Resumen.
Este trabajo busca indagar en la campaña política y la gestión del primer
gobierno federal no priista en México. A través del concepto de neodecisionismo
se intentará comprender en qué medida Vicente Fox pudo establecer y desarrollar
un liderazgo que le permitiera concretar las reformas estructurales que
formaron parte de su agenda. A su vez, se pondrá de manifiesto el marco
institucional y político con el cual el nuevo presidente se enfrentaría una vez
en el poder. Tomando como contraejemplo la experiencia en Argentina de Carlos
Saúl Menem se intentará demostrar que dichos marcos funcionaron como limites
infranqueables para el gobierno foxista, impidiendo el surgimiento de
prácticas neodecisionistas como las que caracterizaron a varios países de
América Latina en los noventa.
Summary.
This paper seeks to investigate the political campaign
and the management of the first non-PRI federal government in Mexico. Through
the concept of neodecisionismo will seek to understand the extent to Vicente Fox
was able to establish and develop leadership to let him realize structural
reforms that were part of their agenda. In turn, it will highlight the
institutional and policy framework with which the new president would face once
in power. Drawing on the experience in Argentina counterexample of Carlos Saul
Menem will attempt to show that such frameworks functioned as insuperable
limits to the Fox government, preventing the emergence of practices that
characterized neodecisionistas as several countries in Latin America in the
nineties.
Liderazgo Político y
competencia partidaria en México: “Administración Fox. El primer gobierno no
priista. El liderazgo y sus límites con un Parlamento Dividido”.
Por: Matías Mariano Dobrzanski
Introducción
La
democracia, entendida como un proceso de participación en elecciones libres,
justas y competitivas (Anduiza-Bosch, 2004) sólo se logró en México como
resultado de un proceso de liberalización del sistema electoral y la
competencia partidaria, que se inició con la reforma electoral de 1977 y fue
mostrando una mayor competitividad de los partidos opositores al Partido
Revolucionario Institucional (PRI) en las sucesivas elecciones distritales
(Valdés Zurita, 1995). De esta manera se fue debilitando la hegemonía priista
que había caracterizado al sistema político mexicano desde la década del 30,
llegando a un punto de inflexión en las elecciones federales de 1997 donde el
PRI perdió por primera vez el dominio histórico en la Cámara de Diputados. Como sostiene Joseph L. Klesner durante la década de los 90 los partidos
opositores desarrollaron estrategias regionales que les permitieron ir
construyendo localmente el apoyo a sus partidos (2005). Durante este proceso se
fue articulando una competencia partidaria donde el PRI y el Partido Acción
Nacional (PAN) compiten por el poder en las zonas del norte y centro-oeste y
el PRI y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) en el sur.
En
el año 2000 el candidato a presidente por el PAN Vicente Fox, ganó las
elecciones nacionales en los Estados Unidos de México, consiguiendo un hecho
histórico al ser el primer presidente que no provenía de las filas del PRI. Fox
consiguió el 42.52 % de los votos relegando al candidato del oficialismo al
segundo puesto. Como sugiere Moreno en la década del 90 la contienda política
giró en torno a la idea de cambio o de mantenimiento del Statu Quo (2003).
Después de los resultados de 1997, los temas principales de la campaña
presidencial se centraron directamente en la posibilidad de que el PRI, por
primera vez, sea derrotado y de esa manera se consiguiera un cambio en el
escenario político nacional, idea que Fox iba a saber explotar muy bien en su
figura de “político diferente” y “hombre honesto” con la cual se presentaba. El
candidato del PAN consiguió reunir en torno a su figura a una amplia coalición
de votantes a lo largo del espectro electoral.
Si
bien, Fox, accedió a la presidencia como candidato panista, el PAN no pudo
aprovechar el clima de época para imponerse a nivel local ni para conseguir
ser la primera minoría en el Congreso de la Unión. Siguiendo los datos del Instituto Federal Electoral se puede observar que el
presidente, tanto en los primeros tres años de su gobierno como después de las
elecciones del 2003, nunca superó el 41 % de los escaños en ninguna de las
cámaras y sólo obtuvo nueve gubernaturas (25%). Si bien ya había comenzado en 1997, a partir de ese momento se iba a poner de manifiesto en México las implicancias que trae
aparejado para el presidencialismo el problema de la rigidez del sistema en los
casos de gobierno dividido (Linz, 1997). Fox no contó a lo largo de toda su
presidencia con una mayoría propia que le permitiera ejercer el poder necesario
para llevar a cabo la transformación de país que tenía como objetivo, ya que
muchas de las medidas que se prometieron, y que formaban el fuerte del
proyecto, tenían que lograr, para implementarse, la modificación de la
constitución por lo cual el presidente no pudo imponer, prácticamente, ninguno
de los proyectos reformistas que formaban parte de su agenda.
Tomando
como herramientas de análisis los conceptos de líder, liderazgo, estado de
excepción y neodecisionismo, (Baldioli-Leiras, 2010) se intentará abordar el
gobierno del presidente Vicente Fox para tratar de determinar en qué medida
pudo establecerse como líder, desarrollando o intentando desarrollar un fuerte
liderazgo que le permitiera romper algunas prácticas políticas del viejo
régimen autoritario-corporativo y así avanzar en el proceso de democratización
iniciado en 1977. Si bien el escenario en el que asume Fox no es el de crisis
económica, social y de legitimidad, característicos de los periodos de ruptura
de la década del noventa en países de América Latina como Perú, Argentina o
Venezuela, el clima de fin de siglo en México era el de cambio del Statu Quo,
el momento de romper definitivamente con el viejo orden priista, para lo cual
sería necesario un liderazgo capaz de concentrar en sí todas las fuerzas
dispuestas al cambio, enfrentando el aparato priista que, por primera vez en la
política nacional, ocupaba el rol de opositor al gobierno. Con la intención de
poner de manifiesto la relación particular que se dio en México entre el
liderazgo de Fox y los límites institucionales y partidarios del escenario
político, se tomará como contraejemplo el caso argentino de la primera
presidencia de Carlos Saúl Menem (1989-1995). Si bien no se profundizará en el
tema, se marcarán las líneas generales de un líder político que supo aprovechar
un escenario de crisis económica, política y social para construir un
liderazgo que le permitió gobernar durante 10 años en el marco de las reformas
estructurales que caracterizaron a América Latina en la década del 90.
