Revista Nº21 "TEORÍA POLÍTICA E HISTORIA"
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RESUMEN

 

En el presente trabajo el autor acomete el análisis de treinta y cuatro palabras, conceptos o locuciones que se utilizan mundialmente para referirse a la cuestión de la desafección política. Las múltiples expresiones reconocen un denominador común en el recelo de los ciudadanos para con sus propios representantes y la clase política en general. Asimismo, trata de discernir porqué se han perdido o degradado tanto la afección, como la confianza, la ilusión, la conexión y el interés por la política; lo cual ha motivado que las democracias se encuentren corroídas por “desafección”, “desconfianza”, “decepción”, “desconexión” y “desinterés”.

 

 

ABSTRACT

 

In this work the author analyzes thirty-four words or concepts worldwide used to refer to political disaffection. Multiple expressions have in common citizens’ mistrust towards their political representative and political staff in general. Besides, the paper tries to find the reasons that could explain the loss of affection, trust, illusion, connection and interest in politics which has caused corroded democracies. 

 

 

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El campo semántico de la desafección política

 

Javier Pablo Marotte*

 

                                                   "La mayor amenaza es el gris pragmatismo    

de la vida cotidiana" (Francisco papa, 2013:67)”

 

1.- Taxonomía y campo semántico de la desafección política

La crisis y el malestar en la democracia son problemas discutidos en los ámbitos institucionales, ciudadanos y académicos a raíz de la constatación de la mengua continua y sorprendente de la participación cívica y electoral y a que los partidos políticos pierden afiliados y simpatizantes. A la par, la confianza en las instituciones de la democracia y organismos constitucionales disminuye; mientras las formas de política cambian: actores privados ganan más poder e influencia, y decisiones de raigambre política son transferidas de cuerpos de toma de decisiones tradicionales a grupos de expertos. No obstante, la política es consustancial a la democracia y desconocemos cualquier otro sistema “civilizado” que la pueda relevar (Morán Rubio, 2011).

 

El malestar en la democracia es visto como una definición subjetiva de la situación relacionada con las expectativas y demandas de los sujetos en su entorno político. Esta tradición ha creado un cierto campo semántico mediante las palabras o locuciones: alienación, anemia democrática, anomia, apatía, antipolítica, aversión, cinismo, crisis de confianza, decadencia, demo-escepticisimo (demo-skeptical o demosceptique), desafección, desapego, desconfianza, descontento, desilusión, desinterés, desprecio por los políticos (politikerforakt), desprestigio de los políticos, distanciamiento, escepticismo, extrañamiento, hastío con los políticos (politikverdrossenheit), hipocondriasis social, incompetencia, impotencia (powerlessness), indiferencia, insatisfacción, negativismo, non-involved citizens, pauperización de la política, pérdida de respeto a los políticos (ustpillspolitikere), política vacía de sentido (meaninglessness), sentimientos negativos (onderbuikgevoelens) etc.

 

El ejercicio de la política no debiera ser distinto al de cualquier otra profesión. Los políticos no hubieran de ser más ni menos éticos que los profesores, médicos, biólogos, fotógrafos o sacerdotes.  Sin embargo, la incompetencia, la debilidad, el abuso, la corrupción, la miseria, el divismo, la soberbia o la mentira son algunos de los disparadores que ponen en marcha la compleja red de desprestigio del ejercicio de la actividad política y sus impredecibles derivaciones.

 

Pese al malestar, en los últimos años las democracias han acumulado un récord notable de excelencia performativa; pero la evidencia estadística contemporánea demuestra palmariamente que los electores optan por retacear su participación cívica, lo cual conspira contra el buen funcionamiento de las instituciones, ya que los actores cada vez con menos frecuencia poseen la convicción de que la participación ciudadana contribuye a la construcción de un orden social productivo y virtuoso (Putnam, 2000 :31-47 y 277-284; Neill, 2011)

 

Recordemos que en ese sentido, el papa Juan Pablo II (1995:70) declaraba que: “si, por una trágica ofuscación de la conciencia colectiva, el escepticismo llegara a poner en duda hasta los principios fundamentales de la ley moral, el mismo ordenamiento democrático se tambalearía en sus fundamentos, reduciéndose a un puro mecanismo de regulación empírica de intereses diversos y contrapuestos”. Lo cual traería aparejado el derribo la “paz estable”, ya que “la paz no fundamentada sobre los valores de la dignidad humana y de la solidaridad entre todos los hombres es a menudo una paz ilusoria”. Más aún, añadía el pontífice polaco: “en los mismos regímenes participativos la regulación de los intereses se produce con frecuencia en beneficio de los más fuertes, que tienen capacidad para maniobrar no sólo las palancas del poder, sino incluso la formación del consenso, convirtiéndose la democracia “en una palabra vacía”.

 

1.1. Alienación política

Priscilla Southwell (2008:132-133) conceptualiza la alienación política como un conjunto de actitudes u opiniones que reflejan una visión negativa del sistema político. Esta característica distingue a este tipo de alienación de su identidad cultural, social, psicológica o contrapartes.

 

La raíz de este concepto "extranjero" de la Ciencia Política, subraya la percepción de la distancia o separación del sentimiento alienado detrás de estas actitudes. Del mismo modo que un recién llegado o un inmigrante son inicialmente sorprendidos por la extrañeza en la configuración de su nueva comunidad; los individuos alienados consideran que el mundo político no es un escenario en el cual se sienten cómodos. El voto es visto como un acto poco usual con escaso sentido y casi nula repercusión en la vida cotidiana; la política y el gobierno, a menudo, parecen remotos e irrelevantes para las preocupaciones inmediatas de la ciudadanía común (Southwell, 2008:132-133).

 

La alienación política no representa una menor visión positiva del mundo político, sino que indica un disgusto con los líderes políticos e instituciones. Robert Lane advierte alienación cuando: "una persona desaprueba la forma política mediante la cual se toman las decisiones" (Lane, 1962:162). En una línea similar, Franz Neumann describe la alienación como "un rechazo consciente de todo el sistema político que se expresa en la apatía” (Neumann, 1957:290).

 

La alienación política, como sugiere Neumann, pueden incluir la sensación de que uno es incapaz de influir en el sistema político. Las personas a menudo se sienten incapaces de tener repercusiones significativas sobre los acontecimientos políticos. Sin embargo, también hay individuos alienados que tienen esta misma visión negativa de la política, pero en lugar de retirarse de la política, tratan de dirigir sus energías a formas no tradicionales de expresión de sus opiniones como son la protesta o la desobediencia civil (Southwell, 2008:133). Como tal, representa la alienación política general, la desilusión y el desencanto con el sistema político, pero el concepto incluye una serie de diferentes dimensiones, algunas de las cuales pueden estar presentes en distintos grados de una persona alienada. Por otra parte, estas distintas dimensiones de alienación pueden surgir de diferentes factores y también puede tener una variedad de consecuencias conductuales.

 

Un avance importante en el abordaje de los problemas de definición de la alienación fue la investigación sobre la dimensionalidad de este concepto[i]. Este tipo de investigación se desglosa del concepto de alienación más grande a fin de especificar las extensiones de la alienación,  identificando las diferentes formas en que la alienación política puede expresarse: "impotencia" (powerlessness) o ineficacia; absurdidad (“meaninglessness") como una acusada falta de respuesta del gobierno o percibida carencia de sensibilidad de éste; y "cinismo" o desconfianza (distrust).

 

1.2.- Anemia democrática

Marcel Gauchet (2008) destaca que los ciudadanos están convencidos que la democracia genera una anemia galopante porque no son capaces de imaginar otro régimen y por estar también convencidos que sólo la democracia puede garantizar los derechos humanos. No podemos imaginar un poder legítimo que no salga de la voluntad libremente expresada de los ciudadanos.

