Revista de Ciencia Poltica
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Revista Nº14 " HOMENAJE I "

Resumen

 

El presente ensayo, es en cierta medida un homenaje y un recordatorio del cambio producido por el liderazgo de Néstor Carlos Kirchner en la República Argentina. A un poco más de un año de su fallecimiento, su legado político ha sido la revalorización de la política, reflejada en un nuevo país, pujante y soberano.

 

Abstract

 

This essay is, in a certain way, a tribute and a reminder of the change the leadership of Néstor Carlos Kirchner has brought to the Republic of Argentina. More than a year later after his death, his political legacy has been the renewed value of politics showed by a booming and sovereign country.

 

El legado de Néstor Kirchner, o la revalorización de la Política

 

Hernán Fair[1]

 

Una consternación y profunda tristeza me invadió en la mañana del miércoles 27 de octubre del 2010, cuando me enteré del prematuro fallecimiento del ex presidente de los argentinos, Néstor Kirchner. Trágico final para un hombre que literalmente dejó su vida por sus valores e ideales políticos. En este eje analítico es, precisamente, en el que quisiera centrarme en este breve ensayo conmemorativo, ensayo que iniciara en su escritura a los pocos días de su muerte, y que ahora retomo para concluir. No es intención de este trabajo, entonces, dar cuenta de un largo o corto recuento, o de una interpretación exhaustiva de sus hechos políticos más importantes durante su período de Gobierno (2003-2007). Entre ellos, claramente se destacarían la impresionante recuperación económica y social del país frente a la crisis casi terminal de diciembre del 2001, a partir de una oposición firme y decidida a las políticas neoliberales que empobrecieron al pueblo argentino entre 1976 y el 2001, y su indiscutible rol de liderazgo en la creación y recuperación de un marco de paz y gobernabilidad política duradera, que le permitió mantener altas tasas de respaldo popular. Además, un análisis integral no puede dejar de recordar su firme y activa política a favor de los Derechos Humanos y la búsqueda de Memoria, Justicia y Verdad, frente a los feroces crímenes de la última Dictadura cívico-militar y la vergüenza e impunidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final del alfonsinismo y los indultos del menemismo. Finalmente, otros hechos concretos y tangibles que merecen ser destacados son la modificación de la Corte Suprema “adicta” del menemismo, la fuerte integración regional con los países Latinoamericanos y la histórica reducción porcentual de la carga condicionante de la deuda externa.

 

Simplemente, lo que quiero enfatizar en este ensayo es que, para aquellos que consideran que todo es lo mismo, que las ideologías están muertas y todo da igual, que las políticas de izquierda y de derecha ya no tienen sentido, lo que pretendo señalar es que en realidad no todo lo es: no es lo mismo, ni mucho menos, neoliberalismo y Estado subsidiario en defensa de los sectores de mayor poder económico, que recuperación del Estado social interventor y regulador para los sectores que menos tienen (y más lo necesitan para su supervivencia). No es lo mismo los ajustes permanentes sobre los sectores menos favorecidos, que el incremento de la inversión pública social; la reducción de salarios, que su incremento vía paritarias y negociaciones permanentes; los indultos a los militares responsables de Terrorismo de Estado, que su juzgamiento y establecimiento en cárcel común; la “reconciliación” con los principales ideólogos de la Dictadura, que el bajar el cuadro del dictador Videla del Colegio militar y crear el museo de la ESMA; la desocupación del 25% y la pobreza del orden del 53% de la población, que la firme recuperación del empleo y la dignidad del trabajo iniciada en el 2003; el 1 a 1, con su paridad fija sobrevaluada, que un tipo de cambio competitivo con flotación administrada que incentiva la producción y el desarrollo de la industria nacional a partir de la sustitución de importaciones y la exportación; la privatización compulsiva de las empresas públicas, que la nacionalización de las empresas estratégicas; la flexibilización laboral y los salarios y jubilaciones “congeladas” o directamente reducidas (13%), que la implementación de mejores salarios y jubilaciones. Tampoco es lo mismo el arrodillamiento vergonzoso ante las “recomendaciones” del FMI, los Estados Unidos y el establishment internacional, que el fin de las relaciones “carnales” y la subordinación permanente a sus dictados. En ese contexto, no es lo mismo inserción internacional en el marco de una sumisión claudicante ante los países centrales, que la ansiada unidad latinoamericana con los gobiernos progresistas de la región y la recuperación de la soberanía económica y la independencia política. Finalmente, no es lo mismo la Corte Suprema de Justicia “adicta” y corrupta del menemismo, que la renovación de la Corte, con sus prestigiosos integrantes actuales, reconocidos, incluso, por sus más furiosos opositores.

