Resumen:
Este
artículo pretende, por una parte, hacer una síntesis y/o recopilación
bibliográfica en torno a los temas de identidad, cultura y globalización y por
otra, abordar las posibilidades y desafíos para la construcción de la
identidad en el marco de los actuales procesos globalizadores, considerando que
una parte importante de la elite intelectual de América Latina se ha planteado
el tema de la identidad como un “problema central” a resolver o, al menos, a
discutir en estos tiempos. La hipótesis central de este trabajo a contrastar
desde una perspectiva teórica y en base a las mismas reflexiones de los autores
es: “Más allá de los problemas y/o dificultades que se le presenta a la
identidad en los tiempos de globalización – especialmente a las identidades
nacionales – la tendencia histórica de alcance planetario en la cual estamos
insertos, nos abre nuevas posibilidades y a la vez desafíos, lo cual nos
permite ver una nueva cara del fenómeno, más allá de sus aspectos
exclusivamente negativos”.
Palabras
Claves: Identidad, Globalización, Posibilidades, Desafíos
Abstract
This article tries to make, on one
hand, a synthesis and / or bibliographical summary concerning the topics of
identity, culture and globalization and on the other side, approach the
possibilities and challenges for the construction of the identity in the frame
of the current processes of globalizations, considering that an important part
of the intellectual elite of Latin America has appeared the topic of the
identity as a " central problem " to resolve or, at least, to
discussing in these times. The central hypothesis of this work for contrasting
from a theoretical perspective and on the basis of the same reflections of the
authors it is: " Beyond the problems and / or difficulties that one
presents him to the identity in the times of globalization - specially to the
national identities - the historical trend of planetary scope in which we are
inserted, it opens new possibilities us and simultaneously challenges, which allows
us to see a new face of the phenomenon, beyond his exclusively negative aspects
".
Key words: Identity, Globalization,
Possibilities, Challenges
IDENTIDAD: CONCEPTO, POSIBILIDADES Y
DESAFÍOS EN TIEMPOS DE GLOBALIZACIÓN
Julio González Candia
Myrna Videla Aros
I. Introducción
El presente artículo pretende, por
una parte, hacer una síntesis y/o recopilación bibliográfica en torno a los
temas de identidad, cultura y globalización y por otra, abordar las
posibilidades y desafíos para la construcción de la identidad en el marco de
los procesos globalizadores, considerando que una parte importante de la elite
intelectual de América Latina se ha planteado el tema de la identidad como un “problema
central” a resolver o, al menos, a discutir en estos tiempos. Tema que por
lo demás ha estado muy influenciado por el carácter negativo que presentaría la
globalización por ejemplo, para la preservación de las identidades nacionales. Cabe
mencionar, que aunque estas identidades están siendo afectadas o perjudicadas por la
globalización, esto no significa necesariamente su destrucción, dado que se
estarían produciendo y valorando nuevas articulaciones y/o relaciones entre lo
local y lo global a partir de la expansión de las diversas redes de
comunicación en las cuales estamos insertos.
La
importancia de abordar la problemática de la Identidad y algunas de sus variantes y/o bifurcaciones está respaldada por los planteamientos
de Sánchez quien señala: “en definitiva, la identidad es el valor en torno
al que los seres humanos organizamos nuestra relación con el entorno y con los
demás sujetos, con quienes interactuamos. Y como tal, “no es una esencia con la
que uno nace y con la que inevitablemente va a morir. En lugar de una esencia,
es un proceso de identificación que puede continuar o perderse” (Sánchez,
2000:216). En la misma línea argumentativa José Bengoa – claro que en el
ámbito de la emergencia indígena en América Latina - ha señalado que “como
todas las identidades humanas el ser indígena también es una construcción
social. Es un conjunto de procesos de comunicación que han ido creando una
imagen, un concepto, una clasificación. También fronteras, un “nosotros” y un
“otros”. Pero así como a uno lo ven y observan, uno se comporta” (Bengoa,
2007:10).
Es
justamente con estos planteamientos lo que nos permite arrancar con la
discusión. Si Sánchez y Bengoa sostienen que la identidad más que una esencia
fija e inmutable, es un proceso que puede continuar o perderse o una
construcción social, surgen las siguientes preguntas: ¿cómo es el proceso de
construcción de identidad en los tiempos de globalización?, más allá de la
mirada catastrófica y casi demonizada, ¿existen posibilidades para la
construcción de una nueva identidad?. En otras palabras y en la perspectiva de Mauricio
Tolosa, en la aldea global con comunidades que se mezclan y fronteras que se
diluyen, ¿hay elementos externos que pueden nutrir a la identidad de un
individuo o grupo humano determinado?.
La
hipótesis central es:
Más allá de los problemas y/o
dificultades que se le presenta a la identidad en los tiempos de globalización
– especialmente a las identidades nacionales – la tendencia histórica de
alcance planetario en la cual estamos insertos, nos abre nuevas posibilidades
y a la vez desafíos, lo cual nos permite ver una nueva cara del fenómeno, más
allá de sus aspectos exclusivamente negativos.
Se
iniciará este trabajo, revisando algunos conceptos relacionados con la Identidad, tanto en su origen como en la diversidad de acepciones que existen del término.
Especial atención tendrán los planteamientos de Ernesto Tugendhat en este
apartado. Para luego, relacionar el concepto de Identidad con el de Cultura a
partir de los planteamientos de Jorge Larraín. Finalmente, en la sección “La Globalización como escenario” pretendemos ahondar en las posibilidades y desafíos que los
nuevos tiempos globalizados generan para la construcción de la o las
identidades, para ello analizaremos a autores tales como Daniel Mato, Ulrich
Beck, Grinor Rojo, Aldo Ferrer, entre otros. Creo que otro aporte que hace el
presente ensayo es integrar en la discusión a otros autores y/o investigadores
latinoamericanos entre los cuales podemos mencionar a Nelly Arenas, Emilia
Bermúdez, María Isabel Toledo, Jesús Guanche, Marta Rizo y Enrique Vergara por
nombrar a sólo algunos de ellos.