 

La anemia democrática es impulsada  por los mismos gobiernos ya que éstos fomentan estructuras sociales en las cuales las personas se hallen divididas y enfrentadas entre sí en temas tales como fútbol, música, consumo, política; para mantenerlas distraídas y entretenidas de los reales problemas y negocios del poder y para que la gente no reconozca los intereses que tiene en común con sus vecinos y semejantes. Los medios científicos y tecnológicos están al servicio de los gobiernos para la consecución del fin del control social de la población.

 

Berensztein (2010) sostiene que “la democracia es el menos imperfecto de los sistemas políticos existentes y debe ser objeto de mejoras continuas”, mediante la “construcción de una cultura verdaderamente democrática. Esto implica partir de la base de que el otro puede tener parte o incluso toda la razón, de que nadie es dueño de la verdad. Los intereses de todos los actores merecen ser debatidos, pues tienen, desde su subjetividad, la misma importancia y legitimidad”.

 

Cultura democrática, como terapia curativa de la anemia implica necesariamente “respetar una idea o propuesta independientemente de que sea respaldada por mayorías o minorías, pues el poder es cambiante, circunstancial. Pero cultura democrática requiere, fundamentalmente, que las reglas y procedimientos tengan plena vigencia para evitar que el poder de turno se extralimite y vulnere el andamiaje jurídico y simbólico sin el cual se descalabra el esqueleto basal que permite la convivencia societal”.

 

Para Farfán Romero (2006) las instituciones de la democracia padecen cada vez más una verdadera anemia social y política, por lo tanto están en riesgo de morir por falta de sangre. La sangre del estado de derecho (cumplimiento de la ley) provoca que un país se convierta en una anarquía en el sentido dado por Durkheim. Es el cesarismo democrático al intentar imponer por la fuerza y no por la razón su visión, lo que provoca un peligroso quiebre e inflexión institucional democrático que puede desencadenar en enfrentamientos fratricidas.

 

1.3.- Anomia

La anomia es también, y esencialmente, un trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre. En la que la incesante y premeditada degradación de las normas sociales queda perfectamente reflejada en una utilización vacía, tergiversada e inicua del lenguaje. De hecho, se trata de una manipulación perversa de las palabras y de sus significados. Los partidos no se distinguen por ser los contendientes diestros e incisivos de la arena política. Están extasiados en la táctica y los acuerdos en el corto plazo, y pierden de vista las políticas de Estado. Las organizaciones populares son inestables, carecen de capacidad para aglutinar. Las cámaras empresariales y la prensa habitúan al ciudadano a construir oposición. Ahora que los grupos de derechos humanos son parte del gobierno, básicamente no hay oposición. El debate real sigue inhibido.

 

Como lo expresara Salvador Giner “cuando se debilita la influencia de las reglas sociales sobre los individuos tiene lugar la desorganización social” (Giner, 1984:684). El fenómeno de la desorganización social no es algo singular, se da en todas las sociedades y en todos los tiempos, sin embargo, cuando el grupo social logra reforzar el poder de las normas o encausar los comportamientos, entonces, se logra la organización social.

 

El aumento y la responsabilidad de los individuos sobre la legitimidad o no de sus actos contribuyen a la organización social. La apatía normativa, el desencanto y la indiferencia se trasladan, como una derivación, al cumplimiento de las normas por los gobernantes como si no provinieran de la misma sociedad. El simple ciudadano evalúa su propia conducta comparativamente, lo que lo lleva a un relativismo en la valoración de las normas que son para todos de cumplimiento obligatorio, como integrantes de la sociedad.

 

La anomia social necesariamente incluye a la anomia política[ii], lo que hace que se considere a las acciones políticas como ineficaces, lo que, en cierto modo influye en la participación política. Los grupos asignan status y roles a los individuos cuando éstos son claros y en sus aspectos dinámicos (roles) se cumplen cabalmente, la sociedad está relativamente organizada.

 

Cuando sucede lo contrario se presenta la desorganización social. Tal desorden puede manifestarse a nivel individual, en la persona, como también en los grupos, en la familia, en la comunidad local, en las instituciones, en la nación y aún en la sociedad global. El etnocentrismo enceguecía, de alguna manera, a los primeros sociólogos, por ello hubo durante mucho tiempo una ausencia en el estudio de los problemas sociales que se relacionaban con la desorganización social: el tratamiento de la prostitución, la delincuencia juvenil, la ilegitimidad de los nacimientos, la corrupción, los vicios y los delitos en general y en particular en ciertos niveles sociales. La quiebra la estructura social se relaciona a la disolución de las relaciones institucionales y de las pautas de comportamientos cuyas manifestaciones se basan en valores (Chamorro Greca de Prado, 2005).

 

En 1893, Durkheim, considerado como uno de los padres fundadores de la sociología, publicó “La división del trabajo en la sociedad,” obra que intentaba describir y explicar algunos cambios estructurales que se estaban produciendo en la cultura de su tiempo, muchos de ellos aun derivados de significado oscuro de la revolución industrial iniciada casi un siglo antes. En ese texto introdujo el concepto de anomia, fenómeno producido por las etapas de cambio acelerado que consiste en una virtual quiebra de los comportamientos humanos tradicionales y reconocidos que, a su vez, produce un crecimiento considerable de la incertidumbre general. Puesto en términos de extrema simplificación: cuando la anomia los gana, los hombres no saben ya qué esperar de sus congéneres y comienzan a dudar sobre cómo actuar.

 

Más tarde, Durkheim volvió sobre la misma idea en su clásico estudio sobre las causas del suicidio, aplicándola a los individuos como antes lo había hecho con las sociedades humanas. En esta escala individual, aseguró, la anomia era el estado que precedía a la decisión de renunciar a la propia vida en que se incurre cuando aquella incertidumbre -sensación de vacío, soledad y, sobre todo, abandono- se vuelve literalmente intolerable.

 

El concepto de anomia se arraigó en las ciencias sociales y fue elaborado y ampliado por los estudios de cientistas como, entre otros, los de Merton, quien encontró que afectaba de un modo particularmente severo a los individuos que no podían definir medios aceptables de alcanzar sus objetivos culturales. En otras palabras, la anomia sirve para intentar entender el eterno enigma del suicidio -esa violación de la primera de las leyes naturales, la de la conservación de la propia vida-, pero también el comportamiento criminal como consecuencia de la misma forma de impotencia en la que se disuelven las normas más elementales de conducta humana.

Farfán Romero (2006) concluye que: con el término anomia se alude a la pérdida de normas sociales y políticas, lo que implica desintegración debido al abandono anárquico de valores morales y políticos preexistentes. Un estado de conciencia social carente de voluntad para rechazar todo aquello que subvierta los valores consagrados, se erige como un cómplice irresponsable con capacidad de producir desintegración. En los espacios transgresores se reúnen todos aquellos elementos dirigidos a disgregar a la sociedad penetrando las estructuras establecidas. Desde luego estas fisuras afectan y ahondan con sus perniciosas influencias en las instituciones más representativas.

 

1.4.- Antipolítica

La antipolítica es entendida como la esperanza de la redención a través de la promoción de figuras mesiánicas que se convertirían en el vector de un cambio social y político que el país necesitaba y que solo podía, según ese inconsciente colectivo, provenir de un independiente o de alguien que no estuviese vinculado a los partidos políticos del establishment.

