Resumen
La
teoría crítica practica nuevas visiones sobre el orden capitalista y su
desarrollo, planteando una nueva concepción sobre su devenir en relación al
trabajo y los nuevos procesos de alienación que deben sobrellevar diferentes
sujetos sociales bajo un novedoso paradigma de posmodernidad. La filosofía será
la herramienta fundamental para intentar comprender este profundo proceso.
Abstract
The critical theory practices new visions on the
capitalist order and his development, considering a new conception on his
developing into relation to the work and the new processes of alienation that
must carry different social subjects under a new paradigm of postmodern era.
The philosophy will be the fundamental tool to try to understand this deep
process.
CONCEPCIONES
FILOSOFICAS EN MATERIA DE IDEOLOGÍA Y TOTALIDAD: DEL LEGADO DE MARX, A
LA SUPERACIÓN POR
LA CONCEPCION DEL
HACER ÚTIL
“CONTRA Y MÁS ALLÁ DEL TRABAJO”.
Lic. Esteban Amoretti
Introducción
El legado de
la Escuela
de Frankfurt y
la Teoría
Crítica
Concluida la primera Guerra mundial, en la derrotada
Alemania de posguerra fracasa la revolución proletaria a pesar de la existencia
de una fuerte organización política socialista. En este marco, un grupo de
intelectuales, en su mayor parte de origen judío, y de formación marxista,
funda en 1923, en Frankfurt, el Instituto de Investigación Social que publicará
la revista de Investigación Social.
En ella la tradición marxista se enriquecerá con aportes procedentes de otras
vertientes como el psicoanálisis y las ciencias sociales, y se independizará de
la acción política concreta desarrollada por los partidos políticos socialistas
y comunistas. Max Horkheimer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse y Erich Fromm,
entre otros, pertenecen a la primera generación de
la Escuela
y con el ascenso
del nazismo deben exiliarse, reconstruyendo el Instituto de Investigación
Social en los Estados Unidos, y continuando con sus publicaciones hasta
retornar a Frankfurt una vez concluida
la Segunda Guerra
Mundial.
Los francfortianos realizan una critica del marxismo
ortodoxo, expresado en los partidos políticos de esa orientación, desconfiando
del supuesto potencial revolucionario de la clase obrera y del peso que en los
análisis marxistas se le asigna a la infraestructura económica para
comprehender la sociedad. Esta posición
crítica hacia el marxismo se extiende hacia el positivismo y su cerrada defensa
de la ciencia que lo convierte en un cientificismo, es decir, en una posición
que identifica conocimiento y ciencia, y también a lo que los francfortianos
llaman razón instrumental, es decir, a la razón que se aplica a la
determinación de los medios más adecuados para lograr un fin, pero que se
desentiende precisamente de una discusión racional de los fines, típica de una
ingeniería aplicada a la naturaleza o la sociedad.
La crítica al cientificismo y la razón instrumental
significará una crítica de la sociedad contemporánea en la que toda vida se
halla regulada y administrada, y del hombre alienado o cosificado para el cual
las relacionas entre las personas se convierten en relaciones entre cosas que
se le imponen absolutamente; pero la crítica al marxismo significa su
desconfianza frente a las presuntas soluciones que como en el caso del stalinismo
soviético pueden ser peores que los males que pretendía enfrentar, pues lejos
de liberar al individuo, lo alienan aún más.
La teoría crítica de los francfortianos renuncia a
diseñar la sociedad futura, a las utopías positivas, pero no a la crítica de la
sociedad moderna denunciando su irracionalidad profunda y sus patologías, y
buscando nuevos “agentes” de cambio social entre los grupos marginados del
sistema social: minorías étnicas, grupos feministas, jóvenes, maestros,
estudiantes, desocupados, entre otros. Por eso Herbert Marcuse, terminará su
libro El hombre unidimensional con
una cita de Walter Benjamin, otro miembro de
la Escuela
: “Sólo gracias a
aquellos sin esperanza, nos es dada la esperanza”.
Algunas alusiones previas
Para realizar una crítica profunda del devenir de la
sociedad moderna y sus prácticas, en donde se establecen los principios de la
critica de
la Escuela
de Frankfurt, debemos introducirnos previamente en el arduo trabajo de intentar recuperar definiciones filosóficas
fundamentales que harán completo el escenario teórico en el marco de la
ideología y la filosofía, para entonces luego sí, con todos estos elementos,
enunciar el desarrollo de las tesis que enmarcan a la ideología y la filosofía
en conjunto, en referencia a la aplicación de estos conceptos en la práctica de
la vida moderna, la sociedad enmarcada en el trabajo abstracto, como rasgo
propio de la concreción de la totalidad como concepto filosófico. Para ello se
utilizarán autores clásicos de la filosofía universal, que aportarán los
principios básicos para realizar un estudio filosófico en el escenario de las
ciencias sociales, así como también autores de la modernidad y la racionalidad
burguesa, y precisamente también, los enmarcados bajo la teoría en estudio.
Que
entendemos por ideología
La ideología guarda relación directa con la división
social del trabajo y responde a los intereses de las clases sociales. Podemos
definirlas como el conjunto de comportamientos, hábitos, reacciones,
conceptualizaciones, sistematizaciones, que expresan los intereses de las
distintas clases sociales. Los intereses de clases pueden interpretarse fundamentalmente de dos maneras. Los
intereses inmediatos o los históricos o estratégicos. Los primeros no se
refieren a la estructuración de la totalidad, sino solo a conseguir ciertas
ventajas. En otras palabras, estos intereses no miran a la toma, la
conservación o consolidación del poder de clase, sino solo a ubicarse mejor en
la totalidad estructurada. Es así como la clase obrera lleva a cabo numerosas
luchas en forma de protestas, huelgas, manifestaciones, con el fin de obtener
mejoras salariales o ciertos beneficios, y las distintas fracciones de clase de
la burguesía luchan entre sí para obtener mayores dividendos en la explotación
de la fuerza de trabajo de la clase obrera.
