Gobierno
de Néstor C. Kirchner (2003-2007). Claroscuros existentes a la hora de fortalecer
la institución presidencial
Andrés C. González Grobas
I
INTRODUCCIÓN
Justificación
Las medidas tomadas por el Poder
Ejecutivo y la relación del mismo con las demás instituciones republicanas
durante el período 2003-2007, serán importantes para entender cómo Néstor C.
Kirchner, un gobernador prácticamente desconocido por la mayor parte de la
población y cuyo caudal de votos obtenido en los comicios presidenciales fue
ínfimo, pudo devolver capacidad de liderazgo a la figura presidencial luego de
la mayor crisis general que haya sufrido la Argentina.
Objetivo
El presente trabajo intentará dar
cuenta de los factores que posibilitaron a Néstor Kirchner adquirir bajo su
gobierno la legitimidad de la que careció en un principio y reconstruir la
imagen de un presidente fuerte, símbolo del ideario nacional.
Planteo del problema y
problema
La existencia de un Poder
Ejecutivo fuerte es una de las bases tradicionales del sistema político
argentino. Dentro del régimen republicano, la ciudadanía brinda la mayor cuota
de legitimidad sobre la institución presidencial, a la que se otorga apoyo en
períodos dichosos; pero, como correlato, también es donde mayormente recae el rechazo
popular cuando se viven momentos aciagos.
La crisis política, económica y
social que vivió la Argentina durante los años 2001 y 2002 generó en la
sociedad un proceso de descrédito hacia los partidos políticos y sus
representantes. Sin embargo, la desconfianza y apatía estaba sobre todo
dirigida contra el presidente de la Nación: la debilidad que mostró Fernando de
la Rúa a lo largo de su mandato erosionó ese componente caudillista que
conforma en gran medida la imagen de liderazgo que se tiene en nuestro país.
Fue Néstor Kirchner quien supo
reestructurar la figura presidencial, ganarse la confianza de la mayor parte de
la población y volverse el eje sobre el cual giraba toda discusión política.
Por esta razón es oportuno plantear los siguientes interrogantes: si bien
Kirchner logró fortalecer la institución presidencial, ¿qué actitudes, decisiones
y mecanismos le permitieron llevar a cabo tal complicada tarea? Y en
consecuencia, ¿podría, en su ejercicio del poder, deberse a las necesidades del
momento el uso de prácticas no siempre ajustadas a los preceptos
constitucionales, o se correspondería con un comportamiento sostenido a lo
largo de los años por distintos mandatarios?
De acuerdo con las cuestiones
expresadas en el anterior párrafo se llega a la siguiente hipótesis de trabajo:
Hipótesis
“El conjunto de medidas adoptado
por Néstor Kirchner durante su gobierno y que le permitió reavivar la histórica
percepción de líder que la sociedad busca en el presidente de la Nación,
estaría fundamentado en una concepción decisionista de la política y no siempre
habría estado sujeto a las normas y leyes imperantes”.
Marco teórico
La problemática de la concepción
decisionista de la política y su adaptación al contexto democrático
latinoamericano es ampliamente abordada en el libro Estado de excepción y
democracia en América Latina: Argentina, Brasil, Perú y Venezuela en
perspectiva comparada, obra de la cual se consultarán los escritos de
Baldioli y Leiras, y la presentación cuya autoría corresponde a Quiroga.
La Constitución Nacional servirá
para explicar las atribuciones del Poder Ejecutivo dentro del régimen
republicano. También serán de gran utilidad los textos de Botana, Ferreira
Rubio y Goretti, Maurich y Liendo, Mustapic y Ziulu.
El análisis de las condiciones
históricas que permitieron la llegada de Néstor Kirchner al poder se abordará a
partir de los trabajos de Bosoer y Leiras, Rapoport, Romero y Leiras, y mediante
artículos periodísticos.
Con el objetivo de explicar qué
medidas permitieron a Kirchner devolver liderazgo a la figura presidencial y
cómo impactaron las mismas en la relación existente entre los poderes
Ejecutivo, Legislativo y Judicial durante el período 2003-2007, serán útiles los
textos de Botana, Leiras, Levitsky y Murillo, Morales Solá, Rapoport, Romero,
Pedrazzi y Wornat. A su vez, tales escritos se complementarán con diversos
editoriales y columnas de opinión publicados en diarios y revistas.
Estos dos últimos capítulos serán
enriquecidos con datos y estadísticas mencionados en las siguientes páginas
web: Asociación por los Derechos Civiles (ADC), Dirección Nacional Electoral –
Ministerio del Interior, Directorio Legislativo, InfoLEG, Legislatina y
Wikipedia.
II
DECISIONISMO POLÍTICO
1. Historia del
concepto
El nacimiento institucional del
decisionismo tuvo su origen en la República Romana. En casos de conflicto
externo, guerra civil o conmoción interior en la metrópoli o las colonias, el
Senado nombraba a un dictador, concediéndole el bastón de mando y un plazo de
seis meses para recomponer la situación. Pasado el lapso estipulado, el
dictador devolvía el bastón de mando a los senadores, quienes, de ser
necesario, podían otorgarle un nuevo voto de confianza o elegir a otro
ciudadano para el cargo.
Ya en la Edad Moderna, Jean Bodin
prefería no hablar de dictadores sino de comisarios reales. Mientras que la
soberanía era ejercida sólo por el rey, el comisario era un magistrado elegido
por el monarca para solucionar problemas urgentes que necesitaban atención, y
al igual que en la dictadura romana, por un tiempo determinado; sin embargo, el
puesto de comisario era revocable cuando el rey quisiese, lo que implicaba que
tal cargo no fuese considerado parte de las instituciones de la monarquía
francesa.
Juan Donoso Cortés es otro de los
autores que influirán en el pensamiento de Schmitt. Entre 1840 y 1843 el
general Baldomero Espartero ejerció como regente de España durante el reinado
de Isabel II. En sus escritos, Donoso Cortés manifiesta una profunda aversión
por Espartero, a quien lo acusa de hacer caer a la monarquía ibérica en las
“garras del liberalismo”, razón por la que pide se lleve a cabo un golpe de
Estado dirigido a reinstaurar el régimen monárquico tradicional. Tal prédica
surge efecto en la casta militar, que se subleva frente al regente y provoca su
exilio.
Más allá de la simpatía que
Donoso Cortés generaba en Schmitt, deben mencionarse las diferencias existentes
en cómo cada autor analizaba el concepto de dictadura: mientras que para el
primero era sinónimo de reacción ante todo lo nuevo, las mejoras
institucionales, el desarrollo político y el régimen democrático, el segundo lo
entendía como una herramienta dirigida a conservar el orden institucional y la
paz social, y preservar la democracia frente al accionar de los partidos
antisistema que pudiesen instaurar el totalitarismo. Ambos intelectuales
tomaban a la dictadura como la mejor respuesta al peligro, pero a tal peligro
le daban un significado diametralmente opuesto (Baldioli y Leiras, 2010a).
2. La visión de Carl
Schmitt
De acuerdo con el pensamiento de
Carl Schmitt, el principio de explicación del universo jurídico no surge de la
norma, sino de la voluntad política que la crea, la decisión. A diferencia de
los positivistas y normativistas,
el pensador alemán consideraba que la decisión precede a la norma y la
instituye; que el Derecho no se funda en sí mismo, sino que se instala a partir
de la autoridad que impone su voluntad.
En situaciones de emergencia
originadas por la ineficacia de la legalidad, Schmitt entendía necesario
instaurar un estado de excepción. Este estado –que no es sinónimo del concepto
hobbesiano de “guerra de todos contra todos”, sino precisamente su manera de
evitarlo- alude a una situación extraordinaria donde queda suspendido el orden
jurídico por completo.
Al hablar de estado de excepción resulta
oportuno mencionar el concepto de dictadura comisaria. Vinculada al modelo
romano, es ejercida por un magistrado de la república, el reino o el imperio sólo
por un tiempo determinado, mientras sean reordenados las instituciones y el
escenario político con el fin de que en un futuro próximo el mando sea
entregado a las autoridades constituidas y constitutivas legalmente para tal
efecto (Ibíd.; Quiroga, 2010).
3. Adaptación del término a las democracias latinoamericanas contemporáneas
En la actualidad, los regímenes
democráticos cuentan con medidas de emergencia o excepcionales concebidas dentro del marco jurídico del Estado. Son poderes discrecionales
previstos para momentos de crisis donde es necesario proteger a la democracia.
Pese a ello, nos encontramos
frente a un uso abusivo de poderes excepcionales en épocas de normalidad, lo
que conlleva a la acuñación del término “decisionismo democrático” y con él una
concepción decisionista no schmittiana de la política, caracterizada por un
líder fuerte, provisto de una potestad de mandar concentrada y vertical que
busca subordinar todo tipo de control parlamentario y judicial y responder
únicamente al veredicto popular.
En las democracias de estos
tiempos no se suspende al estado de Derecho, sino más bien se lo atenúa. En
situaciones así conviven en un mismo orden colectivo las legislaciones
ordinaria y extraordinaria -las lógicas decisionistas y normativistas- y se
disuelve o disminuye el protagonismo de la deliberación popular frente a un
Poder Ejecutivo que por si solo define la agenda pública.
El decisionismo latinoamericano
tiene como eje al Estado y su soberanía. Juan D. Perón (Argentina), Lázaro
Cárdenas (México) y Getúlio Vargas (Brasil) pueden ser tomados como líderes decisionistas,
populistas, que llevaron a cabo proyectos de país rechazados por los sectores
políticamente liberales y económicamente ortodoxos.