Como
se señaló anteriormente es interesante, desde esta perspectiva, indagar sobre
la figura de Fox como líder que rompe con una cultura política de más de medio
siglo, donde, inequívocamente, las elecciones nacionales las ganaba el PRI. En
este sentido es de especial interés preguntarse por las cualidades políticas
del candidato panista, cómo logro presentarse como ese líder capaz de torcer
definitivamente el rumbo de la historia política mexicana, qué aptitudes,
resaltadas durante la campaña electoral, le valieron para servirse con la presidencia.
A partir de aquí comienza a jugar un rol central la introducción y el uso de la
mercadotecnia política en la campaña presidencial de Fox de cara a las
elecciones del 2000. Como sostiene Adriana Borjas Benavente, el estilo de
campaña política foxista, que privilegió la mercadotecnia política, fue un
factor determinante en la configuración del modelo propagandista de
comunicación política en México (2003).
Una
vez en la presidencia la imagen de líder político de Fox iba a ser puesta a
prueba. Éste llegaba al poder con la promesa de transformar definitivamente las
estructuras políticas, sociales y económicas de un México al cual le había
llegado la hora de la modernización. Dichas transformaciones sólo podrían ser
sostenidas bajo la construcción de un fuerte liderazgo político que pudiera
movilizar para su causa a vastos sectores de la sociedad y, que además, le
permitiera contar con el apoyo necesario dentro del marco institucional que
rodea al proceso de toma de decisiones en México. Como veremos más adelante, el
marco constitucional, los resultados electorales en el poder legislativo y el
fuerte arraigo del priismo en distintos actores sociales se presentaron como
límites infranqueables para el ex gobernador de Guanajuato. La falta de apoyo
legislativo iba dejar en el tintero gran parte de las reformas estructurales y
constitucionales que formaban parte del proyecto que lo había lanzado a la
presidencia. En este escenario y a diferencia del caso argentino las
instituciones políticas funcionaron efectivamente como un freno para el
surgimiento de prácticas neodecisionistas que el estilo de líder populista y
hombre redentor, con el que Fox logró triunfar en las elecciones, podían hacer
prever.
Antecedentes:
El viejo modelo.
El
año 1997 marca un punto de inflexión en las instituciones políticas mexicanas.
Bajo la presidencia de Ernesto Zedillo se iba a terminar de materializar el
proceso de liberalización política, sentando las bases para que por primera vez
se comience a pensar en un recambio presidencial que respondiera a las demandas
de la ciudadanía por medio de la competencia electoral y partidaria. En ese
año, por primera vez en la historia del país, las elecciones de medio término
iban a ser organizadas por un órgano independiente. A partir de esto, el PRI
perdió la mayoría absoluta (histórica) en la Cámara de Diputados y la primera elección para jefe de gobierno de la Ciudad de México. Pero este momento crucial en la
democracia mexicana responde a un proceso que comienza a gestarse en la reforma
electoral del año 1977.
Como
es sabido el PRI se mantuvo en el poder por más de setenta años. Con lo cual
preguntarse por su origen es remontarse a las consecuencias sociales y políticas
que el país heredaba de la famosa revolución de 1910-1917. En 1929, luego de
la muerte del recientemente electo presidente Álvaro Obregón, el ex presidente
Plutarco Elías Calles, formó el Partido Nacional Revolucionario (PNR) para
amalgamar a todas las organizaciones políticas y sociales de México con el
objetivo de terminar con las luchas violentas entre caudillos rivales que
habían emergido como producto de la revolución. Si bien hasta la llegada de
Cárdenas al poder el partido sirvió como vehículo personal de dominación de
Calles sobre la política del gobierno nacional, desde sus comienzos se
presentaría como el partido de masas capaz de encausar el legado revolucionario
y lograr la estabilidad política y social. El PNR, que era concebido como el
primer intento de institucionalización del orden revolucionario, funcionó desde
el principio bajo la lógica corporativista de poder, estableciendo una fuerte
alianza con el ejército y los sindicatos, ejerciendo, además, un fuerte control
burocrático sobre los trabajadores y campesinos. A su vez, la incorporación de
los sectores populares formó parte de la estrategia de las nuevas conducciones
políticas que, para consolidar su posición dentro de las fracciones dominantes,
utilizaron la movilización de éstos como cruciales recursos políticos (Ruth B.
Collier-David Collier ,1991). Pero, como es lógico, la movilización y el apoyo
de los sectores trabajadores y campesinos se efectuaban con la contraparte de
concesiones reales, materiales y de participación, que las elites políticas se
veían obligadas a brindar. Además, el apoyo campesino y obrero fue la base del
poder político que acumularon los gobernadores a lo largo de este proceso (Ruth
B. Collier-David Collier ,1991). Si bien durante el periodo 1928-1934 se
conformaron tres gobiernos de corte más conservador, que intentaron acotar el
avance de los sectores campesinos, a partir de 1934 el presidente Lázaro
Cárdenas reorienta la política hacia la inclusión de dichos sectores de forma
similar a la del movimiento obrero. A cambio de grandes reformas que beneficiaron
a una parte importante del campesinado, el gobierno logró institucionalizar el
apoyo obtenido a través de la constitución de ligas agrarias a nivel estatal
que en 1938 fueron agrupadas en la Confederación Nacional Campesina (CNC) siendo, de esta manera, formalmente incorporadas al
partido. “En la época que Cárdenas dejó la presidencia, para 1940, había
formado una alianza con la clase trabajadora a través de su confederación
predominante, la CTM –Confederación de Trabajadores de México- , instituido
una serie de reformas, otorgado buena cantidad de concesiones y beneficios
laborales, y triunfado en la incorporación de los sectores populares en un
integrado partido multiclasista” (Ruth B. Collier-David Collier ,1991).
Como producto de la revolución, el PRN, se erigía como principal herramienta de
articulación de las distintas fuerzas políticas convergiendo en él los
distintos líderes y organizaciones que contaban con representatividad y
capacidad de movilización. El partido se desarrolló, de esta manera, como la principal
institución para la competencia política, ya que dentro de él se dirimían los
acuerdos y des-acuerdos en la lucha por el poder público, estableciendo un gran
predominio en el escenario político. A partir de esta lógica, fuerzas tanto
conservadoras como populistas convivían dentro de la estructura del partido y
se disputaban el poder nacional. Es así como en diciembre de 1937, Cárdenas
anuncia su intención de reorganizar el partido para reflejar los cambios que se
venían dando en su gobierno institucionalizando la representación de los
sectores populares. Tres meses más tarde, el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) sustituía al PNR fundado por Calles. En 1946 adquiriría la
denominación actual en el marco de la incorporación de dirigentes civiles con
educación universitaria. A partir de allí el Partido Revolucionario
Institucional (PRI) seguiría teniendo un rol central en la política mexicana.