II. El concepto de Identidad y los planteamientos de
Tugendhat
En
primer lugar y citando a Nelly Arenas se puede señalar – y a la vez reforzar lo
ya expuesto - que el concepto de identidad “está ligado históricamente a la
aparición de los estados nacionales. El nacionalismo se convirtió entonces,
desde fines del siglo XVIII, en una forma moderna de identidad colectiva. Cada
unidad nacional produjo, con miras a cohesionar con sentido particularista su
población, símbolos, culto a próceres, fiestas patrias, etc. Al tiempo que se
establecían idiomas nacionales en sustitución de los regionales” (Arenas, 1997:
5 y 6).
Por
otra parte, e intentando entregar los primeros antecedentes respecto de la
noción de “identidad” podemos citar el trabajo de la investigadora
Marta Rizo quien sostiene que el término identidad proviene del latín “identitas”,
es decir, “lo que es lo mismo” o “ser uno mismo” (Rizo, 2005:4). Según
Enrique Vergara “el
concepto de identidad se remite a la idea de igual o idéntico, lo que se puede
traducir en que en el sentimiento de identidad convergen los conceptos de
identificación y sentimiento de sí” (Vergara, 2006:97).
Otras
autoras, Inmaculada Carrasco y Pilar Escribano señalan que en el diccionario de
la Real Academia, ésta es definida como el “conjunto de rasgos propios de
un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás; la
conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”.
La identidad implica y presupone, como es sabido, la presencia del “otro” y
el establecimiento de un vínculo relacional de confrontación que permita
establecer las diferencias entre el mismo y ese otro (Carrasco y Escribano,
2009). Para el ya citado Mauricio Tolosa el concepto de Identidad “describe
un territorio poblado de distinciones que apelan a la observación de personas y
comunidades, de relaciones y contextos, al ser y al estar”(Tolosa, 2009). Otro destacado autor,
Manuel Castells, ha sostenido que “por identidad, en lo referente a los
actores sociales, entiendo el proceso de construcción del sentido atendiendo a
un atributo cultural, o un conjunto relacionado de atributos culturales, al que
se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido” (Castells, 2004:28).
El
concepto de identidad se encuentra no solamente ligado a la construcción del
sentido, también está estrechamente relacionado - y ahora citando a Cristina
Sánchez-Conejero- con el concepto de cultura según los planteamientos de Terry
Eagleton (2000). Destaca la presencia de un yo que es posible sólo en base a un
“otro” que refleje la diferencia identitaria. En todo caso,
habría que señalar que Manuel Castells plantea el concepto de “comunas
culturales”, lugar desde donde el individuo construiría su identidad en la
sociedad en red. En el decir, del mismo autor, “para aquellos actores
sociales excluidos de la individualización, o que se resisten a ella, de la
identidad unida a la vida en las redes globales de poder y riqueza, las comunas
culturales de base religiosa, nacional o territorial parecen proporcionar la
principal alternativa para la construcción de sentido en nuestra sociedad”
(Castells, 2004: 88).
Los
autores Jorge Vergara Estévez y Jorge Vergara Del Solar en concordancia con las
definiciones antes expuestas, señalan que “no puede haber una identidad que
no cumpla una función de autoreconocimiento y de diferenciación de otras
identidades”, haciendo a alusión a los conceptos de “falsa identidad” de Gissi
(1982) o “identidad vacía” de Bengoa (1991). Volviendo a los planteamientos
de Marta Rizo – en acuerdo a los postulados de Sánchez - vale la peña subrayar
el carácter de “permanente construcción de la identidad versus una mirada
más estática”. Para ello también cita a Castells (1998) al plantear que “todas
las identidades son construidas. Lo esencial es cómo, desde qué, por quién y
para qué. La construcción de las identidades utiliza materiales de la historia,
la geografía, la biología, las instituciones productivas y reproductivas, la
memoria colectiva y las fantasías personales, los aparatos de poder y las
revelaciones religiosas”. En esta misma vereda teórica podemos apreciar los
planteamientos de María Isabel Toledo, quien ha señalado que la identidad “se
construye en la relación del sujeto con su entorno y con los otros. Esta
afirmación sólo evidencia que la identidad refiere a la construcción del sujeto
en lo social. Por tanto, la identidad no apunta a la esencia del ser. La
identidad no es algo dado, no es fija. No es la suma de características
sociales, psicológicas y/o culturales. La identidad no viene dada desde fuera.
Los otros y el entorno son vitales para su construcción”. La autora señala categórica,
“la identidad es una construcción permanente” (Toledo, 2012:46).
