En Colombia, la
polÃtica actual se caracteriza por una tendencia globalizante, mercantilista y
de fortalecimiento del aparato de seguridad. Según Iturralde, (2010) se
consolidó lo que denomina el liberalismo autoritario, esto es, la normalización
del estado de excepción permanente y la adopción de un sistema polÃtico
particular, el neoliberalismo. En esta perspectiva, el artÃculo tiene como
contexto de emergencia la tesis sobre la excepcionalidad permanente en el
paÃs. Retomando las reflexiones del filósofo-polÃtico Giorgio Agamben, se
analiza y toma como objeto de estudio a los niños en situación de calle en la
ciudad de MedellÃn, partiendo de un análisis cualitativo con tintes
biopolÃticos y etnográficos. De este modo, se muestra una de las caras más
ejemplares de la puesta en escena del liberalismo autoritario como modo de vida
y se establecen especificidades que en la cotidianidad de estos sujetos
visibilizan caracterÃsticas y efectos de la excepcionalidad. El estado de
excepción tiene por prioridad la protección y defensa de los mercados, antes
que la vida de algunos sujetos representantes de la anormalidad-excepcionalidad
a los que incluye-excluyéndolos dada la competitividad como exigencia para
vivir. Se
describe y problematiza la existencia de estos sujetos, insertos en una
espacialidad caracterizada por la ausencia de derecho y en el caso especÃfico,
vulnerable a la muerte fácil sin carga jurÃdica.
Palabras claves
Estado de excepción, Nuda vida,
Neoliberalismo, Niños, Calle, Ley.
Abstract
In
Colombia, the current policy is characterized by a globalizing trend,
mercantilist and of strengthening of the security machine. To Iturralde it was
consolidated what he calls authoritarian liberalism, that is, the normalization
of the state of permanent exception and the adoption of a particular political
system, neo-liberalism. From this perspective, the article has, as context of
emergence, the thesis about permanent and current exceptionality in the country.
In turn, retaking the reflections of the philosopher-politic Giorgio Agamben,
the homeless children in the city of Medellin are analyzed and taken as
objective of study, starting from a qualitative analysis with bio-politic and
ethnographic shades. In this way, we show one of the more exemplary faces of
authoritarian liberalism´s staging as a way of life and establishing
specificities that in their daily lives visualize characteristics and effects
of the exceptionality. State of exception has as priority rather the protection
and defense of markets than some individuals’ lives representatives of
abnormality. It is exceptionality that includes excluding them, given the
competitiveness as a requirement for living. We describe the existence of these
individuals, inserted in a spatiality characterized by the absence of rights
and in the specific case, vulnerable to the easy death without legal charge,
among others.
Keywords
State
of exception, bare life, Neoliberalism, children, street, law.
El delito de existir o la
excepcionalidad como forma de vida: los niños en situación de calle, MedellÃn[1]
Por: Lic. Ivannsan Zambrano
Aquellos que tienen dinero, pueden
encontrarlo todo. Posición en una sociedad equivocada. Pueden encontrar respeto
y reclamar derechos como ciudadanos, como seres humanos, pero a nosotros no se
nos reconoce ningún derecho, estamos en deuda con una sociedad que nos margina
y desprecia por nuestra condición de indigentes.
La calle siempre está en movimiento y uno
ahà metido debe mantener el ritmo, de lo contrario, lo convierten en fiambre.