En cambio, durante la década de
1990 surgió un fenómeno denominado neodecisionismo, cuyos exponentes –Carlos S.
Menem (Argentina), Alberto Fujimori (Perú), Abdalá Bucaram (Ecuador) y Fernando
Collor de Mello (Brasil)- intentaron lograr con diferentes niveles de éxito una
alianza entre las formas decisionistas de liderazgo fuerte, el neoliberalismo
económico y el neoconservadurismo político (Baldioli y Leiras, 2010a; Quiroga, op.
cit.).
III
CONSTITUCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA
Y FACULTADES BRINDADAS
AL PODER EJECUTIVO NACIONAL
1. Potestades y límites de la institución presidencial dentro del
régimen republicano
Hacia mediados del siglo XIX la
doctrina política dominante era el constitucionalismo liberal. El mismo,
influenciado por los preceptos de la Carta de Derechos inglesa, la Ilustración
y la Revolución Francesa, defendía un esquema republicano que impidiese la
preeminencia de uno de los poderes constituidos por sobre los otros (Ziulu, 1997).
Los constituyentes argentinos del
año 1853 aprobaron una Constitución coherente con la mencionada doctrina; sin
embargo, los antecedentes históricos obligaban a repensar las facultades que
serían brindadas al Poder Ejecutivo. Ya desde la época virreinal los
gobernantes se habían caracterizado por su energía y vigor, y es por ello que
Juan B. Alberdi entendió que “esa fortaleza […] era la única que
podía resguardar el logro del orden y la paz como valores fundamentales para
sustentar el progreso” (Ibíd, p.63). En consecuencia, si bien en un
primer momento se mostraron tendencias proclives a formas de organización de
tipo colegiado, las mismas fueron prontamente reemplazadas por un régimen
presidencial.
Mustapic (2000, pp.576-577)
indica que “el Ejecutivo argentino se distinguió tempranamente por tres
atribuciones: la declaración del estado de sitio, la intervención federal y la
iniciativa legislativa”. Mientras que las dos primeras buscaban recursos a
la Administración central para enfrentar los intentos de resistencia que
pudiesen oponer las provincias, la tercera se relacionaba con el proyecto
modernizador que tenía la elite en el poder. Como se buscaba convertir a la
Argentina de la época en una sociedad moderna, desarrollada y pujante, se
entendía que el Poder Ejecutivo -cuyo carácter unipersonal le brindaba superior
dinámica e inmediatez respecto a órganos colegiados- debía ser quien dirigiese
el país hacia su transformación.
De todas formas, “la confianza
en que un presidente dotado de estas atribuciones sentara las bases de un orden
político estable y modernizara el país, no implicó que los constituyentes
argentinos desatendieran los peligros de la tiranía”. Es por ello que
fueron incorporados mecanismos de división de poderes y frenos y contrapesos de
acuerdo al patrón constitucional estadounidense, con lo cual “una
presidencia que carece de apoyo o no cuenta por lo menos con la tolerancia del
Congreso corre el riesgo de que sus atribuciones terminen siendo puramente
nominales”.
Ahora bien, en los últimos años
se ha dado una creciente concentración de poder en el Ejecutivo, ya sea porque
tanto las ramas Legislativa y Judicial como los organismos de control de la
actividad de la Administración no han sabido responder eficazmente a distintas
presiones realizadas por el primero, ya sea porque el Legislativo delegó gran
cantidad de facultades a favor del presidente o la Corte Suprema de Justicia
sustentó en su momento decisiones presidenciales de dudosa constitucionalidad (Ferreira
Rubio y Goretti, 1996).
2. Reforma constitucional de 1994: ¿atenuación del sistema
presidencialista o triunfo de pretensiones hegemónicas?
Dentro del conjunto de
modificaciones incorporadas en el esquema institucional mediante la
Constitución reformada de 1994, serán analizados tres aspectos: la
incorporación de la potestad presidencial para dictar decretos de necesidad y urgencia
(DNU) y promulgar parcialmente las leyes, y la reelección presidencial
inmediata.
Potestad para dictar DNU. Como bien lo explican Ferreira Rubio y Goretti (Ibíd., p.449), de
acuerdo con la Constitución Nacional de 1853 “el presidente tenía facultad
para dictar tres tipos de decretos: ‘de ejecución’ (reglamentario de una ley
dictada por el Congreso), ‘autónomo’ (cuando el Ejecutivo regula por sí una
materia que le es reservada por la Constitución como facultad privativa);
‘delegado’ (regula materias propias del Congreso, en virtud de una delegación
de facultades ordenada por el propio Poder Legislativo)”. Queda claro que
los DNU no eran parte del conjunto de prerrogativas con las que contaba el
titular del Poder Ejecutivo, más allá que los mismos se dictaron ante
situaciones de gravedad institucional o de crisis económica, significando esto
la apropiación fáctica de derechos correspondientes al Congreso.
En 1994 los DNU fueron
jerarquizados a rango constitucional, permitiendo al presidente hacer uso de
los mismos “cuando las circunstancias excepcionales hicieran imposible
seguir los trámites ordinarios […] para la sanción de leyes, y no se
trate de normas que regulen materia penal, tributaria, electoral o el régimen
de los partidos políticos”. Dichas medidas deben ser debatidas por una
Comisión Bicameral Permanente (Argentina, 2003, p.46), cuya composición fue
reglamentada por el Congreso recién doce años más tarde.
El ámbito académico presenta
distintas posturas acerca del uso de los DNU. Al respecto, Maurich y Liendo
(1998, p.371-372 y 385) argumentan que
“Concluir
que un gobierno es decisionista porque utiliza medidas excepcionales para
gobernar es una generalización que no contempla las particulares circunstancias
en las cuales éstas han sido tomadas. El decisionismo, por ejemplo, implica
desinstitucionalización, lo cual no se condice con las complejas tramas dentro
de las cuales se utilizaron medidas de excepción”.
Los autores prefieren hablar de
estrategia decretista o ejecutivismo, un estilo de Gobierno donde el presidente
se vale del tipo de decretos en cuestión “para poder gobernar en una
convivencia con el resto de los actores políticos” y posibilitar la “salida
a situaciones políticas adversas”.
Siguiendo esta lógica también
puede comprenderse a la estrategia decretista como un mecanismo tendiente a
lograr la disciplina partidaria dentro de un diseño político de “centralismo
limitado”, conjuntamente con la utilización de otros recursos disponibles como
pueden ser el veto parcial o total y la distribución de incentivos selectivos y
colectivos tanto a legisladores oficialistas como opositores (Mustapic, 2000;
Baldioli y Leiras, 2010a).
Una postura opuesta es sostenida
por Ferreira Rubio y Goretti (1996, pp.445 y 472). En su trabajo, donde
analizan el período transcurrido entre la asunción de Carlos Menem y la
incorporación a la Constitución de la facultad presidencial para dictar DNU,
los autores señalan que el exmandatario aprovechó la gran crisis económica
existente al momento de iniciar su Gobierno y las expectativas de la ciudadanía
en que él podría resolver la situación de emergencia, para hacer un amplio uso
de recursos extraordinarios.
Así, pese a que ya se habían
sancionado las leyes de Emergencia Administrativa y de Emergencia Económica,
que según él “constituían la base de su plan de acción para enfrentar la
crisis”, Menem “intensificó la utilización de los decretos de excepción […] a través de los cuales tomó una serie de medidas que eran resorte exclusivo del
Congreso. La prédica oficial hizo hincapié en la lentitud del Congreso y en la
imposibilidad de esperar la sanción de leyes”.
Por último, afirman que los DNU
constituyen una eficaz herramienta de presión: el presidente puede hacer uso de
ellos si el Poder Legislativo no sanciona las iniciativas que le interesan, “y
en caso de que los legisladores reaccionen con una ley derogándolo[s],
el presidente puede vetar dicha decisión. Le basta contar, por ejemplo, con 1/3
de los senadores para imponerse sobre el resto del Congreso” (Mustapic, 2000,
p.585).
Facultad para promulgar
parcialmente leyes. De acuerdo a la Constitución sancionada en 1853, el
Poder Ejecutivo podía vetar, de forma total o parcial, los proyectos
sancionados por el Congreso. Igualmente, sin distinción del tipo de veto
utilizado, el texto completo del proyecto debía retornar al Congreso para que
éste lo discuta y pudiese ejercer su derecho de insistencia.
Sin embargo, Carlos Menem “utilizó
una medida de dudosa constitucionalidad –aunque con antecedentes en
el pasado-: la promulgación parcial del texto legal en aquellas partes que no
ha sido objeto de veto”. Sólo en 1994 la reforma constitucional incorporó
la facultad del Poder Ejecutivo de promulgar parcialmente las leyes siempre que
las partes no objetadas tengan autonomía normativa y su aprobación parcial no
altere el espíritu ni la unidad del proyecto sancionado por el Congreso. El
veto parcial deberá ser tratado por la Comisión Bicameral Permanente que
también analiza la validez o invalidez de los DNU (Ferreira Rubio y Goretti,
1996, p.446; Argentina, 2003).