 

Todas estas fronteras políticas tangibles entre el neoliberalismo menemista y el neokeynesianismo kirchnerista, la privatización versus la nacionalización, la apertura comercial versus la protección industrial, la flexibilización laboral y el congelamiento de salarios versus las paritarias y los incrementos salariales, el ajuste del gasto público social versus el incremento de la inversión pública, el desempleo y subempleo masivo versus el incremento del empleo a partir de la creación de millones de puestos de trabajo, la ficción del 1 a 1 sobrevaluado, versus un tipo de cambio competitivo y con orientación exportadora. Y también, la frontera entre una corte adicta al poder versus una corte independiente y prestigiosa, las relaciones “carnales” con Estados Unidos versus la relación de respeto mutuo, el pago religioso al FMI y la aplicación de sus recetas ortodoxas, versus la independencia del FMI. Finalmente, los indultos y la idea de “reconciliación” versus el juzgamiento a los militares y la política de la memoria, justicia y verdad para los crímenes de la Dictadura, así como el abrazo simbólico con Isaac Rojas, versus la eliminación del cuadro de Videla y la creación de un museo en la ESMA y un feriado conmemorativo del 24 de marzo.

 

Todas estas fronteras, decía, pueden ser resumidas en la doble confrontación cultural y política en relación a la vergüenza que significó el menemismo y su neoliberalismo atroz, y en relación a la trágica y feroz Dictadura cívico militar y su bestial impunidad. Cada una de estas contraposiciones se consolidó, no sin algunas contradicciones, desde el año 2007, a partir de la asunción del actual gobierno democrático presidido por Cristina Fernández. De todos modos, en este breve ensayo no quisiera hacer mención específicamente a estos cambios tangibles y concretos que se oponen de forma irreconciliable a los ideólogos neoliberales de un mundo sin la presencia de cosmovisiones y proyectos concretos de país que resultan antagónicos. Un mundo que se pretende utópicamente sin sectores históricamente dominantes y dominados, sin explotadores y poderes concentrados y explotados y discriminados, que nada tienen que perder más que su vida y su dignidad arrebatada. Existe, creo, un elemento que es central y que, sin embargo, no se encuentra de ningún modo desligado de los anteriores. Es más, constituye el núcleo nodal de lo que se encuentra en juego desde la emergencia de estos diversos líderes nacional-populares, de izquierda nacional, progresistas, o de centroizquierda, que han emergido a comienzos de este siglo como oposición a la feroz dictadura del mercado liberalizado y el pensamiento único neoliberal. Sin pretender originalidad, ese elemento central, que permite entender todo el proceso de cambio, es la recuperación o, mejor dicho, la revalorización de la política. A partir de ahora, lo voy a escribir con mayúscula, ya que se trata, en realidad, de una verdadera revalorización de la Política, con todo lo que ello implica de positivo para las sociedades y pueblos que requieren de ella como el agua.

 

Históricamente, aunque en particular en las últimas décadas, la política ha sido vinculada en nuestro país a cuestiones de orden negativas. Sin pensar mucho, se la relaciona con la corrupción, las habituales mentiras y manipulaciones de los políticos y la impunidad. En ese marco, la política no puede ser más que defensa de intereses particulares o personales, chantaje, pura retórica vacía o edulcorada con lindas frases marketineras. En la política siempre hay algo que se esconde, un detrás o pantalla que nos estaría ocultando la real realidad del poder y la dominación. Un poder que, desde esta concepción, claramente se encuentra depositado en los políticos y en la partidocracia del Congreso, lugar donde, con la excusa del debate de ideas, se hace política para buscar todos los medios disponibles para enriquecerse de forma personal y enriquecer, al mismo tiempo, a los familiares, amigos y conocidos.

 

Como toda creencia parcialmente sedimentada, esta creencia extendida tiene un firme asidero en la realidad práctica. En efecto, la política tiene una cuota de seducción ante el público, aunque debemos reconocer que todos, en mayor o menor grado, hacemos o intentamos hacer esa seducción en nuestras relaciones interpersonales (por ejemplo, en una relación amorosa, o en una entrevista de trabajo). También tiene un importante elemento realista de lucha por el poder, al menos si tomamos en cuenta la antropología negativa del hombre que lleva inherente nuestro enfoque crítico. Finalmente, en países como el nuestro, la vinculación de la política con los políticos, y de estos con la manipulación, la corrupción y el enriquecimiento personal, tiene largos y lamentables antecedentes. La cuestión, sin embargo, es más compleja de lo que parece, ya que, de forma corriente, la política deja de ser vinculada únicamente a cierta seducción inherente, o a una mera lucha por alcanzar los beneficios ligados al poder, para ser relacionada con otros “valores” muy ajenos a su concepción. Me refiero a los adjetivos negativos antes mencionados, relacionados con la mentira, el ocultamiento, la corrupción, el nepotismo y la defensa única de intereses personales, entre los que podemos destacar el enriquecimiento particular a cualquier costo y con total impunidad. Todas estas cuestiones, pese a que realizan una clara generalización injusta (como toda generalización) de lo que se considera despectivamente como la “clase política”, tienen como eje de apoyo un error conceptual. Básicamente, el de confundir a los políticos, o a ciertos políticos “realmente existentes”, con la especificidad de la política.