(Aniquilarlo)
Rico SanÃn
El Estado y una leve historia de los niños en
situación de calle: preámbulo experiencial[2]
En el centro de MedellÃn, cerca de la Plaza
de Botero y del Palacio de la cultura Rafael Uribe Uribe, se encontraba un
niño, debÃa tener unos ocho o nueve años, no jugaba, no estaba con sus padres,
no acompañaba ni era acompañado por nadie; la soledad de la calle llena de
gente era su amiga, los rayos de sol sobre su rostro sucio caÃan, ese rostro de
niño y a la vez de adulto, ese rostro que a la gente mira, intenta tocar y
sensibilizar; la gente que camina a su lado no le observa, él está sucio,
maloliente, enfermo, drogado y posiblemente… es “peligrosoâ€. Él tiene un frasco
de sacol[3]
y alucina, casi no se puede sostener, a veces parece que se cae, se inclina un
poco a la izquierda y a la derecha, atrás o adelante, asombrosamente sigue en
pie. De vez en cuando se recuesta sobre la puerta derecha de un automóvil. Al
lado del puesto del conductor se encuentra una mujer que no mira al niño, lo ignora, evita prestar atención a lo que él hace, ni
siquiera da cuenta del show de cuerda floja que está presentando, al
momento llega el conductor, tampoco le mira, sube al carro, enciende el motor y
lo pone en marcha, se va y el niño queda ahÃ, bailando para no caerse…
la situación es triste y desoladora. Yo no puedo ayudarlo, pero tengo y creÃ
tener el deber de informar a la policÃa sobre este niño en estado de
vulnerabilidad, a ella me acerco, le informo el caso y ellos responden “...niños
como esos andan por todo el centro, son muchos, a ellos no se les puede quitar
el frasco, eso es peligroso, dan la vida por ese frasco, es mejor dejarlo ahÃ,
además si se lo quitamos la gente se molesta, esos niños están perdidos,
déjelos ahÃ…ahora vamos a mirarâ€, el tiempo pasa y los policÃas no se
acercan al niño…
La historia de ellos, de él -en plural y no
singularmente- y entre ellos mismos, que comparten, seguramente con algunas
diferencias entre ciudades y paÃses, continua en un contexto de urbanización y
población masiva de la ciudad de MedellÃn, que vÃa “proceso de modernización†y
en condiciones de violencia hacia la segunda mitad del siglo XX, desplaza a
los campesinos de sus tierras[4],
define un nuevo tipo de sujeto en la ciudad, habitante de sectores marginados
ubicados en las periferias de la urbe, inicialmente caracterizados por la
dificultad para edificar casas y por lo mismo configurar redes de servicios
públicos óptimos, pero que dado los procesos de invasión y utilización ilegal
del espacio se convirtieron en territorios sumamente poblados; sujetos en transición
(Germani, 1971:90) de una serie de prácticas rurales a urbanas, de lo
tradicional a lo moderno, caracterizado esto último por el comercio, la
industria, entre otros; ellos en la ciudad, aparecen como un residuo del
desarrollo, la modernización, la inequidad y principalmente la violencia
polÃtica aunada a la desestructuración familiar.
Concomitante con lo anterior, y en la
historia de Colombia en las últimas cinco décadas, con la caÃda del Estado de
Bienestar y el ascenso del Neoliberalismo como una tendencia global, hoy, a la
vez que se materializó la excepcionalidad como alternativa punitiva de gobierno
bajo el mandato del ex presidente Ãlvaro Uribe[5]
y continuidad del actual presidente Juan Manuel Santos, se crea un modelo de
espacio y tiempo en el que un tipo de sujeto se hace inviable, es decir, le es
prohibido existir, en palabras del polÃtico y filósofo Jürgen Habermas en
(2002:70)
“La
liquidación del Estado de Bienestar social tuvo, sin duda, una consecuencia
directa: las crisis que habÃa logrado detener resurgieron con más fuerza. Esos
costos sociales dañaron la capacidad polÃtica de integración de una sociedad
liberal. Los indicadores revelan de modo inequÃvoco un aumento de la pobreza,
de la inseguridad social, de desigualdad de los salarios; todo esto resume las
tendencias de la desintegración social. (…) Con el aumento de los desempleados
y los excluidos –del empleo, del mercado de la vivienda, de los recursos
familiares-, surgen subclases. Estos indigentes excluidos del resto de la sociedad
ya no pueden dominar por sà mismos su propia condición socialâ€.