Estudiando
los planteamientos de Ernesto Tugendhat, podemos recordar dos de sus
principales preocupaciones, primero, ¿qué significa identidad en el sentido
psicológico del término? Y segundo, ¿cuál es el problema que ha suscitado su
tan repentino y difundido uso?. Señala el autor que ambas preguntas o
interrogantes están estrechamente relacionadas. Señala además que Identidad se
puede localizar fácilmente en la expresión “identificarse con”. Por
ejemplo, nosotros nos identificamos con la nación chilena. Existe un segundo
uso del concepto de identidad que se refiere ya no a una característica como
ser chileno, argentino o uruguayo, como a la identidad de un individuo. Esto se
problematiza bastante más cuando se plantea que “la identidad de una persona
o como diría Ericsson – del yo, debe consistir en una combinación entre esta
identidad individual y aquella identidad cualitativa de la cual habló Freud”. Sin
embargo, para Tugendhat el tema va por otro lado y no está de acuerdo con el
planteamiento anterior en el sentido que para él “mi identidad individual no
es ningún problema para mí y no se distingue estructuralmente de la identidad
individual de una cucaracha, con la única diferencia que las personas tienen
memoria”. Tugendhat también plantea que la pregunta es ¿qué quiero ser? Y
esta pregunta está muy vinculada total o parcialmente a nuestra voluntad, a lo
que aspiramos o anhelamos. En palabras de Tugendhat, “la cuestión de nuestra
identidad se refiere entonces solamente a cualidades, pero no a nuestras
cualidades objetivas, por ejemplo, a nuestro género o nuestra longitud,
cualidades como las pueden tener también una cucaracha o un elefante, sino sólo
a aquellas cualidades subjetivas, y tampoco a cualesquiera, pues la pregunta
¿qué o cómo quiero ser? se refiere siempre al futuro, nunca al presente o al
pasado”. Vale la pena señalar en este específico punto los planteamientos
de los ya citados Vergara Estévez y Vergara Del Solar quienes concuerdan en
relación a que “las identidades no son esencias fijas y definitivas,
impermeables frente a los cambios de la experiencia histórica y cultural”
(Vergara y Vergara, 77). Sería entonces, en ese futuro – muchas veces
inasible y desconocido - donde las personas podrían generar y/o desarrollar
nuevas cualidades que pasarían a constituir su renovada identidad.
Respecto
de la pregunta; ¿cuál es el problema que ha suscitado el tan repentino y
difundido uso del término identidad?. La respuesta la podemos encontrar en esta
necesidad ya citada de concebir hoy la identidad ya no como una esencia o algo
fijo o inmutable, sino más bien como un proceso, como una construcción en donde
las posibilidades se amplían y/o diversifican. También podríamos mencionar el
impacto de los medios de comunicación a escala global que les permiten a las
personas conocer e informarse sobre un conjunto de cualidades “disponibles” a
las cuales podrían acceder e incorporar en su constitución identitaria. En
palabras más simples, el ¿qué o cómo quiero ser? tiene hoy muchos más ejemplos,
arquetipos o modelos a los cuales los sujetos pueden analizar críticamente y
“seleccionar” aquellos aspectos o atributos que valdría la pena asimilar y
desarrollar.
III. La relación entre Cultura e Identidad
Además
de los autores ya citados que vinculan los conceptos de identidad y cultura, el
autor Jorge Larraín plantea que aunque muchos lo ven como conceptos sinónimos
la vinculación entre los dos conceptos no es tan clara. Señala textualmente, “la
base de la cercanía entre ambos conceptos está en que tanto la cultura como la
construcción de la identidad tienen un carácter simbólico” (Larraín, 2005:5).
Respecto de este término, el autor plantea que “el concepto de cultura, tal
como lo usamos hoy, es históricamente hablando de reciente data y está asociado
al nacimiento de la modernidad” (Larraín, 2005:86). Más adelante, señala
que desde comienzos del siglo XIX, el término cultura empieza a perder su
connotación universalista y comienza a emerger un concepto pluralizado de
cultura.
Retomando
elementos teóricos de John Thompson y Clifford Gertz, el autor señala que “en
esta perspectiva simbólica, la cultura vendría a ser el patrón de significados
incorporados en formas simbólicas, incluyendo allí expresiones lingüísticas,
acciones y objetos significativos, a través de los cuales los individuos se
comunican y comparten experiencias”. De inmediato Larraín señala que “esta
concepción simbólica de la cultura, al hacer del análisis cultural un estudio
de la producción, transmisión y recepción de formas simbólicas dentro de
ciertos contextos socio-históricos, creo que es especialmente adecuada para
entender las relaciones existentes entre cultura e identidad, porque la
identidad sólo puede construirse en la interacción simbólica con los otros”
(Larraín, 2005:89). El autor destaca a Raymond Williams quien ya en el año
1961 propuso democratizar el concepto de cultura al definirla como “una
descripción de un modo particular de vida, que expresa ciertos significados y
valores, no solo en el arte y el aprendizaje, sino también en las instituciones
y en la conducta ordinaria”. De allí el comentario, que “la creación de
significados simbólicos no puede reducirse a lo mejor que se ha dicho, hecho o
producido, sino que es un proceso más amplio de carácter social presente en
todos los modos de vida de la gente común” (Larraín, 2005:90).
Respecto
del proceso de construcción de identidad, el autor señala que “cuando
hablamos de identidad nos referimos, no a una especia de alma o esencia con la
que nacemos, no a un conjunto de disposiciones internas que permanecen
fundamentalmente iguales durante toda la vida, independientemente del medio
social donde la persona se encuentre, sino que a un proceso de construcción en
la que los individuos se van definiendo a sí mismos en estrecha interacción
simbólica con otras personas” (Larraín, 2005: 90). Esta mirada más
dinámica, más constructiva como proceso en relación a la identidad versus una
posición estática o inamovible además de ser concordante con los planteamientos
de otros autores ya referidos tales como Sánchez, Tolosa, Castells, Vergara
Estévez y Vergara Del Solar, nos permite relacionar el proceso de construcción
identitario con las posibilidades que los actuales medios de comunicación en un
contexto de globalización, nos entregan cotidianamente “para definirnos”.
