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Resumen
El
presente estudio se propone analizar una serie de elementos del sistema
político argentino (los recursos institucionales del Poder Ejecutivo Nacional,
las transformaciones en la estructura de la competencia política acaecidas con
la pérdida de la función representativa de los partidos políticos, el liderazgo
carismático de Néstor Kirchner (la tradición político-cultural del partido
justicialista), junto con algunos procesos contemporáneos importantes como la
crisis económica internacional y especialmente la crisis del modelo de Estado
neoliberal, que fueron explotados por Néstor Kirchner durante su gestión
presidencial para ensanchar su base de apoyo político, hacer frente con ello al
problema del escaso porcentaje de legitimidad democrática con que asumió su
mandato, y dar origen a una nueva corriente política que se convierte en
hegemónica al interior del partido justicialista.
Abstract
This study aims to analyze several
components of argentine political system (institutional resources of Executive
power, structural changes in political competition after political parties’
loss of power, charismatic leadership of Nestor Kirchner (political and
cultural tradition of Justicialista Party) besides some contemporary political
processes such as international economic crisis, specially the crisis of the
neoliberal state, which were fully exploited by Nestor Kirchner under his
presidential term in order to expand his supportive basis, face the problem
caused by the extremely low legitimacy in the origins of his presidency and
give birth to a new political current of opinion which became hegemonic within
the ‘Justicialista’ party.
Legitimidad
democrática y representación política en la Argentina del nuevo siglo: los
orígenes del kirchnerismo y el liderazgo presidencial de Néstor Kirchner
(2003-2007).
Por:
Julián Horvath[i]
Este trabajo puede ser
un valioso aporte para hacer inteligible un período histórico que por su
cercanía temporal y las disputas ideológico-políticas que existen en la
actualidad en torno suyo oscurecen su comprensión. Asimismo, puede resultar
altamente pertinente para posteriores estudios comparativos que revelen
similitudes y diferencias entre las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina
Fernández de Kirchner, con el fin de evaluar continuidades y cambios
estructurales al interior del kirchnerismo como corriente política actualmente
hegemónica en el partido justicialista (objetivos que desbordan los límites del
presente trabajo). En este sentido, el contexto nacional e internacional en
todas sus dimensiones y las características organizacionales y compromisos
políticos, sociales, económicos y culturales que en sus orígenes anuda el
kirchnerismo con los distintos actores relevantes en el sistema político
argentino son vitales a posteriori para comprender las posibilidades y límites
de las sucesivas presidencias de Cristina Fernández de Kirchner. Cabe agregar
que estas características organizacionales y estos compromisos anudados no se
producen en una "hoja en blanco", sino que se encuentran
condicionados por la tradición político-cultural del partido justicialista, de
imprescindible referencia para esclarecer el fenómeno.
Planteo del problema:
El cambio de siglo
trae consigo importantes novedades para el sistema político argentino; en este
sentido, cabe puntualizar una fecha que marca un antes y un después en su
estructura y funcionamiento. Hacemos referencia a la crisis del 2001 y la
salida anticipada de Fernando De la Rúa de la presidencia de la Nación tras dos
años de mandato, junto con los episodios de violencia social ocurridos hasta la
elección de Eduardo Duhalde como presidente interino por parte del Congreso de
la Nación, que reflejan una crisis del consenso ideológico neoliberal respecto
al rol del Estado en la sociedad y en la economía, e inauguran una nueva etapa
en la teoría y práctica de la representación política: en este sentido, se
puede hablar con Bernard Manin de una "metamorfosis" de la
representación política, reflejada en los reclamos populares del "que se
vayan todos", que expresa la pérdida de la función representativa y de
agregación, articulación y expresión de los intereses de sus electores que han
tenido históricamente los partidos y por la cual han sido siempre legitimados
como organizadores del gobierno democrático. Esto sucede también porque el voto
ha dejado de organizarse a partir de identidades sociales colectivas
permanentes: la sociedad individualista neoliberal arrasó durante la década del
90 con esas identidades, las cuales se volvieron múltiples y complejas,
difíciles de organizar alrededor de ejes temáticos estables, todo lo cual tiene
como consecuencia una elevada volatilidad del voto del electorado en los
comicios. Los partidos dejaron de funcionar como instancias articuladoras de
las demandas de grupos sociales específicos, e incluso en un intento de
adaptarse a esta nueva situación que estructura nuevos patrones de competencia
política, retroalimentan el proceso de pérdida de su función representativa al
elaborar discursos que pretenden alcanzar el voto de sectores más amplios de la
población, con la contrapartida de entablar vínculos más frágiles e inestables
que antes.
En este panorama, la
otra función clásica que se le reconoce a los partidos políticos se puede
agrupar en las funciones institucionales o procedimentales, que incluyen el
reclutamiento del liderazgo político y la organización y el ejercicio del
gobierno democrático. Es esta función la que permanece intacta: el votante deja
de aspirar a ser representado por los candidatos a quienes vota, pero en cambio
exige un gobierno que sea eficiente en la solución de sus problemas. Esto
provoca importantes consecuencias en la estructuración de la competencia
política y en las características organizacionales de los partidos políticos
(consecuencias que se desarrollarán en otra parte del trabajo); sin embargo, y
adentrándonos en el problema central de este estudio, en 2003 inclusive la
función procedimental se vio cuestionada por el escaso porcentaje de
legitimidad democrática con el que el presidente Néstor Kirchner asumió su
mandato, lo cual condicionó fuertemente su gestión al hacer imprescindible la
tarea de ensanchar su base de apoyo político.
De acuerdo a los
párrafos anteriores se conformará el siguiente problema:
Problema:
¿Qué elementos del
sistema político argentino y de los procesos políticos contemporáneos son
explotados por Néstor Kirchner durante su mandato presidencial para superar su
escaso porcentaje de legitimidad democrática en las elecciones de 2003, y a la
larga le permitieron conformar una nueva corriente política hegemónica en el
seno del partido justicialista? A partir de esta cuestión, se llegará a la
siguiente hipótesis:
Hipótesis:
“Durante el período
presidencial 2003-2007, Néstor Kirchner explotó ciertos elementos presentes en
el sistema político argentino junto con algunos pertenecientes a distintos
procesos políticos contemporáneos que le permitirían conformar su base de apoyo
político y consolidar una nueva corriente política hegemónica al interior del
partido justicialista”.
Antecedentes históricos:
El contexto histórico
del fenómeno que estamos intentando dar cuenta se encuentra marcado (a los
fines analíticos del presente trabajo) por los procesos de crisis y
metamorfosis de la representación política; la crisis económica internacional y
del consenso ideológico neoliberal (principalmente respecto al rol del Estado
en la sociedad y en la economía); la crisis de 2001 en Argentina, que desató
inusitados grados de violencia a todo nivel y deterioró profundamente las
instituciones de su sistema político. Sin dudas, el origen del kirchnerismo
como corriente política hegemónica al interior del partido justicialista se
encuentra surcado por crisis en múltiples dimensiones. El presente estudio se
acopla a una idea muy difundida en la ciencia política respecto a los contextos
de crisis, y es que éstos, a pesar de imponer ciertos límites, también implican
posibilidades de actualizar alternativas estructurales que se encuentran en
potencia, lo cual genera algo nuevo, innovan, en el sistema político.
Marco teórico:
El trabajo de Bernard
Manin "Los principios del sistema representativo" abre una vía de
debate teórico respecto al tema de la crisis y metamorfosis de la
representación política en el nuevo siglo. Existen ciertos apuntes respecto a
representación política y organización partidaria en la Argentina posterior al
2000; en esta línea podemos destacar a Inés Pousadela, Juan Carlos Torre, y
Gerardo Scherlis, entre otros autores. La novedad (y riqueza) del presente
estudio radica en utilizar tales herramientas conceptuales para analizar específicamente
un caso acotado en tiempo y espacio: el kirchnerismo en el período de su origen
como corriente política hegemónica en el seno del partido justicialista
(2003-2007). Además se pueden sumar algunos trabajos como los de Leiras y
Bosoer, Mustapic, Baldioli, que ofrecen elementos teóricos para caracterizar
los recursos institucionales del Poder Ejecutivo Nacional, la tradición
político-cultural del justicialismo en la que se entronca el kirchnerismo, y
reflexionar respecto a la crisis del modelo de Estado neoliberal durante el
período histórico a considerar.
Unas pocas consideraciones
previas:
Cualquier
estudio de investigación (incluido éste) que pretenda comprender los procesos
históricos contemporáneos debe, si desea realizar un aporte comprometido con
los valores del objetivismo y profesionalismo académicos, partir de una
premisa, a saber: que desde el último cuarto del siglo XX hasta nuestros días,
todas las dimensiones de la vida humana se encuentran marcadas por el fenómeno
de la globalización. Esto implica, siguiendo a Norbert Lechner, un nuevo
contexto mundial configurado por un conjunto de megatendencias, de las cuales
aquí interesa destacar la nueva complejidad social, y más específicamente, la
gran magnitud y sobre todo el incremento de la rapidez y velocidad de los
cambios en las sociedades humanas. En tal estado de cosas, para Lechner
"continuamente se vienen abajo las interpretaciones que tan esforzadamente
elaboramos, al punto en que finalmente ya no sabemos qué es lo que en realidad
vivimos (...). Los cambios no dan tiempo a que se consolide algo duradero. En
suma, reina la incertidumbre (...), un clima o ambiente indeterminado en que
nada es previsible y, por lo mismo, cualquier cambio causa alarma".[ii]
El ascenso del
kirchnerismo como fuerza política predominante en el seno del partido
justicialista y la sucesión de los hechos en la historia política Argentina del
nuevo siglo no escapa a la anterior descripción. Más allá de que este estudio
goza de los beneficios de una mirada en retrospectiva, y tomando distancia de
los acalorados debates ideológico-políticos de hoy día, es justo reconocer que
en un corto periodo de tiempo un líder presidencial relativamente desconocido
para la escena de la política nacional logró conformar una corriente hegemónica
al interior de uno de los dos "grandes" partidos, modificando de tal
suerte las relaciones de poder hasta entonces existentes, configuradas durante
la década del 90 por el proyecto hegemónico neoliberal. Y lo hizo partiendo
desde una posición de clara debilidad: condicionado a la vez por su escasa
legitimidad de origen como porque su lugar en el partido que auspiciaba su
candidatura a la primera magistratura no era para nada descollante; más bien
todo lo contrario, al apoyarla, el presidente interino Eduardo Duhalde
pretendía mejorar su posición de "hombre fuerte" en la conducción
tanto de la organización del aparato partidario peronista como de las
decisiones políticas nacionales, en su disputa con el ex-presidente Carlos
Menem. No es para menos entonces preguntarse: ¿Cómo lo hizo? Es éste el
interrogante que de alguna manera guía el presente trabajo; más en general, se
trata de la tarea de la ciencia política y de las ciencias sociales como
disciplinas que aspiren a dar luz a los significados de los procesos históricos
contemporáneos, que procuren desentrañar el sentido de la realidad en sus
múltiples dimensiones; todo ello en un contexto de creciente complejidad del
entramado de las sociedades humanas. En definitiva, se vuelve imprescindible
dar ciertas certidumbres a la imprevisibilidad e indeterminación de los fenómenos
que acaecen en nuestros tiempos, no sólo para comprender el pasado o lo que
acontece en el presente, sino también para poner en evidencia los límites y las
posibilidades de cara al futuro.
De esta manera,
se torna evidente la necesidad de caracterizar en orden cronológico el
desarrollo de los acontecimientos históricos previos al 2003, año en que la
historiografía marca como el punto de partida de la aventura kirchnerista; en
tal sentido, se desea indagar las circunstancias en que Néstor Kirchner asume la
presidencia, y luego sí proceder a desagregar los elementos del sistema
político de los que se valió aquél para superar su posición de debilidad en la
escena política nacional. Esta modalidad de análisis sobre el trasfondo del
periodo previo tiene la ventaja de dejar al descubierto simultáneamente los
cambios y continuidades que registre el fenómeno que se está considerando.
Marco
Histórico:
-El consenso ideológico
neoliberal de los 90´s:
Para encontrarse
en condiciones de afrontar el problema que nos hemos planteado, es inevitable
hacer un poco de historia y remontarse al periodo inmediatamente anterior al
cambio de siglo; en otras palabras, es necesario retomar la década del 90 en
Argentina y el auge o hegemonía del paradigma neoliberal.
En líneas generales,
y siguiendo a Carolina Lebermann, "el neoliberalismo se
caracteriza por:
v Privatización de las
empresas estatales
v Liberalización/desregulación
del mercado de bienes y capitales
v Transferencia de capital del
sector productivo al financiero/especulativo
v Gran injerencia de organismos
internacionales en políticas nacionales.
v Independencia del Banco Central
v Control de la inflación como
principal objetivo, a costa del aumento exponencial de la deuda pública
(Convertibilidad en el caso argentino).
v Flexibilización laboral
v Reducción del papel del Estado,
despido de gran parte del personal
v Políticas sociales
compensatorias y focalizadas.
v Pensamiento único, instalado
desde los medios de comunicación
v Visión negativa de la política,
de la acción colectiva, y de la juventud. Individualismo."[iii]
Y en seguida la misma autora nos
brinda un panorama histórico resumido de la implementación del consenso ideológico
neoliberal en la Argentina de los 90: "Carlos Menem asumió el gobierno en
julio de 1989, seis meses antes de lo que hubiera correspondido, dada la
situación de conmoción social y de crisis económica que se vivía en el país.
Las primeras dos leyes que sanciona, sin oposición del Congreso, son la Ley de
Emergencia Administrativa (o de Reforma del Estado) y la Ley de Emergencia
Económica. Predicando una supuesta lentitud del Congreso, el presidente
comienza con una práctica que va a ser predominante a lo largo de toda la
década: los Decretos de Necesidad y Urgencia. Es a través de esta herramienta
que se va a llevar a cabo el proceso de liberalización, imprimiéndole sus
principales características: la celeridad e improvisación con que se
realizó". Luego veremos este punto más detalladamente, el cual muchos
autores han estudiado bajo el nombre de un estilo de gobierno o liderazgo
decisionista, aunque otros lo han conceptualizado como una estrategia
"decretista".
En sintonía con la hegemonía
neoliberal, "Menem lanzó un programa de ajuste inédito en la Argentina.
Uno de los pilares fundamentales del programa fue el vasto plan de
privatizaciones de las empresas estatales de servicios. Asumiendo el
diagnóstico liberal-conservador de la ineficiencia estatal, las privatizaciones
se realizaron con inusitada rapidez, fuertemente marcadas por la necesidad
urgente de “caja” que tenía el Estado. La ley de Reforma del Estado incluía una
nómina de más de 20 empresas “sujetas a privatización”. Las primeras en
venderse fueron Aerolíneas Argentinas y ENTEL, por su atractivo para inversores
extranjeros. En 1992 se completó el grueso de las privatizaciones, con la
electricidad, el gas, obras sanitarias, y los principales ramales ferroviarios.
