Tesis presentada en el Instituto Universitario ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas) para la Maestría en Economía y Ciencias Políticas, en 2010.
RESUMEN
En este trabajo se realiza un análisis comparativo entre la Razón Liberal y la Razón Populista. Se enfocará al populismo desde la visión positiva de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, y al liberalismo desde autores como Hayek, Mises, Nozick, Buchanan, Friedman, etc. Se busca poner de relieve los diferentes pilares sobre los que se basan ambas ideas a nivel metodológico, social, político, económico, etc., lo cual permite comprender las ideas fundamentales que dieron origen a estas dos visiones.
ABSTRACT
The present paper performs a comparative analysis between Liberal Reason and Populist Reason. Populism is analyzed through the positive perspectives of Ernesto Laclau and Chantal Mouffe, while liberalism is examined through the opinion of authors such as Hayek, Mises, Nozick, Buchanan and Friedman. Its aim is to highlight the different pillars on which both ideologies are based at the methodological, social, political and financial levels, among others. Such analysis affords a better understanding of the fundamental ideas that gave rise to these two views.
Razón Liberal y Razón Populista
Un análisis comparativo
Por: Mg. Leticia Bontempo *
Agradezco a mi directora de tesis, Dra. Alejandra Salinas, quien me guió y fue eje central en la realización de esta tesis, y al Dr. Gabriel Zanotti, quien me asesoró y ayudó en el desarrollo de este trabajo. También llevo mi gratitud hacía la Prosecretaria Académica de Posgrados del Instituto Eseade, Mónica Carracedo, quién me alentó en todas las instancias de la Maestría.
I. Introducción
En esta investigación se llevará a cabo un análisis comparativo entre dos visiones opuestas entre sí: la Razón Populista y la Razón Liberal. El análisis de ambos fenómenos permite comprender las determinadas ideas y conceptos que ambas presentan cuando se analiza a la Sociedad, al Individuo, a la Política, a la Economía, al Orden Social, a las Relaciones Sociales, etc..
La idea principal a desarrollar en este trabajo es poner de relieve las diferencias entre el populismo y el liberalismo a partir de una explicación comparativa de dichas ideas en el campo metodológico, político, económico y social, procedimiento que servirá como instrumento para alcanzar un efectivo análisis en la investigación.
Se enfocará al populismo desde el punto de vista de Ernesto Laclau, quien no denigra el concepto de “sociedad de masas”, sino que más bien lo rescata como constructor de un “pueblo” y lo considera un elemento propio que hace a lo político. También se tratarán las ideas de Chantal Mouffe, quien trabajó junto a Laclau. Adicionalmente, recurriré a autores liberales como Hayek, Mises, Nozick, Buchanan, Friedman, entre otros, para dar cuenta y desarrollar el concepto de liberalismo.
A lo largo de esta investigación se desarrollan los siguientes temas:
En la sección II se explica la idea de sociedad: Orden Espontáneo desde la visión de Hayek y la idea de un Orden “Articulador” desde el punto de vista de Laclau. En la sección III se lleva a cabo el desarrollo -desde el campo metodológico y axiológico- de la noción del sujeto político (individuo para el liberalismo y pueblo para el populismo). En la sección IV se tratarán los aspectos epistemológicos de ambas ideas: el concepto del conocimiento limitado de la Razón Liberal, y la ausencia de consideraciones epistémicas en la Razón Populista. En las secciones V y VI se desarrolla una explicación de las relaciones sociales desde la visión liberal a partir de la cooperación pacífica y la Ley de Asociaciones de Mises, y desde el populismo a partir de la primacía de lo política con énfasis en el conflicto social. En la sección VII se analiza el diseño institucional de democracia limitada y Estado de Derecho para la Razón Liberal, y de democracia radical y Estado Interventor para la Razón Populista. La sección VIII despliega las nociones de mercado libre para el liberalismo y del estatismo populista para la otra visión. La sección IX da a conocer la idea sobre la Propiedad Privada y el dilema de la redistribución de la riqueza, que enfrenta a la Justicia Redistributiva o Social del populismo, con la Justicia Conmutativa del liberalismo. Por último, en la sección X se conocerán las conclusiones pertinentes a este trabajo.
Es necesario aclarar qué se entiende por “Razón”, por qué se utiliza ese término y no otro, y de qué se trata cuando hablamos tanto de Razón Liberal como de Razón Populista, para lo cual Hayek (1973) pone de relieve dos distinciones de enfoques opuestos en el análisis de las instituciones humanas: "racionalismo constructivista" y la postura evolucionista del "racionalismo crítico", que serán desarrolladas en los primeras secciones de este trabajo. El primer enfoque supone la superioridad del diseño deliberado de las instituciones sociales y el segundo se basa en la interpretación de tradiciones e instituciones surgidas espontáneamente, sin diseño previo preciso ni conocimiento seguro sobre los beneficios de estas instituciones.
A medida que vayan surgiendo las problemáticas, éstas serán tratadas de acuerdo con el plan establecido ya especificado en los diversas secciones. Una explicación de la terminología empleada será dilucidada antes de comenzar cada tema.
II. Idea de Sociedad
a.Idea de Orden Espontáneo de Hayek
La postura que sostiene Hayek es la evolucionista del "racionalismo crítico" basada en la interpretación de la evolución y formación espontánea de los órdenes sociales. El complicado orden de la sociedad y los resultados de las acciones humanas pueden ser diferentes de lo que los hombres planearon. Él dirá que los individuos, al perseguir sus propios fines (egoístas o altruistas), y siguiendo reglas de conducta adecuadas, producen resultados beneficiosos para otros. El orden de la sociedad y su cultura son el resultado de conductas individuales que no tuvieron como fin dicho propósito, pero que han sido canalizadas hacia esos fines por instituciones (prácticas y reglas), las cuales tampoco han sido inventadas deliberadamente, sino que han sido aceptadas porque sobrevivieron a un proceso de evolución. Durante este proceso evolutivo los sistemas de normas guiaron eficazmente a los grupos o comunidades que los hubieron adoptado (Hayek, 1973).
El lenguaje, el derecho, el dinero, el mercado son ejemplos de un resultado no previsto de acciones humanas que tiene consecuencias beneficiosas para la vida de los hombres en sociedad. Estas instituciones surgieron de un proceso evolutivo que seleccionó tipos de normas de conducta que hicieron posible el progreso de la civilización humana. Algunos grupos, sin saber por qué lo hacían, adoptaron ciertas normas de conducta (sinceridad, respeto a la propiedad privada, trabajo, amistad, familia, etc.) que les permitieron prosperar, desarrollarse exitosamente, e inculcar dichas normas progresivamente a otros grupos que seguían principios y tradiciones diferentes (Zimmermann, 1987).
La esencia del orden espontáneo consiste en un orden humano que presupone que el conocimiento de cada una de las personas que participan de este orden es limitado y disperso, y produce un resultado que no habría sido posible si una sola mente humana hubiera pretendido producirlo. Esto no sería posible debido a que la mente humana carece del conocimiento que está disperso en millones y millones de personas que también participan en dicho proceso. La racionalidad a la que aquí se hace referencia no implica un conocimiento por parte de las personas que participan del proceso de manera total, completa, formal, y educada sistemáticamente. Es decir, en un orden social espontáneo, las personas humanas que interactúan entre sí producen un resultado final que no podría ser planeado ni previsto por ninguno de los que intervinieron, ya que su conocimiento es fragmentado y limitado por el simple hecho de ser humanos. Por eso el resultado se produce espontáneamente. El adjetivo “espontáneo” refiere a que no hay ninguna mente humana que de manera singular y aislada planifique y diseñe el resultado en ese orden.
Muchas opiniones científicas y políticas compartidas en la sociedad contemporánea acerca del origen de las instituciones sociales se originan en la concepción racionalista constructivista. Según Hayek, derivan de esta forma de racionalismo o constructivismo social las formas modernas de socialismo, planificación y totalitarismo. Y éstas serían falsas no por los valores que las respaldan, sino por partir de una concepción errónea en cuanto a las fuerzas que crearon a la "Gran Sociedad y civilización" (Hayek, 1973).
La concepción constructivista que Hayek rechaza, sostiene que las instituciones sociales son producto de un concreto designio o plan. Para Hayek esto no podría nunca ser así debido a que sería imposible que todo el orden social dependiese de un determinado plan. Esto es así, porque si no, nos veríamos obligados a renunciar a una gran parte del conjunto de conocimientos de los que disponemos. Dicha opinión tiene como hipótesis que la mente humana, como entidad aislada del cosmos, está constituida por la naturaleza y la sociedad y no como producto del mismo proceso evolutivo que ha dado origen a las instituciones sociales.
Los órdenes espontáneos son generales, inconscientes, y tienen funcionalidad. No son intuitivamente aprehensibles, ya que son sólo perceptibles a través de una teoría ajustable a su carácter. Pueden cambiar en forma o número los elementos concretos que lo componen, pero el mismo orden seguirá existiendo siempre que mantengan una determinada estructura de relaciones, o sea, que sus elementos de análoga especie sigan estando relacionados entre sí según un cierto esquema (Hayek, 1973).
Hayek, de esta manera, está siguiendo el concepto de la obra de Smith, Teoría de los sentimientos morales: la concepción de orden espontáneo de la “Gran Sociedad” en contraste con una ordenación deliberada de los elementos; la distinción entre la coincidencia y la oposición entre normas (principios motores) inherentes a los elementos, y las que son impuestas por la legislación; y por último, la interpretación del proceso social como un juego que transcurriría sin tropiezos si ambos tipos de normas concuerdan, pero provocará desorden si entran en conflicto. Al vivir en sociedad y tener que cubrir la mayor parte de nuestras necesidades mediante diversas formas de mutua cooperación, es evidente que, por lo que respecta al ajeno actuar, el logro de nuestros propósitos dependerá de la coincidencia de nuestras expectativas con la realidad. La Teoría de los Sentimientos Morales de Adam Smith se basa en que los hombres actúan motivados por el interés propio y el sentimiento que tenemos por los demás, la simpatía. El interés propio es el motivo que tienen las personas para sobrevivir, es el sentimiento de vivir. Este motivo es el motor de la economía de la “recolección de alimentos”. En contraposición a la muerte nos interesamos por nosotros mismos (disposición individual). La principal emoción que rescata Smith como base de la sociabilidad es la simpatía (empatía), que es ponerse en lugar del otro e implica poner freno al propio interés, y así surge el respeto. Uno se pone en el lugar del otro gracias a que la razón se pone en el lugar de otro y lo hace pensar como el otro (Smith, 1969).
La “mano invisible” de Smith supone que en base a que el interés propio depende del beneficio de otro -porque es parte de un interés que se dan sociedad- se generan las condiciones para asignar adecuadamente los recursos en beneficio de la sociedad. La cooperación social, por ende, es espontánea y se produce por el intercambio entre intereses personales (“mano invisible”) (Smith, 1969). La mano invisible es una metáfora sobre el orden social.
A partir de la explicación que otorga Hayek acerca de lo que se entiende por orden espontáneo, es posible entender el fundamento principal en que se basan luego las explicaciones sobre determinadas concepciones dentro del liberalismo. Es decir que la piedra angular para entender la Razón Liberal radica en la capacidad de comprender el significado de lo que el Orden Espontáneo implica.
b. Idea de Orden “Articulador” de Laclau
El enfoque constructivista supone que todas las instituciones que favorecen a la humanidad fueron en el pasado y deben ser en el futuro. Dicho enfoque supone también que las mismas han sido inventadas con consciente conocimiento de los efectos deseados que de ellas se desprende. Las instituciones, por ende, serían aprobadas y respetadas en tanto que los efectos que producen en una situación determinada son preferibles a los efectos que otro arreglo podría producir. Nosotros seríamos quienes tendríamos el poder de diseñar nuestras instituciones de manera tal que los resultados que buscamos y queremos son los que resultarán, por lo que nuestra razón no debería recurrir a herramientas mecánicas o automáticas cuando una consideración consciente de todos los factores hiciera preferible un resultado diferente al del proceso espontáneo (Hayek, 1973).
Hayek sintetiza la idea que promueve el racionalismo constructivista:
“El hombre creó las instituciones de la sociedad y la civilización, él debe ser capaz de modificarlas a voluntad para satisfacer sus deseo y anhelos” (Hayek, 1974: p. 3).
Según esta descripción llevada a cabo por Hayek, la razón populista de Laclau estaría dentro de lo que él denomina el enfoque racionalista constructivista. Laclau, para dar cuenta de por qué él llama Razón al populismo, examina a la racionalidad en términos de una retórica generalizada denominada “hegemonía” (Laclau, 2005). Su explicación acerca de la Razón Populista parte de utilizar como mecanismos retóricos a la metáfora y a la metonimia. Estos mecanismos conformarían lo que él denomina “hegemonía” o “articulación”. Es por medio de estos mecanismos que la "anatomía del mundo social" se constituye permitiendo homogeneizar y articular diferentes tipos de demandas, las cuales son múltiples y heterogéneas. La posibilidad que existe de homogeneizarlas es posible sólo mediante mecanismos de “desplazamientos de significados”. Esto se da así gracias a la metáfora y la metonimia. La posibilidad de la retórica de homogeneizar dichas demandas permite una hegemonía que sería una especie de “retórica generalizada”.
Según Laclau (2005), las peticiones de los excluidos son convertidas en reclamos. Las demandas no satisfechas o que están aisladas las denomina “demandas democráticas”, y a la pluralidad de demandas que por medio de una “articulación equivalencial” posibilitan una “subjetividad social” más amplia las llama demandas populares. Es así como se empieza a constituir el “pueblo” como actor histórico. El contenido de estas demandas no es considerado por Laclau como importante, en tanto que las denomina “democráticas” cuando son “formuladas al sistema por alguien excluido del mismo”. Esta exclusión le brinda a la demanda una dimensión igualitaria, de allí su “democratismo” (Laclau, 2005).
Laclau considera que la totalidad social tiene su origen en una articulación indisociable entre la dimensión de “significación y la dimensión afectiva”. Considera que lo político es el momento de institución de lo social. Sin embargo, Laclau reflexiona sobre lo político en la actualidad y deduce que hoy en día no todo es político en lo social porque hay formas ya establecidas que han deformado las huellas de su institución política originaria, pero que gracias a la heterogeneidad constitutiva del lazo social, siempre va a existir una dimensión política que constantemente reinventaría a la sociedad y al pueblo (Laclau, 2005). La emergencia del pueblo como actor histórico será siempre una transgresión respecto a una situación anterior. Y este acto constituye también la emergencia de un nuevo orden. Es por eso que el pueblo es una categoría política y no un dato de la estructura social. De este análisis se desprende que el orden que propone Laclau es el de un Orden “Articulador”.
Para Laclau existen condiciones históricas que hacen posible la emergencia de las identidades populares que a la vez permitirían la existencia de demandas heterogéneas que a través de la retórica se convertirían en hegemónicas, permitiendo la emergencia del pueblo. La condición estructural es para él la multiplicación de demandas sociales cuya heterogeneidad es conducida a la unidad a través de articulaciones políticas equivalenciales. Y considerando que toda articulación es contingente, y que el momento articulatorio va a ser siempre un lugar “vacío” -ya que los intentos de llenarlo serán siempre transitorios y cuestionables en cada momento histórico- cualquiera sea el nivel diferencial de las demandas que existan en la sociedad, ella estará sometida a procesos contradictorios de contextualización1 .
Es así que el populismo es un fenómeno que estaría inscripto dentro del funcionamiento real del espacio comunitario, careciendo de unidad referencial debido a que no es un fenómeno delimitable sino que parte de una lógica social. Por esto es que es posible indicar que el populismo es un modo de construir lo político. No hay algo automático en la emergencia del pueblo, ya que es resultado de una construcción compleja que puede fracasar en el logro de su objetivo. Lo que es decisivo para la emergencia del pueblo como actor histórico es que el momento articulador no proviene de alguna necesidad lógica por la que cada demanda se conectaría entre sí. La unificación de las demandas es constitutiva y no derivativa. Es decir, no tiene su fuente en nada externo a sí mismo (Laclau, 2005).
Esto presupone que la Razón Populista de Laclau está inscripta dentro de lo que Hayek llama racionalismo constructivista ya que le emergencia del pueblo se da de manera deliberada y admite un objetivo ya planeado (Orden “Articulador” ) y no de forma espontánea, como lo hace la Razón Liberal de Hayek al describir las causas que dan origen al orden social.
III: Noción de sujeto político: aspectos metodológicos
a.Individualismo
El liberalismo tiene por base metodológica al individualismo, y su axiología es la libertad individual como ideal político. El individualismo metodológico es una herramienta analítica que es utilizada para descubrir los principios en base a los cuales un grupo de personas interactúa. De esta manera es posible comprender a la sociedad en sí. En La Acción Humana, Mises ofrecía una descripción de lo que denominaba “Individualismo Metodológico”:
“Ante todo, conviene advertir que la acción es obra siempre de seres individuales. (…) Si llegamos a conocer la esencia de las múltiples acciones individuales, por fuerza habremos aprehendido todo lo relativo a la actuación de las colectividades. Porque una colectividad carece de existencia y realidad propia, independientemente de las acciones de sus miembros” (Mises, 1980: p. 79).
El hombre aparece siempre como miembro de un conjunto social, por lo que es imposible para Mises pensar al individuo como aislado del resto de la humanidad y de todo lazo social. La acción es obra de los seres individuales y los entes colectivos actúan por medio de individuos interactuantes. “Es el verdugo, no el Estado, quien materialmente ejecuta al criminal” (Mises, 1980: p. 79). Mises sostenía que los todos colectivos como la familia o la sociedad eran la suma de los miembros individuales que los constituían. Esto no significa que se niegue importancia a todos colectivos. Ni que se suponga que el individuo anteceda a la sociedad. Sólo supone que todas las colectividades están integradas por las acciones individuales de cada persona.