 

Debemos reconocer que lo que han hecho muchos políticos históricamente en nuestro país, y no sólo en el nuestro, ha sido mentir, enriquecerse y enriquecer a sus familiares y amigos y alejarse de las demandas postergadas de quienes los eligieron, defraudando a sus electores y al conjunto de la sociedad. Sin ser exhaustivos, el ex presidente Raúl Alfonsín prometió que con la democracia se iba a comer, educar y curar y que “la Casa estaba en orden”, mientras que su gobierno dejó una crisis hiperinflacionaria caótica en 1989, y un acuerdo con los militares “carapintadas”, que fue visto por gran parte de la sociedad como una traición al famoso “Felices pascuas, la casa está en orden”, con el que el dirigente radical se despidió de su discurso en la Plaza de Mayo en abril de 1987. Desde el trabajo inicial de Oscar Landi, hasta la fecha, numerosos estudios han demostrado el fuerte impacto negativo que generó la promesa alfonsinista incumplida sobre el valor articulador de la palabra política. Y ello porque, como lo destaca la teoría de los actos de habla de John Austin, la promesa es mucho más que palabras vacías y sin sentido. La promesa, esa maravillosa creación del hombre que tan bien señalara Hannah Arendt, exige su cumplimiento efectivo, por lo que su incumplimiento, para el discurso político, puede generar, como en aquella ocasión, una desafección generalizada de la sociedad, que depositó su fe y esperanza en las palabras del líder.

 

Con la asunción de Carlos Menem, la esperanza popular se renovó. En 1989, el entonces candidato justicialista de origen riojano vociferaba con sus largas patillas su deseo de realizar una Revolución productiva y un Salariazo que lo asemejaba a las clásicas banderas del populismo nacional del primer peronismo. Una vez en el poder, el desconcierto que generó su alianza con los enemigos históricos de su partido-movimiento (Bunge y Born, la Ucedé) fue mayúscula. Se habló, y mucho, de traición a los ideales históricos de Perón y Evita. Al mismo tiempo, para complicar el panorama, la corrupción y el nepotismo de su gobierno fueron siderales. Finalmente, la frivolización de la política, con su lógica del “Pizza con champán” y las contradicciones ideológicas permanentes, que predominaron como nunca en esa época, marcó un punto de inflexión en lo que hasta allí significaba la política en tanto debate público de ideas y defensa programática.

 

Precisamente, el tema de la honestidad, en oposición a la corrupción, fue el eje dominante con el que en 1999 asumió el poder Fernando de la Rúa. Como la Ley de Convertibilidad (paridad cambiaria fija establecida en abril de 1991) se transformó con el tiempo en un modelo socioeconómico intocable, por temor a los efectos regresivos de una posible devaluación, y sus palpables efectos de estabilización económica y social muy pocos querían poner en cuestión frente al recuerdo caótico de la hiperinflación anterior, el eje de la promesa delarruista giró en torno a una mayor honestidad y ética en la función pública, manteniendo el modelo de acumulación neoliberal que había desarrollado su antecesor, y que parecía ir por buen camino hacia esa Argentina “moderna” e “integrada al mundo”.

 

El episodio de las coimas en el Senado del 2000, más allá de la promesa incumplida de vender el avión presidencial (el “Tango 01”), marcó los límites de la promesa de oponerse a la “Fiesta menemista”. Dentro de la propia frontera se colaba nuevamente el sucio tema de la política y su íntima relación con la corrupción, la impunidad y el enriquecimiento personal. Pero el eje que era intocable, el modelo de Convertibilidad, sería el que terminaría por desencadenar el final de la experiencia delarruista. Una economía que, tras la devaluación monetaria de Brasil de 1999, ya no podía mantener en pie la fantasía del 1 a 1, lo que se expresaría sintomáticamente en un crecimiento consistente de la desocupación y subocupación, la pobreza y la indigencia, además de la inequidad distributiva. El resultado de este proceso de creciente decadencia sería un simultáneo incremento del descontento popular, que se pondría de manifiesto en toda su magnitud en las elecciones legislativas de octubre del 2001 y su famoso “voto bronca”. Dos meses después, la ciudadanía literalmente derrumbaría al gobierno de origen radical, con su famosa movilización popular contra la confiscación de los ahorros de la clase media y alta.

