Resumen
En el escrito, se
analiza el fenómeno de las derrotas electorales, propias de todo sistema
democrático, y la forma como son administradas tradicionalmente estas derrotas por
los diferentes actores participantes en las campañas políticas. Se describen,
también, las ventajas y desventajas que representa para los “perdedores” el
aceptar el resultado y “conceder” el triunfo a los adversarios. Se señalan,
además, algunos recomendaciones del cómo administrar la derrota electoral y, a
partir de esta gestión, conservar y, en su caso, reconstruir capital político
de cara a un nuevo proceso electoral. Se analiza el caso exitoso de Lula da
Silva en Brasil y el “no tan exitoso” caso de López Obrador en México. Se
concluye, que “el fracaso electoral de hoy, puede ser potencialmente la base
del éxito político del mañana. De ahí la importancia de saber administrar, de
manera creativa e inteligente, la derrota electoral.
Palabras clave. Democracia
representativa, ganadores, perdedores, administración de la derrota electoral, reconstrucción
de capital político, América latina, Brasil, México, Luis Ignacio Lula da Silva
y Andrés Manuel López Obrador.
ABSTRACT
This paper analyzes electoral defeats under
democratic political systems and the way they are managed by different actors
in political campaigns. We also describe what advantages and disadvantages
imply these results for those who have been defeated and had to accept
opponents’ victory. We point out some recommendations in order to manage
electoral defeat and keep or rebuild political resources to succeed in a new
electoral process. We will analyze two different cases: Lula Da Silva in Brazil
and López Obrador in Mexico. As a conclusion it can be said that “the present
electoral defeat can be potentially the basis of the future political success”.
For these reasons it is quite important to know how to manage creatively and in
a clever way, electoral failure.
Key words: Representative democracies –
winners – losers – management of electoral failure – political building – Latin
America – Brazil – Mexico – Luis Ignacio Lula Da Silva and Andrés Manuel López
Obrador
Administración de la Derrota Electoral y Reconstrucción del
Capital Político:
Un análisis del caso Brasil y México
Andrés
Valdez Zepeda *
Roberto
Hilario Valadez Soto**
Luis
González Delgadillo***
“El fracaso electoral de hoy, puede ser
potencialmente la base del éxito político
del mañana”.
1. Introducción
Las campañas electorales son
procesos rutinarios de las democracias modernas para elegir representantes
populares, en las que se busca construir mayorías a través de la obtención del
voto de los ciudadanos (Dahl, 1989 y Huntington, 1989). Estas campañas generan
indistintamente, por un lado, un grupo de candidatos ganadores y, por el otro,
uno de perdedores (Varela, 2000). Es decir, la democracia electoral implica
someterse a la decisión popular manifestada en las urnas y, por lo tanto,
siempre habrá ganadores y perdedores, así sea por un margen mínimo de
diferencia (Schumpeter, 1947 y Sartori, 1987).
Por su parte, una cultura
democrática implica respetar los resultados electorales, producto de una
decisión libre y soberana de los ciudadanos, así como abstenerse de realizar prácticas
coercitivas, fraudulentas o contrarias a los principios democráticos antes,
durante y después del proceso electoral, reconociendo el resultado final, sea
este favorable o adverso (Gómez et al, 2005).
Sin embargo, en países con
democracias emergentes la cultura del “conceder” o aceptar el triunfo de los
opositores por parte de los perdedores es muy endeble, producto, por un lado,
de la persistencia de prácticas y acciones pre-democráticas que salpican y
manchan los comicios electorales, pero, sobre todo, de la falta de madurez y visión
política de los candidatos perdedores que participan en los procesos
electorales (Moreno, 2003).
De esta forma, en lugar de
tratar de explicar su derrota debido a sus errores, insuficiencias y
debilidades, sean estás estratégicas o coyunturales, se trata de culpar a los
adversarios de haber impulsado acciones fraudulentas o de enfrentar elecciones
inequitativas para tratar de explicar el resultado adverso. Incluso, en muchos
de los casos, se impugna no sólo el resultado final ante los tribunales
electorales competentes, judicializando los procesos electorales, sino que se
llama a movilizaciones nacionales de protesta política para denunciar el
“fraude electoral,” evitar la “toma de protesta” de los nuevos gobernantes o,
inclusive, se forman “gabinetes alternos” y se declaran “gobernantes
legítimos,” para tratar de diferenciarse de los “gobernantes legales” producto
de las elecciones que ellos llaman fraudulentas.