La praxeología es el estudio de la acción del hombre individualizado. La cooperación humana es analizada entonces como un caso especial de la categoría de la acción humana más universal. La praxeología centra su
atención en el individuo, en el impulso de quien efectivamente e indudablemente actúa (individualismo metodológico), sacando de este estudio unos axiomas o principios elementales, sólidos e inmutables, que permiten entender y analizar el proceso del accionar humano.
La Razón Liberal de Mises, por ende, no pone en tela de juicio a las entidades sociales en la acción humana, a las que considera como elementos influyentes en el curso de los acontecimientos humanos. Es tarea del individualismo metodológico describir y analizar la aparición y desaparición de estas entidades sociales, llamados colectivos, como así también verificar su funcionamiento y estructura.
Es por eso que cuando Mises define al gobierno, lo hace en términos del individualismo metodológico. Es para él un “conjunto de personas”. No concibe al gobierno y al estado como entidades diferentes a las personas. El gobierno estaría conformado por personas cuyo rol social es el de estado.
Buchanan adhiere a este individualismo metodológico para llevar a cabo sus análisis económicos. El individuo es analizado como agente decisor, por lo que se deduce que si los individuos son las unidades elementales de análisis, los gobiernos e instituciones políticas son complejos procesos por medio de los cuales los individuos toman decisiones colectivas/ públicas. La política y el gobierno bajo el análisis de Buchanan serán, entonces, considerados como un conjunto de interacciones individuales dentro de esas instituciones. Buchanan buscaba analizar si era posible tomar un conjunto de preferencias individuales como un conjunto de alternativas sociales con el objeto de lograr un ordenamiento colectivo. Las interacciones que resultan de este proceso no son más que el intento de los individuos de alcanzar -de manera colectiva- objetivos deseados comúnmente. Es decir, los individuos buscan satisfacer sus propios objetivos mediante su participación en la interacción social (Buchanan, 1979).
La Teoría de la Elección Pública de Buchanan se caracteriza por concebir los procesos políticos como relaciones de intercambios complejos entre muchos individuos. La interacción política es considerada aquí como un medio a través del cual se intenta satisfacer diversas y divergentes preferencias individuales mediante algún mecanismo que posibilite resultados concretos. Esta interacción política como proceso de intercambio entre personas facilita centrar la atención del análisis en el mismo proceso de interacción, en vez de hacerlo sobre los resultados2 .
El individualismo metodológico no significa quitar importancia a los colectivos, sino más bien que, teniendo en cuenta que los miembros de esos colectivos están compuestos por individuos y cada individuo es un ser interactuante, el liberalismo va a centrar su importancia en estos individuos de manera particular a fin de poder luego explicar de manera eficaz al conjunto de estos individuos, es decir al colectivo.
b. El “Pueblo” como sujeto colectivo
La base metodológica del populismo son los agregados colectivos, es decir, el colectivismo. Su axiología es variada: valores de redistribución, bien común, igualdad, no discriminación, lucha contra la explotación, etc.Laclau en su libro Razón Populista (2005) indaga sobre la lógica de formación de las identidades colectivas y descarta que el individualismo metodológico pueda dar cuenta sobre dicha lógica. Él considera que la unidad del grupo es el resultado de una articulación de demandas. La Razón Populista de Laclau, a diferencia de la Razón Liberal, basa su argumento en que los seres humanos son construcciones sociales que al ser removidos del contexto que los ha definido dejan de ser seres humanos. Es por eso que para los que apoyan dicha visión el colectivo “sociedad” crea a sus miembros individuales, y estos sólo pueden ser entendidos por medio de las reglas de esa sociedad.
Laclau da cuenta de la construcción del pueblo a partir de la racionalidad en términos de “retórica generalizada” (hegemonía). La emergencia del pueblo dependerá de las “relaciones equivalenciales “representadas hegemónicamente por medio de “significantes vacíos”, de los desplazamientos de las fronteras internas a través de la producción de “significantes flotantes “ y, por último, de una “heterogeneidad constitutiva” que hace imposible las recuperaciones dialécticas y otorga su verdadera centralidad a la articulación política (Laclau, 2005: p. 197).
Cualquier identidad popular necesita de significantes (palabras, imágenes), los cuales hacen referencia a la “cadena equivalencial” como una totalidad. Cuanto más amplia sea la cadena, menos ligados van a estar estos significantes a sus demandas particulares originales. La función de representar es la “universalidad relativa” de la cadena que va a tener preponderancia sobre el reclamo particular. Esto significa que la identidad popular funciona como un “significante vacío” al despojarse de contenidos particulares con el objeto abarcar demandas sociales que son totalmente heterogéneas entre sí3 . Esta heterogeneidad no confluye alrededor de una unidad. Esto significa que cualquier tipo de unidad va a proceder de una inscripción cuyos símbolos populares son irreductibles al contenido inscripto en ésta. Los símbolos populares son la expresión de las demandas democráticas y la posición del sujeto popular (líder) es el momento decisivo en el establecimiento de esa unidad (Laclau 2005).
Cabe poner de relieve que para Laclau estas demandas son democráticas porque emergen de alguna exclusión y no tienen ninguna forma política particular por lo que pueden ser absorbidas cualquier sistema político. Lo importante no es para Laclau el contenido de las demandas sino el proceso de constitución de "pueblo". Esto significa que existen personas excluidas que tienen una demanda, pero cuya demanda es diferente a la del resto de los excluidos. Sin embargo, estas demandas heterogéneas encuentran un punto de unión gracias a un discurso muy general que despoja a estas demandas de su contenido particular y las homogeniza o articula dando origen a la “hegemonía”. Este discurso que apela a símbolos populares es expresado por la figura de un líder que tiende a unir las demandas heterogéneas de todos los excluidos. Es por eso que se pude decir que en la constitución de las identidades populares es la demanda la que cristaliza esa identidad popular. Esta demanda a la vez tiene dos momentos. El primero es cuando la demanda es particular y el segundo cuando como consecuencia de su propia particularidad tiende a significar la cadena total de demandas equivalenciales (Laclau, 2005).
La unificación simbólica del grupo alrededor de un líder es propia de la constitución del pueblo. La lógica de la equivalencia conduce a la singularidad, y ésta permite la identificación de la unidad del grupo con el nombre del líder. Las identidades políticas son el resultado de la articulación entre las lógicas equivalenciales y diferenciales opuestas. Si el equilibrio entre ambas lógicas se rompe, el pueblo como actor político se desintegra.
La construcción del pueblo como actor histórico colectivo significa invocar a “los de abajo” (la plebs) confrontándolos con el régimen existente. Esto implica que los canales institucionales para la canalizar de las demandas sociales no son eficaces y pierden legitimidad. Por lo que la nueva configuración hegemónica supone un cambio de régimen y una reestructuración de lo público. Esto significa que crea un nuevo actor a partir de una pluralidad de elementos heterogéneos que presuponen una asimetría entre la “comunidad como un todo” (el populus) y “los de abajo” (la plebs). Esta plebs es siempre una parcialidad que se identifica a sí misma como la “comunidad como un todo”. Es aquí, entre la universalidad del populus y la parcialidad de la plebs, donde está la idiosincrasia del “pueblo” como actor histórico (Laclau, 2005; Laclau y Mouffe, 1987). La lógica de su construcción es lo que se ha denominado “razón populista” y que en este trabajo se ha descrito anteriormente.
Laclau de esta manera lo que hace es fijar su atención en el agregado colectivo, como lo es el “pueblo”. Es por eso que se centra en éste como actor principal a ser estudiado. Estos colectivos en tanto tengan demandas insatisfechas y mediante un determinado proceso tienden a construir lo que él denomina “pueblo”.
IV. Aspectos epistemológicos
a. Límites del conocimiento en la Razón Liberal
Para comprender la lógica del por qué para la Razón Liberal de Hayek el conocimiento es limitado, es necesario tener en cuenta a la Teoría de Orden Espontáneo de Hayek explicada anteriormente. Como se ha visto, Hayek distingue entre un racionalismo “constructivista” y un racionalismo “crítico”. Este último es consciente de los límites de la razón y propone una búsqueda evolutiva progresiva de los cambios institucionales, pero sin planear el resultado final ni llegar a una sociedad perfecta. Esto significa que frente a una acción individual los hechos y propósitos estarán guiados por los mismos individuos actuantes (cosmos). Pero si son los propósitos y el conocimiento de quien lo organiza los que deciden el resultado se está frente a un taxis. Ahora bien, para Hayek, son las normas de conducta individual las que conducen a la formación de un orden general espontáneo, es decir el cosmos. No obstante, el método más eficaz en una situación en la que la persona que organiza se vale de recursos limitados y conocidos será la de la organización (taxis). No así en el caso en el que para un determinado objetivo debiera de utilizar un conocimiento disperso entre muchos individuos diferentes y accesible solamente a ellos, aquí la utilización de fuerzas de orden espontáneo (cosmos) será la más eficaz. Para crear un cosmos común se necesita de normas abstractas, pero para una organización se necesita una jerarquía común de objetivos (Hayek, 1981).
Esto es así, dirá Hayek, porque los individuos no actúan regidos sólo por su entendimiento sobre las relaciones causales entre medios y fines deseados, ya que también su accionar está guiado por normas de conducta de las cuales muchas veces no tienen conciencia y que tampoco han sido inventadas conscientemente. Es por eso que el liberalismo de Hayek distingue los valores o normas de conducta de una sociedad de las metas perseguidas deliberadamente. El éxito del individuo en el logro de sus intenciones dependerá entonces de su percepción consciente de las relaciones causales y también de su capacidad para actuar de acuerdo con las reglas de conducta de esa sociedad. Las reglas de las que se hace referencia permiten a las personas de una determinada sociedad desempeñarse dentro de un orden social y lograr sus propios designios. La mayoría de estas reglas no son el resultado de una elección mentada de medios para determinados fines, sino de un proceso de selección por parte grupos que, sustituyendo o imitando ciertas reglas de conducta, dieron lugar a un orden más eficiente, pero sin saber por qué era superior (Hayek, 1973).
Esto que Hayek (1981) denomina “conocimiento del mundo” trasmitido de generación en generación son reglas de conducta que operan como información sobre el mismo. Un ejemplo de este grupo social normativo son las reglas del derecho, de la moral, de la costumbre, las instituciones sociales, etc., que no se pueden justifican por corresponder a un propósito preconcebido, ya que son el resultado de la acción humana, pero no de los designios humanos. Para la Razón Liberal de Hayek el orden de la sociedad moderna no se debe a que guiamos nuestras acciones por la intuición de una relación “causa y efecto” que surgió de un acuerdo consciente.
El aumento del conocimiento conduce a la comprensión de que ahora podemos aspirar a metas que el actual estado de la ciencia ha puesto a nuestro alcance gracias a la autoridad de valores que nosotros no hemos elaborado y cuyo significado todavía entendemos muy poco. La base del orden real dependerá de la aceptación de valores que no se presenten como metas individuales o de grupo perseguidas conscientemente.
El liberalismo de Hayek dice que la mente funciona de acuerdo a reglas abstractas que podemos descubrir en nuestra mente, pero que la posesión de ella fue antes de que pudiéramos percibir los detalles de los cuales creemos que provienen las abstracciones. La mente entonces debe ser capaz de realizar operaciones abstractas para poder ser capaz de percibir detalles. Esta idea liberal de Hayek pone especial énfasis en estas reglas de conducta cuyas acciones son gobernadas por categorías abstractas antes que por procesos mentales conscientes. Lo que se denomina como “mente”, señalará, es un sistema de dichas reglas, que permiten decidir determinado accionar (Hayek, 1981). Es decir, nos permiten interpretar el mundo exterior por medio de la mente.
Hayek al respecto sostiene:
“El logro de los propósitos humanos es posible solamente porque reconocemos el mundo en que vivimos como ordenado. Este orden se manifiesta por sí mismo en nuestra capacidad para aprender, a partir de los integrantes –espaciales o temporales- del mundo que conocemos, reglas que nos permiten crear expectativas acerca de otros integrantes. Y anticipamos que estas reglas tiene la buena fortuna de ser corroboradas por los acontecimientos. Sin el conocimiento de tal orden del mundo en que vivimos, la acción deliberada sería imposible” (Hayek, 1981: p. 64).
Con esto Hayek quiere decir que la mente es un sistema de reglas abstractas de acción y las mismas son el resultado de un proceso inconsciente de algo que ya dirige su operación. Sólo el reconocimiento de la primacía de lo abstracto permite integrar el conocimiento mental con el conocimiento del mundo físico. El reconocimiento de los límites del conocimiento impide al hombre controlar la sociedad, ya que a la civilización ningún cerebro la ha ideado, sino que se ha desarrollado con el esfuerzo de miles y miles de personas.
Hayek en Nuevos Estudios dice que el progreso y el éxito de las sociedades se debe a “la gradual sustitución de reglas abstractas de conducta por objetivos específicos obligatorios y, con ello, el funcionamiento de un juego para actuar en concierto bajo indicadores comunes, alimentando así un orden espontáneo” (1981: p. 53). Todo el conocimiento acerca del mundo exterior que nuestro organismo posee consiste en los patrones de acción que nuestros estímulos evocan. El conocimiento es un sistema de reglas de acción guiadas por reglas que indican semejanzas, diferencias o combinaciones de dichos estímulos. Los patrones de acción funcionan como moldes que encuadran distintos efectos sobre el mundo exterior.
De esta manera se fundamenta el por qué para la Razón Liberal de Hayek el conocimiento es limitado y disperso, gracias también a lo que esta visión entiende por Orden espontáneo.
b. Ausencia de consideraciones epistémicas en Laclau
Se observa en el análisis de Laclau una ausencia de las consideraciones epistémicas en lo social. A diferencia de Hayek, a Laclau no le importa cómo se ordena una sociedad, es decir, no le importa el conocimiento – porque no hay nada para conocer, ni para planificar, ni para coordinar-. Lo que sí le importa a Laclau es la voluntad de poder y la retórica del discurso del líder. Para Laclau los discursos políticos tienen como característica una temática que hace referencia al control de las estructuras institucionales del estado y al poder (Laclau, 1987).
En varias oportunidades Laclau (1994, 1987, 2005), se apoya en un enfoque discursivo para dotar de coherencia interna al carácter impreciso y ambiguo de las formaciones políticas populistas -la construcción de lo social y de lo político-. Este populismo de Laclau alude a un discurso que posibilitaría la construcción y emergencia del “pueblo”. Es gracias al carácter vacío de la noción de pueblo la que le confiere al discurso populista la posibilidad de articular las demandas particulares y universalizarlas en demandas populares, permitiendo así la constitución de lo político. Es posible de considerar al discurso populista como una manera de polarizar la escena política -según la lógica binaria amigo-enemigo de Carl Smith- los que están con el pueblo en oposición a los que suponen que están contra él. El programa político es indiferente al contenido del discurso (Basset, 2006: p. 41). Para Graciarena (1972) el lenguaje populista se caracteriza por una retórica en contra de la "oligarquía nacional", del “imperialismo”, etc. como enemigos conspiradores. Estos enemigos son usados en el discurso del líder a fin de convocar a la masa. La fuente de poder es el líder, no la ideología, de modo que los contenidos del discurso son determinados por éste.
Laclau (1987) considera a la retórica del discurso como un instrumento que hace posible captar los elementos simbólicos del fenómeno de populismo y de la constitución de las identidades colectivas. El discurso al concebirse como una práctica social que opera en el área de construcción del “pueblo” permite analizar a los sujetos sociales y políticos. Para Laclau, son los discursos políticos esfuerzos articulatorios antagónicos -para que haya articulación es necesaria la existencia de contenidos no clasistas para neutralizar los contenidos ideológicos-. Ahora bien, cuando la clase dominante no puede absorber los contenidos del discurso ideológico de las clases dominadas, por lo que disminuye su capacidad de neutralizar, entonces, se le abre la oportunidad a las clases dominadas de articular su propio discurso. Por lo que el elemento populista estaría en la contradicción no clasista articulada en el discurso.
La contradicción aquí mencionada consistiría en la noción sobre el “pueblo”. El pueblo sería uno de los polos de la contradicción dominante, cuya inteligibilidad depende de las relaciones políticas e ideológicas de dicha sociedad. El cómo el discurso ideológico se va transformar en populista dependerá de cómo se van a articular las demandas particulares democráticas.
Laclau (1987) dirá que el populismo surge históricamente ligado a la crisis del discurso ideológico dominante. A la vez este discurso es causado por un nuevo sector social que busca lograr una hegemonía. El discurso del líder suele consistir en un llamado a las masas para que desarrollen su antagonismo a través de la movilización o para poner de relieve la falta de capacidad del sistema para neutralizar a los sectores dominados. Es así, que los discursos que suelen cuestionar al orden establecido o que son el reflejo de una crisis del discurso político dominante que estaría desarticulando los elementos constitutivos, permitirían al populismo expresar su oposición al poder “oligárquico” y, así, permitir la emergencia del sujeto histórico: el pueblo.
Laclau señala que el populismo apunta a una contradicción ya existente de manera abstracta dentro de un discurso del líder, que expresa el momento en que el poder articulatorio de las demandas insatisfechas se universaliza y se imponen a la sociedad, volviéndose hegemónicas.
El discurso y la retórica del líder populista radicalizan el elemento emocional del discurso político basándose en los aspectos políticos y culturales de esa sociedad. Los símbolos populistas utilizados en el discurso, en la medida que tienen que representar al conjunto, no pueden identificarse con ninguna demanda en particular, ni tener contenidos determinados. Cuanto más amplio es el campo popular, más abstracto y ambiguo será el contenido de los símbolos populistas. Su indeterminación de contenido es parte de su propia función (Laclau, 2005). En este proceso se estable una relación triangular entre el líder-orador, el contenido que apela a lo simbólico y a lo cultural de manera poco precisa, y los excluidos, quienes han formulado las demandas de manera particular. El mensaje que se emite está dirigido a una construcción colectiva y permite afirmar, a la vez que crear, la identidad popular del nuevo sujeto político.
