que “el pensamiento
progresista contemporáneo se caracteriza, entre otras cosas, por el apoyo
inquebrantable al derecho a ser diferente". Explicita esta afirmación al
decir que el impulso inicial del compromiso con la diferencia -cuya expresión
programática se conoce como “política de la identidad”- fue la defensa
de grupos marginados o subordinados, en virtud de su diferencia, por el
racismo, el sexismo, la homofobia y el clasismo dominantes y, a la vez, la
conquista de un trato igualitario de esas diferencias dentro de la
sociedad".
Esta
perspectiva, que mira las cosas desde los micropoderes y lo cultural, es,
probablemente, lo más novedoso de los planteamientos de la izquierda en las
postrimerías del siglo XX. Esto ha llevado a pensar en el poder, como forma de dominación que no puede
explicarse únicamente a partir de la organización del trabajo, haciendo por
ello decaer la noción monista del socialismo. Este cambio ha llevado a
modificaciones como las propuestas por Adolfo Sánchez Vásquez, quien sostuvo
que el proyecto marxista de emancipación tiene que tener presente una nueva
relación entre el hombre y la naturaleza" o
que la “liberación nacional o femenina no pueden ser alcanzadas, como Marx y el
marxismo han sostenido, al resolverse las contradicciones de clase",
debiendo, por ende, “abandonarse semejante reduccionismo de clase".
El
abandono de un Marx duro, marcado por Friedrich Engels y Lenin; el abandono
del clasismo e, incluso, el abandono de Antonio Gramsci-tan citado en los 80
como desaparecido en los 90 -han sido correlativos del surgimiento de las
teorías sajonas de la democracia y la justicia como, en casos, de la
inspiración en Michel Foucault con la focalización en lo micro, en lo
doméstico, hace imposible pensar un proyecto de corte continental o
mundial, siendo, desde ciertas perspectivas, un bloqueador para pensar constructivamente,
un mundo globalizado. Pero incluso desde una inspiración en las teorías
políticas sajonas, más funcionales a pensar algo así como “un nuevo orden
mundial socialista”, salvo excepciones, no se ha apuntado hacia allí. En tal
sentido, el pensamiento socialista de los 90 se ha realizado mucho más como
preguntas y críticas, que como propuestas. Y cuando se ha querido realizar
como propuesta, ha quedado más apegado a los grandes valores (solidaridad,
humanismo) que a los programas socio-económico-políticos. Por esto mismo, no
ha sido tampoco capaz de enfrentar el tema de la integración continental, y
menos en términos económicos, contentándose en ocasiones con lo cultural
(op.cit., pp. 179-181).
XII.
Hacia el siglo XXI
Al finalizar
el siglo XX, A. Touraine plantea que “La democracia no encierra simplemente un
conjunto de garantías institucionales, individuales, colectivas, ni se basa
únicamente en las leyes, sino, sobre todo, en una cultura política orientada a
la individuación, y donde la mejor manera de definirla es combinando el
pensamiento racional, la libertad personal y la identidad cultural. La cultura
democrática se define como un esfuerzo de combinación de la unidad y la
diversidad, de la libertad y la integración” (Touraine, A., p. 26, 1998).
Para
Giddens, la democracia pluralista es hoy el ideal político universal, con la
importancia que van adquiriendo las instituciones supra y plurinacionales, y la
exigencia de una profundización democrática en todos los niveles de opinión,
presión, agitación y participación. Los riesgos económicos, sociales y
ecológicos globales demandan alguna forma de “democracia global” (Giddens, A.,
p. 154, 2000).