No es el objetivo de
este articulo mostrar paso a paso la historia de los niños (as) en situación de
calle, al contrario situándonos en esta idea global de la historia modernizante
y desarrollista de MedellÃn, es necesario dar relevancia a como se van
configurando y apropiando de determinados sectores, especialmente en la comuna
10 y 11 que contienen el centro de la ciudad, algunos sujetos sin casa, sin
hogar, sin comida, entre otras, sujetos despojados, expulsados, abandonados,
maltratados o simplemente desertores de ese nuevo ritmo de vida “moderna†que
empezaba ya su reinado capitalista consolidado actualmente, en Colombia bajo una
polÃtica de excepción permanente, naturalizada e inscrita en un sistema
polÃtico particular, el Neoliberalismo, que Iturralde entiende como Liberalismo
Autoritario (Iturralde, 2010), asà las cosas, los habitantes de la calle
en la ciudad de MedellÃn, remisos de las nuevas prácticas socio-polÃticas a las
que fueron expuestos o en algunos y actualmente la mayorÃa de los casos, donde
nacieron, no impactaron ni transformaron estas vitalidades, muy al contrario
gestaron anomalÃas, errores de sistema, baches de incompetencia, a los que sin
posibilidad de competir y de arrojar del área urbana, se les deja vivir, pero
“vivir†en vulnerabilidad en un espacio excepcional; ellos son producto de
múltiples problemas sociales, polÃticos y económicos, (pobreza, desplazamiento,
drogadicción, inequidad, segregación, violencia, entre otras), que al abandonar
o ser abandonados por esa oportunidad (con todas sus dificultades) de
integrarse al colectivo en desarrollo neoliberal contemporáneo, quedan en otro
lugar, otra sitio con otras prácticas, otras “leyesâ€, otras perspectivas muy
reducidas de vida, a este lugar, se le entiende en este artÃculo como un
espacio excepcional[6].
En este contexto de inviabilidad, de espacio
excepcional, vivir tiene sus consecuencias; se puede ser un buen ciudadano,
cuyos mejores dotes son la sostenibilidad económica, las buenas maneras y los
consumos elevados, o al mismo tiempo- sin ser iguales-, un ciudadano clase
media o baja, que sin sostenerse tan solventemente sobrevive trabajando y en
paralelo a los primeros pagando impuestos y consumiendo, más abajo, un
resultado de vivir sin poder sostenerse, siendo, por tanto un problema
abandonado a “su propia suerte†(Iturralde,2010:312) en la lógica capitalista y
poniendo en tensión por no decir en exclusión, su supuesta ciudadanÃa (Beas
Miranda,2009:24), es que no hay posibilidad de acogerse a las buenas maneras de
sustentabilidad y consumo, pues, la marginación de sus vidas, en los lÃmites de
la pobreza los señala, regula, ubica y amenaza de muerte.
En estas condiciones, en el marco actual de la globalización
y el neoliberalismo, la función del Estado se materializa en proteger los
intereses del mercado dando vÃa libre a la circulación no sólo de productos,
sino de polÃticas económicas, sociales y culturales sumado a prácticas y
visiones de mundo foráneas, especÃficamente importadas de los Estados Unidos
como principal aliado Internacional, en esta perspectiva escribe Harvey (2002
citado en Iturralde en 2010: 29)
“El papel del
Estado consiste en crear y preservar un marco institucional apropiado para tales
prácticas. AsÃ, el Estado debe organizar las estructuras y funciones legales,
policivas, militares y de defensa que garanticen, incluso por medio de la
fuerza, los derechos de propiedad privada y el adecuado funcionamiento de los
mercados. Aparte de estas funciones, el Estado no debe intervenir en la
actividad económica ni en la vida socialâ€.
El estado de excepcionalidad y la
calle como un espacio de excepcionalidad
¿Dónde está el niño?
A simple vista el motivo por el cual
“bailaba†aquel niño eran los afectos alucinógenos del sacol. A él, ese dÃa, no
le importaba la gente y a la gente no le interesaba él, a él no le interesaba
la vida; ella como experiencia y disfrute de la infancia le ha abandonado, para
él su futuro representa algo incierto, que no ha pensado más allá de sus
necesidades básicas, pues, se puede vivir hoy y no mañana[7].
La calle que es pública, está vigilada, en
ella y en otros lugares no se puede infringir la ley, para este caso, ella es
un lugar de respeto a las normas ciudadanas, también, en MedellÃn es el lugar
de paso para turistas y pobladores ansiosos de comprar, vender o trabajar, en
pro de proteger dicho deseo consumista y laboral, entre otros, la ley está en
la calle, están los policÃas o cuerpos de control que representan la ley, ellos
la salvaguardan, la defienden y la hacen valer; la ley reglamenta a los buenos
ciudadanos, ella los aprecia en tanto respetan y acatan sus mandatos, si no lo
hacen sus representantes les piden cuentas, justificaciones y toman acciones
acorde a sus respuestas, la ley requiere de buenos ciudadanos, a ellos nunca
los olvida, los tiene presentes. Si el niño del frasco de sacol[8] incumpliera
la ley, a él le pedirÃa cuentas, pero no lo hace, ella es indiferente a su
presencia al igual que los otros ciudadanos, a él no le interesa comprar ni
vender los productos que la sociedad considera importantes -no están a su
alcance-, no trabaja si por trabajo se entiende laborar formalmente, en este
caso el hace parte del trabajo informal por llamarlo de alguna forma o
simplemente no trabaja, no paga impuestos, tampoco sabe de leyes excepto
aquellas necesarias para sobrevivir.