Proceso este último que por cierto, tampoco está exento de tensiones y nos
invita a preguntarnos; ¿los modelos y/o referentes a los cuales tenemos acceso
hoy son realmente un aporte a nuestra identidad?, ¿constituyen ejemplos de
valores y cualidades que nos permitirían mejorar – por así decirlo – como
sujetos?, ¿estas nuevas “cualidades” a las que podemos acceder para
incorporarlas a nuestra constitución nos permiten promover la libertad, la
autonomía, la equidad de género, la tolerancia, la solidaridad y otros valores
como hoy podríamos apreciar como deseables y que tenderían a fortalecer
nuestras aún noveles democracias?.
En
otra parte de su obra y en relación a la mediatización de la cultura promovida
por la mundialización de las comunicaciones, señala Larraín que “la
identidad, por lo tanto, es la capacidad de considerarse a uno mismo como
objeto y en ese proceso ir construyendo una narrativa sobre sí mismo. Pero esta
capacidad sólo se adquiere en un proceso de relaciones sociales mediadas por
los símbolos. La identidad es un proyecto simbólico que el individuo va
construyendo en íntima relación con los grupos sociales dentro de los cuales se
desenvuelve. Los materiales simbólicos con los cuales se construye ese proyecto
son adquiridos en la interacción con otros. Pero esta interacción no siempre es
cara a cara y veremos como la creciente mediatización de la cultura moderna ha
permitido interacciones a distancia, con otros ausentes” (Larraín, 2005:91). Más
adelante, el autor aborda la diferenciación entre los conceptos de identidad
individual e identidades colectivas. Señala que “las identidades personales
y colectivas están interrelacionadas y se necesitan recíprocamente. No puede
haber identidades personales sin identidades colectivas y viceversa… esto lo
expresa porque las personas no pueden ser consideradas como entidades aisladas
y opuestas a un mundo social concebido como una realidad externa. Los
individuos se definen por sus relaciones sociales y la sociedad se reproduce y
cambia a través de acciones individuales. Las identidades personales son
formadas por identidades colectivas culturalmente definidas (profesión,
nacionalidad, etnia, clase, religión, género, etc.) pero éstas no pueden
existir separadamente de los individuos” (Larraín, 2005:94). Enseguida el
autor hace la aclaración que si bien es cierto ambas identidades están
vinculadas habrían dos diferencias fundamentales. La primera con la “naturaleza
psicológica o meramente cultural de sus contenidos y segundo, con la mayor o
menor pluralidad de los discursos identitarios que normalmente las expresan”
(Larraín, 2005:94-95).
En
otra parte de su obra, el autor plantea que la relación entre ambos conceptos
es “muy estrecha en cuanto ambas son construcciones simbólicas, pero no son
la misma cosa. Mientras la cultura es una estructura de significados
incorporados en formas simbólicas a través de los cuales los individuos se
comunican, la identidad es un discurso o narrativa sobre sí mismo construido en
la interacción con otros mediante ese patrón de significados culturales”. En
un par de párrafos siguientes plantea que “la cultura es algo más general
porque incluye todas las formas simbólicas y la estructura de significados
incorporados en ella. La identidad, sea individual o colectiva, es en cambio
algo más particular, porque implica un relato que utiliza sólo algunos de esos
significados presentes en las formas simbólicas mediante un proceso de
selección y exclusión” (Larraín, 2005:100). Jorge Larraín también aborda
lo que significa la construcción de identidad como proceso social en un doble
sentido, así ha señalado que “cuando hablamos de identidad nos referimos a
un proceso de construcción en la que los individuos y grupos van constituyendo
un discurso sobre sí mismos en estrecha relación con otras personas y grupos”.
Así la construcción de identidad es un proceso social en un doble sentido:
primero, los individuos se definen a sí mismos en términos de ciertas
categorías sociales compartidas y segundo, la identidad implica una referencia
a los “otros” en dos sentidos; en primer lugar, los otros son aquellos cuyas
opiniones acerca de nosotros internalizamos, cuyas expectativas se transforman
en nuestras propias autoexpectativas y en segundo lugar, pero también son
aquellos a los cuales queremos diferenciarnos” (Larraín, 2005:101). Es
exactamente este último párrafo, el que nos dará el pie necesario para seguir
nuestro derrotero. Si la construcción de identidad es un proceso social, en la
que las personas y los grupos van constituyendo una narrativa o discurso sobre
si mismos muy vinculados con otros, ¿qué ocurre cuando estas mismas personas
tienen una mirada o visión más amplia gracias a los procesos de globalización a
través de los diversos medios de comunicación disponibles?, ¿qué ocurre cuando
el ámbito de referencia ya no es sólo el particular grupo de pertenencia, el
pueblo, la ciudad o el país?, dado que gracias a los medios de comunicación hoy
tenemos mucho más acceso a “otras experiencias y formas de vida”, ¿se amplía
por ende, las posibilidades para la construcción de nuestra identidad?. Inevitablemente
tenemos que referirnos a la Globalización como una constante o escenario que está presente en el análisis de la problemática de la identidad en estos
tiempos.
IV. La Globalización como escenario
Parece
común observar que cada vez que se analiza un tema determinado a nivel
académico – en este caso la identidad - la música o el telón de fondo tiene
siempre el mismo nombre: Globalización. Pareciera que hoy todo es distinto – o
similar – sólo por el hecho de “estar situados” o “estar insertos”
en crecientes procesos de globalización. No obstante debemos tener cuidado, en
“culpar” de todo a la Globalización. Francisco Pucci ha señalado que si bien es cierto la
globalización influye, no puede constituirse en la variable explicativa
fundamental. Así ha sostenido que “otro aspecto que debemos señalar es que
la globalización no opera como causa de los fenómenos de transformación de los
procesos productivos, sino que constituye un nuevo escenario que modifica los
datos del contexto, sin necesariamente constituirse en la variable explicativa
fundamental” (Pucci, 2007:436). El autor pone de sobre aviso a la comunidad
intelectual respecto al establecimiento de los nexos causales entre las
variables y la necesidad de contemplar o tener en consideración que los
impactos o efectos obtenidos como fruto del proceso investigativo pueden tener
otros orígenes, razones o motivos que explican debida e integralmente un
fenómeno.