 

La “antipolítica” representada en la “política del odio a los partidos tradicionales”, en que un líder (caudillo) se erige como el salvador de la situación, con fórmulas “inmediatas”, y repudiando, por supuesto, a la “clase política tradicional” (contando a los sindicatos y demás agentes “tradicionales”), a la que achaca todos los males existentes, presentes o futuros, en el Estado. Pone por encima de todo “lo práctico” frente a cualquier ideología, que las desecha porque “no sirven” y sólo crean problemas. Mientras que las acciones, en el ámbito práctico, son las que resuelven las necesidades. Esto es considerado como positivo por gran parte de la población, que advierte y expresa que las ideologías están muertas.

 

En ese postulado, en el engrandecimiento de la “practicidad” de las políticas y el repudio a las ideologías se esconde una falacia de inicio: las soluciones prácticas para los “problemas prácticos” siempre tienen una ideología que las informa, decir lo contrario es abandonar el gobierno y entrar en la línea de la contradicción constante en la actuación política para conseguir objetivos inmediatos y que sean del agrado de la gente, aunque sean, simplemente, insostenibles. Por no decir que muchas veces no son una solución al problema, un simple parche que no hace más que tapar el problema y dar la apariencia de ya estar solucionado.

 

Pero también, una excelente interpretación de la cuestión es la que da Aníbal Romero (2013) cuando señala que: “Son numerosos los equívocos sobre la llamada antipolítica, quizás más de los que persiguen al término fascista, usado por unos y otros para descalificar a los adversarios de turno”. Continúa exponiendo que: “no toda política es necesariamente la de la democracia liberal y los partidos políticos de corte tradicional. Ese es un modelo ideal contemporáneo, pero el mismo no agota la realidad histórica de la política”.

 

“Desde una perspectiva conceptual, debemos cuidarnos del reduccionismo que presume que la única política que merece tal nombre es la que llevan a cabo los partidos políticos tradicionales, en el marco de una democracia de masas con instituciones representativas. … A decir verdad y dejando de lado las restantes dictaduras, autocracias y satrapías que aún existen, buena parte de las democracias de hoy –como la venezolana– no son sino caricaturas del modelo ideal. Ello, sin embargo, no las hace antipolíticas”. El epíteto de la antipolítica, en conclusión, es un cómodo estribillo para la polémica, utilizado a la ligera cuando ya no quedan otras armas para zaherir al adversario.”

 

1.5.- Apatía Política

Es un estado de indiferencia, pasividad, falta de interés respecto de la política. Se la vive siempre como espectador y se intenta ignorarla. Va acompañada de una baja receptividad a estímulos políticos y un bajo nivel de información política. Es un fenómeno que se da tanto en sociedades democráticas como autoritarias, pese a que en ambas hay distintos mecanismos promotores de la participación política. En su formación puede incidir la escasa visibilidad y difícil acceso del sistema político ("el Estado son ellos") y algunas características de la cultura política (el excesivo individualismo, por ejemplo).

 

La apatía política socialmente difundida aumenta el margen de maniobra y la discrecionalidad de las clases dirigentes, excepto cuando el logro de las metas propuestas exige un alto nivel de movilización social.[iii] Rocha y Martínez (2000) señalan que son los vicios políticos los que generan la apatía. Bauman (2005), por su parte indica que la apatía política se genera cuando la gente ve que el gobierno se desentiende de ella. Para Laclau (2004), es el resultado del llamado pensamiento único.

 

Algunos politólogos, como Huntington, plantearon la llamada "teoría de la apatía estabilizadora", que sostiene que en todos los regímenes políticos (pero especialmente en las democracias) la apatía política tiene un efecto estabilizador, porque tiende a menguar el ritmo con que son planteadas al sistema político las demandas sociales. Si ese ritmo es muy intenso, el sistema entra en "stress" por falta de capacidad para atender tantas demandas juntas.

 

Lo contrario de la apatía, es decir, un alto nivel de participación política y de movilización social tendría efectos desestabilizadores (aunque ello es en nuestra opinión, una racionalización de la aspiración a aristocratizar u oligarquizar el ejercicio del poder). Lo que estabiliza no es la apatía sino la existencia de canales adecuados, de doble vía, para la formulación de las demandas sociales y para la información al pueblo sobre la realidad de los problemas que enfrenta la sociedad.[iv]

 

1.6.- Aversión por la política

La globalización y la revolución en las tecnologías de la información y comunicaciones que le acompaña, han desencadenado un proceso de múltiples cambios en la sociedad. Uno de ellos se expresa en un evidente deterioro de la valoración de la política, la confianza y credibilidad en los políticos, la participación de los ciudadanos en los partidos políticos y en los procesos electorales.

 

Las personas muestran desafección por la cuestión pública enfatizándose el individualismo, incluso en algunos casos se aprecia aversión por la política (political distaste), lo que paradójicamente se contrapone con una declarada valoración de la democracia. Esa aversión es tanto por la política en general, como por sus instrumentos. La ciudadanía considera a los políticos deshonestos o insinceros (Borisov, 2005).

 

1.7.- Cinismo político[v]

         Siguiendo a Demertzis (1994) y Demertzis y Armenakis (1999) el cinismo político no puede ser entendido si no se lo coloca dentro del contexto más amplio de la interpretación moderna del cinismo. Es una característica de la cultura política de las sociedades occidentales durante la modernidad tardía y en la que los políticos y el sistema de partidos pasan por un período de fuerte agitación. Estos factores no afectan a todas las sociedades con la misma intensidad ni similar alcance, pero es evidente que tales factores incluyen el aumento del cinismo político y la alienación política.

 

Por cinismo político entendemos la combinación de apoliticismo y visión negativa de la política como negocio privativo de ciertas élites, lo que se ha visto incrementado con la aparición de corruptelas y complicidades de nuevo tipo, próximas a la dinámica del capitalismo desarrollado (cfr. Reig Cruañes, 2000:3). Juan Linz lo define como aquella particular disposición en la que los ciudadanos establecen una distancia desmesurada entre una alta legitimidad del sistema político y una eficacia muy baja del mismo.

 

Helena Helve (2002:11-26) por su parte, analiza al cinismo como una actitud crítica y de distanciamiento con la realidad política, a consecuencia de que el poder es visto como concentrado siempre en alguna forma de élite. El cinismo surge cuando las opiniones populares no tienen demasiado impacto sobre las decisiones gubernamentales, o los políticos se encuentran alejados de los problemas más ordinarios de la ciudadanía.

 

La Universiteit Leiden (Holanda) ha diseñado una herramienta para medir el cinismo político en atención a que éste reduce la cohesión social y representa un peligro o problema para la democracia (demokratiproblem). Se distingue al cinismo de la desconfianza política, porque el primero significa una hostilidad profunda, una aversión a la política y a los políticos. Lo definen como “la actitud de un individuo que consiste en la creencia de que los políticos, las instituciones políticas y/o el sistema político es intrínsecamente malo e incompetente”.

 

Los siguientes, son los tres ingredientes esenciales para la definición de cinismo político:

 

a) cínicos pueden ser los ciudadanos, pero también los dirigentes políticos;

b) el cinismo político se centra en todos los dominios de la política, incluidos los políticos profesionales, las instituciones públicas, los partidos políticos, y/o el sistema político en su conjunto;

c) la naturaleza del cinismo es la perspectiva de las actitudes de los electores hacia la política (Dekker y Nuss, 2007; Dekker y Schyns, 2006).

 

Algunos autores señalan que ciertas personas son cínicas no sólo con respecto a la política, sino de todo y de todos (rasgo de personalidad). Para otras personas el cinismo político es la solución al problema de la complejidad del mundo actual, puesto que creen que la política está dominada por una total falta de integridad y de competencia, lo cual puede estar determinado por la propia sensación de inseguridad y desorientación.