Como se intentó poner de manifiesto, el PRI fue desarrollándose y creciendo a
medida que se reconstruía el nuevo Estado mexicano pos-revolución. La
influencia del partido, que se extiende en todos los niveles políticos y en las
principales organizaciones sociales a lo largo de la historia del país, es
producto de este rol central que jugó como canalizador de las fuerzas que
surgían en el escenario posrevolucionario y que iba a permitir la construcción
del Estado moderno y el poder central.
La
hegemonía del PRI en la política mexicana data entonces, desde hace más de 70
años. El rol central que adquirió en la reformulación no sólo del Estado sino
de las mismas relaciones de fuerzas lo colocó como mediador fundamental de las
tensiones sociales negociando directamente con las distintas corporaciones. De
esta forma las instituciones democráticas adquirirían un funcionamiento
particular, permanentemente denunciado por los sectores disidentes que, al ir
por fuera del partido, quedaban prácticamente excluidos del proceso de toma de
decisiones. A medida que el PRI se convertía en el elemento clave de lo que se
ha denominado régimen de partido de Estado (Rhina Roux, 1997), se iría
configurando un discurso nacionalista que se materializó más claramente en las
décadas del 40 y 50, donde se destaca la política de nacionalización de los
recursos petrolíferos. A partir de la reorganización partidaria de 1946,
comenzaría un proceso que centralizaría aun más el poder real en torno de la
cúpula de la dirigencia partidaria en detrimento del que gozaban las
organizaciones y corporaciones que formaban parte de la alianza hegemónica. La
figura del presidente de partido adquiría un rol cada vez más importante,
presentándose como el principal recurso político que motivaba los
enfrentamientos entre las distintas facciones y familias que formaban parte del
partido. Este proceso de concentración de poder fue facilitando a su vez el
funcionamiento de las prácticas políticas, como el dedazo, que garantizaban la
sucesión presidencial de manera estable dentro de la organización. La
maquinaria partidista a nivel nacional, que el PRI había logrado desarrollar
durante todos estos años, funcionaba, por medio del clientelismo político y la
cooptación, como garante del triunfo electoral del sucesor del partido.
A la par de este proceso y como reacción a las políticas del periodo de mayor
radicalización populista, se crea en 1939 el PAN, partido surgido de la Unión Nacional Sinarquista que, según Manuel Alcántara Sáez, era una organización de tipo
fascista, tan características de la época (1994). A la postre, el PAN, iba a
ser considerado como el partido opositor ubicado a la derecha del PRI. Durante
todas estas décadas, si bien quedó al margen de la competencia política a nivel
nacional, el partido creció y se consolidó a nivel municipal y estatal. Al
igual que en el caso del PRI, pueden distinguirse hacia dentro del partido
distintos grupos y sectores. En líneas generales se identifican dos corrientes,
la vinculada a los empresarios y la católica (Soledad Loaeza, 1997). Si bien
los une el rechazo al PRI y al populismo como fenómeno político, ambas
corrientes difieren en el diseño y la implementación de políticas económicas y
sociales. Según Francisco Reveles se puede identificar una corriente pragmática
y una doctrinaria (1998). La primera más vinculada a los sectores de derecha y
las posturas más liberales, la segunda orientada hacia el centro del espectro
ideológico. Para el autor los primeros fueron desbancados de la cúpula del
partido hasta los 80, pero volvieron a recuperar el poder en la década del 90
logrando colocar sus candidatos para la presidencia.
A
principios de 1989 se forma el Partido de la Revolución Democrática en base al Partido Mexicano Socialista y la Corriente Democrática. Esta última es caracterizada, por Lawrence Boudon, como el
desprendimiento del ala izquierdista del priismo, sobresaliendo la figura de
Cuauhtémoc Cárdenas (1998), quien se convertiría en líder indiscutido del
partido, imprimiendo un fuerte sesgo carismático a la organización (Abal
Medina, 1998) a pesar de los avances que en materia de institucionalización se
lograron durante la década del 90 (como el primer congreso nacional y la
elección directa de las autoridades del partido). Un año antes, en las
elecciones presidenciales que coronaron a Salinas de Gotardi, Cárdenas,
candidato presidencial derrotado, no había aceptado formalmente la derrota
iniciando un escenario de continuas denuncias de corrupción contra el PRI, que
serían, a futuro, la principal bandera de lucha del partido contra la hegemonía
priista. El PRD se presentó a sí mismo como un partido de centro-izquierda, terminando
de ordenar la estructura partidaria y dejando al PRI en el centro del espectro
electoral. A partir de 1994 el partido reorienta su estrategia y pasa del nivel
nacional al local, concentrando sus esfuerzos, principalmente, en el Distrito
Federal y algunos estados del sur y del centro (Klesner, 2005).
En
1983 se produjo un hecho fundamental para el futuro de la democracia mexicana.
Las autoridades electorales reconocieron el triunfo de la oposición en varias
elecciones municipales de las ciudades más importantes del país. Esto formaba
parte del proceso de reforma que había comenzado con José López Portillo en
1977 (luego de una elección presidencial, en 1976, donde ningún partido pudo
presentar una opción de oposición al PRI) en un régimen que ya era incapaz de
sostener su legitimidad democrática. El proceso de reforma avanzaría durante
las próximas dos décadas hasta alcanzar un punto de inflexión: en 1997 con la
plena aplicación de la ley de financiamiento público y fiscalización del
proceso electoral, el PRI pierde una de los principales pilares de su hegemonía
política, la mayoría en la cámara de diputados. Como se señaló anteriormente
el clima que caracteriza al fin del milenio es muy distinto del que se podía
prever décadas atrás. Un México modernizado en muchas de sus estructuras
económicas y sociales, pero que sin embargo atravesaba todavía por grandes
problemáticas como el narcotráfico, la violencia y la pobreza, parecía estar
preparado para dar el gran salto en la competencia política democrática. Por
primera vez en toda su historia existía la posibilidad, real, de que el sistema
político procesara las demandas de la mayoría de la ciudadanía, por primera
vez, el presidente de la Unión, sería elegido por su pueblo. La idea de cambio
dominó la contienda, en donde aquél que lograra presentarse a sí mismo como ese
cambio, tendría grandes chances de ser el primer presidente no priista después
de 70 años. El escenario se prestaba ideal para el surgimiento de un nuevo
líder, una figura capaz de terminar definitivamente con la vieja política, a la
cual se la culpaba de los males que atravesaba el país.