En
la misma línea argumentativa nos encontramos con los planteamientos de Daniel
Mato, quien ha sostenido que: “suele hablarse de la globalización como si se
tratara de un fenómeno con vida propia al cual se le pudiera imputar la
causalidad de otros fenómenos”. También es común hablar del “proceso de
globalización” como si se tratara de un proceso diferenciado y diferenciable”
(Mato, 2009:11). Así cualquier tema por desarrollar inevitablemente va a
estar ligado con este fenómeno al cual denominamos sin saber exactamente a qué
hace referencia, qué actores están involucrados en ella y el complejo e
interdependiente sistema de relaciones que establece.
Respecto
de este fenómeno con vida propia – como dirían algunos- no podemos dejar de
señalar que existe una mirada bastante negativa y que estaría dada por
múltiples razones. El autor Jesús Guanche Pérez señala, “la globalización de
tipo neoliberal, es un modelo de desarrollo artófago programado desde los
centros del poder financiero internacional, por y para ellos, a costa de la
explotación transnacional de los países periféricos (subdesarrollados o en
desarrollo). Este puede ser interpretado también como un gran signo positivo
visto desde el prisma de la conservación del desarrollo abismalmente desigual
para garantizar y perpetuar que los ricos sean más ricos y los pobres no tengan
más alternativa que su propia pobreza” (Guanche, 2003:1). Ahora bien, la
posición de Jesús Guanche si bien es ampliamente compartida consideramos que
es necesario matizarla, pero antes de ello, clave nos parece ahondar en
conceptos que resultan fundamentales para abordar la problemática. Así hemos
creído conveniente para desarrollar este apartado – eje importante de la
discusión de fondo en relación al concepto de identidad - remitirnos a los
planteamientos de Ulrich Beck, Aldo Ferrer, Grinor Rojo y al ya referido
Daniel Mato. El ya citado Daniel Mato, considera una manera más adecuada
de representar “la globalización”, al señalar que esta es “como una
tendencia histórica – resultante de diversos procesos sociales – de alcance
planetariamente omnicomprensivo hacia la interconexión entre los pueblos del
mundo y sus instituciones; de modo que los habitantes del planeta en su
totalidad tienden a compartir un espacio unificado, más continuo que discreto,
en virtud de múltiples y complejas interrelaciones, y ello no sólo desde el
punto de vista económico, sino también social, político y cultural. Como se
sabe la palabra tendencia no indica un estado sino un movimiento en una cierta
dirección, hacia un cierto estado; el cual por definición resulta ser
hipotético” (Mato, 2009:12).
Para
matizar estos planteamientos hemos creído conveniente relevar a Aldo Ferrer, quien
sostiene que “en definitiva, el debate actual sobre la naturaleza y alcances
de la globalización no es nada nuevo. Se refiere al mismo problema histórico:
cómo resuelve cada país el dilema de su desarrollo en un mundo global para no
quedar atrapado en el sistema de relaciones articulado, en su beneficio, por
los intereses y potencias dominantes”. Se trata de determinar, nada menos,
“si dentro del orden global contemporáneo, los países rezagados cuentan o no
con suficiente libertad de maniobra para la elección del propio destino. Es
decir, para diseñar y ejecutar proyectos nacionales viables de desarrollo que
los convierta en participantes activos no subordinados de la globalización”
(Ferrer,1997:13) Pareciera que “este margen de maniobra” al que
hace referencia Ferrer es bastante limitado para los países desde la
perspectiva que hoy el principal modelo o sistema – aunque con algunas
variaciones – para definir modelos de desarrollo o como las sociedades
resuelven sus clásicos dilemas de qué, cómo y para quién producir es el sistema
Capitalista.
De
hecho, Ulrich Beck ha sostenido que “este único sistema mundial, que
privilegia los marcos referenciales para las desigualdades sociales a escala
mundial, se lleva a cabo, según Wallerstein, a través del Capitalismo. En su
opinión, el capitalismo es, dada su propia lógica interna, necesariamente
global”. El autor Grinor Rojo entrega más antecedentes sobre el
Capitalismo y señala que “es un sistema económico que necesita crecer
continuamente. Si se fatiga sucumbe. Si no engrosa como es debido, no sigue en
lo suyo de la manera optimista y alegre con que lo ha hecho hasta ese punto
sino que se cae” (Rojo, 2006:107). Este mismo autor en otra parte de su
libro sostiene que “la globalización es, en síntesis, la cosa que más le
hace falta al capitalismo en esta etapa que algunos estudiosos cuyas opiniones
a nosotros nos inspiran respeto, como Wallerstein, Arrigí y Brenner, nos
aseguran que va a ser la última de su desarrollo” (Rojo, 2006:133).
Retomando
a Aldo Ferrer y respecto de la visión fundamentalista de la globalización ha
expresado que “a partir de las ficciones sobre la naturaleza y alcance de
los vínculos económicos y financieros que prevalecen actualmente en el orden
mundial, se ha formado una visión fundamentalista de la globalización. Ella
sugiere que el dilema del desarrollo en un mundo global ha desaparecido. Por la
simple razón de que, en la actualidad, las decisiones principales no las
adoptan hoy las sociedades y sus estados sino los agentes transnacionales”. Así
la cuestión lo único que quedaría es “adoptar relaciones amistosas para los
mercados”. Entre estas políticas podemos mencionar la apertura de la economía,
la desregulación de los mercados reales y financieros, el achicamiento del
Estado, el equilibrio fiscal y la estabilidad de los precios” (Ferrer, 1997: 24
y 25).