En menos de cinco años se privatizaron casi 100 empresas públicas. (...)
muestra que “lo importante era la rapidez y el dinamismo que había que
imprimirle al proceso privatizador, más allá de cualquier forma legal o
institucional. Con ello se cuestionaba y degradaba una vez más el papel
del Parlamento -sede natural de las discrepancias- como instancia deliberativa
legítima, marcando así un estilo de gestión y un tipo de política refractarios
al debate público.”
Y continúa con que "las
privatizaciones implicaron todo un cambio en el concepto de “servicio público”,
y apuntaron claramente a una mercantilización de los mismos. Se consideraba que
el mercado era el asignador de recursos más eficiente, dejando así
desprotegidos a grandes y crecientes sectores de la población".
Más adelante, Lebermann describe
con mayor precisión las políticas públicas adoptadas por la administración
Menemista, comenzando porque "las políticas sociales del período
neoliberal (...) tienen tres características básicas. La primera de ellas es la
privatización, es decir, la introducción o el incremento de aranceles en los
servicios básicos, mercantilizándolos e incorporando un criterio de comercio en
los mismos. En Argentina, por ejemplo, el sistema previsional fue parcialmente
privatizado en 1993. La segunda característica es la focalización de las
políticas: se remplaza la acción estatal universal por programas sociales
asistenciales dirigidos a un grupo específico de la población (los sectores de
pobreza extrema), para así, con un mínimo de recursos, paliar las graves consecuencias
del modelo económico. Es un mecanismo compensatorio, (...) cumple una función
“bomberil”, es decir que actúa sobre situaciones límite para evitar tensiones
fuertes. La asistencia se concibe como transicional; se supone que, tras una
etapa inicial, el equilibrio producirá crecimiento económico y nuevos puestos
de empleo. Su financiamiento proviene por lo general de fondos externos, como
donaciones o créditos muy blandos. La tercera y última característica de las
políticas sociales neoliberales es su descentralización: se intenta que sean
implementadas por agencias gubernamentales de menor nivel, como provincias o
municipios; o directamente por Organizaciones No Gubernamentales. Esto generó
muchos problemas de implementación, ya que los municipios no cuentan con la
estructura necesaria (en términos de recursos organizativos, administrativos,
humanos y materiales) para llevar adelante las políticas".
Es por todo lo anterior que
afirma que en los 90, se puede hablar de "(...) una ciudadanía “desprotegida”,
que vive “inseguridad”".
Para la autora, "otro de los
pilares del proceso fue el Plan de Convertibilidad, de abril de 1991, que
consistía en fijar por ley la tasa de cambio entre el peso argentino y el dólar
estadounidense, y en el compromiso del Estado de que toda la moneda circulante
esté respaldada con las reservas en divisas del Banco Central. Con este plan se
logró reducir drásticamente la inflación y estabilizar la economía. Más con
este compromiso, la economía del país se hacía altamente dependiente de la
afluencia de capitales extranjeros, y terminó acrecentando la deuda externa.
Además, el Estado perdía autonomía para manipular variables monetarias.
Esto está sumamente relacionado
con la independencia del Banco Central, establecida en 1992 por Cavallo. La
nueva Carta Orgánica puso como único objetivo del BCRA asegurar el valor de la
moneda, alterando su objetivo originario: asegurar el desarrollo económico con
altos niveles de empleo. Como plantea Emir Sader, “autonomizar el Banco Central
y la política monetaria es la expresión institucional y política de la
hegemonía que el capital financiero asume en el neoliberalismo. El capital
financiero bajo su forma especulativa, esto es, no como financiador del
desenvolvimiento económico, del consumo y de la investigación, sino
esencialmente de la compra de papeles de la deuda pública y de la compra y
venta de títulos en la bolsa de valores. Un capital parasitario, que no crea
bienes, ni empleos, apenas transfiere capital, acentuando su
concentración”".
En consecuencia, "la
independencia del Banco Central fue uno de los principales canales por donde el
FMI y el Banco Mundial tuvieron injerencia en la política interna argentina, y
de los demás países de América Latina. Sin mencionar la deuda externa, cuyas
continuas renegociaciones implicaron fuertes condicionamientos a la política
interna argentina (y del resto de los países tercermundistas). El ingreso al
Plan Brady en 1992, para refinanciar la deuda, implicó una serie de acuerdos
sobre las políticas públicas con el FMI, el BM y el BID, que limitaban
severamente la soberanía nacional. El gobierno menemista redujo los impuestos
sobre las importaciones, se desregularon variadas actividades económicas, y se
eliminaron restricciones a las inversiones externas. Todas estas medidas fueron
señales claras para la comunidad internacional en el sentido de incentivar las
inversiones extranjeras, asegurando la adhesión argentina a las reglas del
mercado mundial.
Esta concepción de reducir el
papel del Estado, que se venía gestando (...) vino acompañada de una fuerte
reducción de la planta de empleados estatales. (...) Los organismos de salud y
educación se descentralizaron a las provincias, y se disolvieron o reestructuraron
muchos organismos".
Lebermann también plantea que,
"para poder llevar todas estas reformas, Menem necesitaba una Corte
Suprema sumisa. Con mayoría en ambas cámaras, no le fue difícil que se apruebe
su proyecto de ampliar la Corte de 5 a 9 miembros. Dos de los ministros
renunciaron, y el presidente, con acuerdo del Senado, designó a los 6 miembros
faltantes. Por otra parte, Menem también remplazó -por primera vez en la
historia argentina, mediante un decreto y sin acuerdo del Senado- al procurador
general de la Corte.
Según su argumento, "hubo
dos factores que fortalecieron el poder presidencial en esta etapa. Uno es el
hecho de que el Partido Justicialista contara con mayorías en el Congreso, la
Corte Suprema, y los órganos de fiscalización, y con numerosas Gobernaciones e
Intendencias; y el segundo factor fue la emergencia económica, que a los ojos
de la opinión pública amerita una acción rápida y eficaz. Siguiendo el
desarrollo de Bosoer y Leiras, podemos definir al liderazgo menemista como
decisionista. “En el plano jurídico opondrá la excepción a la norma, la
decisión personal a la normatividad impersonal, la competencia (¿cómo se decide
y quién decide?) al contenido sustancial (¿qué se decide?). En el plano político
opondrá la soberanía del Estado al poder difuso y disolvente representado por
la sociedad; el Estado asociado con la guerra y la política a la moralidad
burguesa, la economía y la tecnología; la dictadura presidencial a la
democracia parlamentaria. En el plano filosófico, finalmente, la decisión
política a la discusión pública y crítica” (...)".
Y agrega que "el rol de los
medios de comunicación en toda esta etapa fue clave", (...) ya que
"Menem hablaba continuamente de una vieja y una nueva política. Se constituyó
simbólicamente como “caudillo salvador”, con una relación directa con las
masas, “no sólo a través de la propaganda televisiva sino de caravanas en las
que recorrió las principales ciudades del país (…).Las caravanas le permitieron
además focalizar el vínculo con sus adherentes en torno a su persona y reducir
al mínimo el rol de la organización y la presencia partidaria”.
En última instancia, la autora se
pregunta por las consecuencias de las políticas neoliberales implementadas en
los años 90; en tal sentido, Lebermann apunta que "el estado quedó
reducido básicamente a las funciones de administración de justicia, defensa de
la propiedad privada, relaciones exteriores, cobro de impuestos y emisión de
moneda. Las consecuencias sociales fueron evidentes: la tasa de pobreza era de
un 25,9% en 1998, ascendiendo a un 38,3% en 2001; la de desempleo era de 18,3%
en 2001 y llegó a 21,5% en 2002. La precarización, la desigualdad creciente y
desarticulación de los colectivos fueron los resultados más visibles".
Este balance lo confirma Alejandro Rossi, puntualizando que "como datos
negativos pueden verse un fuerte crecimiento del índice de desocupación que en
el mes de Octubre de 1.999 alcanzó al 13,8% de la Población Económicamente
Activa (produciéndose un pico de desempleo en Mayo de 1995 de un 18,6% de la
PEA) y un empeoramiento en la distribución del ingreso, acompañado todo esto de
una creciente dependencia frente a la afluencia de capitales externos"[iv].
Éstas son las condiciones en las
que asumirá la presidencia Fernando De la Rúa.
Nos detendremos aquí, en orden a
mantener un compromiso con la parsimonia teórica. La bibliografía respecto a la
profundización del modelo neoliberal en la Argentina de los 90 es sumamente más
rica y detallada que las breves referencias que se presentaron previamente. Sin
embargo, de las anteriores consideraciones históricas cabe destacar ciertas
"dimensiones" que resultarán relevantes para más tarde dar respuestas
al problema fundamental de este estudio, es decir, cómo hizo Néstor Kirchner,
partiendo de una posición de clara debilidad, para superar su escaso porcentaje
de legitimidad democrática en las urnas y conformar una corriente hegemónica al
interior del partido justicialista. Como se anticipaba, esta táctica analítica
tendrá a posteriori la virtud de revelar los elementos innovadores y también
los que persisten durante la primera presidencia kirchnerista. En esa línea, se
distinguen 4 dimensiones:
-Metamorfosis de la representación
política:
Cierta literatura de la Ciencia
Política ha estudiado lo que se conoce como la "metamorfosis de la
representación política". El precursor de esta línea de análisis ha sido
Bernard Manin, quien realiza un diagnóstico de lo cambios en la representación
política acaecidos con las transformaciones del proceso de globalización[v].
Manin destaca ciertas tendencias actuales: la inestabilidad electoral y el aumento
importante del número de votantes flotantes (votantes sin una identificación
partidaria definida) producto de la desarticulación de los colectivos sociales
que hacía que votaran a los partidos porque expresaban su identidad social,
definida ésta por consideraciones socio-económicas; la personalización de la
política, es decir, la elección de candidatos/personas más que de un partido o
un programa políticos, lo cual implica que las organizaciones partidarias se
vuelven instrumentos al servicio de sus líderes, proveyéndoles recursos
financieros, redes de contactos e influencia, etcétera; esta personalización
del vínculo entre los representantes y los electores a su vez Manin la explica
por dos causas; por un lado, el desarrollo de los medios de comunicación de
masas, que refuerza la imagen e individualidad de los candidatos, e implica una
comunicación directa con las circunscripciones sin mediar el aparato del
partido (y de ello deriva el hecho de un cambio en el tipo de élites de
gobierno, apareciendo una nueva élite, los expertos en medios de comunicación),
estableciéndose un vínculo contingente; y por otro lado, las nuevas condiciones
de ejercicio del poder, caracterizadas por la creciente interdependencia
económica que vuelve mas compleja la toma de decisiones gubernamentales (al
implicar múltiples actores) e impredecible los problemas de gobierno, y es por
ello que los políticos no pueden comprometerse a ejecutar programas detallados,
sino más bien lo que hacen es presentar sus cualidades y aptitudes personales
para tomar buenas decisiones. Todas estas tendencias tendrían importantes
consecuencias en los partidos como agentes privilegiados del proceso político
en las democracias contemporáneas.
En este sentido, tomaremos como
referencia a Peter Mair, quien de alguna manera continúa el desarrollo de
Manin, al preguntarse por el lugar de los partidos en las democracias actuales,
lo cual nos servirá para ver el grado en que este proceso de metamorfosis de la
representación política afectó al partido justicialista[vi].
Para este autor, existe en la actualidad una crisis de los partidos; esto
estaría relacionado con cambios en las funciones que históricamente
desempeñaron, y también en sus identidades. Como dice Gerardo Scherlis,
"los partidos políticos han sido tradicionalmente considerados como agentes
de agregación y representación de intereses sociales"[vii].
Pero para Peter Mair "por un montón de razones (...) los partidos han
visto empobrecida su función representativa". Esas razones se encuentran
estrechamente relacionadas con ciertos cambios tanto en la organización interna
de los partidos políticos como en la sociedad. En esta línea, Scherlis plantea
que "el voto ha dejado hace tiempo de organizarse a partir de identidades
sociales colectivas permanentes. Estas se han tornado múltiples y complejas,
improbables de subsumir y organizar políticamente alrededor de ejes discursivos
y organizativos estables. (...) Los alineamientos electorales se han tornado más
difusos y contingentes, y (...) los partidos han dejado de obrar como
articuladores de las demandas de grupos sociales específicos. Los propios
partidos acentuaron este proceso en un intento de adaptación que implico asumir
como inevitable la pérdida de lazos fuertes y perdurables con sectores
específicos de la sociedad, a cambio de vínculos mas frágiles e inestables pero
que pudieran eventualmente alcanzar a sectores más amplios, de modo tal de
alcanzar mayorías electorales". Además, a consecuencia de los cambios que
antes describía Scherlis, lo que se ha observado es un "desplazamiento
gradual de los partidos que de ser parte integrante de la sociedad pasan a ser
parte integrante del Estado" según Mair; esto es así porque, para este
autor, la merma de los afiliados y del nivel de activismo y militancia han
reducido los recursos organizativos de los partidos, y ahora su supervivencia,
"en la medida en que el partido deja de ser un agente de representación
social (...) reside en su capacidad de acceder al gobierno y gobernar". O
sea, su principal interés seria ganar las elecciones para acceder a los cargos
insertos en la estructura institucional del Estado y así obtener recursos
(financieros, pero también leyes que les proveen privilegios como agentes del
proceso democrático) para mantenerse con vida. Asimismo, esto genera cambios en
la estructura de la competencia político-partidaria: siguiendo a Scherlis,
"al momento de decidir su voto, el elector tiende hoy menos a considerar
cual es el partido afín a su visión del mundo y mas -recordemos que no se vota
un representante sino un gobernante- a plantear un juicio respecto al gobierno
(...)". Y a su vez, esto tiene consecuencias en las identidades
partidarias, que según Mair sufren un "ofuscamiento": "la
identidad ideológica o programática va siendo siempre mas desenfocada, (...)
fenómeno que deriva en parte de la erosión manifiesta de sus diversos perfiles
electorales. Los partidos se distribuyen siempre mas los votos entre ellos y
con el declinar progresivo de las lealtades ahora tienden a dirigir
tranquilamente sus apelativos a los antagonistas de hace tiempo. El resultado
es que la idea de la política como conflicto social en el cual los partidos
eran vistos como los representantes de intereses de fuerzas políticas opuestas
es siempre menos relevante, y todos los electores son potencialmente abiertos a
todos los partidos (...), la noción de la política como conflicto ideológico
(...) se fue desvaneciendo. (...) los contrastes de fondo de la política son
siempre más difíciles de individualizar. (...) la individualidad organizativa
se fue desenfocando cada vez mas".
Durante la década del 90, en
alguna medida estos cambios afectaron a la máquina partidaria del
justicialismo. Bosoer y Leiras dicen que "una primera línea de
investigación puso el acento en caracterizar las nuevas modalidades de
representación a partir del concepto de neopopulismo"[viii].