La
estrategia revolucionaria predominante en el
siglo XX fue víctima de un fatal malentendido, de una destructiva dualidad
entre discurso doctrinario libertario y práctica política efectiva, que reforzó
el poder estatal. El foco declarado era que la revolución se tomaba el Estado
anterior para destruirlo y construir otro, cuyo régimen político era una
democracia de base, concretizada en la existencia de soviets que se escalonaban
desde abajo hacia arriba. Mas, el poder en vez de descentralizarse se
concentró en el Estado, más aún que durante el dominio burgués. Se trató de
un poder voraz que, como ya se ha dicho, cubría todas las esferas, no solamente abarcaba el ámbito de la economía, a través
de la planificación centralizada y la gestión por mandato, sino también la
política, con la fusión entre partido-Estado y con la direcci6n total de la cultura.
Por tanto, era un poder omnímodo, que regía el arte, la ciencia y el mundo de
las creencias de los individuos.
Las dos
estrategias de la izquierda del siglo XX constituyeron puntos separados y
distantes, pero del mismo continuo, el del estatismo, pertenecieron a la misma especie, aunque no a la misma familia.
Para ambas políticas el Estado representó el núcleo central. En el caso de los socialismos
reales, efectivamente se destruyeron los estados precedentes para
reconstruir, a contrapelo de la teoría, la forma máxima del Estado providencia,
es decir una especie de Estado dios, castigador y proveedor.
Los
experimentos socialdemócratas o reformistas construyeron estados de bienestar,
más laicos que los anteriores y menos globales, pero a los cuales se les
atribuye la capacidad de otorgar felicidad hedonista, con lo cual en vez de
desarrollar sujetos políticos, desarrollan clientelas en búsqueda de confort u
organizaciones corporativas que identifican el interés propio con el general. En
todo caso, son experimentos exitosos como estados de bienestar, donde se han
conjugado el bienestar social con la democracia política. La duda actual es si
desde un punto de vista económico estos estados podrán indefinidamente
soportar la presión en inversión y gasto social.
El
socialismo del siglo XXI debe abandonar el error del siglo XX, la estadolatría
o culto al Estado. En un caso, ese culto produjo muertes e internalizó un temor
atávico; en el otro, castró la energía social. El Estado no debe escribirse con mayúscula. No es ni el origen de toda decisión
política, ni el tabernáculo de un poder fundante del orden, ni el único o mejor
regulador del mercado, ni el depositario de la racionalidad, por tanto, no es
el objetivo (positivo) de la política ni el centro hacia el cual debe
orientarse la acción de cambios, no representa el núcleo. El Estado es siempre
equívoco, instala un simulacro de universalidad, con lo cual dota de
legitimación a los intereses particulares que representa. No existe tal
universalidad como algo esencial y preexistente, lo que hay es la construcción
de una coexistencia que proviene de acuerdos entre intereses distintos y que
requiere de una constante deliberación.
Una
política socialista debe recuperar de forma nueva el ideal originario de la
desestatización. EI mejor Estado es aquel desde donde se puede combatir contra
el propio Estado, desarrollando la asociatividad de ciudadanos, trabajadores, productores. A esa estrategia
política de lucha contra el capitalismo, distinta de la forma revolucionaria o
de la forma reformista, se la puede denominar transformación. Ella es distinta
de las dos políticas anteriores, aunque puede coincidir en algunos aspectos. La
diferencia central con la política
revolucionaria consiste en que no busca la toma del poder para destruir el
Estado existente y poder instalar una nueva dictadura política. La estrategia de transformación democratizadora del
capitalismo se niega a instaurar un régimen de dictadura, aunque sea esta la dictadura
del proletariado, porque desconfía de todo reforzamiento, incluso
provisorio, de la dominación política.