Los intereses históricos, miran en cambio, directamente a
la totalidad, buscan la toma del poder si es que no se la posee, para pasar a
estructurar la totalidad de acuerdo a eso intereses, sea la conservación y
consolidación del poder si se lo posee, o la reafirmación o reacomodamiento, si
se lo siente en crisis. Así por ejemplo, los intereses históricos de la
burguesía se sintetizan sustancialmente en la estructuración, conservación,
consolidación y expansión del modo de producción capitalista. Para no perder
este objetivo estratégico, muchas veces las fracciones de la burguesía o la
burguesía en su conjunto deben ceder parte de sus intereses inmediatos, como
acontece en el caso de los regimenes populistas o los regímenes de excepción,
en donde el peso de los bloques de poder económico son frenados por un arbitro
co-constitutivo, que podría ser el Estado capitalista, para pasar de la
acumulación a la legitimación, conferida en el gasto social, y así no agotar el
sistema de explotación.
La ideología en sentido propio expresa los intereses históricos
de las clases, en sentido amplio y riguroso. En primer lugar, la ideología debe
comprenderse en el amplio margen que abarca desde los comportamientos más
espontáneos del hombre, como sucede en su conducta diaria al levantarse,
caminar, trabajar y comunicarse, hasta las construcciones teóricas mas
refinadas. En otras palabras, comprende tanto las zonas del ethos como la de la
teoría. Al expresarse así de la forma conceptualmente de nivel más alto, asume
la forma de filosofía, como agregaba el filósofo italiano Antonio Gramsci.
En segundo lugar, lo característico de la ideología, es
expresar los intereses históricos de clase. De aquí provienen otras
características en determinados sistemas sociales, como son el encubrir o
mistificar la realidad que equivocadamente se suele hacer pasar por
definitoria. De hecho, ideología no es sinónimo de enmascaramiento ni de falsa
conciencia. Cuando Aristóteles sostenía que los esclavos eran tales porque
tenían alma de esclavos, es decir, una esencia instrumental, y en consecuencia
solo sometiéndose a los que tenían almas de hombres libres accedían a un obrar
racional, no se enmascaraba nada, ni se tenía falsa conciencia. En lugar de
disfrazar, ponía a la luz. Sin embargo formulaba filosóficamente la ideología
de los amos.
En tercer lugar, la ideología se corporiza en
determinadas instituciones como universidades, escuelas, fábricas o iglesias, a
las que, a partir de Althusser, se suelen denominar “aparatos ideológicos de
Estado”. La denominación se presta a confusiones, por cuanto el que una
determinada institución como un partido político o
la Iglesia
sea aparato
ideológico de Estado no depende de una pretendida esencia suya intrínseca, sino
de los intereses de clase que representa. Parecería más correcto hablar de
instituciones de la sociedad civil, empleando el sentido de sociedad civil en
el sentido gramsciano de espacio del consenso. Estas instituciones, como
decíamos, pueden convertirse en aparatos ideológicos de Estado o pueden dejar
de serlo, de acuerdo a la lucha de clases. Precisamente la conquista de la
hegemonía de las instituciones de la sociedad civil es uno de los aspectos
fundamentales del combate.
Según lo que planteamos líneas arriba, la ideología se
define a partir de la sociedad capitalista. Para extender el concepto a otros
modos de producción debemos hablar de sectores o grupos sociales en lugar de
hablar de clases sociales en sentido estricto. Esto es importante que lo
tengamos en cuenta. No tenerlo en cuenta puede llevarnos a trasladar de forma
unívoca la función de ideología a diferentes etapas históricas, en las que
cumplió roles diferentes.
Ahora bien, en la sociedad capitalista, haciendo un juego
de abstracción y creando una especie de tipos ideales al mejor estilo
weberiano, podemos distinguir dos clases fundamentales: la burguesía y el
proletariado, que serían los sujetos de dos ideologías contrapuestas, la burguesa
o conservadora y la proletaria o revolucionaria. En su seno se presentan como
dijimos, múltiples variantes, de acuerdo con los diferentes sectores sociales
en que están formadas estas clases fundamentales, así como debido a las
diferentes culturas, tradiciones y otras variables. Pero sin lugar a dudas una
de las dos clases es la dominante y la otra la dominada. Lo mismo acontece con
las ideologías, pero es necesario hacer algunas apreciaciones al respecto para
no caer en simplificaciones superficiales o determinismos.
En primer lugar, el hecho de haber ubicado un sistema filosófico,
sociológico o religioso, en un campo ideológico, de ninguna manera significa
haber dado cuenta total de él. Todo el logro consiste en ubicarlo en un
contexto en que se torna inteligible. El ubicar por ejemplo, El ser y el tiempo de M. Heidegger en el
contexto de la situación de la pequeña burguesía en el momento de una de las
extensas y profundas crisis del capitalismo posibilita comprender por qué la
angustia deviene la experiencia privilegiada para la captación del ser, pero de
ninguna manera con ello se puede dar por terminado el tratamiento de la misma
que hace Heidegger. La angustia no es algo que acontece a los pequeñoburgueses
en contextos de crisis. Es algo común que le pasa al hombre, sea noble, burgués
o proletario. Develada la situación socioeconómica particular en la cual
irrumpe con fuerza, queda por ver todavía que revela ese fenómeno en cuanto al
ser mismo del hombre, y este aspecto por lo estudiado académicamente, tanto
Heidegger como Kierkegaard tienen mucho para explicar. Muchas veces al
colocarlos en la sub-ideología perteneciente a la pequeño burguesía sirve de
pretexto para no leerlos, o si se los lee, para no entenderlos. Siendo
coherentes con esa manera de pensar, habría que condenar de antemano casi todo
el saber elaborado por la humanidad, por cuanto en su mayor parte está escrito
bajo la razón burguesa, y no debería ser así.