Reelección presidencial
inmediata. Botana (1994, pp.2-5) argumenta que Menem logró incorporar a la
Carta Magna un patrón de “reelección perpetua aliviada”, que habilita al
presidente a gobernar durante dos mandatos consecutivos y presentarse a un tercer
período luego de dejar un intervalo de cuatro años, modelo que puede estar
sujeto a repeticiones. En consecuencia, entiende que el exmandatario ha buscado
radicalizar una cultura popular basada en la “expectativa depositada en una
suerte de principado republicano” y que es proclive a la creación de
hegemonías, de una concepción de la política donde el Ejecutivo predomina sobre
los otros dos poderes constituidos, y se eliminan los controles internos que
posibilitan la autonomía funcional de la burocracia estatal frente al personal
político que conforma el Gobierno.
IV
DESDE CARLOS S. MENEM Y SU FRUSTRADA IDEA DE
UN TERCER MANDATO, HASTA LOS COMICIOS PRESIDENCIALES DE 2003
1. Auge de la Alianza, ocaso del menemismo
El día 26 de octubre de 1997 se
llevaron a cabo las elecciones de renovación parcial de la Cámara de Diputados.
Por primera vez desde que Carlos Menem inició su gestión presidencial, el
oficialismo era derrotado: la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la
Educación -una coalición política conformada por la Unión Cívica Radical (UCR)
y el Frente País Solidario (FREPASO)- logró reunir el 45,7% de los votos frente
al 35,9% de las preferencias justicialistas. En las urnas, la mayoría de la
población expresó su disconformidad frente a un Gobierno jaqueado por denuncias
de corrupción y un alto índice de desempleo (Rapoport, 2008).
Sin embargo, pese a la derrota
sufrida, el presidente Menem afirmó que el modelo económico no había sido cuestionado
(Romero, 2011a) y así tomó impulso la idea de una segunda reelección. El hecho
de que el Partido Justicialista (PJ) haya perdido incluso en la provincia de
Buenos Aires se convirtió en el sustento argumental del que se valió el
mandatario para invocar la necesidad de mantenerse en el cargo más allá del 10
de diciembre de 1999, fecha en que expiraría su mandato de acuerdo a la décima
disposición transitoria incluida en la Constitución Nacional (Argentina, 2003).
Como exponen Bosoer y Leiras (2001, pp.79-81), el “debilitamiento del
carácter ‘natural’ de la candidatura presidencial del gobernador de la
provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde […] abre una intensa presión
para avanzar sobre una nueva reelección presidencial con vistas a los comicios
presidenciales del año 99”, y entonces, instalando “la idea de que
existía un liderazgo formal, encarnado en los candidatos de la sucesión, y un
liderazgo natural o sustancial, limitado por impedimentos legales”, se
buscó señalar que “una alternancia posible entre fuerzas o coaliciones en
condiciones de llevar adelante una agenda de consensos y disensos [sólo
daría lugar a] la ingobernabilidad y la ilegitimidad”. En último
término, “la presencia de Menem en el centro de la escena se transformaría […] en un objetivo más importante que la forma que tal centralidad adoptara”.
El proyecto del presidente fue
combatido tanto por Duhalde -quien buscó proponerse como alternativa y
capitalizar el malestar social, sin que ello significase una ruptura total con
el Gobierno- como por la oposición –temerosa de que la Corte Suprema de
Justicia habilitase una nueva candidatura de Carlos Menem-. En consecuencia, el
gobernador decide fijar una consulta popular en la provincia de Buenos Aires
para el 13 de septiembre de 1998, previendo que el resultado de las urnas sería
adverso a las intenciones del jefe de Estado. Finalmente, en agosto de 1999,
Menem consagra al binomio Eduardo Duhalde-Ramón Ortega como la fórmula
oficialista de cara a los próximos comicios (Ibíd.; Leiras, 2007).
Una vez que Carlos Menem deja a
un costado sus pretensiones reeleccionistas y se reactiva la discusión acerca
de las candidaturas, la Alianza lleva a cabo un proceso de internas abiertas
con el fin de que la ciudadanía decidiese si la boleta del partido estaría
encabezada por el radical Fernando de la Rúa o la frepasista Graciela Fernández
Meijide, triunfando el primero. Resuelta la cuestión acerca de quién ocuparía
el primer lugar en la fórmula presidencial, los cuadros principales de la
coalición deciden que Carlos A. Álvarez (FREPASO) sería el candidato a
vicepresidente y Fernández Meijide competiría en territorio bonaerense,
teniendo a Carlos Ruckauf como su principal adversario (Romero, 2011a).
Llegado el día de los comicios
presidenciales, el 24 de octubre de 1999, la Alianza obtiene el 48,3% de los
votos frente al 38,2% correspondiente a la Concertación Justicialista para el
Cambio (Ibíd.).
2. El fracaso del primer Gobierno de coalición
El día en que toma posesión de su
mandato, Fernando de la Rúa pronuncia el habitual discurso ante la Asamblea
Legislativa, enumerando varias críticas destinadas a la Administración saliente
y prometiendo honestidad y lucha contra la corrupción, aunque –de manera
tácita- comprometiéndose a mantener el modelo económico vigente (Romero, 2011a;
Wainfeld, 1999).
Las diferencias en el interior de
la Alianza pudieron observarse desde un primer momento, ya que a la hora de
conformar su Gabinete ministerial, el nuevo mandatario dio prioridad a la UCR y
a su entorno personal, otorgándole sólo dos carteras al FREPASO.
En palabras de Romero (2011b, p.11), la unión de partidos a cargo del Gobierno
no era más que “una coyuntura en la cual el único punto sobre el que no se
discutía era la necesidad de continuar con el esquema de convertibilidad que
había impuesto el ministro Domingo Cavallo en 1991”.
En cuanto a la distribución de
los espacios institucionales y de poder, la Alianza se enfrentaba a un panorama
adverso: no había logrado obtener los 128 diputados necesarios para asegurar el quórum propio en la Cámara de Diputados, mientras que el Partido
Justicialista (PJ) mantuvo su dominio en la Cámara de Senadores, además del
control de la mayoría de las provincias, incluidas las de Buenos Aires, Santa
Fe y Córdoba. Así, el Gobierno estaba obligado a conseguir la colaboración de
las fuerzas opositoras con motivo del tratamiento y aprobación de leyes claves,
como aquella que buscaba la flexibilización del mercado de trabajo.
Dentro de un contexto de
aplicación de medidas destinadas a recortar el gasto público, se buscó que el
Congreso sancione una ley que adecuase las relaciones laborales conforme a los
criterios exigidos por los organismos internacionales de crédito. Entre sus
aspectos fundamentales, la norma extendía el período de prueba y abarataba el
costo laboral de los nuevos trabajadores en lo que se interpretaba como una
forma de promover el empleo permanente; establecía la obligación de renegociar
todos los convenios colectivos de trabajo existentes y permitía que las
empresas pudiesen optar con quiénes deseaban negociar, ya fueran los
sindicatos, las comisiones internas o los mismos trabajadores (Rapoport, 2008).
Pocos meses después de sancionada
la norma, en abril de 2000, el periodista Joaquín Morales Solá publica un
artículo en el diario La Nación afirmando que para lograr la aprobación
de la misma, el Poder Ejecutivo había otorgado importantes prebendas políticas
y personales tanto a miembros de la oposición como de la propia Alianza. A esto
se le sumaba el hecho de que el sindicalista Hugo Moyano declaró que el
ministro de Trabajo, Alberto Flamarique, le había advertido que, de ser
necesario, “para convencer a los senadores tenemos la Banelco”. En
consecuencia, el senador Antonio Cafiero presentó una cuestión de privilegio en
la Cámara Alta, denuncia que tomó como propia el vicepresidente Álvarez al
llevar el tema a la Justicia (Ibíd, p. 873; Schurman y Yapur, 2000).
Fernando de la Rúa buscó
inicialmente restarle magnitud al asunto, pero luego decidió salir al paso y
asegurar que todo colaborador suyo implicado en cualquier trama de corrupción
sería automáticamente desplazado de su cargo y sometido a investigación
judicial. Ello se daba en un marco de enfrentamiento entre el presidente y el
vicepresidente, ya que el primero consideraba que el segundo estaba desafiando
su poder.
En octubre detonaron las vicisitudes
que se insinuaban dentro del Gobierno. El día siguiente a que De la Rúa informase
una reestructuración ministerial a través de la cual, como aspecto destacado,
Flamarique era ascendido a la Secretaría General de la Presidencia, el
vicepresidente Álvarez presentó su dimisión al cargo (Leiras, 2007)
En 2001, la situación se deslizó
de la crisis política hacia la acentuación de la crisis económica. El día 5 de
marzo, José Luís Machinea, titular del Palacio de Hacienda, renuncia y es
reemplazado por Ricardo López Murphy, quien días más tarde presenta un plan
basado en “un recorte en el presupuesto de las universidades, la eliminación
de exenciones impositivas y de algunos subsidios regionales en provincias, una
reforma de largo plazo de las estructuras administrativas del Estado y la venta
de activos públicos” (La Nación, 2001). Lo comunicado por el nuevo ministro
provocó la dimisión de Federico Storani (Interior), Hugo Juri (Educación) y
Marcos Makón (Desarrollo Social y Medio Ambiente). A su vez, el FREPASO retira
del Gobierno a todos sus funcionarios de primera línea, lo cual significa un
importante quiebre dentro de la Alianza.