Este tipo de actitud, genera
un mayor nivel de conflictividad social, que se traduce en un prolongado
conflicto poselectoral, cuyo propósito central es deslegitimar a la autoridad
gubernamental y al propio proceso electoral, incluyendo sus instituciones. Sin
embargo, muchas veces, más que deslegitimar a la autoridad gubernamental, estas
actitudes obstruccionistas y acciones poselectorales de cuño “revanchista”
deslegitiman a los propios candidatos perdedores, generándoles un alto costo
político, ante la incapacidad de poder gestionar adecuadamente su derrota. Es
decir, sus acciones generan un tipo de efecto boomerang en la que el
daño que creen o piensan causar a sus adversarios se les revierte, reduciendo
la posibilidad de volver a contender en las próximas elecciones como candidatos
competitivos.
En el escrito, se revisa
este proceso, se analizan dos casos en América latina, uno exitoso (Brasil) y
otro fracasado (México) en la que no se supo administrar la derrota, se señalan
algunas de las ventajas de saber gestionar adecuadamente un resultado electoral
adverso y se permiten algunas recomendaciones para reconstruir capital político
a partir de la propia derrota electoral.
Este es un trabajo de
carácter exploratorio, sustentado en el estudio de caso, cuyo objetivo central
es el dotar a los candidatos y precandidatos a un puesto de elección popular de
ciertos elementos indicativos para normar su juicio y poder administrar, de
forma creativa e inteligente, la derrota electoral, siendo capaces de mantener
y crecer su capital político en la derrota.
2. Administración de la derrota
La palabra administrar
implica una conducción racional de actividades, esfuerzos y recursos con el fin
de alcanzar a corto, mediano o lago plazo los propósitos buscados, imprimiendo,
a su vez, cierta lógica a las decisiones y acciones realizadas. En este
sentido, administrar la derrota
implica tomar decisiones inteligentes y oportunas, de tal forma que, a pesar de
no ser favorecido con el resultado electoral, independientemente de la causa,
el capital político que se obtuvo durante el proceso electoral no sólo se mantenga,
sino que eventualmente crezca o se incremente de cara a un nuevo proceso
electoral.
Es decir, saber administrar
la derrota implica asumir, por un lado, una actitud de responsabilidad y
madurez democrática, ya que en toda democracia se gana o se pierde hasta por la
mínima diferencia, y, por el otro, de cálculo político, sobre las ventajas y
desventajas que puede generar en un futuro, el aceptar un resultado electoral
adverso, independientemente de su origen. ¿Cuáles son estas ventajas y
desventajas? Hablemos primero de las ventajas, desde la perspectiva de la
estrategia electoral.
En primer lugar, posicionarse
ante la opinión pública como una persona con una madurez democrática al aceptar
los resultados oficiales del proceso electoral, lo cual puede redundar en un
futuro en mayores dividendos políticos.
En segundo lugar, visualizarse
como un político con una actitud de responsabilidad con el sistema político y sus
instituciones, al respetar el fallo final de las autoridades electorales, a pesar
de ser adverso.
En tercer lugar, conservar las
lealtades de los votantes que sufragaron a favor de su candidatura y su
partido, esperando mejores tiempos para volver a buscar el espacio de
representación pública.
En cuarto lugar, ante el
eventual fracaso de los gobernantes opositores, posicionarse en amplios
sectores sociales como una alternativa diferente, seria, responsable y benéfica
de gobierno.
En quinto lugar, lograr una
mayor visibilidad y reconocimiento social, presentándose como un opositor
responsable que redundará en el futuro en una mejor imagen pública.
En sexto lugar, poder
negociar posiciones, recursos y paquetes de políticas públicas con los
gobernantes electos orientadas a cubrir los compromisos partidistas de campaña y
la agenda propia de gobierno.
En séptimo lugar, aprovechar
momentos para la reflexión sobre los motivos de la derrota, tratando de
convertir los errores en aprendizajes, que ayuden a sustentar una candidatura
exitosa en tiempos venideros. Finalmente, ganar tiempo para la reorganización y
definición de la estrategia política que transforme la actual derrota en un
eventual triunfo en el futuro.
Las desventajas de aceptar, sin
cortapisa, la derrota electoral, son básicamente tres, a nivel de percepción
social.
En primer lugar, mostrarse ante
la opinión pública y sus seguidores, principalmente los más radicales, como un
político conformista, entreguista y, sobre todo, acomodaticio y complaciente
con los ganadores.
En segundo lugar, verse como
una persona sin principios ni carácter, cómplice de una elección fraudulenta,
que ha negociado “por debajo” el resultado electoral a cambio de posibles beneficios
personales o de grupo.
