RESUMEN
A partir del año 2003, el Partido Justicialista se dividió en tres
opciones, lo que de alguna manera dividió al mismo, no solo ideológicamente de
manera superficial, sino también de hecho en la producción de tres diferentes
sellos partidarios, En el presente trabajo nos ocuparemos de esta problemática,
y la primera pregunta que nos haremos es: ¿Por qué se produjo esta
balcanización del peronismo?
ABSTRACT
Since
2003, Justicialista Party got divided into three options and this provoked not
only an ideological break in a shallow way, but also produced three different
party labels. In this work we will study this problem and our first question
is: Why this balkanization of peronism took place?
La
“balcanización” del partido peronista. Evolución histórica de la principal
fuerza política argentina
Por: Gonzalo Sarasqueta
Introducción
En las elecciones presidenciales
del 2003 tres candidatos peronistas acudieron a las urnas. Néstor Kirchner
(Frente por la Victoria), Rodolfo Rodriguez Saá (Frente Movimiento Popular
Unión y Libertad) y Carlos Menem (Alianza Frente por la lealtad) conformaron
el “triángulo justicialista” que, junto al ARI (Afirmación para una República
Igualitaria) de Elisa Carrió y el RECREAR de Ricardo López Murphy, se
repartieron los primeros cinco lugares. La suma del trío peronista alcanzó el
60,8% de los sufragios. Una aplanadora de votos símil a la del mismísimo Perón
en 1973, cuando cosechó el 62% luego de pasar más de veinte años en el exilio.
Pero claro, con el pequeño detalle que esta vez, por vez primera, el partido
del general no tuvo un único representante. Es más, ni siquiera ninguno osó de
competir en la contienda con el sello oficial del peronismo.
¿Por qué esta “balcanización” del
movimiento político que marcó a la Argentina en el siglo XX? ¿Qué pasó para que
deje de funcionar esa gigantesca máquina electoral que aspiraba todo, a
izquierda y derecha, y que hasta un neoliberal confeso como Carlos Menem pudo
dirigir- no sin consecuencias- durante sus primeros años de mandato? ¿Dónde
quedó ese partido de masas de 1946 que, bajo una narrativa nacional y popular,
“limaba” las diferencias y contradicciones entre el militar y el obrero y los
congregaba bajo la gruesa voz de Hugo del Carril
en Plaza de Mayo? En fin, ¿cuándo y por qué el peronismo se desmembró?
A estas preguntas se intentará
responder con un breve recorrido histórico del partido peronista que ponga en
evidencia su evolución. Cómo empezó siendo un partido de masas bajo la sombra
de un líder carismático como, Juan Domingo Perón. Luego, cómo efectuó su
metamorfosis a partido escoba o catch all, en 1973. Y, por último, cómo
llego a atomizarse en tres “micro-partidos empresas” organizados frenética y
circunstancialmente, después del estallido sociopolítico del 2001, alrededor de
tres líderes históricos provenientes de las filas del peronismo.
Marco
teórico
Son
conocidas las dificultades que tuvieron las ciencias políticas para hallarle
una definición precisa y, al mismo tiempo, integral y amplia, al concepto de
partido político. Por eso, se considera oportuno como punto de partida
establecer dos perspectivas que, en cierta medida, se complementen. En primer
lugar, la acepción de Max Weber que los entiende como “formas de socialización
que, descansando en un reclutamiento formalmente libre, tienen por fin
proporcionar a sus dirigentes dentro de su asociación y otorgar por este medio
a sus miembros activos determinadas probabilidades ideales o materiales” (1922:
228). Y para amplificar esta interpretación, citar al politólogo argentino Juan
Abal Medina que, basándose en Waver, concreta: “Un partido político es una
institución, con una organización que pretende ser duradera y estable, que
busca explícitamente influir en el Estado, generalmente tratando de ubicar a
sus representantes reconocidos en posiciones del gobierno, a través de la
competencia electoral o procurando algún otro tipo de sustento popular”. (2002:
