RESUMEN
“En términos generales, la
identidad cívica se consagra en los derechos otorgados por el Estado a los
ciudadanos individuales, y en las obligaciones que éstos, personas autónomas en
situación de igualdad jurídica, deben cumplir. Los conceptos de autonomía,
igualdad jurídica, y participación ciudadana en la gestión de los asuntos
públicos, distinguen en teoría a la ciudadanía de otras formas de identidad
sociopolítica, ya sea feudal, monárquica o tiránica
El presente ensayo ahonda en
el concepto de ciudadanía y en la génesis histórica de la Identidad ciudadana
nacional moderna, para abordar finalmente las tesis que plantean desatar el
nudo gordiano de la ciudadanía más allá de la homogeneización nacional. A
saber, la nación de ciudadanos, la ciudadanía multicultural y el
comunitarismo”.
Palabras clave: ciudadanía,
nacionalismo, republicanismo, posmodernidad, multiculturalismo, comunitarismo.
ABSTRACT
“In general,
civic identity expresses on rights given by State to individual citizens and on
responsibilities they must obey. Concepts of autonomy, legal equality and
citizen’s participation on public affairs management are concepts that
difference in a theoretical manner the citizenship from other ways of social
and political identity such as feudal, royalist or tyrannical ones.
This essay digs
into the concept of citizenship and historical genesis of modern national
citizen identity to analyze in the end the thesis which tries to explain
citizenship beyond national standardization: a nation of citizens,
multicultural citizenship and community”.
Key words: citizenship, nationalism, republicanism, post modernism,
multiculturalism, community.
CIUDADANÍA Y NACIONALIDAD A
DEBATE:
IÑAKI VÁZQUEZ LARREA
Universidad Católica San Antonio
(UCAM)
Murcia, España.
Ivazquez@pdi.ucam.edu
inakiva@yahoo.es
“En términos generales, la
identidad cívica se consagra en los derechos otorgados por el estado a los
ciudadanos individuales, y en las obligaciones que éstos, personas autónomas en
situación de igualdad jurídica, deben cumplir. Los conceptos de autonomía,
igualdad jurídica, y participación ciudadana en la gestión de los asuntos
públicos, distinguen en teoría a la ciudadanía de otras formas de identidad
sociopolítica, ya sea feudal, monárquica o tiránica
El presente ensayo ahonda en
el concepto de ciudadanía y en la génesis histórica de la Identidad ciudadana nacional moderna, para abordar finalmente las tesis que plantean
desatar el nudo gordiano de la ciudadanía más allá de la homogeneización
nacional. A saber, la nación de ciudadanos, la ciudadanía multicultural y el
comunitarismo”.
Palabras clave: ciudadanía,
nacionalismo, republicanismo, posmodernidad, multiculturalismo, comunitarismo.
1.- INTRODUCCIÓN: LA IDENTIDAD SOCIOPOLÍTICA CIUDADANA
En términos generales, la
identidad cívica se consagra en los derechos otorgados por el estado a los
ciudadanos individuales, y en las obligaciones que éstos, personas autónomas en
situación de igualdad jurídica, deben cumplir. Los conceptos de autonomía,
igualdad jurídica, y participación ciudadana en la gestión de los asuntos públicos,
distinguen en teoría a la ciudadanía de otras formas de identidad sociopolítica,
ya sea feudal, monárquica o tiránica.
En su ya clásico Ciudadanía y
Clase Social, T. H. Marshall, identifica tres formas de ciudadanía, sobre
un correlato histórico proyectado al caso británico. La civil
(igualdad ante la ley), la
política (sufragio universal) y social (derecho social).
La ciudadanía plena se
consagra únicamente con la inclusión de los derechos sociales en el Estado
de Bienestar europeo tras la Segunda Guerra Mundial.
Desde una vertiente
antropológica J.G. A Pocock ha postulado la existencia de una doble línea en la
historia de la ciudadanía desde la época clásica. La natural, aristotélica,
que concibe al hombre como animal político, y la republicana., el homo
legalis, el individuo como entidad jurídica, de Marco Aurelio o Cicerón.
Riensenberg, por su parte,
prefiere distinguir entre una ciudadanía clásica, por su proyección
localista (municipal) y por una concepción ciudadana vinculada a la virtud
republicana, y la de la modernidad, de carácter más democrático y relacionada
con la lealtad política al Estado nación.