Las medidas económicas propuestas
provocaron el rechazo de gran parte de la población, destacándose el
descontento generado entre los sectores universitarios y sindicales. Ante este
panorama, el presidente De la Rúa decide reemplazar a López Murphy por Domingo
Cavallo, pese al apoyo reticente de la UCR. El nuevo ministro, a quien le
habían sido otorgados poderes especiales por parte del Congreso, proponía establecer
una nueva convertibilidad, con base en una paridad entre el peso y una canasta
de monedas que incluyera el euro y al real; impulsar una nueva ley de
competitividad; delinear un plan económico tendiente a controlar la evasión de
capitales; disminuir el gasto estatal; aumentar los ingresos a fin de recuperar
liquidez y reducir la necesidad de refinanciación de la deuda externa.
Al contrario de lo esperado por
De la Rúa, la llegada de Cavallo al Gobierno dio origen a una serie de huelgas
y protestas encabezadas por el sindicalismo; se registraron significativas
bajas en los mercados financieros debido a que los inversores creían poco
probable el mantenimiento de la paridad cambiaria entre el peso y el dólar, y
las agencias evaluadoras de riesgo financiero elevaron el valor de la prima de
riesgo de la Argentina ya que desconfiaban que nuestro país pudiese cumplir con
sus obligaciones externas (Leiras, op. cit.; Romero, 2008).
En medio de este conjunto de
situaciones adversas para el Gobierno se llega a octubre, cuando se realizan
las elecciones legislativas de medio término. El gran protagonista de los
comicios fue el llamado “voto bronca”, integrado por aquellos ciudadanos que
decidieron expresar su descontento con la política, tanto del oficialismo como
de la oposición, mediante el voto en blanco, el ausentismo y la impugnación.
En tanto, el número de ausentes en las mesas de votación alcanzó un 26,3% del
total de empadronados.
Teniendo en cuenta sólo los
sufragios afirmativos –es decir, aquellos destinados a un candidato-, el
resultado de los comicios dejó al PJ como claro vencedor, al ganar 40 bancas de
un total de 72 en la Cámara de Senadores y obtener la primera minoría en la
Cámara de Diputados, sumando 116 legisladores frente a los 88 de la Alianza
(Romero, 2011b). Cabe destacar la importancia que significó para el PJ haber
triunfado en este contexto: de acuerdo a la ley 20.972, “en caso de acefalía
por falta de presidente y vicepresidente de la Nación, el Poder Ejecutivo será
desempeñado transitoriamente en primer lugar por el presidente provisorio del
Senado, en segundo por el presidente de la Cámara de Diputados […]” (InfoLEG, 2012a); debido a que el vicepresidente Carlos Álvarez había
renunciado un año atrás, y que el peronismo tenía los votos necesarios para
nombrar tanto al presidente provisional del Senado como al presidente de la
Cámara de Diputados, automáticamente hombres de sus filas pasaban a ocupar el
primer y segundo lugar en el orden sucesorio presidencial.
La crisis se fue agudizando con
el transcurso de los días. El 3 de diciembre es publicado en el Boletín Oficial
el decreto 1570/01, mediante el cual se establecía límites para la extracción
bancaria de depósitos por un plazo de 90 días. Esta medida, conocida
popularmente como “el corralito”, provocó malestar en las clases media y alta
de la sociedad. Además, la CGT realizaba su séptimo paro general durante la
gestión aliancista. Como sostiene Leiras (2007, p.14), “[…] en este
panorama de deterioro electoral; inacción política por parte del gobierno;
virtual cesación de pagos; ausencia de canales de comunicación institucional
con la oposición y con los propios partidos integrantes de la coalición gubernamental […]”, se dan los sucesos que llevarían a la renuncia del presidente.
El 19 de diciembre, en medio de
un cuadro de conmoción social producto de los saqueos a supermercados que se
dieron a lo largo y ancho del país, De la Rúa decide declarar el estado de
sitio por un período de 30 días. La decisión del mandatario, más allá de calmar
los ánimos de la población, favoreció que la misma se dirigiese tanto a Plaza
de Mayo como a las zonas aledañas al Congreso bajo el lema «¡Que se vayan
todos!»
Luego de una tensa noche en la
que Domingo Cavallo dimite como ministro de Economía, el justicialismo es
convocado para formar un Gobierno de unidad nacional, propuesta que es
rechazada por sus principales dirigentes. Horas después, carente de apoyos,
Fernando de la Rúa renuncia a la Presidencia de la Nación.
3. La vuelta al poder del peronismo
El 21 de diciembre, Ramón Puerta
asume la titularidad del Poder Ejecutivo y llama a una Asamblea Legislativa con
propósito de elegir un nuevo mandatario. Dos días después, el gobernador Adolfo
Rodríguez Saá asume la Presidencia de la Nación y anuncia la suspensión del
pago de la deuda externa; un plan económico basado en la promoción del empleo y
la ayuda social, y la creación de una nueva moneda llamada “argentino”. Además,
convoca a elecciones presidenciales bajo un sistema de lemas para comienzos de
marzo (Juárez, 2001; Rapoport, 2008).
El estilo hiperactivo de
Rodríguez Saá generó que los referentes del PJ creyesen que tenía la intención
de mantenerse en el cargo más allá de lo pactado. De manera simultánea,
numerosas protestas volvían a ocupar las calles, por lo que se organizó una reunión
en la residencia oficial de Chapadmalal con intención de obtener el necesario
respaldo político por parte de los dirigentes provinciales peronistas, algo que
no fue logrado. En consecuencia, a solo una semana de haber sido electo, Rodríguez
Saá presenta su dimisión (Ibíd.; Romero, 2011b)
Nuevamente le correspondía a
Puerta desempeñar transitoriamente el Poder Ejecutivo, pero debido a que
renuncia como presidente provisorio del Senado, fue Eduardo Camaño, titular de
la Cámara Baja, quien convoca una Asamblea Legislativa para el 1º de enero de
2002. Esa jornada, el senador Eduardo A. Duhalde es proclamado presidente de la
Nación hasta el 10 de diciembre de 2003, mediante un acuerdo sellado entre el
PJ y la UCR que le permite completar el mandato del renunciante Fernando de la
Rúa y desestimar el llamado a elecciones para marzo (Serra, 2002a).
Los primeros días del nuevo Gobierno
estuvieron marcados por dos temas centrales: la conflictividad social y la
crisis económica. Con el objetivo de paliar el primero de los factores, es
establecida por un lapso de tres meses una prestación de entre $100 y $200 para
los cabeza de familia desocupados. La medida fue el anticipo de la
implementación del Programa Jefes y Jefas de Hogar, lanzado en abril en el
marco de la declaración de la emergencia alimentaria, ocupacional y sanitaria.
Si bien asignaba una ayuda mínima, este nuevo plan social ampliaba el conjunto
de beneficiarios dado que alcanzaba a todos quienes tenían la responsabilidad
de un grupo familiar, sin trabajo y con hijos menores de 18 años a cargo
(Rapoport, 2008).
En cuanto al área económica, el 9
de enero es publicado el decreto 71/02 que promulga la ley 25.561, referida a
la emergencia pública y la reforma del régimen cambiario. Este decreto
significaba el fin de la convertibilidad, ya que disponía la nueva paridad de
$1,40 por dólar para aquellas operaciones de compra y venta de dólares
efectuadas por el Banco Central en el mercado oficial de cambios, en tanto que
se abría un régimen de flotación libre para las operaciones de cambio de
divisas extranjeras que no se realizasen en el mercado oficial. A su vez, se
establece que las deudas contraídas en dólares por personas físicas y jurídicas
y que no superasen determinado valor de acuerdo a su naturaleza, serían
reestructuradas a la relación $1 por dólar, en tanto que las demás deudas
contraídas en moneda extranjera y con un valor mayor al citado en el mencionado
decreto, serían recalculadas reduciendo la tasa de interés y extendiendo el
plazo de cancelación del crédito (Infoleg, 2012c).
En la misma jornada, el
Ministerio de Economía e Infraestructura emite la resolución 6/02, indicando “un
cronograma de devolución de ahorros atrapados en el corralito que para este año
sólo prevé empezar a liberar los depósitos en pesos, mientras que los depósitos
en dólares recién comenzarán a destrabarse a partir de enero del 2003,
finalizando a mediados del 2005” (Montenegro, 2002).
Posteriormente, el decreto 242
del mismo año establece la conversión en pesos de todas las obligaciones de dar
sumas de dinero expresadas en dólares u otra moneda extranjera. Además, se
detallaba la salvedad de que todos los depósitos en dólares u otra moneda
extranjera existentes en el sistema financiero serían convertidos a pesos bajo
la paridad $1,40 por dólar o su equivalente en moneda extranjera, mientras que
las deudas contraídas en dólares u otra moneda extranjera, cualquiera fuese su
monto o naturaleza, serían convertidas a pesos bajo el tipo de cambio $1 por
dólar o su equivalente en moneda extranjera. Por último, el artículo séptimo
disponía “la emisión de un Bono con cargo a los fondos del Tesoro Nacional
para solventar el desequilibrio en el sistema financiero, resultante de la
diferencia de cambio establecida […]” (Leiras, 2007; Infoleg,
2012d). Nacía el llamado “corralón”.
A fines de abril, el Congreso
rechazó un proyecto de ley enviado por el Poder Ejecutivo mediante el cual
todos los depósitos a plazo fijo sujetos a los cambios mencionados en la
resolución 6/02 y el decreto 242/02 serían convertidos obligatoriamente en
Bonos del Estado (Bermúdez, 2002). También se sumaba la previa declaración de
inconstitucionalidad del decreto 1570/01 por parte de la Corte Suprema de
Justicia, lo cual era entendido como una advertencia de la misma hacia Eduardo
Duhalde luego de que la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados
comenzó a tratar 28 pedidos de destitución contra los ministros del máximo
tribunal (Natanson, 2002; Zommer, 2002). Ante estas circunstancias, el titular de la
cartera económica, Jorge Remes Lenicov, presentó su renuncia y fue reemplazado
por Roberto Lavagna, embajador argentino ante la Unión Europea.