Por otro lado, si “las ideas de la clase dominante son
las ideas dominantes de cada época”, ello
no se debe solamente a una imposición establecida desde arriba por la fuerza o
por la educación mediante el control de los órganos de difusión ideológica,
sino también a la misma estructuración social.
En tercer lugar, la ideología de una determinada clase va
tomando aspectos distintos de acuerdo con la etapa de formación social a la que
corresponde. Así la ideología burguesa desde su nacimiento hasta su muerte
expresará los intereses y anhelos de la burguesía, y bajo esta razón siempre sostendrá
ciertos principios como inmutables: la legitimidad de la propiedad privada de
los medios de producción, la existencia del Estado como el detentador de la
legitimación de la violencia y órgano conciliador de clases. Sin embargo, dado que
la situación de la burguesía va cambiando en las diferentes fases de la
formación social del modo de producción capitalista, van variando también las
formas que adquiere la ideología. Así, el liberalismo es la forma que adquiere
la ideología burguesa en la etapa de la reciente consolidación del modo de
producción capitalista, si bien no tiene las mismas connotaciones el
liberalismo ingles, que el francés o el alemán, puesto que corresponden a fases
de formación distintas. En la etapa del capital monopólico asume otra por
ejemplo. La ideología de la burguesía del capitalismo dependiente puede asumir
por ejemplo, formas populistas o desarrollistas. En las coyunturas de crisis
tienen lugar las ideologías bonapartistas, como vimos con el 18 de Brumario, fascistas o de seguridad
nacional, en otras. No hay problema en hablar de la ideología de la seguridad
nacional o del fascismo como caso histórico, siempre que se tengan en cuenta
que son modalidades de la ideología burguesa.
La ideología además admite diferentes formas sociales de
expresión como el folklore, el arte, la literatura, la novela, la religión. La
filosofía constituye, como definimos anteriormente su nivel mas alto de
expresión, utilizando la vinculación entre ideología dominante y sistema filosófico.
Que
entendemos por filosofía en relación con la ideología
Comenzaremos diciendo que todo sistema filosófico es
ideológico, pues como habíamos dicho representan intereses de clase. Esto es
expresado en la medida en que toda
cosmovisión se formula a partir de la práctica social de una clase o un sector
social de la que el filósofo en cuestión se constituye en representante, lo
quiera o no. Mientras se esté en
sociedades divididas en clases es totalmente utópico plantearse la posibilidad
de elaborar una filosofía que no tenga que ver con las mismas. Es fácil
comprobarlo haciendo un rápido recorrido por alguno de los sistemas filosóficos
más conocidos. La filosofía platónica corresponde ideológicamente a los
intereses del sector aristocrático de los amos griegos. Ello se desprende
claramente de la lectura del modelo de polis que Platón enunciara en
La
República
, con un fuerte acento en la estratificación
jerárquica que en ella debe reinar. Es este aspecto ideológico, se encuentra el
causante de que en su filosofía estén acentuados los rasgos del dualismo
amo-esclavo, el inmovilismo estamental y la jerarquización social que además,
impregnan con matices distintos todo el pensamiento de
la Grecia Antigua
, así
como el medieval.
La filosofía aristotélica sin embargo, correspondía a los
sectores medios, más democráticos. Así lo afirma expresamente Aristóteles
después de una detallada explicación en
la Política
“Queda claro, pues, que la mejor política es la constituía por el elemento
intermedio – dia ton mesón- y que están bien
gobernadas las polis en las cuales este elemento es muy numeroso y más fuerte
que los otros dos juntos”. Esta
impregnación ideológica que veíamos claramente en las tres características que
enunciáramos mas arriba, se atenúen, pero no desaparezcan. Es claro ejemplo de
bajar las ideas platónicas del cielo a la tierra. “Muchas cosas son mejores para la clase media. De la clase media quiero
ser en una ciudad”, cita Aristóteles a Focílides.
Kant, por ejemplo, expresa la ideología alemana de la burguesía en sus inicios, o sea, a
fines del siglo XVIII. Para esa época ya las burguesías holandesas, inglesas y
francesas habían desarrollado sus propias revoluciones, mientras que la alemana
se debatía por el si y el no. Entonces la imposibilidad de realizar la
revolución real, a Kant, lo llevará a hacer la revolución teórica, cuyos
resultados serán los brillantes y profundos conocimientos del sistema idealista
del siglo XIX. Kant, como punta de lanza, expresa fundamentalmente los deseos
de la burguesía de hacer la revolución, la imposibilidad de lograr plenamente
sus objetivos, su claudicación frente a la aristocracia feudal, y el rencor de
no poder hacer nada como sentimiento de tiempo malogrado. Así como la realidad
no puede ser cambiada por la burguesía, tampoco puede ser totalmente conocida.
Allí está la raíz, entre el noúmeno incognoscible y el fenómeno conocido por
todos. Si la praxis de transformación es imposible, la actividad queda reducida
a lo puramente ética, es decir, encorsetada al interior del ser humano. Lo que
vale como veíamos en los cursos básicos de filosofía es la buena voluntad,
aunque sea ineficaz. La ética gira en el deber ser del imperativo categórico,
que no tiene representación práxica, y gira en el vacío.