Destacar por último, las tesis
de Brubaker, por imprimir una impronta correctiva a la ciudadanía plena
de la modernidad de T H Marshall. Tal y como plantea Bottomore, en la
actualidad el concepto de ciudadanía se complejiza en sociedades en las
que las poblaciones no son homogéneas y no aborda el impacto los problemas que
ha creado las emigraciones masivas de la posguerra en Europa y Estados Unidos.
Los estudios de Brubaker abordan
la génesis de la moderna ciudadanía en estrecha relación con dos diferentes
concepciones nacionalitarias, republicanismo cívico francés y el
particularismo organicista alemán, para señalar que ambas nociones de ciudadanía
nacional proyectan a lo largo del siglo XX, sobre todo en relación a masas
migratorias, políticas de ciudadanía diferenciadas.
La concepción nacionalitaria
alemana es etnocultural y diferencialista, plantea una ciudadanía
alemana desterritorializada y etnicista, sobre el Volk de
la comunidad de origen, y es hostil a los procesos de asimilación/
naturalización territorialista. Por el contrario, la concepción
nacionalitaria francesa, republicana (política) y territorialista, plantea
una ciudadanía ajena al jus sanguini y facilita procesos de naturalización
inclusiva sobre el principio de jus soli.
En palabras de Rogers
Brubaker: “La naturaleza expansiva y asimilacionista de la moderna
definición de ciudadanía francesa, y la definición germana de la ciudadanía
como comunidad de origen, restrictiva para con los inmigrantes no alemanes,
aunque marcadamente expansiva para los alemanes de origen provenientes
de Europa del Este y la Unión Soviética, refleja la pronunciada inflexión etnocultural del ethos alemán”, ya en 1913, “ la tradicional distinción entre
estado y nación , Volk y Staat, fue protegida y elevada a la categoría de ley
de ciudadanía. La definición de ciudadanía se nacionalizó, llevada al estrecho
marco etnocultural de la nación y desligada del marco territorial . La
ciudadanía fue definida por coordenadas genealógicas más que territoriales, por
origen, más que por residencia”.
A partir de esta argumentación,
Brubaker distingue la ciudadanía formal, pertenencia a un Estado nación,
de la sustantiva, que según el concepto de Marshall , consistiría en un
conjunto de derechos civiles, políticos y especialmente sociales, lo que
implica alguna forma de participación en los asuntos de gobierno.
2.- LA INVENCIÓN DE LA CIUDADANÍA MODERNA: (LA GÉNESIS DE LA CIUDANÍA NACIONAL).
Uno de los rasgos más
significativos de la Modernidad es el surgimiento de un imaginario que vincula
orgánicamente al individuo con el mito del Estado. Tal y como señala
Ernst Cassirer, este enunciado se proclama por primera vez en pleno
Renacimiento, con el Príncipe de Maquiavelo, se reafirma con el individualismo
posesivo (parafraseando a Macpherson) de Hobbes en El Leviatán, y
encuentra su paroxismo con Los Héroes de Carlyle y la Filosofía de la Historia de Hegel.
Durante este proceso, de larga
gestación, los conceptos de ciudadanía y nación, se fusionan con el
mito del Estado. Antes del siglo XVIII, como nos recuerda Hosbawm, el
término nación, indicaba ascendencia u origen, raramente se vinculaba a
una unidad política o territorial concreta, mientras que la ciudadanía se
vinculaba primordialmente a una entidad local, ciudad, municipio, burgo,
concebido como la residencia del burgués.
Lo verdaderamente
revolucionario de la era de las Naciones y Nacionalismos, finales del
siglo XVIII y siglo XIX, fue que ciudadanía y nación pasaron a ser sinónimos,
o a estar íntimamente relacionados, y que pasaron a ser un ingrediente
imprescindible en la conceptualización de los nuevos Estados nación a
lo largo del siglo XIX.