Finalmente, mostrarse como un
político carente de valentía y/o coraje para enfrentar a sus adversarios, que
demuestra poco brío y arrojo en momentos claves de definición política.
3. Construcción del capital
político.
Existen diferentes
conceptualizaciones de lo que es capital político. Gutiérrez (2001) y Lechner (1984),
por ejemplo, definen el capital político como la elaboración de contenidos
ideológicos, con la producción de significaciones, de interpretaciones de la
realidad cristalizadas en un discurso”. Por su parte, Bourdieu señala que el
capital político es la legitimidad que tiene el individuo para actuar en
política, es una especie de crédito social, una creencia socialmente difundida
respecto a su valor (Miguel 2004).
Para el presente trabajo,
se entenderá por capital político el conjunto acumulado de haberes políticos
(notoriedad, aceptación, simpatía, apoyos, capacidad de influencia y liderazgo)
que tiene un candidato, partido o coalición de partidos políticos, mismo que se
expresa por el número de votos que obtiene en un proceso electoral determinado.
Es decir, el capital político es un capital simbólico que se materializa en
apoyos y simpatías populares que se traducen en votos en un proceso electoral.
Ahora bien, la política debe
ser entendida como un proceso de construcción, que implica esfuerzo, sacrificio,
dedicación y, sobre todo, perseverancia para poder sobrevivir en este campo tan
competido, incierto y dinámico. De hecho, el mejor político es aquel con
vocación de arquitecto o ingeniero civil, que se dedica a construir capital
político, entendido éste como construcción de imagen, buena reputación,
credibilidad, confianza, liderazgo y, sobre todo, capacidad de influencia (Mann,
2004).
De esta forma, construir
capital político se convierte en una actividad rectora de los políticos
exitosos, que bajo un sistema de impronta democrática se puede materializar,
por ejemplo, en un mayor número de votos durante un proceso electoral. Sin
embargo, como todo capital, este puede incrementarse o disminuir de acuerdo a la
forma como se le “invierta,” gestione o maneje, y a la propia circunstancia que
se esté viviendo.
Ahora bien, la pregunta en
cuestión es sí es posible construir capital político a pesar de perder una
elección popular. La respuesta es, sin duda, afirmativa, ya que toda democracia
implica, de cierta manera, la alternancia y rotación de partidos y grupos
políticos en el poder, determinado por la capacidad o competencia que se tenga
para poder ganar elecciones. De hecho, toda campaña electoral está orientada a
construir capital político, tratando de gestionar el afecto de los electorales
para ganar su voto y evitar que los adversarios logren ganar el cargo de
representación. Los ganadores de los comicios son los que más capital político
construyen y los perdedores menos, pero ambos logran avanzar, de cierta forma,
sus propósitos políticos. Además, todo sistema democrático implica, intrínsecamente,
la posibilidad de que las minorías se conviertan en el futuro en mayorías y las
mayorías en minorías.
Si es posible construir
capital político en la derrota, la pregunta consecuente es ¿cómo lograr
construir este tipo de capital? La respuesta no es sencilla, ni existe una
receta mágica ni un camino único. A continuación, se enlistan algunas acciones
y recomendaciones que pueden ayudar a construir o reconstruir capital político
a pesar de la derrota electoral.
En primer lugar, es
recomendable mostrar en los hechos una actitud responsable, que anteponga el
interés general de la nación por encima del interés particular o de grupo, para
aceptar la derrota a pesar de la celebración de elecciones que pudieran haberse
percibido como inequitativas y del impulso de presuntas acciones fraudulentas llevadas
a cabo por los adversarios, mismas que pueden y deben, en su momento y forma,
ser denunciadas públicamente y ante los tribunales competentes por el propio
candidato y su partido. Es decir, aceptar no implica necesariamente callar o
conceder sobre las acciones antidemocráticas que pudieran haberse impulsado por
los adversarios durante el proceso electoral.
En segundo lugar, es
aconsejable posicionarse como una oposición moderada, colaboracionista con las
causas que generan el bien de la nación y nunca como una oposición radical, obstruccionista
del desarrollo del país y su gobierno.
En tercer lugar, es
conveniente seguir con la posición critica del gobierno, especialmente cuando
se comenten excesos, errores, escándalos y, sobre todo, cuando se incumplen
las promesas de campaña, tratando de evitar simplemente ser percibidos
socialmente como oposición radical, obstruccionista y destructiva.
En cuarto lugar, es
sugerible el ser precavido con las acciones impulsadas como oposición,
principalmente en la etapa inmediata al proceso electoral, tratando de evitar
ser identificados por la población como políticos revanchistas, “ardidos” o
como personajes que “no saben perder” o aceptar una derrota electoral.