La actividad económica registraba
un proceso de relativa recuperación debido a la devaluación del peso:
comenzaron a subir los precios de las commodities en el mercado
internacional, favoreciendo así la entrada de divisas al país; se logró
disminuir la tasa de inflación; decreció e incluso empezó a revertirse el giro
de capitales hacia el extranjero, y se consiguió obtener superávit fiscal luego
de un gran período de déficit (Romero, 2011b). Pero si bien los indicadores
macroeconómicos comenzaban a mostrar cierta estabilidad, la tensión política
continuaba latente.
El 26 de junio, una protesta
organizada por el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) “Aníbal Verón”
cortó el Puente Pueyrredón con el fin de reclamar mejoras salariales y aumento
del monto de los subsidios otorgados bajo el Programa Jefes y Jefas de Hogar,
entre otras demandas. El Gobierno nacional ordenó liberar el puente y, en una
acción conjunta, las policías Federal y Bonaerense, Gendarmería y Prefectura
reprimieron con balas de goma y de plomo a los manifestantes. La persecución
tuvo como resultado la muerte de los jóvenes activistas Maximiliano Kosteki y
Darío Santillán, además de un saldo de 34 heridos (Leiras, 2007).
Una semana más tarde, Duhalde
decide adelantar los comicios presidenciales previstos para septiembre del año
siguiente: el nuevo cronograma estipulaba que las elecciones internas de los
partidos políticos, contempladas por la ley 25.611, se realizarían el 24 de
noviembre; tres meses más tarde, el 30 de marzo de 2003, la ciudadanía acudiría
a las urnas para elegir al nuevo presidente, y, en caso de ser necesario, el 27
de abril se efectuaría una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados.
Finalmente, el 25 de mayo asumiría el mandatario electo (Rios, 2002; Romero,
2011b).
En esos momentos, el PJ se
encontraba profundamente dividido. Citando a Romero (Ibíd., p.29), “las
dificultades por resolver el problema interno del justicialismo llevaron a
Duhalde a repensar la implantación de las internas […]. De no llegar a
un acuerdo razonable, estas elecciones no harían otra cosa que […] devolverle a Menem la posibilidad de una victoria”.
El 29 de noviembre, el Congreso
acepta la renuncia anticipada a mayo de Eduardo Duhalde; aprueba un nuevo
cronograma electoral, fijando los días 27 de abril para los comicios
presidenciales y 18 de mayo para una eventual segunda vuelta; suspende la
aplicación de la ley 25.611 y modifica la Ley de Acefalía Presidencial,
permitiendo que los mandatos del presidente y vicepresidente electos continúen
vigentes hasta el 10 de diciembre de 2007 (Serra, 2002c). Tiempo después, en
enero, el Congreso Nacional Justicialista permitió “a todos los
precandidatos el uso de los símbolos partidarios comunes para presentarse a la
elección general” (Leiras, 2007, pp.18-19). El PJ no podía resolver el
problema de la sucesión dentro de sus límites y entonces prefirió convertir los
comicios de abril en una suerte de interna ampliada.
Luego de que tanto Carlos
Reutemann como José Manuel de la Sota declinasen convertirse en el candidato
oficialista, el presidente Duhalde decidió manifestar su apoyo hacia el
gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner.
Kirchner arrancó la campaña en
una posición desfavorable debido a su escaso conocimiento entre la población, y
las encuestas le otorgaban un bajo porcentaje de intención de voto. Sin
embargo, la popularidad del candidato comenzó a crecer a medida que adoptó un
programa de perfil centroizquierdista, buscando así diferenciarse de las
políticas aplicadas durante los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa.
Igualmente, se cuidó de preservar las líneas positivas del Gobierno y por ello
aseguró que, en caso de resultar electo, Roberto Lavagna continuaría siendo el
ministro de Economía, buscando así sacar provecho de la imagen positiva del
funcionario. Otro punto que eligió destacar fue el acompañamiento de su esposa,
la senadora Cristina Fernández, que contaba con una buena valoración por su
desempeño en el Congreso desde el año 1995.
Kirchner y Menem (el último, señalado
por los sondeos como el principal competidor del postulante oficialista) se
acusaban mutuamente de formar parte del pasado, pero bajo argumentos diversos.
Mientras que el ex presidente eligió recuperar su gestión vinculando tanto a
Duhalde como a Kirchner con un modelo de país basado en el estatismo y el
populismo, el mandatario santacruceño criticaba los problemas sociales
generados por las políticas de corte neoliberal aplicadas en la década de 1990
(Romero, 2011b).
Llegado el día de los comicios,
Carlos S. Menem obtuvo el 24,4% de los votos, superando el 22,2% favorable a
Néstor C. Kirchner. Debido a que ninguno de los candidatos registró el número
de votos establecido por nuestra Constitución para ser nombrado presidente de
la Nación electo,
debía celebrarse la segunda vuelta electoral prevista para el 18 de mayo.
Pese a que desde el día posterior
a la primera ronda comenzó a especularse que no se presentaría a competir en el ballotage debido a que era prevista una derrota por amplio margen, Menem
aseguraba la permanencia de su candidatura. En tanto, y aprovechando la
situación, Kirchner comenzó a mostrarse como el futuro mandatario mediante el
diseño de una agenda internacional con eje en el MERCOSUR que lo llevó a
reunirse con los principales líderes regionales (Ibíd.).
El 14 de mayo, un día antes del
vencimiento del plazo legal para hacerlo, Carlos Menem y Juan Carlos Romero
renunciaron a sus respectivas candidaturas. Néstor Kirchner, quien quedaba de
hecho convertido en el presidente de la Nación electo, respondió la decisión de
Menem mediante un discurso de fuerte impacto: lo acusó “de ‘jaquear las
instituciones democráticas’ y planteó que ‘lo inédito e insólito es que
proviene de un presidente constitucional’ que se manejó ‘con la misma impunidad
de su gestión’. […] dijo que […] ‘robó a los argentinos’ los
derechos a comer, a trabajar y a estudiar, y ahora estaba robando el derecho a
votar” (Granovsky, 2003). Muchos analistas señalaron que la maniobra de
Carlos Menem tuvo como propósito evitar una fuerte derrota y, al mismo tiempo,
condicionar al futuro Gobierno de Kirchner, quien debió asumir su cargo con el
nivel de votos más bajo registrado en la historia argentina (Leiras, 2007).
V
GOBIERNO DE NÉSTOR C. KIRCHNER
1. Período 2003–2005: la necesidad de brindar legitimidad a la nueva Administración
En su discurso de asunción al
cargo, y siguiendo la impronta progresista que caracterizó su campaña electoral,
el nuevo presidente marcó los lineamientos centrales de su futura gestión:
instauración de un sistema capitalista nacional generador de alternativas que
reinstalasen la movilidad social ascendente; presencia del Estado dentro del
modelo económico, con el fin de favorecer la producción, la creación de puestos
de trabajo y la mejora de los sistemas educativo y de salud; lucha contra la
corrupción; refinanciamiento de la deuda externa y consecuente salida de la
situación de default; política exterior centrada en el Mercado Común del
Sur (MERCOSUR) y la reivindicación de los derechos soberanos argentinos sobre
las Islas Malvinas (Romero, 2011b).
Además de la necesidad de
sostener y expandir el tibio impulso económico que comenzaba a hacerse notar
desde mediados de 2002, Kirchner debía construir aquella legitimidad popular de
la que no sólo carecía por el hecho de no haberse realizado la segunda vuelta
electoral prevista, sino también porque gran parte de la opinión pública lo
veía como el alter ego de Eduardo Duhalde. Por este motivo, el
presidente “se dio una estrategia de construcción de poder […] que
vinculaba de forma audaz rasgos de continuidad y de ruptura” (Romero,
2011c, p.11): al mismo tiempo que nombró a colaboradores de la anterior Administración
en cuatro puestos claves del Gabinete ministerial –Aníbal Fernández en
Interior, José Pampuro en Defensa, Roberto Lavagna en Economía y Producción y
Ginés González García en Salud (Pedrazzi, 2010)-, se impuso llevar adelante
algunas transformaciones reclamadas por gran parte de la sociedad y que le
servirían para mostrarse como un mandatario resuelto, autónomo de su antecesor.
Los organismos de derechos
humanos, factor clave a la hora de conseguir legitimidad. Desde un primer
momento, el presidente Kirchner buscó elaborar un discurso que lo acerque a los
sectores de centroizquierda y coloque como el único garante de las políticas de «Verdad, Memoria y Justicia». En ese sentido, se reunió con ocho
organismos de derechos humanos apenas haber asumido el Gobierno y les garantizó
que las Fuerzas Armadas no realizarían tareas de seguridad interior.