 

Otra causa es la desilusión e insatisfacción con la política: si los problemas comunes no se resuelven la gente empieza a pensar que los políticos no quieren solucionarlos, o que incluso no tienen las conocimientos teórico-prácticos para hacerlo. Los medios de comunicación operan como elemento de socialización del cinismo político. Prestan demasiada atención a los escándalos personales de los políticos o las discusiones insustanciales, dando a la actividad política el carácter de juego, espectáculo o guerra.

 

Además, algunos políticos pueden actuar como mensajeros del cinismo; Eline Wubbels (2006) para ejemplificarlo utiliza una expresión popular holandesa: los políticos hablan como “kip zonder kop” (“como un pollo sin cabeza”), pues toman las decisiones de forma emocional y sin pensarlas detenidamente; tampoco saben hacia donde se dirigen; opinan sin coherencia, sentido, ni rumbo determinado. Bovens y Wille (2006); Van der Brug y Van Praag (2007) coinciden en afirmar que el comportamiento de los políticos en sí, puede inducir al cinismo: los bajos niveles de apoyo a un jefe de gobierno o de Estado, afectan los niveles de confianza política dando paso al cinismo político. Finalmente, las personas que están bien informadas sobre la política son potencialmente más cínicas que aquellos que poseen poco o nulo conocimiento (Dekker y Nuss, 2007).

 

Las tres preguntas básicas para la medición del cinismo político son:

1) ¿Los políticos prometen más de lo que pueden ofrecer?;

2) ¿Los ministros y secretarios de Estado sólo están interesados en su propio beneficio?

3) ¿Para ser diputado o senador que valen más: las habilidades políticas o los amigos políticos?

 

Wubbels define al cinismo como una actitud negativa hacia la política basada en la creencia de que los actores políticos, las instituciones y el sistema político son inmorales e incompetentes y que los políticos no son capaces de resolver los problemas de la sociedad (Wubbels, 2006). Como solución ofrece una respuesta sencilla: “la eliminación de las causas del cinismo político”. Huiskens (2006:19) sostiene que el cinismo político va más allá de la falta de confianza política.

 

El núcleo del cinismo es la creencia de que la política, el gobierno y los políticos son, en esencia, poco fiables, inmorales e incompetentes. El cinismo político puede ser activado desde los medios (Capella y Jamieson, 1997); porque éstos hieren la susceptibilidad individual de los ciudadanos (Zaller, 1992). En similar sentido Robinson (1975 y 1976) asevera que los medios de comunicación masivos son los mayores provocadores del cinismo, juntamente con la deficiente comunicación entre los dirigentes y la ciudadanía.

 

Las causas del cinismo son elucidadas de distintas maneras. Así, Dalton (2004) sugiere que debido al aumento de las expectativas, se vuelve cada vez más difícil satisfacer los deseos de los ciudadanos; por tanto, éstos están decepcionados de la política y cada vez con mayor facilidad. Andriaansen (2007); Blumler y Kavanagh (1999) lo relacionan con los procesos de secularización, despolarización, individualización, globalización, modernización y mediatización.

 

Beck (1992) apunta a las incertidumbres de la vida cotidiana de la moderna sociedad de riesgo que traen consigo, todo lo cual puede causar un descontento en la vida privada, el cual repercute en la política. Las consecuencias para el sistema político se resumen de la siguiente manera:

 

a) disminución de la participación política en todos los niveles de actividad política;

b) mengua de la participación en las elecciones;

c) aumento del cinismo hacia el gobierno;

d) reducción del interés en la participación política;

e) baja del grado de dedicación del ciudadano común respecto de los asuntos públicos y las campañas políticas (Johnson-Cartee, 2005:258).

 

1.8.- Creciente abismo entre partidos y electorado

Francis Dubois (2007) descubre que en muchas elecciones con escasa participación ciudadana se advierte un abismo entre los partidos y los electores. A ello discierne como una expresión de malestar en la democracia dentro del cual se subsumen el descontento social, la insatisfacción con el régimen político y el desprestigio del sistema de partidos tradicionales. Indica que ello demuestra un repudio político (political repudiation) al andamiaje de poder actual. 

 

Victoria Bassetti (2012), por su parte sostiene que el régimen electoral,  los cambios de reglas, la escasa información de las autoridades comiciales y de los propios electores mantienen alejados a éstos últimos de la participación electoral y de su simpatía a los partidos políticos, configurándose de tal manera una “disfunción electoral”.

 

1.9.-Decadencia política

Se manifiesta como una contracción del sistema político, vinculada a su incapacidad para responder a los desafíos provenientes del ambiente, y de controlar o administrar las transformaciones que en éste se producen. Es una disminución de la capacidad del sistema político para afrontar y controlar con medios adecuados y a costos humanos y estructurales accesibles los desafíos provenientes del ambiente o de su propia dinámica interna. Suele señalarse como una de las principales causas de la decadencia política la divergencia cultural de la élite respecto de la masa, que le hace perder representatividad y densidad valorativa y la vuelve, en definitiva, una élite disfuncional (Fisichella, 1990).

 

1.10.-Demócratas insatisfechos[vi]

Hofferbert y Klingemann (2001:363-378) formulan una clasificación de ciudadanos en relación con su actitud o comportamiento frente a la democracia: "satisfied democrats”, "dissatisfied democrats," y "non-democrats". La insatisfacción del demócrata es entendida como una oposición leal, con algunas pequeñas inclinaciones hacia los partidos de los extremos del espectro, a modo de repudio a los políticos convencionales.

 

Los no demócratas, si bien son un porcentaje muy pequeño de la población en casi todos los países, tratan de expresar su desaprobación por una abstinencia participativa en lugar de a través de un extremismo activo. Los autores sostienen que los demócratas insatisfechos pueden ser un buen estimulante, más que una amenaza, para la vitalidad de cualquiera de las nuevas democracias e incluso de las establecidas. Por último, Allyson Benton (2005:417-442) señala que los votantes tienden a castigar en las elecciones a todos los partidos responsables de las dificultades.

 

1.11.- Desafección

Ganuza Fernández (2005:176) considera a la desafección pública (política, institucional o democrática) “como un fenómeno social regular y, en algunos casos, creciente que describe la desvinculación de los individuos de los asuntos públicos, entendiendo por ello un progresivo distanciamiento de los asuntos políticos relacionados con las instituciones representantivas.”

 

Pharr y Putnam introducen y explican el concepto. Torcal, por su parte defiende que la desafección política se caracteriza por la existencia de un mayoritario apoyo de los ciudadanos a sus regímenes democráticos, conjuntamente con una falta de confianza en las instituciones, un alejamiento de la política y un sentimiento de incapacidad de poder influir en el sistema y de qué éste a su vez responda a las demandas de la población  (Torcal, 2001).     

 

1.12.- Desapego cívico o desapego político ciudadano

Irene Martin (2005:63-82) coloca como las dos caras de la medalla al interés por la política de un lado y al desapego político del otro. Existe un desapego de los jóvenes respecto de la política, que en gran parte es forzado porque siempre se dice que la juventud no está interesada en la política, por lo que finalmente se lo acaban creyendo. Lo mismo ocurre con los ciudadanos que constatan que las propias autoridades que sancionan o aplican las normas, son los que se encargan de violarlas (Japalayan, 2002-223).

 

Bontempi y Pocaterra (2007) consideran a los jóvenes como los hijos del desencanto (“i figli del disincanto”). Los niños nacidos después de 1980 son los hijos de una generación que ha visto, con la caída del Muro de Berlín, el final de una determinada forma de vida política, formada por las pasiones e ideales. Además de una política más neutral ideológicamente, el desencanto de los padres llevó a una nueva actitud en sus hijos que se evidencia en el desapego y la ausencia de participación, la indiferencia o el escaso involucramiento.