 

Haciendo una pequeña digresión, quisiera señalar lo llamativo que resulta que aun se piense que la causa que llevó a la implementación confiscatoria del “corralito” fue alguna cuestión económica no del todo resuelta, o bien la corrupción gubernamental. En todos los casos, lo más interesante y curioso de notar es su desvinculación con la aplicación sistemática de las políticas regresivas neoliberales que, tras más de 25 años, llegaron a su fin en diciembre del 2001 o, más precisamente, en mayo del 2003, con la asunción de los K. Esta no articulación de un relato coherente de por qué se llegó realmente a la trágica crisis del 2001 se manifiesta claramente cuando se observa que, en las elecciones presidenciales realizadas durante el 2003, se volvió a votar como presidente a Menem, al punto tal de que si no hubiera habido ballotage (paradójicamente, incorporado durante la primera presidencia de Menem), el que hubiera gobernado el país a partir del 2003 hubiera sido el propio Menem. No está de más recordar que en esos años Menem, de un modo similar al candidato que salió tercero, Ricardo López Murphy, prometía dolarizar la economía, es decir, entregar la poca soberanía política que aun le restaba al país a manos de Estados Unidos, y profundizar la integración al proyecto de libre comercio del ALCA, con la consecuente renuncia absoluta a la independencia económica, por no decir la claudicación final a todo atisbo de recuperación de la justicia social que legara como premisa de base el peronismo histórico.

 

De todos modos, más allá de esta falta de un verdadero “atravesar la fantasía” (de traspasar el fantasma que estructura la realidad, en el sentido lacaniano) que nos señala el psicoanálisis como condición de posibilidad para superar el trauma, lo interesante de este recorrido vertiginoso es situarnos en lo que representaba y caracterizaba a nuestro país, si es que podemos llamarlo así, hace tan sólo una década. Un país que prácticamente dejaba de serlo, o sólo lo era en sentido formal. Sin soberanía nacional e independencia económica, socavada internamente por los poderes económicos de las corporaciones y externamente por los poderes de Estados Unidos y los organismos multilaterales. Sin justicia social, con una sociedad sumida en la más absoluta desolación y tristeza y sin un vínculo básico entre representantes y representados, con una sociedad civil fragmentada y caracterizada por una profunda desconfianza hacia sus representantes y hacia las propias instituciones representativas.

 

En ese contexto desolador, en el que la Argentina como Estado-Nación parecía ir hacia su transformación en una semi-colonia de los Estados Unidos, y la mayoría de su población caía y era dejada a la intemperie en la más absoluta pobreza, parecía que la respuesta sólo podía ser la salida hacia el abismo de un nuevo Golpe de Estado. Sin embargo, la ciudadanía ni siquiera quería eso, pese a que algunos lo interpretaron así (“Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”). Sólo pretendía que se fueran todos los políticos, que no habían hecho más que defraudar a la sociedad con sus promesas incumplidas, su traición al pueblo, su enriquecimiento personal, su impunidad manifiesta y sus políticas centradas en los intereses del establishment.

 

La situación durante el año 2002, con Eduardo Duhalde como nuevo presidente provisional, continuó con muchos vaivenes que, a pesar de iniciar la recuperación económica y social -producto, en gran medida, de los efectos positivos de la devaluación monetaria sobre el desarrollo industrial y las exportaciones- no dejaron de incluir nuevamente la represión de la protesta social (masacre de Puente Pueyrredón de los militantes Kostecky y Santillán). El saldo de estos fantasmas del pasado serían decenas de muertos inocentes, consecuencia, primero, de la feroz represión de la movilización social del 19 y 20 de diciembre de 2001 que había dejado como herencia de De la Rúa, y luego, de las dos muertes referidas del Puente Pueyrredón de junio de 2002 de Duhalde, que concluyeron, finalmente, en el adelantamiento de la fecha de elecciones presidenciales.

 

Es en ese panorama triste y desolador que asume un flaco y desgarbado líder proveniente del sur del país, un desconocido “delfín” de Duhalde que hasta entonces gobernaba la patagónica provincia de Santa Cruz. Este ignoto dirigente parecía destinado a repetir la historia, con sus promesas demagógicas de campaña sobre la supuesta recuperación de un modelo de industrialización y de trabajo para todos los argentinos. Sin embargo, el rechazo a la figura de Menem, a aquel político por excelencia, el traidor, corrupto y “vendepatria” que algunos señalaban como culpable del desastre del 2001, era mayor. Así, con mucha suerte, y algo de lógica política, el “chirolita” de Duhalde, como lo denominarían maliciosamente algunos intelectuales orgánicos del establishment, asumiría el poder un 25 de mayo del 2003 con una legitimidad de origen que orillaba tan solo el 25% de la población.