No obstante los
planteamientos de los autores antes citados, es conveniente señalar que la
globalización no puede ser entendida sólo en el ámbito económico, sino que debe
ser considerada como un fenómeno mucho más complejo que abarca otras
dimensiones sociales y culturales. De esta forma y en la perspectiva de Enrique
Vergara, la globalización en cuanto fenómeno multicultural, ha permitido que la
cultura se instale en el centro del debate político y académico actual y ha
puesto en el centro de la discusión la importancia que ésta reviste más allá de
su valor intrínseco, y de los usos que los gobiernos hacen de este recurso para
enfrentar los desafíos de una sociedad globalizada. En efecto, si algo
caracteriza la globalización desde un punto de vista cultural es que ésta ha
pluralizado y/o diversificado los contactos entre pueblos diversos y facilitado
las migraciones. Lo cual dicho sea de paso ha permitido visibilizar otras
formas de vida y experiencias. En definitiva, como se han ido construyendo
otras identidades. Procesos que al ser internalizados por las personas y al
reflexionar sobre ellos, les permitirían asimilar y apropiarse de las
cualidades más valoradas por ellos mismos en estas instancias de
resignificación.
Un aspecto central para
comprender la relación entre globalización e identidades culturales lo
constituye – según Vergara - la “mediatización de la cultura”, la cual sería la
responsable según el autor de la dimensión cultural de la globalización. En sus
propias palabras, “esta relación entre globalización y medios de
comunicación estaría articulada, por una parte, por la manera en que las formas
culturales son producidas, transmitidas y recibidas, y por otra, por los modos
como se experimentan los eventos y acciones que ocurren en diferentes contextos
espaciales y temporales. Es por esto que una de las principales características
que presenta hoy en día la cultura es su capacidad de reconocer y absorber
diferentes culturas sin disolverlas; es decir, operar a través de ellas”
(Vergara, 2006:102).
Para cerrar este apartado
podemos señalar que la globalización – considerada también en sus aspectos
sociales y culturales - ha permitido justamente que la variable “cultural” se
instale en el centro de la discusión. Desde esta perspectiva los procesos
globalizadores, han potenciado a través de los medios de comunicación los
contactos entre los diversos pueblos y naciones, lo que ha permitido a su vez que
estas “otras formas de vida y experiencias” sean conocidas y en algunos casos
“asimiladas” por los sujetos. Por supuesto esto último, no de manera
automática, sino que a través de complejas formas de negociación y adaptación.
Así
las cosas y tratando de ir un poco más allá de la visión fundamentalista de la
globalización, en donde habría muy poco espacio – según Aldo Ferrer - para “maniobrar
o moverse” – ya sea a nivel de modelos de desarrollo, políticas económicas,
etc. -, deseamos plantear nuestra tesis en relación a qué la globalización
junto con presentar problemas y dificultades mayores para las sociedades y por
ende, para las personas, también genera posibilidades y desafíos para la
construcción de la identidad, entendida evidentemente como un proceso y no como
una esencia o estado fijo y/o inmutable más allá de los problemas y/o
dificultades que presentaría por ejemplo, para las identidades nacionales.
V. Posibilidades y desafíos para la construcción de la
identidad en tiempos de Globalización.
En
primer lugar, comentar brevemente el por qué de nuestra posición “más
abierta” y “optimista” frente a un proceso o a una tendencia – que para
muchos – sólo trae o mayoritariamente genera efectos negativos en la sociedad
en sus diferentes ámbitos, en este caso específico para la construcción y
preservación de las identidades nacionales en términos de lo señalado por
Jesús Guanche, en cuanto a que “la galopante globalización (genera)
estandarización de signos, símbolos y comportamientos ajenos a nuestros
contextos, lo que implicaría desmontar el mito de la globalización
homogeneizadora desde el estrecho prisma neoliberal” (Guanche, 2003:10). Al
menos, un par de razones, frente a un mismo fenómeno no debe existir una sola
visión o una sola mirada. En la historia del mundo, incluso en nuestro país
para no ir más lejos, en las últimas décadas, las percepciones de los actores
frente a un mismo hecho suelen presentar marcadas diferencias. Esta diversidad
de opiniones, lejos de confundir o dar pie a ambigüedades, a nuestro parecer
dan cuenta de una sociedad viva que ha sido capaz de construir no sólo en base
a grandes acuerdos (eso es relativamente sencillo), sino que ha sido capaz – o
al menos lo ha intentado - de avanzar (si es que se avanza a alguna parte o
hacia a algún lugar) a partir también de aquellos puntos en discordia o en los
que no es posible llegar fácilmente a consenso.
En
el mediano y largo plazo, esto nos permitirá definir caminos y generar acciones
mucho más amplias, enriquecidas con el aporte de todos e incentivando así la
inclusión social, la diversidad y la tolerancia. Otra razón que está muy ligada
con la anteriormente indicada, es que si por cada fenómeno nos conformamos con
un único, gran y perturbador efecto, ¿dónde queda la capacidad de actuar y de
voluntad de los sujetos?. Tal vez cometamos el desatino de la ingenuidad, pero nos
interesa que las personas puedan ser capaces de incidir en lo que las pasa por
muy estructuralmente condicionados y materialmente limitados que nos
encontremos. Sin ir más lejos, la autora ya citada Emilia Bermúdez sostiene
que es siempre es clave interrogarnos “sobre quién y qué somos”. Y que
más aún en “tiempos de globalización es necesario comprender las dinámicas
cambiantes de los procesos de construcción de las identidades y sus actores
alejándonos de las visiones fatalistas, prejuiciosas y en ocasiones hasta
románticas” (Bermúdez, 2002:80). Este último planteamiento claramente nos
deja un interesante y tal vez amplio espacio o “margen de maniobra”
siguiendo la terminología antes utilizada.