5)
Para
solventar el esqueleto teórico de las modalidades de partido, se utilizarán
cuatro tipos:
-Partido
de masas, tal como lo asimila Panebianco, como una estructura masiva -que busca
la cantidad y no la calidad- que posee una burocracia permanente, una
afiliación con fuertes lazos organizativos de tipo vertical y una ideología en
común que cohesiona todo el aparato. (1982)
-
Partido carismático, también en línea con el teórico italiano, como una
coalición dominante que está unida mediante la lealtad a un líder específico
que es el artífice de la doctrina a seguir y respetar. A diferencia del partido
masas, no presenta fuertes rasgos burocráticos y está totalmente centralizado entorno
a la figura emblemática. (1982)
-
El partido escoba o catch all que, a diferencia del anterior, no tiene
una militancia o afiliación estable sino provisional. Sólo en los periodos
electorales se busca captar la mayor cantidad de votos posible, es por eso que
los programas ideológicos se diluyen y se transforman en principios generales-
cambio, progreso, seguridad y justicia, por ejemplo-. Si bien no se pierde
completamente el vínculo con el grupo social que lo sostiene, lo que se busca
es llegar a todo el espectro de la sociedad sin “discriminación” alguna. (1966)
-
El partido empresa: “Con este nombre puede identificarse una organización
específicamente creada para promover el apoyo a un candidato. Sin necesidad de
afiliación permanente, articula agencias de marketing y publicidad, emisoras de
radiotelevisión y prensa y redes comerciales de promoción basadas en servicios
de profesionales- describe Vallés, y completa-. Se pone en marcha al servicio
de un candidato, para el que reclama- de manera más cruda, aunque no muy
diferente que los demás partidos- un voto plebiscitario de adhesión”. (2000:
365)
Cabe
aclarar que, como se percibirá, en varias ocasiones, se fusionarán las
modalidades para ensamblar y describir de forma más completa al partido peronista.
Si bien las definiciones anteriores sirven como referentes, es importante no
concebirlas como recipientes rígidos y estrictos sino como marcos flexibles y
laxos que se pueden adaptar al caso estudiado.
Los orígenes: el primer peronismo
El
ingreso del partido peronista al sistema electoral argentino se produjo en el
año 1946. Lo haría bajo las siglas PL: Partido Laborista. Fueron unos comicios
muy polarizados: por una parte, el partido del general Perón, y enfrente una
heterodoxa corriente de fuerzas, la Unión democrática, que aglutinaba desde el
partido Conservador, el partido Radical, el partido Comunista y el Socialista.
Entre ambas fuerzas concentraron el 95,71% de los sufragios.
La
contienda electoral estuvo atravesada, en términos de Rokkan, por el cleavage
o la escisión trabajo- capital. De un lado los obreros y los emergentes
sindicatos, sobre todo la CGT (Confederación del Trabajo), y del otro, los
empresarios, la burguesía nacional y la clase media ascendente. Los primeros
esgrimían la bandera del trabajo y la redistribución de la riqueza; los
segundos, la constitución y la defensa de la democracia ya que consideraban a
Perón como la reencarnación criolla de Mussolini.
El
cómodo triunfo fue finalmente para la fuerza peronista. Con un 52,84% se impuso
sobre la Unión Democrática que, a pesar de haber conseguido fusionar fuerzas
tan dispares y contar con el apoyo del embajador norteamericano Spruille
Braden, alcanzó el 42, 87% de los votos. ¿Dónde estuvo la clave del triunfo
peronista?
Perón
en los años previos, desde 1943, había estado al frente de la Secretaría de
Trabajo y Previsión. Desde las entrañas de dicha institución empezó a tejer su
futura coalición sociopolítica. Suba de salarios, fomento de participación de
sindicalistas en la vida política y beneficios en las negociaciones con los
patrones, fueron algunas de las decisiones más trascendentales que produjeron
el apoyo de la clase obrera.