Ésta línea destaca tres rasgos novedosos en la tradición política de los
populismos en Latinoamérica. Primero, la transgresión programática: "el
proceso de privatización de servicios en manos del sector público, y la
búsqueda de distintos mecanismos de desregulación de las relaciones sociales,
como la flexibilización laboral, se planteaban como una ruptura con las
políticas tradicionales del peronismo, para las cuales el Estado se constituía
como un actor central en el proceso de producción de bienes y servicios y
ejercía, además, una suerte de tutelaje social a fin de garantizar el ejercicio
de los derechos sindicales". Segundo, la carencia de un discurso político
movilizador: "no habría aquí una de definición, a diferencia de lo que
ocurría con el peronismo histórico, de un antagonismo irreductible entre
enemigos políticos, ni el trazado de una divisoria de aguas nítida respecto de
un sector social ("la oligarquía") o ideológico ("la
derecha" o "el marxismo"). (...) el líder cumpliría aquí el
papel de figura política protectora, como un personaje sin aristas ideológicas
definidas, que evita el conflicto con sus interlocutores y se coloca por encima
de la clase dirigente y sus alineamientos". Y tercero, la constitución de
alianzas guiadas por el pragmatismo, que en Argentina dio lugar a la
convergencia entre el justicialismo y el liberalismo conservador, plasmada en
el Menemismo: "los bloques políticos más previsibles abrieron el camino
hacia el gobierno a estas alianzas de nuevo cuño y generaron correlativos
realineamientos en las fuerzas opositoras".
Carlos
Acuña también aporta información que refuerza estas apreciaciones; este autor
nota "(...) la participación en el entorno de asesores de Menem de
allegados sin una mayor militancia en el peronismo, y con fuertes lazos con
grupos empresariales, que constituyen un polo de influencia sobre Menem con
mayor "flexibilidad" ideológica que los cuadros formales en la
militancia partidaria o sindical"[ix]. Más
adelante agrega que "la decidida implementación de políticas neoliberales
implicó redefiniciones intra e interpartidistas. Con respecto al ya citado
acercamiento entre el Ejecutivo peronista y el principal partido de la
derecha liberal (Ucedé), las consecuencias han sido, (a) un importante
corrimiento de la base electoral de la Ucedé hacia el apoyo de las políticas
menemistas, (b) la concreción de la alianza entre la Ucedé y el peronismo en
algunos distritos (...) y (c) la incorporación de importantes cuadros de este
partido en funciones ligadas al Ejecutivo nacional (...)". Además precisa
que "el Ejecutivo ha mostrado alto "pragmatismo" al no dudar en
incorporar candidatos extrapartidarios o sin militancia previa (...) que, en
algunos distritos, son más confiables que la propia dirigencia peronista en
términos de sus probabilidades electorales y disposición a apoyar tanto a nivel
del Congreso como de las provincias la dirección económica que se impulsa.
(...) la conjunción de (...) las políticas menemistas están teniendo un
acelerado efecto de "vaciamiento" de la ideología y doctrina". Y
concluye con que "(...) el futuro del peronismo también cae dentro de lo
que consideramos que "dejó de ser lo que solía". Políticas
neoliberales (...), debilitamiento del sindicalismo, alianzas políticas con el
liberalismo partidista, participación de candidatos extrapartidistas en las
listas peronistas, ausencia de política social y alineamiento con los Estados
Unidos son características que golpean al corazón de la alianza social y
política que dio origen, sustento y poder al peronismo".
Como
se detallará más adelante cuando se aborde la presidencia de Néstor Kirchner,
éstas transformaciones ocurridas en el partido justicialista, en su
organización interna, en la función representativa y en su identidad
programática deberán ser matizadas; y esto es así porque, como bien remarca
Scherlis, "los estudios organizativos han (...) destacado en cambio la
resistencia de las estructuras partidarias e incluso de la competencia
interpartidaria. Se subraya la importancia de los intercambios clientelares a
partir del control de los aparatos estatales como fuente central para la
conservación de la estructura organizativa. Ello, junto a un diseño electoral y
una regulación partidaria de fuerte sesgo federalista obraría como causa
central de la territorialización de los partidos". Reforzando esta
idea, durante las presidencias de Menem, Gerchunoff y Torre revelan que
"un último ejemplo de los límites autoimpuestos de la política reformista
lo provee la relación del gobierno con la maquinaria política justicialista,
cuya estructura se asienta en el control de las administraciones de provincia.
A partir de la puesta en marcha del Plan de Convertibilidad, la mejora en las
cuentas fiscales y la mayor oferta de financiamiento dieron un desahogo a los
gobernadores y en muchos casos les permitieron un uso más amplio de los
instrumentos clientelistas tradicionales. En este contexto, el gobierno
nacional promovió varios acuerdos con las administraciones provinciales
tratando de establecer una nueva distribución de los fondos coparticipados distinta
de la que estaba fijada por la legislación vigente".
-Tradición político-cultural peronista:
Esta
dimensión se encuentra estrechamente relacionada con la anterior; como lo ha
puesto de relieve Mair, las identidades partidarias se ven ofuscadas por las
transformaciones contemporáneas de la representación política descriptas
previamente. Antes de señalar el producto de tales mutaciones en la Argentina
de los 90 en el justicialismo (en términos de la coalición ideológico-política
que se estableció, así como también del estilo de gobierno y tipo de liderazgo
a que dio lugar) no está de más recordar su tradición político-cultural
originaria. Como dicen Bosoer y Leiras: "el peronismo introduce una cuña
en este antagonismo intra elites, al plasmar un tipo de orden sobre bases de
sustentación, a la vez, conservadoras y populares. Por un lado tendrá como
marco de gestación el único movimiento nacionalista que se impone con éxito,
tras el golpe (...) de 1943. Por el otro, logra integrar y dar una identidad política
distintiva a los fenómenos emergentes del sindicalismo laborista, la
movilización obrero-industrial y los movimientos de masas dentro de lo que se
definirá como modelo estatal populista. Sin embargo, pese a provocar un corte
entre el nacionalismo popular y el nacionalismo oligárquico y promover el
desarrollo de una "izquierda nacional" (...), prevalecerá siempre
dentro de este "corpus ideológico doctrinario" una determinante
matriz antiliberal, crítica de la democracia de partidos y persistentemente
"movimientista" en cuyo trasfondo podrán hallarse los rasgos de una
identidad católica secularizada bajo la forma de ideología de la nación".
El partido justicialista también puede verse, desde la perspectiva de Kenneth
Roberts, como un partido de masas que une mediante lazos orgánicos a los
fuertes movimientos obreros surgidos durante el siglo pasado[x].
Su emergencia como nuevo actor implicaría la imposición de una nueva estructura
de clivaje, de tipo estratificado; es decir, un principio de diferenciación
política donde el eje de la competencia corta horizontalmente las líneas de
clase, generando una división política entre elites tradicionales y clases bajas
(representados por los partidos conservadores y obreristas de masas
respectivamente). En esta conceptualización, las características del peronismo
estarían dadas por: la movilización de sindicatos para luchar contra su
exclusión del poder practicada por las elites gobernantes; una agenda
reformista ideológicamente poco definida; la movilización del apoyo electoral a
través de redes de patronazgo conservadoras y policlasistas. Cuando se
encuentra en el gobierno, sus prácticas otorgan beneficios materiales y
organizacionales a los trabajadores a cambio de lealtad política; sin embargo,
hicieron llamamientos a un variado electorado nacional y popular (como por
ejemplo, a la clase media a través del empleo público; también a los
trabajadores rurales, así como a los industriales del mercado interno).
Menem
se presenta inicialmente ante la opinión pública como un líder que reivindica
esta tradición política antes descripta; como dicen Bosoer y Leiras, "el
ascenso de este "peronismo nacionalista", encarnado por un caudillo
que evocaba atributos tradicionalistas del pasado (...)". Baldioli apunta
que "(... la figura de Menem (...) se conceptualizaba como un caudillo
peronista de La Rioja, que (...) tenía un discurso tradicional movimientista de
viejo cuño peronista"[xi].Pero
cuando asume el poder, se produce un giro ideológico "copernicano"
tanto en su discurso como en su accionar: Menem se propuso resolver la grave
emergencia recurriendo a las mismas políticas que tanto él como el movimiento
peronista habían siempre repudiado. De esta manera, abrazará e implementará
como pocos países de este continente las recetas del consenso ideológico
neoliberal dominante a nivel mundial.
Esto
dará lugar a lo que Bosoer y Leiras llaman "modernismo reaccionario",
es decir, "patrones históricos de respuesta (...) frente a momentos de
crisis y cambio fundamental. (...) una combinación de reacción política y
cultural frente a lo que se observa como impactos provenientes de estímulos
externos sobre el cuerpo social, con posturas afirmativas y progresistas
respecto a la capacidad para insertarse provechosamente en el curso de las
transformaciones, conservando la "esencia de determinado orden. Una conciliación
(...) de la manera en que se establece la relación entre los cambios en la
economía mundial y la continuidad de una identidad nacional representada por el
Estado". Como dicen estos autores, una "heterodoxa síntesis entre las
tradiciones nacional-populista y liberal-conservadora", o también una
"contundente reacción restauradora". Y agregan que "la síntesis
entre una derecha liberal-conservadora y una derecha nacional-populista es
explicada por el hecho de que "el resurgir del liberalismo como expresión
ideológica de un capitalismo innovador necesita para desplegar sus
potencialidades un ambiente cultural y político fundado en el sentido de
continuidad histórica y en el valor intransferible de la identidad
nacional". En suma, es una "síntesis entre la defensa neoliberal de
la economía de libre mercado y el tradicionalismo cultural esgrimido por el
conservadorismo populista (...) sentido de pertenencia a una patria,
cristianismo, familia, propiedad privada, libre iniciativa, respeto por las
instituciones fundamentales como las Fuerzas Armadas, son valores intrínsecos
del peronismo".
Esta
intersección que se produce entre distintas tradiciones políticas se traduce en
la configuración de una coalición ideológico-política inédita para el
peronismo: "un nuevo reagrupamiento político, un bloque histórico,
político, económico, social, en el que el justicialismo coincide con la
corriente sustancial del liberalismo (...) en un proyecto común que puede
denominarse (...) "revolución conservadora". En este sentido, "la
elección de Menem en 1989 es interpretada a la vez como consagración del nuevo liderazgo,
restauración de la idea del "movimiento nacional" y establecimiento
de una nueva alianza entre capitalismo y democracia. (...) El establecimiento
del Plan de Convertibilidad y la estabilización monetaria afirmarán más tarde
el nuevo bloque de poder resumido en la alianza entre un presidente
plebiscitado y "supremo decisor" y el "establishment"
económico; un nuevo Príncipe moderno y "las fuerzas del mercado".
Baldioli aporta que "en el rol de gran decisor (por Menem) le concedió la
esfera económica del Estado a los grandes grupos económico-financieros (...).
Estos movimientos de ajedrez político le dieron a Menem el apoyo de las clases
más altas de la sociedad (...) recibió el beneplácito de (...) Alsogaray y con
él su partido UCD (...)".
Esta
reconfiguración de las relaciones de poder tiene como correlato la intención de
la nueva coalición ideológico-política dominante de imponer un nuevo clivaje,
una nueva línea de fractura o principio de diferenciación política frente a;
así, Bosoer y Leiras afirman que "la operación discursiva comienza por
calificar a la presidencia de Alfonsín como "el régimen alfonsinista"
y afirma que éste fracasó en todos los campos menos en uno: el de la hegemonía
cultural. (...) la "revolución conservadora" que encabezaría Menem
precisaría de un soporte ideológico, aquél en el que debería librarse la más
dura batalla. (...) esta lucha vital por el dominio cultural (...) se trata de
construir una nueva hegemonía". En esta línea, argumentan que “se proyecta
como un replanteo del régimen presidencialista en el marco de la doble
transición del autoritarismo a la democracia y del estatismo económico a
políticas de libre mercado (...). Luego continúan con que "a partir de
esta resignificación, desplegada sobre el escenario ofrecido por la crisis del
89, el posautoritarismo en la Argentina puede ser caracterizado por la pugna y
superposición entre dos proyectos culturales, dos lógicas en disputa, que se
suceden durante la transición democrática teniendo como marco el colapso del
modelo estatal y las formas de enfrentar dicha crisis". Y rematan:
"(...) crece culturalmente un pensamiento revolucionario conservador (...)
propiciador de la preeminencia de la regulación natural de las fuerzas por
sobre las regulaciones coercitivas y artificiales incentivadoras del
"progresismo"". En suma, se trata de contraponer el proyecto de
desarrollo de una nueva sociedad, moderna, orientada por las ideas
neoliberales, con un progresismo que defiende un estatismo caduco el cual llevó
a la honda crisis económica de 1989.
En
síntesis, durante los 90, la tradición político-cultural del peronismo que se
describió al comienzo fue en gran medida dejada de lado por el pragmatismo del
Menemismo. Esta característica marcará a fuego su estilo de gobierno, nuestra
siguiente dimensión de análisis.
-Estilo de gobierno:
Como
dicen Gerchunoff y Torre: "lo que marcó la diferencia crucial desde el
punto de vista político fue que (Menem) haya podido abandonar las tradicionales
banderas del peronismo y escoger nuevas políticas y alianzas sin perder por
ello el respaldo de sus seguidores". Baldioli da pistas respecto al
liderazgo de Menem: "(...) tuvo tanto la astucia como la fuerza suficiente
para llevar a cabo las reformas (neoliberales) (...), para ello conformó una
coalición económica-social y política muy fuerte que le proporcionaron consenso
para sus fines políticos". Todo esto no quiere decir que, durante sus
presidencias, no debió afrontar desafíos: para Gerchunoff y Torre, "el
nuevo rumbo económico y político de Menem provocó tensiones dentro del
movimiento peronista, pero los disidentes carecieron de alternativas políticas
para canalizar su disconformismo. Algunos sindicatos y dirigentes partidarios
presionaron en favor de estrategias confrontativas, pero la mayoría de los
peronistas se mostró poco inclinada a seguir un curso de acción que podía poner
en peligro el acceso a los recursos económicos y políticos del patronazgo estatal.
Menem explotó hábilmente esta actitud oportunista, y aplicando de manera
selectiva premios y castigos logró mantener bajo control a sus seguidores.
(...) De este modo, Menem pudo formar una inédita y poderosa coalición de
gobierno, en la que reunió el poder institucional de la mayoría electoral
peronista con el respaldo de los núcleos más expresivos del poder
económico". Además de la característica de líder neopopulista, pragmático
(descripta en la dimensión "metamorfosis de la representación política),
"(...) en la figura de Menem se ciñe la de un líder neodecisionista
(...)"; la de un estilo de liderazgo político de signo personalista. Esto
se encuentra en correspondencia con nuestra última dimensión de análisis.
-Recursos institucionales:
el decisionismo político en la Argentina de los 90
Según Bosoer y Leiras, "las
teorías políticas "decisionistas" pueden distinguirse por tres rasgos
básicos comunes: atribuyen una importancia central y definitoria a la decisión
en las cuestiones políticas, conciben la soberanía como el poder de decisión
definitivo y tienen al "estado de excepción (o estado de emergencia) como
la manifestación más pura y el modelo operativo propio de ese poder definitivo.