 

La épica acompañó a Néstor Kirchner desde su asunción. Con la recordada sangre en su frente, tras un accidentado choque con un camarógrafo que cubría su asunción. También lo acompañó la rebeldía, con su saco desabrochado, su andar desgarbado, su pelo al viento y desarreglado, su juego inicial con el bastón presidencial. Ya desde los inicios parecía que estábamos en presencia de un líder diferente. Incluso, recuerdo, se generó mucha expectativa social por el “pingüino” que venía con aires nuevos desde el “sur” del país. Con sus “verdades relativas” y su promesa de restituir la política, como señalaría en su discurso de asunción. Pero, ¿qué política podía restablecerse, si la política no puede ser más que sinónimo de defensa de intereses personales, enriquecimiento personal, impunidad, mentiras y ocultamiento? Aquí ingresamos nuevamente en el punto nodal de este trabajo. La Política, aunque relacionada en muchos países, entre ellos el nuestro, a esos “valores”, lejos está de representar eso. La Política, vale la pena recordarlo, nació en la Grecia antigua como una actividad compartida y pública relacionada con el bien de la polis, con el bien de la comunidad. La Política, además, no es igual a los políticos. Primera cuestión a dejar en claro. Si bien es cierto, como señalamos, que la política implica la seducción de “venderse” ante la audiencia, ello es, o debería ser, sólo un medio circunstancial para alcanzar un fin general y más trascendente que es lo que definimos como la búsqueda del bien común. Es lo que Rousseau, paladín de la democracia moderna, denominaba la “voluntad general”, que era la voluntad del Pueblo como soberano y Gramsci, desde otra concepción, vinculaba a la formación de una “voluntad colectiva” de raíz “nacional y popular”. La Política implica la búsqueda de un proyecto colectivo y horizontal de defensa de las demandas y valores del conjunto de sus integrantes. Complejo problema en sociedades con amplios y fragmentados intereses, valores y demandas que muchas veces entran en contradicción entre sí. Los representantes políticos, precisamente, son los servidores del Pueblo, los que deben escuchar y satisfacer las múltiples demandas que estos últimos les dirigen.

 

La principal demanda de fines del 2001 y comienzos del 2002 era “que se vayan todos”. Que se vayan, porque no habían logrado satisfacer los derechos básicos, el derecho a una vida digna, con trabajo, educación, salud. También era una demanda de dirigentes de partidos tradicionales que sólo se habían enriquecido personalmente, que decían una cosa y hacían otra, o que traicionaban las banderas históricas de sus partidos.

 

Con el ascenso de Néstor Kirchner, la economía logró ser rápidamente estabilizada, así como la situación de caos y anomia social. Se impuso, así, un orden que otorgó paz y gobernabilidad política y mejoras socio laborales tangibles y concretas para gran parte de la población. Se crearon millones de puestos de trabajo, se incrementaron los salarios y jubilaciones a montos razonables, se apoyó el desarrollo industrial y científico, se mejoró macroeconómicamente, con una inédita reducción del índice de endeudamiento externo en relación al Producto Bruto Interno y una inédita mejora de todos los indicadores económicos (consumo, inversión, demanda) y sociales (desempleo, subempleo, pobreza, indigencia). Al mismo tiempo, se fomentó una activa y vigorosa política de defensa de los Derechos Humanos que claramente se ubicó a la izquierda, e hizo más, de lo que podían constituir las demandas sociales de la mayoría de la población. Me atrevo a decir, nuevamente sin ser original, que, en el campo socioeconómico y de defensa de los Derechos Humanos, Néstor Kirchner fue el mejor presidente que hemos tenido en los últimos 50 años.

 

Creo que Kirchner ha logrado, no sólo mediante su discurso progresista y sus actos simbólicos de reparación, sino también mediante prácticas políticas concretas y tangibles, recuperar con coherencia ideológica los principios doctrinarios básicos del peronismo histórico, basados en la independencia económica, la soberanía política y la justicia social. En ese sentido, pese a que es imposible realizar una demarcación objetiva, y pese a que algunos indicadores socioeconómicos (especialmente, el nivel de inequidad distributiva y trabajo informal) y algunas alianzas con sectores que no son precisamente “progresistas” (como algunos sindicalistas y gobernadores peronistas), pueden expresar lo contrario, entiendo que lo que permiten, en cambio, es remarcar los matices que se hacen presentes en todo proceso político. En ese contexto, me animo a decir que Kirchner fue un presidente que, no sin importantes contradicciones, puede ser situado no sólo dentro de la izquierda del peronismo, sino también como un líder de centro-izquierda o, como lo definen los peronistas, como un dirigente nacional y popular auténtico, un verdadero líder de la izquierda nacional que logró trascender con hechos palpables lo meramente retórico.