Año
2000: Nuevo líder al poder en un contexto de cambio.
Una de las preguntas fundamentales que guían este trabajo es en qué medida la
personalidad de Fox, sus atributos y virtudes, sus experiencias previas
profesionales tanto en el ámbito privado como público, contribuyeron para que
el PRI perdiera por primera vez la presidencia. Como se viene sosteniendo, el poder
del partido hegemónico, cada vez más cuestionado, se fue erosionando a medida
que el país crecía y se modernizaba y por ende, aquél, se mostraba ya incapaz
de sostener la fachada democrática de un régimen que se vio obligado a abrir,
paulatinamente, las puertas del juego político a los partidos opositores. En el
año 2000 tres iban a ser las opciones, reales, que los ciudadanos tenían para
elegir. El PRI como siempre presentaba a su candidato oficial, en este caso
Francisco Labastida, el PRD volvía a postular a Cuauhtémoc Cárdenas y el PAN
presentaba a Vicente Fox Quesada.
Fox,
segundo de nueve hermanos, se crió en la hacienda familiar el Rancho San
Cristóbal, ubicada en el municipio de San Francisco del Rincón en el estado de
Guanajuato. Criado dentro de un entorno acomodado y con una fuerte inculcación
del catolicismo, decidió estudiar, siguiendo los deseos de su padre,
administración de empresas en la Universidad Iberoamericana (UIA). Pero en 1964 abandonó la facultad para comenzar con una
exitosa carrera profesional en el ámbito empresarial. Ingresando desde abajo en
la filial, para México y Centroamérica, de la multinacional Coca-Cola, llegó a
convertirse, en 1975, en presidente de la división regional. En 1979 abandonó
la multinacional para dedicarse a trabajar en los negocios familiares. El grupo
Fox, sociedad de empresas vinculadas a actividades de agricultura, le abrió las
puertas de la Cámara de Comercio Mexicano-Americana y la Asociación de Industriales de Guanajuato. A mediados de los 80 el empresario comienza a
mostrar un creciente interés por el desarrollo social y cultural de su Estado,
promoviendo y asistiendo a diferentes organizaciones con fines solidarios. Su
ingreso formal en la política, en 1988, se dio en la organización que mayor simpatía
generaba entre los terratenientes, la burguesía nacional y las clases
acomodadas urbanas: el PAN.
Fox
comenzó siendo secretario de finanzas del Comité Directivo Estatal del PAN en
Guanajuato y en las elecciones federales del 6 de julio fue electo diputado
federal por el Tercer Distrito de León. Concluidas sus funciones legislativas
en 1991, el empresario se largaría, en ese mismo año, para competir por la
gobernación del estado. Fox, que perdió las elecciones con el candidato del
PRI, no dejó de denunciar el fraude priista y pasó al frente, siendo el
principal promotor, de la resistencia civil al nuevo gobierno electo. La
magnitud que alcanzaron dichas movilizaciones, obligaron al entonces presidente
de la nación, Carlos Salinas, a darle la derecha a los panistas. Si bien la
solución arribada no llevó a Fox a la gubernatura, representó un duro golpe
para el PRI, que formó parte del proceso de decadencia en el cual, como se
mencionó antes, había entrado el régimen hacia ya más de una década. El ex empresario
volvió a presentarse en las elecciones del 95 donde, esta vez, derrotaría al
candidato priista con el 58% de los votos. Ya desde la gubernatura mantendría
un crítico discurso a la gestión del presidente Zedillo. Fiel a su experiencia
y valores, el nuevo gobernador imprimió a la gestión estatal un perfil liberal,
motivando la iniciativa privada y las inversiones, generando un crecimiento
económico importante para el estado. El 10 de julio de 1999, el gobernador de
Guanajuato, anunciaría su candidatura oficial a la presidencia. Después de
imponerse sin oposición en las internas del partido, el 14 de noviembre fue
proclamado el candidato oficial del PAN para las elecciones federales del año
2000. De esta manera, Fox llegaba a las elecciones, no sólo con un discurso
opositor al partido oficialista, sino con una historia, si bien corta, de
fuerte lucha y rechazo al régimen priista en indiscutible retirada. La
experiencia empresarial, marcada por el esfuerzo personal y el éxito lo
presentaban como un hombre trabajador, constante y capaz, mientras que su
experiencia política le permitía presentarse como verdadera opción de oposición
a la vieja política. Si bien esto es cierto, Cárdenas contaba, también, con
extensas credenciales como político opositor al priismo. En este punto la
capacidad de Fox de presentarse, durante la campaña electoral, como el único
líder político con las condiciones de sacar a México del viejo modelo fue
fundamental.
Como
se señaló en la introducción, la estrategia de campaña electoral foxista
permitió captar gran parte del voto no partidario que buscaba, hacia fines del
milenio, el cambio en el Statu Quo. Según Benavente el candidato del PAN
desarrolló plenamente el modelo de comunicación política definido por Achache
como propagandista al introducir la mercadotecnia en su campaña electoral
(2003). “El modelo propagandista de comunicación política asume el carácter
teológico de la propaganda en tanto que plantea <como instancia final una
realidad trascendente> al espacio público, expresada a través de discursos
impregnados de promesas y cuya esencia ideológica los hace indiscutibles e
<infalsificables>” (Benavente, 2003). Además, una característica de este
modelo es que la convicción de la propaganda depende de la fe de los receptores,
los cuales se comportan como espectadores, sin producirse un intercambio
comunicativo. La influencia del mensaje no radica principalmente en su
contenido sino en la forma y dinamismo que se le imprime (Benavente, 2003). En
este sentido la idea de cambio político que dominó las elecciones fue utilizada
por Fox para la construcción de esa realidad trascendente. El mismo candidato
abrió la campaña electoral al anunciar, dos años antes de las elecciones, sus
ambiciones presidenciales. A partir de allí, se pondría al frente del escenario
opositor marcando los tiempos de una campaña que, desde el principio, se
presentaba atípica. Desde un principio, por medio de la mercadotecnia,
(herramienta que el candidato conocía bien por haber dirigido esa aérea en Coca-Cola)
consideró a los electores como clientes a los que había que darles la razón y
satisfacerlos (Benavente, 2003). Por medio de sondeos realizados
estratificadamente, desde la campaña, se intentaba cubrir las expectativas de
todos los grupos. El discurso que se presentaba por momentos incoherente, ya
que apuntaba a representar demandas contradictorias, terminaba por unificarse y
fortalecerse en el llamado al cambio político y el triunfo definitivo de la
democracia. A su vez, la campaña de Fox, no sólo contó con el aparato panista,
sino que fue respaldada y activamente promovida por sectores de la sociedad
civil agrupados en torno de la Asociación Amigos de Fox, que excedía largamente el alcance al cual podía aspirar el panismo como partido, sumando a su campaña
diversos colectivos sociales comprometidos con erradicar la hegemonía priista.