En el mismo encuentro, se le
pidió el envío al Congreso de un proyecto que declare nulas las leyes de Punto
Final y Obediencia Debida, pero en ese momento el mandatario argumentó preferir “ver qué pasa en la Corte Suprema y en ese sentido no ha expresado un
compromiso concreto […], aunque no lo descartó para el futuro” (Vales, 2003). No obstante, Kirchner ya había decretado el pase a retiro de
altos mandos del Estado Mayor Conjunto, el Ejército, la Armada y la Fuerza
Aérea: de acuerdo al periodista Morales Solá (2008), no quería correr el riesgo
de que la anulación de las mencionadas normas tuviese como efecto automático la
vinculación de miembros de la cúpula castrense entonces vigente con crímenes
cometidos durante la última dictadura militar.
Llegado agosto, el Congreso anuló
las “leyes de la impunidad” –así denominadas por sus detractores- promovidas
durante la presidencia de Raúl R. Alfonsín, y a su vez otorgó rango
constitucional a la Convención sobre Imprescriptibilidad de los
Crímenes de Guerra y de Lesa Humanidad. Dos años más tarde, la Corte Suprema
de Justicia declara la inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y
Obediencia Debida, y en 2007 repite igual fallo contra el indulto otorgado por
Carlos Menem a Santiago O. Riveros, extitular de Institutos Militares, sentado
así jurisprudencia y abriendo el camino para que ocurra lo mismo respecto a los
indultos dictados a favor de Jorge R. Videla y Eduardo E. Massera (Dos Santos
Coelho, 2005; Hauser, 2007).
Tiempo antes a
las sentencias firmadas por los miembros del máximo tribunal, Néstor Kirchner
ya había dejado manifiesto que su Gobierno y él mismo se consideraban hijos y
nietos de las Madres y de las Abuelas de Plaza de Mayo. Buscando entonces
diferenciarse del peronismo de los años ’90 -aquel del que fue parte-,
reinstaló en la discusión pública el debate por los hechos ocurridos entre 1976
y 1983. Con ese fin, “subrayó las expresiones de izquierda y reivindicó las
luchas populares de los años ’70 […] radicalizó su discurso contra las
Fuerzas Armadas y se manifestó a favor de la reapertura de los juicios por las
violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura” (Romero,
2011c, p.13).
El 24 de marzo de
2004 se dieron dos sucesos que graficarían tal postura. Primero, durante un
acto en el Colegio Militar de la Nación, Kirchner ordenó al jefe del Ejército,
teniente general Roberto Bendini, que descolgara los retratos de Videla y
Reynaldo B. Bignone. En la misma jornada, ya durante la inauguración del
Espacio de la Memoria en la Escuela de Mecánica de la Armada -donde quedó
comprobado por la Justicia que se torturó y asesinó a miles de personas-, el
presidente “pidió perdón en nombre del Estado por lo que consideró los años
de silencio de la democracia frente a los crímenes de la dictadura” (Ibíd., p.13). Con sus palabras logró el apoyo férreo de los organismos de derechos
humanos, pero también buscó escribir una nueva narrativa del pasado bajo la
cual quedaba en el olvido el hecho de que Raúl Alfonsín crease, el 15 de
diciembre de 1983, la Comisión Nacional sobre la Desaparación de Personas
(CONADEP), cuyo informe “Nunca Más” fue el pilar que permitió procesar y condenar,
bajo las normas de la Justicia civil, a jerarcas de la última dictadura
militar.
La primer gran batalla. El
5 de marzo de 2003, la Corte Suprema de Justicia sentenció que "la
pesificación asimétrica dispuesta mediante el decreto 214/02 arrasó con el
derecho de propiedad de modo incompatible con la protección que la Constitución
otorga a esa garantía", y ordenó que el Banco Nación devolviese
en dólares los depósitos que la provincia de San Luis tenía en la entidad
(Boschi, 2003; Morales Solá, 2008, pp.29-31). Misma opinión se aprestaba a
emitir el 11 de junio con respecto a la causa “Lema, Armando Enrique sobre
acción de amparo”, por la cual un tenedor de plazo fijo en dólares exigía al
Banco de Córdoba que sus ahorros no fuesen restituidos en pesos, sino en su
moneda de origen. De esta forma, el máximo tribunal buscaba mantener la
posición dominante que había adquirido luego de la implementación del
“corralito”.
Sabiendo que era muy probable que
el tribunal fallase a favor de Lema –lo cual serviría como leading case para futuros litigantes y establecería un duro golpe para la economía-, el
presidente Kirchner difunde por cadena nacional su pedido al Congreso para que
sean activados los mecanismos constitucionales que permitiesen el juzgamiento
político de los magistrados Julio Nazareno, Eduardo Moliné O’Connor, Adolfo
Vázquez, Guillermo López y Antonio Boggiano. En su discurso, el mandatario
argumentaba que la Corte Suprema evocaba “el pasado que se resiste a
conjugar el verbo cambiar, acostumbrado a un constante toma y daca” (Granovsky,
2003b). El “caso Lema” se convirtió así en el talón de Aquiles de la conocida
“mayoría automática”, y simultáneamente brindó al Gobierno el impulso final
para embestir contra la misma.
Concluido el proceso de
enjuiciamiento correspondiente, en septiembre de 2005, únicamente dos de los
cinco magistrados acusados serían destituidos –Moliné O’Connor y Boggiano-, ya
que los demás renunciarían argumentando motivos personales. Además, el juez
Augusto Belluscio había presentado su dimisión al cumplir 75 años de edad. En
consecuencia, Kirchner tenía la posibilidad de nombrar a seis de los nueve
ministros (Ybarra, 2005); sin embargo, el recambio sería efectuado bajo
lineamientos diversos a los entonces existentes.
El 20 de junio se publica en el
Boletín Oficial el decreto 222/03, por el cual se buscaba satisfacer una de las
demandas más reiteradas por diversos sectores políticos y de la sociedad civil:
transparentar el proceso de designación de los miembros del máximo tribunal de
Justicia. Así era reflejado por el periódico digital “parlamentario.com”
(2003):
“La
incorporación de organizaciones no gubernamentales y personas individuales a la
posibilidad de objetar designaciones, sumado a la publicación de datos
impositivos y laborales de los aspirantes, se diferencian del control en pocas
manos de la aptitud de los futuros magistrados. La participación social en la
designación de jueces amplía ahora la decisión que estaba reservada al propio
presidente de la Nación y al Senado, que presta el acuerdo final para la
asunción del nuevo magistrado”.
[…]
“Paralelamente,
la Comisión de Acuerdos del Senado emitió un dictamen favorable a la
celebración de audiencias públicas previas a los acuerdos constitucionales que
presta la Cámara alta a los jueces y conjueces de la Corte Suprema de Justicia,
magistrados del Poder Judicial y miembros del Ministerio Público”.
Con posterioridad, los doctores
Eugenio Zaffaroni, Elena Highton de Nolasco, Ricardo Lorenzetti y Carmen
Argibay pasaron a integrar la Corte Suprema de Justicia.
La recuperación económica,
aspecto esencial del éxito político. Al asumir Néstor Kirchner, la deuda
externa del país era uno de los mayores problemas a enfrentar, por lo que
durante 2003 se logró negociar una reprogramación de las obligaciones con los
organismos financieros multilaterales (Fondo Monetario Internacional –FMI-,
Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo y otros menores).
Sin embargo, quedaban aún en
situación de default US$81.800 millones en títulos en manos de
acreedores privados. Por ese motivo, en enero de 2005 el ministro Lavagna
presenta una operación de canje de dicha deuda a cambio de nuevos títulos que
ofrecían, además de diferentes tasas de interés, una compensación adicional
ligada al crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI). Dos meses después, se
anuncia que el 76,07% de los acreedores aceptó la propuesta del Gobierno, con
lo cual el monto de la deuda externa argentina disminuye en US$66.000 millones
y pasa a representar de un 113% a un 72,4% del PBI (Zlotnik, 2005; Wikipedia,
2012b).
En materia interna, el plan
económico de la gestión Kirchner mantuvo los grandes lineamientos establecidos
a partir del 2002, aunque con variantes de tipo fiscal que le permitieron
lograr mayor poder político.
El aumento de la recaudación
tributaria tuvo su centro en “el desarrollo de nuevas fuentes de ingreso,
particularmente aranceles a las exportaciones y cobros por los servicios
públicos, que a diferencia de los impuestos existentes no se compartían entre
los gobiernos federal y provincial” (Levitsky y Murillo, 2008, p.81). En
consecuencia, un esquema fiscal basado en impuestos no coparticipables impedía
a los gobernadores disponer de liquidez automática, y ello promovió que la
asignación centralizada de recursos estuviese íntimamente relacionada con los
criterios políticos de adhesión al Poder Ejecutivo nacional. En palabras de
Romero (2011c, p.15), “el gobierno completaba un diseño económico que
permitía continuar con la reactivación al mismo tiempo que garantizaba la
sumisión de las provincias y una relativa paz social”.
Por su parte, las políticas de
incentivo a la producción favorecieron la industrialización por sustitución de
importaciones y la creación de nuevas empresas, mientras que un tipo de cambio
competitivo era la clave del modelo exportador. Ayudar al naciente entramado
productivo fue justamente uno de los ejes sobre los que se basó la nueva forma
de entender el vínculo de nuestro país con el mundo (Ibíd.).
Sí al MERCOSUR, no al ALCA. Desde un primer momento fue establecida una política exterior tendiente al
fortalecimiento de las relaciones entre la Argentina y las demás naciones de la
región. Precisamente, Kirchner buscó brindar mayor importancia al MERCOSUR
para, entre otras cuestiones, ampliar los mercados y sostener la producción de
manufacturas industriales. En tal sentido, se opuso firmemente al proyecto
estadounidense de integrar las economías del Hemisferio Occidental –excepto
Cuba- mediante la creación de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA),
basada en la reducción de las barreras arancelarias.