 

No obstante, como dije al comienzo, la intención de este ensayo no es hacer un recorrido por los principales elementos que definieron lo que Nun hace un tiempo señalaba atinadamente como un “nacionalismo sano”. El elemento más interesante e importante del recordado gobierno de Néstor Kirchner fue su revalorización de la política, o, mejor aún, su revalorización y enaltecimiento de la Política. Una Política que, a diferencia de la sigla K, que, en una intencional maniobra mediática iniciada en 2008, pasó de ser positiva (recuerdo que algunos lo asociaban inicialmente a la K de Keynes), a ser vinculada a una cuestión puramente negativa y descalificadora, recuperó su protagonismo. ¿Cuál protagonismo? El que la vincula con el debate público enmarcado en la presencia de ideas antagónicas y, sobre todo, el de la búsqueda de un proyecto colectivo e igualitario de transformación radical que logra satisfacer las múltiples demandas sociales insatisfechas de la población, con particular énfasis en las demandas insatisfechas de los sectores populares. Es el proyecto de una democracia entendida como el gobierno del Pueblo y para el Pueblo, por la vía inevitable de representantes populares electos democráticamente por la ciudadanía.

 

Ahora bien, la Política no sólo fue revalorizada de este modo, frente a aquellos sectores que la niegan en busca de una utópica reconciliación consensual. Lo fue también a través de una recuperación histórica del significado de la palabra política. La palabra del líder recuperó esa fuerza ilocucionaria que permitía emocionar y generar identificaciones colectivas capaces de movilizar a la ciudadanía en torno a ideales compartidos. Ideales, por ejemplo, como la independencia económica, la soberanía política y la justicia social, que históricamente eran la bandera que identificaba al peronismo. Pero también, ideales más generales que exceden al peronismo, y que han costado la vida de miles de militantes a lo largo de nuestra historia, como el valor universal de la igualdad, la solidaridad, la paz y la democratización social. Una revalorización de la palabra política que permite confiar en que no existe una distancia flagrante entre el decir y el hacer, entre la lógica militante y con convicciones y la acción concreta a favor de la sociedad[2]. Este “ethos militante”, que se ha destacado como su valor supremo, tiene la importancia de haber revalorizado a la Política militante y apasionada de otros tiempos, frente a la noventista dominación de los tecnócratas, aquellos economistas iluminados de presunto saber superior que, bajo el manto de la racionalidad y objetividad en la gestión de lo público, no hicieron más que desprestigiar a la Política en su medio más importante para alcanzar el bien común, que es transformando en sentido progresista y radical la realidad social.

En efecto, para alcanzar el bien de la comunidad, resulta necesario transformar la realidad. La Política, precisamente, es una herramienta que, siempre en el marco de un proyecto colectivo, permite modificar la realidad. Resulta claro que, a primera vista, permite modificarla por diferentes vías. La elegida por el gobierno de Néstor Kirchner fue la que priorizó sin dudar a los que menos tienen. La que dejó de favorecer prioritariamente los intereses de los sectores dominantes, como había sido moneda corriente al menos entre 1987 y el 2002, para favorecer a los desposeídos, a los incontados, a los sectores subalternos que no tienen el poder de expresarse más allá de su voz y su voto.

 

Siempre nos vemos obligados a elegir, implícita o explícitamente, si pretendemos identificarnos y defender a los que más tienen, a los sectores concentrados y con privilegios, o bien identificarnos y defender a los que menos tienen, al Pueblo, a los olvidados, resignados y discriminados. Debemos elegir, y de hecho siempre lo hacemos, entre defender a los trabajadores y a los sectores populares, o defender a los grandes empresarios y las corporaciones. Entre identificarnos con los sectores históricamente dominantes y explotadores, los dueños de la tierra y el capital, o priorizar la defensa de los dominados, explotados y olvidados por la historia oficial. Entre defender los privilegios, o bien la igualdad y la democracia. Claramente, si bien con inevitables marchas y contramarchas, vacilaciones y contradicciones, creo sinceramente que a partir del 2003 se decidió priorizar en todo sentido a los que menos tienen. Y ello sólo se pudo hacer con decisión política y mucho coraje y valentía democratizadora para enfrentarse a los intereses dominantes que siempre se resisten y resistirán a perder sus históricos privilegios.