En quinto lugar, es
necesario seguir con el trabajo político, buscando ampliar la presencia y
cercanía con los electores, trabajando por las causas que se consideren justas
y apoyando las decisiones, políticas y acciones que contribuyan al desarrollo y
bienestar del país y sus habitantes, sin importar quien las proponga o impulse.
Finalmente, es recomendable
seguir impulsado la agenda de gobierno que se ofertó durante la campaña,
atendiendo a los grupos de electores afines a su partido y a sus principios
ideológicos y, sobre todo, seguir en la brega política con presencia y
participación en los asuntos de interés del partido.
4. El caso Luis Ignacio Lula da
Silva.
Luis Ignacio Lula da Silva
fue tres veces candidato perdedor a la presidencia de la república de Brasil
entre 1989 y 1998. Antes, en 1982, también había perdido la elección para el
gobierno regional del estado de Sao Paulo.
En su primer intento por
buscar la presidencia, en 1989, fue derrotado por Fernando Collor de Melo,
candidato del Partido de Renovación Nacional. Lula obtuvo el 47 por ciento de
los votos como candidato del Partido de los Trabajadores (PT), mientras que
Collor de Melo logró el 53 por ciento de los sufragios.
En su segundo intento, en
1994, Lula fue derrotado otra vez, pero ahora en la primera vuelta por Fernando
Enrique Cardoso, candidato del Partido Social Demócrata de Brasil (PSDB), quien
había ocupado el Ministerio de Hacienda y había sido factor clave para la
estabilización económica y financiera del país a través del Plan Real. En 1998,
Lula vuelve, otra vez, a competir en contra de Fernando Cardoso y vuelve a
perder, obteniendo tan sólo el 32 por ciento de los votos.
En estos tres intentos, Lula
da Silva siempre mostró una actitud responsable y moderada, reconoció el
triunfo de los opositores y, sobre todo, siguió en la lucha política por
avanzar y defender los derechos de los trabajadores brasileños, principal
bandera electoral del PT.
No fue sino hasta el 2002,
después de un arduo proceso de aprendizaje y maduración política, que Lula da
Silva gana, en su cuarto intento, la presidencia de Brasil, adoptando una
visión menos radical de la política y presentándose ya como un candidato moderado
y no sólo como líder sindical. Es decir, se realiza una metamorfosis de su
imagen, de sindicalista a estadista, con posicionamientos centristas sobre la
política nacional e internacional.
En enero del 2003, asumió la presidencia
de la república, tras ganar las elecciones con el mayor número de votos de la
historia democrática brasileña (52,4 millones de sufragios) alcanzando el 61
por ciento de la votación.
En el 2006, se reelige como presidente compitiendo, en primera y segunda
vuelta, en contra de Geraldo Alckmin, candidato del PSDB. En esta elección Lula
obtuvo el 60.8 por ciento de
los votos, mientras que Alckmin logró solo un 39.2 por ciento.
Para noviembre del 2010, Lula da Silva
era considerado una de las personalidades políticas más influyentes del mundo y
fue evaluado como el mejor presidente de América latina, con un 83 por ciento
de aprobación por sus ciudadanos.
En la elección de ese año, Dilma Rousseff, candidata del PT, logró ganar la
elección presidencial con el 56 por ciento de los votos, gracias, en gran
medida, a la popularidad de Lula y a sus resultados de gobierno, principalmente
en materia económica y política social.
5. El caso Andrés Manuel López
Obrador (AMLO).
En el 2006, se celebraron
elecciones en México, donde participaron por la presidencia de la república cinco
candidatos. Por el Partido Acción Nacional (PAN) compitió Felipe Calderón
Hinojosa; por la Alianza por México, integrada por el Partido Revolucionario
Institucional (PRI) y el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), participó
Roberto Madrazo Pintado; por la Coalición por el Bien de Todos, integrada por
el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el Partido del Trabajo (PT) y el
Partido Convergencia (PC), compitió Andrés Manuel López Obrador, por el Partido
Alternativa Socialdemócrata y Campesina (PASC), participó Patricia Mercado
Castro; y por el Partido Nueva Alianza, Roberto Campa Cifrián.