Como ya se ha sido mencionado un concepto clave tanto para Laclau como para Mouffe (1987) es el de la articulación. Ambos sostendrán que una relación entre elementos a través de una articulación modifica su identidad. La condición estructural de la emergencia de identidades populares ya ha sido descrita anteriormente: “la multiplicación de demandas sociales cuya heterogeneidad sólo puede ser conducida a cierta forma de unidad a través de articulaciones políticas equivalenciales” (Laclau, 2005: p. 285). La lógica de formación de identidades sociales se basa en tres dimensiones: “la unificación de una pluralidad de demandas en una cadena equivalencial; la constitución de una frontera interna que divide la sociedad en dos campos; y la consolidación de una cadena equivalencial mediante la construcción de una identidad popular” (Laclau, 2005: p. 102). La identidad es eventual debido a que es el significante que articula las otras demandas del espacio social discursivo. Este proceso es lo que Laclau denomina hegemonía. La identidad será, entonces, el resultado de una construcción o articulación discursiva. El pasado es vinculado con el presente permitiendo una continuidad de “reconocimiento intersubjetivo” a través del tiempo (Laclau, 1994).
Laclau y Mouffe (1987) reconceptualizan lo social en términos de articulación discursiva postulando la imposibilidad de la sociedad: lo social es articulación en tanto la sociedad sea imposible. Lo discursivo, al ser considerado como primario respecto a todas las identidades sociales, imposibilita a la sociedad a encontrar su fundamento último o alcanzar una totalidad en donde el antagonismo desaparece y la política se termina. La imposibilidad de la sociedad es consecuencia necesaria para Laclau y Mouffe. De esta manera lo social es reconceptualizado en términos de lo discursivo.
Es natural que Laclau no haga referencia en sus escritos a lo epistémico para dar cuanta de un ordenamiento en la sociedad. Es por eso que pone especial énfasis en el carácter discursivo, debido a que este crea una realidad que no preexiste a la vida social, y que, por lo tanto, no tenemos que conocerla, simplemente construirla, y es por medio del discurso que será construida.
V.Primacía de los intercambios libres en la Razón Liberal
El hombre es un ser social que participa de interacciones humanas. Una de éstas es lo que se denomina el “intercambio voluntario de bienes y servicios”. Para Mises (1980) la sociedad significa “cooperación social, acción concertada, división del trabajo, y combinación de esfuerzo”. Es por eso que entrelaza la paz con comercio como factor civilizador. La división del trabajo y la propiedad privada de medios de producción son el marco que permite la cooperación social de manera pacífica, es decir, el libre intercambio de bienes y servicios bajo la división del trabajo. Esa cooperación social es el medio humano para minimizar el problema de la escasez y permite advertir las ventajas de la división del trabajo y actuar en consecuencia. Esto es lo que permite la convivencia entre personas con valores morales distintos sobre los fines últimos de la vida humana y con proyectos de vida y juicios de valor diferentes.
Mises afirma al respecto:
“…los hombres, mediante las actuaciones que originan la institución social y a diario la renuevan, efectivamente cooperan y colaboran entre sí, pero sólo en el deseo de alcanzar específicos fines personales. Ese complejo de recíprocas relaciones, plasmado por dichas concertadas actuaciones, es lo que se denomina sociedad. Reemplaza una –al menos, imaginable- individual vida aislada por una vida de colaboración. Por ser el hombre animal que actúa, conviértese en animal social” (Mises, 1980: p. 229).
Es importante, aquí, señalar lo que se entiendo por “fines personales” en palabras de Hayek: “El Juego se apoya en beneficios para los demás y en que el individuo, dentro de reglas convencionales, producirá más si persigue tan sólo sus propios intereses, que no tiene por qué ser egoístas en el sentido corriente de la palabra, sino que son, en todo caso, sólo los suyos” (Hayek, 1981: p. 58).
Es interesente considerar, entonces, también la idea de Ayn Rand respecto a lo que ella llamaba “egoísmo razonable” en tanto virtud. Ella suponía que cada uno debía ser responsable de su propia vida y estar libre de la coacción arbitraria de otro u otros hombres, con el objetivo de que cada uno pudiera perseguir a su manera y sin interferencias sus propios objetivos. El límite de uno se basa en el derecho que los demás poseen. Rand consideraba a cada hombre como un fin en sí mismo, y no como el medio para los fines de otros. Ella señalaba que el más alto propósito moral de la vida era la búsqueda de cada persona de su propio interés y de su propia felicidad4 .
Mises en La Acción Humana(1980), en Teoría e Historia (1964) y Liberalismo (1962) se basa en un utilitarismo de principios, no circunstancial, para explicar la expansión de la cooperación social. Los únicos medios posibles que permitirían su logro, sostendrá, son: la propiedad, las libertades individuales, y el sistema democrático de gobierno. Es decir, es utilitariasta en el sentido de que si se quiere lograr lazos de cooperación en una sociedad, los medios para alcanzar dicho lazo son solo esos5 . Por lo que el abandono de esos medios significaría la regresión de los lazos de la cooperación social. Zanotti sostendrá que “con un poco más de esfuerzo hermenéutico, veremos que está pensando en el libre intercambio de juicios de valor, de proyectos de vida, bajo ese marco de división de trabajo y propiedad privada”6 .
Para Mises, la historia como progreso se basa en la expansión de los lazos de la cooperación social, por lo que es la historia de la paz y el comercio. La paz estaría, entonces, relacionada a la ley de división del trabajo. Esta ley es considerada por Mises como la Ley de Asociación, que es general para todo sociedad humana. Considera que cuanto más se extienda la división del trabajo, el comercio, y la paz, entonces más aumentará la productividad y la cantidad de capital per capita –que aumentaría más rápido que el aumento de población-. La guerra sería la contracara de la Ley de Asociaciones, implicando todo lo contrario (Mises, 1980).
Por eso, para Mises, la cooperación humana se da cuando se abandona la competencia biológica y se logra la cooperación social. La primera implicaría la guerra, mientras que la segunda la paz. Es en la cooperación social donde brotaría entre los miembros interactuantes, sentimientos de simpatía, de amistad y de común pertenencia (Mises, 1980).
La paz, para Mises (1962), formaría parte de la forma de ser de la cooperación social en presencia de la propiedad privada, ya que la paz sería condición necesaria para la libre cooperación (intercambio de bienes). Así lo expresa Mises: “(…).La cooperación social sólo puede prosperar e intensificarse donde exista previsible paz duradera. Tal pacífica perspectiva constituye, al respecto, conditio sine qua non” (p. 43). Esta misma idea también se la puede ver en su obra La Acción Humana(1980).
Para Mises, entonces, son la paz y el comercio factores civilizadores para cualquier sociedad. Zanotti analiza al respecto: “…no hay aquí la mera descripción económica de la relación entre mayor productividad y división del trabajo, sino una filosofía política de fondo”7 . Y luego agrega: “En Mises no hay pacto, no hay situación originaria, pero lo que queremos mostrar con esto es que el planteo de fondo que está detrás es un planteo político, no económico. Por supuesto, es un paradigma unificado, Mises no podría afirmar lo que afirma si no fuera por la “ley de asociación”, pero la cuestión es que no se trata simplemente del “libre intercambio de bienes y servicios.”8 .
Por estas razones Mises (1980) habla de la Ley de Asociaciones basada en la cooperación entre los individuos. Esta cooperación permitiría al hombre lograr mayores niveles de producción y riqueza que estando los individuos aislados. En definitiva, lo que Mises sostiene es que para que haya cooperación social y creación de riqueza hace falta que existan dos requisitos importantes y básicos: la libertad y la propiedad privada. Las economías a escala permiten obtener a las personas una mejor calidad y cantidad de productos que los que habrían resultado de una suma de producciones individuales. Las personas tienen habilidades y capacidades diferentes y de esta manera se verían beneficiados por las destrezas de los demás.
El liberalismo de Mises busca estructurar un sistema político que permita la pacífica cooperación social y fomente la progresiva ampliación e intensificación de las relaciones entre los hombres. El principal objetivo que persigue el ideario liberal de Mises es el de evitar conflictos, guerras y revoluciones que puedan desintegrar la humana colaboración social, hundiendo a todos de nuevo en el salvajismo. Por cuanto la división del trabajo exige la paz, el liberalismo aspira a montar el sistema de gobierno que mejor la salvaguarda: el democrático.
VI. Primacía del Conflicto social y de lo político en la Razón Populista
Las teorías del Conflicto social suponen que una sociedad necesita de leyes y estabilidad, y también de desacuerdo y cambio social para luego lograr una integración social en base al consenso o a la coacción. El conflicto es entendido como el agente que permitiría el progreso. La violencia, dicen Mouffe y Laclau, es inherente a la sociabilidad y no se la puede eliminar de manera total, porque ella constituye uno de los aspectos importantes de la misma9 . Laclau, (1987) abandona el supuesto de que la principal contradicción es la de clase social, diferenciándose de la postura de Karl Marx10 , y plantea que para entender el fenómeno populista se debe explicar las relaciones entre los diversos agentes sociales. Es por eso que para Laclau el conflicto lo puede producir cualquier agente social, no necesariamente tiene que surgir en el seno de la clase obrera.
Para explicar el carácter conflictivo y antagónico de la sociedad, es necesario aclarar que Laclau (2005) entiende al populismo, no como un tipo de movimiento con una base social determinada o con una orientación ideológica determinada, sino como una lógica política -sistema de reglas que trazan un horizonte- dentro del cual algunos objetos son representados y otros están excluidos. Laclau parte de una necesaria exclusión de sectores de la población provocada por el sistema “capitalista globalizado”, lo que generaría el surgimiento de diversas demandas democráticas con una propia particularidad, pero también con una totalidad que está dada por su antagonismo con el sistema institucional que la ha excluido. La existencia de una pluralidad de demandas democráticas insatisfechas tiene por característica su oposición al régimen que las ha excluido. El populismo de Laclau enfatiza que se construyen equivalencias entre demandas insatisfechas e identidades amenazadas y, que es por medio de las mismas que se constituye el pueblo como una nueva identidad en su enfrentamiento con la “oligarquía”. Por eso, todo antagonismo social resulta politizado, ya que la dualidad entre el pueblo y el poder se constituye en el campo político -invadiendo las identidades colectivas, y suprimiendo la distinción entre lo público y lo privado, el estado y la sociedad civil (Laclau, 1987).
El populismo postula una alternativa radical en un espacio comunitario. Se pone en cuestión el orden institucional a partir de la construcción de una víctima, el término excluido “los de abajo”, noción ligada a las demandas insatisfechas o reivindicaciones. Es por ello por lo que toda demanda tendrá un contenido en relación a una falta: la insatisfacción de la demanda por parte de la institucionalidad. La división del espacio social entre pueblo y “poderosos” y su carácter anti-institucional son características asociadas al populismo, por lo que sólo sería posible un populismo si el “discurso político popular” constituye a un “sujeto popular” que ha surgido como consecuencia de la división del espacio social en dos campos opuestos. El nivel del discurso será populista de acuerdo al grado en que sus contenidos estén articulados por lógicas equivalenciales. Es decir, ningún movimiento político está totalmente exento de populismo. El populismo es una forma de representar esas reivindicaciones, a la vez que está relacionado con el comienzo mismo de su representación. Laclau, de esta manera, concluye que el populismo es un fenómeno político que se explica por la pugna que se da entre las “élites que detentan el poder” y las “élites que lo pretenden” y que intentan movilizar a los sectores excluidos (Laclau, 1987).
Al respecto Benavente y Cirino (2005), en su opinión sobre el carácter antagónico y conflictivo del populismo, consideran a la movilización del populismo radical como la expresión de voluntad, desafío y alteración del orden institucional político y económico (donde se generan pérdidas tanto al Estado como a los privados), cuyo objetivo es el de ejercer presión a favor de ciertas demandas o radicalizar expresiones de descontento sobre determinadas políticas económicas. Es por esto que sostienen que las movilizaciones populistas para oponerse a la “élite”, tienen un contenido anti-sistémico y surgen desde sectores que no se ven interpretados por los actores políticos y sociales. El populismo descansa en una base popular protagonizada en su mayoría por masas urbanas, en las que es posible impregnar de demagogia y de movilizar política y socialmente a fin de otorgarle apoyo al líder. El líder es quien ejerce el control sobre dichas masas. Para Laclau este tipo de autores, al denigrar a la teoría populista, no pueden comprender la importancia que tiene éste dentro de la construcción de lo político. Los autores anteriormente nombrados sostienen que cuando se está ante el concepto de populismo se debe tener presente que “se trata ante todo de un fenómeno político complejo, que no constituye en sí un pensamiento alternativo, sino que es un estilo o método de hacer política y de gobernar, pudiendo conciliarse tanto con expresiones políticas de derecho como de izquierda, con regímenes autoritarios como con democráticos formales. El populismo revolucionario confronta al sistema institucional e instrumentaliza para ello la problemática social existente en un país con una coyuntura determinada” (Benavente y Cirino, 2005: p. 58).
Como se ha visto, el populismo presupone la división del escenario social en dos campos antagónicos. Para Laclau esta división supone:
“…la presencia de algunos significantes privilegiados que condensan en torno de sí mismos la significación de todo un campo antagónico (el “régimen”, la “oligarquía”, los “grupos dominantes”, etcétera, para el enemigo; el “pueblo”, la “nación”, la “mayoría silenciosa”, etcétera, para los oprimidos – cuáles de estos significantes van a adquirir el rol articulador va a depender, obviamente, de una historia contextual-)” (2005: p. 114).
La categoría de “sujeto popular” es la que nos permitirá adentrarnos de manera más profunda en las explicaciones sobre la primacía del conflicto y de lo político. Su propia “subjetividad” es el resultado de una agregación equivalencial entre muchas y heterogéneas demandas democráticas. Las reivindicaciones equivalentes -demandas que sólo tienen en común entre sí la negación de la institucionalidad del sistema de significados-, identifican su frustración al no obtener una respuesta ante lo que demandan por parte de las instituciones. Esa identificación genera una división de lo social en dos campos opuestos gracias a los discursos populares. Entonces queda por un lado el área de la institucionalidad que excluye y por el otro a los excluidos, que no obtienen respuesta, y son a quienes Laclau denomina “los de abajo”. Es la insatisfacción de las demandas lo que promueve una solidaridad que se articula equivalencialmente en oposición a lo institucional. Laclau, al respecto, sostiene que la representación sólo será posible si una demanda particular asume la representación más general de una cadena de equivalencias, que, a la vez, se constituirá en una hegemonía (Laclau, 2005).
Laclau examina la lógica de formación de las identidades colectivas y considera que la unidad del grupo es el resultado de una articulación de demandas, la cual no corresponde a una configuración positiva ni estable que podría ser considerada como una totalidad unificada, sino que surge gracias a la naturaleza conflictiva y antagónica de la sociedad. Las demandas son presentadas a un determinado orden que no puede absorber totalmente a la misma y por ende no puede constituirse a sí mismo como una totalidad coherente, la demanda requiere de algún tipo de totalización que se cristalice en algo que sea inscribible como un reclamo dentro del sistema. Es por eso que este autor afirma que el fenómeno del populismo siempre estuvo vinculado a un exceso peligroso que cuestiona los moldes de una comunidad racional. La conclusión a la que va a llegar entonces es que el populismo no tiene ninguna unidad referencial porque no está atribuido a un fenómeno delimitable, sino a una lógica social cuyos efectos atraviesan una variedad de fenómenos.
Entonces, ¿cuáles son las condiciones históricas que hacen posible la emergencia y la expansión de las identidades populares? Para Laclau (2005) la globalización constituye un nuevo y diferente estadio en el capitalismo que profundiza las lógicas de formación de identidades, cuya heterogeneidad es propia de ese sistema social antagónico y conflictivo. Laclau (1978) dirá, también, que este fenómeno puede darse en cualquier contexto bajo condiciones de crisis y señala que no es posible de adjudicar al populismo una etapa transicional del desarrollo, porque no se puede suponer que las sociedades industriales avanzadas van a estar libres de este tipo de fenómenos, por más que los antagonismos se vayan superando.
“Debemos referirnos ahora a las condiciones históricas que hacen posible la emergencia y la expansión de las identidades populares. Por lo tanto, la pregunta relevante en lo que a las condiciones históricas respecta es: ¿vivimos en sociedades que tienden a incrementar la homogeneidad social mediante mecanismos infraestructurales inmanentes o, por el contrario, habitamos en un terreno histórico donde la proliferación de antagonismos y puntos de ruptura heterogéneos requieren formas cada vez más políticas de reagrupamiento social –es decir, que éstas dependen menos de las lógicas sociales subyacentes y más de las acciones, en el sentido que hemos descrito?” (Laclau, 2005: p. 285).
Los movimientos contradictorios contienen formas de articulación entre “lógica de la diferencia” y “lógica de la equivalencia”. La diferencia y los particularismos son el punto inicial de la universalización de valores que podrían ser la base para formación de una hegemonía popular. Lo particular sólo puede realizarse completamente si mantiene abierto y redefine continuamente su relación con lo universal. La construcción de una identidad global se da entonces a partir de la equivalencia de una pluralidad de demandas sociales. Al respecto Laclau escribe:
“La imposibilidad de fijar la unidad de una formación social en un objetivo que sea conceptualmente aprehensible conduce a la centralidad de la nominación en la constitución de la unidad de esa formación, en tanto que la necesidad de un cemento social que una los elementos heterogéneos – unidad que no es provista por ninguna lógica articulatoria funcionalista o estructuralista- otorga centralidad al afecto en la constitución social” (Laclau, 2005: p. 10).