El mismo concepto de crisis queda indisociablemente atado, desde su misma acepción,
al de la decisión excepcional".
Pero precisan que el nuevo
decisionismo o "neodecisionismo" de los 90 tiene ciertos rasgos
particulares, en los términos de ellos, "antiestatista" o
"desestatizante": "en tanto el discurso de legitimación del
"orden neoliberal" se sostiene en la liberación de energías y fuerzas
contenidas -las del capital regulado por el Estado o contrapesado por las
fuerzas del trabajo organizado- presupone que tal liberación puede generar
situaciones de crisis, resistencias a sus efectos perniciosos y puntos de
ruptura. Es decir, situaciones que (...) deriven en estados de excepción. Por
eso, el establecimiento de tal modelo de organización social (...) precisaría
de mecanismos de autoestabilización, de control. Es en ese sentido que una
legitimación eficientista y una gestión decisionista pueden ayudar tanto para
desmontar el aparato estatal regulador y prestador de servicios como para
neutralizar los casos críticos y las resistencias a dicho
desmantelamiento". Todo ello los lleva a concluir que "el descontento
frente a la ineficiencia y obsolescencia del aparato estatal se constituye
inicialmente como una masa crítica de aquiescencia social, y en última
instancia, de legitimación para formas de "ejecutivismo decisionista"
ensayadas y practicadas desde las presidencias". Por lo tanto, lo que
"se genera, en efecto, es una demanda de decisión eficaz (...) y sobre tal
demanda, incluso exacerbándola, trabaja el argumento decisionista". En
definitiva, se trata de que "el mejor modo de limitar lo susceptible de
ser votado o decidido es a través de una normativa que sustraiga de la esfera
de la deliberación y las fluctuaciones políticas el funcionamiento de la
economía u otorgando el monopolio de ciertas decisiones a instituciones y
mecanismos en donde no funciona la democracia; sea, por ejemplo, vía la
ampliación de facultades presidenciales delegadas (...)".
Éste es el trasfondo ideológico
del decisionismo en la Argentina de los 90, su fundamento filosófico-político.
De esta manera, el poder decisional del ex-presidente Menem se legitimaba a
través de volver permanente el estado de excepción. Así, los autores precisan
que "las leyes de Reforma del Estado y de Emergencia económica establecen
el estado de emergencia económica administrativa y legitiman el poder de
policía del Estado". Como bien mencionaba antes Lebermann, "hubo dos
factores que fortalecieron el poder presidencial en esta etapa. Uno es el hecho
de que el Partido Justicialista contara con mayorías en el Congreso, la Corte
Suprema, y los órganos de fiscalización, y con numerosas Gobernaciones e
Intendencias; y el segundo factor fue la emergencia económica, que a los ojos
de la opinión pública amerita una acción rápida y eficaz". En esta línea
hay que destacar la falta de independencia del Poder Judicial de la Corte
Suprema de Justicia, la cual, como recuerdan Bosoer y Leiras, "logra
imponer una reinterpretación de la división de poderes del Estado de derecho
como "división de funciones de un único poder indivisible", reforzando
la concentración de poder en manos del Ejecutivo.
Por otra parte, se encuentra
"la cuestión de la seguridad jurídica", en la cual se enmarca la
Reforma Constitucional de 1994; por eso Bosoer y Leiras apuntan que para los
ideólogos de este periodo, era imperativo "asentar la emergencia en
términos jurídico-constitucionales y asociar la necesidad de acometer las
"reformas de segunda generación" con la permanente reelegibilidad de
la potestad del presidente" o sea, la legitimación jurídica del decisionismo
presidencialista. Un importante punto de la reforma constitucional tiene que
ver con el reconocimiento explícito de los decretos de necesidad y urgencia
(DNU´s), es decir, la facultad que poseía el Ejecutivo para implementar su
programa de gobierno a través de decreto, ampliamente utilizada por el
presidente Menem durante su primer mandato para llevar adelante las medidas
neoliberales. "Sin embargo, tras la reforma constitucional de 1994 gran
parte de las cláusulas destinadas a limitar los poderes del Ejecutivo no
tuvieron implementación, (...) y el presidente continuaría apelando al decreto
de necesidad y urgencia como herramienta ordinaria de gobierno hasta el final
de su mandato".
Bosoer y Leiras sostienen que
"(...) dicha herramienta es, en sí misma, la expresión natural de las
facultades soberanas del presidente (...). La situación de excepción derivada
de la crisis estatal, económica y social de finales de los años 80 (...)
aparece como el factor justificatorio de la implementación de ese estilo decisionista
de liderazgo presidencial". Los límites de esta concepción decisionista
del ejercicio del poder serían "inherentes a su principio de legitimidad:
es incapaz de institucionalizarse, al descansar en última instancia, en la
figura del líder plebiscitario como única fuente de la decisión eficaz y
garantía de la estabilidad política y económica. (...) las circunstancias en
las cuales se produjo su ascenso (...) precisa recrearlas para mantener su base
de sustentación argumental". En última instancia, la legitimidad del
decisionismo descansa en el imperativo de gobernabilidad en situaciones de
crisis como la de la década del 90 en Argentina.
Se puede concluir, en base a
estos aportes, que en la década de los 90 en Argentina, el liderazgo
presidencial fue marcadamente decisionista, en el sentido de concentrar
fuertemente el poder político en el ejecutivo; poder ejercido a través de un
recurso institucional privilegiado: la práctica de los DNU´s. Esta afirmación
se ve reforzada por el hecho de que, como dice Lebermann, "(...) el
Partido Justicialista contara con mayorías en el Congreso, la Corte Suprema, y
los órganos de fiscalización, y con numerosas Gobernaciones e
Intendencias". Y además, como resalta Leiras: "hacia comienzos del
año 1994, cinco factores habían hecho de la institución presidencial Argentina,
una instancia gubernamental muy poderosa: (1) una amplia y extendida disciplina
partidaria en el ámbito legislativo. (2) el fortalecimiento de la posición del
gobierno federal VIS a VIS los estados provinciales. (3) Utilización del veto
parcial y total en forma recurrente. (4) La utilización de los decretos de
necesidad y urgencia por parte del presidente Carlos Menem y (5) la cooptación
del Poder Judicial"[xii].
Luego de este largo recorrido por
estas cuatro dimensiones de análisis, se desean realizar dos advertencias:
primero, que sean éstas y no otras las dimensiones de análisis que se
investiguen tiene un propósito analítico, en orden al compromiso con la parsimonia
y también con la presuposición teórica latente en la hipótesis planteada al
comienzo de este estudio; segundo, las mismas establecen un corte arbitrario
respecto a la realidad empírica, y en tal sentido se debe tener presente que de
ninguna manera la agotan en toda su extensión, a la vez que necesariamente se
encuentran interrelacionadas de manera compleja en aquélla (aunque en esta
investigación se presenten por separado). Hechas estas aclaraciones, cabe señalar
una última dimensión, que ya en cierta medida se ha caracterizado, pero que
volver sobre ella brevemente permitirá retomar el orden cronológico de los
acontecimientos históricos para, posteriormente, llegar a las circunstancias en
que se presenta nuestro objeto de estudio, la primer presidencia kirchnerista:
-Estado neoliberal:
El modelo de Estado impulsado
durante los 90 en Argentina estuvo claramente en consonancia con el consenso
ideológico neoliberal; siguiendo a Lechner, la reforma del Estado que alentaba
la ortodoxia económica se encontraba bajo el imperativo de los criterios de
productividad y eficiencia determinados por el mercado, fuente principal de asignación
de recursos. Esta nueva concepción le daba un nuevo rol al Estado, el cual
consistía en favorecer la integración y la competitividad sistémicas en los
mercados mundiales. Así, el imperativo de eficiencia económica impuso una serie
de medidas, como la reducción de empresas públicas a través de las
privatizaciones; la reorientación de las políticas sociales hacia los grupos
más perjudicados (lo que se conoce como una estrategia de
"focalización"); la descentralización y la desburocratización; la
racionalización de la administración; liberalización y desregulación de los
mercados; etcétera. En Argentina estas reformas se realizaron principalmente a
través de dos leyes: la Ley de Emergencia Administrativa (o de Reforma del
Estado) y la Ley de Emergencia Económica.
Esta sintética caracterización
(junto con la información presentada anteriormente respecto a la implementación
del consenso neoliberal en la Argentina de los 90) basta para retornar al orden
cronológico de los hechos: esto es, examinar el fracaso de este modelo de
Estado a través del gobierno de la Alianza, la crisis de 2001 y la presidencia
interina de Eduardo Duhalde, con miras a establecer la coyuntura del sistema
político argentino previo a la llegada al poder de Néstor Kirchner.
-El fracaso de la Alianza y la presidencia interina de
Eduardo Duhalde:
En lo sucesivo se tomará como
referencia la descripción de los acontecimientos históricos que realiza Lebermann,
con algunos aportes de otros autores, más que nada estos últimos para precisar
el contexto electoral del año 2003. Para aquella, "la grave situación
social descripta, contribuyó decisivamente a la deslegitimación de Menem y el
PJ y a que en 1999 ganara la elección presidencial Fernando de la Rúa, por la
Alianza (conformada por la UCR y el Frepaso); venciendo a Eduardo Duhalde (PJ).
De la Rúa había centrado su campaña en “depurar las instituciones”,
contraponiéndose a la corrupción menemista. Asumió el gobierno en diciembre de
1999, pero al poco tiempo, demuestra su gran incapacidad para gobernar, y sobre
eso, el vicepresidente “Chacho” Álvarez renuncia el 6 de octubre del 2000,
acusando de corrupción a la administración delarruista y al Senado. Durante el
período en que duró su mandato, De la Rúa mantuvo los lineamientos básicos del
neoliberalismo que ya describimos: convertibilidad y liberalización de la
economía, políticas sociales focalizadas e insuficientes -la promesa de
“democratizar la ayuda social” recentralizándola, fracasó rotundamente-, y la
subordinación a los organismos internacionales".
Luego apunta que "la
Convertibilidad necesitaba para sostenerse del ingreso de divisas. Al principio
de la era menemista estaban garantizadas por la venta de empresas estatales;
sin embargo, a medida que este recurso se fue agotando, el país se endeudó cada
vez más. La inestabilidad económica era muy grande, De la Rúa tuvo que hacer
varios cambios de Ministros en esa cartera. Machinea estuvo hasta marzo de
2001, entre marzo y abril estuvo López Murphy, y finalmente asumió como
Ministro de Economía, Domingo Cavallo (por si quedaba alguna duda sobre la
continuidad con la política menemista). Entre mayo y junio de 2001, éste último
ministro firmó, junto al presidente De la Rúa, el “Megacanje”. Consistió en una
refinanciación de la deuda pública (...)".
En esta línea, pinta un cuadro de
la coyuntura que se vivía por aquél entonces, comentando que "la situación
económica del país era de grave recesión. La gran cantidad de votos nulos y en
blanco en las legislativas de Octubre de 2001 ya predecían la magnitud de la
crisis política. En noviembre y diciembre de 2001, el modelo neoliberal mostró
su talón de Aquiles: se produjo una gran fuga de capitales, haciendo colapsar
al sistema bancario. A comienzos de diciembre, Cavallo anunció las
restricciones al retiro de fondos de los bancos (el "corralito") y a
las operaciones de cambio, para limitar la demanda de divisas, preservar el
stock de reservas y evitar la devaluación de la moneda, es decir, el abandono
formal de la Convertibilidad.
Como bien aprecia, este episodio
es "un punto de inflexión en la suerte del neoliberalismo argentino. La
movilización popular no se hizo esperar. Las primeras en reaccionar fueron las
capas medias, por el “corralito”. Durante todo diciembre se sucedieron las
protestas, y el 16 comenzaron los saqueos a los supermercados, por parte ya de
amplios sectores populares, en su mayoría desocupados y trabajadores
precarizados. En ese momento explotó toda la tensión social que venía
acumulándose en los últimos años. En las jornadas del 19 y 20 de diciembre,
confluyeron muy diversos sectores: desde ahorristas a quienes el “corralito” no
dejaba extraer su dinero de los bancos, hasta el sector educativo, el de salud,
partidos políticos de izquierda, organizaciones sindicales, los movimientos de
desocupados, en su mayoría piqueteros, y también muchos sujetos autoconvocados
que repudiaban al sistema político. La consigna que se impuso fue: “¡Que se
vayan todos!”, demostrando la profundidad de la crisis que se vivía. El saldo
de la represión gubernamental fue de 40 muertos. De la Rúa se vio obligado a
renunciar el 20 de diciembre".
Pero rescata que "en ese
momento, los sectores movilizados no lograron articular una salida política, en
su mayoría tan solo expresaban rechazo al orden vigente. El mismo 20 asume la
presidencia Ramón Puerta, hasta entonces presidente de la Cámara de Senadores.
Convocó a una Asamblea Legislativa, y fue electo para remplazarlo Adolfo
Rodríguez Saá. El 24 se declaró el default, pero el presidente no pudo hacerse
cargo de la delicada situación, y alegando falta de apoyo político, renunció el
30 de diciembre. El siguiente presidente fue el presidente de la Cámara de
Diputados Eduardo Camaño. Éste volvió a convocar a Asamblea Legislativa, que
eligió al entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde,
para asumir la presidencia. El 2 de enero, asume la presidencia de modo
interino Eduardo Duhalde. Lo primero que hace Duhalde, es poner fin a la
Convertibilidad, y con ella a todo un ciclo económico en la Argentina. “El que
puso dólares, recibirá dólares y el que puso pesos, recibirá pesos”, anunció.
Finalmente, con la pesificación asimétrica de deuda privada (es decir, que los
bancos devolvieran 1,40 peso por cada dólar prestado, mientras que los privados
devolvieran 1 peso por cada dólar recibido en préstamo del banco) se
“socializaron” y licuaron las deudas de las grandes empresas, del sector
agropecuario y las privatizadas. Además, el gobierno dispuso un plan de
“salvataje” al capital financiero para compensar a dicha fracción del capital
por las implicancias de la salida devaluatoria y la pesificación asimétrica, y
que sería cubierto con la emisión de nueva deuda pública".
De esta manera, Lebermann pasa a
describir en líneas generales la gestión duhaldista: "en el período de
Duhalde en la presidencia, si bien se logra estabilizar la economía, la
situación social prácticamente no mejora. La devaluación permite a los agentes
del capital productivo mejorar su capacidad exportadora y esto aportó a
recomponer las cuentas públicas, mediante las retenciones. El tipo de cambio
incentiva la industria nacional, pues importar se hace más costoso. Sin
embargo, el efecto inflacionario de la devaluación reduce el salario real, y
afecta a los sectores más vulnerables. Por lo tanto, durante esta etapa continúa
habiendo un alto grado de movilización más que nada de asambleas autoconvocadas
y piqueteros. La protesta social es reprimida, llegando a su punto cúlmine el
26 de junio de 2002, cuando son asesinados Maximiliano Kosteki y Darío
Santillán. Los Planes Sociales, como el Plan Trabajar o el Barrios Bonaerenses
recibieron un nuevo impulso. Ya existían desde 1996, como respuesta del
menemismo a los crecientes niveles de conflictividad social; pero se habían
visto reducidos durante el gobierno de la Alianza. Duhalde lanzó el programa
Jefes y Jefas de Hogar, y reforzó los ya existentes. Aquí hay una diferencia
con el modelo anterior, ya que en cierta forma, se universalizaron, alcanzando
a muchos más destinatarios. Sin embargo, la lógica “clientelar” de manejo a
través de punteros del PJ no cambió, lanzando “Chiche” Duhalde sus “manzaneras”
para distribuir los alimentos del Plan Vida".