De acuerdo a los resultados dados
a conocer por la autoridad electoral, Felipe Calderón ganó la elección al
obtener el 35.89 por ciento de los votos, mientras que López Obrador obtuvo el
35.33 por ciento y Madrazo el 22.23 por ciento. Por su parte, Patricia Mercado obtuvo
el 0.96 por ciento y Campa Cifrián un 2.71 por ciento de los sufragios. Esta
fue una elección controvertida, que generó un grave conflicto postelectoral, en
la que AMLO, alegando acciones fraudulentas y una elección inequitativa,
desconoció e impugnó el resultado, se declaró ganador, convocó a una protesta
nacional, llamó presidente espurio a Calderón, nombró un gabinete alterno y se
auto-designó como presidente legitimo de México.
Durante varios años
(2006-2010), impulsó acciones de protesta y desobediencia civil, se ha negado, hasta
la fecha, a reconocer al presidente y ha impulsado diferentes políticas de
corte obstruccionista en contra del gobierno federal, lo que le generó criticas
y un gran desgaste político. De hecho, lo que en su momento fue el “efecto
López Obrador,” que generó una gran simpatía y apoyo popular para su causa y
persona, se convirtió en “defecto,” generando rechazo y antipatía entre
millones de electores mexicanos.
En la elección presidencial
del 2012, López Obrador vuelve a perder la presidencia de la república con un
margen mayor al 6 por ciento de votos y, de cierta manera, repite su actitud de
no reconocer su derrota y cuestionar tanto el proceso como los resultados
electorales.
Este caso muestra que la
actitud tomada por el candidato, al no saber administrar adecuadamente su
derrota, independientemente de las causas de ésta, llevó a dilapidar un gran capital
político para él y la corriente política que representa, caso contrario a lo
que se observó en Brasil con Lula da Silva.
6. Comentarios finales
Las campañas electorales son
procesos rutinarios de las democracias modernas con el fin de persuadir a los
electores para construir mayorías y elegir mediante el voto a los
representantes populares o a los titulares de un cargo de elección popular.
Estos sistemas, se caracterizan por la pluralidad y competencia entre
diferentes fuerzas políticas y donde las minorías electorales de hoy, pueden
llegar a ser mayorías en el futuro (Ibinarriaga 2009).
Una característica
distintiva de los procesos y las campañas electorales es que siempre habrá
ganadores y perdedores. Por un lado, partidos y candidatos que se alzarán con
el triunfo y, por el otro, partidos y candidatos que tendrán que conformarse
con un segundo o tercer lugar en la contienda.
Bajo este tipo de sistema basado
en la competencia política, es importante que los candidatos estén preparados
para ganar, pero también para perder, ya que en toda democracia siempre hay
ganadores y perdedores, aunque, es necesario decirlo, los triunfos y los
fracasos electorales son siempre efímeros.
Los casos analizados, principalmente
el de Brasil, muestra que sí se es competente para gestionar inteligentemente
la derrota electoral, se puede conservar y/o reconstruir el capital político y
es factible poder lograr el triunfo en futuros procesos electorales. Es decir,
luego de la derrota, es posible alcanzar la victoria. Sin embargo, este triunfo
se tiene que construir a partir de decisiones y movimientos tácticos y
estratégicos inteligentes, orientados a reposicionar y reconstruir el capital
político, nunca a dilapidarlo, como fue el caso de López Obrador en México.
En otras palabras, es
importante saber gestionar la derrota electoral y conservar y reconstruir el
capital político,
ya que en una sociedad democrática, el fracaso electoral de hoy puede ser
potencialmente la base del éxito del mañana. Todo dependerá de la visón,
sensibilidad y competencia o incompetencia de los candidatos y sus partidos para
aprender del fracaso y saber administrar la derrota, tanto en la esfera
política, social, familiar y personal. Recuérdese que “el voto es de quien lo
trabaja” y en una sociedad diversa y compleja “el individuo que se levanta,
después de haberse caído una o varias veces, es aún más grande que el que nunca
ha caído. “
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España: Biblioteca
Nueva.
Acerca de
los autores
*Andrés Valdez Zepeda
es Maestro en Administración Pública y Doctor en estudio latinoamericanos con
especialidad en ciencia política por la Universidad de Nuevo México (USA).
Autor de los libros 1) Campañas Electorales Inteligentes y 2) Reglas de Oro de
la Estrategia Electoral. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores desde
1998. Actualmente, se desempeña como profesor-investigador de la universidad de
Guadalajara. azepeda@cucea.udg.mx
**Roberto Hilario Valadez Soto. Es catedrático del CUCEA de
la Universidad de Guadalajara y Secretario de la división de Gestión
Empresarial. rvaladez@cucea.udg.mx
***Luis González Delgadillo. Profesor investigador del
Departamento de Administración de la Universidad de Guadalajara.