El populismo, afirma Laclau (1987, 2005) en varias oportunidades, es el modo de construir lo político. La explicación sobre la distinción entre la lógica social de la diferencia y la de la equivalencia permiten explicar dicha construcción. La “lógica social de la diferencia” es entendida como una lógica institucionalista en la que las demandas sociales son individualmente respondidas y absorbidas por el sistema. Pero no es el caso de la “lógica de la equivalencia”, en donde existen demandas que permanecen insatisfechas. Comienza aquí el proceso en el que se establece una relación de solidaridad. Surgen así eslabones de una identidad popular común que está dada por la falta de su satisfacción individual dentro de un sistema institucional existente. Esta pluralidad de demandas empezará a plasmarse en símbolos comunes. Por esta razón las figuras de los líderes interpelan a estas masas frustradas por las demandas no satisfechas por fuera del sistema vigente y contra él. Es en este momento en el que el populismo emerge asociado a tres dimensiones: la equivalencia entre las demandas insatisfechas, la cristalización de todas ellas en todo de ciertos símbolos comunes y la emergencia de un líder cuya palabra encarna este proceso de identificación popular. Cabe señalar que nunca habrá una lógica popular dicotómica que disuelva en un ciento por ciento el aparato institucional de la sociedad, y tampoco habrá un sistema institucional que funcione perfectamente como para no dar lugar a antagonismos y a relaciones equivalenciales entre demandas heterogéneas (Laclau, 2005).
Para Laclau es, entonces, el populismo una forma legítima entre otras de construir el vínculo político. Sin embargo, no se lo suele considerar de esta manera, dirá, por causa al repudio por parte de la estructura social y las instituciones a las denominaciones como "la multitud" o el "pueblo". Es por eso que para él existen autores y pensadores políticos, como así también personas comunes, que no pueden comprender realmente la importancia de lo que el fenómeno del populismo implica, es decir, su carácter político.
Lo político depende del juego entre lo “vacío” y lo “flotante”, por lo que la construcción del pueblo sería lo propio de lo político. Toda construcción de un nuevo pueblo requiere de la reconstitución del espacio de representación. Por lo que la transformación política implica reconfigurar las demandas existentes, y también incorporar las nuevas demandas de los nuevos actores históricos a la escena política, o excluirlas. Lo político se ha convertido en sinónimo de populismo. Así lo describe Laclau:
“Lo político se ha convertido en sinónimo de populismo. Al ser la construcción del pueblo el acto político por par excellance – como oposición a la administración pura dentro de un marco institucional estable-, los requerimientos sine que non de lo político son la constitución de fronteras antagónicas dentro de los social y la convocatoria a nuevos sujetos de cambio social, lo cual implica, como sabemos, la producción de significantes vacíos con el fin de unificar en cadenas equivalenciales una multiplicidad de demandas heterogéneas. Pero éstas constituyen también los rasgos definitorios del populismo. No existe ninguna intervención política que no sea hasta cierto punto populista. Sin embargo, esto no significa que todos los proyectos políticos sean igualmente populistas: eso depende de la extensión de la cadena equivalencial que unifica las demandas sociales” (Laclau, 2005: p. 195).
La Razón Populista propuesta por Laclau se inscribe en un contexto de conflicto social necesario para la construcción del pueblo, a la vez que considera como primordial a lo político para la emergencia del mismo. Se puede decir que son dos categorías, la del conflicto y la de lo político, necesarias para entender al populismo en los términos de Laclau. Es decir, dos caras de una misma moneda. Como se ha visto, Laclau considera al populismo como un fenómeno que hace posible el surgimiento de pueblo, lo político y la identidad popular, dentro de un contexto conflictivo.
VII. Diseño Institucional
a. Democracia limitada y Estado de Derecho en la Razón Liberal
La propuesta de los autores liberales se basa en una democracia liberal y un Estado de Derecho. La democracia liberal es una forma de gobierno que consiste en una democracia representativa donde la capacidad de los representantes electos para la toma de decisiones políticas se encuentra sujeta al Estado de Derecho y normalmente moderada por una Constitución que regula la protección de los derechos y libertades individuales y colectivas, estableciendo restricciones tanto a los líderes como a la ejecución de la voluntad de una determinada mayoría. En tanto que Estado de Derecho significa que todas las acciones del gobierno están limitadas por reglas establecidas y anunciadas previamente, reglas que permiten prever con certeza la forma en que las autoridades utilizarán sus poderes de coerción y que, de esa forma, permiten planificar la actividad individual. El Estado debe permitir plena libertad a los individuos en todo lo que tenga que ver con las condiciones concretas, porque sólo ellos pueden conocer plenamente las circunstancias de cada caso y adaptar sus acciones a las mismas. Los individuos, para poder hacer planes efectivos tienen que poder predecir las acciones gubernamentales que puedan afectar sus decisiones. Toda ley restringe en alguna medida la libertad individual al determinar los medios que pueden utilizarse para conseguir ciertos fines. Sin embargo, bajo el Estado de Derecho el gobierno no puede frustrar los esfuerzos individuales mediante medidas ad hoc, o específicamente dirigidas a conseguirlo. El gobierno se limita a establecer las condiciones para utilizar ciertos recursos disponibles mediante reglas formales que no están dirigidas a una solución determinada. Estas leyes permiten conocer por anticipado y predecir comportamientos (Mises 1962, Hayek 1973).
Es importante destacar que el Estado de Derecho no tiene nada que ver con que las acciones gubernamentales sean legales, ya que una sociedad puede no tener un Estado de Derecho pero no por eso deja de tener leyes. Es decir cuando no hay Estado de Derechos el uso de coerción por parte del gobierno no está delimitado por reglas preestablecidas.
El Estado, será para Mises, el aparato social de fuerza, cuyo fin es el de proteger los derechos individuales, mientras que el gobierno es para él el conjunto de personas encargadas de cumplir la función de estado. Mises relaciona a la democracia con la paz social y la división del trabajo, y la considera como el único sistema de sustitución pacífica de los gobernantes, y que es, a la vez, compatible con la paz de la cooperación social (Mises, 1962). Este argumento que se desarrolla en su obra Liberalismo (1962) no supone que el gobernante electo será el mejor, sino que supone que es el único sistema que puede evitar la guerra entre quienes opinen diferente. Por eso al respecto Mises sostiene que “democracia sin liberalismo es una forma vacía de sentido” (1968: p. 91).
Para Hayek (1984) la democracia refiere a un método de gobierno, es decir, a un procedimiento que permite llegar a decisiones políticas, pero que no dice nada sobre cuáles deberían ser los fines del gobierno. Es “el principio de que el gobierno debe estar guiado por la opinión de la mayoría” (Hayek, 1984: p. 1). Sin embargo Hayek hace una salvedad respecto a la democracia y al liberalismo, y dice:
“La palabra democracia, al igual que la mayoría de los términos en nuestro campo de estudio, se usa en un sentido más amplio y vago; pero si se utiliza estrictamente para describir un método de gobierno, a saber, el de la regla de la mayoría, hace clara referencia a problema distinto del liberalismo” (Hayek, 2006: cap. VII).
Por eso Hayek explica el vínculo entre el liberalismo y la democracia:
“El liberalismo es una doctrina sobre lo que debiera ser la ley; la democracia, una doctrina sobre la manera de determinar lo que será la ley. El liberalismo (...). Acepta la regla de la mayoría como un método de decisión, pero no como una autoridad en orden a lo que la decisión debiera ser” (Hayek, 2006: cap. VII).
La democracia, supone Hayek, degeneraría en demagogia si se la comprendiera bajo el supuesto de que “lo justo en una democracia es lo la mayoría decide como tal” (Hayek, 2006: cap. VII). Estas consideraciones son las que llevaron a Hayek a sostener lo siguiente: “...debo francamente admitir que si por democracia se entiende dar vía libre a la ilimitada voluntad de la mayoría entonces yo no soy un demócrata, e incluso considero que tal forma de gobierno es perniciosa...”11 .
Para Benegas Lynch (h) y Gallo (1984), la democracia es la regla de la mayoría, por lo que el método democrático de gobierno es una garantía institucional y política más que busca proteger la libertad individual. Sin embargo, al igual que Hayek, exponen que es necesario establecer qué se entiende por democracia y qué por libertad, ya que serían dos cosas diferentes, por lo que la presencia de la primera no aseguraría la de la segunda y viceversa. Para explicar esta diferenciación dirán:
“La democracia ilimitada entra, pues, en conflicto con la libertad individual. Esto es, cuando la regla de la mayoría se aplica en aquellos ámbitos que han sido definidos como de dominio individual, la democracia se vuelve una forma más de gobierno ilimitado, en donde no existen cortapisas contra el abuso de poder” (Benegas Lynch (h) y Gallo, 1984: p. 10).
Los autores liberales aquí nombrados miran con cierto recelo a la “democracia”, esto es así, porque, en palabras de Hayek: “Aun cuando en la actualidad se utiliza muy a menudo el término ‘democrático’ para describir pretensiones políticas específicas que circunstancialmente son populares y en especial ciertas apetencias igualitarias, no existe necesariamente relación entre democracia y la forma de utilizar los poderes de la mayoría” (2006: cap. VII).
Es así, que Hayek realiza la siguiente distinción:
“El liberalismo se interesa por las funciones del gobierno y, en particular, por la limitación de sus poderes. Para la democracia, en cambio, el problema central es el de quién debe dirigir el gobierno. El liberalismo reclama que todo poder -y por tanto también el de la mayoría- esté sometido a ciertos límites. La democracia llega, en cambio, a considerar la opinión de la mayoría como el único límite a los poderes del gobierno”12 .
Estos autores liberales lo que quieren es resaltar que el liberalismo es incompatible con una democracia en término ilimitado, o con cualquier forma de gobierno de carácter absoluto. Sin embargo esto no sucede con una democracia limitada. Así lo describe Hayek:
”…la democracia únicamente continuará siendo efectiva si los gobiernos en lo tocante a su acción coactiva, se limitan a tareas que pueden llevarse a cabo democráticamente. Si la democracia es un medio de preservar la libertad, la libertad individual no es menos una condición esencial del funcionamiento de la democracia. Aunque probablemente la democracia es la mejor forma de gobierno limitado, degenera en absurdo al transformarse en gobierno ilimitado” (2006: cap. VII).
El régimen democrático será, entonces, para este liberalismo el mejor marco para hacer cumplir los derechos y libertades garantizados por las constituciones, tales como la propiedad privada y la igualdad ante la ley, así como también las libertades de expresión, de asociación y de culto. En las democracias liberales estos derechos son conocidos como “derechos fundamentales”. Para la Razón Liberal de los autores anteriormente nombrados, la ley es igual para todos y este sistema se opone rotundamente a los privilegios legales y particulares. Es por eso que el liberalismo se asoció con la democracia. La democracia supone que la opinión popular de la mayoría es un criterio legítimo para otorgar poderes al gobierno. El liberalismo es incompatible con la democracia ilimitada o con cualquier otra forma de gobierno ilimitado, por lo que supone la limitación de poderes y se compromete con las reglas establecidas en una constitución o aceptadas por la opinión general a fin de limitar efectivamente la legislación (Hayek, 2006).
La definición de libertad como principio fundamental del liberalismo fue la limitación de la coerción al acatamiento de las reglas generales de conducta justa.
“Aunque la coherente aplicación de los principios liberales conduce a la democracia, ésta preservará al liberalismo sólo si, y sólo en tanto que la mayoría se abstenga de usar sus poderes para otorgar a sus partidarios ventajas especiales que no pueden ofrecer por igual a todos los ciudadanos” (Hayek, 1981: p. 123).
Hayek escribió también respecto a los males que impregnan a las democracias contemporáneas:
“Las instituciones democráticas existentes han sido totalmente adaptadas a las necesidades del gobierno democrático más que a la necesidad de descubrir los sistemas apropiados de reglas de justicia o derecho, como lo entendió la teoría de separación de poderes” (Hayek, 1981: p. 90).
“Tal gobierno democrático por fuerza deja de ser gobierno de acuerdo con lo que estipula la ley y según lo que esta expresión significa, si la misma asamblea que dirige el gobierno puede aprobar las leyes que más le convengan para satisfacer los propósitos del gobierno. La legislación así entendida pierde enteramente la legitimidad de la que deriva el poder supremo a partir de su compromiso con reglas universales” (Hayek, 1981: p. 88).
La idea que tenía Hayek sobre la democracia limitada también estaba implícita en la de los “padres fundadores” cuando hablaban de república limitada. Es por eso que para comprender a la forma de representación de gobierno es necesario recurrir a sus “padres fundadores”. Montesquieu y los padres de la Constitución norteamericana articularon el concepto de una constitución limitadora, establecieron el modelo según el cual el constitucionalismo liberal ha venido desarrollándose desde entonces. El objetivo de ellos era establecer un mecanismo a fin de salvaguardar las institucionales y la libertad individual. Este mecanismo fue la separación de poderes. James Madison se había preguntado cómo legislar para garantizar el gobierno de la ley y al mismo tiempo impedir la usurpación de la soberanía por un ejecutivo arbitrario o por un despotismo mayoritario. Se llegó a tres respuestas: la supremacía de una constitución que instaurara un régimen de separación de poderes, la forma representativa y el sistema federal. El Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial descansarían sobre la fuente de soberanía cuyo titular último era el pueblo. Los tres poderes debían obrar de tal manera de no usurpar parte de soberanía del otro. La forma representativa intentaba de esta manera resolver el dilema que proponía la coexistencia de una misma fuente de soberanía, el pueblo13 .
Cuando se habla de democracia se hace referencia a un sistema político suscrito por el voto y las elecciones, como también por el respeto a la ley, la separación de poderes y la protección de las libertades que son la base de los derechos del ciudadano, como lo son la libertad de expresión, la propiedad privada, la libertad de religión, de reunión, etc.. Es por eso que el liberalismo constitucional busca preservar la autonomía del individuo y su dignidad frente a cualquier tipo de coerción.
Buchanan en su Teoría Económica de la Política realizó un planteo muy interesante en base a ciertas preguntas: “¿cómo serán reconciliadas las diferentes preferencias individuales para lograr resultados que por definición, deben ser compartidos por todos los miembros de la comunidad?”; “¿cómo son reconciliadas las diferencias bajo las instituciones políticas que observamos?”; “¿cómo debieran reconciliarse las diferencias entre los individuos en resultados deseados?” 14 . Consideró que para asuntos de política el problema es reducir las diferencias individuales o preferencias a resultados. Esto es así porque su enfoque parte de la base analítica en la que los individuos son personas que viven, eligen y economizan. Estas personas tienen diferentespreferencias y muchos de sus aspectos de su vida son sociales, no privados. Entonces el problema de las decisiones públicas salta a la vista. Por eso Buchanan analiza cómo pueden operar realmente las reglas de mayoría bajo un enfoque positivo de las decisiones públicas a fin de construir una "teoría económica de la constitución política" (Buchanan y Tullock, 1980). Es así que las reglas específicas para tomar decisiones deben emerger de un nivel de deliberación constitucional y las instituciones deben ser diseñadas de manera que el comportamiento individual promueva los intereses del grupo, pequeño o grande, local o nacional. Plantea el desafío de reconstruir un orden político que canalice el comportamiento “egoísta” de los participantes hacia el bien común de modo que se acerque lo más posible a lo que describió Adam Smith en relación al orden económico.
Hayek va a considerar que en una economía de mercado libre es posible que se respeten las libertades individuales y la propiedad privada, y que el Estado de Derecho sea garantizado. Milton Friedman en Capitalismo y Libertad (1966) tendrá la misma opinión que Hayek: es sólo en una economía libre que las libertades individuales son respectadas, ya que es el único sistema económico que puede coordinar las acciones de miles de personas sin recurrir a la coerción. Por eso considera que la intervención por parte del Estado, salvo en materias en las que el mercado no puede regular, atentan contra la libertad individual.
Hayek consideraba que las democracias de hoy en día no significaban ya una salvaguarda para las libertades individuales. El problema, decía, es que ahora se supone que una democracia debe otorgar a la mayoría poderes ilimitados, y que un gobierno con poderes ilimitados estaría obligado a garantizar un apoyo continuo a esa mayoría, utilizando esos poderes ilimitados al servicio de intereses particulares. (Hayek, 1981)
Así lo describía:
“Si se supone que todo lo que decide la mayoría es justo, aun cuando lo que establece no es una regla general, sino un designio que afecta a personas, particulares, sería esperar demasiado creer que el sentido de justicia restringirá el capricho de la mayoría: en cualquier grupo se cree que lo que el grupo desea es justo. Y puesto que los teóricos de la democracia han enseñado a las mayorías que todo aquello que ellas deseen es justo, no debemos sorprendernos si las mayorías ya ni siquiera nos preguntan si lo que ellas deciden es justo” (Hayek, 1981: p. 97).
Hayek (1973) considera que la política contemporánea sólo protege a los intereses de la actividad privada. Y eso no es consistente con el modelo democrático, sino que lo considera el resultado de esa forma de gobierno ilimitado con la que se ha venido identificando. Es de la opinión que, desde que ese modelo de democracia fue introducido, nos hemos ido alejando cada vez más del ideal de libertad individual del que él creía el propio modelo era la más segura custodia. El constitucionalismo que promueve implica gobierno limitado. No obstante, Hayek sostiene que la interpretación actual ha identificado a la idea de democracia con la voluntad de una mayoría que no admite limitación alguna.
Benavente y Cirino (2005), críticos del populismo, llegaron a considerar la posibilidad de que la democracia representativa tienda a convertirse en una nueva institucionalidad -haciendo referencia a la cantidad existente de gobiernos populistas- en la que las aspiraciones de poder del populismo revolucionario sean reflejadas y donde el pluripartidismo, el parlamento, la justicia independiente y la libertad de prensa se conviertan en el trofeo del partido central populista que busca perpetuarse en el poder.