En palabras de Brubaker, “La Ciudadanía nacional Moderna fue un invento de la Revolución francesa. La delimitación formal de la ciudadanía, el establecimiento de la
igualdad civil, implicando derechos y obligaciones compartidas; la Institucionalización de derechos políticos; la racionalización legal y la acentuación
ideológica en la distinción entre ciudadanos y extranjeros, la articulación de
la doctrina de la soberanía nacional y el vínculo entre ciudadanía y
nacionalidad”
Rousseau ya mezclaba la noción
de ciudadanía con una noción embrionaria de nacionalismo. En 1771 el Conde
Wielhorski decidió recurrir a Rousseau para que este le aconsejase sobre la
viabilidad de una futurible ciudad / Estado polaca; Rousseau, a este
respecto, argumentó que la viabilidad de una ciudadanía polaca radicaba en que
esta fuera compatible con el carácter nacional polaco. En concreto “ Algo
que podía conseguirse mediante instituciones nacionales , las cuales conforman
el genio, el carácter, los gustos y las costumbres del pueblo, y que conviertan
a éste en lo que es, y no en otra cosa, e inspiran ese cálido amor por el país,
enraizado en los hábitos que resultan imposibles de erradicar”.
El Abate Sieyes los
convierte en sinónimos. Para Sieyes, “La nación es un cuerpo de asociados
(ciudadanos ) que viven bajo una ley común y representados por una misma
legislatura”.
La Invención de la ciudadania nacional, trajo de forma simultánea, la
invención del extranjero o enemigo, la definición de un nosotros frente
a ellos. Convendría recordar, en este sentido, que la extensión de la
ciudadanía nacional a lo largo de los siglos XIX y XX, presenta una doble faz,
de naturaleza, en ocasiones, contradictoria.
Por un lado, una indiscutible
democratización de la vida política y social, frente a los privilegios de
Antiguo Régimen, por otro, un proceso de homogeneización cultural y político
excluyente. Todo Estado-Estado nación, es intrínsicamente nacionalista,
y establecer una tajante dicotomía entre nacionalismo cívico (supuestamente
inclusivo y democrático) y un nacionalismo étnico (exclusivo y antiliberal) es,
más bien, un presupuesto ideológico, que una realidad socio/ política. Como
diría Brubaker: “Al inventar al ciudadano nacional, la Revolución, también inventó, de forma simultanea, la idea del extranjero”.
Es cierto que el proceso
revolucionario francés proyecto una ciudadanía republicana de carácter universalista.
De hecho la Asamblea Constituyente de 1791 declaró a Thomas Paine, ciudadano francés,
pero no es menos cierto que de forma muy temprana, planteó un criterio de
exclusión cultural y política de fundamento ideológico.
Entre 1793 y 1794, la Revolución ya distinguía entre ciudadanos virtuosos y quienes no lo eran, entre buenos
y malos ciudadanos, y daba por supuesto que el idioma de la Revolución era el francés (y no ningún otro). En 1794, un miembro del Comité de Salud
Pública declaraba lo siguiente: “La Superstición y el federalismo hablan Bretón vulgar, la emigración y el odio hacia la República hablan alemán, la contrarrevolución habla italiano, y el fanatismo habla vasco”.
Se observa, a su vez,
una paulatina etnificación de la concepción nacionalitaria francesa a partir de
1880, de clara impronta antisemita, presente ya en Charles Peguy, pero que
resulta del todo evidente tras el affaire Dreyfus, y la consecuente acusación
de Emile Zola, mientras que en el caso alemán es palpable una continuidad
conceptual entre el Volkgeist de Los Discursos a La Nación Alemana de Fichte, la ley de Ciudadanía alemana de 1913, y el etnoracismo de las
Leyes de Nuremberg de 1935 que desembocaron en la Solución Final judía.
El caso británico resulta
especialmente significativo y contradictorio, por plantear una disociación
absoluta entre ciudadanía e identidad nacional. De acuerdo con la British Nationality and Aliens Act de 1914, ser británico era
sinónimo de ser leal súbdito a la Corona y el Imperio. En principio, cualquier
ciudadano de la Commonwealth disfrutaba de los mismos derechos de ciudadanía.
Sin embargo, tras el fin del
Imperio, la crisis económica postcolonial, junto con el auge del racismo y la
xenofobia en el Reino Unido, facilitaron un práctica racialización discriminatoria
de las prácticas de ciudadanía británicas.
La Inmigration Act de 1971, otorga derechos de ciudadanía plenos solo a aquellos
miembros de la Commonwealth con ancestros en Reino Unido (padre o abuelo
británicos), lo cual equivale a crear una ciudadanía de privilegio blanca. A
lo largo de la década de los setenta, la etnificación del derecho de
ciudadanía británica se completa con políticas multiculturales de
discriminación positiva para con las minorías étnicas no blancas, ( Race
Relations Act de 1968 y la Creación de la Comisión para la igualdad Racial de 1976) y la institucionalización de
identidades comunitaristas, lo cual, ha contribuido a una mayor fragmentación
de la sociedad británica y a un auge del poder de movimientos fundamentalistas
de corte islamista.