Alrededor
de él comenzó a erigirse centrífugamente una fuerte estructura partidaria. Bien
cerca de él, en la esfera siguiente, se encontraría su esposa Eva Perón,
encargada de contactar con los sectores femeninos y con los estratos más
humildes de la sociedad (“los descamisados” en boca de ella); por fuera de
ella, en un tercer círculo, se forjaría un trípode burocrático inédito en la
historia del país: militares con sesgos nacionalistas, sindicalistas
provenientes de las filas comunistas o socialistas, y antiguos dirigentes de los
partidos tradicionales del país; por último, en la base del partido, los
afiliados, la gran masa trabajadora, integrada por todos los migrantes del
interior del país que habían poblado los cordones industriales que rodeaban a
la ciudad de Buenos Aires, la denominada periferia, y que respondían
fidedignamente con multitudinarias manifestaciones de apoyo cada vez que su
líder se lo pedía. Como relata el historiador José Luis Romero: “Ahora poblaban
los suburbios los nuevos obreros industriales, que provenían de las provincias
del interior y que habían cambiado su miseria rural por los mejores jornales
que les ofrecía la naciente industria. De 3.430.000 habitantes que tenía en
1936, el Gran Buenos Aires había pasado a 4.724.000 en 1947. Pero, sobre estos
totales, mientras en 1936 había solamente un 12% de argentinos inmigrados del
interior, este sector de población había pasado a constituir un 29% en 1947- y
continúa-. Los partidos políticos ignoraron esta redistribución ecológica; pero
Perón la percibió, descubrió la peculiaridad psicológica y social de esos
grupos y halló el lenguaje necesario para comunicarse con ellos.” (1965: 63)
Hablar
de una ideología específica, como en los casos socialistas o comunistas, como
amalgama en este partido de masas puede sonar excesivo. Pero, sí, se puede
afirmar de la existencia de una gramática basada en la identidad nacional y en
la justicia social. Dicha narrativa, fraguada por el mismo Perón, básicamente
consistía en un modelo económico desarrollista y de carácter redistributivo, la
expansión de derechos sociales (voto femenino) y laborales (estatuto del peón,
el descanso dominical, la jornada de ocho horas, las vacaciones pagas), la
integración latinoamericana y la indiferencia- o tercera posición- en la
incipiente guerra fría entre el capitalismo y el comunismo. Bajo este mantra
doctrinario se refugió la clase obrera y todos los sectores marginales que se
beneficiaron con las políticas sociales y económicas del peronismo.
El
discurso calará muy hondo en la sociedad, a tal punto que durante los años de
gestión, en vez de erosionarse y bajar sus niveles de popularidad, el partido
siguió ensanchando su estructura. La iglesia, embelesada por la obligatoriedad
del catolicismo en la educación pública, y ciertos sectores de la burguesía
nacional, cautivados por el impulso que Perón le estaba dando a la industria
doméstica, se sumaron a las “huestes” del general. Los frutos, como era de
esperar, brotaron en las elecciones presidenciales del 1951, donde alcanzó el
63,4% de los votos, diez puntos más que en las anteriores. Cifras
contundentes.
Partido
de masas carismático: 1946-1952
Gráfico:
elaboración propia
Como
se detecta, el partido peronista encaja perfectamente con el arquetipo de
partido de masas que se propone Panebianco. Privilegia la cantidad por sobre la
calidad, contiene una narrativa- no muy concreta- que sirve de adhesivo, posee
una burocracia, y tiene una afiliación cuantiosa. Empero, es preciso matizar en
realidad lo que sostiene y mantiene vigente al partido no es ni todo lo
anterior ni un ideario y un programa de acción, sino el carisma de un líder
como Perón. Sobre él se cimienta toda la estructura. Sin la presencia y la
autoridad de él sería imposible amalgamar las diferentes facciones- iglesia,
trabajadores, ejército, burguesía nacional-. Es, al mismo tiempo, el ápice y la
base del proyecto. Por eso se puede inferir que se está ante un partido
carismático de masas; una organización multitudinaria con un andamiaje estable,
pero, en simultáneo, frágil ya que su pervivencia depende intrínsecamente del
“magnetismo” de un solo sujeto político: Juan Domingo Perón.
Izquierda y derecha, a “barrer” todo
“Porque
en esa poderosa indefinición el peronismo se da el lujo de serlo todo. De
contener en sí todas las obstinaciones”
José
Pablo Feinman
En
1955 un golpe militar desalojó del poder al peronismo. Autodenominada “La
Revolución libertadora”, el nuevo movimiento castrista proscribiría a Perón y a
todo el partido durante 18 años. Recién en 1973, luego de un largo exilio en
España, el líder volvería a competir en unas elecciones libres y limpias.