Y
termina con que "la de Duhalde era una presidencia interina, y con la
Masacre de Avellaneda, tuvieron que adelantarse las elecciones, fijándose para
el 27 de abril de 2003". Llegamos en este punto al contexto electoral de
las presidenciales del año 2003, importante para los fines de este trabajo.
Las elecciones
presidenciales del año 2003: los orígenes del kirchnerismo
Cabe
aclarar que, pese al elevado grado de fragmentación electoral y la gran
cantidad de fuerzas políticas que compitieron en estos comicios, se hará
hincapié sobre todo en la situación del partido justicialista, consecuentemente
con los objetivos de esta investigación.
Así, siguiendo el desarrollo de Ángel
Rodríguez Kauth, "Duhalde se vio
obligado por las circunstancias a adelantar el llamado a elecciones para marzo
próximo, bajo la formal garantía de no presentar su candidatura. (...) Pese a
todo, el desvelo político de Duhalde era que en las elecciones internas del
justicialismo triunfara su enemigo Menem y así fue como llevó a cabo la última
maniobra del aparato partidario para evitar que esto ocurriera, cuando convocó
a un Congreso nacional del justicialismo –dominado por sus huestes– en donde se
logró fracturar al peronismo, y que el Partido concurriera a las internas de
marzo con tres candidatos que representaban distintas líneas internas
irreconciliables entre sí. Una de ellas –el Frente de la Lealtad, construido
por Menem para poder presentarse como partido nacional; la otra fue la de
Rodríguez Saá –que la comenzó a delinear ni bien renunció a la Presidencia, con
el nombre de Movimiento Nacional y Popular– y una tercera en construcción que
debería encabezarla un delfín de Duhalde designado para el efecto –Frente para
la Victoria– pero que luego de arduas tratativas ninguno de los señalados con
el dedo del poder tuvo background suficiente entre la población o que
directamente rechazaron la oferta. En definitiva, el nombre recayó en el actual
gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner (...)"[xiii].
Carlos Gervasoni también señala que "la ya larga disputa entre Menem (PJ,
La Rioja) y Duhalde (PJ, Buenos Aires) impidió la elección de un candidato
único: luego de la renuncia del actual presidente a presentarse nuevamente, se
vio en la necesidad de encontrar un sucesor “amigable” capaz de competir con
Menem, y también con el carismático caudillo provincial Adolfo Rodríguez Saá
(gobernador de la pequeña provincia de San Luis entre 1983 y su breve paso por
la presidencia a fines de 2001). Hacia fines de 2002 se le hizo claro a Duhalde
que Menem tenía todas las chances de ganar una elección interna cerrada, y
razonables chances en una abierta. Decidió entonces, mediante procedimientos de
dudosa legalidad, imponer su dominio en el peronismo para cancelar las internas
y permitir que los diversos precandidatos se presentaran en forma independiente
(técnicamente hablando, el peronismo no tuvo candidato). Duhalde, luego de
intentos fallidos con los gobernadores Reutemann (PJ, Santa Fe) y De la Sota
(PJ, Córdoba), volcó su apoyo al siempre antimenemista gobernador Kirchner (de
la escasamente habitada provincia patagónica de Santa Cruz). Así, hubo tres
candidatos de origen peronista: Kirchner, Menem y Rodríguez Saá"[xiv].
Y completa con que "(...) la fragmentación del peronismo (...) se originó
en la estrategia de Duhalde para evitar elecciones internas que podrían haberle
dado el triunfo a su enemigo Menem.
De esta manera, la posición de
Néstor Kirchner en la escena electoral nacional era de clara debilidad. Como lo
nota Rodríguez Kauth, debía "considerársele un candidato vicario en cuanto
no actúa por su cuenta, sino por órdenes de Duhalde y su aparato político; Javier
Zelaznik precisa que "la victoria de Kirchner en las elecciones presidenciales
de 2003 no fue producto de una coalición amplia, sino de un armado que
representaba a la facción del PJ liderada por el entonces presidente
Duhalde"[xv].En este
mapa, como observa Rodríguez Kauth, el "delfín" de Duhalde se ubicaba
(junto con otros) en el espacio de centroizquierda del espectro político:
"Kirchner, Rodríguez Saá y Carrió proponían un plan de desarrollo y
crecimiento sustentable, alentando a la producción nacional con nuevas fuentes
de crédito y una revisión de la deuda externa con los organismos
transnacionales, la que sume al país en una sangría de divisas que dilapida el
esfuerzo de los trabajadores y productores nacionales, en oposición a la
candidatura de Menem, quien encarnaba el retorno al proyecto neoliberal
desplegado durante los 90”.
La debilidad de Kirchner se verá
profundizada por el desarrollo de los acontecimientos; Zelaznik relata que
"ninguno de los candidatos obtuvo la mayoría constitucional requerida para
ganar la presidencia en una sola vuelta. El candidato más votado fue Menem, con
el 24 % de los votos (...), seguido de cerca por Kirchner, con el 22 % de los
votos (...). La decisión de Menem de no competir en la segunda vuelta convirtió
automáticamente a Kirchner en presidente electo". La negativa a participar
del ballotage por parte del ex-presidente Carlos Menem se debió principalmente a
los números que arrojaban las encuestas, que lo ubicaban a una distancia
abismal del candidato del Frente para la Victoria.
En resumen, Néstor Kirchner asume
marcado por ciertas condiciones que lo sitúan en una posición de debilidad. Por
una parte, como aprecia Rodríguez Kauth, la decisión de Menem de no participar
en la segunda vuelta tuvo la "intención política de no permitirle a
Kirchner triunfar con un apoyo electoral superior a 22 por ciento que ya había
obtenido. Esto se hizo para que el nuevo Presidente asumiera en condiciones de
debilidad política y se le dificultara su quehacer futuro"; en este
sentido, vale decir que las encuestas que reflejaban un elevado apoyo de la
opinión pública a Kirchner para la segunda vuelta no expresaban un voto a su favor,
sino más bien el rechazo hacia Menem y el modelo neoliberal que éste encarnaba.
Por otra parte, como se describió anteriormente, la victoria de Kirchner se
debía en gran medida al apoyo de Eduardo Duhalde y la estructura del partido
justicialista bonaerense; la intención de éste era la de elegir un presidente
"títere" que le permitiría permanecer como el "hombre
fuerte" del justicialismo, ejerciendo "tras bastidores" la
primera magistratura. Si a estos factores políticos les sumamos la profunda
crisis económica y social arrastrada desde las administraciones anteriores, el
contexto de asunción del nuevo presidente implicaba serios límites a su
estrategia de gobierno. A pesar de ello, habrá presentes ciertos elementos,
tanto en el sistema político como en procesos contemporáneos, que habrá de
explotar Néstor Kirchner en su tarea imprescindible de ensanchar su base de
apoyo político, y que a la larga reconfigurarán las relaciones de poder entre
los actores, redefiniendo de esta manera el tablero político argentino.
Empezando por el contexto político regional.
Se debe aclarar que de aquí en
más dejaremos de lado el orden cronológico de los acontecimientos, y nos
abocaremos a pasar revista a las dimensiones que desde un comienzo se han
concebido como principales para comprender el ascenso y consolidación del
kirchnerismo como fuerza política al interior del partido justicialista.
-El contexto
político regional:
Como bien apunta Carolina Lebermann,
"en América del Sur se registra un período de grandes transformaciones. El
paradigma neoliberal que rigió nuestras políticas económicas desde fines de los
70, y más profundamente en la década de los 90, ha perdido el consenso del que
gozaba. Han sido electos en la región, una mayoría de gobiernos
anti-neoliberales (Hugo Chávez 1999, Kirchner 2003, Lula Da Silva 2003, Tabaré
Vázquez 2005, Evo Morales 2006, Bachelet 2006, Rafael Correa 2007, Daniel
Ortega 2007, Fernando Lugo 2008, Ollanta Humala 2011)". En este sentido,
las principales características del modelo neoliberal implementado durante los
90, "la primacía del capital financiero (...) asociada con los altos
niveles de pobreza, con la exclusión social, con la desvalorización de la
política como acción colectiva, con el individualismo generalizado, con la flexibilización
laboral, con la concentración de riqueza y con la vulneración permanente de
derechos básicos" son los "factores (...) que van a empezar a
revertirse, en mayor o menor grado, con los nuevos gobiernos en América
Latina". Y cita como ejemplos que "tanto Hugo Chávez como Néstor
Kirchner (...) han llevado adelante programas de gobierno que de alguna manera,
retornan al paradigma desarrollista, ahora llamado “neodesarrollista”. Han
transformado las relaciones con el FMI y con los Estados Unidos; contra el monetarismo
fiscalista de los ´90, y han impulsado la industrialización de sus respectivos
países, impulsando fuertes políticas sociales inclusivas". De esta manera,
el nuevo marco predominante se caracteriza por un giro ideológico hacia un
capitalismo de Estado, con gobiernos de corte progresista y de centroizquierda
(pregonando valores como la redistribución de la riqueza y la justicia social),
que buscarán profundizar la integración y cooperación subcontinental a través
de organismos ya existentes (como el MERCOSUR) o creando nuevos (como la
UNASUR), todo ello con el objetivo de fortalecer la posición geopolítica de
América del Sur como bloque a nivel internacional. El ejemplo venezolano es la
piedra de toque que abrirá todo este proceso, y los frecuentes y estrechos
lazos que mantendrá Néstor Kirchner durante su presidencia con su par Hugo
Chávez dan una clara muestra del nuevo rumbo político emprendido en la
Argentina a partir de su asunción como presidente. El apoyo regional a la
gestión kirchnerista es un elemento importante que legitima su programa de
gobierno, a la vez que un punto de ruptura con la política de la década de los
90, desprestigiada a los ojos de la opinión pública.
-Metamorfosis de la
representación política:
Ya se ha aludido a este fenómeno
contemporáneo; de lo que se trata ahora es de examinar el impacto que tuvo en
el aparato partidario del peronismo luego de la crisis de 2001, y observar la
manera en que el gobierno de Néstor Kirchner lo utilizó para los fines de
ensanchar su base de apoyo político y hacer frente a los problemas de escaso
porcentaje de legitimidad en las urnas y de débil posición dentro del partido
justicialista.
Como señalaba Gerardo Scherlis,
existen dos líneas teóricas de análisis que presentan diagnósticos en conflicto:
por un lado, los estudios organizativos acerca de los partidos destacan la
resistencia de las estructuras partidarias, la importancia de los intercambios
clientelares a partir del control del aparato estatal, junto con una regulación
partidaria federalista, todo lo cual tiene un efecto de territorialización de
las organizaciones partidarias; y por otro lado, los estudios de la democracia,
que remarcan la ruptura con un tipo de representación política que implicaba
que los partidos y el sistema de partidos estaban ligados a sectores sociales
específicos, de lo cual emerge una representación en torno a liderazgos
sostenidos en la imagen pública construida en los medios de comunicación,
estableciendo vínculos de carácter mas bien contingente y circunstancial con el
electorado.
Sin dejar de reconocer que hay
ciertos aspectos que describe esta segunda línea de investigación presentes en
los partidos políticos de la Argentina del nuevo siglo (los cuales se
mencionarán según vayan apareciendo en este apartado) se hará mayor hincapié en
los estudios que subrayan la persistencia del partido como organización,
particularmente del aparato partidario peronista a nivel territorial, uno de
los elementos en los cuales se apoyará Kirchner para ensanchar su base de apoyo
político.
Como ya se expuso, el triunfo de
Kirchner en las presidenciales del año 2003 se debió en gran medida al apoyo de
Eduardo Duhalde y su condición de "hombre fuerte" dentro del partido
justicialista, fundamentalmente en la poderosa estructura partidaria del
peronismo bonaerense. Siguiendo el desarrollo teórico de Scherlis y su concepto
de "partido estatal de redes", se puede describir el funcionamiento
de esta estructura, que "tiene que ver con la función más tradicional del
activismo, es decir la búsqueda de votos mediante el contacto cara a cara. No
es preciso insistir con la idea de que en las democracias contemporáneas es la
competencia entre líderes de opinión lo que define el voto del electorado sin
mediaciones institucionales. (...) en los países latinoamericanos, las redes de
intermediación personal entre candidatos y votantes, implantadas en el territorio, mantienen también una importancia fundamental. En el caso argentino es
habitual distinguir entre dos escenas, dos patrones dentro del escenario
político. Uno sería la de los grandes centros urbanos, en donde –tal como lo
describe el modelo de la democracia de audiencia - los ciudadanos definen el
voto a partir de un juicio elaborado con autonomía y en base a la competencia
que tiene lugar entre diferentes líderes de popularidad en los medios de
comunicación. La otra escena sería la de las provincias y circuitos
periféricos, donde las elecciones serían definidas en gran medida por redes
asistenciales de tipo clientelar, que incluyen desde la distribución de empleo
para los sectores medios hasta la de bienes y servicios básicos – como comida y
medicamentos – en las áreas más postergadas socialmente. En esta segunda escena
la imagen de buen gobierno se relaciona a menudo con la distribución personalizada
de bienes de consumo básicos (los célebres bolsones) y el acceso a servicios
esenciales (un turno en el hospital más cercano). El reparto de estos bienes y
servicios, tarea que desempeñan en última instancia las redes de punteros,
también suele coadyuvar a consolidar la imagen del líder. Tal como sin dudas lo
habrá de saber el cliente-beneficiario, es el gobernador, el intendente, o el
concejal aquel que hace llegar los beneficios. Es por todo esto que el
liderazgo requiere de redes territoriales que operan como intermediarios entre
los bienes y servicios estatales y la población. Por otra parte, como bien sabe
cualquier actor de la política argentina, el desarrollo de amplias redes
territoriales resulta fundamental para controlar lo que ocurre en el acto
electoral y evitar/realizar fraudes. Sobre todo en los distritos periféricos,
pero en diversa medida en todo el territorio, la fiscalización del acto
electoral sigue siendo crucial para garantizar un resultado al momento de las
elecciones. Desde ya, (...) la fidelidad a un partido es por lo general frágil,
dependiente del flujo de recursos. (...) Finalmente, en países como la
Argentina donde el flujo de recursos depende casi sin excepción del acceso al
aparato estatal, la organización partidaria fuera del estado se torna
improbable. La tendencia señalada por la literatura reciente hacia la fuerte
concentración de recursos organizativos en la cara del partido que ocupa los
cargos públicos alcanza en Argentina un grado extremo: la organización es, y sólo
parece poder ser, aquella que se construye desde y que forma parte de los
aparatos estatales".