El idealismo termina con la visión superadora del
majestuoso Hegel, cuyo sistema expresa a nivel filosófico la visión de la
burguesía en su etapa acabada de consolidación y expansión, al mismo tiempo que
vive como individuo los vaivenes de las alegrías, los retrocesos y las crisis
del avanzar burgués. Con valentía enuncia y reivindica todo la historia
anterior como preparación para el advenimiento del saber absoluto que tiene
lugar con la consolidación de la revolución burguesa.
La Historia
(así, con
mayúscula) no es más que el autodespliegue del Espíritu en búsqueda de su
autorrealización, que culmina cuando finalmente bajo la realización del Estado
moderno alemán pude llegar con el saber absoluto a todo el autoconocimiento. Si
en un primer momento, cuando Hegel terminaba
la Fenomenología
del espíritu (1807), ubica al Estado moderno como el Estado napoleónico,
mas tarde, luego de la derrota de Napoleón, cuando redacta Fundamentos de la filosofía del derecho (1821), se para en el
Estado prusiano.
Pero definitivamente, la cosmovisión filosófica de Hegel
supera los límites de la burguesía alemana y expresa de la forma más completa
el devenir de la burguesía en general.
Entonces diríamos que toda ideología encuentra su visión
más acabada en un sistema filosófico, en aquel que construye una cosmovisión.,
como enunciábamos con el caso de Hegel.
Para ser más claro consideramos que sólo las ideologías
enmarcan su concepción en cosmovisión, pero no así lo que denominábamos más
arriba como sub-ideologías, o ideología de un sector de clase. Aristóteles,
Santo Tomás, Hegel, fueron capaces de elaborar esa cosmovisión. Y como veremos
después, esta visión acabada del saber
de la razón burguesa, solo puede ser superada por la obra de Marx.
Esos autores explicaron de la forma más acabada la
ideología de una clase, la visión de la ideología del amo y el esclavo de la
antigüedad, la de los señores feudales y la de la moderna burguesía. Heidegger
o Kierkegaard, aunque lo hubiesen querido, les hubiese sido imposible elaborar
un sistema filosófico, pues no expresaban a una clase social, sea en un momento
de expansión o consolidación o en momento de crisis, sino solo representaban a
sectores sociales en crisis, como la pequeño burguesía. El punto central es la
construcción de un sistema filosófico como cosmovisión, que remita a la
ideología de la forma tan acabada que exprese el concepto de totalidad, desde
el ethos a la teoría, de la teoría a la práctica.
La totalidad a la que se dirige la visión
prioritariamente es la totalidad social. Por esto, es bueno distinguir la
necesidad de totalización de parte del filósofo como tal, considerando el hecho
individualmente, y la de la clase como proyecto de poder o en el proceso de la
estructuración de la totalidad social. Si el proyecto individual no corresponde
con el proyecto de la clase en ascenso al poder o en el poder, sino a clases o
fracciones marginales o en decadencia, la totalización filosófica puede tener
dos consecuencias: frustrase en una pura inspiración como los casos de Kant o
Heidegger, al que les faltaron elementos de representación histórica para dar
cuenta de la realidad del cambio histórico social como totalidad o porque se
centraron en un sector, o realizarse en forma totalmente idealista. Por otro
lado, puede la teorización ser recogida y corregida por los discípulos, como se
ve en tradición marxista. Sin duda Marx no se equivocó al plantear las visiones
de una clase en ascenso enmarcadas en el plano histórico, y configuró una visión
dialécticamente superadora de la visión hegeliana, a lo que refiere la
incorporación de la clase proletaria. Sin embargo sólo es concebida como
totalidad para su época, ya que los nudos de la historia demarcaron el devenir
de las modificaciones de la vida en el sistema de producción capitalista, en
donde las clases dominadas debieron hacer una revisión de sus principios de
clase, e instalarse como minorías o identidades fraccionadas distintas (como
enunciábamos en la introducción, haciendo referencia a los estudiantes, las
feministas, los ecologistas, etc.) frente a un sistema en constante cambio. Pudieron
dar cuenta de la situación de clase de su tiempo, pero no llegaron a definir en
la totalidad las concepciones que debieron enfrentar en el análisis filosófico
autores como John Holloway para distinguir el nuevo posicionamiento de un
sistema productivo en cambio, la razón de una sociedad del trabajo abstracto en
un aspecto neo-positivista, en donde va muriendo la aplicación del concepto del
trabajo como abstracción, para pulirlo y hacerse de las nuevas concepciones
libertarias del hacer “contra y más allá del trabajo”. Sin duda el impacto de la teoría althusseriana
marcó un antes y un después. Con su desaparición física se pudo eliminar al
mensajero, pero no se pudo detener al mensaje. Las nuevas críticas al viejo
nivel de las fetichizaciones y las nuevas críticas de los legados marxistas
posmodernos a favor del cambio social, y sin tomar el “cielo por asalto”,
marcarán nuestro horizonte teórico por varios años más. A partir de entonces, el
sólo hecho de mencionar la categoría de fetichismo o la de cosificación, pasó a
ser síntoma de hegelianismo encubierto y, por lo tanto, de idealismo filosófico
o ideología burguesa disfrazada.
Es determinante que todo sistema dialéctico debe ser
reinterpretado. Para usar la expresión de Marx, es necesario develar el “fondo
racional del método que Hegel ha descubierto y al mismo tiempo ha mistificado”.