Ahora bien, la autora de La democracia: ¿sistema ideal de gobierno?, Fischer (2006), realiza una interesante conclusión respecto al tema en esta sección tratado, señalando que:
“…la ignorancia acerca del hecho de que la lucha por la libertad económica, fue el inicio del proceso que culminó en la vigencia del Estado de derecho, y del reconocimiento de los derechos individuales y las libertades políticas, es una de las causas principales de la decadencia de la democracia. Esa es igualmente la razón del desencanto que produce en amplias capas de la sociedad. El despreciar a la libertad económica y al mismo tiempo aspirar a la libertad política, es un imposible de lograr. O se tienen ambas o no se tiene a ninguna. Pero sin lugar a dudas, que el “barco insignia” de las libertades, es la económica. Asimismo, se confunden los fines con los medios. La democracia es tan sólo un medio para llegar a la meta, que estriba en asegurar a la libertad individual. Y ésta es inseparable, “indivisible” como dicen los liberales clásicos, de la libertad económica” (p. 244).
Por estas razones el liberalismo de Hayek y Mises considera como régimen de representación de gobierno más apropiado a una democracia limitada en un contexto de libre mercado. Bajo sus fundamentos sería imposible concebir un diseño institucional en el que prime una forma ilimitada de democracia y a un gobierno que no estuviera guiado por un Estado de Derecho. Al contrario, el populismo suele postular la necesidad de un poder ilimitado de una autoridad (líder) y la creencia de que la democracia significa otorgar le a una mayoría ese poder ilimitado.
b. Democracia radical y Estado popular en la Razón Populista
Para entender el diseño institucional que promueve la visión populista de Laclau primero se debe tener en cuenta la crítica que dicho autor realiza a los psicólogos de masas:
“La relación palabras/imágenes, el predominio de lo "emotivo" por sobre lo "racional", la sensación de omnipotencia, la sugestibilidad y la identificación con los líderes, etc., constituyen rasgos reales del comportamiento colectivo. El hecho de concentrarse en ellos fue la contribución más original del la teoría de masas a la comprensión del actor social y de la acción social. Sin embargo los psicólogos de masas fracasan por su sesgo ideológico antipopular. Ya que embarcaban sus discursos dentro de dicotomías crudas y estériles -individuo/masa; racional/irracional; normal/patológico” (2005: pp. 59-60).
Cualquier orden social demanda un representante. Ahora bien, la construcción de un pueblo revela la representación por el hecho de que es terreno primario de constitución de la objetividad social. Laclau respecto a la representatividad política, opina:
“La principal dificultad de las teorías clásicas de la representación política es que la mayoría de ellas concibió la voluntad del pueblo como algo constituido antes de la representación. Esto es lo que ocurre en el modelo agregativo de la democracia (Schumpeter, Downs) que reduce el pueblo a un pluralismo de intereses y valores: y con el modelo deliberativo (Rawls, Habermas), que encontró tanto en la justice as fairness, como en los procedimientos dialógicos, las bases de un consenso racional que eliminaría toda opacidad en los procesos de representación. Entonces: ¿cómo respetar la voluntad de los representados, dando por sentado que tal voluntad existe en primer lugar?
La identidad democrática es prácticamente indiferenciable de la identidad popular. Todos los componentes están allí: el fracaso de un orden puramente conceptual para explicar la unidad de los agentes sociales; la necesidad de articular una pluralidad de posiciones o demandas a través de la nominación, dado que ninguna racionalidad a priori lleva a esas demandas a unirse en torno a un centro; y el rol principal del afecto en la cementación de esta articulación. La consecuencia es inevitable: la construcción de un pueblo es la condición del funcionamiento democrático. Sin la producción de vacuidad no hay pueblo, no hay populismo, pero tampoco democracia. Si agregamos a esto que el pueblo no está limitado a ninguna matriz simbólica particular, hemos abarcado en todas sus dimensiones el problema del populismo contemporáneo” (Laclau, 2005: pp. 206-207).
Bajo el análisis de Laclau se llega a la conclusión de que una democracia “radical y plural” implica la “necesidad de reconocimiento del otro y la imposibilidad de anular las diferencias”, y “la aceptación del antagonismo, como una dimensión propia del campo de la política”. Para Laclau la rivalidad, la violencia y el egoísmo son propios de la naturaleza humana, por lo que la reciprocidad y la hostilidad no pueden ser separadas. Si no se reconociera que la violencia está siempre presente en la sociedad la teoría democrática no podría comprender la dimensión de antagonismo propia de lo político15 .
La identificación presupone representación y procede de la “investidura ontológica” del líder, por lo que no existe identificación ni representación sin un líder que encarne la universalidad vacía que trascienda la particularidad de las demandas de los excluidos del sistema político. Es un doble movimiento que va del representante al representado y del representado al representante. El representado dependerá del representante para la constitución de su propia identidad. El objetivo del representante será democrático en tanto con su intervención incorporaría a sectores marginales a la esfera de lo público. Además no estaría considerando al líder como una voluntad a ser representada, sino como la constitución misma de esa voluntad gracias al proceso de representación (Laclau, 2005).
Como anteriormente ya fue mencionado, la constitución del pueblo requiere de una pluralidad de las demandas (dimensión de la heterogeneidad radical) que forman la “cadena equivalencial”. El momento homogeneizante del “significante vacío” permite la formación de esa cadena, al tiempo que la representa. Por eso Laclau llega a la conclusión de que toda identidad popular contiene en su interior una estructura esencialmente representativa. Es el líder quien homogeniza, por medio de la retórica, a las diferentes demandas de la sociedad. Frente a esta cuestión democrática afirma:
“…la democracia sólo puede fundarse en la existencia de un sujeto democrático, cuya emergencia depende de la articulación vertical entre demandas equivalenciales. Un conjunto de demandas equivalenciales articuladas por un significante vacío es lo que constituye un "pueblo". Por lo tanto, la posibilidad misma de la democracia depende de la constitución de un "pueblo" democrático” (Laclau, 2005: p. 214).
Respecto al surgimiento del Estado de Bienestar aseguran Laclau y Mouffe (1987) que si bien muchas demandas sociales fueron satisfechas, este proceso estuvo lejos de garantizar una “integración indefinida a las formaciones hegemónicas dominantes”, poniendo de relieve la arbitrariedad de todo ese conjunto de relaciones de subordinación.
Laclau cuando habla de Estado Benefactor hace una salvedad respecto a lo que significaría que un Estado Benefactor cumpliera realmente con sus postulados (la teoría) y, por el otro, la realidad de su ejecución en una sociedad (la práctica). En su libro Razón Populista aclara dicha distinción:
“En una sociedad que postula el Estado benefactor como su horizonte último, sólo la lógica de la diferencia sería aceptada como un modo legítimo de construcción de lo social. En esta sociedad, concebida como un sistema en constante expansión, cualquier necesidad social sería satisfecha diferencialmente; y no habría ninguna base para crear una frontera interna. Como sería incapaz de diferenciarse a sí misma de cualquier otra cosa, esa sociedad no podría totalizarse, no podría crear un “pueblo”. Lo que realmente ocurre, sin embargo, es que los obstáculos que se encuentran en el establecimiento de esa sociedad –codicia de los empresarios privados, intereses que se le oponen, etcétera- fuerzan a sus mismo proponente a identificar enemigos y a reintroducir un discurso de la división social basado en la lógica equivalenciales” (Laclau, 2005: pp. 104-105).
Laclau y Mouffe (1987) señalan que la satisfacción de varias demandas sociales durante el Estado de Bienestar lejos de asegurar la integración indefinida a las alineaciones hegemónicas dominantes, lo que ha hizo fue resaltar el carácter arbitrario de todo un conjunto de relaciones de subordinación16 . Para ellos el Estado de Bienestar ha fomentando un terreno que posibilita equivalencias igualitarias y el desarrollo de nuevas formas de la revolución democrática. Es en dicho terreno en el que han surgido nuevas formas de identidad política, denominadas “nuevos movimientos sociales”.
Laclau y Mouffe están de acuerdo que la creciente intervención del Estado a niveles cada vez más amplios de la reproducción social ha sido acompañado de una gran burocratización. Esta creciente burocratización y la mercantilización son las fuentes fundamentales de desigualdades y conflictos. En cada parte en la que el Estado ha intervenido se ha producido una politización de las relaciones sociales. Esta transformación de las relaciones sociales es el resultado del desarrollo de las relaciones capitalistas de producción y de las nuevas formas burocráticas estatales. Lo importante para Laclau y Mouffe son las consecuencias de la burocratización. Es ahí donde emergen los nuevos antagonismos. La línea entre lo “público” y lo “privado” se desdibuja y muestra el carácter político de las relaciones sociales y que éstas son el resultado de instituciones que les dan forma y sentido. Por un lado el carácter burocrático de la intervención estatal no es llevado a cabo bajo la forma de una verdadera democratización, sino por medio de nuevas formas de subordinación. Laclau y Mouffe ven aquí el terreno de emergencia de las luchas contra las formas burocráticas del poder estatal (Laclau y Mouffe, 1987).
De esta manera Laclau establece un vínculo entre la democracia y el pueblo, conformando así un diseño institucional basado en la representación populista de gobierno. La ausencia de la suposición de un Estado de Derecho supone un Estado que interviene en el ámbito de lo privado y de lo público de manera pronunciada. El vínculo entre la democracia y el pueblo (la primera categoría supone de la existencia de la segunda) es la que permite comprender al fenómeno de la democracia y a sus límites como un proceso incierto, continuo y abierto. El proyecto de una democracia radical y plural de Laclau y Mouffe (1987) se basa en la lucha por una autonomización de esferas sobre la base de la generalización de la lógica equivalencial-igualitaria.
La “revolución democrática” es para estos autores “el terreno en el que opera una lógica del desplazamiento apoyada en un imaginario igualitario, pero que ella no predetermina la dirección en la que este imaginario va a operar” (1987: cap. IV). En otras palabras, la “revolución democrática” de la que Laclau Y Mouffe hablan, es la de la siguiente manera:
“Frente al proyecto de reconstrucción de una sociedad jerárquica, la alternativa de la izquierda debe consistir en ubicarse plenamente en el campo de la revolución democrática y expandir las cadenas de equivalencias entre las distintas luchas contra la opresión. Desde esta perspectiva es evidente que no se trata de romper con la ideología liberal-democrática sino al contrario, de profundizar el momento democrático de la misma, al punto de hacer romper al liberalismo su articulación con el individualismo posesivo. La tarea de la izquierda no puede por tanto consistir en renegar de la ideología liberal-democrática sino al contrario, en profundizarla y expandirla en la dirección de una democracia radicalizada y plural. (…) Es por eso que la demanda de igualdad no es suficiente; sino que debe ser balanceada por la demanda de libertad, lo que nos conduce a hablar de democracia radicalizada y plural. Una democracia radicalizada y no plural sería la que constituiría un solo espacio de igualdad sobre la base de la vigencia ilimitada de la lógica de la equivalencia, y no reconocería el momento irreductible de la pluralidad de espacios” (Laclau y Mouffe, 1987: cap. IV).
Laclau no piensa al populismo de forma despreciativa, ni como un fenómeno que degrada a la democracia, sino como un tipo de gobierno que posibilita ampliar las bases democráticas de las sociedades. Porque para él el populismo es una forma de pensar las identidades sociales, una manera de articular demandas dispersas. Es la manera de construir lo político. En una entrevista para el diario argentino La Nación explicó la tesis central de su libro:
"Cuando las masas populares que habían estado excluidas se incorporan a la arena política, aparecen formas de liderazgo que no son ortodoxas desde el punto de vista liberal democrático, como el populismo. Pero el populismo, lejos de ser un obstáculo, garantiza la democracia, evitando que ésta se convierta en mera administración"17.
Y agrega:
“En los últimos 20 años, por primera vez en la historia latinoamericana, las aspiraciones nacionales y populares de las masas logran coincidir con la afirmación de los derechos humanos, la división de poderes, el pluralismo político” 18 .
Laclau sin embargo no explica qué entiende él por “demanda democrática”, sólo dice que es democrática en tanto pertenece a los sectores excluidos de un sistema. Pero no otorga carácter normativo a la misma, por lo que se podría decir que no importa si la demanda que se realiza es coherente, justa, democrática, o si es autoritaria, incoherente, injusta, ventajista, etc.. Para Laclau toda demanda fomenta la ampliación de las bases democráticas más allá del contenido de la misma. Un gobierno será democrático en términos laclaunianos en tanto dé cabida a una serie de aspiraciones de las masas. Esta idea parte de que siempre va a haber una cierta tensión entre la protesta social y su integración en las instituciones, pero dicha tensión es lo que él llama democracia:
“En el campo social hay grupos corporativos muy atrincherados, grupos económicos, empresarios, también grupos sindicales, muy fuertes. Pero hay sectores de la población que tienen un grado de integración y de identidad corporativa mucho menos consolidada, sectores marginales. Cuando esto ocurre, es necesario que la función de los líderes políticos no sea simplemente expresar intereses que ya están constituidos, sino ayudar a la constitución de esos otros intereses que han estado marginados”19 .
Por lo que una verdadera política democrática será aquella que acepte la naturaleza plural y fragmentada de las sociedades e intente insertar esa pluralidad en lógicas equivalenciales que darán origen a nuevas esferas públicas.
VIII. Noción de la economía
a. Libre Mercado
Hayek, teniendo en cuenta su teoría sobre los órdenes espontáneos y sobre la limitación del conocimiento, sostendrá que no existe el conocimiento perfecto en la acción racional del hombre en el mercado. El conocimiento, afirma, es fragmentado, limitado y disperso por parte de oferentes y demandantes. Es por esta fragmentación del conocimiento que Hayek no considera útil planificar de manera central a la economía. Todo lo contrario, bajo ciertas condiciones jurídicas como lo es propiedad privada de los factores de producción y teniendo en cuenta que se aprende de los errores, los precios funcionarían como los informantes sobre ese conocimiento disperso entre demandantes y oferentes. Esto permitiría a los oferentes acercar los factores de producción a las necesidades de los demandantes. Es por eso que afirma que la planificación impediría este proceso. Esto sería así debido que el conocimiento es imperfecto y esto ya es razón suficiente para no planificar. Es decir, como consecuencia de que no es posible conocer todos los factores determinantes de un orden espontáneo y, por ende, tampoco la estructura de precios y salarios con que la demanda igualaría a la oferta, no se pueden medir tampoco las desviaciones de ese orden que imposibilitarían las ventas de ciertos productos y servicios al precio ofrecido (Hayek, 1981).
Con libertad de precios y libre entrada y salida al mercado, éste tenderá a ordenarse de manera espontánea: las expectativas dispersas se encuentran gracias a que el gobierno no interfiere en el proceso de “equilibrio de precios”. En caso de intervenir necesitaría de un conocimiento que ninguna persona tiene20 . La Razón Liberal de Hayek, Mises y Kirzner propone, por eso, un mercado libre, no planificado ni intervenido en tanto que sólo los precios logran que la demanda iguale a la oferta y aseguran que conocimientos dispersos de las personas sean tenidos en cuenta y utilizados. El libre mercado tendrá a su vez efectos positivos que beneficiarían a la sociedad. Así lo señala Hayek:
“El juego del mercado conduce al desarrollo y prosperidad de las comunidades. Ellas lo juegan porque mejora las oportunidades de todos. El proceso impersonal que se vale de todos los datos dispersos establece los precios indicadores de modo de señalar a la gente qué debe hacer independientemente de necesidades o méritos.
Utilizar las fuerzas espontáneamente ordenadoras del mercado para lograr el punto óptimo, y dejar que la decisión de la participación relativa de los distintos individuos aparezca como accidente, son inseparables. Solamente porque el mercado mueve a los individuos a emplear su conocimiento singular de oportunidades y posibilidades particulares para sus propósitos puede logarse un orden que incluye en su totalidad el conocimiento disperso que no es accesible a nadie como un todo. Una sociedad que confía en el orden del mercado por el uso eficaz de sus recursos alcanzará un nivel de riqueza que hará posible que este mínimo esté encaminado para que el ingreso percibido en el mercado se conforme con un ideal de justicia “distributiva”. Tales esfuerzos reducirán el total en el que todos pueden participar” (1981: p. 81).
Hayek en Derecho, Legislación y Libertad (1973) señala que lo que habría garantizado que no hubiera hambrunas en el mundo, no habrían sido las “presiones populares”, sino un orden de mercado libre que permitió alimentar a la población. Él considera que sólo el mercado eleva la productividad per cápita y permite a las personas sobrevivir. La división del trabajo, consecuencia de la libre competencia habría sido la posibilitadota de alimentar a una gran cantidad de personas, cuya existencia dependería de ese orden de mercado libre. Mises en Sobre liberalismo y capitalismo tiene una postura parecida a la de Hayek. Según Mises las ideas liberales produjeron un gran desarrollo económico:
“Liberadas las fuerzas productivas del hombre, los medios de subsistencia se multiplicaron como por ensalmo... la tierra tenía una población incomparablemente mayor que la que jamás había conocido y todas las gentes gozaban de un nivel de vida superior al antes nunca alcanzado. La prosperidad engendrada por el liberalismo redujo en forma señalada la mortalidad infantil, el azote que sin piedad había segado innumerables vidas a lo largo de la historia, prolongándose la vida media gracias a las mejores condiciones que se disfrutaban” (1996: p. 19).