La
política de transformación busca evitar por todos los medios la guerra a
muerte. Evitar la guerra a muerte tiene dos significados: evitar
perder, lo que sería muy probable dada la correlación de fuerzas a nivel
mundial, pero también (y eso es lo más importante) evitar ganar, porque el
triunfo lleva al pacto con Leviatán, significa caer prisionero para siempre de
la cultura de la guerra a muerte. Lo dicho no es un juego de palabras,
es apuntar a la tragedia de violencia que ha cubierto la historia y también a
la ferocidad de la violencia burguesa. La experiencia histórica no solo ha
mostrado que en el socialismo nunca hubo real socialización de los medios de
producción, sino también que las revoluciones socialistas nunca pudieron
superar su marca de origen y siempre debieron afirmarse sobre la coerción;
nunca lograron construir una democracia participativa porque la guerra a
muerte nunca amaina, es perpetua. No finalizó con el término de la guerra
civil provocada por los enemigos de la Revolución Rusa. En la postguerra se
prolongó en la Guerra Fría, anulando todos los esfuerzos de las economías
socialistas para orientarse a mejorar el nivel de vida de sus pueblos.
“La guerra
a muerte es un dato, es el sueño transmutado en
pesadilla; es, pues, un dato que obliga a pensar en el socialismo sin
ilusiones. El nuevo socialismo busca, como realización de su proyecto,
desarrollar la máxima democratización, aunque ello signifique sustituir la
ilusión del fin del Estado por la máxima socialización del poder y el fin de la
explotación a través de una economía distributiva y de sujetos económicos” (Moulian,
2001:112).
EI nuevo
socialismo conserva esa vocación antiestatista, y se propone buscar
activamente que el Estado devengue en semiestado, sin creer, sin embargo, que
este pueda extinguirse.
Para
entender las razones de ese giro es necesario discutir la definición funcional
del Estado. Efectivamente, el Estado es siempre un instrumento de dominación,
blanco, por tanto, de sospechas, por el concurso de tres cuestiones
principales: a) administra un orden social que privilegia los intereses
particulares de ciertas clases, b) busca legitimar ese orden como orden
universal, respecto al cual pretende generar consenso, y c) separa al pueblo
del poder político, concentrando en la cúpula los poderes de decisión respecto
a los fines y a la combinación de medios para alcanzarlos.
La
misión básica del Estado es realizar la operación
de hacer pasar un orden socioeconómico que favorece los intereses de ciertas
clases, como un orden natural, bueno para el
conjunto de la sociedad, y tener la capacidad para realizar esas misiones recurriendo más a la
persuasión que a la represión o al disciplinamiento, ese es el gran éxito del Estado.
Uno de
los principales objetivos de una política de transformación del capitalismo es
el combate por una democracia política plena, la lucha por ampliar las
fronteras de la libertad política, de la representación y de la participación,
que otorga la democracia liberal. Una de las maneras a través de las cuales el
Estado deviene semi-Estado, para seguir usando la metáfora de Lenin, es
mediante la socialización del poder político. Esta se realiza a través de un
doble movimiento de fragmentación y esparcimiento de ese poder,
orientándose ambos movimientos a limitar la distancia entre gobernantes y
gobernados. Esto significa pasar de una democracia solamente representativa a
una democracia participativa.
Una
democracia participativa, materializada en una sociedad concreta, supondría
por lo menos estas seis formas de arreglo institucional: a) fragmentación y
esparcimiento del poder político para crear espacios de participación activa,
b) iniciativa popular en materia legislativa, c) democracia interna en los
partidos y politización de sus debates, d) espacio público abierto y plural,
compatible con una sociedad deliberativa, e) funcionamiento de asociaciones
autónomas de resguardo de los derechos humanos, de tipo político, f)
reforzamiento de la libertad personal de decisión sobre materias morales.
No debe
buscarse en estas proposiciones un valor descriptivo. No se trata de la escritura
de una Constitución, sino de indicios que permiten visualizar horizontes de
lucha. Además, tampoco se trata de crear un cierre. Una democracia
participativa no se agota, ni mucho menos, en los ejes de sentido mencionados
ni menos en las propuestas institucionales concretas. Estas últimas son meras
hipótesis de trabajo (Moulián, Tomás, pp.109-123, 2001).
La
palabra democracia tiene dos significados para
Chomsky (p. 44, 1994), uno es su acepción real y, el otro, el opuesto. El
opuesto es el que se utiliza con propósitos de control ideológico.