Fox
logró explotar sus orígenes, sus valores y su personalidad por medio de una
campaña sobradamente exitosa en términos comunicacionales. Con un discurso
claro y sencillo logró centrar en él la figura del cambio desplazando a
Cárdenas, que si bien al igual que el panista ponderaba el recambio
presidencial en el marco del fortalecimiento de las instituciones
democráticas, utilizó un discurso mucho más racional que, por su contenido,
era más difícil de captar por el electorado (Benavente, 2003). A través de este
discurso puso de manifiesto su misión de transformación del país, misión que
implicaría una ardua tarea.
El
2 de agosto del año 2000 el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TRIFE) proclama ganador de las elecciones federales a la Alianza por el Cambio, frente electoral que llevaba como candidato a la presidencia a Vicente
Fox Quesada, con el 42,5% de los votos. La ciudadanía se había expresado, y lo
había hecho a favor del cambio. En realidad, había votado al candidato que
mejor había sabido representar esa demanda durante la campaña electoral. El
primero de diciembre el ex empresario y gobernador asumió la presidencia con la
enorme responsabilidad de dirigir los destinos del país, poniendo a prueba su
capacidad de liderazgo, por la cual había sido elegido, para llevar adelante
las transformaciones económicas, políticas y sociales que formaban parte de ese
nuevo México que él mismo había animado a creer posible.
El
proyecto político y la política de reformas.
El nuevo gobierno asumió el poder en un marco por demás ordenado y con la
aceptación y felicitación de las fuerzas políticas competidoras. El presidente
anunció el inicio de un gobierno de transición y de grandes cambios pero que
apuntaba a ser plural e inclusivo. Si bien la performance del partido en
las elecciones legislativas habían superado cierta expectativa, la realidad era
que el PAN, no sólo no contaba con la mayoría, sino que pasaría a ocupar la
segunda minoría en ambas cámaras, después del PRI y seguido por el PRD. A nivel
local el partido manejaba sólo nueve gobernaturas.
Las
reformas buscaban subsanar 71 años de gobiernos no democráticos apuntando a
impulsar un desarrollo económico con rostro humano, que no estuviera sometido a
los lineamientos neoliberales que los noventa habían puesto en la agenda y que,
en México, habían sido implementadas por las últimas dos administraciones
priistas. Uno de los principales objetivos sería la creación de empleo masivo,
por medio del ahorro y la inversión, de tal magnitud que pueda extenderse y
alcanzar a las capas empobrecidas de la población, que para ese momento se
calculaban en 45 millones de personas. Si bien la apuesta económica era de
perfil liberal, ya que apuntaba a mejorar la competitividad de la economía,
durante la campaña había desmentido que se fuera a privatizar Petróleos
Mexicanos (PEMEX) y La Comisión Federal de Electricidad (CFE). Además de la política económica, Fox, planteó como objetivos principales de su gobierno la
lucha contra problemáticas sociales históricas del país como el narcotráfico y
el crimen organizado. Una de las cuestiones centrales que el presidente afirmó estar
dispuesto a solucionar fue el destrabamiento del
marco jurídico para Chiapas por medio del otorgamiento de la autonomía efectiva
a las comunidades indígenas. En materia de política exterior la principal
apuesta foxista estaba orientada hacia el fortalecimiento de la relación
bilateral con los Estados Unidos. El objetivo era lograr ampliar el Tratado de
Libre Comercio Del Atlántico Norte (TLCAN) hasta incluir la libre circulación
de personas entre los tres países miembros.
Todas
estas intenciones debían materializarse en el marco de profundización de las
instancias democráticas del poder público y su relación con la sociedad civil.
Como se señaló anteriormente, la victoria del PAN ponía de manifiesto la
demanda de democratización de la ciudadanía. En este sentido la propuesta se
comprometía a una importante reforma en la profesionalización de la
administración pública, el fortalecimiento del federalismo y el equilibrio de
poderes, impulsando, además, la participación de la ciudadanía por medio de la
incorporación, en la Carta Magna, del plebiscito y el referéndum. La apuesta
era fuerte porque, en realidad, no podía ser de otra manera. El reemplazo del
partido gobernante significa mucho más que un cambio de signo político, representaba
el fin de una época, de una historia y de una cultura política que habían
arraigado fuertemente en la sociedad. En este escenario las instituciones
políticas jugaron un rol fundamental. Varias de las reformas que el nuevo
gobierno intentaría, apuntaban a modificar legislaciones que gozaban de rango
constitucional, con lo cual, para su reforma, se requería de una mayoría
calificada. El mismo respeto y afianzamiento de los valores y prácticas
democráticas, que Fox declaraba que era primordial ponderar y defender, jugaron
en la coyuntura como un límite no sólo a la ejecución de prácticas de tipo
neodecisionistas, sino también a la misma construcción y desarrollo de un liderazgo
político que el nuevo presidente había sabido transmitir durante la campaña
política y que era crucial para llevar adelante las reformas pregonadas. Como
se tratará más adelante, la influencia y el arraigamiento del PRI en las
distintas esferas de acción y en las distintas corporaciones, como los
sindicatos, dejó a Fox un margen muy acotado de acción. Si el marco
institucional se presentó como un freno a la práctica neodecisionista, el
aparato priista se mantuvo permanentemente activo, durante los seis años, para
tratar de impedir que el nuevo gobierno logre generar fuertes consensos en la
sociedad civil que le permitan operar, dentro de las instituciones, con la
legitimidad necesaria para transformar e impulsar ese nuevo México que se había
prometido.