 

1.13.- Desconfianza política

Southwell (2008:134); Balme, Marie y Rozenberg (2003); Erikson, Luttberg y Tedin (1991) señalan que la desconfianza, se refiere a la creencia de que el gobierno no está produciendo las políticas de acuerdo a las expectativas de la ciudadanía. Los altos niveles de pobreza, de desigualdad social, han generado, según las encuestas realizadas en los últimos años, el aumento de la desconfianza de los ciudadanos en las instituciones políticas y sus representantes lo que ha llevado a que se cuestione la legitimidad de tales instituciones (Baquero, 2000:23).

 

Villoria Mendieta (2006), Della Porta (2000) y Pharr (2000), expresan que la desconfianza política tiene su origen en la creciente corrupción política, la generación y consolidación de estructurales reticulares de abuso de poder y de garantía de impunidad. Asimismo, la baja confianza en los líderes políticos se nutre del deficiente rendimiento de éstos, el cambio de expectativas sociales y del rol que juegan los medios de comunicación (Pharr, 2000).

 

En definitiva, la desconfianza es la resultante de tres declives:

a) en la capacidad para representar los intereses y deseos de la ciudadanía;

b) de la fidelidad o de la ética con la que los políticos actúan en representación de los ciudadanos;

c) del capital social.

 

1.14.- Descontentos y descontento democrático

Madueño (2007:53-54) señala que en una sociedad podemos encontrar niveles de descontento político por causas económicas, políticas, sociales o de escándalos de corrupción. Es decir, coloca al descontento como producto de las percepciones de la ineficacia del sistema. El autor entiende como sinónimos al descontento político y la insatisfacción política. Torcal (2001), por su parte, razona que el descontento político se refiere al fastidio con el gobierno actual y sus políticas[vii].

 

1.15.- Descrédito de los políticos

Berganza Conde (2000) entiende imbricados las coberturas que realizan los medios de la política durante las campañas electorales y el descenso del interés de la ciudadanía por los temas políticos y el descrédito hacia quienes se dedican a la actividad política. Madueño (2007:53-54 y 2005), describe el fenómeno de los “NI-NI” (ni opositores, ni oficialistas), los cuales surgen como el cliché que identifica a quienes escogen no estar con el gobierno ni la oposición. Pero, este fenómeno es mucho más complejo de lo que el sentido común especula y afecta a las democracias occidentales, afecta la calidad de las mismas.

 

Las actitudes hipercríticas hacia las instituciones y los actores políticos, así como el distanciamiento del ciudadano respecto a las mismas, constituye una faceta permanente que inunda el paisaje de las democracias europeas y latinoamericanas. La expresión «desinterés hacia la política o desafección política» se convierte así en moneda de uso e intercambio entre politólogos, sociólogos, políticos y periodistas. La primera y más genérica manifestación de ese desinterés hacia la política, no es otra que el descrédito de la política misma y de sus animadores, los políticos; todo lo cual en definitiva, afecta extensamente la actividad degradada de los niveles de participación ciudadana.[viii]

 

1.16.- Desprecio por la política (Politikerforakt)

El politólogo noruego Eystein Eggen Randa (2000) introduce el concepto de politikerforakt que puede ser traducido como “desprecio por la política”; lo cual según su posición se evidencia en la baja de participación electoral, que obedece a dos razones:

 

a) Pobreza de la política (como falta de recursos políticos) derivada del escaso compromiso personal y los bajos conocimientos;

b) cinismo político, a raíz de que muchas personas sufren a la política y la consideran algo muy complicado, lo cual lleva al cinismo que él entiende como crisis de confianza (tillitskrise) en los partidos y/o el sistema político en su conjunto.

 

         En el mismo orden, Vigdis Nybo (2012) sostiene que son los propios políticos los que provocan el desprecio de los ciudadanos por ellos y por la política misma. Esto acontece porque los dirigentes no dan un debate político con  argumentaciones fundadas y respuestas acordes a las críticas de los periodistas y los opositores. En consecuencia, no proporcionan la información que necesitan los votantes para participar activamente en la democracia y decidir sus votos. Las explicaciones de los políticos a menudo contienen errores de hecho o son parcialmente correctas, engañosas o desacertadas.

 

Los líderes utilizan diversas estrategias para evitar responder a las críticas. La estrategia más simple es negarse a responder. Distorsionar la crítica es otra táctica para evadir respuestas, o directamente ocultan sus verdaderas intenciones o pensamientos si son antipáticos o impopulares. Provocando con la falta de respuesta o la disimulación, una inducción al error que va causar en definitiva que los ciudadanos tomen una elección democrática, de la que más tarde se van a arrepentir.

 

1.17.- Desencanto y desencantamiento democrático

El término desencanto, que se refiere a la desilusión a la que se llegó a raíz de las altas expectativas generadas a principios de la transiciones democráticas, es un fenómeno que parece ser común a todas ellas (O 'Donnell y Schmitter 1986:56; Huntington, 1991:230; Malone y Baviskar, 2002).  No obstante también hay relevamientos en similar sentido en democracias consolidadas como España, Francia y Dinamarca (Montero y Gunther, 1994; Montero, Gunther y Torcal, 1998; Montero y Torcal, 2000; Borre, 2000; Balme, Marie y Rozenberg, 2003).

 

Pascal Perrineau (2003) analiza la cuestión desde la visión de un «désenchatement démocratique». Señala al respecto que están en entredicho los lazos de afección entre la ciudadanía y la democracia, porque aquella no parese fiarse en el resultado de las urnas y es dominada por una tensión entre estructural y particular, advirtiendo que generalmente el corporativismo prevalece sobre el interés general. Destaca que la diversidad cultural es otro de los factores del desencantamiento. Detrás de la crisis de las democracias representativas, donde se observa mucha desconfianza, retirada, protesta y ruptura de las lealtades duraderas; augura la emergencia de un nuevo tipo de ciudadano más crítico. Este divorcio relativo puede contribuir a desestabilizar aquellos regímenes democráticos que no gozan más que de un sostén escéptico en la opinión pública; pero asimismo también puede colocar a la democracia en movimiento incitando a reflexionar sobre reformas que tienen por objeto dinamizar la democracia representativa y desarrollar las democracias participativa y directa.

 

Perrineau señala que un indicador claro del desencanto es el alto nivel de abstencionismo, el cual traduce una verdadera fractura cívica (« fracture civique ») que  refleja la distancia social y cultural existente entre algunos ciudadanos y el universo politico. Empero, este comportamiento de repliegue no debe interpretarse como un signo de desinterés político y de cuestionamiento hacia la democracia representativa como tal. Es más bien un llamamiento en favor de una renovación profunda del funcionamiento de la mism, que puede llegar a adquirir el cariz de una “política protestataria” («politique protestataire»), mediante la aparición de movimientos extremistas, activismo protestatario y agitación urbana. Así como un organismo enfermo produce anticuerpos, la democracia desencantada al comienzo del siglo XXI traza los marcos para que una democracia representativa que fue debilitada, engendre prácticas que traten de lograr la deliberación colectiva sobre objetos reales y no, fundada en mitos.

 

Como describe Marcel Gauchet (2002:23): Una democracia que desacralizó la política puede volverse más iluminada y más satisfactoria para sus ciudadanos que una democracia manejada por pulsiones revolucionarias o ultrarreaccionarias… El encanto de la política fue la pesadilla del siglo XX. Al comienzo del siglo XXI, el desengaño con la política, es quizá el precio a pagar por el establecimiento de una democracia más prosaica, pero más coherente.