En palabras del sociólogo Gilles
Kepel: “En un Imperio planetario, la identidad británica se definía por el
sometimiento a la Corona. Con la descolonización y las independencias, se
retrajo a las dimensiones geográficas de Gran Bretaña. Pero ese proceso
experimento convulsiones durante varios decenios después de la desaparición del
Imperio, la ciudadanía británica siguió siendo una noción Imperial que
englobaba a los ciudadanos de la Commonwealth y estaba disociada de sus nacionalidades.
Cuando los naturales de la Unión India y Paquistan, se instalaban en Birmingham o Bradford, en los años 50, disponían,
una vez satisfechas algunas formalidades del mismo estatuto jurídico que los
ingleses. Como ciudadanos tenían derecho al voto, aun cuando su conocimiento
del inglés fuera nulo, y lo esencial de su comportamiento político estuviera
determinado por lealtades nacidas en el subcontinente indio.
Esa situación jurídica única
en el mundo convertía la ciudadanía en inoperante como criterio de identidad
nacional. Pero las migraciones, la xenofobia y el racismo, y luego las
tensiones en el mercado laboral y el paro, hicieron de la redefinición de la
ciudadanía británica un punto de interés político.
Incapaz de establecer mediante
la ley una nacionalidad que se identifique con la ciudadanía, el sistema
británico ha recurrido a nociones de raza y etnia, y les ha conferido
significado legal.
Estas ocupan un puesto en una
concepción multicultural de la sociedad, concebida como la yuxtaposición de
minorías y de comunidades que son depositarias de la identidad política de sus
miembros, e intermediarios privilegiados de la inserción de éstos en sus
relaciones con el Estado”.
3.- MÁS ALLÁ DE LA CIUDADANÍA NACIONAL: LA GÉNESIS DE LA DEMOCRACIA POSMODERNA.
En este epígrafe se pretende
analizar las tres grandes tesis que pretenden desatar el nudo gordiano de la ciudadanía
nacional, en el contexto de sociedades nacionales cada vez más
heterogéneas y sacudidas por la crisis del Estado/nación, el proceso de
globalización, reivindicaciones particularistas, y grandes corrientes
migratorias. El Republicanismo comunicativo de Habermas, la refundación
liberal de Will Kylimcka y la política de reconocimiento del comunitarismo
de Charles Taylor o Michael Walzer.
3. 1.- EL REPUBLICANISMO
COMUNICATIVO: LA NACIÓN DE CIUDADANOS DE HABERMAS.
La Comunidad Republicana Imaginada por Habermas nace de una desconstrucción
de los excesos del Idealismo alemán, desde el romanticismo de Holderlin a
Heiggedeger, en lo que a su responsabilidad ideológica en la arquitectura
cultural del nacionalismo alemán y el nazismo se refiere.
“Todavía en medio de la Primera Guerra Mundial publicó el liberal Friedrich Naumann un libro con el título de Mitteleuropa
(Centroeuropa). Un año antes de la toma del poder por el nacionalsocialismo,
Giselwirsing, miembro de Die Tat escribe sobre Mitteleuropa und die deutsche
Zukunft (Centroeuropa y el futuro de Alemania). En ello se refleja el sueño de
una hegemonía de las potencias centrales y aquella Ideología del centro que
desde el romanticismo hasta Heiggedeger tan hondamente enraizada estuvo en la
profunda corriente anticivilitatoria, antioccidental de la tradición alemana”.
Esa autoconciencia fijada a
la posición geográfica de centro quedo extremada, una vez más en términos de
darwinismo social durante el periodo nazi, y tal mentalidad pertenece a los
factores que explican cómo pudo ocurrir que toda una población civilizada
cerrara los ojos ante asesinatos masivos. La conciencia de haber emprendido un
camino especial, un camino que separaba a Alemania de Occidente y le otorgaba
frente a éste una posición privilegiada, es algo que sólo ha quedado
desacreditada por Auschwitz; o es algo que en todo caso ha perdido tras
Auschwitz su capacidad de configurar mitos”.