Para
el sentido común, la democracia es un sistema político que ofrece la
posibilidad de que la generalidad de la
población juegue un papel significativo en la administración de los asuntos
públicos En el sentido de democracia que se utiliza para control doctrinal, en
contraste, la sociedad es democrática cuando imperan los procesos empresariales
sin interferencias de la población inoportuna. Por supuesto, la primera
significación de democracia siempre ha sido una amenaza para las elites.
Jacques
Geneviève (p. 48,2009) señala que le corresponde al movimiento de derechos
humanos desarrollar las normas y mecanismos jurídicos y éticos para el respeto,
la protección y la realización de los derechos fundamentales sean garantizados
a todos y utilizar sus
capacidades y experiencias en la movilización de la opinión pública en el
ámbito de los derechos económicos, sociales y culturales, como lo ha hecho
para los derechos civiles y políticos.
El
desafío es determinar, a nivel de cada nación y a nivel internacional, cuáles
son los dominios donde es necesario y posible actuar ahora, inventando nuevas respuestas adaptadas a las nuevas relaciones
de fuerza y a los nuevos actores. Será necesario encontrar un lenguaje que motive
las energías capaces de convocar a la opinión pública a movilizarse para
defender y promover los derechos humanos fundamentales, amenazados en estos
tiempos de ruido y miseria. Las libertades y los
derechos humanos no progresan nunca por sí solos.
Mirando
al futuro, Moulian (pp. 154-174, 2009) nos presenta un proyecto pensando en
Chile, pero con las precauciones necesarias de general aplicación, donde
entrega direcciones, objetivos generales, señales y huellas para el futuro Tratando de construir un mapa donde se indican
caminos y sendas en el terreno. No se trata de soñar una sociedad perfecta,
sino de una sociedad perfectible, donde aparezcan signos de perfeccionamiento
de la democracia, sus elementos se indican a continuación:
a)
Una sociedad deliberativa
Un
sistema democrático implica que existe un Estado de Derecho, pero debe ser más
que eso, o será puro discurso sobre derechos que no serán reales, careciendo de
otros elementos que también definen una democracia, como son representación y participación.
La
primera tarea, en el caso del desarrollo de la democracia chilena, debe ser
convocar a una Asamblea Constituyente, donde el gran tema sea la
transformación de la democracia representativa en democracia participativa.
b)
Una sociedad descentralizada
El
Estado chileno debe transformarse en un Estado con autonomías regionales. El
objetivo central es buscar la descentralización. Es necesario estimular las
prácticas deliberativas de los ciudadanos, construyendo espacios de
participación, para ello se requiere desterritorializar el poder.
c)
Una sociedad ideológica, pero tolerante
La
recuperación de las ideologías y los partidos es una condición de existencia
de una democracia. Cuando los partidos caen en la tentación neoliberal de la negación
de las ideologías, se produce su crisis, y con ello se deriva hacia una
democracia técnica, concebida como mero ajuste
entre economía de libre mercado y régimen representativo, con restricción de la
libre soberanía de la mayoría.
La
democracia que se postula es aquella en que la comunidad política está en una
continua revisión de sus objetivos, aquella de la libre soberanía de la
mayoría, que el neoliberalismo niega por temor. En esa
democracia deliberativa, por ser indispensables las ideologías como cuerpos de
justificación y reflexión sobre los proyectos, la tolerancia se transforma en
una indispensable virtud política.
La
tolerancia es la virtud política que permite conciliar creencias fuertes con
conflictos regulados, que se mantienen en el plano del enfrentamiento cívico,
y donde ninguna fuerza aspira a la desaparición del adversario.
d)
Una
sociedad de emprendedores
Una
sociedad de emprendedores es aquella donde los ciudadanos toman conciencia de
que la dirección de la economía es asunto de ellos y no una cuestión de los
empresarios y los tecnócratas. Luchar por hacer participativa la gestión de las
empresas es pensarse como emprendedor.
e) Una sociedad con mentalidad industrializadora
Una
política de exportación de manufacturas capaz de competir en los mercados
externos requiere reajustes importantes en las
relaciones entre Estado y mercado, se necesita un Estado activo pero
industrializador, que resguarde esa actividad en los tratados internacionales
que suscribe.