Pero
claro, el Perón que vuelve no es el mismo que se fue. En su estadía en Puerta
de Hierro, el “viejo”, como lo llamaba la juventud del partido, había meditado
mucho. Era consciente que su regreso a las arenas políticas del país debía ser
en otro formato. Y entre sus reflexiones principales figuraba la construcción
de un nuevo partido político; una fuerza moderna que evitara la fractura social
que había desencadenado su derrocamiento. Debía edificar una estructura que lo
abarcase todo, que no dejara nada por fuera. Desde la extrema izquierda,
reflejada en movimientos guerrilleros como montoneros, hasta los sindicatos
corporativistas de derecha, que mutarían años más tarde en la triple A (Alianza
Anticomunista Argentina). En el medio de ambos extremos: iglesia, sacerdotes
adeptos a la teología de la liberación, clase media, partidos marxistas y
conservadores, demócratas radicales, ejército, las élites agropecuarias, la
burguesía industrial, todo adentro del mismo saco.
Para
llevar a cabo dicha tarea era imperioso deshilachar la antigua doctrina
nacional y popular. Había que escribir otro relato, otro discurso más
totalizador, que incluyera a la sociedad entera. Y eso hizo. “Si llego sólo con
los buenos, me quedo con muy poquito”, confesaba. Con tiempo, desde Madrid,
años antes de su regreso, el general empezó a recibir todo tipo de visitas. Sin
filtro ideológico, se entrevistaba con la juventud revolucionaria (montoneros),
con militantes del grupo Tacuara (de inclinación conservadora y católica), con
las patronales del campo, con las grandes multinacionales que deseaban invertir
en la Argentina, con los grupos más reaccionarios de la iglesia y, en
simultáneo, con los curas tercermundistas. A todos aprobaba. A todos les
prometía un espacio significativo en su partido y, posteriormente, en su futuro
gobierno. Y así fue tejiendo su nueva estructura partidaria. José Pablo
Feinmann lo sintetiza: “…es desde el exilio que está obligado a serlo todo.
Porque el movimiento se desbanda en demasiadas facetas y él tiene que
potenciarlas a todas y retenerlas”. (2011: 17)
En
el camino, como todo partido escoba, perdió toda la coherencia doctrinaria. En
su lugar ingresaron lemas y principios tan generales como “democracia total”,
“justicia para todos”, “progreso infinito”, etc. “De haber llegado con menos,
su Gobierno habría tenido más coherencia. Él habría vivido. Y desde el Gobierno
habría podido acumular el poder que requería. Porque: el poder no se toma, el
poder se crea. Perón pudo hacerlo. Pero no, nunca con un Movimiento caótico y
meramente cuantitativo que empezó a devorarse a sí mismo”. (Feinmann; 2011: 17)
Así
lo expresaba el mismo Perón en un discurso cercano a los comicios de 1973:
“Hoy
hay un solo interés: es el interés de todos los argentinos, sin cuya
realización nadie podrá soñar en realizar su propio destino. En esto,
compañeros, debemos llevar la sensación a toda la República que nuestro
gobierno justicialista no es ni absorbente, ni sectario, ni excluyente. A pesar
de todo lo que ha sucedido en estos últimos veinte años, nosotros nos
despreocupamos de las pasiones menores, para exaltar la única pasión que vale
en los tiempos que vivimos: el destino de la República Argentina- y en otro
párrafo exaltaba-. Primero está la Patria; después, el Movimiento, y
finalmente, los hombres.”
De
esta manera el partido perdía conexión directa con el histórico sujeto
sociopolítico que lo había acompañado siempre: el trabajador. En su lugar, o
por encima de él, ahora aparecía la “Patria”, ése concepto vago, amplio y
difuso que engloba “todo” y que no hace mención a ningún actor social en
particular. Dentro de ella entran todos, desde el empresario, los militares y
el patrón hasta el obrero, el revolucionario y la juventud. En fin, una costura
política elástica y laxa, ideal para captar a la ciudadanía en su totalidad.
Un
conjunto de comunicadores profesionales se encargaron de revestir las
contradicciones, disolver mediáticamente las tensiones intestinales del
movimiento y homogeneizar los intereses frente a la opinión pública durante la
campaña electoral. Sumado a este equipo, estaban otros militantes de viejo cuño
que organizaban los masivos e híbridos actos. Banderas argentinas, pancartas de
la CGT, imágenes de próceres como San Martín y Belgrano, estampas del “Che”
Guevara y Evita ponían de manifiesto la plasticidad de la nueva estética
pública del peronismo.