En enero de 2004, en la Cumbre
Extraordinaria de las Américas celebrada en la ciudad mexicana de Monterrey, fue
propuesta la emisión de una declaración final acerca del ALCA durante la
próxima Cumbre de las Américas, a realizarse en 2005. Las negociaciones,
llevadas a cabo sin escollo alguno a lo largo de la década de 1990, se veían
ahora complicadas con la asunción de nuevos Gobiernos de ideología
centroizquierdista.
La IV Cumbre de las Américas se llevó
a cabo en Mar del Plata. En la misma quedó de manifiesto que existían dos grandes
posturas respecto al ALCA: mientras que Panamá, Estados Unidos y México
sostenían la viabilidad del proyecto de integración comercial y proponían continuar
las charlas pertinentes en la siguiente Cumbre, los países integrantes del
MERCOSUR buscaban posponer sin fecha alguna la discusión del tratado. En el
texto final, donde se reflejaron las dos posiciones imperantes, el grupo de
presidentes opuestos al ALCA y del cual participaba Kirchner, manifestaba
“que
todavía no están dadas las condiciones necesarias para lograr un acuerdo de
libre comercio hemisférico y equitativo con acceso efectivo a los mercados,
libre de subsidios y prácticas de comercio distorsivas, y que tome en cuenta
las necesidades y sensibilidades de todos los socios así como las diferencias
en los niveles de desarrollo y tamaño de las economías”.
De esta forma, priorizando los
lazos diplomáticos con los países latinoamericanos, el presidente buscó y logró
mostrarse como quien había dejado de lado aquella postura de pleno acercamiento
hacia los Estados Unidos defendida durante la gestión de Carlos Menem
(Página/12, 2005; Romero, 2011c; Wikipedia 2012a; c).
Relación con el Poder
Legislativo. Durante los años 2003 y 2005 el PJ mantuvo la mayoría absoluta
en ambas Cámaras legislativas.
Ahora bien, el peronismo no componía un cuerpo homogéneo: si se mantuvo unido
en el Senado a pesar de las diferencias internas, la situación resultaba
ampliamente distinta en Diputados, donde confluían diversas tendencias que
respondían a Kirchner, Duhalde y Menem. En tanto, Adolfo Rodríguez Saá decidió
conformar su propio bloque, el Frente Movimiento Popular (Directorio
Legislativo, 2007).
Ante esta situación, si bien
contaba formalmente con el número necesario de congresales para que los
proyectos de ley enviados por el Poder Ejecutivo fuesen sancionados, Kirchner
prefirió valerse de otros mecanismos constitucionales ante la posibilidad de
que las facciones en que estaba dividido el justicialismo no llegasen a
establecer una postura única.
Desde el 25 de mayo de 2003 hasta
el 10 de diciembre de 2005 se dictaron 153 DNU. Los mismos fueron firmados
tanto para asuntos trascendentales –modificaciones presupuestarias; aumentos
salariales, de haberes jubilatorios y programas sociales; prórroga de la
suspensión de despidos sin causa justificada; mantenimiento de las emergencias
sanitaria, ocupacional y alimentaria; extensión de las licencias de los
servicios de radiodifusión; fijación de una suma máxima para la remuneración
del presidente de la Nación y los funcionarios designados en cargos políticos
de la Administración Pública Nacional- como para otros de menor importancia
–cambios en la Ley de Ministerios, traslado de feriados nacionales- (La Nación,
2006; Leiras, 2007; Asociación por los Derechos Civiles [ADC], 2011).
Cabe destacar que aparte del uso
de DNU, Néstor Kirchner se valió de una serie de facultades legislativas
delegadas mediante la Ley de Emergencia Pública y de Reforma del Régimen
Cambiario, entre las cuales se encontraba la determinación de la relación de
cambio entre el peso y las divisas extranjeras; la renegociación de los
contratos que tengan por objeto la prestación de obras y servicios públicos; la
regulación de los precios de insumos, bienes y servicios básicos, y la creación
de un derecho a la exportación de hidrocarburos (InfoLEG, 2012b). El plazo
original de la norma se extendía hasta el 10 de diciembre de 2003, pero
sucesivas prórrogas posibilitaron su vigencia,
y con ello el hecho de que el presidente de la Nación haga uso, de manera
prácticamente discrecional, de gran cantidad de potestades que son propias del
Poder Legislativo.
2. Período 2005–2007: el Frente para la Victoria como partido
dominante, Kirchner como gran elector
Llegado el 2005, contando con
tres años de crecimiento económico sostenido y una imagen positiva que superaba
el 60%, el Gobierno se enfrentó a los comicios legislativos bajo un doble
desafío: por un lado, obtener la ratificación popular del rumbo político; por
otro, lograr que el Frente para la Victoria (FpV) se convirtiese en la
herramienta electoral que permita a Néstor Kirchner dominar al PJ.
Dada la concentración demográfica
que posee, la provincia de Buenos Aires se convirtió en la madre de todas las
batallas: debido a que el presidente veía en esta votación la oportunidad para
quebrar las ya endebles relaciones que existían con Eduardo Duhalde, el
peronismo bonaerense se presentó de forma dividida, con dos listas encabezadas
respectivamente por Cristina Fernández de Kirchner (FpV) e Hilda González de
Duhalde (Frente Justicialista). El resultado final mostró un claro triunfo del
oficialismo kirchnerista (45,77% de los votos) por sobre el justicialismo
duhaldista (20,43%), en tanto que el resto de las preferencias se repartió
entre quince partidos no peronistas sin que ninguno haya superado el 8,48%
atribuido al ARI.
Siguiendo la línea de pensamiento de Botana, puede sostenerse que Kirchner
comenzaba entonces la etapa hegemónica de su mandato (Botana, 2006; Dirección Nacional Electoral – Ministerio del Interior, 2011;
Romero, 2011c).
La capacidad presidencial para
desarticular a la oposición. El superávit fiscal y en consecuencia la
amplia disponibilidad de recursos en manos del Gobierno central permitió a éste
conquistar gran cantidad de aliados políticos. Sumado al gran número de
gobernadores peronistas con el que contaba, Néstor Kirchner logró, mediante componentes
ideológicos pero sobre todo económicos, el apoyo de mandatarios provinciales
originariamente provenientes de la UCR.
En cuanto al ámbito del Congreso,
el FpV logró que legisladores ahora llamados “radicales K” –quienes respondían
a las órdenes de los gobernadores del mismo signo-, peronistas de antigua
obediencia a Duhalde y miembros de otros bloques opositores votasen en
concordancia con la postura oficialista. Así se obtuvo la mayoría absoluta en
ambas Cámaras, algo que las urnas habían impedido y que sería sumamente útil a
la hora de aprobar numerosas leyes que acentuarían los rasgos decisionistas del
presidente de la Nación (Botana, 2006).
Reformas en el sistema
judicial. A finales de 2005, el Senado dio media sanción a un proyecto de
ley que establecía una nueva composición del Consejo de la Magistratura, encargado
de la selección de los magistrados y la administración del Poder Judicial
(Argentina, 2003). La aprobación final de la norma por parte de la Cámara de
Diputados, dada en febrero del año siguiente, permitió que el Consejo reduzca
su cantidad de miembros de 20 a 13.
Esta ley generó una ardua
polémica: si quienes veían con buenos ojos la norma postulaban que “la composición del Consejo ha sido diseñada para asegurar el
equilibrio previsto por la Constitución entre ‘la representación de los órganos
políticos resultantes de elección popular’ y la representación de los sectores”, otorgando “siete consejeros para la primera, seis para estos
últimos” (Iribarne, 2006), sus detractores argumentaron que la nueva ley tendía
a reducir “el papel de las minorías y, por ende, de la oposición” (Botana, 2006, p.112), dado que cinco de esos siete consejeros provenientes de
los poderes Legislativo y Ejecutivo corresponden a la mayoría parlamentaria
(InfoLEG, 2012e).
Tiempo más tarde,
en noviembre de 2006, la senadora Fernández de Kirchner impulsó una ley con
el objetivo de reducir el número de integrantes de la Corte Suprema de Justicia
y retornar a la situación previa a 1990, cuando se dictó la ampliación del
total de magistrados. Como escribe Jorquera, “la decantación de sus actuales siete miembros a cinco
será natural y dependerá del paso del tiempo para que dos de ellos se jubilen o
renuncien”. Pese a
que los partidos de oposición criticaron el hecho de que normas similares
presentadas anteriormente habían sido desestimadas por parte del oficialismo,
la iniciativa obtuvo el apoyo prácticamente unánime de todo el arco político
(Jorquera, 2006; parlamentario.com, 2006).
La reglamentación legal de los
DNU y las modificaciones presupuestarias. En julio de 2006, el Congreso
cumplió con el mandato constitucional de sancionar la conformación de una
Comisión Bicameral Permanente que se expida sobre la validez o invalidez de los
DNU, los decretos que ejercen facultades delegadas por el Congreso y los
decretos que promulgan parcialmente leyes, pero lo hizo favoreciendo al Poder
Ejecutivo. En primer lugar, se determina que “la Comisión Bicameral
Permanente tiene un plazo de diez días hábiles contados desde la presentación
efectuada por el Jefe de Gabinete, para expedirse acerca del decreto sometido a
su consideración y elevar el dictamen al plenario de cada una de las Cámaras”,
y en su defecto faculta a las Cámaras a tratar los decretos correspondientes si
en el período mencionado anteriormente no fue elevado despacho alguno; sin embargo,
no establece ningún plazo para que tanto los diputados como los senadores
pronuncien sus resoluciones, con lo cual se infiere una validez ad eternum de los decretos en cuestión siempre que no sean rechazados. En segundo lugar,
establecido que “el rechazo por ambas Cámaras del Congreso del decreto de
que se trate implica su derogación”, puede entenderse que el voto
afirmativo de una sola Cámara basta para la ratificación del mismo (Botana,
2006; Rosemberg, 2006; InfoLEG, 2012f).