 

Como en ningún momento, pese a los vaivenes, se claudicó en la defensa de esas banderas políticas, banderas que se extendieron a los más grandes poderes político-económicos, desde el empresariado local más concentrado y el establishment internacional, hasta la Iglesia y las Fuerzas Armadas, se logró recrear con valentía y coraje el fracturado vínculo entre representantes y representados, entre el líder y su pueblo. Con ello, se revalorizó a la Política en su capacidad de transformar crítica y radicalmente la realidad social, y se recuperó a la palabra política como capacidad de debatir ideas antagónicas en un marco de respeto y fomento a la pluralidad.

 

Pero además, creo que se produjo una tercera, y no menos importante, revalorización de la Política, esta vez, en el sentido lacaniano de hacer lo imposible, de “patear el tablero”. Es esta Política audaz y corajuda la que permitió a Kirchner decir “bajen ese cuadro”, por el cuadro de Videla, o a atreverse a decirles a los dueños del capital que la Argentina dejaba de ser esclava de las imposiciones del establishment financiero internacional. Se pasó, así, del mítico Fin de la Historia y la administración iluminada de los tecnócratas consensualistas al servicio de los tradicionales sectores dominantes, al gobierno de la decisión política a favor de los desposeídos y el debate político acerca de la democratización de la democracia, en el marco de proyectos antagónicos e irreconciliables sobre la marcha del país.

El ethos militante de Kirchner, ese ethos inclaudicante que se remonta a sus comienzos de militancia en los años ´70 en la Juventud Peronista, ha sido tan fuerte y decidido que creo que, literalmente, podemos decir que el ex Presidente dejó la vida por sus valores e ideales. Su zoon politikon, su animal político, terminó por destruirlo, como metáfora perfecta de aquella forma de vida tan valorada hasta la trágica Dictadura cívico-militar, y tan denostada desde entonces por los poderes concentrados como modo implícito de disciplinar la lucha y las reivindicaciones populares.

 

El legado más importante de Kirchner, entonces, es la revalorización de la importancia de la Política. Dos acontecimientos concretos, entre muchos otros, ponen de manifiesto, en toda su magnitud, este legado. El primero, la recuperación de las movilizaciones activas a Plaza de Mayo en defensa de los derechos sociales y laborales de los trabajadores y minorías, ya sea la ley de democratización de los medios, el matrimonio igualitario o la defensa de la educación pública. El segundo, la masiva y totalmente espontánea concurrencia que ha generado su trágico fallecimiento. Ambos elementos ponen de manifiesto, muy a pesar de las corporaciones empresariales (entre ellas, la corporación mediática) que la Política ha recuperado las calles, que la militancia activa y sus deseos de transformar radicalmente el mundo vuelven a la escena, frente a aquellos poderes que desean mantener como sea sus históricos privilegios. Un mundo en el que las ideas y valores políticos vuelven a tener un protagonismo transformador, aunque esta vez en sentido progresista e igualitario, frente a la política regresiva y la lógica dictatorial y segregada de transformación del neoliberalismo y su pensamiento único. Una política democratizadora y popular en la que la palabra “crispación” adquiere sentido solamente con una negación de lo que en verdad significa, la pasión de y por Cris, la “(cris) pasión” militante que ha retornado por la actividad política y que las almas bellas racionalistas no pueden entender, reducidas a pensar que lo único que puede movilizar colectivamente a la sociedad es “un pancho y una coca”.

Es la recuperación de la pasión humana y la racionalidad crítica por un verdadero proyecto colectivo e incluyente de transformación social que ha dado vuelta el significado asociado a la política en mucha gente que desconfiaba de aquella, para revalorizar la importancia de la militancia, el debate y combate plural de ideas y proyectos colectivos, la necesaria rebeldía y la crítica social al modelo de dominación. Una crítica política y cultural tendiente a modificar radicalmente la sociedad, pero ya no para que nada cambie, para que dominen veladamente los mismos de siempre, como fue el intento gatopardista del gobierno de De la Rúa, sino más bien para terminar con toda forma de opresión y explotación económica, política, social y cultural de los sectores que históricamente han poseído y poseen el poder, aquellos sectores privilegiados que sólo pretenden mantener y perpetuar su histórica y brutal dominación. Señores, como nunca en mucho tiempo, se ha revalorizado y enaltecido el significado que adquiere la Política. Y para este logro popular y colectivo fue crucial la incansable lucha transformadora que llevó a cabo el pingüino del sur, que ahora nos ha dejado en cuerpo para siempre. Sin embargo, nos deja como herencia su proyecto, su rebeldía y sus convicciones profundas. Algunas veces me pregunto por qué los políticos que denigran a la Política desde la propia política para ponerla al servicio de la dominación de los sectores privilegiados, los Videla, Margaret Thatcher, Pinochet, Reagan, Menem, De la Rúa, suelen tener una larga vida, y muchos de los más fieles defensores de la Política como praxis transformadora de toda forma de injusticia y dominación, suelen morir tan jóvenes. Quizás porque, pese a sus imperfecciones, sólo los que defienden de verdad ideas y valores que los trascienden, los que priorizan proyectos colectivos de democratización social, en lugar de pensar en las mejores fórmulas y técnicas marketineras de manipulación ideológica para gestionar sin conflictos desde arriba, tienen la pasión y las convicciones necesarias para morir tan jóvenes por sus ideales. Néstor Kirchner ha muerto, pero su legado recién comienza, dejando un camino que muchos no dejarán morir.