Uno de los principales autores liberales que indagó sobre la idea de proceso de mercado y equilibrio de mercado fue Kirzner, por eso es importante detenernos aquí y exponer sus aportes. Kirzner (1997) dirá que habitualmente los economistas de gran parte de la historia comprendían al fenómeno del mercado en términos de modelos de equilibrio. Dichos economistas creyeron que era necesario explicar los datos del mercado a fin de que sean esas variables fueran compatibles con el equilibrio del mercado. Al aplicar este análisis al precio de mercado de algún bien, suponen que éste precio está determinado por la igualación entre las cantidades demandadas y ofrecidas. En este enfoque tiene por suposición que las fuerzas equilibrantes del mercado serían muy fuertes, por lo que resultaría aceptable suponer que los mercados han estado cerca del equilibrio. Sin embargo, sostendrá Kirzner, las discrepancias entre los datos del mercado y los valores esperados en función del modelo de equilibrio son inadecuados.
El rasgo central del proceso de mercado al que Kirzner hace referencia al papel que desempeñan en él la ignorancia y el descubrimiento. El desequilibrio, dirá, consiste en la ignorancia mutua de los que participan en el mercado, pero que tarde o temprano son descubiertas nuevas oportunidades de beneficios mutuos no explotadas anteriormente. Que las oportunidades no hayan sido explotadas se debe a esa ignorancia mutua -situación inicial en estado de desequilibrio- . Es en el proceso de mercado, que al descubrirse una nueva oportunidad beneficiosa, se sale de la ignorancia inicial que formaba parte de la situación de desequilibrio. Estos descubrimientos constituyen al proceso equilibrante y conducen a la eliminación de las oportunidades de mutua ganancia no explotadas. De esto se deduce que un mercado en pleno equilibrio es aquél, que en ausencia de ignorancia alcanzada, aseguraría que los intercambios de un período se repitiesen sin cambios en cada período siguiente. Es por eso que Kirzner se encarga de explicar bien el significado del carácter equilibrante del proceso de mercado, recalcando que el hecho de que el proceso de mercado sea equilibrante no significa que el equilibrio se alcance realmente alguna vez (Kirzner, 1997).
Kirzner sugiere que la valoración de los logros económicos de una sociedad libre dependerá de cómo se evalúen estos logros económicos en esa sociedad, y de la predisposición de las personas a reconocer al proceso del mercado. Él dirá que esa posición se desprende de una serie de afirmaciones que a continuación son citadas:
“ 1) bajo un sistema de respeto a los derechos de propiedad privada, en una sociedad libre, la actividad económica se canaliza especialmente a través del mercado; 2) el mercado se halla en un constante estado de flujo: nunca está en equilibrio ni se acerca a él; 3) este flujo continuo tiene dos estratos distintos de fenómenos de cambio; 4) uno de ellos está formado por cambios exógenos, cambios de preferencias, de la población, de dotación de recursos y posibilidades técnicas; 5) el otro estrato es endógeno -es decir, cambios inducidos sistemáticamente en tanto las fuerzas del mercado actúan de modo constante para equilibrar el conjunto de las fuerzas operantes-; 6) este último estrato de cambios, el de las tendencias sistemáticas al equilibrio (al que no se llega nunca plenamente por la irrupción de nuevos cambios exógenos), es el responsable del grado de eficiencia asignativa y de crecimiento potencial de la economía; 7) el término "proceso de mercado" se refiere propiamente a este último estrato de cambios equilibrantes; 8) el requisito esencial para el funcionamiento del proceso de mercado es la libertad de entrada competitiva empresarial; 9) por tanto, para que el proceso de mercado funcione bien, se requiere la libertad completa del individuo; 10) más aun, no se debe poner énfasis sólo en la capacidad (contra-intuitiva) de lograr una cierta coordinación en una sociedad libre, sino también -lo que es aun más contra-intuitivo- en que únicamente una sociedad de individuos libres es capaz de orientar las fuerzas de la competencia empresarial para realizar y diseminar los descubrimientos de los que dependen la eficiencia asignativa y el crecimiento” (1997: p. 122).
Kirzner describe así, que el proceso de mercado permite realizar una serie de pasos que posibilitan corregir la ignorancia previa - ajuste que transforma la ignorancia en conocimiento-, sin que por ello intente afirmar que ese proceso consiste en una secuencia de actos deliberados de aprendizaje. Al respecto dice:
“Debemos distinguir cuidadosamente entre aquellos actos de descubrimiento que conforman el proceso de mercado y los actos de aprendizaje deliberado que, salvo por accidente, no forman parte de él” (1997: p. 130).
Es decir, que el proceso de mercado permite el pasaje del desequilibrio al equilibrio. Este enfoque del proceso de mercado posibilita ver que la ausencia de centralización es necesaria si se quiere alcanzar el tipo de coordinación anteriormente explicado. Como ya lo afirmaba Hayek, la función del mercado no se basa en la asignación eficiente de los recursos, sino en la coordinación de la dispersión de la información. El problema de la información dispersa consiste en que los miembros de una economía poseen información cuyo valor les es desconocido. Esto se debe a que no tienen indicio acerca de la disponibilidad de los datos o información complementarios. Esta ignorancia hace que no se emprendan en su búsqueda. La existencia de esta ignorancia de manera inconsciente es manifestada en los mercados como oportunidades desconocidas de beneficios que atraen a la perspicacia de los empresarios. El proceso de mercado consiste en la serie de descubrimientos estimulados por tal agudeza, que permite una coordinación sistemática de las unidades dispersas de conocimientos (Kirzner, 1997). Es precisamente, a este tipo de problemas de conocimiento disperso al que se dirige el proceso de mercado descentralizado y libre.
La libre empresa es la base de la autodeterminación personal, de toda libertad individual y por ende de toda asociación libre. No existe nada que pueda poseerse “entre todos” si cada uno no tiene libertad de disponer de su parte y hacerla valer. El pueblo es una pluralidad de intereses individuales contrapuestos pero asociables. El Estado no es “la gente”: debe dar aire a la actividad empresarial de un pueblo y no pretender representar colectivamente sus intereses privados. Una empresa totalmente privada no es subsidiada y debe hacer con su capital lo que sea más eficiente para servir a sus consumidores. Los propietarios pueden actuar con interés y responsabilidad cuando dependen sólo de la empresa e invierten voluntariamente en ella sus esfuerzos. Los monopolios y oligopolios son aquellos que se forman con privilegios gubernamentales y pueden así sostener su ineficiencia, sea porque no dependen del voto del comprador sino de favores estatales, o sea porque están tranquilos de no tener que encontrarse con una o varias empresas que formen un mercado más eficiente a menor costo.
La cuestión de fondo no es la maximización de utilidad y beneficios a partir de unas preferencias, costes y beneficios dados. La cuestión es que esos datos nunca están dados en su totalidad y las empresas y los individuos tienen que descubrir y divulgar de un modo sencillo los conocimientos acerca de los métodos de producción más baratos y las mejores oportunidades de consumo. El mercado es un conjunto de instituciones, un orden social espontáneo, a través de las cuales los individuos acceden, precisan y redefinen su comprensión del mundo; por eso Hayek se refiere a la competencia como un “proceso de descubrimiento” que opera a través de los precios.
21 Laclau y Mouffe realizan una explicación acerca de lo que ellos comprenden por subordinación: “Está claro por qué las relaciones de subordinación, consideradas en sí mismas, no pueden ser relaciones antagónicas; porque una relación de subordinación establece, simplemente, un conjunto de posiciones diferenciadas entre agentes sociales, y ya sabemos que un sistema de diferencias que construye a toda identidad social como positividad no sólo no puede ser antagónico, sino que habría reunido las condiciones ideales para la eliminación de todo antagonismo -estaríamos enfrentados con un espacio social suturado, del que toda equivalencia quedaría excluida-. Es sólo en la medida en que es subvertido el carácter diferencial positivo de una posición subordinada de sujeto, que el antagonismo podrá emerger. «Siervo», «esclavo», etc., no designan en sí mismos posiciones antagónicas; es sólo en términos de una formación discursiva distinta, tal como, por ejemplo, «derechos inherentes a todo ser humano» que la positividad diferencial de esas categorías puede ser subvertida, y la subordinación construida como opresión. Esto significa que no hay relación de opresión sin la presencia de un «exterior» discursivo a partir del cual el discurso de la subordinación pueda ser interrumpido” (1987: cap. IV).
Mises en Liberalismo (1962) ya sostenía que la libre oferta y la demanda en un libre mercado siempre coincidían, pero cuando el precio era reducido coactivamente por parte del gobierno la demanda y la oferta quedaban invariadas. Parte de la demanda quedaría de esta manera forzosamente desatendida. El mecanismo en el mercado de igualación de la oferta y demanda mediante la libre fluctuación de los precios quedaría de esta manera totalmente perturbada por parte de la incidencia del Estado en el mercado.
Por las razones nombradas anteriormente los liberales suelen oponerse a la intervención del gobierno en la economía. Esto es así porque:
“El juego cataláctico22 pasa por alto los conceptos humanos acerca de lo que se debe a cada uno y recompensa de acuerdo con el éxito obtenido al jugar la partida según las mimas reglas formales, como acierta a producir una asignación de recursos más eficaz que la que pueda lograr cualquier cálculo. Pienso que en cualquier partida jugada porque mejora las perspectivas de todos, más allá de aquellas que sabemos cómo proveen gracias a otros arreglos cualesquiera, el resultado debe ser aceptado como correcto en la medida en que todos obedezcan a las mismas reglas y en que nadie haga trampas. Si ellos aceptan el lucro resultante del partido, es hacer trampas invocar las facultades del gobierno para que desvíe la corriente de buenas cosas en su favor, sea lo que fuere lo que podamos nosotros hacer fuera del juego del mercado para proveer un mínimo decente a aquellos a quienes el juego no proveyó” (Hayek, 1981: p. 57).
Como ya se ha visto es el supuesto del Orden Espontáneo, del conocimiento disperso, y de la cooperación pacífica las que justifican el postulado de un mercado libre de interferencia gubernamental.
Los seguidores de la ideología liberal aceptan la libre evolución muchas veces ignorando hasta dónde puede llevarles ese proceso evolutivo. Esta actitud mental, propia de los liberales, les permite confiar en las fuerzas autorreguladoras del mercado, ya que sostienen que éstas son las que los irán acondicionando de manera espontánea frente a la nueva circunstancia, aún desconociendo cómo se realizará dicha acomodación. Ellos dicen que la razón por la que muchas personas se oponen al libre desenvolvimiento de la economía, se debe a la incapacidad de estas personas de percibir el por qué tiene que ajustarse la oferta a la demanda, o por qué han de coincidir las exportaciones con las importaciones, etc.
A menudo se malinterpreta la función de la política económica de mercado. Se ha limitado este concepto a los mercados de bienes de consumo, concepto que no debería ser considerado solamente como una simple satisfacción de las necesidades materiales, ya que se estaría pasando por alto el hecho de que existen servicios culturales que también están sujetos a las transacciones del mercado. La existencia de mercados libres y políticas orientadas al mercado representan salvaguardas esenciales para la libertad y la cooperación sin coerción. Los mercados libres poseen un valor fundamental para el individuo, para su independencia y la organización de su vida. La política de libre mercado confía en el dinamismo económico concebido por una combinación entre las decisiones individuales y un sistema de incentivos apropiado.
El proceso de mercado aquí descripto dependerá, entonces, según el ideario de los liberales en esta sección tratados, de la agudeza individual manifestada en capacidad empresarial, así como también en actividad individual. Si bien los promotores del liberalismo económico ponen especial énfasis en la importancia del factor empresarial como agente que mueve el proceso de mercado, por otro lado, resalta que dicho proceso depende especialmente de la libertad individual para perseguir las oportunidades percibidas dentro de los límites de la propiedad privada, y sin que su camino sea obstruido de manera arbitraria. La Razón Liberal de Kirzner entiende por libertad individual en el ámbito económico “como la libertad de cada individuo para identificar por sí mismo cuáles son las oportunidades que puede intentar aprovechar” (1997: p. 138). Es decir, el ideario liberal de todos los autores en esta sección tratados, enfatiza en la eficiencia, la competencia, y el progreso económico dentro del marco de una economía de mercado libre, donde el poder del Estado es limitado al mínimo indispensable.
b. Populismo estatista
El tema económico en los escritos de Laclau se podría decir que esta casi ausente. Sin embargo a lo largo de sus obras se pueden distinguir ciertos rasgos que permiten vislumbrar un estatismo económico. El estatismo se basa en una política de estatización de las empresas y de los servicios dentro de una Nación. No existe una política económica exclusiva del populismo, lo que hay son las políticas económicas de los variados gobiernos populistas. Es por eso que Laclau sostuvo que “la noción desarrollada de populismo (…) no supone la determinación de un concepto rígido al cual podríamos asignar inequívocamente ciertos objetos, sino el establecimiento de un área de variaciones dentro de la cual podría inscribirse una pluralidad de fenómenos”(2005: p. 219). Es por eso que esta parte del trabajo hará hincapié también en las características propias de una economía intervenida a partir de cómo ciertos autores la describen.
El estatismo23 es una tercera vía entre el socialismo y el liberalismo. Es un sistema que pone especial énfasis en a propiedad pública de los medios de producción y que busca estatizar los que están en manos privadas. Es decir, existe una autoridad pública que ejerce el rol de los empresarios en mercado. El estatismo tiene por objeto imponer a bienes y servicios a precios distintos de aquellos que el mercado de manera espontánea fijaría.
Laclau y Mouffe en Hegemonía y estrategia socialista (1987) opinan en contra del sistema capitalista de producción. Consideran que las luchas anticapitalistas del siglo XIX no han sido luchas del proletariado sino más bien de artesanos que veían amenazados por el sistema capitalista sus modos de vida y sus identidades artesanales, sus formas sociales, culturales y políticas de carácter comunitario. Se debe tener en cuenta el papel de los obreros calificados en estas luchas. Frente al peligro de la taylorización defendían cierta identidad que los obreros habían adquirido (sus funciones de organización en la producción). Ambos autores opinan que la “euforia neocapitalista” supone una “ilimitada capacidad de absorción transformista” por dicho sistema, mostrando una tendencia hacia una sociedad homogénea. En dicha sociedad todo antagonismo sería disuelto y toda identidad colectiva sería fijada en un sistema de diferencias. Al fenómeno del fordismo (trabajo organizado en torno a la cadena de montaje semiautomática y producción a gran escala para el consumo privado),Laclau y Mouffe lo consideran como un proceso que habría penetrado en las relaciones capitalistas de producción, transformando a la sociedad. La sociedad se convierte en un mercado en el que se producen continuamente nuevas necesidades y en el que los productos del trabajo humano son convertidos en mercancías. Es por eso que Laclau y Mouffe hablan de una “mercantilización de la vida social” que destruye a las relaciones sociales reemplazándolas por relaciones mercantiles. Las relaciones capitalistas estarían impregnando tanto la vida individual como la colectiva. La urbanización paralela al crecimiento económico, el surgimiento de las clases populares en la periferia urbana y la falta de servicios colectivos trajeron aparejados nuevos problemas que han repercutido en la vida social fuera del trabajo. Es por eso que las relaciones sociales son terreno para la lucha contra las desigualdades y para la reivindicación de nuevos derechos.
El estatismo económico llevado a cabo por el Estado está basado en tres puntos: fallas del mercado, bienes públicos y distribución del ingreso. Cuando se habla de bien público se está haciendo referencia a un bien que tiende a producir efectos (positivos o negativos) en personas que no participaron en la transacción o que no pagaron por consumir dicho bien. Este efecto producido a un tercero se llama externalidad y muchas veces no es posible de internalizar. De esta manera el bien público es un bien que no puede excluir a terceros. Una característica del mismo es su no rivalidad (no disminuye el bien por más que el número de consumidores aumente), por lo que siempre tiene externalidades. Esto supone la existencia de free riders (personas que se benefician del bien sin haber pagado por el mismo) y de externalidades negativas o costos externos (cuando las personas no se benefician, sino que se perjudican con dicho bien). El sector privado genera beneficios externos que no puede internalizar y sólo el Estado puede obligar a los free riders a pagar por dicho bien. Esta teoría se basa en la existencia de ''fallas de mercado"', lo cual exige una intervención estatal que impide que haya free riders, y elimina la '"falla del mercado"'. Los autores que adhieren a dicha teoría sostienen que sí el gobierno no provee ese bien, el mercado tampoco lo haría, y en caso de hacerlo, sería de manera sub óptima. Esta idea se basa en que los productores especularían con la posibilidad de constituirse en free riders, es decir, que otro produzca y cargue con los gastos.
Esta hipótesis supone que las externalidades provocan fallas del mercado si el mecanismo de precios no considera los “costos sociales totales” y los “beneficios sociales totales” que tienen la producción y el consumo. Los bienes públicos también son considerados como otra falla del mercado al tener externalidades positivas. Ésta es la razón por la que el mercado no los produciría, ya que no serían rentables, y, por lo tanto, es el Estado quien debería producirlos a fin de que se tenga acceso a esos bienes. Ahora ese bien será no rival, es decir, que no disminuirá por más que la cantidad de personas aumente. Los principios de no exclusión y no rivalidad son características propias del bien público y además las personas que no contribuyeron a su financiación se ven beneficiadas (free riders) o perjudicadas (externalidades negativas o costos externos)24 .
Como se dijo más arriba, el populismo se centra en la redistribución de los ingresos y de la riqueza, de tal manera que los programas políticos económicos de un gobierno populista tendrán por objeto la reactivación económica a fin de redistribuir el ingreso. Estas estrategias carecerían de un desarrollo económico a largo plazo, por lo que al corto o mediano plazo se crearían cuellos de botella en la economía. Esto sería provocado por una expansión de la demanda que no es satisfecha, y es la consecuencia de la creciente inflación generada por un el gasto público excesivo (Benavente y Cirino, 2005).