Esta
brillante descripción del funcionamiento de lo que Scherlis llama "redes
territoriales" refleja en gran medida el modo de operar del partido
justicialista en la búsqueda de apoyos políticos; la misma se completa con otra
observación que efectúa el autor, y es el hecho de que en países como
Argentina, o sea, "en los sistemas políticos federalizados, esto es en
aquellos donde opera más de un sistema de partidos territorialmente delimitado,
los partidos se enfrentan a lo que Kenneth Carty llama el imperativo
estratárquico. Éste consiste en lograr mantener la unidad del partido aceptando
que en cada nivel de competencia habrá una organización con la suficiente autonomía
y flexibilidad como para buscar las estrategias más adecuadas que permitan
ganar la adhesión del público en el ámbito de su arena de actividad. (...) El
desafío para los partidos consiste en contener sub-unidades que a nivel
municipal y provincial puedan diseñar sus propias estrategias, dotándose para
ello de liderazgos y discursos adecuados a sus circunstancias, pero sin perder
el vínculo con la casa matriz, la etiqueta nacional. Por cierto diferentes
unidades deberán contar con distinto grado de autonomía, según su propio peso
específico, pero en todo caso todas deberán conservar cierto grado de
interrelación y unidad reconocibles. (...) La cohesión de las distintas
sub-unidades que se organizan para la competencia en el plano local o
provincial deviene especialmente problemática ante la ausencia de motivaciones
ideológicas o de identidad que pudieran actuar como principios aglutinantes.
Diversos instrumentos legales (el sistema electoral, las leyes de partidos, de
financiamiento estatal, etc.), también pueden incidir en el nivel de
centralización o fragmentación territorial de los partidos. Sin una amalgama
ideológica e identitaria, y sin estímulos institucionales, el incentivo
fundamental para mantener la unidad consiste en la posibilidad o la expectativa
de acceder a mayores recursos estatales. De ahí también la relevancia que
adquiere en este contexto la cuestión de la equidad en la distribución de los
recursos y del financiamiento estatal: si la posibilidad de acceder a recursos
deviene en el principal incentivo para la unidad de las sub-unidades
provinciales, sólo si esos recursos se distribuyen en forma equilibrada,
evitando el monopolio por parte del partido de gobierno, podrá algún partido
diferente al gobernante dar cumplimiento al imperativo estratárquico.
Luego
de estas apreciaciones estamos en condiciones de evaluar la manera en que estas
"redes territoriales" fueron aprovechadas por la administración de
Néstor Kirchner. El meollo de la cuestión se encuentra en el diseño del esquema
federal argentino; como bien se sabe, el Ejecutivo Nacional concentra y
controla en gran medida los recursos fiscales en sus manos. De esa manera, se
cumple con el "imperativo estratárquico" que mencionaba Scherlis, a
través del uso discrecional de los recursos estatales por parte de quien acceda
a la presidencia de la nación. En este sentido, quien garantiza que los
recursos estatales fluyan por las redes territoriales, asegurando los
intercambios materiales, es el líder que se encuentra en el poder, el "jefe
de la máquina". Esto explica en gran medida como Kirchner pudo despegarse
del "tutelaje" de Duhalde y convertirse en el líder del
justicialismo. Al respecto, Zelaznik advierte que "más amplias serían las
coaliciones para las elecciones a legisladores nacionales celebradas (...)
durante la segunda mitad del año 2003 (...). En lugar de replicar las
divisiones de la elección para presidente, el PJ se realineó rápidamente tras
la figura de Kirchner y concurrió con una sola lista en la mayoría de los
distritos. (...) si las elecciones legislativas de 2003 expresaron la
recomposición del justicialismo, las de 2005 estuvieron signadas por el
objetivo de controlar la estructura del PJ de la provincia de Buenos Aires,
conducido hasta entonces por el ex presidente Duhalde. El Frente para la
Victoria (FpV) sería la expresión política de esa estrategia para desafiar
electoralmente al PJ bonaerense oficial. Los planteos de
"transversalidad", que implicaban la construcción de un espacio
progresista de centro-izquierda autónomo del PJ, resultaban inviables, ya que
hubiesen privado al kirchnerismo de una base política sólida. De allí que el
FpV surgiese como un emprendimiento político más amplio y más estrecho que el
peronismo: más amplio en la medida que incorporaba a sectores sociales ajenos a
su tradición política; más estrechos porque excluía a los sectores que
conservaban su alineamiento con los ex presidentes Menem, Duhalde y Rodríguez
Saá. En las elecciones legislativas de 2005 sólo seis distritos presentaron
listas peronistas alternativas, aunque entre ellas se incluía la provincia de
Buenos Aires, donde se ponía en juego el control del poderoso PJ bonaerense.
(...) a nivel nacional, el FpV se impuso con el 38% de los votos, y en la
provincia de Buenos Aires, la lista Kirchnerista encabezada por Cristina
Fernández de Kirchner venció a la del PJ oficial encabezada por Hilda González
de Duhalde. Habiendo eliminado a los otros líderes de la escena política (Menem
y Rodríguez Saá en 2003), Duhalde en 2005), Kirchner se consolidaba como único
líder del espacio peronista". Scherlis refuerza esto subrayando que
"Los gobernadores e intendentes de origen radical, al evaluar como
inexistentes las posibilidades de alcanzar la presidencia en el futuro cercano,
optan por defeccionar del viejo partido para aliarse al presidente Kirchner en
búsqueda de recursos para sus administraciones. Para estos gobernantes carece
de sentido permanecer en la oposición mientras los recursos son monopolizados
por un ejecutivo de quien se espera que continúe gobernando en el tiempo
previsible".
Así,
el esquema fiscal del federalismo argentino que centraliza una gran cantidad de
recursos financieros de manejo discrecional en el Ejecutivo nacional, junto con
la maquinaria partidaria o, como lo llama Scherlis, las "redes
territoriales", son herramientas que jugaron a favor y que Kirchner
aprovechó hábilmente en la necesidad de ensanchar su base de apoyo político,
acumular poder y desligarse del "tutelaje" de Eduardo Duhalde. En
definitiva, el proceso de metamorfosis de la representación política no
desarticuló el aparato partidario peronista, lo cual constituye una gran
ventaja por sobre el resto; es decir, no fue suplantado por el contacto directo
entre el/los candidatos y el electorado a través de los medios de comunicación
de masas. Y tampoco logró acabar con su tradición político-cultural, como se
verá a continuación.
-Tradición político-cultural peronista:
Durante
los 90, el giro ideológico de Menem hacia el neoliberalismo "pisoteó"
los valores, principios y creencias históricos del peronismo; la coalición
ideológico-política formada por el Menemismo incluyó actores que nada tenían en
común con las fuerzas políticas tradicionales que componían el partido
justicialista. Parecería ser que los estudios que destacan un cambio en la
representación política estaban en lo correcto al afirmar que la estructura de
la competencia política se había descongelado; que los electores no se
organizaban más en torno a identidades sociales colectivas permanentes (y por
ello los alineamientos electorales se volvían más difusos y contingentes); que
los partidos dejaban de representar las demandas de grupos sociales
específicos; que desaparecían los viejos principios de diferenciación
político-partidarios; en definitiva, que las organizaciones partidarias
estarían guiadas de ahora en más por el pragmatismo con el fin de obtener
amplios apoyos electorales, renunciando a los compromisos programáticos e
ideológicos.
Si
bien algo de esto viene ocurriendo con una amplia masa de ciudadanos, se desea
matizar estas aseveraciones, al menos para el caso del partido justicialista;
partiendo de Juan Carlos Torre y sus reflexiones comparativas entre las
elecciones legislativas de 1999 y 2001, se puede afirmar con este autor que
"la fidelidad del electorado peronista no fue significativamente afectada
por el generalizado clima de protesta ciudadana", y que "contra el
telón de fondo del drástico encogimiento del electorado del partido, el
peronismo logró sobrevivir todavía como fuerza política predominante"[xvi].
Luego argumenta que "los valores de la subcultura peronista (...) aún
conservan capacidad de suscitar lealtades y solidaridades". Esto se
explica, como dice Torre, por una distinción conceptual entre los tipos de
vínculos que mantienen los electores con los partidos; en palabras de él:
"la diferenciación relevante es la que separa de un lado a los adherentes
y del otro a los simpatizantes. El vínculo de los primeros con el partido
descansa sobre una relación de pertenencia cimentada en una prolongada
identificación y una densa trama de solidaridades. Por su parte, los
simpatizantes se vinculan en función de la proximidad de sus preferencias
políticas con las propuestas del partido. Así, la identificación partidaria de
los adherentes produce un recurso invalorable para las organizaciones: la
lealtad. En cierto modo, la lealtad independiza el respaldo al partido de los
resultados de sus políticas en el corto plazo. El segundo efecto de la
identificación partidaria se hace visible en la formación de las claves
interpretativas de la realidad. En particular, suministra un mecanismo para seleccionar
la información que los adherentes procesan con respecto a la actuación del
partido y cuya eficacia radica en predisponer a éstos a hacer suyas las razones
con las que los dirigentes explican sus aciertos y racionalizan sus
dificultades". Y luego observa que "en términos de indicadores
sociales, económicos e institucionales, el tramo final de la presidencia de
Menem no cerraba con un balance más positivo que el del gobierno de la Alianza
al cabo de sus primeros dos años. Sin embargo, aún en su derrota, el Partido
Justicialista logró en 1999 retener una alta proporción de su electorado
histórico". Estas reflexiones advierten que aún permanece vigente en
cierta porción del electorado la identidad de una cultura partidaria peronista,
pese a reunir en su seno a un amplio y variado arco de posturas, desde la
derecha a la izquierda. Torre concluye su juicio respecto al justicialismo
arguyendo que "los valores de la subcultura peronista han perdido la
consistencia del pasado después de las políticas públicas de signo opuesto
ejecutadas en su nombre durante el gobierno de Menem, pero aún conservan
capacidad de suscitar lealtades y solidaridades. La pregunta acerca de la
crisis eventual del partido la plantean los rasgos más originales que está adoptando
la puja por el liderazgo entre dirigentes rivales. El conflicto por el poder
dentro de la organización, recurrente en el peronismo, converge hoy con un
conflicto de proyectos ideológicos, que está poniendo en tensión los mecanismos
que han regulado hasta ahora las divisiones internas, evitando la ruptura. En
el centro de la disputa está Menem con su propuesta hacia la derecha, en línea
con los rumbos de sus diez años de gobierno, y sus rivales con la
reivindicación más o menos actualizada de la tradición nacional-popular. (...)
la disputa tiene un final abierto. Un interrogante adicional sobre la suerte
del PJ lo coloca la vasta movilización de desocupados que ha surgido y crecido
en sus márgenes, pero que está radicada en el núcleo de sus bases electorales".
Estas apreciaciones resultan reveladoras. Nuestra ventaja de un estudio en
retrospectiva se vuelve preciada en este punto para contemplar como se entronca
el kirchnerismo en la tradición político-cultural peronista, que elementos
tradicionales recupera y en cuales aspectos trae novedades.
Como indica Zelaznik, "la
arena social es la que mejor representa los elementos innovadores del
kirchnerismo (...). El kirchnerismo se presenta como un proyecto destinado a
reconstituir al país tras la debacle económica y política de 2001 y 2002. En el
ámbito económico ello implicaba no sólo superar la crisis, sino,
principalmente, sustituir el modelo económico neoliberal excluyente por uno
nuevo basado en la intervención del Estado y la inclusión social. En el ámbito
político, implicaba no sólo reestabilizar el colapsado sistema de partidos a
partir de nuevos alineamientos partidarios, sino reconstruirlo a través de la
incorporación de actores sociales previamente excluidos. Para la narrativa
fundacional del kirchnerismo, el año 2003 marcaría la transición a una
democracia real o democracia con inclusión social, mientras que la experiencia
iniciada en 1983 habría constituido sólo una democracia imperfecta que
garantizaba la continuidad de algunos lineamientos importantes de la dictadura:
en el ámbito económico, implementando políticas neoliberales que perjudicaban a
los sectores populares, o siendo complacientes con ellas; en el ámbito
político, obstaculizando los juicios contra quienes habían violado los derechos
humanos". Esto se va a plasmar en un intento deliberado de imponer un
nuevo principio político de diferenciación o "clivaje" en el sistema
partidario argentino; siguiendo a Zelaznik, "(...) el intento de reordenar
las opciones políticas a lo largo de la dimensión derecha/izquierda, en remplazo
de la tradicional distinción peronismo/antiperonismo, permitiendo así recrear
el espacio político alrededor de dos fuerzas principales. Por un lado la
"derecha", representando al pasado, las políticas neoliberales y la
impunidad para quienes violaron los derechos humanos durante la dictadura. Sus
referentes son los políticos y técnicos a cargo del diseño e implementación de
políticas neoliberales, así como aquellos actores económicos, políticos y
sociales a los que beneficiaron; los militares y la jerarquía eclesiástica que
habían participado de manera directa o indirecta en las violaciones a los
derechos humanos; la oposición política al kirchnerismo que pone trabas al
nacimiento de lo nuevo (...). Del otro lado la narrativa identifica al
"pueblo" como expresión del movimiento nacional y popular, cuya
representación política asume el kirchnerismo. Sus referentes son los sectores
medios y trabajadores, las organizaciones piqueteras y otros grupos de base,
las organizaciones de derechos humanos, los intelectuales progresistas, los
jóvenes, el sindicalismo no burocratizado, las organizaciones políticas
progresistas y de izquierda". Estos planteos se conocerán con el nombre de
"transversalidad", es decir, la confluencia con sectores peronistas
propios, del progresismo y algunas figuras de izquierda. Edgardo Mocca relata
que "los primeros meses de gobierno le sirvieron a Kirchner para diseñar
con hechos prácticos el perfil político-ideológico de su gestión y para definir
el lugar que pretendía ocupar en el sistema de partidos que imaginaba. Su
política de derechos humanos, la restructuración de la Corte Suprema, la
negociación de la deuda pública en default desde fines de 2001, una orientación
económica productivista y una clara alineación con los gobiernos de matriz
progresista que habían surgido en la región en los últimos tiempos señalaron el
camino desde el cual intentaría construir una nueva coalición política"[xvii].