 

"Quisiera que me recuerden, sin llorar ni lamentarse. Quisiera que me recuerden, por haber hecho caminos, por haber marcado un rumbo, porque emocioné su alma, porque se sintieron queridos, protegidos y ayudados, porque nunca los dejé solos, porque interpreté sus ansias, porque canalicé su amor. Quisiera que me recuerden junto a la risa de los felices, la seguridad de los justos, el sufrimiento de los humildes. Quisiera que me recuerden, con piedad por mis errores, con comprensión por mis debilidades, con cariño por mis virtudes. Si no es así, prefiero el olvido, que será el más duro castigo por no cumplir con mi deber de hombre".

 

Poema del detenido desaparecido Joaquín Areta, leído por Néstor Kirchner en la Feria del Libro de Buenos Aires del año 2005. Disponible en http://www.youtube.com/watch?v=1ponih2NAwQ

 

Este ensayo fue publicado también en la revista Globalización. URL: http://rcci.net/globalizacion/2011/fg1247.htm

 



[1] Magíster en Ciencia Política y Sociología (FLACSO Argentina), Becario doctoral (CONICET-UNGS), Doctorando en Ciencias Sociales (UBA). Autor, en esta misma Revista, de “El legado político de Raúl Alfonsín”, Número 9, Marzo de 2010. Disponible en http://www.revcienciapolitica.com.ar/ediciones.php

[2] Aquí resulta importante destacar dos puntos, ya que suelen ser moneda corriente de la crítica ideológica al kirchnerismo. En primer lugar, se ha señalado que Néstor Kirchner se enriqueció durante la Dictadura cívico-militar y que no militó a favor de los Derechos Humanos, sino hasta su llegada al poder. Aunque el primer punto parece ser cierto, amén de que el enriquecimiento parece haber sido realizado por medios lícitos, el segundo no lo es, en tanto ha aparecido recientemente un archivo del año 1983 que, a diferencia de gran parte de los dirigentes ortodoxos de su partido de aquéllos años, muestra a un joven Néstor, junto a su joven pareja Cristina, criticando al llamado Proceso, e incluso pidiendo el juzgamiento a los máximos responsables del Terrorismo de Estado. El mismo puede verse en el siguiente link: http://www.youtube.com/watch?v=siuGYpy-G3A. El segundo punto conflictivo es la relación de Kirchner con el menemismo. Se ha señalado que Néstor Kirchner fue menemista, dejando como constancia el apoyo de aquel a su Gobierno (al respecto, véase http://www.youtube.com/watch?v=A8ge9L1BGi8). En relación a este punto, se debe reconocer que, en el momento de hacerse la privatización de YPF, el kirchnerismo respaldó al oficialismo debido, como el propio Kirchner asume en el video, a los beneficios que los fondos de la coparticipación y regalías derivadas de su futura privatización le otorgaran a su provincia. Debemos mencionar, en ese sentido, que, según consta en los anexos del discurso presidencial de Menem del 1 de marzo de 1995 ante el Congreso Nacional, un 29% de las ganancias por la venta de YPF fue a las provincias en concepto de regalías hidrocarburíferas (Anexos al discurso presidencial de Menem, 1995, p. 324). No obstante ello, sería un error creer que este apoyo resume una identificación directa de Kirchner con el menemismo. Como una prueba de ello, en un archivo del diario Página 12 del 30 de junio de 1994 por motivo de una reunión privada entre el entonces presidente Menem y el gobernador santacruceño, Néstor Kirchner le confesará lo siguiente: “Yo no le voy a mentir. Nunca fui menemista. No puedo venir como un converso” (citado en Página 12, 30/06/94).