Es
más, esta misma autora sostiene que hay ciertas posiciones erradas frente al
tema de la Identidad en América Latina y están tendrían que ver –
preferentemente - con: A) insistir en buscar nuestra identidad en el
entrecruzamiento de lo indio, lo negro y lo blanco metropolitano y en el
pasado, olvidando que las identidades no son biológicas, ni heredadas sino “fundamentalmente
sociales y cambiantes” como ya lo hemos reiterado a partir de las
posiciones y postulados de los autores ya expuestos; B) el tratar que en
América Latina se construya una identidad nacional homogénea soportada en las
ideas de “patria”, “nación” y “tradición” que reduzca la conflictividad
derivada del mestizaje; C) Los demonios que desatan los teóricos de la dependencia
cultural para quienes los procesos de dominación cultural, llevan
indefectiblemente a los sectores dominados a la alienación de su identidad y
los que actualmente han construido algunos intelectuales y algunos movimientos
socio-políticos en relación a los procesos de globalización. D) Los espantos y
la visión romántica construidos por los defensores del indigenismo y de la
cultura popular, para quienes la identidad entendida como lo “auténtico”,
“lo propio” y “lo bueno” sólo existe y hay que buscarla en las culturas
populares y sus tradiciones y quienes sólo ven en los procesos de globalización
amenazas para la “identificación cultural” de esos sectores. La mirada
anterior, si bien por una parte nos permite “valorar” o “recuperar” lo que hay,
nos ciega a seguir encontrando elementos “auténticos”, “propios” y “buenos” en
otros espacios y con otros grupos humanos y F) La visión fatalista de la
posmodernidad, la cual imposibilita ver los potenciales procesos de
reconstrucción de lo colectivo a partir de nuevas formas de estar juntos en los
distintos espacios de sociabilidad que se generan en las diferentes y complejas
prácticas de los actores (Bermúdez, 2002:81). Lo cual dicho sea de paso nos
permite avanzar en el nivel de análisis, no quedándonos en lo que al parecer es
lo fatal, evidente o lo obvio, sino que rastrear en aquellos microespacios en
donde encontramos respuestas más pertinentes, más amplias y diversas a los
problemas que nos aquejan.
Retomando
al ya citado Jorge Larraín, éste propone que en el fondo hay que evitar un
rechazo en bloque a la globalización y/o intentar aislarnos culturalmente para
rescatar la identidad nacional de ideas o influencias extranjeras, porque
además esto – en la práctica – resultaría prácticamente imposible. En
este específico punto hay una cita de Néstor García Canclini que vale la pena
destacar, “los países latinoamericanos son el resultado de la sedimentación,
yuxtaposición y entrecruzamiento de tradiciones indígenas… del hispanismo
colonial católico y de las acciones políticas, educativas y comunicacionales
modernas” (García, 1990:71). Si ya hemos sido el resultado de
entrecruzamientos de tradiciones, políticas e ideologías, ¿por qué no hoy – de
manera más consciente y con un mayor acceso a la información – aprovechamos
esta condición histórica y la convertimos en una oportunidad de desarrollo para
nuestras sociedades?.
Volviendo
a lo indicado respecto de “lo auténtico”, “lo propio” y “lo bueno”; Larraín
señala que “nada garantiza que aquello que consideramos ‘propio’ sea
necesariamente bueno y debamos mantenerlo a toda costa, solo por el hecho de
ser propio”. Y aquí continua el autor con una de las partes que más nos
gustó de su libro; “la identidad no sólo mira al pasado como la reserva
privilegiada donde están guardados sus elementos principales, sino que también
mira hacia el futuro; y en la construcción de ese futuro no todas las
tradiciones históricas valen lo mismo”. Más adelante insiste que tampoco se
trata de caer en el otro extremo y aceptar todo acríticamente en relación a la
globalización, menos en creer que la identidad nacional no pueda ser afectada
por la globalización. Lo cual podría tener también una parte positiva y pone
como ejemplo los procesos de integración regional que podrían darse en los países
de este lado del continente. Resume y finaliza su planteamiento señalando que “de
lo que se trata es de tomar los aportes universalizables de otras culturas para
transformarlos y adaptarlos desde la propia cultura, llegando así a nuevas
síntesis” (Larraín, 2005: 132 y 133). Nuevas síntesis que tienen el desafío
adicional de integrar lo local con lo global a través de un proceso de
reflexión y mediación no exento de tensiones, pero también de oportunidades
para enriquecer la cultura de las sociedades contemporáneas de esta parte del
continente.
La
globalización y el análisis de las identidades son ubicados en el contexto de
los procesos de globalización y de la creciente multiculturalidad. Nuevamente
para García Canclini (1995, 2001) en “tiempos de globalización se vuelve más
evidente la constitución híbrida de las identidades étnicas y nacionales y de
la multiculturalidad, porque la globalización no es un simple proceso de
homogeneización sino de reordenamiento de las diferencias y desigualdades sin
suprimirlas. Por eso la multiculturalidad es un tema indisociable de los
movimientos globalizadores”. Por otra parte, el autor Daniel Mato insiste
en que “las identidades no constituyen legados recibidos pasivamente sino
representaciones socialmente producidas y, en este sentido, son materia de
conflictos y disputas sociales”. Es el mismo autor quien recalca una vez
más que las identidades no son fenómenos naturales, sino cuestiones de acción
y disputa social (Mato, 2006: 8 y 12).