Esto expresado por Marx en 1858, era lo que había dicho en los Manuscritos de 1844: “la fenomenología es la crítica oculta, oscura aún para sí misma, y
mistificadora, pero en cuanto retiene el extrañamiento del hombre (aunque el
hombre aparece solo en la forma del espíritu) se encuentran ocultos en ella
todos los elementos de la crítica y con frecuencia preparada y elaborados de un
modo que supera ampliamente el punto de vista hegeliano. La “conciencia
desventurada”, la lucha de la conciencia noble y la conciencia vil, etc., estas
secciones sueltas contienen (pero en forma enajenada) los elementos críticos de
esferas enteras como la religión, el Estado, la vida civil, etc.” . Esto
es lo que Marx se propuso elaborar en su cosmovisión superadora de la
hegeliana. Y lo que los autores marxistas occidentales debieron enmarcar luego
para realizar un visión mas acabada aun de su tiempo con las transformación de
la vida en la modernidad, bajo las evoluciones del sistema de explotación
capitalista y la implementación definitiva del trabajo como abstracción, en su
forma totalizadora, enterrando el quehacer para siempre del trabajo útil o el “hacer
útil”, en relación con la naturaleza y la sociedad.
Aplicaciones
en la vida moderna de la ideología como sistema filosófico, en el marco del
trabajo abstracto.
A partir del siglo XVI, la revolución burguesa produce
transformaciones profundas en todos los niveles, y el dualismo, que había
nacido en las sociedades estamentales, sobre el paradigma amo - esclavo, se
transforma en escisión. Se trata de la primera revolución mundial, la
revolución burguesa, que aún hoy vivimos. Es imposible el conocernos como seres
humanos si no conocemos los aspectos fundamentales que derivaron de esta
revolución. Vivimos en una sociedad que se erige en ella.
La economía moderna rompe los límites que la contenían.
Ya no responde a la fórmula de la circulación simple de
mercancía-dinero-mercancía, sino a la fórmula dinero-mercancía-dinero. La
producción ya no se dirige a la satisfacción de las necesidades, sino a
aumentar el dinero, que de esa forma se transforma en capital. Esto es
sencillo. Si antes la fórmula era mercancía-dinero-mercancía, y la mercancía
figuraba en el primero y en el último término por cuanto se la vendía por
comprar una nueva mercancía para la satisfacción de ciertas necesidades, ahora
el dinero figura al principio y al final de la fórmula. La razón es que se
compra una determinada mercancía, no para satisfacer alguna necesidad, sino
para venderla. El dinero al final de este ciclo que no es solo una formula,
sino que es una aplicación de relaciones reales, aparece acrecentado, se
transforma en capital. Lo que Aristóteles temía y condenaba, la crematística
innecesaria, es ahora la única crematística. Es indudable que nosotros como
analistas apliquemos los conceptos de Aristóteles, ya que Marx, lo introducía
constantemente como referente de sus conceptualizaciones, en obras previamente
citadas como El Capital.
Continuando con el análisis, ahora no predomina en la
producción el trabajo concreto sino el abstracto, es decir, la fuerza de
trabajo. El productor no lleva a cabo todo un proceso creativo al final del
cual puede verse a sí mismo reflejado en el producto, como lo hacía el maestro
artesano, sino que participa simplemente como una pieza que gasta determinada
cantidad de energía. Solo importa el tiempo de trabajo. El obrero trabaja, por
ejemplo, ocho horas en una fábrica de automóviles, ensamblando determinadas
piezas. Este es otro motivo fundamental que debe ser agregado al formulado por
Lukács, por la cual la matemática, la ciencia de la medida, lo mensurable y
controlado, pasa a ser en la modernidad, la ciencia por excelencia.
Vemos que desaparece lo cualitativo. Solo importa lo
cuantitativo, la cantidad de trabajo es decir, la cantidad de fuerza de trabajo
medida por la cantidad de tiempo empleado. El trabajo se mecaniza. Hegel, lo
deja bien claro, en sus Fundamentos de
la Filosofía
del Derecho “el trabajo del individuo se torna así más simple a través de la división y
mayor habilidad en su trabajo abstracto, así como mayor la cantidad de su
producción”.
Si en la producción de las sociedades anteriores
interesaba fundamentalmente el valor de uso, orientado a satisfacer las
necesidades, ahora lo que interesa fundamentalmente es el valor en el que se
materializa el trabajo abstracto y le permite ser valor de cambio como siempre
argumentó Marx. Toda la producción ahora esta en función del valor y del
crecimiento del capital.
En la modernidad, aparecen las clases sociales, que en
sentido estricto, son una creación de la revolución burguesa. Ya que sólo se
dan en el seno de la sociedad capitalista. Los sectores sociales que ahora
constituyen clases sociales se definen exclusivamente por su ubicación en el
proceso productivo. Esto determina que sólo lo económico determina su ser, el
ser de clase. Pero lo económico no significa la cantidad de bienes que se tienen,
sino el lugar que se ocupa en el proceso productivo, sea como dueños de los
medios de producción o despojados de estos. Desaparece lo cultural como rasgo
de su esencia, como en sistemas antiguos. Esto implica la superación del
inmovilismo de las sociedades anteriores. Efectivamente, aunque siempre se
nazca en una clase social, no se está determinado a pertenecer de por vida a
ella. Se puede cambiar de clase. No hay un derecho adquirido de una vez y para
siempre que fije permanencia a una clase social. El burgués puede transformarse
en proletario y viceversa.
Otro rasgo fundamental, es que el productor es separado
de sus medios de trabajo. Ello determina que hay una marcada escisión con la
naturaleza. Se pierde la comunión que hasta el momento se tenía con el medio
natural. Se forma una verdadera sociedad artificial en relación a las
anteriores, que eran sociedades naturales. La naturaleza deja de ser el cuerpo
orgánico del ser humano, y en consecuencia, de la sociedad, para transformarse
en un simple objeto de manipulación. La naturaleza solo es capital en potencia.