Como
principales medidas políticas del proyecto foxista que requerían la
modificación de la constitución se encontraban: la solución del conflicto de
los derechos de los pueblos indígenas a la autodeterminación y la autogestión
de sus tierras y sus recursos, la sustancial modificación del marco fiscal, uno
de los menos recaudatorio de América Latina, necesaria para equilibrar las
variables macroeconómicas y aliviar los compromisos asumidos por el Estado en
materia de deuda externa y las reformas para regular las relaciones laborales,
modernizar la función pública y expandir la participación del capital privado
en el sector energético. Como veremos, ninguna de estas reformas pudo llevarse
a cabo como el presidente quería. Y esto no es menor. Estas medidas eran el
tronco del modelo foxista proyectado para la construcción de un país diferente.
Formaban parte de la modernización económica, social y política que se intentó
implantar desde el comienzo.
Otra
cuestión a la cual el nuevo presidente iba prestar central atención y dedicar
un gran esfuerzo era al posicionamiento de México en política exterior. Dos
eran las apuestas. Primero, como ya se mencionó, estrechar los vínculos con los
E.E.U U. a fin de avanzar en el marco de la integración regional por medio del
TLCAN, permitiendo la libre circulación de trabajadores y la adopción de
mecanismos de cooperación que puedan reducir las diferencias sociales y estructurales
entre los miembros y, además, en el marco bilateral, lograr dar una solución
definitiva al problema migratorio y la situación ilegal en la que se
encontraban más de tres millones de trabajadores mexicanos en el país vecino.
En segundo lugar México debía abandonar la cómoda postura de no injerencia en
los asuntos internos de otros estados. El nuevo gobierno apostaría a jugar un
rol más activo en los foros multinacionales, defendiendo y promoviendo
políticas de derechos humanos a nivel regional y mundial.
Fox
y la construcción del liderazgo.
Límites
estructurales e institucionales.
Una
pregunta interesante para hacerse, sobre todo si se compara con los casos de
liderazgos políticos en Sudamérica es por qué el presidente, que llegó al poder
con el apoyo de la ciudadanía y concentrando en sí mismo las fuerzas
mayoritarias que apuntaban hacia un cambio esperado por décadas, no pudo,
durante seis años en el gobierno, implementar el grueso de las reformas que lo
habían llevado a la presidencia. La respuesta parece responder a causas de
distinto orden. Lo primero que hay que tener en cuenta es que las grandes
reformas que se anunciaban, apuntaban a modificar temas sustanciales que
gozaban de rango constitucional y que requerían, por lo tanto, de un gran
consenso en las fuerzas políticas que participaban del proceso de toma de
decisiones.
Según
el artículo 135 de la Constitución de los Estados Unidos de México: “La
presente constitución puede ser adicionada o reformada. Para que las adiciones
o reformas lleguen a ser parte de la misma, se requiere que el Congreso de la Unión, por el voto de las dos terceras partes de los individuos presentes, acuerden las
reformas o adiciones, y que éstas sean aprobadas por la mayoría de las
legislaturas de los Estados”. Con lo cual no sólo es necesario obtener un
consenso mayoritario a nivel nacional sino que las fuerzas políticas tienen que
lograr, además, imponer las reformas como mínimo en 16 estados de la Unión. Estos procedimientos formales hacen, de hecho, muy complicado el proceso de reforma. Como
ya se adelantó, el PAN, no sólo no contaba con una mayoría calificada, sino que
no contaba con la primera minoría (en ninguna de las cámaras para ninguno de
los periodos legislativos 2000-2003, 2003-2006). Los proyectos de reformas
enviados por el presidente al Congreso tenían pocas chances de ser aprobados si
éste no lograba el apoyo del PRI.
Uno
de los conceptos teóricos que se nombraron en la introducción es el de neodecisionismo.
El decisionismo como teoría política moderna toma cuerpo a partir de los
escritos del jurista alemán Carl Schmitt y consiste en la primacía que adquiere
la decisión política sobre la norma escrita en momentos de excepción como el
Estado de Naturaleza político-social y/o económico (Baldioli-Leiras, 2010). De
lo que se desprende que el objetivo de la decisión política se orienta a
conservar la misma unidad política, el Estado, como prioridad absoluta, en una
coyuntura que amenaza con su destrucción. Si bien el jurista alemán lo pensó
como expresión de las crisis políticas, sociales y económicas de la Alemania de su tiempo, el estado de excepción arribado por algunos países de América Latina
hacia fines de los ochenta, producto del desgaste de la matriz estado-céntrica
y de las crisis fiscales y políticas que lo expresaban, permiten utilizarlo
para estudiar e interpretar los procesos en los cuales surgieron fuertes
liderazgos políticos que actuaron por encima de las instituciones,
transformando el marco jurídico que las sostenía, como en los casos de Menem y
Fujimori (Baldioli-Leiras, 2010). En este marco de fin de siglo de los países
latinoamericanos es que se puede hablar de neodecisionismo. Si bien conserva,
del concepto de Schmitt, la idea de un fuerte liderazgo, aparecerá ahora más
proclive hacia el clima de época que el neoliberalismo imponía, y que proponía
como salida de la crisis fiscal y económica un Estado Mínimo sin tanta
centralidad y funcionalidad frente a la sociedad (Baldioli-Leiras, 2010). Ahora
bien, la situación en la que asumió Fox, si bien no era un estado de excepción
como en la Argentina del 89 ¿Ameritaba el surgimiento de prácticas
neodecisionistas? ¿Era posible que dichas prácticas surgieran? Ambas preguntas
parecen responderse de la misma manera. Si se considera solamente lo expuesto
hasta aquí, las reformas promovidas sólo podrían haberse puesto en marcha si
Fox hubiera logrado la construcción de un liderazgo tal, que le hubiera permitido
avanzar sobre las enmiendas constitucionales que regulaban los temas que
formaban parte de la agenda reformista. Pero la única manera de lograrlo era
por medio del congreso, ya sea con mayorías propias o estableciendo pactos con
los demás partidos. El entramado institucional impedía que el presidente
actuara solo. A partir de aquí el liderazgo foxista no tendría otro camino que
el intento de construir un pacto o alianza con el PRI en torno a la
modificación de la política fiscal, laboral, energética y de la regulación de
la gestión pública.
Su
relación con el PRI.
El
PRI tenía por delante el enorme desafío de redefinirse como partido político. A
partir de la reforma de 1997, con la apertura de la competencia electoral,
participaría de elecciones competitivas en las cuales no tenía, ni mucho menos,
garantizado el triunfo. Si bien esto reconfiguraba drásticamente la posición
del partido, también es cierto que el aparato y la influencia del priismo
excedía lo meramente electoral. La mayoría legislativa y la relación del
partido con el sindicalismo, que se iba a poner de manifiesto en la política
energética, marcarían lo difícil que, a partir del 2000, sería para cualquier
gobierno no priista la conducción de la política nacional.