Los ciudadanos en la calle tienen un estatus
legal, sostienen con orgullo derechos y deberes estipulados en la constitución
y otros documentos legislativos, por estos derechos y deberes la ley reconoce
a los ciudadanos, él –en ese espacio y tiempo- no los tiene, no se le
reconocen, se encuentra sin derechos ni deberes, no existe para la ley, ¿en qué
estado se encuentra?, ¿Qué categorÃa jurÃdica lo identifica? ¿En qué momento
dejo de ser apreciado por la ley para ser desconocido o olvidado por ella ¿Él
es un ciudadano? ¿Quién es él?
Solo existe un momento en que por mandato
gubernamental los ciudadanos no tenemos derechos, estamos desprovistos de ellos
momentáneamente, el Estado está en peligro, el derecho a vivir polÃticamente,
en unidad, está en riesgo y para sobrevivir al tiempo de la noche, él debe
tomar medidas excepcionales, que sin respeto por la vida de sus habitantes
logre nuevamente el orden y por tanto la vida en la calma del dÃa, es un
momento excepcional o estado de excepción, bajo esta perspectiva, muchos
autores (Gallon; 1979, Ariza; 1997, Villegas;2001, citado en: Iturralde;2003)
asumen dicho estado en la historia de la pasada y presente polÃtica Colombiana
como permanente, en palabras de Agamben, (2004;173) esto significa;
“El
totalitarismo moderno puede ser definido, en este sentido, como la
instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil legal, que
permite la eliminación fÃsica no sólo de los adversarios polÃticos sino de
categorÃas enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no
integrables en el sistema polÃtico. Desde entonces, la creación voluntaria de
un estado de emergencia permanente (aunque eventualmente no declarado en
sentido técnico) devino en una de las prácticas esenciales de los Estados
contemporáneos, aun de aquellos asà llamados democráticosâ€.
Los niños en situación de calle y las
personas a su alrededor; cuando la indiferencia marca la diferencia
Él (el niño) no está solo, cuadras más abajo
o más arriba se encuentran más, muchos niños y niñas en la calle[9] viven y son
obligados a vivir su vida como una aventura peligrosa, pues, la calle
aunque “protegidaâ€, es peligrosa, allà circulan cantidad de amenazas, incluso
para los protegidos por la ley, para los niños en situación de calle es todo un
trasegar de experiencias en su lucha por sobrevivir; ¿quiénes son ellos? ¿Acaso
nadie los ayuda? ¿A dónde acuden y donde se alimentan? ¿Se les puede ayudar?
¿Qué tipo de ayuda deberÃamos brindarle? y ¿…tenemos alguna responsabilidad de
su estado?, esto no se lo preguntan la gente que camina por la calle, para
ellos, esos niños no existen, no deben existir, a lo sumo son basura peligrosa,
hijos de padres viciosos que siguen sus mismos pasos y… nada más; la
indiferencia es constante. Ellos no son la preocupación sino de unos pocos,
algunos programas y ONGS que los auxilian; les bañan, les dan comida, les
asesoran y aconsejan sobre la vida, sobre el futuro[10], pero
ellos siguen su camino, viven la excepcionalidad con algo de conformidad y
costumbre, la vida sin las normas comúnmente aceptadas[11] les atrae
porque esa vida es todo lo que tienen y a la vista parece que esta sociedad no
les ofrecerá o ya no pudo –después de socializarlos en esa condición-
ofrecerles algo mejor.