Francis Bacon, una de los teóricos de la revolución burguesa, tiene al respecto
un aforismo lapidario que dice: “la ciencia del hombre es la medida de su
potencia porque ignorar la causa es no poder producir el efecto. No se vence a
la naturaleza sino obedeciéndola, y en lo que la especulación lleva el nombre
de causa conviértese en regla en la practica”.
No se vence a la naturaleza sino obedeciéndola. La
naturaleza no es ya un interlocutor, no forma parte del ethos del hombre
moderno. No hay comunicación posible con ella que no sea la de la destrucción.
No hay otra lucha que no acabe con la destrucción de la naturaleza. La ciencia
está para aumentar la potencia del hombre en su lucha contra todo lo vivo, y
claro está, contra la naturaleza, en primera medida. Esta debe ser vencida,
dominada, y esto quiere decir que semejante empresa solo se traduce en el deber de producir dinero,
ganancia, capital. La naturaleza será talada, destruida, dinamitada,
contaminada. Todo se convertirá en capital.
La modernidad producirá la escisión también entre los hombres, ya que no solo se pierde
la comunicación con la naturaleza, sino con los demás seres humanos, los cuales
también deben ser vencidos y derrotados. Se rompen las totalidades orgánicas
como la familia patriarcal, el feudo, las Iglesias, el gremio, los ejércitos, y
se forma la tan conocida por todos nosotros sociedad civil, o sociedad
burguesa, sociedad en la que cada uno es para sí mismo y nadie para todos. Thomas
Hobbes ha sido el clásico expositor de esta sociedad a la que él denomina
estado de naturaleza : “es manifiesto que
durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice
a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra, una guerra
tal que es la de todos contra todos”. La famosa
definición del hombre lobo del hombre. Bacon dice que el hombre se encuentra en
guerra con la naturaleza. Hobbes, nos determina que también con sus semejantes.
Hegel expresó que la sociedad civil “ofrece en estas
contraposiciones y en su desarrollo el espectáculo de la corrupción y la
miseria, con la decadencia física y ética que es común a ambas”. Pero
ahí no se detiene, ya que bien identifica que de esta lucha de todos contra
todos, surge la miseria y la corrupción diciendo que “cuando la sociedad civil
funciona sin obstáculos se acentúa así dentro de ella el progreso de la
población y de la industria. A través de la universalización de la conexión
entre los hombres, a causa de sus necesidades y del modo en que se preparan y
producen los medios para satisfacerlas, se acrecienta la acumulación de
riquezas, pues de esta doble universalidad se extrae la máxima ganancia,
mientras que por otro lado como consecuencia, se incrementa la especialización
y limitación del trabajo particular, y así la dependencia y la miseria de la
clase ligada a este trabajo, lo que provoca la incapacidad de sentimiento y
goce de las restantes posibilidades, sobretodo de los beneficios espirituales,
que ofrece la sociedad civil.”
Además de todo lo planteado, agregamos que bajo tal
modalidad se emplea la inversión de la realidad. Cuando hablamos de realidad no
nos referimos simplemente a los objetos o las cosas, sino primordialmente a los
sujetos, a los seres humanos, a los individuos que bajo esta estructuración
devienen en sujetos, o sea a la sociedad, a los sujetos que son seres sociales.
Pero los seres humanos son seres del mundo, en relación esencial con la
naturaleza, y son esencialmente creadores, productores, transformadores de la
realidad. El ser humano es totalmente praxis, totalidad de práctica y
conciencia. Con la práctica transforma continuamente la realidad natural, crea
productos como bienes de consumo, obras de arte, etc., en los que se ve así
mismo y en los que expande su ser social como sujeto sujetado. Su ser es su
hacer, su obrar y crear. A la naturaleza la transforma en mundo humano, con
todo lo que esto implica: odios, sentimientos de venganzas, gozos y pasiones,
vida y muerte.
Pero como habíamos planteado anteriormente, al producirse
la separación entre el producto y los medios de trabajo se realiza un segundo
movimiento consistente en la inversión entre el sujeto y el objeto. El sujeto
pasa a ser objeto, y el objeto, sujeto. Ello significa que el objeto o producto
de la actividad creadora del hombre, que debiera estar a su servicio, se
transforma en un sujeto que pasa a ser dominante sobre el mismo hombre, al que
lo transforma en objeto. En efecto el producto del trabajo, el objeto, se
transforma en capital, que pasa a ser el verdadero sujeto de la historia. La
mayor parte de la obra teórica del Marx maduro esta dedicada al análisis de
cómo el capital impone sus leyes a los sujetos que lo han creado y entonces los
hombres se encuentran objetivizados, cosificados, para luego él sí con su
teoría proponer la manera de subvertir esta situación, y poner la realidad
nuevamente de pie.
Es que el individuo en esta realidad de la modernidad
pasará a estar por sobre la sociedad ya que la aparición de la sociedad civil
significa la aparición misma del individuo. En todas las sociedades anteriores
había un claro predominio de la totalidad sobre el individuo, del universal
sobre el particular, el individuo estaba totalmente ligado a la familia patriarcal,
al clan, a la tribu, a la comunidad primitiva, al feudo, a
la Iglesia
, a las
instituciones educativas y militares. Con la separación del productor de sus
medios de producción se rompen las totalidades. Se produce la dispersión de los
individuos. Pero dicha ruptura y dispersión como individuos produce
posteriormente otra sujeción por parte de otra totalidad que es la visión del
sujeto como sujeto subsumido a una clase. Clase que se encontrará en los
niveles de la modernidad confinada a los cambios históricos, que le otorgan
identidad sólo de clase, volviendo a reificar al individuo, instituyéndolo en
sujeto de clase, alienado y cosificado. Es decir, se avanzará un paso, para
retroceder dos.
La
idea de totalidad como visión del proletariado.