El
principal sustento económico del partido corría a cuenta de inversores y
empresas privadas que deducían que con Perón el país se estabilizaría y, por
ende, hallarían las condiciones propicias para invertir y expandirse. Ésa era
la apuesta del empresariado nacional: volver al desarrollismo nacionalista de
los años cuarenta.
La
estrategia era clara, concisa y maquiavélica: había que “arrollar”, sin
importar los medios- programas políticos, doctrina, coherencia, etc.- en las
elecciones de septiembre de 1973. El partido necesitaba un contundente triunfo
que despejara toda posibilidad de ingobernabilidad. Perón volvía con un
poderoso partido escoba para barrer todo el sistema de partidos. No quería
dejar nada afuera del inmenso dispositivo electoral que había montado desde el
exilio. Y, en cierta medida, lo logró.
Las
elecciones de 1973 dieron por ganador al FREJULI (Frente Justicialista de
Liberación), el partido de Perón. Con una diferencia considerable de 40% sobre
el segundo, la fuerza del general alcanzó el 62% de los sufragios. Si bien, al
general le hubiese gustado obtener un triunfo aún más contundente y
totalizador, el objetivo primordial estaba consumado: el Sillón de Rivadavia volvía a
ser de él.
Partido escoba o atrápalo todo: 1973
Gráfico: elaboración propia
Como
quedó plasmado, la metamorfosis del partido carismático de masas al partido
escoba o atrápalo todo (catch all) de Otto Kirchheimer es palpable: una
desideologización fuerte- materializada en el cambio del discurso del líder- en
aras de atrapar la mayor cantidad posible de votos; el reemplazo del obrero,
como sujeto sociopolítico y referente discursivo, por la Patria, esa destinataria
imprecisa, amplia y difusa que pretende abarcarlo todo; la financiación de
empresas y sectores privados en vez de las cuotas de afiliados, las actividades
partidarias, o cualquier otro tipo de aporte alternativo, rasgo característico
del primer peronismo; y el relevo del trípode burocrático- militares,
sindicalistas y dirigentes de partidos tradicionales- por un grupo de
profesionales expertos en comunicación política.
En
el centro de este nuevo partido-escoba, como pivote, seguiría Perón. Sobre él
continuaba gravitando el partido. A falta de un programa político concreto, el
ex presidente suplía el vacío doctrinario con unos discursos genéricos,
reconciliadores y maximalistas. Él era el único que
seguramente le seguía dándole un valor semántico a la palabra peronista. Ahora,
a diferencia del partido peronista del primer período, su carisma no era el eje
articulador. No. En esta época, en palabras de Ernesto Laclau Perón pasa a ser
un “significante vacío” (Panizza; 2009). En su intento por representar el todo,
de totalizar su partido a partir de él, cede o se vacía de su identidad
originaria, de sus rasgos más particulares y de su liderazgo inicial, y queda
como un dispositivo político vacuo donde caben todas las demandas o inputs
de la sociedad.
La atomización
El
peronismo retornó al poder en 1989. Ya ausente el máximo exponente del
movimiento, Carlos Menem ocupó su lugar nuclear. Siguiendo la estela del Perón
del 73, puso en marcha un partido-escoba acorde a la coyuntura que le
posibilitara ganar la contienda electoral. Hecho que se produjo sin demasiados
obstáculos: con el 47,48% de los votos, el FREJUPO (Frente Justicialista
Popular), nueva nomenclatura del peronismo, se impuso al Partido Radical que
obtuvo el 36,79%.
No
obstante, lo que comenzó como un misterio terminó resquebrajando al partido
peronista. Envestido como un caudillo del interior- sin duda sus patillas lo
arrimaban al legendario Facundo Quiroga que Sarmiento tan bien describió en su
obra-, el riojano propuso un liderazgo al estilo Perón en un principio. Pero
con la diferencia de que lo que en un pasado el general lo solucionaba con un
discurso multitudinario en Plaza de Mayo, que congregaba a todo el arco
justicialista, Menem lo hacía mediante los medios de comunicación.
Durante
los dos primeros años, Menem se mantuvo fiel al estilo esotérico del último
Perón. No terminaba de mostrar hacia dónde viraría ideológicamente su gobierno.