Ya
desde los comienzos de la carrera política de Fox en el Estado de Guanajuato, la
relación iba a ser de creciente oposición y rechazo al priismo, la cual
empeoraría durante la campaña presidencial, que como ya se señaló, se orientó
alrededor del llamado a terminar con la dictadura priista, y se manifestaría
concretamente durante el gobierno de Fox por medio de la hostilidad que los
diputados y senadores priistas presentarían a todos los proyectos de reforma
enviados por el ejecutivo al Congreso. En este sentido es importante resaltar
que el PRI contó durante el periodo 2000-2003 con 208 diputados (superando en
uno al PAN) y en el periodo 2003-2006 con 222 diputados. Si se tiene en cuenta
que el total de la cámara se compone de 500 diputados y que la reforma
constitucional requiere de las dos terceras partes, no es necesario decir mucho
más al respecto sobre la importancia que el bloque priista tenía en las
reformas de las enmiendas constitucionales, simplemente, mantenía poder de
veto. Para graficar la importancia que asume el problema del gobierno dividido
en los presidencialismos (Linz, 1997) basta describir tres de las problemáticas
que el ejecutivo intentó encarar en los primeros años de gobierno.
Al
día siguiente de asumir su cargo, el presidente retiró el ejército de Chiapas y
anunció el inminente envío del proyecto de ley sobre Derechos y Cultura
indígenas elaborado por la Comisión Parlamentaria de Concordia y Pacificación (COCOPA). La gran mayoría de los diputados rechazaron el texto tal cual fue presentado
y propusieron realizar una serie de modificaciones que limitaran las demandas
de los neozapatistas. Como era de esperarse, los líderes del ejército de
liberación exigieron que el texto sea sancionado tal cual fue redactado por
COCOPA. El presidente, que en todo momento mostró voluntad para solucionar el
conflicto, se hizo eco de las reticencias del Congreso y ratificó la ley
sancionada por el mismo el 25 de abril del 2001. Dicha ley limitaba en gran
medida el derecho a la autodeterminación de los pueblos y ni el ejército
zapatista ni varios de los congresos provinciales (incluido el de Chiapas) la
aceptarán. Si bien no se volvieron a producir conflictos armados por este
motivo, la voluntad del presidente de otorgar la autodeterminación a los
pueblos indígenas, como había prometido, fue limitada y cuestionada no sólo por
la totalidad del priismo sino, incluso, por algunos legisladores panistas.
Para
el secretario de Hacienda y Crédito Público, Francisco Gil Díaz, era
absolutamente prioritaria la reforma del sistema fiscal. La principal medida
sería la creación de un Impuesto al Valor Agregado (IVA) del 15% para alimentos
y medicamentos con el fin de acrecentar notablemente los ingresos públicos. Si
bien el presidente intentó cosechar el apoyo necesario para una reformar que
requería de las dos terceras partes, la mayoría de los legisladores del PRI y
el PRD descartaron la posibilidad de implementar el IVA y sancionaron, a fines
del 2001, tres leyes en materia fiscal que no satisfacían las demandas del
ejecutivo.
La
misma suerte corrieron, durante los primeros años, los intentos del gobierno de
reformar la regulación vigente de las relaciones laborales, modernizar la
función pública y expandir el capital privado en el sector energético. En todos
los casos la parálisis de gobierno se ponía de manifiesto con un congreso
hostil que impedía las reformas estructurales prometidas por el presidente. Es
importante el caso de PEMEX porque ilustra lo que se viene sosteniendo desde la
introducción: el arraigo y el vínculo del PRI con los sectores sindicales. En
septiembre de 2002 estalló el escándalo sobre el presunto desvío de fondos,
unos 123 millones de dólares, de la compañía petrolera para financiar la
campaña política del PRI en las elecciones del 2000. Cuando en ese mes se
procede a la petición del desafuero de tres legisladores priistas implicados en
el caso, éstos, que eran también importantes líderes sindicales, convocaron al
paro de la plantilla esgrimiendo reivindicaciones salariales que excedían
largamente las aspiraciones de los cuadros medios de los trabajadores. Si bien
las interpretaciones del escándalo fueron variadas y estuvieron, como era
lógico, supeditas a diferentes lecturas políticas, no deja de ser cierto que
éste estallaba en la última parte del 2002, año previo a las elecciones
legislativas, a las cuales el PAN no llegaba de la mejor manera. Dos años de
gestión en un gobierno de tipo dividido habían desgastado lo suficiente al
panismo como para que el escándalo sea interpretado como una ofensiva del
gobierno sobre el priismo, de cara a las elecciones del 2003.
Como
muestran las frustraciones de lo que se consideraban los grandes proyectos
reformistas durante su gestión, Fox, no pudo y en todo caso, no supo,
construir los consensos necesarios para imponer sus ideas. Si bien las
instituciones y los partidos opositores funcionaron como importantes
limitaciones, el presidente, fue desgastando rápidamente la imagen que había
sabido construir durante la campaña, y la capacidad de liderazgo insinuada
empezaba a demostrarse impotente dentro del nuevo juego político del país.
Balance:
Logros y fracasos del proyecto foxista.
Sería
adecuado después de lo que se viene desarrollando, mencionar aquellas cosas que
el gobierno pudo presentar como logros de su gestión. Si bien no son muchas,
hay algunas que son importantes como para destacar. En lo que se puede
describir como política económica, en los primeros años el gobierno logró
subsanar algunas de las variables macroeconómicas, como por ejemplo la
estabilidad monetaria, el aumento de las reservas, el control del déficit
público y, principalmente, la reducción de la inflación hasta alcanzar el 4%
anual. Todas estas mejoras eran presentadas como consecuencia de la seriedad y
responsabilidad que el gobierno empezaba a imprimir a la administración
pública. En este sentido en junio de 2002 se sancionó la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental, ley que sería considerada un paso importante en la lucha
contra la corrupción. El gobierno también destacaba los avances realizados en
lo concerniente a la defensa de las instituciones y las garantías de la
democracia como así también la línea que éste marcaba con respecto a la defensa
activa y a la promoción de los Derechos Humanas en el escenario internacional.