El
desarrollo industrial necesita: a) Una política orientada a la exportación, que
implica una refundación de la CORFO (Corporación de Fomento de la Producción).
b) Inversiones destinadas a la preparación de
recursos humanos de nivel técnico y universitario, y c) Despliegue de una
política de inversiones en ciencia y tecnología.
Se
desea modificar la educación y construir nuevas
escalas de prestigio social, que valoricen las manualidades, las destrezas
técnicas, la habilidad mecánica por sobre la capacidad burocrática de la sociedad
de servicios tradicionales.
Resulta
necesario que estos problemas sean asumidos por los ciudadanos, recogidos por
los partidos y convertidos en temas de deliberación pública, porque son un problema central de la política de desarrollo.
f)
Una sociedad con libertad moral
El
aspecto positivo de los procesos de despliegue del individualismo contemporáneo
tiene que ver con la individuación, que es el desarrollo de la capacidad de los
individuos de ejercer su autonomía moral por encima de los valores gregarios,
de las imposiciones eclesiásticas o de las costumbres transformadas en hábitos.
En Chile, se está lejos de poseer esa libertad, pues la Iglesia Católica y
ciertos medios de comunicación ejercen verdadero terrorismo moral.
La
sociedad debe permitir que los individuos puedan decidir libremente sobre las
opciones de reproducción, sobre las opciones sexuales, sobre las opciones
matrimoniales.
g)
Una sociedad solidaria
Se
requiere un desplazamiento desde el eje del tener al eje del ser, porque la
solidaridad ha desaparecido y prima la posición del individuo autorreferido,
cuyo derecho al confort, a los placeres e incluso a la ostentación de su
riqueza no conoce límites.
La
solidaridad tiene pleno sentido en una cultura del ser, en la cual la
integración social recupera su importancia valórica, no solo funcional, y
donde el individuo se piensa integrado a otros. El principio de la solidaridad
apunta hacia la optimización de la combinación de la libertad con la igualdad.
La profundización democrática no será posible sin el
desarrollo de una cultura de la solidaridad; la auténtica democracia se debe
materializar en una mayor igualdad, que debe combinarse con la libertad, lo
cual implica resignificar la jerarquía de prioridades.
h)
Una sociedad expresiva
Lo
fundamental es poder tener la oportunidad de desarrollar las capacidades
expresivas, todos los que lo deseen deben poder hacer poesía, teatro, música,
danza, video, literatura, pintura o artes visuales. El derecho a la
expresividad, a desarrollar las facultades creativas, tiene que constituir una
reivindicación central de los movimientos ciudadanos.
i)
Una sociedad sin miedo
Norbert
Lechner afirma que “el fin de la dictadura es el fin de la represión, pero no
del miedo”. A su vez, Moulian, respecto de Chile, señala que La existencia de
traumas asociados a la experiencia pasada, materializada en cicatrices que
permanecerán de por vida porque hubo victimización y daño, necesita de una
política de la memoria.
La
sociedad chilena parece haber perdido la capacidad de experimentación, a pensar
futuros posibles, siendo responsable de ello la matriz económica de mercado más
una democracia representativa de baja
intensidad. Existe un miedo generado por el funcionamiento de la economía
liberal. Los bajos niveles de organización y de conflictividad laborales
expresan el pleno sometimiento de la fuerza de trabajo que ha conseguido el
capital.