Por otro lado, el hambre, como necesidad
irrevocable de supervivencia de orden biológico, es engañada bajo los efectos
quÃmicos de sustancias psicoactivas, su aparición la mayorÃa de las veces
remite más a la inhalación que a buscar algo de alimento, no se trata de pasar
hambre sino de convencer aquella inexorabilidad vital de que se está “bien†e
incluso mejor bajo estos efectos, y aunque, esa, el hambre puede ser una de las
razones para abandonar ese nivel de excepcionalidad, muchas veces es mayor el
deseo de continuarlo, ¿acaso el niño da cuenta de su estado excepcional, libre
a la fácil muerte, bajo los efectos alucinógenos?, es un hecho, aquella forma
de vivir fuera de haber formado o socializado al sujeto de la calle bajo sus
propias reglas le indica que esa es la mejor o “única†manera de hacerlo.
Doparse tiene sentido, pues, se reduce y
ayuda a olvidar el hambre, también es un buen aliciente para sobrevivir al
desprecio e indiferencia de los otros, vivir la cruda realidad de la vida que
los contiene; ignorando que se les ignora, sobreviviendo a la situación de
excepcionalidad, en otro mundo, por el contrario ser dopados como se ha
vuelto costumbre para muchos de los niños y niñas de diversos estratos no es
una alternativa, a éstos niños no se les da fármacos como el metilfenidato
(Ritalina),
para que sus padres o el profesorado vivan y eduquen en tranquilidad –limitando
la hiperactividad patológica del niño- como recomendación del psiquiatra[12], ellos
buscan la calma en el sacol[13],
pues, ni el Estado, ni sus padres les compraran Ritalina para que se
concentren, no corran tanto, no griten, ellos se encargan de administrarse su
dosis para hacerse menos vulnerables al contexto y no más apreciables por
el mismo.
La excepcionalidad de sus vidas, su vida bajo
estado de excepción, es real en tanto desconocen otra forma de vida, saben que
son ignorados, desconocidos y extraños, solo y realmente existen cuando, en el
marco del neoliberalismo Estatal, la ley, por un lado, arriba mostrando,
creyendo y fantaseando con hacer de ellos, algo mejor, una ley que los
reconoce cuando, en aras de mostrarse benéfica y solidaria con las marginalidades,
invierte en esta niñez abandonada, invierte cuando hay fondos para hacerlo,
cuando se ve obligada por acuerdos nacionales e internacionales a mostrar que cumple,
que es benévola y no tiene ninguna culpabilidad de su estado, antes los
ayuda, los apoya, por otro lado, los reconoce en momentos de
anormalidad, es decir, acciones delictivas, anormales y peligrosas en contra
del orden público o de un ciudadano reconocido –con derechos-, en dicho
instante esos niños brillan como nunca y la policÃa acude a ellos para
normalizarlos represivamente, tomar medidas de protección a favor del orden y
nuevamente recordarles su condición después de algunos dÃas guardados en casas
de menores o prisiones infantiles, de esta forma la ley incluye excluyendo, se
trata de incluir la vida bajo una fuerza de ley habitante del estado
excepcional; fuerza de ley atenta a la anormalidad para hacerse real con miras
a dar continuidad a la excepción, pues, ésta es la única forma de dar prueba de
la existencia de la ley, al decir de Schmitt (citado en Munera, 2008;115) “La
excepción es más interesante que el caso normal. Lo normal no demuestra nada,
la excepción lo demuestra todo; no sólo confirma la regla sino que la regla
sólo vive gracias a aquellaâ€, asà las cosas, estos niños, son en la parte baja
del espacio excepcional, habitantes constantes de excepcionalidad.
La ley, Nuda vida (s) y fuerza de ley
en estado de excepcionalidad: los niños en situación de calle
La ley, esa que anda por la calle a veces
desconociendo lo que de ella se dice sobre el papel, no captura lo “realâ€,
pues, en momentos de excepcionalidad su función principal es, en aras de ir más
allá de eso que no puede capturar y resolver, hacerse presente a través de los
cuerpos de control y en uso o no de la violencia capturar lo “real†y controlar
o eliminar lo capturado en existencia de una fuerza de ley[14], por
tanto, es inevitable bajo esta perspectiva, que ella pase de largo sobre los
niños en situación de calle, a quienes no ve, no siente ni huele dado que en el
espacio excepcional de la sociedad actual, existen vitalidades a quienes sà se
debe controlar y capturar, por ejemplo, guerrilleros, narcotraficantes,
ladrones, pandilleros y polÃticos corruptos, entre otros, también, estudiantes
y profesores crÃticos de universidades publicas y privadas (Zambrano, 2011),
todos señalados como “terroristas†, a ellos, los niños en situación de calle,
no, por lo menos si no brillan mucho...