De los fracasos ya se ha dicho bastante. A los frustrados proyectos reformistas
por la oposición parlamentaria hay que sumarle otras cuestiones a las cuales el
presidente se abocó con mucho ímpetu y terminaron con resultados parecidos.
Brevemente, podemos mencionar el fracaso de los reiterados intentos de Fox por
lograr mejores condiciones para los emigrantes mexicanos en EE.UU. (producto
también de las ondas de choque que el 11S dejaría durante todo el periodo) y
del deterioro al que el presidente llevó las relaciones con algunos de los nuevos
líderes políticos latinoamericanos (principalmente con Hugo Chávez Frías).
Además, al fracaso reformista ya mencionado se sumaría en el 2004 el intento de
modificar la seguridad pública y el sistema de justicia, esta vez el Poder
Judicial Federal sería el encargado de vetarlo. Si bien se había logrado
ordenar las principales variables macroeconómicas, esto se había logrado a
costa, como sucede por lo general, del crecimiento económico. Éste, que
promediaba para el sexenio un 2,3%, comenzó con porcentajes del 0,8 para el
2002 y 1,4 para el 2003 haciendo nulo el desarrollo con rostro humano que el
presidente había prometido.
Durante el año 2002 comenzarían las críticas de falta de liderazgo sobre el
presidente, que se multiplicarían ya pasado el 2003. Distintos grupos
empresariales, políticos e intelectuales de izquierda y derecha remarcaban su
falta de empuje y capacidad para la construcción de los consensos partidistas,
que desde el año 1997, eran centrales para poner en marcha las instituciones. Durante
el 2004 se sumaría el escándalo de Marta Sahagún (esposa del presidente) sobre
los supuestos de su candidatura presidencial y en el 2005 se sucedieron hechos
de extrema violencia entre bandas narcotraficantes y el problemático y conflictivo
desafuero de López Obrador. Estos hechos tendieron a erosionar aun más el
liderazgo del presidente, tanto fuera como dentro del partido, que cerró el
sexenio con un balance, aunque era entendido como negativo, tenía cosas
importantes para ser rescatadas por el próximo candidato panista. El PAN ganó
las elecciones nuevamente, pero el sector foxista del partido no renovó el
poder. De hecho gran parte de la campaña panista consistió en diferenciarse del
último presidente.
Conclusiones.
Como se trató de demostrar a lo largo del trabajo, en
el caso mexicano las instituciones políticas funcionaron como un límite al
posible surgimiento de prácticas neodecisionistas. Si bien esto puede
afirmarse, no deja de ser interesante preguntarse en qué medida el éxito de las
instituciones dependió del marco socioeconómico y de la capacidad de liderazgo
de Fox. Como se mencionó antes, en el 2000, la situación del país no era
similar a la de los países de Latinoamérica a finales de los ochenta. México ya
había superado los efectos de la crisis del tequila bajo la administración
priista, y había implantado gran parte de las reformas neoliberales que
formaban parte del clima de época. Los cambios que se esperaban eran otros, los
retos que se afrontaban también. Para México el cambio de signo político en el
gobierno abría una nueva etapa histórica, esperada por mucho tiempo y generó
una enorme expectativa sobre las posibilidades que se le abría al país a partir
de este gran paso. El mismo Fox había sabido explotar muy bien esa coyuntura
logrando identificar su figura con el cambio esperado. Pero la victoria de un
candidato presidencial no priista era, solamente, el primer paso. El poder que
el PRI ostentaba excedía ampliamente lo electoral y estaba profundamente
arraigado por décadas de hegemonía política. Con lo cual, y como se mostraría a
lo largo del sexenio, convivir y negociar con tamaño actor político sería una
de las principales condiciones para todo nuevo liderazgo que intentara
introducir reformas al orden social. En este sentido, si bien el marco
institucional-constitucional impedía, de raíz, el surgimiento de prácticas de
tipo neodecisionistas, Fox no logró utilizar y movilizar el clima de cambio,
que lo llevó al poder, para construir las alianzas y consensos necesarios para
gobernar dentro del marco institucional. El partido otrora hegemónico funcionó
durante las dos legislaturas como actor de veto sobre los proyectos del
ejecutivo. El grueso de las reformas del proyecto foxista se quedó en el
tintero.
En la introducción se adelantó que se señalarían algunas características del
liderazgo de Carlos Saúl Menem que podrían servir a la comprensión del foxismo.
Menem que asumió la presidencia en 1989, en plena crisis del modelo estatal
vigente hasta la época, supo aprovechar el estado de crisis para la
construcción de un liderazgo capaz de realizar las transformaciones necesarias
que, para salir de la crisis, recomendaban los centros financieros
internacionales. El nuevo presidente lograría concentrar en sí mismo el proceso
de toma de decisiones por medio de la disciplina partidaria, el fortalecimiento
del gobierno federal frente a los gobiernos provinciales, la utilización
recurrente del veto parcial y total, el uso de los Decretos de Necesidad y
Urgencia y la cooptación del Poder Judicial (Baldioli-Leiras, 2010). A su vez,
un ejemplo de la capacidad de liderazgo del ex presidente fue el Pacto de
Olivos que, a través del núcleo de coincidencias básicas, permitió el acuerdo
entre el presidente. La reforma tendió a concentrar aun más el poder en la
figura presidencial (Baldioli-Leiras, 2010).
Menem, a partir de su capacidad de liderazgo, consiguió redefinir el rol de las
instituciones de manera tal que pudo gobernar por medio de prácticas
decisionistas. En este escenario ni el congreso, ni los partidos opositores, ni
el poder judicial contaron con poder real para impedir ni limitar la
concentración de poder alrededor de la figura presidencial. Como vimos la
suerte de Fox no fue la misma. El presidente mexicano no pudo y no supo
construir un liderazgo que le permita movilizar amplios sectores de la sociedad
y la opinión pública en defensa de su causa. De esta manera los intentos de
reforma en un escenario que no era de ruptura de los lazos sociales, aunque sí
uno que auguraba grandes cambios sociales, políticos y económicos, chocaron
constantemente con la oposición del partido hegemónico que, dentro del marco
institucional y aprovechando su mayoría legislativa, puso duramente de manifiesto
las implicancias que la rigidez del sistema presidencialista tiene en los casos
de gobierno dividido (Linz, 1997). Pero el retroceso en la agenda reformista
del nuevo gobierno no sólo es producto de las limitaciones que se le
impusieron, sino también de la propia incapacidad del presidente para negociar
con la oposición, para negociar con el PRI.
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