En el mismo registro, añade que "menos por su explicitación programática
que por las políticas públicas puestas en marcha y por la retórica que las
acompañaba –y a veces las superaba largamente– se ponía en escena una división
política entre el nuevo rumbo neodesarrollista y las reformas de los años
noventa a las que se responsabilizaba de la crisis y sus consecuencias sociales
y se situaba en el lugar simbólico del “pasado”". Y Zelaznik completa el
cuadro de la nueva diferenciación política resultante: "esa distinción
entre campos políticos se traduce en una estrategia antagónica respecto de los
actores que habían sido parte de la coalición socio-económica menemista y en
una apertura hacia los actores que se vieron afectados negativamente por las
políticas neoliberales. Esta apertura estuvo motorizada sobre la base de
políticas públicas específicas tendientes a satisfacer sus demandas, y de la
cooptación de los líderes de las organizaciones sociales". Pasaremos
revista brevemente a algunas de estas políticas públicas en áreas relevantes,
sobre todo las que están relacionadas con una intención deliberada de ensanchar
la coalición ideológico-política por parte del Kirchnerismo:
Derechos
humanos:
Siguiendo a Rossi, "con el
objetivo de obtener rápidamente un aumento en la consideración pública,
inicialmente el gobierno kirchnerista adoptó un conjunto de medidas con gran
impacto mediático, sobre todo en relación con ciertos grupos que tenían un alto
nivel de descrédito, como los militares relacionados con la represión ilegal
durante el Proceso de Reorganización Nacional, o sectores de la policía a los
que se acusaba de corrupción o de aplicación de métodos ilegales o bien
miembros del Poder Judicial a los que se sindicaba como relacionados con el
gobierno de Menem. La estrategia se suponía que reforzaría la imagen
presidencial en la opinión pública al confrontar con actores que se encontraban
sin ninguna duda debilitados y que carecían de apoyos concretos en el escenario
político. Para ello, la administración de Néstor Kirchner reactivó los juicios
políticos iniciados previamente contra algunos de los magistrados a los que se
acusaba de haber formado parte de la denominada “mayoría automática” durante el
menemismo, aplicando también una estrategia de presión a través de los medios
de comunicación. En un plazo bastante breve, ya sea por renuncia de los
acusados (que querían que la presión sobre ellos terminara rápidamente) o por
la realización del juicio político, Kirchner se desembarazó de muchos de los
magistrados a los que se vinculaba con el menemismo (...). Por otra parte, ante
la demanda de organizaciones vinculadas con la defensa de los Derechos Humanos,
se decidió la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida (...) y
se inició una estrategia de impugnación de muchas de las medidas tomadas
durante el período democrático que incluyó (...) el pedido de disculpas de
Néstor Kirchner en la inauguración del Museo de la Memoria en la ESMA
(...)". Lebermann añade que " (...) carente de un apoyo partidario
tradicional, el Presidente necesita a la vez ensanchar su base de apoyo sin
perder en ningún momento las señas de identidad que fijó como elementos
constitutivos. La cuestión de los derechos humanos es una de esas señas. A lo
largo de su gobierno y el de su sucesora, el gobierno va a impulsar fuertemente
el juzgamiento de los responsables de la última dictadura militar”. Y menciona
como otros ejemplos los cambios en el Ejército y la policía, junto con la
transformación de varios ex-centros clandestinos de detención en espacios
culturales. Zelaznik apunta que las organizaciones de DDHH "se habían
colocado siempre al margen de los sucesivos proyectos políticos surgidos en la
etapa democrática. Desde el inicio de su mandato, Kirchner convirtió al tema de
las violaciones a los derechos humanos en uno de los ejes articuladores de la
identidad política del kirchnerismo. (...) la mayoría de las organizaciones de
derechos humanos se incorporaron a la coalición social kirchnerista, siendo el
caso más paradigmático el de mas Madres de la Plaza de Mayo (...)".
Por
otra parte, como aporta Rossi, "el gobierno hizo fuerte hincapié en la
necesidad de no “criminalizar el conflicto social”, limitándose en la
utilización de mecanismos represivos (...). (...) la administración
kirchnerista fijó además una posición cercana a los sectores denominados
garantistas, que remarcan la problemática de la desigualdad y de las carencias
sociales como la variable fundamental para explicar el incremento del delito
(...). Estas iniciativas de Néstor Kirchner consolidaron una relación de
cercanía con grupos que no provenían del Partido Justicialista, que habían
tenido experiencia en anteriores administraciones como la de la Alianza por el
Trabajo, la Educación y la Justicia, y conformaron un sector que reivindicó un
apoyo extrapartidario al gobierno, caracterizado como “transversal”".
Mocca agrega que "en (...) 2005, el presidente había lanzado una nueva
fórmula, alternativa de la “transversalidad”, ya muy diluida a esas alturas:
lanzó la “Concertación Plural”. La novedad principal consistía en una
convocatoria a un sector del radicalismo con el que se venía avanzando en las
conversaciones. Una vez más, se pretendía reformular el sistema de partidos; en
este caso aprovechando el debilitamiento y la fragmentación política del
radicalismo".
Hay
que añadir aquí la estrategia llevada adelante frente las organizaciones
piqueteras; Zelaznik precisa que aquellas "habían surgido desde los
márgenes del sistema político y lejos de los favores de los gobiernos. La
apertura hacia los movimientos piqueteros se basó en una forma distinta de
relación con sus organizaciones, que incluía la cooptación de algunos de sus
líderes, la distribución de recursos materiales para facilitar el
funcionamiento de sus organizaciones y, fundamentalmente, la búsqueda del
diálogo antes que le represión como estrategia de desactivación del conflicto
social. Ello facilitó la incorporación de las organizaciones piqueteras más
numerosas y dinámicas a la base social de apoyo del kirchnerismo".
Política
sindical:
Volviendo al relato de Rossi, y
de acuerdo con el modelo neo-desarrollista que se intentaba llevar adelante de
crecimiento sustentable apoyado en la recuperación del sector industrial,
"(...) Néstor Kirchner se encontró frente a la necesidad de dinamizar el
consumo interno, lo que requería el incremento de la capacidad de compra de los
asalariados (...). Para favorecer el aumento del poder de compra de la
población asalariada, el gobierno kirchnerista adoptó un conjunto de políticas
activas, entre las que se incluyeron incrementos de sueldos y la elevación del
salario mínimo, vital y móvil, por medio de decretos de necesidad y urgencia;
así como el impulso a la realización de negociaciones colectivas por actividad,
que permitieron reunir a sindicatos y cámaras empresarias en el Consejo del
Salario. En esas negociaciones, el Ministerio de Trabajo tuvo una posición
favorable a las demandas de los trabajadores, intercediendo para que se diera
respuesta favorable a muchos de sus reclamos, e incluso tramitando con otras
áreas del gobierno (...) la concesión de subsidios para hacer posible los
incrementos reclamados por los gremios afines". Y, en un mismo registro,
continúa con que "en ese sentido, es ilustrativo examinar el modo en que
el sindicato de camioneros ha operado durante el período de Néstor Kirchner,
como un claro modelo en la fijación de pautas salariales y de condiciones de
trabajo, que se convirtieron en una especie de límite para que los demás
gremios ajustaran sus reclamos, sin arriesgar la estabilidad del esquema
macroeconómico sostenido por el kirchnerismo (...). En relación con el
incremento de los salarios, los sindicatos consiguieron aumentos en segmentos
de trabajadores del sector formal y que estaban vinculados con algunos de los
rubros que más rápidamente estaban recuperando sus niveles de producción
previos a la crisis (que se había profundizado en 2.002), aun cuando siempre se
buscó que dichos incrementos fueran consistentes con los objetivos antiinflacionarios
del gobierno, que temía que una espiralización de incrementos de precios a
partir de mejoras salariales pudiera deteriorar la capacidad de compra de los
haberes y por ende ahogar el proceso de reactivación económica, además de
acelerar el conflicto social por los mayores reclamos de grupos piqueteros ante
el rezago de las prestaciones brindadas por los distintos programas
sociales".
Además, "el rol moderador de
los reclamos en las negociaciones se sumó a la presión de determinados
sindicatos para conseguir el reencuadramiento de los trabajadores de ciertas
actividades. En ese plano, también es muy ilustrativo el comportamiento de la
central de camioneros, que se vinculó con trabajadores que eran de otros
sindicatos, perjudicándose la organización de los mercantiles, encabezada por
Armando Cavalieri, uno de los representantes del denominado “sindicalismo de
negocios”, que durante la década de los noventa se había beneficiado, adaptándose
a las reformas introducidas por el menemismo. La estrategia de los sindicatos
más cercanos al gobierno se vio favorecida por una posición “complaciente” de
la cartera laboral, la cual no solo tuvo una mediación muy activa en defensa de
los trabajadores en las situaciones conflictivas frente a las organizaciones
empresariales, sino que propició el funcionamiento de los mecanismos de
negociación colectiva, creando instancias para la interacción permanente entre
trabajadores y empresarios, en un marco de recuperación de la actividad
económica, de abaratamiento de los costos laborales en términos internacionales
y de encarecimiento de los bienes de capital traídos del exterior (revirtiendo
los condicionantes de la década pasada)".
En unas pocas líneas, Zelaznik
pinta el cuadro general de la relación entre el movimiento obrero organizado y
el gobierno de Néstor Kirchner, resaltando que "muchos sindicalistas
habían sido parte de la coalición menemista, por lo que el eje de la coalición
con las organizaciones obreras se centró en Hugo Moyano, quien consistentemente
se había opuesto a las medidas económicas de Menem. (...) Si bien esa alianza
dejaba de lado a la mayoría de los sindicalistas menemistas, también excluía de
la coalición kirchnerista a otras formas de organización más progresivas y
plurales como las que expresaba la Central de Trabajadores Argentinos (CTA)
(...)".
Por lo tanto, la pulseada interna
por la conducción de la CGT, fracturada en dos ramas (la otra liderada por
Rodolfo Daer durante el gobierno de la Alianza) se decidió en favor del sector
que lideraba Hugo Moyano, lo cual anticipó el peso de este actor en la
estructura de poder de la alianza en formación.
Políticas
sociales:
Como destaca Lebermann,
"desde la asunción de Néstor Kirchner en 2003 se embanderó la cuestión de
resolver la inequidad social, tanto a través de planes más inmediatos y
asistencialistas, como de soluciones más estructurales. Allí se enmarca el
aumento cuantitativo y cualitativo del alcance de los planes sociales, como el
Plan “Manos a la obra de 2003, el Plan Nacional de Seguridad Alimentaria,
también de 2003, y el Programa Familias por la Inclusión Social de 2005, todos
implementados desde el Ministerio de Desarrollo Social, y que se suman a los
diversos planes y programas del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad
Social. (...) Todo esto implica, en contraposición al menemismo, una clara
expansión de las funciones sociales del Estado. De todas formas, el mismo
gobierno reconocía que esto no era suficiente para resolver los problemas de
fondo de desempleo y pobreza, cuyos niveles continuaban siendo altos. (...) El
gobierno kirchnerista, aparte de las políticas sociales ya mencionadas, ha
impulsado aumentos en el salario mínimo; la expansión y aumentos en los
convenios colectivos de trabajo y la extensión masiva y el aumento de las
jubilaciones mínimas". Además, Rossi aporta que "se reformuló el Plan
de Jefes y Jefas de Hogar Desocupados, intentando vincular a los beneficiarios
en mayor medida con el mercado de trabajo formal y por ende con las
organizaciones sindicales con las que se habían establecido buenas relaciones.
Para conseguir ese fin, el Plan Más y Mejor Trabajo apuntaba a mejorar la
empleabilidad de las personas desocupadas (que en muchos casos arrastraban
varios años de desconexión con el trabajo, lo que había deteriorado muchas de
sus capacidades) y las que poseían planes de empleo y promover su inserción
laboral en empleos de calidad, con mejor cobertura y mayores niveles de
productividad; siendo las acciones llevadas a cabo para ello, la inserción en
empleos formales, el apoyo para la formación profesional de los que buscaban
trabajo, la orientación laboral y el apoyo a la búsqueda empleo y el
fortalecimiento de unidades productivas autogestionadas por los
trabajadores".
Podemos
convenir en base a todo lo dicho anteriormente que el kirchnerismo, como nueva
corriente política hegemónica al interior del partido justicialista, retoma en
gran medida los valores arraigados en la tradición político-cultural del
peronismo: la apelación constante a las raíces de un movimiento nacional y
popular (que incluye a un amplio abanico de actores, y no solamente a los
sectores trabajadores); las políticas públicas adoptadas que otorgan beneficios
materiales y organizacionales a la clase trabajadora; los estrechos lazos con
el movimiento obrero organizado; los tres principios doctrinarios
(independencia económica, soberanía política, y sobre todo, justicia social);
las movilizaciones y manifestaciones en las calles como formas de demostración
de apoyo político; etcétera. Esto quiere decir que permanece fiel a una
identidad programática, a diferencia del menemismo. En este sentido, el
kirchnerismo incluye en su coalición social elementos insertos en la subcultura
peronista: como dice Zelaznik, "la relación con el movimiento obrero
organizado expresa más continuidades (...), ya que se trata de un actor con una
mayor tradición e integración a la vida política argentina"; es aquél un
actor tradicionalmente aliado al peronismo.
Por
otro lado, el kirchnerismo incorpora a su base de apoyo nuevos actores,
surgidos más recientemente en la historia argentina, actores estos más
progresivos y marginales, y ajenos a las fuerzas políticas tradicionales que
componían la subcultura peronista: por un lado, los organismos de derechos
humanos, que habían logrado una destacada participación tanto durante la última
dictadura militar en el país (denunciando los crímenes cometidos por el régimen
castrense) como luego, durante los 80, con un rol superlativo en los
procesamientos judiciales de los implicados en los delitos de lesa humanidad
cometidos en el periodo dictatorial de 1976-1983; y por el otro, las
organizaciones piqueteras, actores que cobran gran importancia a partir de la
crisis del año 2001, y que emergen como consecuencia de las políticas
neoliberales implementadas durante los años del menemismo, con sus efectos de
exclusión y marginalización social.
A
pesar de que durante el transcurso de los años se fueron sumando otros actores
(como mencionaba Zelaznik, tales como intelectuales progresistas, los jóvenes,
organizaciones políticas progresistas y de izquierda, etcétera) los que se han
mencionado conformaron inicialmente la coalición ideológico-política de apoyo
al gobierno de Néstor Kirchner, quien de esta manera reconfiguró hábilmente a
su favor las relaciones de poder en la escena política, corriendo las
preferencias del electorado hacia las opciones de centroizquierda del espectro
político. Su característica de hábil administrador se examinará en la siguiente
dimensión.
-Estilo
de gobierno:
Se
reconoce en Néstor Kirchner la figura de un líder carismático, astuto y capaz
para llevar adelante negociaciones con los más diversos actores; el ejemplo que
mejor ilustra esta apreciación es el hecho de haberse despegado de la
influencia de la figura de Eduardo Duhalde, a quien en gran medida se debió la
victoria conseguida en las urnas en las presidenciales del año 2003,
desplazándolo así de la conducción del aparato partidario del justicialismo.
Ensanchó su base de apoyo político, como se vio antes, incorporando sectores
hasta entonces excluidos o marginados del poder, y recuperó la adhesión de una
gran masa de la clase trabajadora, a través de políticas públicas que
favorecieron los intereses de estas últimas; estos dos compromisos anudados,
además, tuvieron el efecto de reducir las manifestaciones y movilizaciones
callejeras en contra del gobierno, desactivando así la efervescente protesta
social que había surgido con la crisis del año 2001. Gracias al esquema
coparticipativo del federalismo argentino, que concentra sobremanera los
recursos fiscales en el Ejecutivo nacional, supo manejar a estos para
conquistar el apoyo de gobernadores e intendentes, tanto de su partido como del
opositor UCR, y aislando a quienes no le fueron leales. Un último elemento
importante tiene que ver con los recursos institucionales del Ejecutivo
nacional y el poder de dictar decretos de necesidad y urgencia (DNU´s). ¿Fue el
estilo de gobierno de Néstor Kirchner neodecisionista, como el de la
presidencia de Carlos Menem? Eso se verá a continuación.