Lo paradójico es, que el derecho necesite de
la excepción para llegar a la vida, es decir, requiera de la suspensión de ley,
para en existencia de una fuerza de ley, capturar esa vida o vidas a controlar
dada su anormalidad; en esta perspectiva ¿Qué tipo de anormalidad busca?
¿Quiénes en este contexto excepcional son anormales? ¿A quiénes entiende y
considera como peligrosos? ¿Bajo cuáles criterios y acorde a cuáles intereses
se es anormal?, los niños en situación de calle, en este vacÃo, espacio de
anomia y confusión, si no brillan mucho, no son peligrosos, entonces, ¿qué son?
No obstante, en su individualidad como
habitantes de la excepcionalidad, su estado más real, puede ser identificado
bajo las consideraciones onticas que el filósofo Giorge Agamben enuncia como
Nuda vida o vida desnuda[15],
es decir, se escribe de un ser abandonado por la ley que lo protege, una ley
que existe mas no para ellos, es una ley en espacio excepcional que como
caracterÃstica particular renace en la emergencia, sólo ante los actos que
transciendan la normalidad, es decir el brillo de lo incorrecto; se trata de
una condición polÃtica que entiende la bios como la zoe -en su conjunto- en
vulnerabilidad, a disposición de muerte a través del medio excepcional que lo
rodea, sea, por un lado, debido a la amenaza de soberanÃa que refiere, en el
contexto actual no aún leviatán todo poderoso, sino a un cuasi soberano que a
orden de entidades internacionales (bancos y multinacionales), es cuerpo y ente
policiaco de control, o por otro lado a la peligrosidad del entorno, la calle
como espacio de lucha por la vida, lo cual según Daniel Florez, Ex -habitante
de la calle, entrevistado y principal relator testimonial del trabajo
periodÃstico de investigación de MarÃa Soledad Rico SanÃn, en su libro: “El
delito de existirâ€, significaba peligro
de:
"los
hombres vestidos de policÃa (que) avanzaban en motos a toda
velocidad, pasaban por encima de nosotros para..."limpiar" el lugar;
o el borracho que nos encendÃa a patadas porque sÃ, o el civil que desenfunda
el arma y disparaba como deshaciéndose de un animal con rabia, o el
dueño de apartamento de edificio lujoso que saca un balde con agua caliente
para zamparnos y destrozarnos las manos con las que escarbábamos las
basuras..." (Rico Sanin, 1993:76)
En este contexto, “La nuda vida es la
“vida sin valor†o “indigna de ser vividaâ€, la vida deja de ser polÃtica y
jurÃdicamente relevante, la vida a la que se le puede dar muerte sin cometer
homicidio†(Munera, 2008:27).
¿Crisis de los lugares de encierro o
ciudades educadoras e inclusivas?
A estos niños en situación de calle, no
llegan -y como caracterÃstica general de la sociedad actual- los saberes
disciplinarios y normalizadores ni los efectos de los mismos, -a excepción de
las “normas de la calleâ€[16]
que ellos mismos sostienen-, es decir, lo que para Foucault será la
regularización de la sociedad y en este caso por medio de las instituciones
modernas como la escuela a través del biopoder[17],
no logra su finalidad normalizadora y formativa, tal vez, como lo cita Larrosa
definiendo la infancia:
“No
obstante, y al mismo tiempo, la infancia es lo otro: lo que , siempre más allá
de cualquier intento de captura, inquieta la seguridad de nuestros saberes ,
cuestiona el poder de nuestras prácticas y abre un vacÃo en el que se abisma el
edificio bien construido de nuestras instituciones de acogidaâ€(Larrosa,
J,2000:166)
Pueda deberse a que no asisten a la
institución escolar, por tanto el saber de las ciencias humanas de carácter
moral, ético y cientÃfico, no los ha normalizado y aunque ésta los busca,
(proyectos como la Escuela busca al niño[18]
o algunas ONGS como la fundación Hogares Claret, Don Bosco, entre otras), ellos
escapan al aparato educativo, algo los aferra a su excepcionalidad, ellos vuelven
a ella[19].