Al igual que para Walter
Benjamín, toda narrativa nacional en Habermas es unilateral y selectiva,
y cae, necesariamente en categorías de enemigos internos y externos. En
palabras de Walter Benjamín, toda narrativa nacional, es una historia a
contrapelo:
“La forma de Identidad que
representa la Identidad nacional, hace necesario que cada nación se organice en
un Estado para ser Independiente. Pero, en la realidad histórica, el Estado con
una población nacional homogénea ha sido siempre una ficción. El Estado
nacional mismo es quien engendra esos movimientos autonomistas en los que las
minorías nacionales oprimidas luchan por sus derechos, y al someter a las
minorías a su administración central, el Estado nacional se pone así mismo en
contradicción con las premisas de autodeterminación a las que el mismo apela”
Con tales contradicciones
habrían vivido todos los Estados nacionales. El particularismo organicista apaciguado
a lo largo del siglo XIX, encontraría su paroxismo en el nacionalsocialismo
alemán.: “El elemento particularista, apaciguado hasta entonces, una y otra
vez, rompió finalmente en la Alemania nazi en la idea de una supremacía racial
del propio pueblo. Y esto, como queda dicho, cubrió, las espaldas a una
mentalidad sin la que hubiera sido posible el exterminio organizado a gran
escala, de categorías pseudocientíficamente definidas de enemigos internos y externos”.
Según Habermas, la crisis del
Estado Nación, en el contexto de sociedades cada vez más heterogéneas y
globalizadas, abre las puestas a un nosotros postnacional republicano,
una Comunidad Imaginada cuya cultura política compartida sea El Estado de
Derecho y los derechos Humanos. Esto es, una nación de ciudadanos proyectada
hacia el ideal cosmopolita y universalista Kantiano de la Paz Perpetua.
Esta cultura política común
queda definida por el patriotismo de lo constitucional, y en el
contexto de sociedades cada vez más multiculturales, debe prevalecer, y ser
desligada, de otras formulas identitarias prepólíticamente acuñadas, en
su vertiente religiosa o etnonacionalista, que conviven en el seno de esa misma
sociedad. El límite de reconocimiento de estas radica en que,
estas identidades prepolíticas, sean compatibles con la diversidad de oferta de
otras culturas societales, y que en suma, no contradigan los principios
normativos de derecho vigentes.
“En las categorías
conceptuales del Estado nacional se encuentra incrustada la tensión entre el
universalismo de una comunidad jurídica igualitaria y el particularismo de una
comunidad con un destino histórico. Esta ambivalencia resulta inofensiva en
tanto que una comprensión cosmopolita de la nación de ciudadanos mantenga la
prioridad frente a la versión etnocentrista de una nación que se encuentra a
la larga en latente Estado de Guerra”.
Esta comprensión cosmopolita de
la nación de ciudadanos abriría las puertas a prácticas políticas de ciudadanía
más inclusivas y reduciría los riegos de una fragmentación comunitarista: “Sospecho
que las sociedades multiculturales sólo pueden seguir cohesionadas por medio de
una cultura política así acrisolada, si la democracia no se presenta sólo con
la forma liberal de los derechos de libertad y de participación política (en un
sentido estrictamente liberal)”. En cambio una interpretación republicana
y cosmopolita de la democracia, abría de incluir “El disfrute profano de los
derechos sociales y culturales”.
3.2.- LA CIUDADANÍA MULTICULTURAL DE WILL KYMLICKA:
La Ciudadanía multicultural es una proyección política de toda la tradición
liberal pragmática norteamericana, representada, entre otros, por John Dewey.
Siguiendo esta estela de pensamiento, el teórico canadiense Will Kymlicka,
plantea la necesidad de una reinterpretación del término de ciudadanía desde
postulados liberales.
Considera que la teoría política
liberal debe ir más allá más allá del énfasis en los derechos humanos, para la
resolución de los conflictos de minorías e integración de poblaciones
migratorias. Para Kymlicka, la ceguera liberal, común también del
liberalismo decimonónico de Mazzini, Bernard Shaw , o John Stuart Mill, con
respecto a las reivindicaciones de las minorías nacionales, hace
necesario complementar el apego liberal a los principios de los derechos
humanos, con una teoría de los derechos de las minorías.
En concreto Kymlicka distingue
entre:
A: derechos de autogobierno
B: derechos poliétnicos
C: derechos especiales de
representación.