-Recursos
institucionales:
Como dice Santiago Leiras,
"siguiendo lineamientos definidos por sus antecesores, el ex presidente
Néstor Kirchner ha sustentado el ejercicio de su gestión gubernamental sobre la
base de la invocación de la emergencia (...) como principio de legitimidad, con
la correspondiente apelación a la utilización de recursos de excepción, en
detrimento de los procesos deliberativos propios de la democracia
representativa.
(...) el despliegue de un estilo discrecional de acumulación política ha tenido
lugar en el marco de una situación de emergencia institucional, constituyéndose
la misma en fuente permanentemente invocada para así legitimar el incremento de
prerrogativas institucionales en manos del poder ejecutivo nacional. (...) En
efecto, pese a controlar la mayoría de ambas cámaras del Congreso, Néstor
Kirchner ha preferido en reiteradas ocasiones hacer uso de las facultades
legislativas del poder ejecutivo, a través de decretos de necesidad y urgencia
en vez de seguir los trámites ordinarios previstos para la sanción de leyes.
Desde su asunción y hasta abril de 2006, Kirchner firmó 176 decretos de
necesidad y urgencia – 48 en 2003, 63 en 2004, 46 en 2005, y 19 en los primeros
cuatro meses del 2006-. La estadística arroja así un promedio de 58,66 decretos
por año, frente a los 54,5 de Carlos Menem —quien firmó un total de 545
decretos de necesidad y urgencia durante sus diez años y cinco meses de
gobierno— (...)”[xviii].
Y continúa con que "los mismos fueron firmados tanto para asuntos
trascendentes para el país -como reestatizar la empresa Aguas Argentinas,
modificar en forma reiterada el presupuesto nacional, autorizar al ministro del
Interior a otorgar subsidios sin control, destinar millones de pesos extra para
hacer obras viales en su Santa Cruz natal y otras obras públicas en varias
provincias, crear la Policía de Seguridad Aeroportuaria, extender por 10 años
todas las licencias de radio y televisión- como para cuestiones de quizás menor
importancia, como cambiar el nombre del Ministerio de Salud (...).
Paula Gálligo agrega que "en
Agosto del año 2006 se aprueba la reforma a la Ley de Administración
Financiera, por medio de la cual se le otorgan al Jefe de Gabinete, de manera
permanente, amplias facultades para modificar el presupuesto, sin que medie
autorización del Poder Legislativo. Además, el Jefe de Gabinete queda eximido
de los límites que la Ley de Responsabilidad Fiscal impone al gasto. Esta ley
de “superpoderes” profundiza la discrecionalidad en el manejo de los fondos del
Estado, elimina la transparencia en su administración y revela el perfil de un
gobierno que busca concentrar todo el poder, dando lugar a un “decisionismo
presupuestario”, devaluando y modificando el papel y las funciones propias del
Congreso"[xix]
Y luego precisa que "el
artículo 99 de la Constitución reformada advierte que “El Poder Ejecutivo no
podrá en ningún caso bajo pena de nulidad absoluta e insanable, emitir
disposiciones de carácter legislativo”. Sin embargo, en el párrafo siguiente
establece que“ solamente cuando circunstancias excepcionales hicieran imposible
seguir los trámites ordinarios previstos por esta Constitución para la sanción
de las leyes, y no se trate de normas que regulen materia penal, tributaria,
electoral o el régimen de los partidos políticos, podrá dictar decretos por
razones de necesidad y urgencia, los que serán decididos en acuerdo general de
ministros que deberán refrendarlos, conjuntamente con el Jefe de Gabinete de
Ministros”, asumiendo funciones legislativas propias del Congreso".
En tal registro, observa que "ante el silencio de la ley, surgen los
problemas de cómo se establece la existencia de esa imposibilidad y qué se
considera de necesidad y urgencia. (...) Asimismo, el nuevo texto
constitucional establece la creación de una Comisión Bicameral Permanente que
debía reunirse cada vez que el Ejecutivo firma un DNU, analizarlo y elevar su
dictamen “en un plazo de diez días al plenario de cada Cámara para su expreso
tratamiento, el que de inmediato considerarán las Cámaras”. Su “composición
deberá respetar la proporción de las representaciones políticas de cada
Cámara”".
Así, "uno de los objetivos
que se perseguía en la creación de la Comisión Bicameral era dar un freno al
accionar del Poder Ejecutivo. Sin embargo, la Comisión nació doce años después
(en el año 2006 bajo el gobierno de Néstor Kirchner a través de la ley 26.122
que regula la intervención del Congreso en los DNUs) y en sus primeros años de
labor sólo se dedicó a ratificar los Decretos presidenciales". Y por eso
advierte que "la ley 26.122 falla en no fijar un plazo para que las
Cámaras pronuncien la validez o invalidez del DNUs analizado, y en establecer
que el silencio de ambas cámaras o el rechazo de sólo una de ellas bastará para
que sea aprobado".
Reforzando las anteriores
consideraciones de Leiras sobre este tópico, Gálligo destaca que "a pesar
de controlar la mayoría en ambas cámaras del Poder Legislativo, el ex
Presidente modificó, a través de DNUs, la Ley de Administración Financiera, la
Ley de Ministerios, aumentó los salarios y jubilaciones, estableció la doble
indemnización, aumentó los subsidios de Jefes y Jefas de Hogar para las fiestas
y aprobó el 1º Volumen de la Séptima Edición de la Farmacopea Argentina. Por
medio de la firma de DNUs también se reestatiza la empresa Aguas Argentinas, se
crea la Policía de Seguridad Aeroportuaria y se autoriza a utilizar las
reservas del Banco Central para la cancelación de la deuda con el Fondo Monetario
Internacional (FMI)".
En síntesis, como apunta Leiras,
"estas facultades conocidas como “Superpoderes”, sumadas a la reiterada
utilización de los Decretos de Necesidad y Urgencia y las sucesivas
declaraciones de emergencia, (...) justificaron una concentración cada vez
mayor de facultades en la figura presidencial en detrimento de otros actores
políticos en la toma de decisiones". Por todo ello, se puede decir que el
liderazgo presidencial de Néstor Kirchner mantuvo continuidades con el estilo neodecisionista
del periodo Menemista, y que los DNU´s representaron un elemento de elevado
peso específico para explicar cómo sorteó el problema de su débil legitimidad
de origen y pudo llevar adelante en gran medida su programa de gobierno, en lo
cual sobresale la redefinición del modelo de Estado neoliberal heredado de los
90.
-Crisis del Estado
neoliberal:
Nuevamente apoyándonos en el
estudio de Rossi, se puede decir que "en el plano económico, el
kirchnerismo intentó marcar ciertos puntos de quiebre respecto de los sucedido
en la década anterior, fundamentalmente en lo referido al rol del Estado en
cuanto asignador de recursos, y los mecanismos para controlar el funcionamiento
del mercado. Durante el período kirchnerista, el Estado recuperó un papel de importante
asignador de recursos en el campo socioeconómico, utilizando diversos
mecanismos como el control de precios, la concesión de subsidios o la
intervención en el comercio exterior a través de aranceles, derechos de
exportación o cupos en relación con determinados países. Además, se produjo la
estatización de varias empresas prestadoras de servicios públicos, ya sea
porque se determinó que no cumplían con muchas de las condiciones impuestas en
los pliegos de concesión o porque las empresas prefirieron negociar su salida
del país en términos “amistosos”, obteniendo algún tipo de compensación. En tal
sentido, también es importante mencionar otra práctica usual que fue la venta
de empresas por parte de grupos internacionales a ciertos empresarios vinculados
con el gobierno. La estrategia para lograr estos objetivos fue la aplicación de
medidas discrecionales, habilitadas por la Ley de Emergencia Económica, en
cuanto al régimen tarifario, los programas de inversión y los mecanismos de
subsidio para la implementación de precios diferenciales. Además, se utilizó la
estrecha vinculación entre el gobierno y algunos gremios claves en esas
actividades para, a través de una estrategia de confrontación, dificultar el
funcionamiento de muchas de esas actividades, provocando el incumplimiento de
muchos de los compromisos contraídos en los pliegos de licitación que habían
dado lugar a las privatizaciones. Esa decisión le permitió incorporar en su
coalición gubernamental a ciertos sectores empresariales, que recibieron beneficios
concretos en cuanto a acceso a mercados, créditos baratos y subsidios,
garantizando a cambio un espacio privilegiado para los sindicatos y una
política, que como veremos, derivó en una permanente suba de los salarios
nominales. Ese denominado “capitalismo de amigos” generó alianzas que no solo
permitieron consolidar apoyos para el kirchnerismo en el gobierno, sino que
garantizaron enormes transferencias en materia de inversiones hacia los
sectores beneficiados".
Justamente, para garantizar la
sustentabilidad del programa económico implementado por Roberto Lavagna en la
administración duhaldista, sosteniendo el crecimiento del sector industrial,
Néstor Kirchner se encontró frente a la necesidad de dinamizar el consumo
interno, lo que requería el incremento de la capacidad de compra de los
asalariados, aunque sin poner en discusión el incremento de la competitividad
logrado con la devaluación de la moneda, que había derivado en una baja en el
costo laboral en términos de moneda extranjera, utilizando buena parte de la
capacidad ociosa resultante del fuerte proceso de inversión en activos de la
década del noventa y el derrumbe de la producción, agudizado tras la
devaluación.
De esta manera, se ha roto en
gran medida con el paradigma estatal neoliberal. En este sentido, el modelo
neodesarrollista de Estado que intenta llevar a la práctica el kirchnerismo
busca deliberadamente revertir las políticas implementadas durante la década
del 90 por el Menemismo, por la vía de la reestatización de empresas; el control
de precios, la concesión de subsidios o la intervención en el comercio exterior
a través de aranceles, derechos de exportación o cupos en relación con
determinados países; la revalorización del capital productivo y un proyecto de
reindustrialización; el control de las reservas de divisas del banco central y
el rol creciente de esta entidad en la dirección de la política económica
nacional (independiente del control externo característico de las “relaciones
carnales”); etcétera. En suma, como mencionaba Rossi, lo que se modifica es el
papel del Estado, que gradualmente se expandirá y abarcará mayores ámbitos de
actividad de la realidad, y no sólo se limitará a los aspectos relacionados con
la dimensión económica (un ejemplo de ello lo brinda la política y los planes
sociales impulsados desde el gobierno).
Conclusiones:
Pese a que el objetivo delineado
al principio de este estudio se trazaba como límite el origen del kirchnerismo
como corriente política hegemónica al interior del partido justicialista, resultó
necesario hacer un breve repaso por la década del 90 y las presidencias de
Menem, para brindar un panorama general respecto a las dimensiones que
consideramos relevantes para entender como Néstor Kirchner logró superar su
problema de escaso porcentaje de legitimidad en las urnas; de esta manera, se
tornó imprescindible caracterizar cómo se presentaban aquellos elementos, para
posteriormente observar la manera en que Kirchner los utilizó con el fin de
ensanchar su base de apoyo político y revertir su posición de debilidad en la
escena política nacional. Queda planteado para el futuro un nuevo trabajo, es
decir, un estudio comparativo de las dimensiones y elementos que aquí se han
tenido en cuenta, entre las presidencias de Menem y la de Kirchner, que por
cuestiones de parsimonia analítica no se ha podido profundizar.
Luego de este largo desarrollo
teórico, se advierte que el problema de contar con una estrecha base de apoyo
obliga al gobierno de Néstor Kirchner a apoyarse en una serie de elementos
presentes en el sistema político argentino: principalmente, las redes
clientelístico-territoriales de la maquinaria del partido justicialista, por un
lado, y los recursos institucionales del Ejecutivo nacional (destacándose la
práctica de legislar a través de los DNU´S), por el otro. Sin embargo, como se
ha puesto de relieve, no se debe desestimar el peso de la tradición
político-cultural peronista, retomando el kirchnerismo en gran medida sus valores
y principios, lo cual se refleja tanto en su discurso como en su proyecto
político desplegado. En esa línea, hay que comentar que el proceso de
metamorfosis de la representación política que afecta a la mayoría de los
partidos políticos contemporáneos, por el cual sus líderes compiten a través de
los medios de comunicación de masas, dejando de lado la estructura partidaria;
digo, que este fenómeno no ha desarticulado el aparato partidario peronista, lo
cual desde esta lectura se toma como uno de los elementos que incrementan sus
posibilidades de gobernabilidad, conformando un entramado de intercambios
materiales claves para conseguir apoyo político.
Por otra parte, el liderazgo y
capacidad de Kirchner ha sido una gran determinante de la consolidación de su
fuerza política en la escena nacional; en este sentido, la coalición
ideológico-política conformada durante sus primeros años de gobierno revela una
estrategia inteligente de imponer un nuevo clivaje
(centroizquierda-centroderecha) y de incorporar a ciertos actores marginados
del poder (como organizaciones piqueteras, producto genuino de la crisis del
año 2001) y otros que nunca habían tenido participación en él (como las
organizaciones de derechos humanos). De este modo, activó un principio de diferenciación
política que oponía al modelo neoliberal, a estas alturas totalmente
desprestigiado, a un nuevo proyecto neodesarrollista, que suscitaba renovadas
esperanzas en la ciudadanía. Todos estos pueden considerarse como los elementos
innovadores que trae a la política argentina el kirchnerismo.
En sintonía con ello se encuentra
el modelo de Estado kirchnerista. Se puede decir que, junto con los anteriores
elementos descriptos, conforman un nuevo proyecto hegemónico, es decir, reconfiguran
las relaciones de poder entre los actores en el campo político. Teniendo
presente el fenómeno de la crisis económica mundial, cabe preguntarse ¿nos
encontramos ante una nueva coyuntura crítica, que redefina las relaciones de
fuerza que estableció desde 2003 hasta aquí el kirchnerismo? Sumado a ello, hay
que agregar que las elecciones presidenciales del año 2015 representan un
problema y un punto de inflexión en el destino de esta fuerza política que nos
hemos propuesto estudiar: ante la imposibilidad de relección de su líder, se
plantea la pregunta de quién será su sucesor. ¿Se alineará el peronismo detrás
de una sola candidatura, o se fragmentará entre distintos contendientes,
reduciendo de esta última forma sus posibilidades de ganar? El futuro es abierto;
ensayar una respuesta resulta complicado. Pese a ello, este estudio ha brindado
ciertos elementos imprescindibles que establecen límites y posibilidades para
la política en la Argentina, en la cual el kirchnerismo como actor ocupa un
lugar sin lugar a dudas relevante.
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[ix] Acuña, Carlos H. (1995). "Política y economía en la
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