La
autora Emilia Bermúdez parafraseando a García Canclini sostiene que “los
procesos de globalización no arrasan con los procesos locales de construcción
de las identidades puesto que las naciones y las etnias siguen existiendo,
aunque la tendencia sea a dejar de ser productoras de cohesión social. Así, que
de lo que se trata en tiempos de globalización, no es del riesgo de la
desaparición de las identidades locales sino de entender como se reconstruyen
las identidades étnicas, regionales y nacionales en procesos globalizados de segmentación
e hibridación cultural y el carácter conflictivo de su construcción” (Bermúdez,
2002:83). En una línea argumentativa similar se encuentra el autor Martín
Barbero quien indica que “el modo como se construye la identidad está
relacionado con las identidades profundamente precarias, se hacen y deshacen a
un ritmo distinto, son menos unitarias, son plurales, hechas de trozos, de
pedazos, de referentes diversos, de desniveles temporales, de gestos atávicos y
de ingredientes posmodernos” (Barbero, 1994:33).
Cerrando este apartado
podemos señalar que si bien la globalización de las comunicaciones se ha
traducido en una sensación de pérdida de la identidad de lo local y de lo
nacional y nos pone alerta respecto de su preservación para las generaciones
futuras, subrayar - en la perspectiva de Enrique Vergara – que finalmente lo
local, regional o nacional no desaparece puesto que las personas no reciben de
forma pasiva y sin ningún control negociador los nuevos aportes de culturas
foráneas. Agregar, que en el fondo lo que termina ocurriendo son esas nuevas
“síntesis” a las que aludía anteriormente Jorge Larraín, en las cuales los aportes más universales de otras
culturas se transforman y se adaptan a la nuestra (incluyendo lo nacional y lo
local).
VI. En relación a la hipótesis planteada
Para
finalizar, recordemos la hipótesis con la cual se inició este artículo:
Más allá de los problemas y/o
dificultades que se le presenta a la identidad en los tiempos de globalización
– especialmente a las identidades nacionales – la tendencia histórica de
alcance planetario en la cual estamos insertos, nos abre nuevas posibilidades y
a la vez desafíos, lo cual nos permite ver una nueva cara del fenómeno, más
allá de sus aspectos exclusivamente negativos.
Podemos
señalar que – en base a los planteamientos de los autores analizados – se
aceptaría la hipótesis en cuanto a que efectivamente los tiempos de
globalización, si bien por una parte, afectan de manera considerable la
constitución de identidades a nivel nacional, regional y local, también abren
posibilidades para la construcción de las mismas pero a un nivel distinto de
este último. Las posibilidades para la construcción de identidades en tiempos
de globalización están dadas entre otras, por las posibilidades que los medios
de comunicación y la tecnología le entregan a los sujetos para informarse,
conocer – tal vez no muchas veces comprender – otras realidades, otras formas
de vivir y entender la vida y por qué no decirlo “otras identidades” de
las cuales ese mismo sujeto también podría desear formar parte.
Evidentemente,
que las nuevas posibilidades que se dan en estos tiempos de globalización o en
esta tendencia globalizadora pueden afectar la construcción de la o las
identidades, pero puede haber una influencia positiva en la medida que los
“insumos y/o elementos” que entren a nutrir esta nueva constitución o
hibridación, efectivamente nos permitan incorporar elementos valiosos aún no
considerados. Claro que debemos reconocer que esta es una aseveración de alto
riesgo, porque nuevamente, ¿quien define lo valioso, lo bueno o lo importante?.
Una vez más, volvemos al punto de partida. Pero podría alguien negar que la
preocupación por los derechos humanos, la perspectiva de genero, la centralidad
del trabajo y la nueva emergencia de la clase trabajadora, el medio ambiente,
el fomento a los valores democráticos, el respeto a la diversidad (étnica,
cultural, religiosa, sexual, etc.), por nombrar sólo algunos aspectos, no son
hoy elementos y/o principios que trascienden las fronteras de los países y que
nos permiten constituirnos de una manera distinta; más amplia, más abarcadora, más
diversa e inclusiva. Sólo así podemos dejar de lado mitos y tradiciones que
tampoco nos permiten – si nos quedamos atados a ellos – vivir de una manera
libre, tolerante y respetuosa en relación justamente a otras formas “posibles
de vida y de convivencia”.
Ya
lo sostenía con claridad y firmeza Jorge Larraín cuando decía que “la
identidad no sólo mira al pasado como la reserva privilegiada donde están
guardados sus elementos principales, sino que también mira hacia el futuro; y
en la construcción de ese futuro no todas las tradiciones históricas valen lo
mismo” y agregamos humildemente, que además de “no valer lo mismo”, no
todas las tradiciones históricas nos van a ser funcionales para convivir juntos
en la aldea global. Aldea en la cual deberemos ser capaces de mantener los
elementos constitutivos de nuestra identidad que nos diferencien de los otros
de los cuales queremos diferenciarnos, pero también deberemos mirar el futuro
con flexibilidad y apertura. Ampliar la mirada para permitirnos no sólo
diferenciarnos sino que también “asemejarnos” a otros en aquellos
aspectos que vale la pena parecerse y que – muy importante aún – deseemos libremente
parecernos. Intentando sacudirnos y liberarnos un poco de las tendencias
monopólicas y/o hegemónicas que siempre vienen de alguna parte y en cuyo juego
está siempre el poder de algunos por sobre otros. Poder que además, obedece
siempre a intereses que se visibilizan cada día con mayor nitidez.
Los autores
Julio 21 de 2013
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