Hasta que en 1991 se decidió. Convencido de que ya no necesitaba “barnizar”
todas sus decisiones porque tenía un respaldo sociopolítico importante, el
entonces presidente rompió el principal precepto del último peronismo: escogió
de manera explícita, clara y contundente. Hizo pública- y política- su fe
absoluta en la “religión” del momento en Latinoamérica: el neoliberalismo.
Privatizó
empresas públicas, dejó entrar a los organismos internacionales en la política
doméstica, hizo odas al sector financiero y especulativo, impuso la
convertibilidad (un dólar, un peso), redujo el estado a un mero ente pasivo sin
participación en la economía, flexibilizó todas las leyes laborales, y otras
medidas de talante neoliberal aconsejadas por el Consenso de Washington.
(Horvath, 2012)
Menem
comenzó así un proceso de selección y parcialización ideológica inédito en la
tradición peronista. En las antípodas del peronismo inicial- nacionalista,
desarrollista y popular-, el partido por primera vez asumía las leyes del
mercado como doctrina oficial. El resultado no fue solamente el destierro de
todos aquellos que no se sentían identificados sino también la marginación de
un sector importante de la población que se vio perjudicada notoriamente por la
política económica del “peronismo neoliberal”.
Los
gérmenes de disidencia que se fueron incrementando durante la década del 90 tuvieron
su corolario en la crisis del 2001, donde varios sectores del peronismo se
vieron obligados a desmarcarse totalmente de la política menemista. Y
decidieron fundar otros espacios de participación. Algunos-tal vez el sector
más reticente al menemismo- se inclinaron por el asambleísmo que buscaba
remplazar a la denostada clase política. Otros, más pragmáticos, decidieron
introducirse-o camuflarse- en la lucha de los sindicatos (CGT y CTA). Y, los
que habían estado más cercanos al menemismo, como Rodríguez Saá (presidente
durante seis días en el 2001) y Kirchner (gobernador de la provincia de Santa
Cruz entre 1992 y 2003), y el mismísimo Menem, conformaron nuevos partidos
políticos que, frente a la sociedad, querían dar una imagen de frescura y
modernidad. Pero que, puertas adentro, no renunciaban a conquistar la colosal
estructura electoral del partido peronista
Divide
y sobrevivirás. Luego de una década de pasividad política, la sociedad
despertó aquel 19 de diciembre del 2001. Con el principal objetivo cumplido, la
renuncia del radical Fernando De La Rúa, el pueblo fue por más. Y ese más era
empezar a formar parte de las decisiones. La democracia deliberativa aparecía
en el horizonte.
La
palabra compromiso resonaba en cada rincón del país. La clase media daba por
terminado el gran bostezo de inercia de los 90. Volvían los años de militancia,
partidaria o no. Los partidos de izquierda (Partido de los trabajadores,
Partido Obrero, Partido Ecologista) abrían sus puertas. La gente quería
proximidad, cercanía, contacto con la realidad. Los nexos tradicionales - tan
corrientes en el peronismo, como el “puntero” del barrio- que hacían de vaso
comunicante con la cúspide del partido o el líder, quedaban anticuados.
El
peronismo en este contexto de crisis de representación se vio obligado a mutar.
La supervivencia pendía de un hilo. Juntos, estaba claro, no había futuro. Por
eso, en consonancia con el reclamo de participación y de renovación radical que
reclamaba la ciudadanía, el mejor remedio fue la disgregación. “Perderse” en
el nuevo caos.
La
búsqueda del voto, momentáneamente, quedaba rezagada a un segundo plano. Lo
inminente era generar confianza. Acotar la brecha entre ciudadanía y
representantes. La lectura era clara: se debía descomponer el partido
atrápalo-todo en micro-partidos, cada cual con sus propios matices ideológicos
y ofertas electorales: Néstor Kirchner con su fuerte estatismo y su impronta de
guardián de los derechos humanos; Rodríguez Saá tratando de imponer el modelo
desarrollista de su refugio político, desde la década del 80, la provincia de
San Luis; y Menem que quería reinsertar el formato neoliberal del peronismo, ésta
vez con la promesa de transparencia y un Estado más activo.