 

1.18.- Desilusión

Vittorio Mete (2007) subraya que la decepción y el descontento político no están conectados con la deslegitimación de las instituciones y de los actores politicos democráticos, pero si con el reconocimento de su importancia relevante, unida a la desilusión por su funcionamiento. Esta desilusión está cimentada en que al contrario de lo esperado, la práctica democrática mientras más se mantiene en el tiempo más mediocre se torna, alejándose de cualquier valor y concentrando el poder en pocas manos, sin aseguruar la redistribución progresiva de la riqueza. Las élites se oligarquizan, las masas se despolitizan y los medios o nexos de comunicación entre élites y masas se frivolizan (La Rosa, 2007).

 

1.19.- Desinterés

Esta actitud está íntimamente unida al grado de confianza que los ciudadanos depositan en las instituciones de representación política en general, y en especial, en los partidos políticos. Sven Beckert (2000:560-568) refiere que el desinterés generalizado de los votantes es una muestra del disgusto hacia los políticos en general, convencidos que el activismo político es tarea de unos pocos que buscan obtener el apoyo de la ciudadanía desinteresada.

 

Madueño (2005), expone que cuando los ciudadanos se hallan en una situación política precisa que ofrece innovaciones, la implicación política de los ciudadanos presenta mayor interés por lo que allí sucede, para más luego retornar o replegarse hacia la esfera de sus propios intereses, desinterés o frustración. No obstante, el bajo nivel de implicación política no se considera que logre afectar el elevado nivel de legitimidad que la democracia evidencia, sino solamente se puede identificar a este fenómeno como el de las democracias desafectas. Además, el desinterés hacia la política se juzga como la regla general en términos de agregados, empero ésta parece asumir múltiples variaciones cuando la vinculamos con las estructuras de diferenciación y desigualdad preponderantes en nuestras sociedades. En principio, este fenómeno apoya la tesis clásica de los estudios culturales de la década de los sesenta, particularmente aquellos sobre la compatibilidad del apoyo a la democracia (legitimidad) con una ciudadanía escasamente implicada en el sistema político.

 

La evolución del interés de los ciudadanos en la política durante los años de vida democrática latinoamericana pone de resalto dos hechos esenciales. Por un lado, la presencia de un importante sustrato en la sociedad de desinterés y apatía hacia los asuntos políticos, hecho que impregna toda valoración que se haga de los procesos de relación que los ciudadanos de nuestra Región mantienen con sus sistemas políticos nacionales. Por otra parte, un fundamento que guarda estrecha interconexión con la generalizada sensación de impotencia política. Por lo tanto, este fenómeno, no es coyuntural, sino que -por el contrario- por su dinámica y persistencia en el tiempo forma parte de nuestra cultura política. Igualmente, este fenómeno viene acompañado por los altos índices de desconfianza hacia las instituciones, entre la relación de abstencionistas “críticos-desconfiados” y los “desafectos” o “apáticos recurrentes”.

 

1.20.- Desvinculación de la ciudadanía del espacio público

Henry Giroux (2003) afirma que el cinismo ha sido y sigue siendo una fuerza impulsora en la cultura política de EE.UU., una fuerza que comprende tanto la crítica social como la imputación de inutilidad de toda acción y/o participación política. Él sostiene que somos testigos (y parte) de "la caída del discurso público, la creciente militarización del espacio público, y el surgimiento de un aparato estatal empeñado en sustituir los servicios sociales por las funciones policiales” (Ibíd.:31), y que "ahora el totalitarismo reside en una profunda aversión por todas las cosas sociales, públicas y colectivas" (Ibíd.:55).

 

1.21.- Distanciamiento

         El término desafección no agrada a todos. Algunos prefieren hablar de “distanciamiento”, porque referirnos a desafección implica culpar a los ciudadanos “ellos son los desafectos”, cuando en realidad quien se ha distanciado de la ciudadanía es la clase política. La desafección política en tanto desconfianza hacia el sistema, indica un distanciamiento o desapego de los ciudadanos con respecto al sistema político (Madueño, 2007:54).

 

1.22.- Escepticismo / Demo-escepticismo

Conversi (2006:156-182) define al demo-escepticismo (demo-skepticism /demoesceptique) como el prejuicio y la desconfianza relacionados con las transiciones democráticas y sus resultados insatisfactorios. Keppis (2003) refiere que el escepticismo democrático es consecuencia del profundo desencanto que experimentan la mayoría de los latinoamericanos en torno al sistema democrático que se conoce y practica en sus respectivos países.

 

José Luis Tejeda (2004:676), por su parte indica que el electorado ya no acepta “embustes” de los líderes políticos; aunque ello no significa en modo alguno que haya resuelto prescindir de la política, sin perjuicio que el elector se hubiere tornado escéptico ante el poder, del que duda y desconfía.

 

Isabelle Fortier (2003:3) explica que debido a la crisis de confianza que sacude las instituciones políticas y las organizaciones públicas, discutimos cada vez más de cinismo de los ciudadanos hacia el Estado. Este escepticismo mina la participación ciudadana, fundamento de un ideal democrático del que se teme por otro lado que sea quebrantado por contradicciones cada vez más profundas. Comprobamos el uso frecuente del término para describir las reacciones de los ciudadanos frente a la decadencia de las instituciones políticas y públicas y de sus representantes, o para cualificar la apatía de los electores y explicar el absentismo electoral.

 

Este proceso de escepticismo se enmarca en una crisis del sistema democrático, de aprensión frente al efecto real de la alternancia. Para un sector ciudadano, la democracia es una farsa. Quizás no sea el sector más dado a matices, pero la opinión es grave y no debe ser ignorada (Moix, 2004).

El demo-escepticismo como concepto, ha surgido recientemente en EE.UU. en académicos de diferentes tendencias ideológicas como Amy Chua (2003), Roland Paris (2004) o Jack Snyder (2000). El escepticismo instaura la duda intelectual frente al conocimiento. Ya que no se puede conocer nada con certeza, hay que suspender una actitud de duda permanente. Interrogar, debatir, descubrir sus premisas: un escepticismo sano está en el corazón de una democracia verdadera y en el corazón de una libertad de pensar en individuos en su seno.

 

Pero la duda es el cinismo más profundo, se trata de una incertidumbre sobre las intenciones, la sinceridad o la integridad de una persona. Esta sospecha sugiere la presencia de motivos ocultos detrás de una idea, una acción, o incluso una institución. El más cínico es el que cuestiona la realidad social, pero basado en hipótesis que consideran pervertidos a los principios de los demás, y rechaza cualquier cosa que se ha construido sobre ellos. El argumento cínico lleva a la descalificación en bloque y se traduce en una actitud de generalizada desconfianza hacia la sociedad, sus pactos, sus valores, sus símbolos y sus instituciones (Fortier, 2003:4).

 

1.23.- Extrañamiento

Para Donald Stokes (1974) la participación restringida es un índice de la alienación de la masa de ciudadanos respecto del sistema de partidos, el régimen o la sociedad en conjunto. La alienación política conlleva la sensación de estar fuera del juego, de no tener peso e influencia en las decisiones, es decir una sensación general de impotencia. El sentido de aislamiento y extrañamiento lo acompaña también la frustración, la desconfianza, la sospecha y la hostilidad respecto a la política o por lo menos de algunos de sus componentes.

 

Estrechamente relacionado al respecto se encuentra el concepto de anomia, aun cuando el hecho de que el ciudadano anómico eluda la participación social y política, presupone una hostilidad real pero menor por su parte que el ciudadano alienado. Quienes consideran la no participación como consecuencia de un desinterés, así como otros la imaginan resultado de una alienación real respecto de la política, tienden a emitir juicios muy diferentes sobre perspectivas de la democracia liberal.