Otro
aspecto en la misma dirección es la resultante
indirecta del predominio neoliberal. Una sociedad que de manera estructural
tiende a desintegrar y que por su cultura tiende a fragmentar, es comprensible
que genere niveles mayores de delincuencia. Si se agrega la importancia que los
medios de comunicación y ciertos aparatos ideológicos le asignan al tema, se
aumenta el pánico social y en ocasiones se busca de manera premeditada
sobredimensionar los niveles de delincuencia, evitando mostrar que en muchos
casos constituyen formas de realizar con medios anónimos los fines
institucionalizados.
j) Una democracia generalizada
El
mercado y la democracia auténtica tienen inevitablemente conflictos, porque la
segunda reconoce derechos universales que no dependen del acceso al dinero,
como son el derecho a la educación, a la salud,
a la cultura, a la vivienda. Un combate por generalizar la democracia es
también una lucha anticapitalista, la cual persigue el
lucro, mientras la democracia insiste sobre las necesidades.
La
democracia generalizada no sacrifica la libertad a la igualdad y no acepta que una burocracia iluminada conceda desde
arriba los beneficios. La sociedad democrática es una sociedad de sujetos
sociales, que siempre están explorando la posibilidad de más libertad y mayor
igualdad.
XIII.
Consideraciones finales
Conforme
a nuestra visión del hombre, de la sociedad y de la vida misma, podríamos estar
de acuerdo en que los regímenes marxistas no constituyen la única solución
alternativa y determinante, en la evolución histórica, al actual sistema
capitalista o neocapitalista, ya que existen otros sistemas democráticos que también
postulan soluciones a los problemas que afligen a los pueblos.
Indudablemente,
el neoliberalismo ha creado una sociedad en que capital y trabajo son términos
antinómicos. Sabemos, igualmente, que el trabajo
creador, en cualquiera de sus formas, es la fuente generadora del mayor capital
existente, y ese no es otro que el hombre, y en ese contexto no podría
aceptar las desigualdades sociales y económicas que convierten al hombre en
esclavo del hombre.
De
igual modo, corresponde mencionar que existen ciertos postulados ideológicos
que se deberían examinar con sumo interés. Estos postulados son: el estudio racional y científico del mundo
natural y social; la concepción de que el centro del universo es
definitivamente el ser humano; que las manifestaciones espirituales son una
expresión de la evolución material y de relevante importancia en la vida
individual y colectiva; la aspiración a una sociedad igualitaria, en que el
hombre pueda tener las mismas posibilidades de desarrollo, con libertad de
expresión, que involucra, desde luego, el respeto por las ideas de los demás.
Frente
a posiciones contrapuestas, resulta de particular interés el examen que debemos
hacernos respecto a un tema muy propio del ser humano, y que es el relativo al trabajo,
actividad que constituye el medio que ha
permitido pasar de la animalidad a lo humano. El trabajo es un instrumento de perfección y perfectibilidad humanas,
que no debe considerarse nunca como una
mercancía sujeta a las leyes del libre mercado, sino que debe tener su
justa participación en el proceso productivo como su elemento más importante.
Asimismo,
en estas consideraciones se hace necesario
destacar el trato equitativo que debe otorgarse al trabajo, tanto físico como
intelectual, por constituir ambos la expresión de la voluntad humana, siendo
ellos vitales y necesarios para una digna y constructiva existencia individual
y social.
Para
concluir, valga expresar que sin identificarse con una determinada doctrina
política, debiendo aceptar que estas son y serán creadas por hombres inspirados
en solucionar los problemas de cada pueblo en cada momento de su historia,
en función de las circunstancias culturales, económicas, sociales u otras
predominantes, y que, modificadas aquellas circunstancias, las doctrinas se vuelven
inoperantes u obsoletas, y necesitan ser
reemplazadas por nuevas doctrinas para dar solución a las también nuevas
dificultadas que emergen en la sociedad.
En este
contexto, un camino que debiera explorarse es lo planteado por la democracia
participativa, donde las comunidades y las personas que la integran participan
activamente y deciden su futuro, dentro de un bosquejo político, social,
cultural, económico, ético y de tolerancia.
FUENTES
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