Benavente y Cirino afirman que en el populismo son utilizadas las siguientes políticas instrumentales:
“… incremento de salarios para obtener el apoyo de los trabajadores movilizados que han sido beneficiados con la medida; subsidio a la industria para obtener apoyo de las empresas nacionales orientadas al mercado interno; utilización del déficit fiscal para estimular la demanda interna: controles de precios, que unidos al aumento de salarios, operan como una herramienta redistributiva. Acompañando estas medidas, se sumaban otras de orden social, tales como el control de precios de los alquileres y de precisamente las tasas de intereses, el reparto de puestos en el Estado, de subsidios o de alimentos entre los pobres, cuyo objetivo era incrementar la base de apoyo del régimen entre la población. Es decir, se hace un uso político de la economía” (Benavente y Cirino, 2005: p. 55).
Según Dornbusch y Edwards (1992) el populismo económico es un enfoque de la economía que destaca el crecimiento y la redistribución del ingreso y menosprecia los riesgos de la inflación y el financiamiento deficitario, las restricciones externas y la reacción de los agentes económicos ante las políticas intervencionistas agresivas.
Los defensores del liberalismo frente a las políticas económicas de los gobiernos populistas sostienen que siempre es más productivo dedicarse a hacer una única cosa que a varias diferentes. Este principio explica la división del trabajo y es válido tanto entre ciudadanos de una misma nación como entre los de diferentes naciones: podemos comprar lo que sea más barato o mejor en el extranjero porque implica que a otros les convendrá comprarnos a nosotros lo que a ellos les resulte más costoso fabricar. No es necesario ni forzar la exportación ni tampoco la importación. Países hermanos no limitan estas actividades y producen más de los dos bienes, refutando así el mito mercantilista promovido por gran parte de la clase política. La balanza comercial no es un juego de suma cero donde pierde quien compra y gana quien vende. Ambas partes se benefician.
La Razón Populista de Laclau se inscribe en la lógica de un mercado estatista, de un rechazo al capitalismo económico, del fomento comercial a nivel interno, de trabas a la apertura comercial y de la intromisión en el área de la economía. Según los populistas, esta intervención estatal en el mercado permitiría corregir las injusticias que el capitalismo “salvaje” lleva a cabo por medio de una política económica de redistribución de los ingresos.
IX. Propiedad Privada y Justicia
En la filosofía política se empiezan a introducir temas que antes eran propios de la economía, como el de la elección racional, la distribución de ingresos, la eficiencia, etc.. Esto significa una consideración ética sobre la justificación del Estado, donde los problemas económicos comienzan a introducirse y a tener importancia.
Es así que surge como tema de discusión entre la visión liberal y la populista la cuestión acerca de la Propiedad Privada, cuestión que está siempre detrás de aspectos que refieren a la igualdad. Esta discusión desembocará en dos propuestas opuestas: la Justicia Conmutativa de la visión liberal y la Justicia Distributiva o Social de la visión populista.
a. Justicia Redistributiva en la Razón Populista
Para adentrarse en el tema es importante describir el modelo propuesto por Rawls (autor que puede ser considerado por las ideas populistas como modelo de “justicia distributiva”). Rawls en Justicia como equidad (1986) plantea un modelo de contrato social en el cual el escenario es una hipótesis de seres racionales en situación de igualdad que deben determinar por medio de un proceso de elección racional los principios de justicia que deben regir en una sociedad. Si bien Rawls considera que la cooperación social y la división del trabajo promueven una mayor productividad, afirma que no le es indiferente a la gente cómo se distribuirá el fruto de esa productividad. Aquí surge el supuesto de que las personas en una situación de igualdad harían un pacto. La condición de igualdad supone de una hipótesis: el “velo de ignorancia”. Esto es lo que haría que las personas pactaran principios de justicia “como si” desconocieran sus capacidades y habilidades. A partir de este supuesto nacen así de manera racional dos principios: a) un principio de igual libertad, donde los contratantes se reconocen mutuamente sus derechos a las libertades de religión, opinión, reunión y participación política; b) un “principio de diferencia”, según el cual las desigualdades son injustas, arbitrarias, a menos que se establezca que los que estén menos favorecidos serían compensados por aquellos que se vieran más favorecidos. El libre mercado de esta manera es compatible con el área de la producción, pero no en la distribución del ingreso. De esta manera, según Zanotti, el Estado benefactor estaría justificado con el principio de diferencia25 .
Sin embargo Laclau y Mouffe (1987) consideran que como consecuencia del Estado de Bienestar la noción de ciudadanía se vio transformada. Las categorías de “justicia”, “libertad”, “equidad” e “igualdad” fueron redefinidas, por lo que el discurso liberal democrático se modificó gracias a la ampliación de la esfera de los derechos sociales. Del Estado de Bienestar emergen la “democracia social”, las reivindicaciones por la igualdad económica y la exigencia de nuevos derechos sociales. Aparece así una nueva concepción “socialdemócrata” de la realidad, pero que se inscribe en un liberalismo articulado con la idea democrática de redistribución. Se pasó de la igualdad de oportunidades a la igualdad de resultados y de la igualdad entre individuos a la igualdad entre grupos.
Para las ideas populistas la justicia es la justicia de la distribución. En una sociedad justa y equitativa los más favorecidos compensarían a los menos favorecidos, respetándose las libertades individuales clásicas, pero poniendo en tela de juicio a la de la propiedad. Las injusticias se resuelven evitando las desigualdades por medio de la redistribución de ingresos. Aquí prevalece el valor que el populismo defiende: los derechos sociales en tanto “justicia social o redistributiva”. El derecho se basa en recibir una cuota del producto social. El populismo carece de contenido ideológico y suele articularse alrededor de reivindicaciones sociales de justicia redistributiva. Por lo tanto es estatista, en tanto supone un Estado “grande” que financie la redistribución con sus recursos.
Laclau y Mouffe realizan un análisis desde su punto de vista acerca de lo que entienden que Hayek promueve y opina acerca de las libertades individuales, el estado intervencionista, la redistribución, etc.. Es interesante poder entender cómo los autores populistas comprenden lo que los autores liberales promueven, es decir, cómo lo asimilan. Ellos dicen:
“Lo que la «nueva derecha» neoconservadora o neoliberal pone en cuestión es el tipo de articulación que ha conducido al liberalismo democrático a justificar la intervención del Estado para luchar contra las desigualdades, y a la instalación del Welfare State. La crítica a esta transformación no es reciente. Desde 1944, en The road to serfdom, Hayek lanzaba un violento ataque contra el Estado intervencionista y las diversas formas de planificación económica que estaban en proceso de implantarse. Anunciaba que las sociedades occidentales estaban en vías de pasar a ser colectivistas, y a lanzarse así en la dirección del totalitarismo. Según él, el umbral del colectivismo es franqueado en el momento en que, en lugar de ser un medio de controlar la Administración, las leyes utilizadas por aquélla para atribuirse nuevos poderes y facilitar la expansión de la burocracia. A partir de este punto es inevitable que el poder de la ley disminuya, al par que el de la burocracia se acreciente. En realidad, lo que está en cuestión a través de esta crítica neoliberal es la propia articulación entre liberalismo y democracia, que se ha realizado en el curso del siglo XIX. Esta «democratización» del liberalismo, que fue el resultado de múltiples luchas, concluyó por tener un impacto profundo en la forma en que la misma idea de libertad era concebida. De la definición liberal tradicional de Locke -«La libertad es no estar sometido a restricciones y violencia por parte de otro»- se ha pasado con John Stuart Mill a la aceptación de la libertad «política» y de la participación democrática como componente importante de la libertad. Más recientemente, en el discurso socialdemócrata, la libertad ha llegado a significar la «capacidad» de efectuar ciertas elecciones y de tener abierta una serie de alternativas reales. Es así que la pobreza, la falta de educación y la gran disparidad en las condiciones de vida, son hoy consideradas como atentatorias a la libertad. Es ésta la transformación que el neoliberalismo quiere cuestionar.
Hayek es, sin duda, quien se ha empeñado más tenazmente en reformular los principios del liberalismo, a fin de impedir aquellos desplazamientos de sentido que impiden la ampliación y profundización de las libertades. El se propone reafirmar la «verdadera» naturaleza del liberalismo, como la visión que intenta reducir al mínimo los poderes del Estado a fin de maximizar el objetivo político central: la libertad individual. Esta vuelve a ser definida de modo negativo como «aquella condición de los hombres en que la coerción de unos por parte de otros es reducida en la sociedad tanto como es posible». La libertad política está ostensiblemente excluida de esta definición. Según Hayek «la democracia [es] esencialmente un medio, un instrumento utilitario para salvaguardar la paz interna y la libertad individual». Esta tentativa por volver a la concepción tradicional de la libertad, que la identifica con la no interferencia con el derecho de apropiación ilimitada y con los mecanismos de la economía capitalista de mercado, se esfuerza en desacreditar toda concepción «positiva» de la libertad como siendo potencialmente totalitaria. Ella afirma que un orden político liberal sólo puede existir en el cuadro de una economía capitalista de libre mercado” (Laclau y Mouffel, 1987: pp. 282-284).
Es así que ambos autores critican al liberalismo, en tanto entienden que este defiende libertad individual en desmedro de la interferencia del Estado, de la igualdad de derechos y de soberanía popular. Esta defensa implica para ellos mantener las desigualdades existentes en relaciones sociales. Ambos autores dicen que ésa es la razón por la que los liberales “recurren cada vez más a un conjunto de temas de la filosofía conservadora, en la que encuentran los ingredientes necesarios para justificar la desigualdad”. Es por eso que se estaría visualizando un nuevo proyecto hegemónico por parte del liberalismo en el que su discurso liberal, a la vez que conservador, articularía la defensa de la economía de libre mercado con una tradición conservadora cultural y socialmente antiigualitaria y autoritaria. El nuevo discurso político que estaría surgiendo buscaría crear una nueva “definición de la realidad” basada en una libertad individual que legitime las desigualdades (Laclau y Mouffe, 1987).
La Razón Populista de Laclau promueve una Justicia Social o Redistributiva a partir de los resultados generados por la economía. Se debe tener en consideración que para Laclau la sociedad implica conflicto, y es, por eso, que existen desigualdades, y éstas deben ser remediadas. Se lleva a cabo un análisis sincrónico ahistórico para determinar la redistribución, y, de esta manera, el derecho de la propiedad privada se ve fuertemente cuestionado.
b. Justicia Conmutativa y Derecho de Propiedad en la Razón Liberal
Es importante aquí para desarrollar la idea de Justicia, comenzar con las críticas que Nozick le realiza al modelo contractual de Rawls anteriormente tratado, para luego centrarnos en lo que Hayek opina al respecto.
Nozick en Anarquía, Estado y Utopía (1991) plantea tres principios que deben conformar una teoría de justicia respecto a las posesiones: adquisición, transferencia y rectificación en las posesiones. Por lo que dirá que las pertenencias de una persona son justas si ella tiene derecho a éstas por la aplicación de los principios de justicia en la adquisición y en la transferencia, o por el principio de rectificación de la injusticia. La legitimidad de la propiedad sólo existe si se respetan estos tres postulados. La desigualdad para él es moralmente legítima ya que se construye bajo el respeto de los derechos individuales. Considera que la igualdad de oportunidades requiere de una provisión de objetos, materiales y acciones, y que las personas tienen derechos legítimos sobre estos objetos y acciones. La única forma de conseguir una meta de igualdad de oportunidades para Nozick sería por medio de la cooperación voluntaria de los que tienen los derechos sobre estos recursos y acciones.
Si las pertenencias son justas, entonces el conjunto de la distribución de esas pertenencias sería justo. Para esta teoría liberal la justicia en la distribución es histórica. La justicia de una distribución por ende dependerá de cómo ésta ha sido llevada a cabo. Sin embargo, la teoría de Justicia distributiva del populismo se basa en principios sincrónicos cuya justicia radica en cómo son distribuidas las cosas (“quién tiene qué”) a partir de principios estructurales de distribución justa.
Para Mises, siguiendo su análisis de la cooperación social anteriormente explicado, la propiedad privada tiene una especie de función social en toda sociedad. La propiedad no hace referencia a algún interés de clase o a alguna función que el marxismo le haya asignado, sino que es solo una condición para que la cooperación social se desarrolle, y, que a la vez, fomenta una armonía de intereses (Mises, 1980). Cuando Mises hace referencia a la desigualdad de rentas y patrimonios en su obra Liberalismo (1962), dice que es el resultado de capacidades y productividades diferentes.
La Razón Liberal de los autores aquí nombrados expondrá que para lograr un concepto de justicia sobre las pertenencias es imposible por medio de un análisis del resultado final (distribución de los bienes) y que los derechos legítimos no pueden ser violados con el objetivo de conseguir una igualdad de oportunidades. Siguiendo el razonamiento de Nozick el único medio para lograr igualdad de oportunidades sería persuadiendo a las personas a hacer caridad. Por eso Nozick, para contestar a la teoría de Rawls dice que la persona es dueña de sí misma, por lo que tiene el pleno derecho al uso de sus dotes y habilidades. Por ello la intervención de un tercero (particular o gobierno), que intente transferir los recursos no aceptado el resultado del libre mercado (redistribución) sería injusto. Ya que “quitará a otro lo que le pertenece por naturaleza”26 . Se puede decir en términos de Zanotti que “lo que para Nozick es lisa y llanamente un robo, para Rawls es la justicia, que se realiza mediante el principio de diferencia”27 .
Hayek es de la opinión que la justicia redistributiva no es posible de aplicar en una economía de mercado libre:
“La justicia tiene significado sólo como regla de conducta humana, y ninguna regla concebible para guiar la conducta de individuos que se abastecen los unos a los otros con bienes y servicios dentro de una economía de mercado daría lugar a una distribución que puede describirse significativamente como justa o injusta. Los individuos quizá se conduzcan con tanta justicia como les sea posible, pero como los resultados de individuos aislados tal vez no se pueda juzgar justo ni injusto” (Hayek, 1981: p. 52)
Él considera a la justicia social como una fórmula vacía incompatible con una sociedad de hombres libres. La vacuidad de la frase “justicia social” es justificada porque no existe ningún acuerdo acerca de lo que exige en situaciones particulares y no hay esquema preconcebido de distribución social. Además, dice, ninguna persona tiene una idea clara de lo que consideraría como justo, sólo tienen “evaluaciones intuitivas de casos individuales reputados injustos”. Nadie ha descubierto una regla general de lo que es “socialmente justo” en todas las situaciones (Hayek, 1981).
Entonces surge la siguiente pregunta: ¿qué proponen los liberales para ayudar a quienes realmente lo necesitan? Los liberales son de la opinión de que al reducir la intervención estatal tiende a reducirse también el número de personas que necesitan ayuda, aumentando así la cantidad de personas que sí pueden ayudarse a sí mismas. Sin embargo es una realidad que existen personas que por muchas razones no pueden valerse de sí mismas como los enfermos mentales, los minusválidos, etc.. Para estas personas los liberales apoyan los beneficios de una caridad voluntaria privada, que va a estar dirigida a quienes realmente lo necesitan. Los liberales están en desacuerdo con la coacción por parte de cualquier gobierno para tomar parte del ingreso de las personas con el objeto de implementar políticas de redistribución. Por otro lado también hay muchos liberales que respaldan un papel subsidiario del gobierno en esas materias, pero sólo cuando la iniciativa privada de caridad es inexistente.
La política liberal tiene por sí misma una importante dimensión social, dimensión que está contenida en el anteproyecto liberal de la misma sociedad. Es decir, el liberalismo de Hayek y Mises se inscribe en un modelo de sociedad que es intrínsecamente social, y que también resguarda la libertad del individuo para cumplir sus metas personales dentro de la sociedad civil. El individuo debe tener la capacidad de hacer esto de manera autónoma y responsabilizándose por sus propios actos, y en un marco económico carente de intervención estatal.
Las políticas liberales apelan a la autodeterminación y a la responsabilidad de los individuos, y es normal que sean criticadas bajo el supuesto de que carecen de una dimensión social. Se le adjudica al liberalismo una indiferencia por los intereses sociales por los contrastes irreflexivos - individuo y sociedad, mercado y ética, principio del logro y justicia social- que de ella se desprenden. Esta crítica es formulada por aquéllos que identifican las políticas sociales con sistemas estatales de seguridad social. De ahí que al liberalismo se le reproche frialdad en los asuntos sociales. No obstante ello, la ideología del liberal objeta la expansión de los sistemas obligatorios de seguro, la sociabilización de los riesgos privados y la nacionalización del altruismo28 .
Los críticos no se suelen considerar a la política liberal como la proveedora de un orden social y económico que es intrínsecamente social. La Razón Liberal de los autores en esta sección nombrados, al contrario, sostendrá que la política liberal es inherentemente social, no sólo porque desea dar a los ciudadanos la libertad de buscar responsablemente su propio bienestar dentro de una economía de mercado, sin la tutela del Estado y sin discriminación, sino también porque el liberalismo de dichos autores apela a un orden legal y económico para la determinación del marco de acción. Lo que es bueno para el individuo también será bueno para la sociedad. La dimensión social que sugiere la política liberal busca que el individuo acepte su propia responsabilidad de acuerdo a su capacidad. Una parte esencial de la dimensión ética y social del liberalismo está contenida en el orden legal y económico que influye las acciones de los ciudadanos.
La política liberal señala un eficaz desarrollo social gracias a la libertad de mercado y a las políticas e incentivos orientados hacia este. Estos elementos deberían desarrollarse y funcionar correctamente introducidos en un orden legal y económico que reflejase las preocupaciones sociales y éticas de los ciudadanos de toda sociedad, en el sentido de un código mínimo29 .
La idea respecto a los asuntos sociales, es la de crear un ámbito financiero para las previsiones y caridades privadas, así como también de asistencia gubernamental para el que verdaderamente la necesite. Es decir, esa imagen de frialdad social que los críticos del liberalismo le suelen adjudicar, se debe a la falta de comprensión de ellos mismos respecto a las pretensiones del liberalismo de promover una cultura filantrópica privada bajo condiciones legales favorables.