Como habíamos visto, Hegel representa el máximo de
conciencia posible de las clases dominantes del modo de producción capitalista
en su primer periodo de consolidación- expansión. Pero bajo el mismo modo de
producción, desde el proletariado, por ser la clase en ascenso, se pueden ver
fenómenos que desde la burguesía permanecen necesariamente ocultos, pues esta
clase se mueve dentro de brutales contradicciones. Por esto, Marx, ve mucho más
que Hegel. No solo la esclavitud es un hecho histórico destinado a ser
superado, sino que se explica no idealísticamente mediante el recurso de la lucha a muerte por el reconocimiento,
como supone Hegel, sino por las propias condiciones materiales. Marx representa
el máximo de conciencia posible desde el proletariado en la etapa en la que la
consolidación-expansión del modo de producción capitalista comienza a hacer
crisis.
El máximo de conciencia posible no significa el
conocimiento-exposición exhaustivo de la realidad, de manera que ya no quedaría
más que su repetición mecánica y su aceptación de verdades formuladas. Sino así
se consolidaría sólo un dogmatismo. Significa que a esa altura histórica del
modo de producción capitalista, el tiempo de Marx, no es posible una visión de
la realidad alternativa, capaz de explicar fenómenos inexplicados. En concepto
significa según los historicistas, que mientras estemos en el modo de
producción capitalista, una visión alternativa a la marxiana no es posible.
Pero decimos que el pensamiento de Marx, solamente fija grandes líneas de la
nueva visión. Y estas líneas deben ser complementadas, reinterpretadas,
repensadas y criticadas profundamente.
Aun siendo correcta la visión elaborada, puede haber y de
hecho hay líneas continuadores, parcialmente fieles y parcialmente disruptivas.
Aplicamos esto a las concepciones filosóficas de Engels y Lenin, y no
descartamos, por supuesto a Marx. Desde otras visiones, las denominadas “post”,
las del funcionalismo, modernismo, estructuralismo, etc. puede haber, y de
hecho hay aciertos parciales, descubrimientos, aportes inteligentes, que
deberían ser integrados a la visión basada en la critica, revisión, inversión/recuperación
de la imagen de sujeción fetichizante que totalizó al individuo en las
estructuras del devenir histórico material y económico, y en donde cuanto mas
se trataba de zafar, mas se alienaba.
El punto de vista de la superioridad o de mayor
objetividad desde el punto de vista proletario para dar cuenta de totalidad, ha
sido expuesto hasta el hartazgo por Lukács centralmente en forma correcta, si
bien de la forma hegelianamente exacerbada que conocemos. Ha expresado en Conciencia
de clase: “la superioridad del
proletariado sobre la burguesía […]
estriba exclusivamente en que el proletariado es capaz de contemplar la
sociedad desde su mismo centro, como un todo coherente, y por lo tanto, es
también capaz de actuar de un modo central que transforme la realidad entera”.
La exageración idealista es clara en Lukács. Pero no deja
de ser su teoría de carácter relevante, ya que el proletariado, es según él, la
única clase para la que su “autoconocimiento es al mismo tiempo un conocimiento
recto de la entera sociedad”.
Sin embargo, a pesar de lo que podamos criticar, la
teoría de Lukács es correcta en lo esencial. En toda visión de la sociedad en
su totalidad, siempre la teoría esta nítidamente ligada a los intereses de
clase o ideológicos, como planteábamos en un principio. En la medida en que la
clase desde la cual se contempla la sociedad tenga intereses de clase
históricamente superiores a nivel dialéctico, material e histórico, más amplios
que los vigentes de su época, su visión, será también más amplia, más
comprensiva, y por ende más objetiva, pero no debe morir ahí el análisis.
El desarrollo de las visiones superadoras de clase, no
tiñen la verdad con la quietud de un dogmatismo inamovible. La teoría critica
intenta superar al sujeto de clase, al Espíritu de la historia que se
transforma en clase, el proletariado, para superar los nudos que se interponen
en el desarrollo de la fase de depreciación del modo de producción capitalista
en crisis, y por ende del modo cosificado que imprime la alineación del sujeto
a su condición de objeto bajo la misma estructura. Obviamente que la visión
historicista, economicista, negará ese desenvolvimiento hasta que no se supere
por la aparición de otra nueva clase. Niega que a pesar de la quietud de la
morfología de la estructuración histórica, y su opacidad, se pueda saltar a
nuevas interpretaciones de cambio social, ya que los nuevos planteamientos
críticos, ideas y conjeturas, para esta visión, solo se sortean con la superación
materialista histórica. A pesar de ello, nosotros interpretamos que las ideas
pueden superar la objetividad de una clase, embolsada por la estructura
económica y la opacidad de la historia.
Es por esto que Descartes, Montesquieu, Rousseau, vieron
más que aquellos que veían la sociedad feudal de ese entonces, como Marx, vio
más que Ricardo y Adam Smith. La teoría crítica posmoderna ve más que lo
producido por Engels y Lenin. Aunque ellos denuncien que muere el sujeto que da
identidad de clase, y se pierde la identidad de lucha en interpretaciones a-
históricas e ideales, subsumidas en la ideología colaboracionista del capital.
Pensando algunas conclusiones
Como hemos analizado a lo largo de estas páginas de
exposición teórica, se centra un fuerte debate entre el historicismo
estructural materialista, y su flujo de identidad de clase, ideológica, por
cierto, frente al devenir de un análisis critico de una sociedad que se
encuentra en los albores de la modernidad, que ha mutado y no puede utilizar
las mismas clasificaciones ni conceptualizaciones que han expresado la teoría
marxista ortodoxa, y poco resultado han dado, en la construcción de una teoría
de la liberación del individuo, sino todo lo contrario.