Micro-partidos empresas: 2003
Gráfico:
elaboración propia
Los
tres partidos tenían en común, aparte del pasado peronista, que habían sido
creados repentina y fugazmente para acudir a las elecciones del 2003. Todos
contaban con agencias de marketing y publicidad encargadas de interpelar a la
ciudadanía con una determinada doctrina- estatista, desarrollista o neoliberal-
que se vendía como un producto comercial. Ninguno de los tres partidos poseía
una estructura fija, por ende, no tenían ni militantes ni afiliados: estaban
financiados por empresas privadas. También en coincidencia, ninguno utilizó
emblemas, símbolos, efemérides o recursos lingüísticos – metáforas, analogías,
aforismos, etc. - relacionados con el peronismo.
Y,
por último, los tres dispositivos giraban en torno a la figura del líder. Su
carisma era el adhesivo que unía transitoriamente a ese endeble andamiaje
montado para los comicios. En síntesis, tanto Kirchner como Rodríguez Saá y
Menem montaron lo que se denomina un partido-empresa, un reflejo al Forza
Italia de Silvio Berlusconi, que se sujeta y sostiene a raíz del carisma y
la capacidad de generar empatía por medio de los mass media –Spots
publicitarios, debates, publicidad, folletos, etc.-.
Conclusión
El
proceso de transformación del partido peronista, como se advirtió, ha sido
complejo, inestable y profundo. Varios y diversos- partido carismático de
masas, partido escoba o atrápalo todo y micro-partidos empresas- fueron los
“envases” que incorporó la fuerza desde su existencia. Todos determinados y
condicionados por las condiciones políticas, electorales, sociales y culturales
de cada periodo histórico.
Sin
embargo, a pesar de las diferentes estructuras adquiridas, se pueden encontrar
varios puntos en común que pervivieron en los tres procesos. El primero, la
carencia de un programa ideológico contundente que articulara al partido. Si
bien en el primer partido existía una doctrina, era confusa, imprecisa e
híbrida. En los dos otros casos: el esoterismo ideológico fue la marca
distintiva en 1973, y el solapamiento de la imagen, la publicidad y el
marketing sobre el contenido, el rasgo central del 2003.
En
segundo término el carácter verticalista de los tres partidos. La jerarquía
fue, sin duda, un rasgo reiterado. Ninguno de los tres implementó una
estructura horizontal en la cual las decisiones se tomaran mediante el consenso
y el debate. Y claro que esto está relacionado y, en cierta medida, es una
consecuencia del tercer punto: la presencia constante de un líder carismático
como cohesionador, o, hasta inclusive, como encarnación del partido mismo.
La
personalización del partido acarrea ventajas en lo que respecta a la dinámica
en la toma de decisiones y el control de las diferentes facciones que integran
el proyecto. Pero también es cierto que, y aquí reside la tesis de la
investigación que responde al por qué de la “balcanización del peronismo”, la dependencia
de un partido, sea cual fuere su formato, en la figura de una sola persona-en
este caso Perón- dificulta o directamente impide la institucionalización del
primero. No se establecen parámetros normativos ni prácticos para su
funcionamiento. No se realizan reglamentos ni elecciones internas. No se trazan
fronteras ideológicas. No se plantean programas de acción a corto, mediano y
largo plazo. En sentido contrario, todos estos elementos, que aseguran la
estabilidad y la pervivencia de una fuerza política, son reemplazados por el
poder omnipotente de un líder que, como en el caso de Perón, carece de
herederos o “delfines” políticos.
Es
comprensible, entonces, que el partido haya sobrevivido, no sin dificultades-
fue perseguido y reprimido durante la dictadura militar (1976-1983) y perdió
sus primeras elecciones democráticas frente al Partido Radical (1983)-, a la
muerte de su líder durante dos décadas. Lo explica la construcción del mito y
la evocación al líder, que sirvieron transitoriamente de amalgama, pero que,
como era de esperar, fueron insuficientes para afrontar la crisis de
representación ciudadana que sufrieron los partidos políticos argentinos en el
estallido del 2001. En ese momento histórico es que las tres vertientes
“intestinales” del partido, al detectar que bajo el mantra tradicional del
peronismo corrían el peligro de “extinción política”, decidieron reciclarse en
tres micro- partidos empresas, que justamente, y no es casualidad, ofrecieron
tres productos ideológicos diferentes y antitéticos. Lo que pone de manifiesto,
nuevamente, la ausencia de una matriz ideológica histórica en el seno del
peronismo.
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