Krause y Benegas Lynch (h) dicen al respecto:
“Los graves problemas por los que atraviesan los más necesitados se pueden mitigar o, si acaso, resolver a través de dos caminos. El primero consiste en el establecimiento de marcos institucionales que estimulen al máximo el crecimiento del capital y, el segundo, se canaliza a través de la benevolencia que, a estos efectos, se concreta en la beneficencia y la caridad.
Todas las políticas que tiendan a debilitar la producción afectan a los salarios de la gente y, al mismo tiempo, se reducen las posibilidades filantrópicas” (1998: p. 47).
Una distribución de ingresos justos supone una transformación del orden espontáneo en una organización, ya que ésta se compone de objetivos comunes y los individuos cumplen tareas asignadas, por lo que la justicia distributiva se podría dar en una organización, pero carece de sentido en el orden espontáneo. La justicia distributiva ha suplantado la justicia de acción individual. Una sociedad sería justa para el populismo en tanto cada individuo participara en el producto social, cuya distribución necesita de un gobierno ordenara a los individuos lo que deben hacer. Hayek considera de esta manera que la defensa jurídica de la libertad es destruida por el “espejismo de justicia social”. Sin embargo para Hayek los gobiernos locales podrían redistribuir lo que quisieran siempre que no financiaran dicho gasto con impuestos ni de manera monopólica (Hayek, 1981).
No obstante los liberales aquí tratados están en contra de cualquier intervención estatal tanto en la vida privada como en el mercado. La economía planeada suplantaría al orden espontáneo del mercado por una organización con propósitos particulares. La forma moderna de estatismo intenta poner el mercado al servicio de una justicia redistributiva a fin guiar la acción de los hombres, pero no por medio de reglas de conducta justa para el individuo, sino por medio de las decisiones de alguna autoridad. Los liberales dirán que el comercio será justo o injusto, no por el hecho de que uno reciba más que otros, sino porque se realiza por medio de acuerdos voluntarios. Además el Estado de Bienestar apareció como un modelo “curador” de las imperfecciones del capitalismo cuyo mercado imperfecto no distribuía equitativamente la riqueza. Por eso aparecía el Estado de Bienestar como la instancia “liberadora” de las imperfecciones del capitalismo30 .
Es interesante considerar a la opinión de Zanotti en la discusión entre la justicia redistributiva y la justicia conmutativa. Él dice:
“Obviamente, en el mercado, las relaciones de justicia son conmutativas, pero si el punto de partida es justo (la propiedad como derecho natural secundario), el resultado del proceso también lo será. Ese resultado es lo que llamamos distribución de los recursos según la productividad (marginal, en el caso de la Escuela Austríaca), y quiere decir que si alguien gana mucho dinero como deportista o como cantante, no por ello deberá nada a quien no gane lo mismo, de igual modo que los obreros de EE.UU., que tienen un salario real (merced a la mayor productividad marginal) mayor que los hindúes, no deben a estos últimos nada desde el punto de vista de la justicia. Porque -y esto es importantísimo- la mayor riqueza de los primeros no se debe a la mayor pobreza de los segundos”31 .
La opinión de Fischer respecto a la “justicia” permite concluir el desarrollo de esta sección:
“El Estado de derecho promueve a la justicia, pero es incompatible con la llamada justicia “social”. Cuando cada clase se siente segura de que sus derechos son y serán respetados y protegidos, es cuando el ambiente es propicio para la cooperación voluntaria entre personas libres” (2006: p. 245).
Y agrega:
“La llamada “justicia social” en realidad lo que hace, es perturbar esas relaciones pacíficas, e incluso al orden social. En ese estado de cosas, todos están insatisfechos. Los “favorecidos” están disconformes, porque al obtener beneficios que no dependen de su esfuerzo personal sino del “presionar” a los políticos, toda concesión les parecerá poca. Y el resto de la población verá sus libertades recortadas, será coaccionada con fines diferentes al estricto cumplimiento de la ley general, y estará abrumada por la carga impositiva. Por esa vía se disuelve el lazo moral que enlaza los resultados materiales obtenidos, con aquellas normas de recta conducta que los harían legítimamente posibles” (2006: p. 246).
Los mercados libres promueven igualdad de oportunidades, la cual es uno de los principales valores de las políticas liberales. Pero el ideario liberal de los autores en esta sección analizados, rechaza las propuestas que sugieren igualdad en resultados. La existencia de diferentes y variados intereses imposibilita alcanzar un consenso sobre lo que significa una distribución considerada como justa. Es por eso que Hayek rechaza el término justicia social y sugiere enfocarse en la justicia de procedimiento más que en la justicia de resultados. La política liberal incentiva a la competencia en los mercados dentro de un marco de reglas establecidas por el orden legal y económico. La visión liberal sostiene estar atenta al continuo perfeccionamiento de estas reglas y también a la corrección de los resultados para aquellas personas que no pueden participar en esta competencia de manera parcial o total.
X. Conclusiones
En este trabajo he realizado un análisis comparativo entre dos visiones que promueven diferentes valores y explicaciones acerca del surgimiento de determinados fenómenos sociales. A continuación sintetizaré las ideas principales de ambas ideas.
La premisa del trabajo de Hayek se basa en poner en duda al racionalismo crítico, y promover la idea de que los principios morales tradicionales son los órdenes más aptos a la hora de brindar una teoría política sobre la acción humana. Hayek parte de una visión del conocimiento del mundo abstracta a fin de poder dar cuenta del funcionamiento de la sociedad y de la política. Sin embargo Laclau parte de un análisis del discurso y de la retórica para poder explicar el funcionamiento de la sociedad y de lo político. Dentro del sistema de análisis hayekiano se podría decir que Laclau cae en el “fatal error” de pensar al funcionamiento de la sociedad desde lo concreto hacia lo abstracto. Error que lo llevaría a suponer que desde el orden de lo concreto se puede pensar lo político.
Parte de la idea principal en Laclau está dedicada a saltear las limitaciones ontológicas -herramientas de análisis- con las que actualmente se analiza al fenómeno del populismo, ya que la mayor parte de los autores que han investigado ese campo le atribuyen al populismo un contenido social particular y peyorativo. La crítica de Laclau (2005) se basa en que cuantas más determinaciones se incluyan en el concepto general de populismo, menos capaz es el concepto de hegemonizar el análisis concreto. Su perspectiva analítica invierte ejemplos de actitudes generalizadas en relación con el populismo: en lugar de comenzar con un modelo de racionalidad política que entiende al populismo en términos de lo que le falta (su vaguedad, su vacío ideológico, su anti-intelectualidad, su carácter transitorio), amplía el modelo o la racionalidad en términos de una retórica generalizada, la cual puede ser denominada hegemonía. De esta manera el populismo aparecería siempre presente de estructuración de vida política.
Ambos autores difieren acerca de cuándo se logra el éxito en una sociedad. El éxito para Hayek tendrá relación con el concepto de supervivencia de una sociedad y de su cultura, y refiere al progreso. En cambio, para Laclau, el parámetro de éxito es cuando se logra hegemonía entendida como poder y como inclusión de los excluidos al sistema (el que gana en la lucha política). Llama la atención en el análisis de Laclau el no poder comprender al liberalismo como realmente es, acusando a este de querer “homogeneizar” a la sociedad, cuando el valor fundamental del liberalismo es promover que cada persona tenga la libertad individual de pensar, opinar, y elegir lo que considera mejor para su vida.
El análisis laclauniano sobre el populismo, en mi opinión, es un análisis que carece de descripciones normativas y que intenta abarcar todo, cuando muchas veces el concepto mismo está vacío. Al no otorgarle carácter normativo a lo que él llama demandas democráticas, confunde un sentimiento de pueblo (identidad política) y al líder quien apela a lo emotivo en sus discursos con la emergencia de la identidad popular o la construcción de un pueblo. Si bien es un análisis novedoso a la hora de entender al populismo, no considero que una sociedad o un pueblo puedan construir sus lazos a partir del populismo aquí propuesto. Además no explica el por qué o el cómo estos movimientos se disuelven, o por qué atraviesan determinadas crisis, etc., a la vez que tampoco lleva a cabo un análisis de las condiciones de recepción del discurso, ya que sólo centra su atención en las de producción.
La idea sobre la sociedad para la Razón Liberal de los autores aquí tratados está centrada en un orden espontáneo y en el que el conocimiento de las personas es limitado, disperso y fragmentado. Se considera el hombre como un ser racional que maximiza utilidades para pasar de una situación determinada a una más satisfactoria. Es un ser que posee voluntad, que es libre de elegir valores y metas y que tiene derecho a la propiedad sobre su vida y su cuerpo, y también es un ser social que participan de interacciones humanas y una de ellas es la de intercambiar libremente y voluntariamente bienes y servicios, sin coacción. Es ahí que surge la idea de la cooperación social. El marco más apropiado para defender los derechos fundamentales (vida, libertad, y propiedad) es la democracia limitada de gobierno, el Estado de Derecho y el mercado libre. Es dentro de este contexto en el que la libertad individual y la propiedad privada pueden ser defendidas y garantizadas. Aquí la idea política parte de la esencia del propio hombre, su libertad. Se considera como punto clave que el hombre es libre, que es dueño de su vida y de su cuerpo, que es un ser social, que interactúa en sociedad, que tiene sus preferencias particulares que difieren de otros, que se maneja gracias a su conocimientos sobre las relaciones causales medios-fines y a un “conocimiento del mundo” de manera inconsciente, que se ve beneficiado por la división del trabajo y la cooperación mutua. Es importante tener en cuanta que la filosofía política y la naturaleza del hombre son inseparables a la economía entendida como supervivencia. Es necesario explicar lo que realmente implica la idea del individualismo metodológico, ya que es una herramienta analítica, que permite a partir del análisis de las acciones individuales descubrir los principios por los que un grupo de personas interactúa, y así comprender a la sociedad en sí misma. Esto no significa que se piense al hombre como aislado de la sociedad ni que antecede a la sociedad, sino que supone que para comprender a un colectivo es necesario entender primero que esta conformado por acciones individuales. Respecto a la propiedad privada y a la justicia se suele rechazar la idea de redistribución, ya que no sólo seria injusta y partiría de un análisis sincrónico y no histórico, sino que además implicaría entrometerse en el libre funcionamiento del mercado, entendido este como un “orden espontáneo”. Por eso propone una justicia conmutativa.
Por el otro lado, Laclau con su populismo en términos positivos, considera como lo primordial a la hora de pensar la emergencia de una sociedad o un pueblo al concepto de hegemonía. La noción propuesta en este trabajo de investigación fue la de un orden “articulador” en la sociedad, ya que la misma surgiría como tal gracias a una articulación entre demandas particulares de un sector social excluido del sistema -en términos de que su demanda no fue satisfecha por este- y, luego, mediante un proceso de retórica discursiva –llevado a cabo por el discurso de un líder- las convertiría en lo universal, es decir, lo hegemónico. Este universal sería a la vez un concepto ambiguo, ya que encerraría en su seno demandas muy heterogéneas. Para Laclau lo importante para que este proceso, que permite la construcción del pueblo, su identidad y lo político, es el discurso del líder, considerado como voluntad de poder. El marco que posibilitaría eso es una sociedad entendida en términos de conflicto social, antagonismos, movilizaciones anti-sistema. Laclau considera esencial que prime el conflicto a fin de que el proceso que permite el surgimiento del populismo sea llevado a cabo. La propuesta política es la de lograr una hegemonía en términos de democracia radical y estatismo popular. A diferencia de la idea liberal, no se cuestiona de dónde viene la propiedad privada, y propone una justicia social de redistribución de la riqueza a partir de los resultados del mercado.
Esta investigación permite comprender las ideas fundamentales que dieron origen a estas dos visiones, la liberal y la populista, y, además, es un punto clave para comenzar a indagar sobre nuestra sociedad, sus componentes, las preferencias de estos, la política, la economía, la igualdad, la libertad, la justicia, el concepto de democracia real y el teórico, el asistencialismo y la caridad. La realidad es una sola y ante determinadas situaciones no habría que ponerse la “camiseta” de una u otra idea, sino más bien pensar con consciencia y con uso de la razón, y sobre todo ser flexibles cediendo cuando una u otra propuesta sea razonable. Por ejemplo, el discurso liberal tiene una teoría muy fundamentada, pero frente a la apelación emotiva, por así llamar a las demandas populares, carece de respuesta convincente. Es por eso que considero que la comparación entre ambas razones puede resultar útil a la hora de fortalecer un fundamento, crear uno nuevo, o intercambiar ideas.
Esta investigación comparativa me llevó de manera interesante a entender al populismo de Laclau desde otro punto de vista, o como él lo llama, de manera positiva. A la vez que el análisis de Hayek y de los otros autores, me ha hecho notar que ciertos supuestos necesitan ser abordados y profundizados nuevamente, con el objetivo de que las ideas liberales sean comprendidas en todos los niveles sociales, y para que los supuestos peyorativos que se tiene sobre el liberalismo sean desmitificados. 32
*Leticia Bontempo es Licenciada en Ciencia Política (UBA) y Magister en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE)
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2 Buchanan, James: (2001) Mi peregrinaje intelectual. Conferencia dictada en la Universidad Francisco Marroquín en: http://www.biblioteca.cees.org.gt/topicos/web/topic-877.html -Fuente consultada el día: 24.08.2010-.
3 Un significante flotante alude a un exceso de significado, mientras que un significante vacío, por el contrario, es un significante sin significado. “El carácter vacío de los significantes que dan unidad o coherencia al campo popular no es resultado de ningún subdesarrollo ideológico o político; simplemente expresa el hecho de que toda la unificación populista tiene lugar en un terreno social radicalmente heterogéneo” (Laclau, 2005: pp. 127-128).
4 Benegas, José: (2005) ¿Quién fue Ayn Rand? Conferencia dictada en el Instituto de Cultura Argentino-Norteamericana (Icana) en: http://www.hacer.org/pdf/JBenegas00.pdf -Fuente consultada el día 03.09.2010-. Y en: La filosofía política de Ayn Rand en: http://www.objetivismo.com/ -Fuente consultada el día 03.09.2010-.
6 Zanotti (2009), op. cit., p. 10.
7 Zanotti (2009), op. cit., p. 19.
8 Zanotti (2009), op. cit., p. 13.
10 Al respecto Laclau y Mouffe sostienen al respecto: “Marx intenta, por tanto, pensar al hecho primario de la división social sobre la base de un nuevo principio: el enfrentamiento entre las clases. El nuevo principio se ve socavado desde un comienzo, sin embargo, por una radical insuficiencia, proveniente del hecho de que la oposición de clases era incapaz de dividir a la totalidad del cuerpo social en dos campos antagónicos, de reproducirse automáticamente como línea demarcatoria en la esfera política. Por eso es que la afirmación de la lucha de clases como principio fundamental de la división política debió acompañarse siempre de hipótesis suplementarias que remitían al futuro su plena vigencia: hipótesis histórico-sociológicas -la simplificación de la estructura social, que conduciría a la coincidencia entre luchas políticas reales y luchas de las clases en tanto agentes constituidos al nivel de las relaciones de producción-…” (1987: cap. IV).
11 Citado en: Fischer, Hana: (2006) “La democracia: ¿Sistema ideal de gobierno?”, Libertas, N44, Mayo, Año XIII, pp. 149-250. Original: F. A. Hayek, “Law, Legislation and Liberty”. The Political Order of a Free People, The University of Chicago Press, 1979, Vol.3, cap. 13, “The división of democratic powers”, subtitulado: “Democracy or demarchy?”, p. 39.
13 Hamilton, Alexander, Madison, James, y Jay, John: (2006) El federalista, México: Fondo de Cultura Económica.
15 Giacaglia (2005), op. cit
19 Giacaglia (2005), op. cit..
20 Zanotti, Gabriel: (2008) Crisis de la razón y crisis de la democracia en: http://www.ucema.edu.ar/publicaciones/download/documentos/370.pdf -Fuente consultada el día 20.05.2010-.
25 Zanotti, Gabriel: (2004) Igualdad y desigualdad según desiguales paradigmas en; http://www.institutoacton.com.ar/articulos/gzanotti/artzanotti55.pdf - Fuente consultada el día 19.04.2010-.
26 Zanotti (2004), op. cit..
27 Müller-Groeling, Hubertus: La dimensión social de la política liberal, Fundación Friedrich Naumann: México.
28 Müller-Groeling, op. cit..
29 Zanotti (2008), op. cit..
30 Zanotti (2008), op. cit., p. 11.
21 La cataláctica es la noción de la economía parte de la teoría de la acción humana entendida como un proceso dinámico. Es el ámbito más adecuado para estudiar la economía política. Esconde una concepción del mercado como un orden espontáneo. Para los los liberales la cataláctica permite abordar problemas de la economía y la escasez a partir de otro punto de vista del pensamiento occidental.. En: Zanotti, Gabriel: Entrevista Exclusiva con Gabriel Zanotti en: cataláctica.com.ar- fuente consultada el día 19.04.2010-.
22 Es importante realizar la siguiente distinción: se suele identificar a la economía populista basada en la intervención estatal, el mercado interno y la distribución de ingresos, con el keynesianismo. Existen diferencias entre populismo y keynesianismo. Para Keynes la sociedad era conflictiva y estaba destinada a crisis cíclicas. Por eso proponía políticas económicas a corto plazo y transitorias. No tenía por objeto reemplazar el capitalismo liberal por un capitalismo de Estado. La intervención económica se basaba a la construcción de obras públicas, pero la actividad productiva debía seguir en manos privadas (Benavente y Cirino, 2005).
24 Zanotti (2008), op. cit., p. 43.
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