La importancia que Kirchner dio a
los DNU a lo largo de la primera mitad de su mandato continuó intacta durante
la segunda: 80 decretos que trataron desde la cancelación total de la deuda
contraída con el FMI utilizando reservas provenientes del Banco Central, hasta
asuntos concernientes al Personal de Orquesta, Coros y Ballet dependientes de
la Secretaría de Cultura (La Nación, 2006; Leiras, 2007; ADC, 2011).
Poco tiempo después de tratada la
reforma al Consejo de la Magistratura, se sanciona una norma a través de la
cual el Jefe de Gabinete de Ministros goza de la facultad permanente, antes
excepcional, de “disponer las reestructuraciones presupuestarias que
considere necesarias dentro del total aprobado por cada ley de presupuesto” (Leiras, 2007; InfoLEG, 2012g).
De acuerdo con Leiras (op.
cit., p.21), es posible afirmar que ambas leyes, en conjunto con las
sucesivas declaraciones de emergencia pública y los efectos que las mismas
tienen en el proceso de concentración de facultades a favor del presidente de
la Nación, “produjeron un debilitamiento de los procesos deliberativos como
así también del sistema de pesos y contrapesos, fundamentales para la calidad
de las instituciones democráticas”.
La ausencia del debate. A lo largo de su mandato,
Néstor Kirchner demostró ser una persona a quien le gustaba concentrar el poder
en sus manos. En este sentido, Wornat (2005, pp.235-236) escribe:
“Kirchner
repetía durante la campaña que si llegaba al sillón de Rivadavia, sería a la
vez Presidente y ministro de Economía. Su idea era que, para recuperar la
autonomía y el patrimonio de la Nación, quien llegara tendría que manejar toda
la política económica, acompañado desde el Palacio de Hacienda por un
funcionario que instrumentase las políticas; una especie de director
estratégico de un plan que abarcaría los aspectos políticos, económicos y
sociales decididos por el Presidente”.
Dueño de un estilo hiperactivo
que logró fortalecer la figura presidencial sin que ello se tradujese en un
distanciamiento entre la ciudadanía y su mandatario, Kirchner no ocultaba su
preferencia por la decisión rápida antes que por el debate, lo cual quedó de
manifiesto en la ausencia de reuniones de Gabinete a lo largo de su gestión,
aspecto destacado en gran cantidad de artículos periodísticos.
Llegado a la Presidencia de la
Nación luego de obtener el apoyo de Eduardo Duhalde -quien no tuvo al entonces
gobernador santacruceño entre sus primeras opciones-, logró manejar los hilos
del PJ y en 2007, al momento de nombrar al candidato oficialista, priorizó la confianza
personal por sobre la discusión partidaria, ungiendo a su propia esposa como la
continuadora de sus políticas.
Días antes de entregar el mando a
la presidente electa y, según sus palabras, “compañera de toda la vida”, Kirchner
supo jugar con las especulaciones realizadas acerca de su futuro y afirmó que participaría
de un café literario. Más allá de sus palabras, los hechos permitieron
corroborar que el protagonista de la escena pública durante más de cuatro años no
tenía intenciones de convertirse en un actor de reparto.
VI
CONCLUSIONES
Baldioli y Leiras (2010b, p.70)
sostienen que “la respuesta a la crisis durante los años del menemismo, como
verdadero intento de elaboración de una nueva matriz ideológica, adquirió su
expresión a través de un discurso de legitimación de alta eficacia simbólica”.
Sostienen que dicha eficacia quedo manifiesta “en el hecho de que el relevo
gubernamental producido en diciembre de 1999 no implicó una sustantiva
reformulación de los presupuestos ideológicos, jurídico-políticos y
organizacionales contenidos en dicha matriz […], sino más bien una
ratificación y profundización de dichos contenidos programáticos” que aún
hoy se mantienen vigentes. En consecuencia, afirman que en tal sentido, “el
‘kirchnerismo’ representa la continuación por otros fines –más que por otros
medios- del estilo decisionista de gobierno” instaurado por Carlos
Menem y profundizado por sus sucesores.
De acuerdo con Leiras (2007), tal
continuidad en contextos de crisis y cambio ha obedecido a tres factores
principales:
- definición explícita o
implícita de una “doctrina de necesidad y urgencia” que se ha constituido
hasta la fecha como principio ideológico fundante del funcionamiento
institucional del Estado;
- ratificación del esquema
jurídico-institucional adoptado en el marco del proceso reformista de
1994;
- preservación de la estructura
burocrática del aparato estatal, tanto en lo referente a su alcance como a
su capacidad institucional, incluso cuando pueden detectarse indicios de
un proceso de discusión y redefinición del papel del Estado con relación
al vigente durante la década de 1990, a partir de la gestión presidencial de
Néstor Kirchner.
Apelando retóricamente a aquello
que Bosoer y Leiras (2001) denominan el “mito originario del caos”, Kirchner
reconstituyó la imagen presidencial como un sujeto contrapuesto a la figura del
mandatario cautivo que dominó el ciclo 1999-2003; reinterpretó el antagonismo
amigo-enemigo, partidarios del cambio o prisioneros de la “vieja política”;
emergió como un líder plebiscitario que llega al cargo para continuar una tarea
interrumpida durante décadas y que se basa en la concreción de la idea del
“país verdadero”, como el encargado de plasmar la nueva voluntad colectiva.
El ex presidente sustentó el ejercicio
de su período gubernamental en la invocación de la emergencia como principio de
legitimidad, utilizando en consecuencia numerosos recursos de excepción que
erosionan los procesos deliberativos propios de la democracia representativa. En
efecto, pese a controlar ambas Cámaras del Congreso, ha preferido hacer uso de
las facultades legislativas del Poder Ejecutivo en vez de seguir los trámites
ordinarios previstos para la sanción de leyes (Baldioli y Leiras, 2010b).
Como señalan Levitsky y Murillo
(2008, pp.81-83), “la combinación de la concentración de poder efectuada por
Kirchner y el creciente dominio electoral del PJ produjo inquietud respecto de
que la política argentina estaba tomando un giro autoritario”. Sin embargo,
no debe olvidarse que las instituciones esenciales de la democracia se han
mantenido fuertes: las elecciones son limpias y competitivas, las libertades
civiles se encuentran protegidas y las Fuerzas Armadas se retiraron del ámbito
político. En efecto, de no ser por la existencia de un régimen constitucional
sólido, la enorme crisis sufrida en 2001-2002 no hubiera encontrado su salida
mediante los caminos de la legalidad -incluso con dificultades- sino en
prácticas que fueron recurrentes a lo largo del siglo XX de nuestra historia.
La democracia argentina actual se
encuentra reforzada por aquello que los autores denominan “un amplio
compromiso societal con las libertades civiles y una vasta infraestructura de
organizaciones de la sociedad civil”. El mejor ejemplo de ello se dio en
2006, cuando un frente conformado por partidos políticos opositores,
organizaciones civiles y la Iglesia Católica logró derrotar al gobernador de
Misiones, Carlos Rovira, en su intento por modificar la Constitución provincial
y habilitar una segunda reelección. De inmediato, un acontecimiento de tipo local
tuvo fuerte impacto a nivel nacional, haciendo que Felipe Solá (Buenos Aires) y
Eduardo Fellner (Jujuy) abandonen proyectos similares. Incluso este hecho fue
tomado como un mensaje contrario a la idea, sostenida por diversos analistas
políticos críticos, de que Kirchner buscaría llevar a cabo una reforma
constitucional que permitiese la reelección presidencial indefinida, al igual
que había hecho anteriormente en Santa Cruz.
Cabe destacar que las eventuales
pretensiones absolutistas del presidente de la Nación se encuentras limitadas
también por otros actores elegidos democráticamente, en especial los
gobernadores. Esta premisa queda reflejada sobre todo en las filas del
peronismo, ya que “la mayoría de los legisladores debe su nombramiento a un
jefe provincial más que a la dirección del partido a nivel nacional”, y
ello hace que “la disciplina dentro del bloque del PJ depende en gran medida
de la habilidad del presidente para mantener el apoyo de los gobernadores”.
Si en un primer momento Kirchner buscó distanciarse de antiguos jefes
partidarios, finalmente tuvo que acercarse a ellos de cara a la elección
legislativa de 2005.
Finalizando, es importante
subrayar que, con aciertos y errores, Néstor Kirchner restituyó la importancia
y el respeto que corresponden a la investidura presidencial. Si bien es
criticable el hecho de que se valió de numerosas medidas de excepción para
gobernar en tiempos donde su partido había registrado impresionantes victorias
que le aseguraban un poder casi total, también es cierto que en circunstancias
donde otro mandatario posiblemente no hubiera arriesgado un capital político
tan pobre como el que tenía al asumir, llevó a cabo importantes iniciativas que
favorecieron la calidad democrática argentina.
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