En el lÃmite de la norma, si no están
normalizados, son patológicos; patologÃas vivientes de la sociedad normalizada,
como patologÃas pueden ser tratados bajo dos modalidades; la primera: su
reinserción al colectivo, lo que implica la normalización de sus prácticas de
vida, a su vez que el restablecimiento de sus derechos, -los derechos que no
tienen o supuestamente tenÃan se les restablecen-, al respecto comentaba, en El
mundo.com, Rubén
DarÃo Restrepo, Secretario de Bienestar Social de la AlcaldÃa de MedellÃn
(2009):
“Aparte
de estos programas, el municipio tiene lugares especÃficos en donde se atienden
los niños, niñas y adolescentes de la calle, además de que estamos trabajando
mancomunadamente con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) para
el restablecimiento total de sus derechos†(Cursiva mÃa)
Reinserción, normalización y restablecimiento de los
derechos perdidos, ausentes y olvidados por medio de instituciones
como la escuela, los centros de ayuda, las ONGS, la iglesia y hasta el
reformatorio, entre otras. La segunda modalidad: sino no se normalizan, su
diagnóstico seguro es, “una patologÃa incurableâ€; se le puede encerrar de por
vida, o se le deja desvitalizar bajo otras “leyesâ€, las de la calle, es decir,
la patologÃa se muere siendo muerta por su medio, o espera a que brille tanto
que se le de muerte por ser tan peligroso.
Schmitt (1998:78), haciendo alusión al estado
liberal que se rige por principios económicos, en una de sus funciones, facilitar
vivir o dejar morir, nombra esta caracterÃstica cruel, que es saber de la
muerte obligatoria sin el deber de actuar, pues, en una sociedad de
competencia, solo sobreviven los más aptos, los niños y niñas de la
calle no lo son, a ellos se les deja morir aunque haya necesidad de mostrar lo
contrario. Aquellos niños habitantes de la sociedad neoliberal actual, que a la
vez que normaliza, desnormaliza, socializa y prolifera niños en estado de
excepcionalidad; los niños y niñas de muchas zonas marginales y no marginales,
perviven en condiciones de pobreza, violencia, maltrato y desnutrición, entre
otras, lo que les facilita la inserción al nivel más bajo de excepcionalidad
infantil, vÃa abandono del hogar familiar o estructura social de acogida, entre
otras, instalándose en la desprotección y desamparo de la ley.
Las calles públicas, como lugar de todos y de
nadie, son el mejor ejemplo de la excepcionalidad infantil, en ella de
múltiples formas la niñez se subjetivaba adquiriendo prácticas de vida que en
la mayorÃa de los casos van en detrimento y degradación de su vitalidad, a su
vez y en contra -con mayor significación- de los idearios culturales de buenas
formas y buen vivir a seguir; la mendicidad, el robo, la delincuencia… los
acercan más, al pasar de los años, al brillo de lo ilegal, siendo asÃ,
reconocidos por la ley como anormalidades, que los declara objetivo a vigilar y
en sumo a castigar y encerrar. Estos niños socializados en y por las calles
cuyo rotulo más explÃcito es la excepcionalidad por naturaleza, son un poco,
actualmente, las más grandes victimas de su madre: como la araña que se
come sus crÃas, la sociedad neoliberal. Señalados por la ley que les abandonó
como peligrosos, ella vuelve a remediar su dejadez, no aliviándola, sino
controlándola definitivamente con el encierro o abandono al medio que le da
muerte.
Sobre lo anterior, reitero, es precisamente
ese espacio excepcional, de vivencia sin derechos, en el que otra autoridad,
habitante del lugar excepcional, pero con niveles de tolerancia regidos por los
idearios modernos del buen vivir, marca estas vitalidades con orden de
desvitalización[20],
relación entre autoridad no policiaca y cuerpos sin derechos que en la
excepcionalidad es común, en esta perspectiva, el asesinato de un mendigo es la
menos importante de las muertes, pues, ellos en el zócalo de la vida de
competencia, no son dignos ni aptos para la sobrevivencia, o se les deja morir
o son muertos en su hábitat.