La teoría de identidad de clase, expresa que no se ha
producido teoría superior a la declarada por la dialéctica materialista que
engloba las percepciones que dan pie a la “verdadera crítica” de las visiones
de explotación capitalista, infundadas en la lucha contra el Estado, la
revuelta civil y los patrones de lucha armada.
Nosotros definimos que esta visión histórica ha sido
válida, pero actualmente pierde sentido en referencia a no plantear una clara
solución a la fetichizacion de la acción alienante del trabajo abstracto,
subsumida en la misma reificación continua que imprime la misma identificación
de un individuo como un sujeto de clase. Es decir pasar de un rasgo de
alineación ideológica de raíz burguesa para adentrarse a una de raíz
proletaria, o peor aun, no liberarse de la burguesa, por continuar
idealísticamente pronunciando su razón modificada y enmascarada. Sería pasar de
una totalidad a otra.
Es por eso que la tradición marxista pone el grito en el
cielo cuando desde la teoría critica post mayo francés, se reorienta la
fundamentación a la desaparición del sujeto de clase. No se acepta la idea a la
crítica negativa de que es mentira (que según esta corriente, es planteada
desde los cómodos sillones de la universidad) de que el individuo alienado solo
puede liberarse por la razón otorgada por la identidad de clase enraizada en
lucha.
Es por esto que la teoría crítica ofrece un nuevo menú
interesante a la hora de plantear alternativas reales a los procesos de evolución
de la sociedad moderna bajo el modo de producción capitalista, criticando la
idea del trabajo como abstracción, desde la posición del hacer “contra y mas
allá del trabajo” para retomar la idea del hacer útil, y del trabajo social,
como modo inmerso dentro del trabajo abstracto.
Como planteara Holloway, la relación entre el trabajo
abstracto y el hacer útil es una relación antagónica. El hacer útil existe en
contra y más allá del trabajo abstracto. Todos estamos conscientes del modo en
el cual el hacer útil existe en el trabajo abstracto, del modo en el cual
nuestra actividad diaria esta subordinada a la exigencias del trabajo
abstracto, es decir, al proceso de hacer dinero, en palabras claras. Lo
experimentamos también como proceso antagónico: como antagonismo entre nuestro
impulso hacia la autodeterminación de nuestro hacer, haciendo lo que queremos
hacer y la necesidad de hacer lo que tenemos que hacer para ganar el dinero
para sobrevivir. La existencia del hacer libre contra el trabajo abstracto se
experimenta como frustración. El hacer útil existe también mas allá de su forma
como trabajo abstracto en aquellos momentos o espacios en los cuales logramos,
individual o colectivamente, hacer lo que nosotros queremos, sea necesario o
deseable. Aunque el trabajo abstracto contiene y subordina al hacer útil, nunca
logra subsumirlo totalmente.
El movimiento del hacer útil contra el trabajo abstracto
ha existido siempre como corriente subterránea y subversiva más allá de ethos
alienante. Ya que el hacer útil es simplemente la riqueza enorme de la
creatividad humana. Este movimiento –dicen-, tiende a ser algo caótico y
fragmentado, un movimiento de movimientos luchando por un mundo de muchos
mundos. Desde esta perspectiva es fácil caer en la idea de que estas luchas no tienen
conexión, que son las luchas de tantos agentes e identidades distintas, que se
trata de una lucha de y por las diferencias. Sin embargo decimos que no es tan así.
Aunque el hacer útil creativo tiene un potencial infinitamente rico, existe en
contra y más allá de un enemigo común, la abstracción del hacer en el trabajo,
bajo el marco del sistema de explotación capitalista actual. Por eso, es
importante pensar en contradicción y no simplemente diferencia. Es la lucha de
la liberación y la creatividad humana, nuestro poder hacer, la fuerza
productiva del trabajo social, contra su propia abstracción, contra su reducción
a la producción gris de valor-dinero-capital. El marxismo heterodoxo
occidental, enmarcó esta aventura, y bajo la teoría critica, tiene su lucha
contra el dominio del trabajo abstracto y los conceptos enajenantes que se derivan
de este dominio. Ya que el movimiento del hacer útil es el empuje hacia la
creatividad socialmente autodeterminante, sus formas de organización son
igualmente totalmente autodeterminantes, antiverticalistas, multitudinarias y
conscientes, orientadas hacia la participación de todos. Es la tradición
consejista o asambleísta que siempre se ha opuesto a la tradición
estadocéntrica y partidocéntrica dentro del movimiento anticapitalista.
Esa manifestación que no necesariamente encarna un nuevo
paradigma o pretende imponer un dogma, sino a contrapelo, el preguntarse por
nuevas formas que traten de transformar la realidad. Esto se ve expresado en
las acciones de grupos que intentan repensar sus propuestas a favor de la
humanidad y en contra del doble sentido que encarna la explotación de clase
enmascarada en verdades construídas por un sistema ideológico basado en la
acción concreta de la disciplina estadocéntrica. Nos referimos a las acciones
de los movimientos ambientalistas, de desocupados, feministas, de estudiantes
que reaccionan frente a lo que está dado, frente al control del individuo y la
sociedad.
A Karl Marx le encantaba repetir, para-fraseando a
Goethe: “gris es la teoría (…) verde el
árbol de la vida”. Lo cual nos muestra a un Marx preocupado por el
movimiento social, reafirmando: “Vale más
un paso del movimiento real que cien programas”. Pues bien, el reto es
saber si la teoría puede tener un color diferente al gris, aproximándose
sucesivamente al verde, el color de la vida. Pensamos que los movimientos que
reivindican su caminar hacia un cambio profundo de la realidad social creen que
sí. La condición: que la teoría sea el resultado de su propia práctica.
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