 

1.24.- Frustración con los gobiernos democráticos (Frustration with democratic governs)

Anscombe (1976:53); Brooks (1985:250-261) y Sorensen (1982:272-273) utilizan el concepto de frustración democrática (democratic frustration) para indicar la actitud de los electores de desafección hacia el sistema político. Freeman (1997) considera que la inmigración ha sido una fuente de descontento político y la frustración en las democracias occidentales.

 

1.25.- Hastío con los políticos (Politikverdrossenheit)

Es una formulación de los autores alemanes tales como: Arzheimer (2002); Birke y Brechkten (1995);  Huth (2004);  Maurer (2003); Patzelt (1993:31-38); Pickel (2002); Holtz-Bacha y Wolling (1999). Politikverdrossenheit puede ser traducido como como “disgusto y hastío por la política”[ix]. Es interpretada como la actitud negativa de los ciudadanos en relación con las actividades políticas y sus estructuras. Comprende el desinterés y el rechazo por la acción política y conduce a la falta participación política en los procesos democráticos. Esta actitud abarca tanto al orden político en general, como a los resultados de las políticas gubernativas. En 1992 “politikverdrossenheit” fue declarada la palabra del año. Incluye a la “parteienverdrossenheit” (hastío con los partidos).

 

La Ciencia Política alemana ha discernido que las razones de la politik / parteienverdrossenheit obedece a una multiplicidad de razones, tales como: incumplimiento de las promesas de campaña; impotencia y angustia de los votantes frente a los candidatos propuestos por los partidos; errores en las políticas; egoísmo y falta de autocrítica de los políticos; falta de comprensión de los políticos respecto de las preocupaciones de los votantes; fragmentación de las opciones electorales; bajo nivel de educación cívica contrastando con una cada vez mayor participación en organizaciones y movimientos sociales; evaporación de las diferencias de programas entre los principales partidos; la degradación social (Sozialabbau) y el énfasis de los medios de comunicación en los conflictos y escándalos políticos, entre otras.

 

Para Madueño (2007:54) la desafección en tanto desconfianza política hacia el sistema, puede configurar una suerte de “síndrome de fatiga recurrente o permanente”, en el cual hallamos ciudadanos ocasionalmente insatisfechos integrados al sistema político. Algunos pueden transitar puntos intermedios de insatisfacción y otros logran alcanzar un polo negativo constante definido como “hostilidad hacia el sistema político, la clase política y los actores políticos.”

 

1.26.- Hipocondriasis social

Schinkel (2007) sugiere que el malestar en la democracia nos motiva a pensar en un momento de hipocondriasis social (sociale hypochondrie) porque la sociedad se halla inmersa en el miedo -al terrorismo, al cambio del canon cultural y a la integración-; es presa de una incertidumbre que la inmoviliza sin saber adónde ir. Esa hipocondriasis social es una nueva forma de racismo fundado en la exclusión sobre la base de características culturales. La hipocondriasis social es llamada así por el sociólogo holandés Schinkel para identificar al actual pesimismo social caracterizado por una extrema obsesión por la enfermedad social, los dolores y padecimientos de nuestro tiempo. Utiliza para ello la metáfora del cuerpo humano (cuerpo social), aunque aclara que el cuerpo humano es mortal y la sociedad, no.

 

1.27.- Impotencia (Powerlessness)

Refleja la impotencia del individuo ante la creencia o el convencimiento de que él es incapaz de influir en el curso de los acontecimientos políticos y sus resultados (Southwell, 2008:133) y que por otra parte el poder carece de fuerza y se ha tornado deficiente y débil (weak and feeble).

 

Japalayan (2002:222) entiende que surge la impotencia política cuando un ciudadano siente que no puede hacer nada para participar o influir en las acciones, medidas o decisiones de los gobernantes o de los organismos gubernamentales. La impotencia es una de las formas de manifestarse el descontento político, siendo las dos restantes: la falta de sentido político (political meaninglessness) y el auto-distanciamiento (political self-estrangement)

 

1.28.- Incompetencia democrática (L'incompétence démocratique)

         El concepto es introducido por Breton (2006), quien explica que existe una profunda distancia entre la democracia ideal y su realización. El malestar democrático es para él, más una cuestión de habilidades prácticas, particularmente en el campo discursivo y de las relaciones con los demás, que de convicciones o de instituciones infravaloradas. Así, la pérdida de la palabra está en el corazón de la crisis que atraviesa toda la sociedad contemporánea. Pero, es dable señalar que el malestar en las democracias modernas no procede de una falta de deseo de los valores democráticos.

 

1.29.- Indiferencia

Entendida como sinónimo de apatía. Según Giacomo Sani (2002:76) la indiferencia o apatía política es un estado de extrañamiento, pasividad y falta de interés respecto a las instituciones, valores y líderes políticos existentes, y produce como consecuencia que los ciudadanos se consideren extraños o forasteros en su propia sociedad.

 

1.30.- Insatisfacción política

Madueño (2007:54) define a la insatisfacción (con la realidad) política como aquella actitud que expresa el desagrado por las diferencias entre las expectativas que produce un objeto social o político -significativo- y los resultados que no responden suficientemente a los deseos o aspiraciones de los ciudadanos. Podemos señalar que es una relación asimétrica entre expectativas y resultados. Empero, Hofferbert y Klingemann (2001) sostienen que la insatisfacción con la democracia puede ser un buen estimulante, más que una amenaza para la vitalidad de cualquiera de las democracias establecidas o nuevas.

 

1.31.- Non-involved citizens

Nombrados así por Huyse (1969), los “non-involved citizens” vienen a ser el opuesto de la “socially engaged citizenship” (ciudadanía socialmente comprometida) enunciada por Giroux (2003:3). Joshua Downing (2001), por su parte entiende como sinónimo de non-involved citizens a los ciudadanos apolíticos o no comprometidos. Aunque paradojalmente, los ciudadanos no involucrados son menos capaces que sus contrapartes más activos de absorber productivamente las teorías y los acontecimientos políticos en su conjunto (Neill, 2011).

 

Los principales ejemplos de este fracaso de participación son los mecanismos cognitivos de defensa que los desertores cívicos emplean para justificar su abandono de la esfera pública : el cinismo de los ciudadanos y la falta de confianza en el funcionamiento de los procesos políticos contemporáneos, la creencia de que su participación personal en el esfera pública no es capaz de lograr una diferencia política significativa, y su incapacidad para diferenciar sus intereses personales con los intereses generales de la sociedad (Galston, 2007: 625-26 ).

 

1.32.- Pérdida de respeto a los políticos (Utspillspolitikere)

Aslak Syse (2007) y Einar Øverenget (2007) dan el concepto de “utspillspolitikere” es decir, cuando la ciudadanía advierte que no cree en lo que dicen ni hacen los políticos; que éstos no cumplen lo que prometen, pero buscan en un corto plazo ganancias políticas a través de los recursos retóricos, se pierde el respeto a los políticos. Advierten que se registra una brecha creciente entre los políticos que sólo hablan unos con otros en sus propios términos y una población que es pasiva en un debate que los afecta, pero en el cual no son escuchados.

 

Clemets (2012) esgrime que los políticos conforman un variopinto abanico, del cual es injusto pluralizar o generalizar, ya que no son todos iguales ni todos mienten o prometen por igual. Los hay más o menos conocidos, más o menos populares, los muy activos en las tribunas políticas y parlamentarias, los que nunca hablan ni poseen dones de retórica, más o menos educados, más o menos visibles en los medios de comunicación, con más o menos experiencia en la actividad privada, con conocimientos amplios y holísticos o de temas que solo a ellos les interesan, buenos o malos administradores, unos trabajan efectivamente y otros se dedican a los rumores políticos y a obtener beneficios personales. De ahí, que paulatinamente la ciudadanía ha comenzado a perder el respeto que otrora tenían sus líderes y legisladores.