Para finalizar
DÃas después, por las calles del centro de
MedellÃn, se ven a otros niños y niñas en similares condiciones, son 11, no
está aquel niño mencionado principio, son otros niños con un rango aproximado
de edad, entre los 8 y 13 años, se encuentran bajo una de las torres que
sostiene los rieles del moderno metro, en medio de la basura, los malos olores
producto de su y la orina y excremento de otros. Lo extraño, es que todos están
con su cuerpo hacia la calle, hacia la gente que camina por las aceras, no
están mirándose unos con otros ni reunidos en cÃrculo con sus cuerpos hacia el
interior, están mirando a la gente que pasa, luciendo su frasco o bolsa llena
de sacol, miran a las personas que los esquivan, a la policÃa que a su lado no
dice nada, ¿qué buscan sus miradas?, nadie los mira y ellos parecen no ver a
nadie, sólo, según su posición aseguran ser vistos, mas no reconocidos, si
estuviéramos en otro lugar, algún posible lugar que los reconociera, se
acercarÃan miles de personas educadas en el buen vivir y ante su situación les
preguntarÃan por su estado, por la razón de estar allÃ, por su apariencia, por
los niños y niñas más pequeñas, por el hambre y la inseguridad, pero allÃ
debajo del metro, en estado de excepcionalidad, siendo vistos por todos, nadie
los aborda, están ahà sin estar.
En este contexto, poco o nada tienen que
hacer los cuerpos de control, no disciplinan, no presionan ni intentan mantener
el orden, mientras los niños no existan, es decir, no brillen por su
anormalidad, no cometan errores que los pongan al descubierto de los otros,
mientras conserven su lugar excepcional libres de la ley, del orden, del
reconocimiento y la atención, todo está bien, ellos están ahà no estando y es
mejor asÃ, no se trata de estudiarlos ni de vigilarlos, menos de controlarlos,
sólo se necesita su visibilidad invisible, su vivencia con el cuerpo mas no con
el derecho de ser reconocidos como sujetos de derecho. Los cuerpos de control,
los que están allÃ, al lado de ellos paradójicamente muy cerca, a unos cuantos
metros, observan a la gente caminar, buscan el delito, el infractor de la ley,
al que se salga del orden, a su lado en el desorden reseñado por la ley, están
los niños de la calle que sin ser reconocidos continúan su vivencia
excepcional.
Sobre lo que pasa, tres pliegues conclusivos;
rostros y rarezas
1) La
normalización de la excepcionalidad en el marco del neoliberalismo (Iturralde,
2010) trae consigo, una “naturalización†de la excepcionalidad en la que viven
los niños en situación de calle. La relación de éstos con las condiciones de
existencia actual, esto es, la competitividad, es apenas innegable; su vida
pende del hilo frágil y vulnerable de la calle, la economÃa y la “limpieza
socialâ€; su existencia, es un –olvidar sabiendo que se olvidó- del
Estado, un pasar desapercibido para que este último no intente encarcelar y un estar visible para la gente que no los ve; su vitalidad está libre a la
fácil muerte.
2) A los niños en situación de calle, entre lo normal y lo anormal, no los caracteriza ni la diferencia ni igualdad, tampoco el reconocimiento, a lo mejor el olvido, la exclusión y el rechazo. Dado que una norma o preferencia de normalidad no condiciona o impone un efecto (Canguilhem, 1971:187), pero que antagónicamente si produce una anormalidad, es factible asegurar que entre aquella dualidad se encuentra la excepcionalidad. No se es normal ni anormal, el estado de excepcionalidad está presente, lo normal excluye lo que lo anormal también, ¿qué excluyen?, una excepcionalidad, algo a lo que no se puede regular, pero, tampoco, y a manos de un ente público como el Estado, eliminar.
3) La espacialidad excepcional, esto es, en estado de excepción, contiene a los niños en situación de calle en relación con una norma o ley “desaplicadaâ€, pueda ser, la Ley de Infancia y Adolescencia en Colombia, por el contrario, una norma “aplicadaâ€, es decir, en fuerza de ley (Agamben, 2004:62). La nuda vida o vida desnuda es más visible en cercanÃa a la anormalidad como bache, error o alarma del sistema, que a la normalidad, donde es, en este caso, rechazada o ignorada; siendo invisible para la gente del común y la mayorÃa del tiempo para los cuerpos de control, como representantes de la ley.
Ivannsan Zambrano
Gutiérrez
Investigador en formación Grupo Historia de
las Prácticas Pedagógicas (GHPP)
Ex –Representante Estudiantil Universidad
Distrital Francisco José de Caldas y suplente de Representación Estudiantil,
Lic. PedagogÃa Infantil. Facultad de Educación Universidad de Antioquia.
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