Kymlicka defiende la idea de que
los derechos nacionales han de ser derechos intrínsecos de ciudadanía
diferenciada (siguiendo el modelo canadiense), siempre y cuando el sistema
de valores y creencias de la cultura societal nacional específica sean
compatibles con unos mínimos liberales ( en particular el respeto al
pluralismo y las libertades individuales). Difiere con Charles Taylor en el
supuesto valor universal intrínseco de cada cultura y a diferencia de los
comunitaristas, sostiene que las diferentes opciones de vida buena están
sujetas a revisión constante, ya que “es perfectamente lógico aceptar este
objetivo y negar al mismo tiempo que los grupos tengan derecho a imponer
determinadas prácticas a unos miembros que no deseen mantenerlas”.
Por tanto, los liberales no
pueden suscribirse acríticamente a la pertenencia cultural. Kymlicka rechaza lo
que denomina como nacionalismos de ancestros, culturas societales
nacionales abiertamente xenófobas o racistas, que como el nacionalismo afrikaner
o el nazismo, plantean abiertamente el exterminio del otro o el apartheid
étnico, sin caer, no obstante, en la dicotomía planteada por Michael
Ignatieff, entre naciones cívicas (supuestamente compatibles con la
democracia y el liberalismo) y naciones étnicas (belicistas, xenófobas y
excluyentes).
Según Kymlicka, Ignatieff
subestima la persistencia de las culturas nacionales, a las que
Ignatieff vincula con los desajustes estructurales transitorios de la
modernidad globalizadora En Ignatieff, el presente resurgir de los
nacionalismos étnicos no es sino una cultura transitoria producto del
miedo agresivo a la homogeneización cultural y secularización planteado por el
proceso de globalización (narcisismo de la diferencia).
Kymlicka argumenta que en el
cosmopolitismo liberal de Ignatieff existe una incorrecta interpretación de los
nacionalismos, nos sólo por lo perenne de las culturas nacionales (tal y
como afirma el etnosimbolismo de Smith), que pone en cuestión la tesis
modernistas de Gellner o Ignatieff, sino porque gran parte de las culturas
nacionales mayoritarias, supuestamente cívicas (de ahí su discrepancia con
Habermas), ocultan un sometimiento de minorías y poblaciones migratorias a la
cultura nacional mayoritaria, como fenómeno compensatorio a la
integración en valores cívicos y republicanos ( caso del anglo conformismo
norteamericano y del jacobinismo republicano francés).
Para Kymlicka, todo imaginario
nacionalista cívico o cultural tiene una clara dimensión de comunidad
de cultura (Volkgeist). Por tanto, la legitimidad de la reivindicación
particularista se centraría en la capacidad integradora del imaginario
nacionalista en cuestión, y no tanto en su supuesta dimensión cívica o
cultural.
De esta manera, la
compatibilidad de las reivindicaciones particularistas con el énfasis liberal
en los derechos individuales posibilitaría una mayor amplitud de las relaciones
sociales.
3.3.-LA LÓGICA
COMUNITARISTA Y LA POLÍTICA DEL RECONOCIMIENTO:
En tras La Virtud, un clásico relativista, McIntire negaba la legitimidad moral de la
cosmovisión ilustrada como definición universalizadora del hombre y la
legitimidad política de una teoría general de los derechos humanos de base iusnaturalista.
En palabras de un teórico,
comunitarista, Charles Taylor, “El liberalismo no puede ni debe atribuirse
una completa neutralidad cultural. El liberalismo es también un credo
combatiente”.
En líneas generales, los
postulados comunitaristas podrían definirse por:
-Rechazo del concepto de
ciudadanía como identidad universalizadora.
-Concepción del individuo como
trasmisor de cultura (en un sentido herderiano) y la defensa del valor
universal de cualquier categorización cultural.
-Se parte de un supuesto de no
neutralidad del derecho constitucional y la teoría política liberal
clásica, vista como un particularismo occidentalizante.
-En consecuencia se preconiza la
necesidad de un dominio público neutro que articule políticas públicas de
reconocimiento de la especificad cultural, y de las diferentes subculturas,
que van desde el derecho al autogobierno de pueblos aborígenes, a la
discriminación positiva de colectivos feministas, o la defensa de curriculums
escolares específicos para las difererentes etnias, y que en último
término exige la práctica etnificación del derecho de ciudadanía
fundamentada en la adscripción comunitaria.
Es lo que Michael Walzer
denomina como Liberalismo 2, que coincide con el modelo multicultural
en Estados Unidos y “la interpretación social dominante en Estados
Unidos como una sociedad de emigrantes”.
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