 

1.33.- Política vacía de sentido (Political meaninglessness)

Representa una evaluación más general de cuán receptivas son las instituciones políticas a las aportaciones de todos los individuos en la sociedad, no sólo la propio individuo. Esta dimensión se refiere a las creencias acerca de si los partidos políticos ofrecen opciones significativas entre los candidatos, si las elecciones proporcionan una eficaz manera de que los ciudadanos influyan en el sistema político, y los órganos electivos son representativos del público en general (Gilmour y Lamb, 1975).

 

Mabroka al-Werfalli (2011) señala que el otro uso importante del concepto de alienación puede resumirse en el concepto de "political meaninglessess". La misma significa que el ciudadano considera que las opciones que se le ofrecen son irrelevantes; que son, de hecho, “no opciones”. De esta manera, el ciudadano siente que no tiene ninguna opción verdadera en la toma de decisiones. Por su parte, Japalayan (2002:222-223) agrega que la política carente de sentido se produce cuando una persona no es capaz de entender la opciones políticas, ni de predecir sus probables resultados.

 

1.34.- Sentimientos negativos (Onderbuikgevoelens)

Autores holandeses (Verschuuren, 2004:81-92; Boogers y Weterings, 2002) engloban todas las actitudes negativas de los ciudadanos con el poder político bajo el concepto de onderbuikgevoelens. Este término en neerlandés tiene un sentido peyorativo y se ha comenzado a generalizar para referirse a los sentimientos de insatisfacción y descontento para con los gobiernos, los políticos y los partidos. Vulgarmente se entiende por onderbuikgevoelens (“sentimientos de bajo vientre”) hacia los políticos, como que éstos causan (en sentido soez) “dolor de estómago” a la ciudadanía con sus decisiones y enfrentamientos.

 

2.- CONCLUSIONES

La actitud de distanciamiento entre ciudadanía y política ha encontrado su mejor expresión en el término desafección política; una locución profusamente utilizada en la literatura de fuste pero que arrastra grandes dificultades para definir sus contornos conceptuales. Montero, Gunther y Torcal, dan algunas trazas interesantes cuando afirman que:

 

“… Si se considera [la desafección política] como una especie de síndrome, sería posible situar sus síntomas en un continuo (...) Entre los síntomas más importantes de esta gradación se encontrarían el desinterés, la ineficacia, la disconformidad, el cinismo, la desconfianza, el distanciamiento, la separación, el alejamiento, la impotencia, la frustración, el rechazo, la hostilidad y la alienación. Se trata por tanto de una familia de conceptos diversos que capta unas orientaciones básicas hacia el sistema político cuyo denominador común radica en: “la tendencia hacia la aversión de su componente afectivo” (Montero, Gunther y Torcal, 1998:25).

 

Pero aún más importante que esta descripción de las expresiones actitudinales en las que se plasma la desafección democrática, es la conclusión a la que llegan los autores sobre la necesidad de separar conceptual y empíricamente la desafección hacia el sistema político de la insatisfacción y de la legitimidad. Por tanto, el significativo incremento de la desafección entre los públicos de las democracias occidentales no cabe interpretarlo como fruto de un eventual disgusto con los rendimientos políticos o institucionales del sistema ni tampoco de una puesta en cuestión de las bases de la legitimidad democrática.

 

Tanto una posición como otra no explican esa sensación creciente de que las instituciones políticas democráticas son incapaces de adaptarse a los profundos procesos de cambio sociopolítico, en los que están inmersas nuestras sociedades y que hacen que los ciudadanos se relacionen con la esfera de lo público, desde coordenadas muy distintas a las de hace unos años. El resultado, por consiguiente, no es descontento más o menos crítico u oposición antidemocrática sino alejamiento y recelo respecto al sistema político, especialmente, en relación a aquellos que se ocupan de la toma de decisiones.

 

La multiplicidad de términos relacionados con la desafección y el malestar, que estudiamos en la taxonomía desarrollada (sin pretensión enciclopédica), nos demuestra que en todos los puntos del orbe, los pensadores, políticos y ciudadanos están abocados en discernir las causas y las alternativas de superación de las más diferentes modalidades de distanciamiento, cinismo, apatía, insatisfacción, y alejamiento, pero subrayando que ello no implica que sean refractarios ni enemigos al régimen democrático ni a los derechos ni ventajas de la vida en democracia. Sin embargo, los políticos –mayoritariamente- no reciben la aprobación popular a raíz de reiteradas prácticas de corrupción, venalidad, arrogancia, promesas incumplidas, bajo compromiso personal y mesianismo.

 

Concluimos, en que el pentágono de la “D” que conforman la “desafección”, la “desconfianza”, la “decepción”, la “desconexión” y el “desinterés” por la política, establecen per se la más grave anomalía que puede darse en una democracia. Los ciudadanos y la clase política deben propender al florecimiento de la actividad. Sostener un albur inevitable, únicamente cosechará rechazos, apatía, incuria y perenne pesimismo social.

 

La forma ideal de superar las funestas cinco “D” y recuperar la afección, la confianza, la ilusión, la conexión y el interés por la Política, es persuadir a la ciudadanía de las bondades de la democracia a través de una mayor participación en pos de una mejor calidad, con militancia religiosa en la observancia de la ética social, la honradez republicana y la lucha por el bien común.   

 

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*Javier Pablo Marotte (Alberti, 1969), es procurador (1991) y abogado (1992) por la Universidad John F. Kennedy, diplomado en Derecho Procesal Penal (UNC) y doctorando en Ciencia Política CEA-UNC. Tesis doctoral: “Malestar, crisis y reformulación en las democracias sudamericanas: Un análisis de casos”. Es árbitro de la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, consultor independiente de Plataforma Democrática-Fundación iFHC-Centro Edelstein y miembro de la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP), Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) y Sociedad Argentina de Escritores (SADE).

 



[i] Vid. Finifter, 1970 y también obras más actuales de Clarke y Acock, 1989; Niemi, Craig y Mattei, 1991; Weatherford, 1991 y 1992; Montero, Gunther y Torcal, 1998.

[ii] Pueden verse Mayorga (1991)  y Nino (1992).

[iii]Pueden consultarse in extenso sobre la cuestión: Iliopoulos (2002); van de Brug, van der Eijk y Kieviet (1998).

[iv] Del mismo modo que el cinismo puede servir como un catalizador para la votación, una vez que los individuos han alcanzado un nivel mínimo de eficacia. Ello está descripto en la “Hipótesis de Gamson” (1968) la cual sostiene que la combinación de alta eficacia interna y el cinismo son una probable fuente de movilización política.

[v] Sobre la cuestión pueden consultarse: Dekker, Meijerink y Schijns (2006); Dekker y Schijns (2006); Morán (1999).

[vi] Dissatisfied democrats - unzufriedene Demokraten. Para mayor abundamiento puede verse: Gille y Krüger (2000).

[vii] Otros autores que tratan la cuestión son: J.L. Lesquins (1993:97-112) y Niklos Demertzis (1994).

[viii] Capella y Jamieson (1997); Hibbing y Theis-Morse (1995); López Pintor (1995 y 1997:463-490) estudian el tema y en sus análisis llegan a conclusiones parecidas.

[ix] La podemos utilizar como sinónimo de “desencanto con la política", "desafección política", “desilusión con la política”  o de "malestar frente a la política".